Ago - 10 - 2012

¿Hacia una definición?

 

El proceso de rebeliones populares iniciado en enero del año pasado en Túnez y Egipto ha ido abarcando, de una u otra manera, a todo el mundo árabe y también a otros pueblos de esa extensa región que va desde Marruecos al Golfo de Omán y desde Siria a Yemen. Y esta conmoción política y social no da señales de apaciguarse. Ahora, en Siria, se está desarrollando otro capítulo decisivo. Su desenlace –en uno u otro sentido– va a tener consecuencias trascendentales para la región.

 

Dos notas contradictorias han cruzado este proceso. Por un lado, su notable unidad, o más bien, globalidad, que se expresa en que nadie ha podido quedar al margen, incluyendo los países y regímenes más “estables” y hasta aparentemente “petrificados”, como Arabia saudita.

Por el otro lado, aparecen sus enormes desigualdades. Es decir, las también notables diferencias que presenta la situación de cada país y de los elementos que la componen. Así, el curso de Siria se distingue netamente de Túnez y Egipto. Veamos algunas de estas semejanzas y diferencias.

 

Un lento recorrido

 

Las protestas en Siria comenzaron en marzo de 2011, inmediatamente después de los estallidos de Túnez y Egipto. Pero la fulminante rapidez de los acontecimientos en los primeros contrasta con la lentitud del curso en Siria. A un año y medio de la primera manifestación en la ciudad de Daraa, apenas ahora comienza a entreverse una definición. Todo se desarrolló en “cámara lenta”, y ese desarrollo estuvo marcado por notables altibajos. Hubo momentos en que la rebelión pareció exhausta, desangrada por una represión incomparablemente superior a la sufrida en Egipto y Túnez, y por el hecho de que Al Assad aún podía contar con el apoyo o principalmente la pasividad de sectores significativos.

Pero, después de cada uno de esos repliegues, la revuelta tomó aliento y escaló a un nivel superior. La represión salvaje no logró calmar las aguas. Por el contrario, su resultado fue que de las manifestaciones pacíficas se pasó a la lucha armada, mientras que el aparato de la dictadura se ha ido erosionando.

 

Muchas plazas Tahrir

 

En Egipto, la rebelión, desde el primer momento, tuvo su epicentro político y movilizador en la plaza principal de la misma capital, la plaza Tahrir. Aunque otros puntos –como Alejandría y Port Saïd– jugaron un papel de primer orden, la lucha reflejó un país más centralizado y homogéneo que Siria, tanto social como políticamente.

En Siria no ha habido una plaza Tahrir, sino múltiples y desiguales focos de rebelión. Las protestas, desde su inicio, se expresaron en casi todos los centros urbanos. Pero solo en los últimos tiempos –ya en una fase de lucha armada– las dos principales ciudades (Alepo, la capital económica, y Damasco, la capital política y administrativa) pasaron a ser escenarios fundamentales del enfrentamiento.

En esto también se ha reflejado la complejidad particular de la sociedad siria, marcada no solo por las clases sociales “modernas” (burguesía, pequeña burguesía, “clases medias” y burócratas civiles y militares, trabajadores asalariados privados y públicos, campesinos, etc.) sino también por una doble trama heredada del pasado: étnica –árabes, kurdos, asirios, turcomanos, armenios, etc.– y religioso-sectaria: islámicos –que comprenden a sunnitas y shiítas (a su vez divididos en alawitas, duodecimanos, ismailitas o “septimanos”, etc.)–, drusos y cristianos (también de las más diversas confesiones).

Estas divisiones étnicas y sectario-religiosas no son meramente “ideológicas” ni “sentimentales”. Implican una compleja trama material de relaciones tribales y familiares, que da pie a “comunidades” con sus respectivas instituciones, jerarquías… e intereses.

El capitalismo sirio, como en otros países de la región, ha sido incapaz de disolver esta complicada (y retrógrada) herencia del pasado. La dictadura de la familia Assad agravó esto. Tras la pantalla inicial del “laicismo”, los Assad, alawitas de la tribu Kalbiyya, colmaron la oficialidad del Ejército y la burocracia del Estado con sus “compadres” de secta (lo que no impidió que la gran masa de los alawitas siga en la pobreza). Pero esto implicó una paralela discriminación contra el resto de la población, en especial la mayoría sunnita.

