Dic - 31 - 1999

Esbozo de tesis por un nuevo proyecto para nuestra organización/corriente.

CONSTRUIR OTRO FUTURO

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Índice
1- Socialismo o barbarie

1.1 La crisis de la alternativa socialista

1.2 Transformaciones en el sistema del metabolismo social del capital

1.3 Argentina: veinte años de transformaciones antiobreras y antipopulares

2. Una crisis global del viejo movimiento obrero y revolucionario

2.1 La crisis de la subjetividad

2.2 Por una nueva síntesis de las tradiciones del socialismo revolucionario

2.3 Por la reconstrucción/refundación del movimiento obrero, popular y revolucionario.

3. Relanzar la batalla por el socialismo

3.1 Por la revolución socialista y el comunismo

3.2 Enfrentar la barbarie capitalista, en todas sus manifestaciones

3.3 Contra el Estado y la democracia capitalistas

4. Repensar los problemas de organización

4.1 Crítica de la externalidad y el sustituismo

4.2 La labor específica de los revolucionarios

4.3 Democracia y centralización

4.4 Hacia la refundación del MAS, en la perspectiva de la construcción de una nueva organización revolucionaria

5. Por una nueva práctica militante

5.1 La necesidad de una acción política global

5.2 Trabajar en las expresiones de la resistencia política y social

5.3 El trabajo teórico y la formación

5.4 Diversidad, autonomía, unidad

5.5 El carácter militante: restablezcamos la unidad entre la teoría y la práctica

“Es inútil discutir puntos controvertidos de una teoría social (…) si esa discusión no es parte de una lucha social real. La teoría social en cuestión debe poder referirse a varias posibilidades de acción para el partido, el grupo o la clase.”

Karl Korsch, Una aproximación no dogmática al marxismo.

1-Socialismo o barbarie

1.1 La crisis de la alternativa socialista

Nos está tocando vivir el comienzo del siglo XXI con el capitalismo reinando como nunca sobre todo el orbe. A la vez, una seria crisis nos afecta: al movimiento obrero y revolucionario parece habérsele cerrado toda perspectiva. Desde hace unas dos décadas (con la derrota del proceso abierto con el Mayo Francés, la Primavera de Praga, la revolución en Portugal y el Cordobazo, con la instauración de los gobiernos de Thatcher y Reagan) la clase trabajadora ha venido combatiendo a la defensiva, cediendo terreno sin cesar. Esta serie de reveses y retrocesos han puesto en duda -de hecho- su capacidad estratégica e histórica de dar una salida a la barbarización creciente que significa hoy el capitalismo. Esto mismo nos ha venido golpeando como parte del movimiento socialista revolucionario. Más de conjunto, es un hecho que desde la década del ‘20 (sin olvidar, en los ‘30, la experiencia de la revolución española) las corrientes socialistas revolucionarias (y el trotskismo como parte de ellas) se han visto confinadas a una marginalidad de la que no pudieron sobreponerse de manera duradera.

Y sin embargo, el derrumbe del estalinismo en Europa del Este – un cataclismo histórico que ha supuesto el trastorno de todo tipo de relaciones sociales y políticas a escala mundial- ha significado el fin de su yugo histórico sobre la clase trabajadora, y que, finalmente, ésta tenga la posibilidad de reconstruirse o refundarse sobre nuevas bases, socialistas y revolucionarias. El desafío es, entonces, no caer en el derrotismo, sino (re)formular un proyecto revolucionario que, apoyado en la premisa marxista de que “la liberación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”, esté a la altura de las necesidades y ubique a nuestra organización/corriente sobre una nueva perspectiva estratégica. Esta es la dirección por la que intentaremos transitar en el presente texto, al que concebimos como un esbozo para ser sometido a la prueba de la experiencia viva de la lucha de clases y a ulteriores elaboraciones teóricas y políticas.

Un nuevo ciclo histórico

Esta realidad a la que nos estamos refiriendo es producto centralmente de dos elementos determinantes, los que más de conjunto han reconfigurado globalmente al mundo (y al país, como parte de él), abriendo una “nueva época” o ciclo histórico de la lucha de clases mundial en la última década.

