Ago - 18 - 2011

Por Marcelo Yunes

Periódico Socialismo o Barbarie

El primer mundo afronta un horizonte de recesión y agitación social

La crisis de la economía mundial dio un nuevo salto con el derrumbe de las Bolsas, la baja de la calificación de la deuda de Estados Unidos y el acuerdo parlamentario entre Obama y los republicanos para evitar el default. A esto se agregan, tras el remezón bursátil, los rumores que arrecian sobre uno u otro de los países europeos en la cuerda floja (cuando no es España, es Italia o Irlanda, para no hablar de Grecia, que se considera un caso perdido) (1). A este cúmulo de malas noticias se agregan indicadores de los países de la OCDE (desarrollados más algunos “emergentes”), e incluso India y China, que muestran una desaceleración del crecimiento… donde aún existía.

Se trata, con toda evidencia, de una nueva fase de la crisis que estalló en 2008 con la caída del Lehman Brothers, y que desde entonces atravesó diversos momentos. Primero fue la extensión a Europa; luego el paso de crisis financiera a crisis fiscal, sobre todo (pero no únicamente) europea; después vino el espejismo del comienzo de la “superación” de la crisis, y ahora ha quedado sólidamente instalado el horizonte como mínimo de recesión, si no de depresión “moderada” (Krugman) en todo el mundo desarrollado.

Las propias voces del imperialismo reconocen la gravedad y magnitud de este nuevo “momento Lehman”, como se lo ha definido. Por ejemplo, el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, advirtió: “Estamos en los primeros momentos de una tormenta nueva y diferente. El mundo pasó de una difícil recuperación a varias velocidades a una fase nueva y más peligrosa”. Y apuntó a uno de los mayores problemas para enfrentar esta nueva fase: el desgaste de las herramientas fiscales (sobre todo) y monetarias, para no hablar de las contradicciones sociales acumuladas desde 2008: “La mayoría de los países desarrollados agotó el margen fiscal”, y las políticas monetarias “ya no pueden ser más flexibles”. Aún más lejos fue el presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, para quien la actual crisis europea es “la más difícil desde la Segunda Guerra Mundial”.

En este marco, asistimos a un momento distinto en la crisis: a diferencia de dos años atrás cuando se desató en un clima social de tranquilidad, por así decirlo, la actual recaída económica ocurre en medio de un salto en las rebeliones y el rechazo a las consecuencias del ajuste, con características diferentes por país y región pero con un denominador común: el crecimiento de las tensiones sociales (con una traducción política aún muy retrasada) que aun con toda su heterogeneidad muestran que el péndulo de la lucha de clases va hacia la izquierda.

 

Estados Unidos en el tobogán

 

El detonante ha sido, una vez más, la crisis económica y ahora también política de Estados Unidos, que puede llamarse con toda propiedad crisis de dirección del imperialismo. La burguesía yanqui, dividida en cuanto al rumbo a tomar, es un ejemplo de manual de la decadencia de una potencia hegemónica. Si desde la posguerra Estados Unidos ha sido la voz rectora del capitalismo mundial, ese liderazgo se muestra hoy en crisis y descrédito casi totales. Ha dejado de ser el estratega de la política mundial, la locomotora de la economía, el reservorio financiero e incluso el dólar, que durante décadas fue considerado la moneda global, ve ese lugar cada vez más cuestionado (en especial por China, que a su vez tiene la contradicción de que sus reservas de valor están en dólares). Sólo en el terreno militar mantiene una incondicional supremacía, pero justamente las condiciones políticas (y hasta económicas) acotan las posibilidades de hacer valer esa hegemonía.

La forma que adopta esa crisis de dirección es el tembladeral político que muestra un país (y una burguesía) sin rumbo, que se tambalean entre la pusilanimidad inconducente de Obama y el aislacionismo irresponsable y brutal de la derecha republicana del Tea Party.

La situación de virtual parálisis política y de inercia de los instrumentos económicos ha convencido a “los mercados” de que los cantos de sirena de la “recuperación” no tenían sustento. Y el acuerdo entre Obama y los republicanos, aunque evitó el default, terminó de enterrar toda esperanza de retoques keynesianos a la economía que alienten un despegue productivo. Por eso hay consenso entre los analistas (algunos, como Krugman, ya más enojados que desanimados) de que la recaída en la recesión o “W” se acerca casi inexorablemente.