Al mismo tiempo, la dictadura aprovecha esas tensiones, presentándose como la única garantía de que Siria no estalle en una guerra de todos contra todos, siguiendo esas líneas étnicas y religioso-sectarias. Este chantaje abruma sobre todo a los alawitas, amenazados de que se los haga pagar por crímenes que no han cometido. ¡Ha sido un freno poderoso porque responde a un peligro real!

 

Egipto y Siria: dos dictaduras con regímenes diferentes

 

La dictadura hereditaria de la familia Al Assad –que sube al poder mediante un golpe militar en 1970– es similar, en un sentido, al régimen egipcio. Ambos son el ocaso reaccionario y degenerativo de dos grandes movimientos nacionalistas-burgueses laicos del siglo pasado, el nasserismo en Egipto y el partido Ba’ath en Siria. [[1]]

Pero mientras la dictadura de Mubarak era un régimen que se apoyaba en la “corporación militar”, la dictadura siria se sostiene sobre unas fuerzas armadas que son una “corporación familiar”; es decir, manejada desde 1970 por el clan de los Assad y sus allegados.

En Egipto, casi desde el primer momento, las Fuerzas Armadas pudieron “tomar distancia” de Mubarak y su gobierno “civil”. Se colocaron como árbitros, por encima de la pelea entre la dictadura y las masas, y finalmente dejaron caer al dictador. Con esa maniobra, los militares terminaron ovacionados por las masas. Ganaron así un tiempo precioso hasta que la opinión pública hizo la experiencia y se volvió (¡y no totalmente!) contra ellos.

Así fue garantizada la continuidad del Estado burgués egipcio y también en gran medida del régimen político, en el que el aparato militar sigue siendo, a la vez, árbitro supremo y columna vertebral.

Pero en Siria ha sido imposible repetir este “juego de cintura” entre gobierno, régimen y Estado (que también, bajo otras formas más “republicanas”, funcionó en Túnez). Es difícil diferenciar entre el gobierno “civil” de Bashar Al Assad y unas fuerzas armadas donde sus parientes, amigos y clientela familiar ocupan los principales puestos de mando, comenzando por su hermano mayor, Maher Al-Assad, comandante de la Guardia Republicana y de la Cuarta División, que forman el núcleo de las fuerzas de seguridad.

Pero no solo las fuerzas armadas son hegemonizadas por el clan familiar. Algo parecido sucede en la economía. Con una fortuna estimada en 6.000 millones de dólares, el hombre más rico de Siria es Rami Makluf, primo de Bashar Al Assad. La fortuna de Rami fue forjada vertiginosamente al calor del giro neoliberal iniciado en los ’90 por su tío, el presidente Hafez Al Assad, y acelerado por su primo Bashar, al sucederlo en la presidencia en el 2000. Los negociados con el Estado han ido en gran medida a los bolsillos familiares de los Assad-Makluf.

Por eso al inicio de la rebelión en Daraa, junto a la consigna política “¡Muertos antes que oprimidos!” se gritaba contra la corrupción: “¡Rami, ladrón!”.[[2]]

 

Fragmentación política al interior y el exterior, y las dificultades del imperialismo para montar una sucesión

 

Otro notable contraste con Egipto y Túnez lo encontramos a nivel de las personalidades y organizaciones opositoras. En el caso de Siria impacta su fragmentación.

Aparece un primer e importante corte delimitador entre los que están fuera y los que actúan al interior del país. Así, el CNS (Consejo Nacional Sirio)[[3]], que agrupa distintas organizaciones y personalidades opositoras en el exilio y pretende representar “los intereses y demandas del pueblo sirio”, fue cruzado no solo por las divisiones internas sino también por fuertes rechazos desde el interior, tanto por los combatientes del ELS (Ejército Libre de Siria) como por comités y organizaciones que se encuadran en la resistencia y que tienen un radio generalmente local.