– una profunda crisis de alternativas y del viejo movimiento obrero tal como se había constituido a lo largo del siglo, con la caída, estallido o cambio total de naturaleza de sus dos principales exponentes: el estalinismo y la socialdemocracia. En los países del antiguamente llamado “tercer mundo”, este fenómeno se verifica -sobre todo- en relación a los viejos nacionalismos burgueses. Lo que, por otra parte -y en el largo plazo- puede abrir la posibilidad de relanzar la pelea por la perspectiva genuina del socialismo.

– una ofensiva sistemática contra las masas obreras y populares concentrada en transformaciones de fondo del capitalismo con la mundialización. Ofensiva en todos los terrenos: económico, social, político, ideológico y aun cultural, que se ha vivido, también, desde la dictadura militar, en la Argentina. Junto con esto, un redoble del ataque a la naturaleza, en la medida en que el capital (al servicio de su propia reproducción) tiende a degradar la fuerza de trabajo humana, el ambiente y el espacio, erosionando la base natural de la humanidad.

Renovar el marxismo revolucionario

Así, lejos de terminar el siglo con gran parte de los oprimidos levantando las banderas del socialismo, la inmensa mayoría no cree en la existencia de una alternativa al capitalismo, tal como lo vivimos cotidianamente en los lugares de trabajo o estudio. Peor aún, la identificación del socialismo con los Estados opresores y explotadores en el Este ha llevado a que las luchas hayan dejado de tomar su inspiración en él e, incluso, muchas de las más importantes del último período se hayan expresado lisa y llanamente como luchas contra él. Siendo más precisos, los distintos poderes contrarrevolucionarios fueron y son capaces de desviar e incluso instrumentalizar para sus propios fines movimientos de masas basados en sentimientos y reivindicaciones progresivos. Khomeini y los talibanes instrumentalizaron el antiimperialismo; en el Este lo fue el sentimiento antiburocrático, democrático y nacional; en la guerra de la OTAN en Serbia/Kosovo, lo fue el sentimiento humanitario frente a las matanzas de masas. Esto plantea al movimiento socialista revolucionario (y a nosotros como parte de él) una tarea decisiva: renovar el marxismo y el socialismo como teoría, programa, herramienta práctica y fuente de inspiración de las luchas, como alternativa irreconciliable con el capitalismo para millones de trabajadores y oprimidos. De lo contrario, se corre el peligro cierto de que la brecha entre el marxismo revolucionario y las masas laboriosas se ensanche hasta el infinito.

Sin embargo, como decíamos más arriba, las revoluciones/desmoronamiento (como las llamó F. Fejtö), que acabaron con los Estados burocráticos, pueden significar la enorme posibilidad de librar esta batalla con probabilidades de éxito. Pero no es casualidad que se deba hablar en términos de disyuntivas o se use el condicional “puede”, porque no hay ni puede haber nada predeterminado en esta pelea por encarnar al socialismo revolucionario entre los explotados y oprimidos del mundo. Es, por lo tanto, imposible resolver mediante el solo análisis si las potencialidades abiertas en el ‘89 llegarán finalmente a concretarse o no. Es que no hay análisis por fuera de la lucha de clases: de la lucha y de cómo se la dé dependerá el resultado de esta nueva época o ciclo histórico que se ha abierto.

Por la auténtica perspectiva socialista

Desde el comienzo de este documento queremos afirmar que las experiencias de los Estados burocráticos han dejado lecciones fundamentales, que nos obligan a operar una decisiva ruptura teórico/programática con la versión del marxismo concentrada sobre todo en la herencia de la II Internacional y el estalinismo, que influyó sobre muchos aspectos del cuerpo teórico/programático del marxismo revolucionario. La primer enseñanza es que el socialismo que pretendemos levantar como alternativa no tiene nada que ver con el estatismo estalinista (o socialdemócrata) contra el que las masas lucharon, y que en buena medida influyó en las concepciones del trotskismo en general y de nuestra corriente, el morenismo, en particular. Por el contrario, la transición al socialismo debe implicar -desde el principio- un denodado esfuerzo para que la gestión y control de la economía y la vida social pase efectivamente a manos de los trabajadores y los sectores populares. El concepto de dictadura del proletariado ha sido completamente desacreditado por todo lo que el estalinismo hizo en su nombre, y muchos revolucionarios sostienen que es equívoco y debe ser descartado. Es una discusión legítima. Pero existen sobradas evidencias de que renegar de él es un acto que en sí mismo tampoco aporta claridad estratégica. En todo caso, lo decisivo es reivindicar un contenido, o, mejor dicho, un proceso: la efectiva constitución de los trabajadores en clase dominante en el tránsito hacia la abolición de las clases. Lenin dijo: una dictadura de nuevo tipo, por ser la imposición de la inmensa mayoría sobre la minoría, y también democracia de nuevo tipo, más extendida y profunda, porque tiende a ir más allá de las formas y esfera políticas, lo que se puede repetir hoy a condición de aclarar sin ambigüedad que esto excluye la idea sustituista de dictadura en manos de un partido. Ampliación y profundización de la democracia desde abajo y directa, predominio de la mayoría obrera y popular y progresiva expansión de lo social sobre lo político, apuntando a la desaparición del Estado, deben ser dimensiones inseparables de la transición. En síntesis, la transición socialista no debe implicar el crecimiento del Estado (ni siquiera del “Estado obrero”), sino creciente socialización y apropiación directa por los trabajadores de todas las funciones de dirección política, militar, económica y social, en correlación con los avances de la lucha contra el imperialismo a nivel mundial.

