Feb - 27 - 2014

Ya van quince días de agitación en Venezuela. A partir de la provocación montada por Leopoldo López y su partido el 12 de febrero, y de los muertos generados por los choques de los estudiantes escuálidos con el chavismo, la situación no ha parado de deteriorarse. Este sector de la oposición logró con su acción provocar una crisis de conjunto, la que ahora se expresa en los primeros saqueos a supermercados y la generalización de barricadas en algunos barrios pudientes. A continuación daremos un pantallazo de la evolución de los acontecimientos hasta el momento.

La crisis económica y política en Venezuela ha acelerado su marcha en las últimas semanas. Las evidentes señales de agotamiento de la economía de capitalismo de Estado, iniciada por Chávez y cuyos problemas le están estallando a Nicolás Maduro, se combinan con un fuerte desgaste político no sólo del gobierno sino del conjunto del régimen bolivariano, más aún a partir de la crisis desatada dos semanas atrás. En ese marco, las palabras “golpe de Estado” resuenan todo el tiempo, sea como denuncia del gobierno, sea como desmentida de la oposición, sea como programa y política efectivas de sectores de la derecha venezolana y no venezolana; entre ellas, el gobierno de Obama y medios imperialistas como la CNN, que si no tienen una posición abiertamente golpista, le hacen el juego a la provocación. En este ambiente enrarecido, es importante establecer algunos criterios centrales para una política socialista revolucionaria independiente.

El triunfo electoral del chavismo en las elecciones municipales, que le había dado un poco de aire para encarar (con el acuerdo explícito o implícito de la oposición derechista) medidas de ajuste económico, se reveló de corto alcance. El telón de fondo del descontento masivo, que la derecha busca aprovechar, es un profundo deterioro de las condiciones cotidianas de vida. A la disparada de la inflación, que supera el 50% anual (y llega al 70% en los alimentos), se le suma el desabastecimiento de los productos de primera necesidad, que las propias cifras oficiales reconocen en un piso del 30%.

Desde las manifestaciones del 12 de febrero, con un saldo de 16 muertos, decenas de heridos y cientos de manifestantes presos, la atmósfera política se corta con un cuchillo y la tensión crece por minuto. Desde el primer momento, Maduro salió a denunciar el “golpe de Estado fascista”, que abarcaría desde Leopoldo López hasta cualquier manifestante que se queje del gobierno por lo que sea. Claro que después de los muertos del 12 convocó a un “diálogo por la paz” a la oposición, especialmente a Capriles (que primero aseguró su presencia y luego se desdijo).

La crisis ha generado divisiones tanto en el oficialismo como en la oposición. Por un lado, en el chavismo aparecen matices a derecha (descontentos con la represión) y a izquierda (contra la política económica de ajuste). Por el otro, y contra la propaganda de los sectores afines al chavismo de que “son todos iguales”, hay diferencias en los objetivos inmediatos y la manera de alcanzarlos. El golpismo de Leopoldo López y otros sectores escuálidos que quieren forzar ya la renuncia de Maduro no son hoy (recalcamos: hoy) quienes deciden la estrategia de la derecha, aunque están logrando imponer una cierta lógica en los hechos desestabilizadores.

Sin embargo, la victimización y las comparaciones que hace el chavismo con el golpe de abril de 2002 son forzadas. Más allá de que el conjunto de la actual oposición haya sido golpista en ese momento, hasta hoy, ni las fuerzas armadas, ni los sectores decisivos de la patronal (Fedecámaras, Grupo Cisneros), ni la Iglesia llaman a deshacerse de Maduro. Esto no quiere decir que la provocación desatada por Leopoldo López no haya producido un giro en la coyuntura, desatando una crisis de proporciones que sigue en curso al cierre de esta edición y ha obligando, incluso, a salir a la calle al conjunto de la oposición exigiendo la libertad del propio López; ver en este sentido las inmensas movilizaciones del domingo pasado encabezadas por Capriles.

El presidente venezolano, a la vez que hace resonantes denuncias al “golpe fascista”, apela, como dijo el gobernador de Táchira, a la contención de los sectores de masas afines al gobierno, no a su movilización (reeditando aquí lo que hizo Chávez en 2002). Y, en acabada demostración de que el Estado venezolano no tiene un gramo de socialismo y sí mucho de capitalismo de Estado, se recuesta sobre medidas bonapartistas y organismos paraestatales sin control por parte de las masas (y a veces tampoco del propio gobierno) para reprimir el descontento, sea éste instrumentalizado por la derecha o genuino.