Ocurre que el acuerdo parlamentario excluye no sólo medidas de estímulo económico sino hasta la más mínima reforma impositiva que permita al fisco yanqui recaudar dinero de los más ricos. El esquema tributario de Estados Unidos es de los más escandalosos del mundo: el 80% de los ingresos del Estado proviene de impuestos a los ingresos de los trabajadores (2). De esta manera, y ante el peso aplastante de la deuda, el déficit comercial y el marasmo económico, el fisco yanqui queda prácticamente privado de instrumentos fiscales y debe recurrir a la política monetaria. De ahí el peso de la Reserva Federal en las decisiones económicas, que por ahora se limitarán al QE 3, o tercera etapa del “Quantitative Easing” (alivio cuantitativo, nombre rimbombante para la emisión de dólares) y mantener casi en cero la tasa de interés.

Claro que eso ha demostrado hasta ahora ser de escasa utilidad para el objetivo de recuperar la actividad económica, toda vez que los destinatarios de esa emisión han sido sobre todo las instituciones financieras. Las cuales, por supuesto, no la usaron para dar créditos que estimulen la producción o el empleo, sino para nuevas especulaciones financieras, para hacerse de fondos de previsión de crisis o, como dijo Stiglitz, “contribuyó a la formación de burbujas en los mercados emergentes, al mismo tiempo que no estimuló la financiación o las inversiones”.

Para colmo de males, ahora el BID, que se cansó de recetar ajustes a los países del Tercer Mundo, recomienda la misma medicina para los yanquis: por boca de su presidente, Luis Alberto Moreno, exigió al Congreso que decida un plan de recortes presupuestarios, con énfasis en defensa y… seguridad social, naturalmente, porque “es allí donde está el principal problema”.

Más allá de estos problemas, hay una cuestión de fondo en la decadencia del liderazgo norteamericano: la pérdida de productividad y dinamismo de su economía, que en los últimos años pasó a apoyarse cada vez más en la especulación con bienes raíces (el origen de la crisis, recordemos, fue el estallido de las hipotecas de baja calidad) y cada vez menos en la producción de bienes. Algo que incide tanto sobre la estructura económica como sobre el terreno de las clases sociales y el empleo. Al respecto, hay estadísticas impactantes. Un estudio del economista K Mariano Kestelboim sostiene que “el modelo de crecimiento basado en la explotación de los canales financieros y comerciales (…) originado a principios de los 70 y profundizado en la última década, exhibe sus límites”, y empiezan a hacerse sentir las consecuencias del “progresivo proceso de fragmentación y deslocalización de la fabricación industrial masiva en países emergentes con mano de obra abundante y barata” (BAE, 11-8). Estados Unidos generó, entre 1970 y 2000, unos 19 millones de empleos por década, de manera levemente decreciente: 20,6 millones entre 1970-80, 19.5 millones entre 1980-90 y 18.1 millones entre 1990 y 2000. Esto ya representaba un problema, porque la creación de empleos bajaba mientras la población subía (de 212 millones en 1970 a 322 millones en 2010). Pero la catástrofe fue la primera década de este siglo: entre 2000 y 2010 se crearon sólo… ¡2,2 millones de empleos! Y la gran afectada fue la mano de obra industrial, que pasó del 26,4% del empleo total en 1970 a apenas el 10,1% en 2010 (cit.).

Al respecto, el economista “heterodoxo” de origen turco Dani Rodrik señala: “Puede que vivamos en una era posindustrial (…) pero los países ignoran la solidez de su sector manufacturero. Los servicios de alta tecnología requieren conocimientos especializados y crean pocos puestos de trabajo (…) Estados Unidos ha experimentado una desindustrialización en las últimas décadas. Esto no habría sido malo si la productividad de la mano de obra no fuera sustancialmente más alta en la industria manufacturera que en el resto de la economía (…) La mayor parte del nuevo empleo se expresa en ‘servicios personales y sociales’, que es donde se encuentran los empleos menos productivos. Esta migración de puestos de trabajo ha hecho bajar la productividad un 0,3% por año desde 1990. Y la creciente proporción de mano de obra de baja productividad ha contribuido al aumento de la desigualdad” (La Nación, 14-8).