Esto se extiende incluso a la actividad que exige por sí misma la máxima centralización: la lucha armada. Las descripciones de corresponsales y otros testigos pintan una peculiar estructura “federativa” del ELS, que según una detallada descripción de un corresponsal en Alepo, aún no es estrictamente centralizado ni tiene un estado mayor “vertical” a escala nacional, sino una especie de “coordinación”.[[4]] Otros observadores lo han definido como un “paraguas” o coalición, bajo el cual se cobijan una diversidad de grupos armados. Esto parece haberse complicado por la aparición de pequeños grupos jihadistas-salafistas (quizás en parte venidos del exterior), que no operan bajo la bandera siria (roja, blanca y negra con estrellas verdes), sino con la bandera negra del Islam.[[5]]

Además, dentro del mismo ELS se reproduce la división que se da a nivel político entre el CNS en el exilio y la oposición al interior de Siria. Así, públicamente, salieron a enfrentarse el coronel Riad Assad –que desde el exilio en Turquía comanda (en teoría) el Ejército Sirio Libre– y el mando interior del ELS. Este último manifestó que “aspira a dirigir la transición política. Proyecta nombrar en su momento un ‘consejo presidencial’ de seis miembros militares y civiles, una especie de jefatura del Estado colectiva que gobierne tras el derrocamiento de Al Assad. Rechaza así de antemano las gestiones que se efectúan en las filas del exilio sirio para formar un Gobierno provisional que coja las riendas del país cuando el régimen se desmorone”.[[6]]

Todo esto ha dificultado –por lo menos hasta ahora– que EEUU, los imperialismos europeos y sus socios regionales (Arabia saudita en primer término) monten anticipadamente un “gobierno” a sus órdenes, como hicieron en Libia con el Consejo Nacional de Transición. El mismo Consejo Nacional Sirio no ha osado hasta ahora proclamarse como futuro gobierno, aunque ha insinuado candidaturas que han sido rechazadas desde el interior. A su vez, desde las esferas occidentales también se han insinuado nombres… que intentarían repetir la fórmula de Libia. Es decir, un gobierno con presencia importante de altos personajes del régimen caído, como el general Manaf Tlass (uno de los principales jefes militares e íntimo de la familia Al Assad) o Riad Farid Hijab (primer ministro hasta el 5 de agosto, día en que se fugó a Jordania y pasó a denunciar “la brutalidad del régimen”… ¡¡¡cuyo gabinete presidía 24 horas antes!!!). Estos personajes serían acompañados de opositores laicos más antiguos e islamistas “moderados”, al estilo de los que hoy gobiernan Egipto con los militares. Acotemos que la Hermandad Musulmana de Siria, emparentada con la de El Cairo, tiene presencia importante en el CNS, aunque dentro de Siria está a años luz de ser la poderosa corporación política y asistencialista de Egipto.

Sin embargo, a diferencia de Libia, todo lo que se arme por fuera del país, no hay hasta ahora seguridad de que sea aceptado dentro de Siria. Más bien, la norma ha sido el rechazo. Esta fractura entre el CNS y la oposición al interior viene desde el principio de la revuelta, y se profundizó cuando el Consejo Nacional Sirio demandó una intervención militar occidental similar a la de Libia, que comenzaría estableciendo una “zona de exclusión”. Esto generó una fuerte oposición dentro de Siria.[[7]]

 

El movimiento obrero no ha intervenido hasta ahora

 

Otra diferencia fundamental con Egipto y Túnez ha sido, hasta ahora, la no irrupción del movimiento obrero. Un columnista de Al-Akhbar, diario de Beirut, lo resume así:

“La principal diferencia entre las revoluciones de Túnez y Egipto y la rebelión siria es el rol jugado por los movimientos obreros. La declaración de huelga general en Túnez hizo huir rápidamente a Ben Alí; en Egipto, la ola de huelgas desatadas desde el 6 de febrero extinguió toda esperanza de que Mubarak pudiese sobrevivir.

“El movimiento obrero está ausente en Siria. Esto es así porque los sindicatos sirios son mucho más controlados desde el Estado y más inactivos y débiles comparados con los de Egipto y Túnez. La existencia previa en Túnez de sindicatos semiindependientes y la creciente actividad del movimiento obrero egipcio en los últimos años, catapultaron a los trabajadores organizados a ser el corazón de la revolución. En ambos casos, esto llevó a una rápida resolución del levantamiento a favor del pueblo.

