Jun - 20 - 2014

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“Nos está tocando vivir el comienzo del siglo XXI con el capitalismo reinando como nunca sobre
todo el orbe. A la vez, una serie crisis nos afecta: al movimiento obrero y revolucionario
parece habérsele cerrado toda perspectiva (…) Más de conjunto, es un hecho que desde la
década del 30, las corrientes socialistas revolucionarias y el trotskismo como parte
de ellas, se han visto confinadas a una marginalidad de la que no pudieron sobreponerse de
manera duradera. Y, sin embargo, el derrumbe del estalinismo en Europa del Este –un cataclismo
histórico que ha supuesto el trastorno de todo tipo de relaciones sociales y políticas
a escala mundial– ha significado el fin del su yugo histórico sobre la clase trabajadora y
que, finalmente, ésta tenga la posibilidad de reconstruirse o refundarse sobre nuevas bases,
socialistas y revolucionarias” (“Aportar al relanzamiento de la batalla por el socialismo”.
Roberto Sáenz. Documento votado en la Conferencia Nacional
fundadora del Nuevo MAS, diciembre de 1999).

A propósito de un reciente viaje a Europa nos surgió la reflexión acerca del momento particular por el que esta recorriendo el movimiento trotskista internacional. En realidad, una reflexión de este tipo había sido mandatada por la reciente reunión internacional de nuestra corriente realizada en febrero de este año, dentro de la cual estaba planteada insertar la experiencia constructiva concreta de Socialismo o Barbarie. Se trata esta de una versión editada de un texto mayor que es sólo de circulación para nuestra militancia.

Los grandes “parte–aguas” históricos

Comencemos señalando que a partir de la experiencia histórica acumulada pueden identificarse algunas de las leyes de construcción de las corrientes internacionales revolucionarias. Todo el mundo conoce la historia de las internacionales y como el trotskismo surgió de su heroica pelea contra el estalinismo. Luego de la muerte de Trotsky, su movimiento se dividió en varias tendencias internacionales, tendencias que se han ido renovando al calor de los procesos de la lucha de clases internacional.

De todas maneras, la continuidad del socialismo revolucionario –como corriente política del movimiento obrero– había quedado asegurada. Como es conocido, a esta tarea Trotsky la consideró la más importante de su vida; una tarea que sin él nadie hubiera podido asumir en ese momento histórico, en plena “noche negra del siglo XX”, con la emergencia simultanea del nazismo y el estalinismo.

De cualquier manera, no nos interesa delinear aquí un análisis “histórico” de la IV Internacional y sus vicisitudes, sino establecer algunos parámetros generales acerca de lo que podríamos identificar como la lógica del surgimiento de las distintas corrientes internacionales.

La primera “ley” tiene que ver con que la generalidad de las tendencias internacionales de la clase obrera ha tendido siempre a surgir a partir de grandes “parte aguas” de la lucha de clases mundial; parte–aguas que tanto pueden unir como dividir. Se trata de una ley que estos “parte–aguas históricos–universales” han dado lugar a divisiones, uniones, reagrupamientos, fundaciones, etcétera.

Los casos de esta circunstancia han sido variados. Su “mecánica” es que siempre ocurren alrededor de grandes hechos de la lucha de clases internacional. Marx llegó a la conclusión que la tarea histórica de la I Internacional había llegado a su fin y que había que disolverla –para que no cayera en manos de los anarquistas– luego de la derrota de la Comuna de París en 1871. Lenin comprendió la necesidad de fundar una nueva internacional luego que el 4 de agosto de 1914 la Socialdemocracia alemana capitulara votando a favor de los créditos de guerra en el Reichstag. La Tercera Internacional se funda en enero de 1919 al calor de la Revolución Rusa. Otro similar acontecimiento de magnitud histórica convence a Trotsky que la Tercera Internacional estaba muerta y que había que fundar la Cuarta: la capitulación del estalinismo al nazismo a comienzos de 1933. Ya en la segunda posguerra el joven movimiento trotskista se dividirá y/o unificará alrededor de grandes acontecimientos: la expropiación del capitalismo en Europa oriental, el levantamiento antiestalinista en Berlín (1953), la revolución china, la cubana, etcétera.

