Oct - 28 - 2014

Acontecimientos inesperados como la muerte de Eduardo Campos, y tendencias confirmadas como la recesión y el desgaste del “efecto LULA” confluyeron para que los pronósticos electorales sufriesen varios reveces. Hasta la divulgación de los resultados, en la noche del 26/10 por el Tribunal Superior Electoral (TSE), nadie en sus cabales se animaba a hacer una apuesta categórica sobre quién sería el nuevo presidente.

Es verdad que Dilma triunfó, y eso no es un dato menor después de doce años de gobierno petista. Pero la poca diferencia de votos señala que los problemas que estaban colocados desde antes de la elección (deterioro económico, surgimiento de la juventud en las calles en junio de 2013, etc.) no fueron resueltos.

El resultado de las elecciones presidenciales confirmó las tendencias que ya venían expresándose en las elecciones anteriores, o sea, un profundo desgaste de los gobiernos del PT. Tendencia que ahora podrán expresarse en un mayor proceso de conflictos, no solo en los marcos palaciegos, sino también en la lucha de clases. La campaña electoral de 2014 fue la más polarizada desde 1989, cuando Lula fue derrotado por Collor de Melo. La apretada victoria de Dilma Rousseff, con el 51,6% de los votos válidos sobre Aecio Neves, que obtuvo el 48,4%, refleja ese escenario de polarización, además de indicar contextos políticos más estructurales que podrán ser decisivos en el próximo gobierno.

La elección confirmo una tendencia que ya venía verificándose desde la elección de Lula para su segundo mandato en 2005. El PT en la segunda elección de Lula realizó un importante cambio en su base electoral, pues fue la primera vez que contó con el apoyo de los trabajadores más empobrecidos, notoriamente de las regiones del norte y noreste, y de la periferia de las grandes ciudades, pero esto en desmedro de su histórica base electoral en el interior de la clase obrera.

El PT, cada vez más distante de la clase obrera

En las elecciones de este 26 de octubre ese corrimiento no solo se ha mantenido, sino que se ha profundizado. En el mapa electoral, Dilma aparece con una votación abrumadora en las regiones del norte y nordeste y derrotada en las regiones del sur y sureste. Incluso en las regiones periféricas de las grandes ciudades y los cinturones industriales de San Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais, Dilma fue derrotada por Aécio.

En San Bernardo do Campo, el ABC paulista, el más importante cinturón industrial de San Pablo, cuna del PT y del lulismo, Dilma fue derrotada: Aécio obtuvo el 55% contra el 44% de Dilma. En esta región el gobierno sólo no fue derrotado en Diadema. No podemos, con los datos que disponemos hasta ahora, definir cuál fue exactamente el porcentaje de la clase obrera que votó a la oposición de derecha, pero los números indican una clara tendencia de perdida de base electoral del PT en la clase trabajadora industrial.

Es evidente que no se trata, como quiere hacer creer el marketing político del PT, de que la elección refleja una división entre pobres y ricos. Muy al contrario, el PT, de la misma forma que el PSDB, es un partido que gobierna para los intereses del gran capital. Con la diferencia que da un poco más de énfasis a los programas de asistencia social. La realidad es que el PT sufrió una especie de “voto castigo” de una parte fundamental de su base social histórica: porciones de la clase obrera industrial se negaron a votar al PT, un dato que debe ser analizado con más rigor pero que ya está indicando una decepción con la gestión de este partido, una posición critica por el incumplimiento de sus promesas hacia el núcleo fundamental de la clase obrera del país.

Se avecinan enfrentamientos más radicalizados entre las clases

Todo indica que el gobierno tendrá un segundo mandato más difícil. El acuerdo político que está al frente del gobierno federal desde 2002 gana contornos todavía más marcados con el corrimiento de una mayor parte de la burguesía hacia la oposición y debido a la acentuación de la perdida de la base electoral en los centros urbanos, incluso entre la clase obrera.

El gobierno podrá mantener la mayoría en el Congreso Nacional, pero con el crecimiento de la oposición (tanto en el parlamento como en los gobiernos estaduales) y la fragmentación todavía mayor en los partidos, la ingeniería para montar la base de apoyo será más compleja y exigirá más concesiones de parte del gobierno.

La economía nacional, su balanza comercial y las cuentas públicas de los últimos años, a pesar del crecimiento del consumo interno debido a la popularización del crédito, ha profundizado la dependencia de las exportaciones de materias primas y de la inversión extranjera, por lo que es difícil ver salidas para el estancamiento capitalista sin soluciones políticas que enfrenten intereses sociales. Sin embargo, en lugar de enfrentar los intereses capitalistas, Dilma seguirá con su política contra los trabajadores, con los recortes presupuestarios, el aumento de precios, la contracción del salario a los trabajadores del estado, y las reformas laborales. Sus primeras declaraciones después de haber sido reelecta han sido para “calmar” a los mercados.