La segunda lección es que hoy más que nunca se hace decisivo concebir a la revolución y el socialismo como procesos conscientes, construidos por una subjetividad que en ese proceso también se revolucionará. Las revoluciones, y en particular la revolución socialista, no deben ser concebidas como una resultante más o menos natural de fuerzas económicas y sociales, que por el hecho de existir impulsarán la historia en tal o cual sentido. Siempre hay una combinación de determinaciones estructurales, de oportunidades coyunturales y de decisiones de los sujetos políticos y sociales que actúan, haciendo o dejando de hacer determinadas cosas. El curso de la revolución (y de la transición socialista) está dado por estos tres elementos. Nuestro siglo ha visto muchos tipos de revoluciones, y esta misma diversidad debe servirnos para reafirmar que el curso y carácter propiamente socialista de la revolución no depende solamente de las condiciones socioeconómicas de un país, ni del peso absoluto y relativo de las clases sociales, ni siquiera excluyentemente de quién la dirige, sino que es un proceso en el que se combinan todos estos elementos adquiriendo una relevancia central que el proceso esté conscientemente en manos de las masas autodeterminadas. Debemos concebir la revolución como el cambio de las circunstancias (vale decir, de las condiciones materiales en las que viven los hombres y que los empujan a la revolución) junto con el cambio de los protagonistas en el curso del mismo proceso. Para hacer la revolución y desarrollar la transición en un sentido socialista, la clase obrera, los explotados en general y también los partidos revolucionarios deben ser capaces de revolucionarse en el curso mismo de su desarrollo. Todas estas enseñanzas deberán ir reemplazando las concepciones objetivistas fuertemente anudadas en la tradición trotskista y, en especial, en nuestra corriente.

Por último, otra decisiva enseñanza reafirma en este caso la tradición del trotskismo (y la nuestra en particular), a partir de la actual unidad del campo político y económico internacional producto de la mundialización. Hoy más que nunca es un hecho que el proceso de la revolución socialista sólo podrá desarrollarse a escala internacional, en la medida en que las propias bases materiales de la economía y de la política mundiales se expresan como una compleja unidad de los procesos económicos, políticos, sociales y aun culturales a nivel mundial. Si en algún momento (años ‘20) podía parecer (para los estalinistas y reformistas en general) que estuviera planteada la posibilidad de países “maduros e inmaduros” para la revolución socialista, y la existencia de leyes y lógicas distintas en los distintos países del mundo, hoy es un hecho evidente que la inédita mundialización del capital afirma más que nunca el principio de la revolución socialista internacional de que ya no hay ni puede haber revoluciones estrictamente nacionales. La interrelación de los procesos revolucionarios se va a afirmar con fuerza, en la medida en que se sigan profundizando la unidad europea, el Nafta, el Mercosur, etc. Y todo esto lo sostenemos sin menoscabo de que a la vez se plantean todo tipo de problemas y nuevas y agudas contradicciones dentro de esa unidad.

Así, estas lecciones y la experiencia práctica en la realidad deberán ir configurando una nueva perspectiva para el marxismo revolucionario; en cierta medida, un nuevo marxismo revolucionario, en el desafío de ir superando críticamente nuestro legado teórico, programático y de organización, hacia una nueva síntesis.