Parte de esto que venimos señalando es el inmenso parte–aguas que significó la caída del Muro de Berlín y su impacto en todas las diversas corrientes en que estaba dividido el movimiento trotskista de la época[1]. En resumidas cuentas, produjo una crisis general del mismo como subproducto de un proceso que resultaría en gran medida imprevisto (por la manera que ocurrió) y que obligaba a repensar las lecciones de la lucha de clases del siglo XX: “Al ser este inmenso proceso en muchos aspectos distinto a como lo habíamos previsto y revelador de una bancarrota catastrófica de estos estados que considerábamos obreros, se ha puesto ante la Internacional [por referencia, en dicho momento, a la vieja LIT] la obligación de interrogarse sobre el curso histórico seguido por los mismos, y el porqué de la llegada a su actual situación” (“Problemas del Estado soviético según la visión de Lenin”, Roberto Sáenz, mayo 1993).

Así las cosas, es evidente que uno de los elementos de delimitación en las diversas corrientes del trotskismo y / o tendencias emergentes de este acontecimiento epocal, fueron las conclusiones que se fueron sacando –o no– alrededor de la experiencia de burocratización de las revoluciones del siglo XX, la actualización de la teoría de la revolución permanente alrededor de las enseñanzas de las revoluciones de la segunda posguerra y los aprendizajes que esas experiencias han dejado en materia de enriquecimiento del patrimonio del socialismo revolucionario, del trotskismo.

También el análisis de los procesos de rebelión popular comenzados con el nuevo siglo y la reafirmación en el terreno del carácter insustituible del partido revolucionario de tipo leninista a la hora de las tareas planteadas de refundación y recomposición de la clase obrera.

Retomando nuestro argumento, señalemos que estos eventos o acontecimientos epocales son los “puntos de Arquímedes” alrededor de los cuales se define siempre el “rediseño” del panorama de las corrientes revolucionarias. Y más aun cuando el último gran acontecimiento universal ha sido semejante acontecimiento histórico como la caída del Muro de Berlín, que cerró una experiencia histórica como la sustanciada por las revoluciones socialistas y/o anticapitalistas del siglo XX y planteó, estratégicamente, la apertura de otra nueva: la refundación revolucionaria del movimiento obrero y el relanzamiento de la revolución socialista en el nuevo siglo: “La hipótesis sobre la que se asienta este ensayo es la presunción de que está en curso un proceso de surgimiento de una nueva clase trabajadora a escala mundial, más amplia y más compleja que la anterior, que se configura en una dialéctica de fragmentación, ‘exclusión’, pero también de creciente asalarización. El viejo movimiento obrero está en crisis y agonía. Pero sobre el terreno de la emergencia de una nueva clase trabajadora se están desarrollando embrionarios, desiguales, pero valiosísimos fenómenos de resistencia y de reorganización que pueden comenzar a prefigurar una recomposición global del movimiento obrero sobre nuevas bases” (Roberto Sáenz y Hernán Camarero “La refundación del movimiento obrero. Apuntes desde una perspectiva socialista revolucionaria”. Agosto 1998).

La acumulación de experiencias que está viviendo la clase obrera mundialmente hablando, está yendo en esta perspectiva general que trazábamos quince años atrás, y es lo que sienta los fundamentos del nuevo período histórico en el que podríamos estar entrando las corrientes del socialismo revolucionario en lo que hace a nuestras posibilidades de construcción y proyección hacia más amplios sectores a partir, en primer lugar, de hacer pié en el proceso global de emergencia de una nueva generación obrera.