En este marco, el panorama ha sido bien resumido por un analista: “A juzgar por los acuerdos políticos alcanzados, parecería que los americanos entrarán en un plan como el que implementó Angela Merkel para Europa, que prescribió un programa de austeridad para curar la debilidad de la economía (…) los planes de ayuda y beneficios sociales que implementó en su momento Obama expirarán en diciembre. Y tal corte de recursos generará una contracción en el PBI de EE.UU. cercano al 2% para 2012. Esto representará la mayor caída de un país desarrollado en los últimos años” (Gabriel Holand, “Salvar al mundo es una tarea demasiado exigente para la Reserva Federal”, BAE, 10-8).

 

La burguesía europea debate el fin del Estado de bienestar… y del euro

 

Frente a esta defección del “líder natural de Occidente”, la Unión Europea es incapaz de asumir el control o incluso de proponerse como conducción alternativa. Mal podría hacerlo cuando ni siquiera puede lidiar razonablemente con los problemas estrictamente europeos. De hecho, los jefes de Estado de la UE daban la sensación de que en el fondo contaban con que la iniciativa de solución a la crisis empezara por Estados Unidos. Ahora caen en la cuenta de que los yanquis, lejos de encabezar y motorizar la recuperación, les traerán problemas adicionales, y la reacción es más bien de total desorientación. En efecto, frente a los embates de la crisis, cruje y se pone en cuestión todo el armado del “Proyecto Europa”, empezando por la moneda: el euro.

La única respuesta que atinan a dar los grandes socios, Alemania y Francia (sobre todo Alemania, que es exactamente la única economía del Primer Mundo que puede mostrar algo de solidez, aunque no mucho dinamismo), es simple y brutal: ajuste para todos. Así lo han manifestado con toda claridad las voces que pesan en la UE. Por ejemplo, el ex economista jefe del Banco Central Europeo (BCE) y uno de los creadores del euro, Otmar Issing, ya dio a entender que es la hora de soltarle la mano nada menos que a Italia, al insinuar que los países que no cumplan con las metas de déficit fiscal de la UE “deberían responder por sí mismos y no recibir ayuda adicional” de las entidades europeas. Y el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, advirtió que “el BCE no puede convertirse en una institución que corrija los errores de política presupuestaria de países como Italia”. Tanto autoridades políticas y económicas como el establishment alemán se inclinan cada vez más por sacarse de encima los socios indeseables de la zona euro. El temor a ser arrastrados en la caída de los socios “pobres” es infinitamente mayor que la voluntad de sostener el “destino europeo” o siquiera la moneda común.

En consecuencia, los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) ya están poniendo las barbas en remojo. Por ejemplo, el gobierno italiano prepara medidas brutales, como un “pacto social” que permita flexibilizar los derechos laborales… con el visto bueno de la burocracia sindical, claro. Hasta analizan incluir en la propia Constitución el límite deuda exigido por la UE y el famoso “déficit cero” (¿se acuerdan de Cavallo en 2001?) a partir de 2013. El ministro de Economía, Giulio Tremonti, reclamó una “reducción de sueldos en el empleo público”, congelamiento de jubilaciones y un “despido del personal compensado con mecanismos de seguridad social más favorables”, una especie de “derecho a despedir” (BAE 11-8). Una columnista del New York Times cree ver “un comienzo de comprensión de que los logros sociales del período de posguerra, que incluyen el acceso universal a la salud, educación, jubilaciones y otros servicios sociales, tienen costos que quizá ya no se puedan cubrir en el mismo grado (…) Eso probablemente influya en la disposición de los italianos a aceptar duras medidas, incluidas un aumento de la edad jubilatoria y mayores aportes individuales al costo de la salud pública” (La Nación, 14-8).

Como se ve, el lema del presidente chileno Piñera, “nada es gratis en esta vida”, gana adeptos en la UE. La columnista incluso cita a un italiano que dice: “no hay duda de que este terremoto nos está haciendo considerar cuáles pueden ser nuestras legítimas expectativas para nuestro nivel de vida” (ídem). Claro, el que dice eso es presidente de la próspera cámara empresarial de Venecia. A “la disposición de los italianos a aceptar duras medidas” nos referiremos más abajo.