1.2 Transformaciones en el sistema del metabolismo social del capital

La seria crisis de alternativas y del viejo movimiento obrero y popular que estamos viviendo se está dando en un contexto específico: en las dos últimas décadas han ocurrido transformaciones del capitalismo a nivel global (y en cada país) en sentido antiobrero y antipopular. Estas encarnan la configuración concreta, histórica, que asume el capitalismo mundial hoy. Es decir, el conjunto total de relaciones de explotación y dominación, de producción y reproducción, que conforman la actual sociedad capitalista mundial. Con István Mészáros (cuyo estudio crítico debemos profundizar) podemos decir:

“El sistema del capital como un modo de control del metabolismo social, históricamente específico, necesariamente se articula y consolida como una única estructura de mando bajo este sistema. Las posibilidades de vida de los individuos están determinadas de acuerdo a dónde los grupos sociales -a los cuales ellos pertenecen- estén situados en la estructura de mando jerárquico del capital. Más aún, dada la única modalidad de su metabolismo socioeconómico -acoplado con un carácter totalizante que no había tenido en toda su historia anterior-, conlleva el establecimiento de una correlación casi inimaginable entre la economía y la política. Mencionamos de pasada que el Estado moderno inmensamente poderoso -e igualmente totalizante- surge a partir de ese engullidor metabolismo socioeconómico, complementándolo de manera irreemplazable (y no solamente sirviéndolo) en sus aspectos más vitales” (István Mészáros, Más allá del capital. Hacia una teoría de la transición, capítulo 2, publicado en Herramienta Nº 5, p. 108).

Esto quiere decir que se trata de romper con el determinismo economicista, dando cuenta de la totalidad de los mecanismos y/o relaciones que hacen a la reproducción total de la sociedad capitalista. Así, Mészáros destaca que si, por una parte, el sistema del capital se ve impelido por su propia lógica a subsumir el conjunto de las relaciones sociales bajo su propio imperio (el de la constante y ciega expansión y acumulación del capital), por otra parte esto requiere inmediatamente de la acción del Estado moderno, como una necesidad absoluta para la permanente reproducción global del sistema del capital, configurándose esto como una interacción dialéctica, como partes (el capital, el Estado y el trabajo) de una totalidad superior a cada instancia misma: el sistema del metabolismo social del capital.

En un sentido más concreto, sumariamente podemos identificar: un proceso de recomposición de las clases; un redoble de la expoliación de la naturaleza; la transformación del Estado; la crisis del viejo sistema mundial de Estados y una barbarización del conjunto de las relaciones sociales, con nuevas formas de dominación, opresión y alienación. Transformaciones de fondo en curso desde mediados de la década del ‘70, y que sin embargo no alcanzamos a ver hasta tiempos muy recientes, desarmándonos gravemente en los terrenos teórico, programático y político, restringiéndose así el carácter y alcance de nuestra pelea por el socialismo.

Las crisis de la mundialización

La grave crisis económica desarrollada en los años 1997/8 es reveladora de las contradicciones profundas que atraviesan al capitalismo mundializado de hoy, que asume características distintas a las que lo distinguieron en el período del “boom” de la postguerra (1946/1970). Esa crisis hundió sus raíces en las relaciones de producción y distribución dominantes, y expresó el sello de un régimen de acumulación (o modo de producción) que superexplota a los trabajadores, que presiona a las más amplias capas de la sociedad por medio de los impuestos y el interés sobre los créditos, pero que no llega sin embargo a apropiarse y a centralizar la cantidad de valor que necesita el capital para su reproducción ampliada. Porque, a pesar de todo, la tasa de ganancia no logra alcanzar los valores históricos del período anterior, de manera que globalmente la acumulación revela que no se arroja a la plaza suficiente cantidad de nuevo valor y plusvalor.

Así, esta crisis asume rasgos específicos que le son propios: traduce las contradicciones de un sistema orientado -más fuertemente que en cualquier otro momento del estadio imperialista- en un sentido crecientemente parasitario y depredador, esto es, donde la lógica de la reproducción ampliada del capital se encuentra en un antagonismo cada vez más creciente e irreconciliable con una sana reproducción del hombre y la naturaleza (señalamos que en lo anterior hemos seguido básicamente los análisis de F. Chesnais, cuyo estudio crítico también deberemos profundizar).