Una comunidad de perspectivas, proyectos, militancia y experiencias constructivas

Ninguna corriente internacional nace “puesta”; más allá de sentar sus fundamentos estratégicos, luego hay que construirla de manera efectiva. Salvo que se trate del reagrupamiento con alguna corriente internacional preexistente, o que por razones determinadas sea una tendencia al interior de una organización mayor, en general la emergencia de nuevas corrientes internacionales que generalmente asumen, primeramente, formas nacionales, lo hacen caracterizadas por una infinita estrechez organizativa. Se podría decir que son una “comunidad” de perspectivas, proyectos, militancia y experiencias constructivas, amén de ser un ámbito de elaboración teórico y político colectivo.

De ahí, también, que sea preferible hablar de “corrientes internacionales” y no de “internacionales” hechas y derechas cuando nos referimos a los agrupamientos en los que está dividido el trotskismo a nivel internacional. Y por un problema de proporciones evidente.

Es que para ser una “internacional” hacen falta determinadas proporciones en materia de cantidad de militantes, relaciones con las clases trabajadoras de los distintos países en los que está asentada, etcétera, que están completamente por fuera de la envergadura de las corrientes revolucionarias actuales.

La realidad es que la generalidad de las tendencias del trotskismo desde la posguerra y hasta el día de hoy son más bien corrientes y ninguna un internacional como tal; tendencias dónde lo que debe mandar es la comprensión común del programa y las tareas que deben tener sus integrantes, los grupos que constituyen la misma, y que hacen a determinados matices de opinión y concepciones en relación a las demás tendencias del movimiento trotskista.

Será necesaria la emergencia de un proceso objetivo de radicalización de porciones de la vanguardia obrera en el terreno internacional (a partir de grandes hechos de la lucha de clases mundial), para que se puedan comenzar a dar pasos en el sentido de un salto en calidad para constituirse en Internacional.

En este sentido la IV Internacional siempre fue una internacional más en el sentido de ser un polo político–programático y un ámbito de unidad en la experiencia de determinados cuadros y militantes globalmente hablando, que una verdadera internacional desde el punto de vista organizativo. Esto fue así incluso, en vida del propio Trotsky, más allá que el gran revolucionario ruso era una figura de tal proyección internacional que le daba otra dimensión a las cosas.

Se trata de un desafío que, sin embargo, está colocado en el horizonte histórico (bajo la vía de una refundación de la IV sobre la base de las lecciones del siglo pasado), esto en la medida que nuevas experiencias de la revolución socialista vayan desencadenándose en este nuevo siglo.

Si repasamos –de manera aleatoria– la historia de las corrientes del trotskismo en el último medio siglo, veremos una serie de “regularidades”. Si tomamos el SWP inglés (hoy afectado por una serie crisis), es sabido que el “cliffismo” se escindió de la IV en 1949 a propósito de la caracterización de los estados fundados por el estalismo en el Este europeo. Su definición de “capitalismo de Estado” tampoco acertaba en el blanco: tenía la seria consecuencia de ser “anti–defensista”[2]. En cualquier caso, está corriente comenzó a partir de ese momento a configurarse bajo el nombre de International Socialist agrupando sólo a un puñado de militantes en Inglaterra hasta bien entrada la década de 1960. Con el Mayo francés, y el ascenso que sobrevino a él en la propia Inglaterra, pegaron un salto logrando un piso constructivo más alto.

En el caso del “mandelismo”, esta fue una corriente común con el llamado “pablismo” a lo largo de los años ‘50[3], para luego escindirse de este a comienzos de los años 60. En Francia después de una larga experiencia de entrismo en los PC y la juventud del PC surge (a propósito del Mayo Francés) la Juventud Comunista Revolucionaria y luego la Liga Comunista Revolucionaria, organización que en los años ‘70 llegó a tener un importante dinamismo en dicho país. El mandelismo “heredó” un conjunto de relaciones internacionales que venían del tronco histórico de la IV, pasando a ser el centro del trotskismo internacional desde finales de la Segunda Guerra Mundial, lo que le otorgó bases muy distintas a su desarrollo (de allí que hasta el día de hoy sean considerados en Europa como la “Cuarta Internacional”).

