Mar - 28 - 2014

El general Abdul Fatah al-Sisi es hoy el virtual dictador de Egipto. Para legalizar su situación, en mayo próximo hará elecciones presidenciales. Con esa meta, en enero pasado, logró que el 98% de los votantes aprobara una nueva “Constitución” redactada a su medida por sus escribas jurídicos…. Claro que se menciona menos que sólo el 32% del padrón fue a votar…

Ahora al-Sisi quiere batir otro record (en una actividad que no figura en el Guinness Book): el de condenas a muerte. Uno sólo de sus tribunales, en sólo dos días de juicio, dictó 528 condenas a muerte, un verdadero record mundial. Para facilitar las cosas, en el segundo día del “juicio” no dejaron entrar a los abogados defensores. Sus alegatos hubieran impedido que las condenas se produjeran a una velocidad que convierte a la justicia egipcia en la de mayor productividad del planeta.

Y ahora otro tribunal, quizás por envidia, inicia un nuevo juicio a casi 700 imputados. Entre ellos se cuenta el ex presidente Morsi.

Anotemos al margen, que el record de 528 condenas a muerte no fue noticia en medios como la CNN en español y otros de su calaña. Están ocupados en denunciar los horrores de la sanguinaria dictadura chavista en Venezuela o el renovado peligro de invasión de las hordas rusas a Europa, encabezadas por Putin el Terrible.

Pese a los esfuerzos de muchos en poner sordina, la barbaridad de estas 528 condenas a muerte ha desatado una ola de repudio, en el mismo Egipto y también en Europa y Medio Oriente.

En su momento, alertamos sobre las graves consecuencias que tendría para el curso político de Egipto (y de toda la región), el hecho de que al-Sisi y los militares se apropiaran de la gran movilización popular contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes. Recordemos que a inicios de julio del año pasado el gobierno de Morsi estaba contra las cuerdas… pero al mismo tiempo ese enorme movimiento no tenía una alternativa propia de recambio del gobierno islamista.

En ese vacío político, al-Sisi y las fuerzas armadas se apoderaron del gobierno, presentándose como ejecutores de la “voluntad popular”. En ese momento, dijimos que, por su forma, esto no aparecía como un golpe de estado “clásico” (como los de Videla o Pinochet, por ejemplo). Pero, por su contenido, “sus consecuencias serán no menos peligrosas”.[1]

Efectivamente, desde entonces, la sangre no ha dejado de correr en Egipto. Según un informe de organismos de derechos humanos de Egipto, desde ese 3 de julio de 2013 hasta 31 de enero de este año, un total de 3.143 personas han sido asesinadas, la gran mayoría civiles muertos por la policía en movilizaciones de protesta. Asimismo, 16.000 personas han sido arrestadas en actos de protesta y hay unos 2.590 activistas políticos, sindicales y sociales presos, en su mayoría de la Hermandad Musulmana.[2]

Pero lo notable es que en Egipto está fracasando este intento de imponer “la paz de los sepulcros”. Y esto sucede en dos frentes muy diferentes (y, en el fondo, opuestos): el de la Hermandad Musulmana y el del movimiento obrero, juvenil y social.

Todos los observadores coinciden en que la represión a la Hermandad (con hechos como estas 528 condenas) no ha hecho más que fortalecerla. En los últimos días de Morsi, la Hermandad estaba profundamente desmoralizada y en desbande frente al repudio y la movilización de millones de egipcios contra su gobierno. El golpe militar y sobre todo la represión sanguinaria, la pusieron de pie.

El movimiento obrero vuelve a escena

Pero no es único problema de al-Sisi y sus militares. A diferencia de Siria y otros países tocados por la ola de la Primavera Árabe, en Egipto la clase trabajadora y el movimiento obrero jugaron un papel de primer orden aunque no ha llegado a ser hegemónico. Allí se dio un hecho sin paralelo en otros países, de eclosión de un gran movimiento sindical independiente y de sucesivas olas de conflictos desde la caída de la dictadura de Mubarak.

La política de al-Sisi no fue inicialmente la de desatar una represión como hizo contra los Hermanos, sino la de cooptar a un amplio sector de dirigentes, en primer lugar el presidente de la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes (EFITU), Kamal Abu Eita, que pasó a ser ministro de Trabajo.

La cooptación, combinada luego con la represión, han golpeado al movimiento obrero, pero no han logrado paralizarlo. El efecto inicial de la abierta traición de Abu Eita (y con él de otros dirigentes) fue el de un brusco descenso de la conflictividad, que había alcanzado un pico histórico en los últimos meses de Morsi.

Hoy se registra un nuevo ascenso de luchas. Van desde gremios profesionales (como los de la sanidad, médicos, farmacéuticos, enfermeros, etc.) hasta sectores obreros, entre ellos decenas de miles de trabajadores del transporte de El Cairo y Alejandría con varios días de paro, huelgas en el correo que motivaron la prisión de varios dirigentes, conflictos y protestas en Suez (Cerámica Cleopatra y otras fábricas) y en textiles de Mahalla, etc. En total, según el Egyptian Centre for Human Rights, en los dos primeros meses del año, se registraron 54 huelgas y conflictos, en los que participaron más de 100.000 trabajadores.

Este “retorno” de las luchas obreras pone de presente no sólo la posibilidad de reconstruir un movimiento obrero independiente seriamente dañado por la traición de Abu Eita y otros dirigentes. Asimismo hace más aguda y concreta la necesidad de que también levante una alternativa política independiente y clasista, tanto frente a al-Sisi como a la oposición islamista. Será la única garantía de que no se repita lo ocurrido con Abu Eita y la EFITU.



[1].- “Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie”, 03/07/2013.

[2].- Jim Lobe, “Increased Instability Predicted for Egypt”, Inter Press Service (IPS), March 26, 2014.

Por Elías Saadi, Socialismo o Barbarie, Nº 182, 27/03/2014

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