«En el desarrollo de las fuerzas productivas hay una etapa en la que las fuerzas productivas y los medios de intercambio que existen entran en contradicción con las relaciones existentes, y ya no son fuerzas productivas sino destructivas (…) Estas fuerzas productivas, bajo el sistema de la propiedad privada, tienen un desarrollo unilateral, y para la mayoría se transforman en fuerzas destructivas. Así ocurren cosas tales que los individuos deben apropiarse de la totalidad de las fuerzas productivas existentes, no sólo para conseguir su propia actividad, sino también para simplemente salvaguardar su misma existencia» (Marx y Engels, citado por István Meszáros en La reproducción del metabolismo social del orden del capital, Herramienta nº5, p. 104).

Esto es, efectivamente, lo que se manifiesta hoy de la manera más aguda.

El capitalismo amenaza al hombre y a la naturaleza

Lo anterior, entonces, nos debe llevar a la comprensión de las características específicas del capitalismo en la actualidad, de la acentuación de sus rasgos parasitarios y degenerativos. Esta fase en particular, históricamente determinada, expresa una contradicción brutal entre, por un lado, el desarrollo de la revolución científico-técnico-material en curso, con el significado que desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas representa efectivamente la internacionalización del capital y, por el otro, el chaleco de fuerza que representa la continuidad histórica de las relaciones de producción capitalistas. Es esta contradicción la que produce los intensos fenómenos de descomposición de las relaciones sociales que estamos presenciando cotidianamente. Es que es un hecho la barbarie cotidiana en que se vive, la fragmentación que atraviesa a los explotados y oprimidos, la falta de perspectivas comunes… Todo esto es parte de las fuerzas productivas, que no implican sólo contenido técnico: hay un elemento de contenido humano y natural íntimamente ligado a su definición.

“Las «fuerzas productivas» no pueden ser reducidas simplemente a la tecnología [sino que] incluyen en su seno a ciertas relaciones entre los hombres (…) del tipo que habitualmente nos inclinaríamos a considerar «relaciones de producción» (…) En algunas ocasiones, Marx suele denominar «fuerzas productivas» a los elementos de los que estas capacidades surgen: por lo que las fuerzas productivas ya no serían entendidas como una capacidad (potencialidad), sino como algo efectivo, material. Por ejemplo, afirma: “así como el capital tiene una tendencia a aumentar desmesuradamente las fuerzas productivas, limita, hace unilateral, etc., a la principal fuerza productiva, el hombre mismo” (…) Las fuerzas productivas subjetivas, por su parte, abarcan a las cualidades de los trabajadores, incluyendo a la fuerza física de trabajo (que posee un importante componente natural), a los conocimientos y aptitudes intelectuales, y a las relaciones entre los obreros (cooperación, etc.)” (Ariel Petruccelli, Ensayo sobre la teoría marxista de la historia, Ediciones El Cielo por Asalto, pp. 25, 27 y 36).

Por una crítica del progreso capitalista

Esto está ligado, a su vez, a la necesidad de acabar con la visión acrítica del progreso capitalista característica de la II Internacional y del estalinismo, al mismo tiempo que se enfrenta a las reaccionarias posturas del posmodernismo y las ideologías irracionalistas. Es que la dinámica del capitalismo no es, nunca fue ni puede ser progreso y más progreso. Por la postergación inesperada de la revolución socialista, el capitalismo asume rasgos que no son iguales al siglo XIX a la entrada del siglo XXI. Es, por el contrario, un “sistema orgánico” que tiene historia también. Y su historia es que el “progreso”, llegado a un punto, se transforma en contradicciones cada vez más serias para el desarrollo humano y natural.

“En el pensamiento de Marx existe una concepción dialéctica del progreso que tiene en cuenta el lado siniestro de la modernidad capitalista (…) Sin embargo, es una dialéctica incompleta y no siempre escapa a una cierta teleología (…) Marx percibe claramente la naturaleza contradictoria del progreso capitalista y de ningún modo ignora su lado siniestro (…) en éste se encuentra presente otra «dialéctica del progreso», crítica, no teleológica y fundamentalmente abierta. Se trata de pensar la historia como progreso y catástrofe a la vez, sin favorecer ninguno de los aspectos, ya que el progreso histórico no está predeterminado (…) Esta dialéctica está presente (…) en ciertos pasajes de El Capital, en los cuales Marx constataba que, en el capitalismo, «cada progreso económico es al mismo tiempo una calamidad social» y observa que la producción capitalista ataca tanto a los seres humanos como a la propia naturaleza: (…) «La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador» ” (Michael Löwy, De Karl Marx a Emiliano Zapata. La dialéctica marxista del progreso y el desafío actual de los movimiento eco-sociales, En Marx y el siglo XXI. Hacia un marxismo ecológico y crítico del progreso, R.V. Cantor (comp.), Ediciones pensamiento crítico, pp. 404-407).