La provocación golpista hay que derrotarla en las calles con la movilización real de las masas

La única forma eficaz de aplastar la dinámica potencialmente golpista en curso, es mediante los métodos de la clase trabajadora, la movilización de masas, la huelga general, el armamento de los obreros y sectores populares.

Maduro hace lo contrario: contiene o directamente reprime toda manifestación independiente del gobierno, toda lucha obrera o popular que no es capaz de controlar con el aparato de Estado o la burocracia sindical oficial (ver la detención semanas atrás de dirigentes petroleros), y a la vez recurre a la organización de milicias paraestatales, secretas, sin participación ni intervención popular sino a espaldas de ellas.

Por otra parte, es un error completo sacar este aspecto bonapartista del contexto de la situación de conjunto, al extremo de afirmar que “la principal tarea de la izquierda y las organizaciones sociales sea oponerse a este ataque a las libertades democráticas” como sostiene el PSL (Partido Socialismo y Libertad, organización afín a Izquierda Socialista en Argentina), lo que lleva lógicamente a la aberración de hacer unidad de acción con las movilizaciones de la derecha

Desde ya, repudiamos el curso de militarización bonapartista impulsado por el gobierno chavista, que se apoya en el ejército como tabla de salvación en vez de apelar a la más amplia organización y movilización independiente de la clase obrera y el pueblo. Pero en los próximos días y semanas, el grado de deterioro del gobierno, su incapacidad y corrupción, su rumbo de ajuste económico y represión policial, pueden hacer que la derecha escuálida y el imperialismo aprovechen para forzar las cosas y adelantar el calendario político (la salida del gobierno de Maduro), que señala que hasta 2016 no hay ninguna posibilidad de cambio de gobierno. Este peligro no es el de hoy, pero puede serlo mañana.

Nuestra posición es absolutamente independiente del gobierno chavista y su proyecto de capitalismo de Estado disfrazado de “socialismo”, cuyos límites se hacen cada vez más visibles. Pero el desastre económico, político y social del régimen chavista abona un descontento creciente que hoy, ante el insuficiente desarrollo de organizaciones políticas y sindicales de los trabajadores e independientes (¡algo en lo que el chavismo y sus acólitos en Venezuela y toda Latinoamérica tuvieron enorme responsabilidad![1]), tiene como principal beneficiario político al antichavismo de derecha.

Por eso, de ninguna manera nos sumamos a las movilizaciones que, más allá de las intenciones de los manifestantes, fortalecen a sus organizadores y promotores de derecha, sean abiertamente golpistas o “institucionales”. Pero al mismo tiempo denunciamos la política del gobierno de Maduro, cuyo ajuste no hace más que alimentar el descontento, que confía el combate a la derecha en el ejército y la policía y que desactiva la única arma efectiva contra un eventual desarrollo de la opción golpista: derrotarla en las calles con la movilización real de las masas.

Los problemas que afligen al conjunto del pueblo venezolano no tendrán solución de la mano de un régimen chavista que, en su etapa de decadencia, socava sus propios y limitados logros. Mucho menos del lado de la oposición escuálida, algunos de cuyos voceros más calificados, como Leopoldo López, abogan no ya por la liquidación de las misiones sino directamente por la privatización de PDVSA. La única manera de salir del desastre económico de la “República Bolivariana” sin caer en el pantano neoliberal y reaccionario de los escuálidos, es dar pasos en la construcción de una salida independiente desde los trabajadores que aplaste toda intentona golpista y derrote el ajuste de Maduro desbordándolo por la izquierda.



[1] Sólo basta recordar aquí cómo el chavismo destruyó, ex profeso, la posibilidad de la puesta en pie de una central obrera independiente de la vieja burocracia, uno de los fenómenos más dinámicos que dejó la lucha contra el golpe del 2002 y, sobre todo, el paro-sabotaje petrolero de comienzos del 2003, cuya derrota quedó en manos, centralmente, de los trabajadores de PDVSA organizados de manera independiente.

 

Por Marcelo Yunes, Socialismo o Barbarie, semanario, 27/02/2014

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