Mientras tanto, el bueno del ministro Tremonti ruega a la UE, es decir, a Alemania, que se lance una emisión de “eurobonos”. Esto es, emisión de deuda para poder financiarse pero no a las tasas casi de bonos basura que deben pagar los PIIGS, sino a la tasa del crédito “europeo”. En suma, financiar deuda de país europeo pobre a tasa de país europeo rico. Los italianos, desde ya, no son los únicos: el atribulado Yorgos Papandreu, primer ministro griego, salió a lamer las botas francesas con el mismo pedido. No hubo caso: ni franceses ni alemanes quieren saber nada. En la reciente cumbre Sarkozy-Merkel, el tema eurobonos directamente fue sacado de la agenda, y en cambio se exigió a los europobres lo que ya aceptó la burguesía italiana: elevar el control del déficit fiscal al rango constitucional. Como resumió el duro de Schäuble: “no habrá una salvación a cualquier precio”.

En realidad, la salvación la pagarán, literalmente, a precio de oro: la coalición conservadora gobernante en Alemania, (CDU-FDP, Unión Cristiano-Demócrata y Partido Liberal) ya hizo saber que la solución para Italia y España es, simplemente, vender sus reservas de oro. El economista del FDP Frank Schäffler afirmó que ambos países “deberían utilizar sus activos antes de pedir ayuda a otros”. La medida caería bien en los mercados como señal de que son “países serios”, y recordaron que Italia es el cuarto país por reservas de oro. ¡A vender las joyas de la abuela!

¿Es que los socios ricos de la UE no van a hacer nada por sus colegas en apuros? Sí, algo sí: el BCE se dedicó a comprar deuda de países en problemas. En sólo una semana, el volumen de deuda pública de la eurozona en manos del BCE saltó de 74.000 a 96.000 millones de euros. Un envión sólo comparable al de mayo de 2010, cuando Grecia estaba en el ojo de la tormenta. Y la otra medida fue un tibio intento de frenar la especulación con “ventas en corto” en las Bolsas europeas, prohibidas por Francia, España, Italia y Bélgica (3).

El panorama económico europeo es, en suma, tan o más preocupante que el yanqui. A los socios pobres les llegó la hora de pagar la cuenta del euro (es decir, recibir inversiones y préstamos con tasas y calificación de deuda de socio rico). Y las dos burguesías líderes están demasiado ocupadas en salvar su propio pellejo (y el de sus bancos) como para pensar estratégicamente en escala continental, y ni hablar mundial. La deuda representa una carga fiscal imposible de levantar, y los mecanismos de crédito, con rescate o no, son cartuchos que ya se gastaron y no queda mucho en reserva si la crisis pega un nuevo salto.

Las economías europeas tienen problemas financieros (no tienen dinero para pagar deuda ni quién les dé crédito accesible), de solvencia (la relación deuda/PBI es tan mala que harían falta lustros de crecimiento para ponerse al día) y de productividad (salvo Alemania). Con un agravante: la rigidez del esquema euro quita posibilidades de recurrir a instrumentos monetarios. En la “guerra de monedas”, Europa tiene un brazo atado, porque el euro es un corsé similar a lo que fue en su momento el patrón oro o, en la Argentina, la convertibilidad 1 a 1. Para rescatar el “Proyecto Europa”, las burguesías más fuertes deberían dar señales en el sentido de mecanismos de mayor integración (como los mismos eurobonos). Pero toda la línea Merkel-Sarkozy va en el sentido opuesto: ajuste de línea dura, déficit controlado, créditos para los que hagan buena letra y sálvese quien pueda.

Al mismo tiempo, nadie con dos dedos de frente deja de percibir que semejante política va a avivar el fuego del conflicto social. Pero las autoridades europeas no acusan recibo. El presidente del BCE, Trichet, salió a decir que “tenemos la responsabilidad ante 332 millones de ciudadanos de garantizar la estabilidad de precios”. ¡Pero esto es la rancia política neoliberal del “inflation targeting” (control de inflación), que es lo que menos se necesita cuando la verdadera amenaza es la recesión, la deflación y la desocupación de masas!

Sobre este telón de fondo es que se dan las manifestaciones de rebelión más extendidas y novedosas en años en varios países. El fenómeno muestra varios de los síntomas típicos de las primeras fases del proceso. Lo decisivo y apasionante es que todo indica que hay condiciones para que esos rasgos maduren y se profundicen.

