Dic - 11 - 2014

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En un artículo anterior sobre las extraordinarias protestas por el caso de Ferguson, nos preguntábamos: “¿Hacia un gran movimiento?” ¿En el siglo XXI, va a reeditarse en EEUU, la tierra del racismo por excelencia, un gran movimiento como el de la comunidad afroamericana en el siglo pasado? ¿Un movimiento que ahora podría combinarse con el de otros no menos discriminados, los latinos?

Aún es muy pronto para dar una respuesta segura a esa pregunta. Pero debemos constatar, que las protestas y movilizaciones no acabaron con Ferguson ni se limitaron a ese caso. Ha habido una tendencia a la continuidad ya la extensión en todo el país, pero aún “desorganizada”, no coordinada.

Asimismo, estas protestas son todavía de una amplia vanguardia de masas. Aún no se ven las manifestaciones inmensas que en el siglo pasado salían a la calle, como la “Marcha sobre Washington por Trabajos y Libertad”, de agosto de 1963, que habría llegado casi al medio millón.

Es verdad que las nuevas movilizaciones han sido acicateadas por otros episodios de barbarie racista, como el escándalo del estrangulamiento impune del vendedor ambulante Eric Garner. Pero tiempo atrás, estas cosas pasaban sin mayor repercusión, casi a diario. Lo mismo, hechos como el asesinato de Ferguson. Pareciera que ahora hay un cambio de humor para que estos crímenes racistas de rutina se hagan ahora resonantes.

Anotemos al mismo tiempo que, hasta ahora, los políticos burgueses estadounidenses no encaran con seriedad la cosa. Los políticos del régimen, sean republicanos o demócratas, no toman medida de fondo alguna para descomprimir la situación, como serían disposiciones contundentes para castigar el racismo policial.

La gran mayoría de los republicanos son racistas abiertos o encubiertos, electos gracias a las maniobras de excluir a negros y latinos de las listas de votantes. Por su parte, los dirigentes demócratas, encabezadas por el primer presidente negro de EEUU, son una vergüenza no menor. Presumen de antirracistas, pero apoyan o toleran esas policías asesinas. Así, el gobernador de Missuri, donde está Ferguson, es un demócrata, Pero no ha movido un dedo al respecto. Incluso los demócratas más “liberals”, como el alcalde de Nueva York Bill de Blasio, casado con una mujer de color, sólo proponen algunas reformas cosméticas en relación a la policía y sus procedimientos criminales.

Simultáneamente, esto se da en medio de un profundo malestar de amplios sectores de la sociedad norteamericana. Como ya analizamos en ocasión de las reciente elecciones, amplias masas de trabajadores, incluso las falsamente clasificadas como “clases medias” están sacando las cuentas de las graves pérdidas estructurales que les ha significa la crisis (que se les quiere vender como superada). En todo –salario, empleo, condiciones de trabajo, vivienda, sanidad, etc.– han bajado al subsuelo. Y los “ascensores” del viejo “ascenso social” en EEUU ya casi no funcionan. ¡Se acabó el “American Dream”!

Para la comunidad negra, esto es peor aun. Se traduce en que no hay esperanzas de que reaparezcan las oportunidades que en el siglo pasado aprovecharon los Obamas y las Condoleezzas, junto con una minoría, para salir del ghetto.

En síntesis, la comunidad negra está ante el imperativo de ponerse de pie y reeditar sus luchas del siglo pasado. La alternativa es un descenso a los infiernos, en el marco de un capitalismo imperialista en decadencia que sólo puede garantizarle que estará cada vez peor.

En un artículo anterior sobre las extraordinarias protestas por el caso de Ferguson, nos preguntábamos: “¿Hacia un gran movimiento?” ¿En el siglo XXI, va a reeditarse en EEUU, la tierra del racismo por excelencia, un gran movimiento como el de la comunidad afroamericana en el siglo pasado? ¿Un movimiento que ahora podría combinarse con el de otros no menos discriminados, los latinos?

Aún es muy pronto para dar respuesta a esa pregunta. Pero debemos constatar, que las protestas y movilizaciones no acabaron con Ferguson ni se limitaron a ese caso. Ha habido una tendencia a la continuidad, pero aún “desorganizada”, y la “generalización”, en el sentido de que se los toma como una cuestión global de la sociedad norteamericana, y no como casos particulares de “injusticia”.

Es verdad que esto ha sido acicateado por otros episodios de barbarie racista, como el escándalo del estrangulamiento impune del vendedor ambulante Eric Garner. Pero tiempo atrás, estas cosas pasaban sin mayor repercusión, casi a diario. Lo mismo, hechos como el asesinato de Ferguson. Pareciera que hay un cambio de humor para que estos hechos de rutina se hagan ahora resonantes.

Anotemos al mismo tiempo que, hasta ahora, los políticos burgueses estadounidenses no encaran con seriedad la cosa. Los políticos del régimen, sean republicanos o demócratas, no toman medida de fondo alguna para descomprimir la situación, como serían disposiciones contundentes para castigar el racismo policial.

La gran mayoría de los republicanos son racistas abiertos o encubiertos, electos gracias a las maniobras de excluir a negros y latinos de las listas de votantes. Por su parte, los dirigentes demócratas, encabezadas por el primer presidente negro de EEUU, son una vergüenza no menor. Presumen de antirracistas, pero apoyan o toleran esas policías asesinas. Así, el gobernador de Missuri, donde está Ferguson, es demócrata. Pero no ha movido un dedo al respecto. Incluso los demócratas más “liberals”, como el alcalde de Nueva York Bill de Blasio, casado con una mujer de color, sólo proponen algunas reformas cosméticas en relación a la policía y sus procedimientos de brutalidad criminal con todo el que no sea WASP (Blanco, Anglosajón y Protestante)

Simultáneamente, esto se da en medio de un profundo malestar de amplios sectores de la sociedad norteamericana. Como ya analizamos en ocasión de las reciente elecciones, amplias masas de trabajadores, incluso las falsamente denominadas “clases medias”, están sacando las cuentas de las graves pérdidas estructurales que les ha significa la crisis (que además se les quiere vender como superada). En todos los rubros  –salario, empleo, condiciones de trabajo, vivienda, sanidad, etc.– han bajado al subsuelo. Y los “ascensores” del viejo “ascenso social” en EEUU ya casi no funcionan. ¡Se acabó el “American Dream”! La polarización social entre ricos y pobres es cada vez más brutal, superando ya los records estadísticos históricos anteriores a la Gran Depresión que se inició en 1929/30.

Para la comunidad negra, esto es peor aun. Se traduce en que no hay esperanzas de que reaparezcan las oportunidades que en las últimas décadas del siglo pasado aprovecharon los Obamas y las Condoleezzas, junto con una pequeña minoría, para salir del ghetto y ascender socialmente gracias a las concesiones logradas por el gran movimiento de derechos civiles y otras luchas aun más radicales de los afroamericanos.

En síntesis, la comunidad negra está ante el imperativo de ponerse de pie y reeditar sus combates del siglo pasado. La alternativa es un descenso a los infiernos, en el marco de un capitalismo imperialista en decadencia que sólo puede garantizarle que estará cada vez peor, con más desigualdad, más racismo y más brutalidad represiva para sembrar el terror en las masas afroamericanas.

Por Rafael Salinas, Socialismo o Barbarie, 09/12/14

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