“El rol del movimiento obrero aparece hoy más crucial que nunca. Los trabajadores sirios podrían terminar con este punto muerto, y colectivamente son capaces de tirar abajo el régimen. Llamar a una intervención exterior es contraproducente y trabaja a favor del régimen. El movimiento obrero por sí mismo puede paralizar y destruir la dictadura de Damasco, como fue el caso en Túnez y Egipto.”[[8]]

Por supuesto, en las masas que salen a la calle hay numerosos trabajadores urbanos y también muchos desempleados. Pero lo hacen como individuos, no como una acción de clase, como en Egipto y Túnez. También ha habido “paros” en algunas ciudades; pero no son realmente huelgas sino principalmente cierres de los pequeños comercios y cuentapropistas.

Esto no se debe a que en Siria la clase obrera sea casi inexistente (o extranjera) como en Libia, por ejemplo. Por el contrario, Siria tiene una estructura de clase moderna, con 2,7 millones de asalariados, en seis grandes centros urbanos donde vive el 75% de la población, y un amplio sector obrero de manufacturas, minas y ferrocarriles.[[9]]

Además, el movimiento obrero sirio tiene una tradición de lucha histórica. Pero fue muy derrotado en 1980/81, cuando la dictadura de Assad (padre) aplastó una ola de huelgas con la detención de centenares de activistas. Asimismo, el régimen impuso la estatización total de los sindicatos.

 

El papel de la juventud urbana

 

En estrecha relación con lo del movimiento obrero, tampoco parece haber en Siria, por lo menos a escala nacional, movimientos juveniles de amplia vanguardia, como el Movimiento 6 de Abril de Egipto, nacido en 2008 al calor de la solidaridad con una gran huelga obrera, la iniciada ese día en la ciudad industrial de El-Mahalla El-Kubra.

Esto contrasta con el hecho de que, al mismo tiempo, son las masas de la juventud urbana el actor principal de la rebelión siria.

Fueron un grupo de jóvenes de entre 9 y 15 años los que la desencadenaron en la ciudad de Daraa. Impactados por lo de Túnez y Egipto, pintaron consignas contra el régimen en su escuela, por lo que fueron arrestados. Esto motivó reclamos pacíficos de compañeros de estudio, parientes y vecinos. El 15 de marzo, el gobierno respondió disparando sobre la gente, con cuatro muertos y numerosos heridos. Esto detonó la ola de protestas masivas en todo el país…

A partir de allí, la rebelión contó ante todo con esas masas de la juventud urbana. Hoy el ELS está formado principalmente por decenas de miles de esos jóvenes. Dentro de él, los desertores del Ejército de Al Assad, hoy están en minoría aunque “técnicamente” juegan un papel importante.

Además del peculiar entramado de la sociedad siria que ya comentamos, un factor contrario al desarrollo de corrientes y movimientos independientes o semiindependientes  juveniles u obreros, ha sido el grado de represión que mantenía el régimen antes de la rebelión. Era cualitativamente mayor que en Egipto o Túnez. Simplemente no se toleraba nada por fuera de los marcos orgánicos del régimen o de su control.

 

Una heroica y legítima rebelión… y los graves peligros que enfrenta

 

Gracias a Chávez, al castrismo y al cortejo de viudas de Stalin que aún existe en Europa, EEUU y América Latina, se ha sembrado una cierta confusión sobre la rebelión siria. Va desde describirla como una “invasión” desde el exterior (por supuesto, según TeleSur, el 99% del pueblo sirio apoya fervorosamente a la bendita dinastía de los Assad y no se subleva), hasta la pintura de sectores de ese mismo pueblo como unos idiotas que se dejan soliviantar por agentes extranjeros, “islamistas”, “Al-Qaeda”, etc.

Chávez y TeleSur reeditan así las fábulas maccarthistas del siglo pasado, cuando cada huelga o revuelta era obra de “comunistas infiltrados” y “agentes a sueldo de Moscú” y no consecuencia de los sufrimientos y legítimos reclamos de los trabajadores y el pueblo. Los trabajadores y los sectores populares eran zombis que cualquiera podía llevar de las narices. Cambiemos esas viejas etiquetas por las de “islamistas”, “Al-Qaeda” y la CIA, y tenemos el libreto que nos recitan diariamente desde TeleSur, en apoyo a una dictadura monstruosa.