 

Una protesta social conmueve al mundo en respuesta a la crisis capitalista

 

El panorama que acabamos de describir puede ser una coyuntura pasajera, como quieren creer los capitalistas, pero hay sólidos indicios de que la cosa va para largo. Dos intelectuales de origen trotskista plantean la cuestión en términos no muy disímiles. El belga Eric Toussaint estima que “esta crisis va a durar una o dos décadas”, y en cuanto a la movilización social, si bien juzga que “no alcanzó el nivel de diciembre de 2001 en la Argentina”, advierte que “estamos un poco en la situación de los años 30; el crac fue en octubre de 1929 pero las bancarrotas bancarias se desataron en 1933 (…) y las movilizaciones llegaron en 1935-1936” (BAE, 10-8). Y el inglés Alan Freeman, que ubica correctamente, a nuestro juicio, el origen último de la crisis en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia capitalista, advierte que, si bien los tiempos dependen mucho de la respuesta de la lucha de clases, sin una inyección gigantesca de dinero por parte de los estados más importantes el horizonte es a quince años. Explica que la crisis “es tan grande que no hemos visto algo parecido en setenta años. Es importante decirlo, porque si es una crisis de un tipo diferente, los métodos teóricos de los economistas no bastan para entenderla y sus instrumentos tampoco (…) El New Deal (de Roosevelt en los 30. MY) gastó mucho más de lo que gastó Obama en proporción al producto. Y no fue suficiente. De la Gran Depresión se terminó de salir con la Segunda Guerra, con una socialización total de la inversión y un gasto público que llegó a la mitad, ¡la mitad!, del PBI. (…) La burguesía sólo aceptó durante una guerra que el Estado tome el protagonismo que tiene que tomar para salir de crisis como ésta” (BAE, 16-8).

Justamente porque la clave de fondo de la crisis económica es la insuficiente valorización, sostiene Freeman que “el recurso más importante para salir de la crisis es el recurso humano. Del 70 al 80% del trabajo en el mundo está en el sector servicios, así que la clave es movilizar el trabajo. Y el único que lo puede hacer es el Estado. (…) El capital se multiplicó pero empezó a invertirse en instrumentos cada vez más desconectados de la producción. Vimos maniobras impresionantes durante los últimos treinta años para evitar esta crisis. El problema es la caída de la tasa de ganancia” (ídem).

Dicho esto, el elemento que puede ser determinante para la evolución de toda la situación política mundial es el desarrollo de la respuesta social y política a la crisis capitalista mundial, que ya está en marcha. El impacto que esto produce en la conciencia de millones se describe en una columna  con unilateralidades en el análisis pero muy aguda de la periodista Elisabetta Pique, indagando “las claves de una rebelión imparable”, “el estallido social en el mundo” o “la protesta social que conmueve al mundo” (La Nación, 14-8-11).

La enumeración de manifestaciones de esa “rebelión imparable” sorprende por su número, por su extensión geográfica y por su heterogeneidad, pero también por los elementos comunes que pueden distinguirse en ellas.

La “primavera árabe”, que logró sus primeros triunfos con las caídas de los regímenes tunecino y egipcio, sigue hoy en pleno desarrollo, con formas y ritmos desiguales, en Siria y Yemen (el caso de Libia fue, lamentablemente, más mediado por la intervención imperialista). En los países donde triunfó, el reclamo tuvo objetivos en primer lugar democráticos, pero con métodos de movilización y presencia importante de la clase trabajadora, así como límites que hemos señalado en su oportunidad (ver revista SoB N° 25).

En Europa, en cambio, los protagonistas han sido en primer lugar los jóvenes, como los “indignados” de España (y de Grecia, donde las movilizaciones también tienen un fuerte componente obrero, si bien controlados por la burocracia sindical), los “precarios” italianos y ahora las revueltas en Londres y otras ciudades del Reino Unido. Junto con el movimiento de los “indignados” en Israel, y a pesar de que políticamente expresa sólo los primeros vagidos de la respuesta social, el elemento catalizador es indiscutiblemente el ataque a las condiciones de vida. A lo que se agrega un elemento menos tangible pero muy poderoso: el recorte del horizonte laboral y hasta vital que representa para millones de jóvenes el salto a una economía de austeridad, precarización laboral y desempleo.