En el caso del “morenismo” es sabido que comienza a actuar como corriente nacional a partir de 1943–6 en la Argentina; que participa del II Congreso Mundial de la IV en 1948, comenzado a partir de ahí a tener cierta actividad internacional independiente, la que andando una década más comienza a dar fruto a iniciativas constructivas regionales, y a partir de la década del 60 y de la Revolución Cubana, se integra al reagrupamiento del llamado “Secretariado Unificado” en común con el mandelismo. Que para los años 1980 adquiere su propia fisonomía internacional con la vieja LIT. En los años 80 llegó a ser la corriente más dinámica del trotskismo internacional, sólo para entrar luego en una acelerada espiral de crisis y disolución que la destruyó como corriente tal en pocos años[4].

Si tomamos el caso del PO argentino, este se funda como Política Obrera a partir de 1964, tiene una confluencia internacional con el POR boliviano y el “lambertismo” en los años 1970, luego languidece su actividad internacional hasta comienzos de los años 2000, dónde participa en la fundación de un reagrupamiento con algunos grupos trotskistas europeos escindidos del mandelismo, poniendo en pié una entidad muy débil y de frente único, no una verdadera corriente internacional como tal. El PO nunca se destacó por un trabajo internacional consecuente; en el viejo morenismo se lo caracterizaba, correctamente, como un grupo “nacional trotskista”.

Y los ejemplos podrían seguir hasta el “infinito” pudiendo estudiarse las distintas experiencias constructivas internacionales del movimiento trotskista, sus alcances, límites y leyes de regularidad. Leyes que si tienen una “ley política” vinculada a los grandes parte–aguas internacionales, tienen también otra constructiva relacionada con los largos períodos de acumulación –períodos “heroicos” la más de las veces– hasta que se va adquiriendo fisonomía constructiva propia; hasta que sus grupos van madurando como grupos tales y haciendo pié en un conjunto de países; hasta que logran acumular una “masa crítica” que les permite ir a un escalón superior: establecerse como verdaderas corrientes internacionales.

Trotsky resumía –visto en términos muy generales– esta dinámica: “Ninguna idea progresista ha surgido de una ‘base de masas’, si no, no sería progresista. Sólo a la larga va la idea al encuentro de las masas, siempre y cuando, desde luego, corresponda a las exigencias del desarrollo social. Todos los grandes movimientos han comenzado como ‘escombros’ de movimientos anteriores (…) El grupo Marx–Engels surgió como un escombro de la izquierda hegeliana (…) Si estos iniciadores fueron capaces de crearse una base de masas, fue sólo porque no temieron el aislamiento. Sabían de antemano que la calidad de sus ideas se transformarían en cantidad” (“Ensayo de interpretación del modernismo”, Luís Paredes, revista Socialismo o Barbarie nº 28).

Trotsky resume, así, la mecánica del surgimiento de toda nueva corriente que se gana el derecho a su existencia histórica, y que debe ser siempre revolucionaria a su manera, en el sentido de recorrer un camino de superación crítica de las identidades y experiencias establecidas que no lograron pasar la prueba de los acontecimientos.

Esto tiene, todavía, otra derivación, de muchísima importancia: sin un “centro político” de la corriente no hay realmente corriente internacional. Y la “reversa dialéctica” también vale: tampoco hay corriente internacional sin que sus distintos grupos nacionales vayan adquiriendo un piso mínimo orgánico en sus respectivos países.

El trotskismo europeo y latinoamericano en perspectivas comparadas

Dicho lo anterior, en lo que tiene que ver con esos grandes momentos de crisis y / o reagrupamiento, ya señalamos que el movimiento trotskista vivió un enorme parte–agudas en torno a la caída del Muro del Berlín y la restauración del capitalismo en la totalidad de los países que no lo eran. Esto es historia conocida.

