Mar - 2 - 2014

Peligro de una ruptura territorial entre los oblasts (“regiones”) al noroeste del Dnieper, que mayoritariamente habrían apoyado el “Euro-Maidan” –el movimiento que derrocó a Yanukovich– y los situados al sureste, que en cambio no sostuvieron al movimiento opositor pro-Unión Europea y que hoy se rebelan con el apoyo militar de Rusia                                                                                

La crisis política de Ucrania, que analizamos hace dos meses en Socialismo o Barbarie (19/12/2014), fue agravándose hasta desembocar en la caída de Viktor Yanukovich, el presidente electo en 2010.

Pero su retirada, o más bien su huída días atrás, está muy lejos de haber cerrado la crisis. Y, menos aun, implica que se haya abierto un curso progresivo que augure una salida favorable para los trabajadores y la juventud ucraniana.

Por el contrario se ha puesto al orden del día el peligro de una partición de Ucrania, de una ruptura territorial entre los oblasts (“regiones”) al noroeste del rio Dnieper, que mayoritariamente habrían apoyado el “Euro-Maidan” –el movimiento que derrocó a Yanukovich– y los situados al sureste, que en cambio no sostuvieron al movimiento opositor.

Incluso, en varias ciudades y regiones importantes del sureste, como Járkov –uno de los principales centros industriales– y Crimea –que es una República Autónoma con el estratégico puerto de Sebastopol–, hubo fuertes movilizaciones contrarias al Euro-Maidan, que habrían crecido con el desenlace de la huida de Yanukovich de Kiev.

Esto, por supuesto no es una sorpresa para nadie, tampoco para los que, desde afuera, vienen moviendo los hilos de la política ucraniana. Por un lado, Alemania (a nombre de la Unión Europea) y EEUU (que hace su propio juego); por el otro, la Rusia de Putin, un renovado Imperio que no es más “progresivo” ni tampoco un “mal menor” en comparación con sus rivales geopolíticos de Occidente.

Tanto los operadores occidentales como los de Moscú actúan sobre una realidad social y política, y sobre herencias históricas y problemas que podrían facilitar una secesión de Ucrania.

Es que Ucrania arrastra una serie de diferencias regionales que se han utilizado (y pueden volver a usarse) de combustible para luchas fratricidas. Entre ellas están las diferencias de idioma, de comunidad religiosa, etc. Al sureste, hay un amplio sector rusificado, que en muchas ciudades y oblasts es mayoritario; al noroeste domina el idioma ucraniano. Al este, el credo ampliamente dominante es el ortodoxo; al oeste, los “uniatos”, relacionados con la occidental Iglesia Católica, les hacen competencia, junto con otras confesiones.

Jugar con fuego: el espejismo de la Unión Europea

Pero no fue el dilema de persignarse de derecha a izquierda (los ortodoxos) o de izquierda a derecha (los papistas) el desencadenante del estallido que tumbó a Yanukovich, sino la cuestión de la Unión Europea. Fue una bomba con la que jugó para contentar a la gente y que explotó finalmente en sus narices.

Yanukovich, aunque esencialmente fiel a Moscú, cavó su propia fosa. Inició y alentó durante dos largos años negociaciones (y exageradas ilusiones) en un eventual acuerdo con la Unión Europea. Finalmente, cuando parecía a punto de firmarse, dio marcha atrás. Los motivos eran justificados: los buitres de la Unión Europea imponían condiciones leoninas. De aceptarlas, hubiese significado la ruina de gran parte de la industria ucraniana.

Sin embargo, los amplios sectores esperanzados en la UE, no atendieron razones. Muchos ya estaban hartos de cuatro años de presidencia de Yanukovich, que habían desilusionado a gran parte de sus votantes. Pero también actuó un factor más profundo e “irracional”, que un activista obrero ucraniano describe así en una entrevista:

“Hay que entender desde el principio que mucha gente tiene una peculiar comprensión de ‘Europa’. Ven un ideal utópico –sociedad sin corrupción, con altos salarios, seguridad social, imperio de la ley, políticos honestos, caras sonrientes, calles limpias, etc.– y a eso lo llaman ‘Unión Europea’. Cuando uno intenta explicarles que la Unión Europea no tiene nada que ver con esa bonita pintura, que actualmente su pueblo quema las banderas de la UE y protesta contra los ajustes, etc., esa gente te contesta: ‘¿Y qué? ¿Acaso en Rusia se vive mejor?’

“Pero, por el otro lado, está el hecho de Ucrania ha sido históricamente dividida en dos entidades cultural/político/lingüísticas. La parte del sur y el este tienen más habitantes, casi toda la industria, hablan ruso y son más fieles a la agenda cultural y política “pro-rusa”, incluso a la nostalgia de la Unión Soviética. En el oeste de Ucrania son más agrarios, hay menos población, hablan más el ucraniano y se recuestan más en el oeste. Durante la última década, Kiev se ha desplazado políticamente de la primera a la segunda parte.”[“Maidan and its contradictions: interview with a Ukrainian revolutionary syndicalist”, Přátelé Komunizace, 19/02/2014]

Es sobre esa realidad que operan tanto desde la Unión Europea como desde Moscú para disputarse la “torta” ucraniana. Un gran peligro es que, en este “tira y afloja”, Ucrania se desgarre en dos pedazos, que respectivamente se transformen en sendas semicolonias de Berlín y Moscú, respectivamente.