Esto es particularmente visible en España, con un 43,5% de la juventud desempleada, o en Italia, donde el desempleo no es tan alto pero la precariedad laboral y la zozobra e incertidumbre permanentes sobre el puesto y las condiciones de trabajo oprimen como una pesadilla el porvenir de los jóvenes. En Inglaterra se suma el elemento del racismo y la segregación bajo el velo de las “comunidades”: la tasa de desempleo juvenil general es del 20%, pero entre los jóvenes negros alcanza al 50%.

Una manifestación parecida de descontento por el futuro y rechazo a la precariedad laboral actual o futura la encarnan los estudiantes chilenos, rehenes de un sistema educativo elitista que, para colmo, hipoteca económicamente a estudiantes y graduados (4).

De todos estos procesos hemos venido dando cuenta en las últimas ediciones de nuestra publicación, por lo que no nos detendremos a describirlos en detalle. Sólo queremos resaltar su significación política general en el marco de las condiciones que plantea la nueva fase de la crisis.

En verdad, asistimos a un momento que es clásico del comienzo de los períodos de ascenso de la lucha de clases: la juventud abre el camino. Y lo hace a su modo: de manera explosiva, contradictoria, con alto impacto político pero a la vez de manera no siempre muy orgánica y con objetivos políticos limitados o difusos. En muchos casos, en la rebelión que aparece como juvenil aportan contingentes de trabajadores, pero no organizados como tales. Ya lo harán más adelante; dada la continuidad de la crisis capitalista, es poco menos que inevitable. La entrada en escena del movimiento obrero, con sus organizaciones, sus reclamos, sus métodos de lucha y sus nuevos dirigentes, marcará el comienza de una fase de enfrentamientos entre el capital y el trabajo posiblemente inéditos en décadas.

Es para esta perspectiva que debe prepararse la izquierda marxista, el socialismo revolucionario, porque pueden llegar a abrirse desarrollos de índole verdaderamente histórica. El sistema capitalista, su “democracia” cada vez más impotente, sus partidos e instituciones e incluso su viejo aliado, la burocracia sindical, muestran cada vez más grietas al compás del agravamiento de la crisis. Y esto sucede no ya en tal o cual región de la periferia, sino en el centro mismo del sistema.

La analogía con 1929 debe tomarse con cautela, como toda analogía, pero no es descabellado suponer que efectivamente estamos recién en el comienzo de una reacción de masas que no se había verificado inmediatamente después del estallido de la crisis. Si la actual “rebelión imparable que conmueve al mundo” se profundiza, si el movimiento obrero logra hacerse notar como actor social y político, si comienza a desarrollarse el elemento que aún está más por detrás de la situación, la radicalización política, estaremos en un nuevo mundo. Un mundo en el cual los capitalistas tendrán serias razones para temer por su dominación, y los marxistas revolucionarios tendrán planteados los desafíos más trascendentes desde la década del 30.

Marcelo Yunes

Notas

1. Un economista español de la ortodoxia liberal, Santiago Simón del Burgo, reconoce con todo cinismo que “Grecia acabará saliendo del euro, porque es imposible que no caiga en default, pero no es el momento, porque ahora puede provocar un efecto dominó”, y que por eso “Grecia no puede morir (ahora), la UE la mantendrá con vida, aunque sea con respiración asistida. Si de aquí a dos o tres años Europa ya está creciendo y sana, le desconectarán la máquina” (BAE, 9-8).

2. A tal extremo llega la injusticia que se dio el colmo: ¡Warren Buffet, multimillonario y uno de los tres hombres más ricos del mundo, le reclamó a Obama que les cobre impuestos a los ricos como él! Incluso citó el caso de que los trabajadores de sus empresas tributan una media del 36%, contra sólo un 17,4% que paga él. “Ha llegado la hora de que nuestro gobierno se ponga serio sobre el sacrificio compartido”, sostuvo. ¡Increíble: hasta los billonarios yanquis son más “progresistas” que Obama!

3. Las “ventas en corto” o al descubierto son un mecanismo que consiste en vender acciones que en realidad no se tienen, apostando a que bajen. Con el producto de la venta, y una vez que bajaron, se compran de verdad, embolsando la diferencia. Lo pérfido del negocio es que alimenta una bola de bajas especulativas de acciones y bonos.

4. Recordamos que aquí nos hemos limitado a la situación del Primer Mundo. El impacto de la crisis en América Latina y en Argentina será motivo de análisis en un texto en preparación.

 

 

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