Pero quizás no ha sido materia de reflexión suficiente –más bien, es materia de polémica con tendencias como el mandelismo que tienden a ver todo el panorama mundial con bajo el signo del “pesimismo histórico”[5]– el hecho que a partir de la “Batalla de Seattle” en 1999 y del surgimiento del “movimiento anticapitalista” internacional, y más aun con el actual ciclo mundial de rebeliones populares, lo que comenzó a ocurrir –aun muy desigualmente– es un lento pero progresivo proceso de recomposición de la fuerzas del trotskismo visto internacionalmente, de acumulación de experiencias, es verdad que marcado todavía por agudas contradicciones.

Se puede observar una suerte de trayectorias diversas o hasta opuestas en determinados casos. Mientras que en la Argentina las corrientes del trotskismo nos vimos beneficiadas por la emergencia del Argentinazo, en Europa se beneficiaban de la emergencia del movimiento anticapitalista, y la renovación de las experiencias electorales de la izquierda, que en la primera mitad de la década pasada dieron lugar a determinado dinamismo y acumulación en las corrientes trotskistas de dicho continente, pero que hoy se encuentran mayormente en crisis.

Se observa, así, una crisis simultanea tanto en el SU como en el SWP inglés, aunque no sin desigualdades dentro de sus diversos grupos nacionales; así, el SU sigue siendo, de todas maneras, la corriente internacional más importante, agrupando la mayor cantidad de grupos nacionales, estando incluso caracterizada hoy por una cierta delimitación política interna entre corrientes diversas.

En Latinoamérica esta crisis no ha ocurrido mayormente, o, más bien, le ha ocurrido a determinadas corrientes entre las más oportunistas como el MST argentino, que ha llegado a un punto de virtual vaciamiento militante. A pesar de la diversa acumulación relativa y el diverso dinamismo de cada una de las corrientes latinoamericanas, se observa una continuidad mayor: aparecen en relativo ascenso, con optimismo y no marcadas por el escepticismo de las europeas; aunque también hay entre ellas muchas diferencias de rasgos y características[6].

Esto último puede tener que ver con varias cosas. Pero un rasgo que hemos venido marcando es como el trotskismo “regional” tiene una orientación más directa hacia la lucha de clases. Es, en términos generales, un trotskismo “de lucha de clases”[7].

Mientras que el “caso europeo” se caracteriza por una vida más “vegetativa”, con menos dinamismo, con una vida política más mediada e internista. Aunque para ser justos, el SWP inglés mostró cierto dinamismo “campañista” (no en inserción obrera) en la primera mitad de la primera década del siglo, se encuentra ahora sumido en una grave crisis a partir de una serie de desvíos movimentistas que le han costado carísimo.

Son rasgos diferenciales muy marcados entre un “trotskismo de lucha de clases” y otro que aparece “abúlico” (el mandelismo, sobre todo) frente a la misma, replegado hacia sí mismo, sin reflejos constructivos como organización revolucionaria tal en el seno de la lucha de clases.

Dadas estas alzas y bajas de las diversas corrientes del socialismo revolucionario, un interrogante es si se puede evaluar que a partir de los desarrollos mundiales de los últimos años está planteado que el trotskismo, o un sector de él, vaya hacia un salto de conjunto. Se trata de un interrogante muy difícil de responder acerca de la cual, sin embargo, parece haber indicios en el sentido positivo del término.

Todo parece indicar que en la última década, en la media que el trotskismo latinoamericano ha sido más “estable” que el europeo, se observa una progresión o acumulación que hasta el momento no ha tenido grandes interrupciones, o grandes crisis y retrocesos profundos. Como ya señalamos, el NPA y el SWP tuvieron su momento de “estrellato” en la primera mitad de la década pasada, que desaprovecharon cayendo después en sendas crisis. El mandelismo se sigue beneficiando de ser “la cuarta”, la “corriente más grande” hasta cierto punto. Y como no obliga a mucho (su régimen es laxo y federativo, y sus grupos no son muy militantes), sus reuniones internacionales son “grandes foros” donde se acercan grupos y corrientes de la más diversas.