La peor consecuencia de esto es que impide hacer frente a la verdadera intervención del imperialismo y sus socios en la región (Turquía, Arabia saudita & Cía.), como así también encarar los peligros reales que se manifiestan allí, inevitables en todo proceso revolucionario. ¡Es que no hay posibilidad alguna de hacer frente a todo eso, ubicándonos en el campo de los indefendibles y odiados Assad!

En la otra punta, en algunos sectores de la izquierda que apoyan el legítimo levantamiento de Siria, hay en muchos casos un error simétrico: ¡todo va bien y sin mayores problemas!

Por supuesto no es así. Y las precedentes experiencias, tanto de Egipto y Túnez como de Libia, deberían enseñarnos que desde el estallido de una legítima rebelión popular (como la de Siria) hasta el triunfo de una verdadera revolución política y social, hay un largo y dificultoso camino, que todavía ninguno de esos países ha logrado recorrer hasta el final, a pesar de las luchas más heroicas, como ahora la del pueblo sirio.

La clave de todo esto tiene un doble aspecto, social y político. Por un lado, depende en gran medida de si la clase trabajadora y el movimiento obrero sirio –que en el pasado jugaron un papel de primer orden– vuelven a escena. Por el otro, si esto va acompañado, a nivel de los trabajadores y de las masas juveniles urbanas, del desarrollo de fuertes corrientes políticas independientes o semiindependientes, tanto en relación a los distintos sectores de la burguesía siria como a la cooptación de parte del imperialismo (que es hoy su táctica principal para montarse y “secuestrar” los levantamientos populares).

La lucha por esta doble perspectiva –la vuelta a escena del movimiento obrero y el desarrollo de corrientes políticas independientes de la burguesía y el imperialismo– es lo estratégicamente decisivo. Su ausencia o debilidad tiene consecuencias que ya se están pagando.

La primera de ellas es la cruenta guerra civil. Tiene razón el columnista de Al-Akhbar que citamos, cuando dice que la irrupción del movimiento obrero con una huelga general hubiera seguramente marcado la caída del régimen sin una guerra civil.

Pero el paso a una fase de lucha armada fue inevitable. Comenzó como una legítima autodefensa popular frente a la política de masacres sistemáticas de la dictadura, que luego se fue generalizando. Al mismo tiempo, la lucha armada, en ese vacío social y político que señalamos, también genera y/o alimenta graves peligros. Entre ellos está la fragmentación territorial étnica combinada con la exacerbación de los roces sectario-religiosos, principalmente sunnitas versus alawitas. Asimismo, la situación de guerra –con las exigencias de disciplina militar que conlleva– no es el escenario más fácil para los necesarios debates políticos sobre una salida independiente.

Un ejemplo del peligro de disgregación nacional puede verse, por ejemplo, en Kobani, zona de mayoría kurda al noreste de Siria, donde las tropas y funcionarios de Al Assad han sido desalojados por milicias locales. Ahora oscilan entre coordinarse con el resto de la oposición siria o tomar un rumbo independentista.[[10]]

Pero los problemas más graves vienen por el lado sectario-religioso. Aunque con distintos tonos, en general hay coincidencia de los observadores de que, en esta etapa de generalización de la lucha armada contra el régimen, se está recalentando peligrosamente esta cuestión, que había estado ausente en las fases iniciales de la rebelión.[[11]]

Por el contrario, las consignas de las manifestaciones masivas al inicio eran expresamente antisectarias y de unidad popular contra la dictadura, por encima de las fronteras religiosas y étnicas. En eso, retomaban las tradiciones de la lucha contra el colonialismo francés, cuando el principal slogan de la Gran Rebelión Siria de 1925 (también conocida como la Rebelión de los Drusos) fue: “¡La religión es para dios; el país es para todos!”.[[12]]

La situación hace más imperiosa que nunca la entrada en escena del movimiento obrero y el desarrollo de alternativas políticas independientes. Las experiencias en todos los países de Medio Oriente indican que no hay mejor fumigador del islamismo que el movimiento obrero.

[1].- Para una reseña sintética del curso del nacionalismo burgués sirio, del Ba’ath y la dictadura de la familia Assad, ver de Ale Kur, “Entre la rebelión popular, las masacres del régimen y la intervención imperialista”, Socialismo o Barbarie, 26/02/2012

[2].- Bassam Haddad, “The Current Impasse in Syria”, Jadaliyya, June 30, 2012.