Entramos en un nuevo equilibrio de fuerzas que, incluso llegando a su fin la pseudo polarización que reinó en el terreno electoral, tendrá repercusiones en el terreno político real de la lucha de clases. El próximo gobierno de Dilma profundizará su perfil patronal, ya que la economía nacional/mundial tiende a mantenerse en recesión, escenario en el cual será colocada en cuestión, de forma inevitable, la correlación de fuerzas abierta en junio de 2013.

Tendremos que ver cómo en el próximo período la clase trabajadora va a reaccionar a los ataques (desempleo, que ya está creciendo en la industria, rebaja de salarios y aumento de precios) que sin duda vendrán del gobierno y de las patronales. La derrota de Dilma en el ABC y las regiones obreras puede (contradictoriamente) significar un desgaste no sólo al gobierno, también a la burocracia sindical lulista, lo que abriría mejores condiciones para la lucha y para la construcción de alternativas sindicales y políticas independientes de la clase obrera y la juventud, a pesar de que estos mismos trabajadores hayan votado por Aécio por no ver otra alternativa

La izquierda socialista debe reorientar su política

Es por eso que la política de la izquierda tiene que ajustarse a los nuevos desafíos de la lucha de clases. El debilitamiento de Dilma en su segundo mandato no significa que se harán más concesiones a los trabajadores, sino más bien ha dado señales claras que se apoyará todavía más en la burguesía. Entramos en un escenario político que redobla la necesidad de superar la fragmentación de los sectores de la clase obrera y la juventud que han roto con la burocracia lulista y también la de la izquierda socialista que hoy se encuentra en diversas organizaciones políticas.

No basta señalar en general la necesidad de luchar y construir una alternativa a partir de la propia organización, como hace el PSTU en su balance electoral: “la otra gran tarea de la clase trabajadora es construir una alternativa política propia, independiente de la burguesía, que pueda unir verdaderamente a todos los trabajadores, a la juventud, al pueblo pobre y oprimido de este país contra los ricos, los banqueros, empresarios y los partidos de patrones, de derecha y oligarcas con los cuales el PT gobierna”[1]

Es necesario superar esta estrechez. La insistencia del PSTU a que la solución a la brecha que hay en la dirección política se puede resolver con un llamado que parte de su propia organización y experiencia militante es totalmente estéril.

En Brasil, con los límites de la experiencia política más reciente, no existe una organización revolucionaria que por sí sola pueda colocarse al frente de la construcción de una alternativa revolucionaria única. Por lo que es necesario reabrir la discusión sobre la necesidad de construir un partido revolucionario con libertad de tendencias.

No se trata de un nuevo PSOL, sino de una organización con un programa claramente revolucionario que pueda agrupar al conjunto de las corrientes políticas para, a partir de ahí, realizar una síntesis que dé lugar a un partido revolucionario unificado sobre la base del centralismo democrático.

En relación a la organización sindical, también debemos tener política para organizar a los activistas de todo el país que se enfrentan en sus luchas contra la burocracia; los transportistas de San Pablo son ejemplo de un sector de trabajadores que luchó recientemente y salió victorioso, a pesar y contra la burocracia sindical. No podemos (como hace el PSTU) quedarnos cómodos en los marcos de CONLUTAS o Anillo (organización estudiantil), tenemos que aprovechar el desgaste de la burocracia sindical y estudiantil para construir organizaciones que abarquen a los sectores más dinámicos de la lucha de clases y para crear las condiciones futuras para incorporar a los bastiones más importantes de la clase trabajadora, como los metalúrgicos del ABC, por ejemplo.

El PSTU y la izquierda del PSOL deben convocar para el inicio del próximo año un gran encuentro nacional para organizar de conjunto al activismo independiente contra el ajuste de los capitalistas. Desde Praxis comprometemos todos nuestros esfuerzos militantes en esta perspectiva: luchar por una iniciativa de este tipo que prepare la resistencia contra el durísimo ajuste del nuevo gobierno de Dilma y el PT y que, seguramente, tendrá el apoyo de Aécio Neves, del PSDB y de los demás partidos patronales.

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[1].- Véase la página web www.pstu.org el texto “Dilma ganó, pero sólo la lucha puede garantizar los cambios y evitar contratiempos”.

Categoría: América Latina, Brasil