En el caso Latinoamericano las cosas aparecen más estables. De todos modos han habido inflexiones, cambios en las “tablas de posiciones”, subidas y bajadas. Se verá ahora en la Argentina la resultante de la experiencia del FIT y del Nuevo MAS para observar si se va a un escalón superior en la experiencia, como parece cada vez más planteado debido al peso político–electoral tanto del FIT (como también del Nuevo MAS, 1 millón y 100 mil votos, respectivamente). Y, sobre todo, de los progresos en la acumulación de las organizaciones en el seno de la nueva generación obrera, cuya experiencia más importante este año ha sido la de Gestamp.

De conjunto, parece haber es un “auditorio” mayor para el trotskismo; su identificación y/o monopolio del “espacio” de la “izquierda consecuente”. Una identificación y legitimidad algo mayor, incluso, de la figura del propio Trotsky, esto como parte de un fenómeno más general de cierto renacimiento del marxismo: “el retorno de Marx”.

En todo caso, para dar una definición de conjunto, habrá que esperar que este fenómeno se consolide. Pero la dinámica parece ser ascendente, al menos en Latinoamérica. Y en Europa, fenómenos como el de Syriza en Grecia o Podemos en España, marcan también cierto “ascenso de la izquierda radical”, aunque más en general, porque no se puede decir que sean expresiones socialistas revolucionarias; más bien son variantes reformistas de izquierda.



[1] Tanto los análisis como las políticas variaron en grado sumo. Para el morenismo significó una crisis de la cual no se pudo recuperar como tal, dando lugar al surgimiento de diversas corrientes. En el caso del mandelismo, si bien no estalló, lo sumió en un profundo “pesimismo histórico” que se mantiene hasta la actualidad, así como le imprimió fuertes tendencias a la disolución como corriente revolucionaria.

[2] La posición “antidefensista” era aquella que, erróneamente, igualaba estos estados no capitalistas con los del imperialismo mundial; se establecía una igualación incorrecta que la más de las veces terminaba en un embellecimiento de la democracia imperialista. Hemos criticado esta posición en nuestra revista Sob 17 y 18.

[3] El pablismo (por el dirigente de esta tendencia, Michel Pablo) fue una de las corrientes más oportunistas del trotskismo en la segunda posguerra, una tendencia que llegó hasta la exasperación en su capitulación al estalinismo. Caracterizada por una extrema falta de perspectivas históricas, veía a este llamado a perdurar por dos o tres siglos… Ver también a este respecto la revista Sob 17 y 18.

[4] Ver también a este respecto el pormenorizado análisis que llevamos adelante en nuestra revista Sob 17 y 18.

[5] Con definiciones –dichas de manera informal– del tipo que se viven actualmente “derrotas más graves que bajo el tatcherismo”, o que, efectivamente, “hay rebeliones, pero no queda nada”; se trata de definiciones sensibles al grado de retroceso que ocurrió a finales del siglo XX pero que pierden de vista, al mismo tiempo, al momento de acumulación de experiencias que se está comenzando a recorrer. Incluso la definición de que “hay rebeliones, pero no queda nada” es poco materialista, porque siempre que hay acciones las mismas se acumulan, de una u otra manera, como experiencia, aunque esto ocurra, como actualmente, partiendo, efectivamente, de un grado muy bajo de subjetividad de los trabajadores.

[6] En nuestra genérica evaluación nos referimos a las corrientes que más “pesan” en el panorama latinoamericano, de mayor proyección internacional, más allá de sus agudas desigualdades: la actual LIT, el PO, el PTS y nuestra corriente, Socialismo o Barbarie.

[7] Esto puede tener diversos matices en el caso del PSTU de Brasil, el que refleja, de todos modos, la inercia que se venía acumulando en el país, pero que, sin embargo, por su inserción sindical y otras razones, incluimos de todas maneras en esta “tipología” de “trotskismo de lucha de clases”, tipología que no niega todas las demás inercias y problemas entre las corrientes de la región y que son materia de polémica y lucha de tendencias cotidiana en los diversos país.

Por Roberto Sáenz, París-Buenos Aires, junio del 2014

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