[3].- El CNS fue fundado en Estambul, Turquía, agosto de 2011.

[4].- Álvaro de Cózar, “Un ejército improvisado”, El País, 05/06/2012.

[5].- Neil Macfarquhar and Hwaida Saad, “As Syrian War Drags On, Jihadists Take Bigger Role”, New York Times, July 29, 2012.

[6].- Cit.

[7].- Khalil Habash, “Profundas divisiones políticas entre la oposición”, Counterfire, 11/01/12, en www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 16702/2012.

[8].- Mostafa Bassyouni, “Labor Movement Absent in Syrian Revolt”, Al-Akhbar, Cairo, October 18, 2011.

[9].- Samar Seifan, “Syria on the Path to Economic Reform”, University of St Andrews, Centre for Syrian Studies, 2010).

[10].- Fazel Hawramy, “Kurds must feel included in the Syrian opposition”, The Guardian, 26 July 2012.

[11].- Peter Harling & Sarah Birke, “Beyond the Fall of the Syrian Regime”, MERIP, February 24, 2012 – Robert Fisk, “Sectarianism bites into Syria’s rebels”, The Independent, July 22, 2012 – “Syria’s Mutating Conflict”, Middle East Report N°128, International Crisis Group, August 1, 2012.

[12].- Interview with Haytham Manna, Jadaliyya, June 30, 2012.

—–

Abajo la dictadura de la familia Assad

Contra la intervención imperialista

Por una salida independiente de los trabajadores y el pueblo de Siria

La legítima rebelión popular siria se encuentra en un momento crítico. Por un lado, ha avanzado notablemente, pero hay el peligro de que se agudicen las contradicciones de tipo sectario-religioso y étnico. Lo que empezó como una rebelión laica, con fuertes elementos de confraternización entre religiones y etnias, corre el peligro de ser eclipsado por el desarrollo de sectores sectarios, tanto por la presencia de elementos jihadistas-salafistas como por la manipulación consciente que realiza el mismo régimen. La dictadura juega al enfrentamiento entre sectas y etnias como chantaje para presentarse como el único garante del “orden” y el “protector” de las minorías.

Por otro lado, está el peligro de la intervención imperialista directa o indirecta. Al día de hoy, la segunda forma –la vía “política” de la cooptación de personalidades, organizaciones y corrientes para instalar un gobierno títere– aparece como la más concreta e inmediata. Pero no hay que descartar que en algún momento se pase a la acción militar directa.

Por supuesto, aunque esto se presente como una alternativa “democrática” frente a la sanguinaria dictadura de los Assad, no solucionaría ninguno de los problemas de las masas trabajadoras y populares.

La única salida para Siria pasa por la incorporación de toda la clase trabajadora a la rebelión, con su organización independiente y armamento, acaudillando a las masas explotadas y oprimidas del país contra el régimen y contra cualquier intervención del imperialismo.

Esto exige la elaboración de un programa que contenga las necesidades obreras y populares, y también que dé las más absolutas garantías de no discriminación y seguridad de todas las confesiones (como la alawita, que no es responsable de los crímenes de los Assad) y los derechos nacionales de kurdos, asirios y demás etnias.

Los ejemplos de Egipto y Túnez nos enseñan que cuando la clase trabajadora entra en escena con sus propios métodos (la huelga general y la movilización independiente), caen las dictaduras en muy poco tiempo.

Es a esta perspectiva que debemos apostar los revolucionarios de todo el mundo. Sostener al genocida Assad contra la rebelión (como hace el chavismo), o poner su derrocamiento en manos de las grandes potencias (como hace cierta “izquierda” y sectores liberales), son crímenes políticos inadmisibles para cualquiera que se considere socialista.

¡VIVA LA REBELIÓN POPULAR SIRIA Y LA PRIMAVERA ÁRABE!

¡ABAJO LA DICTADURA GENOCIDA DE AL-ASSAD!

¡FUERA LAS MANOS DEL IMPERIALISMO DE TODO MEDIO ORIENTE!

Por Claudio Testa, Socialismo o Barbarie, 10-08-12

Categoría: Medio Oriente Etiquetas: ,