Moscú no cree en lágrimas

Es importante tener claro este marco internacional en que se desarrollan los acontecimientos ucranianos. O sea, el papel que juegan la UE germanizada, por un lado, Moscú, por el otro… y EEUU con idas y vueltas que reflejan diferencias tácticas y de intereses en Washington.[1]

Recalcamos esto, porque gran parte del “progresismo” castro-chavista, y en general de las viudas de Stalin, se empeñan en presentar a Rusia y China como potencias cuanto menos “benévolas” e incluso hasta “progresistas” y “antiimperialistas”. Someterse a los dictados de Moscú sería ventajoso para los ucranianos.

La realidad es muy distinta. Ucrania, y especialmente su clase trabajadora, iba a un desastre con los proyectados acuerdos con la Unión Europea. Pero la alternativa por la que habría optado Yanukovich –firmar en Moscú el tratado de ingreso a la Comunidad Económica de Eurasia con Rusia, Bielorrusia, Kazajistán y otros países de la ex URSS– no era menos mala. La entrada a la Comunidad Económica de Eurasia implica, por ejemplo, imponer a la clase trabajadora ucraniana la pérdida de gran parte de sus conquistas sociales y laborales… Y tampoco le garantiza que sus empleos no sean arrasados por la competencia, especialmente con Rusia.

Por lo pronto, la consecuencia inmediata del ingreso a la Comunidad Económica de Eurasia, es que Ucrania se obliga a adoptar sus normas y patrones laborales… que son mucho peores, neoliberales salvajes.

Es que Ucrania, a pesar de sus crisis recurrentes, ha mantenido un nivel de vida superior al de Rusia y Bielorrusia, y conservado derechos laborales mayores. Todo eso, se iría al diablo, dentro de la Comunidad Económica de Eurasia. Aunque tampoco estaría protegidos en la UE, que los está liquidando en todo su territorio.

El gran problema: traer de vuelta a la clase obrera

Como lo señala repetidas veces el activista obrero que citamos (y también otros militantes de la izquierda “roja” –trotskistas y anarquistas– de Ucrania y otros países de la región), la clave de todo es que la clase trabajadora no ha vuelto aún a escena, no sólo políticamente sino tampoco con luchas “económicas”.

Por eso, como dice el dirigente de una organización revolucionaria de la vecina Rumania, “para que las cosas tengan sentido en Ucrania, necesitamos traer de nuevo a la clase trabajadora”.[2] Ese inmenso proletariado aún no ha superado la atomización ni el “agujero negro” en su conciencia que le dejó el stalinismo.

Eso no implica que los miembros de la clase obrera sean “pasivos” por definición. Pero sí que cuando intervienen en luchas o movilizaciones “lo hacen como ‘ucranianos’, o ‘ciudadanos’, pero no como ‘trabajadores’…”[“Interview with a Ukrainian revolutionary syndicalist”, cit.] Y agrega: “la clase obrera sigue siendo en parte apática, y en parte confía en los grandes partidos populistas burgueses”.

Asimismo, en esta situación pesa el hecho de que el proletariado, como ya señalamos, aún no ha perdido muchas de las concesiones heredadas de la época soviética… que son administradas por los mismos aparatos de burócratas sindicales.

Por una combinación de circunstancias, la nueva burguesía postsoviética ha vivido peleándose entre pro-rusos y pro-UE. No ha sido, entonces, suficientemente fuerte y unida como para establecer un régimen brutal autoritario como el de Putin o el Lukashenko en Bielorrusia, que junto al capitalismo de estado impone normas de neoliberalismo salvaje para los trabajadores. Así, el nivel de vida de los trabajadores en Ucrania es sensiblemente superior al de Rusia y Bielorrusia.

Esto habría sido un factor importante para que, después de la colosal ola de huelgas de 1990, en los días de agonía de la URSS, Ucrania sea un país donde es raro un paro de actividades, incluso en circunstancias excepcionales. Así, en medio de las convulsiones del Euro-Maidan, la gente iba normalmente a trabajar. Un hecho que, además, refleja el carácter de clase de la mayor parte de los movilizados.

Sin embargo, mantener un nivel de “conquistas” esto se está volviendo “insostenible” para el capitalismo ucraniano. La ferocidad de las peleas entre los sectores pro-UE y pro-Rusia, revela al mismo tiempo la necesidad “estructural” de ajustar cuentas con la clase trabajadora. En la medida en que se logre un “gobierno fuerte” para todo el país y/o que la cosa se resuelva por vía de la partición de Ucrania, la clase obrera corre el peligro de ser quien pague la cuenta.

El papel notorio (aunque todavía no dirigente) de los grupos fascistas anti-rusos en el Euro-Maidan y la aparición en el este de grupos similares aunque pro rusos –los llamados “Cosacos”–, redobla la necesidad de que los trabajadores entren en escena, como clase y no como “individuos” ni “ciudadanos”.

Además de los fascistas de Svoboda, los grupos neonazis tuvieron una presencia creciente en el Euro-Maidan…

 



[1].- Ver Wallerstein, “The Geopolitics of Ukraine’s Schism”, blog Commentary, 15/02/2014.

[2].- Florin Poenaru, «To make sense of Ukraine, we need to bring the class back in»,criticatac, 24/02/2014.

Por Claudio Testa, Socialismo o Barbarie, periódico, 27/02/2014

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