Jul - 17 - 2015

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La Iglesia Católica una vez conquistó América (latina). Fue siglos atrás, montada en el caballo de la conquista a sangre y fuego que llevaron adelante los colonizadores españoles y portugueses.

Hace unos días el Papa realizó una gira por Ecuador, Bolivia y Paraguay que de alguna manera es el intento de una reconquista, aunque esta vez no mataron a nadie.

En efecto, la Iglesia Católica vienen perdiendo terreno desde hace décadas en Latinoamérica, territorio del que tenía casi el monopolio en el rubro de las salvación de  las almas.

Como dice una periodista, fervorosa del papa Francisco, “en su gira por Ecuador, Bolivia y Paraguay, no sólo buscará acercarse a los más necesitados, sino que tendrá el desafío de revitalizar una Iglesia que cada vez pierde más fieles […] En las últimas cuatro décadas, los católicos pasaron del 92% de la población en 1970 al 69% hoy, según un estudio del PewResearch Center”.[1]

La periodista señala el drenaje que le causa “la fuga de fieles hacia el protestantismo”. Esa sangría no es despreciable. Pero hay otra, menos circense y estruendosa que el paso a las sectas auspiciadas en gran medida desde EEUU, la secularización. Este último es un proceso por el cual el catolicismo ya ha quedado desangrado en Europa.

A diferencia de la captación por las sectas evangélicas, que les succionan los sectores más atrasados y de retaguardia de la población, la secularización arrasa con los hombres y mujeres más de vanguardia, con mayores inquietudes y nivel cultural e ideológico.

Reconquistar terreno en América Latina es decisivo para una Iglesia que en Europa tiene ya pocas chances de hacer lo mismo. Para eso, inteligentemente, Francisco, a diferencia de sus estólidos predecesores, está conduciendo un giro de la Iglesia que se adapte (no sólo aquí sino también mundialmente) a esta época de crisis, descontento generalizado y protestas sociales. Aunque aún no llegue a ser una época revolucionaria, apunta en ese sentido.

Dicho de otra manera, es lo opuesto al período de retrocesos y derrotas de los 80, que culminó con la caída del Muro de Berlín. Para ese período, con su fino sentido de las situaciones, la Iglesia entronizó al reaccionario “papa polaco”, el protector de pedófilos Juan Pablo II (1978-2005). Este papa y su mano derecha (el posterior papa-renunciante Benedicto XVI, Joseph Ratzinger), dieron giro archireaccionario que incluyó, en relación a América Latina la condena de la Teología de la Liberación.

Pero no se quedaron en palabras. A eso añadieron el apoyo abierto y/o el silencio cómplice del asesinato de obispos y centenares de sacerdotes comprometidos en luchas sociales, por parte de las dictaduras militares.

Pero una mano lava la otra. Ahora la víctima más famosa de esa sanguinaria represión, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero de El Salvador, asesinado en 1980, va a ser canonizado. Y el condenado fundador de la Teología de la Liberación, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, ha sido el principal orador de la asamblea general de Cáritas realizada en Roma, en mayo pasado.

Pero lo fundamental no son esos giros de 180º al interior de la Iglesia, sino su vuelco a recuperar terreno en la sociedad latinoamericana y, en general, a nivel mundial. Si a fines de los 70 la política del Vaticano era apoyar las dictaduras latinoamericanas desde Videla en Argentina ala de losasesinos de Romero en El Salvador, ahora apunta a las buenas relaciones con Raúl Castro en Cuba (el Papa fue mediador con Obama), el chavismo en Venezuela, Correa en Ecuador, Evo en Bolivia y por supuesto –para disgusto de los caceroleros de Recoleta y Barrio Norte– con Cristina K.

Digamos que, del lado del “progresismo” latinoamericano se le retribuye de muchas maneras. Esto va desde el libre juego que tienen en Cuba las corrientes políticas afines a la Iglesia (libertad que no gozan las corrientes de izquierda distintas de la burocracia del PCC) hasta las posiciones más cerriles contra el derecho al aborto (como en Nicaragua, Ecuador, etc.).

¿Regreso a la Teología de la Liberación?

Inevitablemente lo que gusta a unos disgusta a otros. El necesario y astuto “giro a la izquierda” de la Iglesia ha levantado ronchas en diversos sectores. Basta ver en los diarios oligárquicos los comentarios de los artículos sobre la gira del Papa. Hubo indignación por definición del dinero como “excremento del diablo”… y no hablemos del crucifijo con la hoz y el martillo que le regaló Evo. Y más aún, cuando Francisco fue a rezar a la tumba del sacerdote que talló este original crucifijo, y que fue asesinado por la dictadura de turno.

Por supuesto, sólo los más idiotas se escandalizan. El proclamado “giro a los pobres” de Francisco, la canonización de Monseñor Romero, la oración ante la tumba del cura que tallaba crucifijos con la hoz y el martillo y otras acciones y declaraciones, no implica hoy el retorno a una actividad militante con rasgos revolucionarios, como fue en su momento el de un sector importante de sacerdotes y fieles latinoamericanos. Hoy, se encuadra en el “asistencialismo de la miseria”, un terreno afín al de los gobiernos “progresistas”.

Tampoco definir al dinero como “excremento del diablo” va llevar al cierre del banco del Vaticano –el IOR, Istituto per le Opere di Religion–. A lo sumo, dados los reiterados escándalos que ha producido el IOR, habrá más cuidado en el lavado de dinero de la mafia y otras operaciones que en su momento motivaron desagradables intervenciones de la justicia italiana y de organismos de control internacional.

Sin embargo, esto no implica que el curso de la Iglesia no vaya a ser tormentoso en los próximos tiempos. Como dijimos, el necesario aggiornamiento “populista” que conduce el “papa argentino” levanta ronchas, al interior de la Iglesia.

De la misma manera, hay rechazos a otros aggiornamientos que se combinan con el anterior, e imprescindibles para enfrentar la “secularización” que ha diezmado las filas del catolicismo particularmente en Europa, en combinación con el repudio a la tolerancia del Vaticano a los curas pedófilos. Es cada vez más ridículo, por ejemplo, el rechazo al divorcio, que incluye la negación de los sacramentos a los divorciados (lo que aseguraría su pasaje al infierno). Lo mismo, en cuanto al anatema de otras formas de sexualidad…

En eso, la política de Francisco sería la de atrincherarse en la pelea contra el derecho al aborto y hacer concesiones formales (y aún muy vagas) en otros temas. Estas concesiones (de forma más que de fondo) pueden generar simpatías en las sociedades cada vez más secularizadas… pero suscita la ira de algunos sectores al interior de la Iglesia.

Del 4 al 25 de octubre próximo, hay convocado un sínodo –asamblea general de obispos– para tratar el urticante tema de “el misterio y la vocación de la familia». Allí puede arder Troya. ¿Se repetirá otro mini-cisma, como el que encabezó en los ’70 el arzobispo Lefebvre contra el giro “progre” del papa Juan Pablo II y el Concilio Vaticano II?

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[1].- Paula Markous, “Francisco llega a la región con el desafío de revitalizar la Iglesia”, La Nación, 05/07/2015.

Por Rafael Salinas, Socialismo o Barbarie, 16/07/2015

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