Una nueva clase trabajadora

Las actuales circunstancias de profundos cambios mundiales han afectado los roles y la misma estructura de clases del capitalismo contemporáneo, tanto por el lado de las clases dominantes como por el de las masas trabajadoras. Como resultado de la reestructuración (económica y política) internacional del capital, lo que se puede observar es una mayor polarización en la estructura de clases:

– Por un lado, un sostenido proceso de internacionalización, centralización y concentración del capital, con la constitución de oligopolios internacionales. Sin tener en cuenta los límites de los Estados nacionales, se consolidan las multinacionales, que en buena medida adquieren independencia de sus territorios originarios. Por primera vez en la historia, en nuestros días se ha hecho enteramente realidad lo que en el Manifiesto Comunista era aún en gran medida profecía: la extensión y penetración universal del capital y de la forma mercancía en todos los terrenos.

– Por el otro, un proceso complejo y contradictorio a nivel de la clase trabajadora: se trata de una clase menos homogénea que en el pasado, más fragmentada y atomizada; a la vez, más amplia, diversa y extendida. Una clase trabajadora más compleja que, empleando la útil definición de Ricardo Antunes, puede ser entendida -sociológicamente- como la clase-que-vive-del-trabajo (combinando el viejo proletariado, el subproletariado precarizado y la subclase desempleada), constituida, básicamente, por los trabajadores asalariados, que viven de vender su fuerza de trabajo, que tiene la característica de realizar la totalidad del trabajo social, no habiendo actividad socialmente útil, que no pase por sus manos:

“No hay una tendencia generalizadora y unísona, cuando se piensa en el mundo del trabajo (…) Se complejizó, fragmentó y heterogeneizó aún más la clase-que-vive-del-trabajo. Se puede constatar, por lo tanto, por una parte, un efectivo proceso de intelectualización del trabajo manual. Por otra parte, y en sentido radicalmente inverso, una descalificación y aún subproletarización intensificadas, presentes en el trabajo precario, informal, temporal, parcial, subcontratado, etc. Si es posible decir que la primer tendencia -la intelectualización del trabajo manual- es, en síntesis, más coherente y compatible con el enorme avance tecnológico, la segunda -la descalificación-, se muestra también plenamente en sintonía con el modo de producción capitalista, en su lógica destructiva y con su tasa de uso decreciente de bienes y servicios (Mészáros, 1989). Hemos visto también que hubo una significativa incorporación del trabajo femenino en el mundo productivo, además de la significativa expansión y ampliación de la clase trabajadora, a través de la asalarización del sector servicios. Todo esto nos permite concluir que ni el proletariado desaparecerá tan rápidamente y, lo que es fundamental, no es posible dar como perspectiva, ni siquiera en un universo distante, ninguna posibilidad de eliminación de la clase-que-vive-del-trabajo” (Ricardo Antunes, ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre las metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo, Venezuela, Piedra Azul, 1996, pp. 46/47).

Así, debemos asumir que los enormes cambios de los últimos veinte años han supuesto una notable transformación y recomposición de la clase trabajadora a nivel mundial, que desde el punto de vista numérico ha crecido hasta niveles nunca antes vistos. Pero este proceso de crecimiento de los trabajadores asalariados a escala mundial, esta verdadera constitución de una nueva clase trabajadora, ha ido acompañada de su desorganización, desconcentración y despolitización. Es decir, de la fragmentación material y de su conciencia de clase, aumentando así, cualitativamente, la subordinación del trabajo al capital. Estamos, pues, ante una crisis y aguda metamorfosis de la clase trabajadora, tal como ésta era tradicionalmente entendida.

En la Argentina, con sus características propias, se ha verificado un proceso similar: los avances del plan de reconversión capitalista han profundizado una diferenciación social sin precedentes en las últimas décadas. Y también aquí ha tenido lugar una profunda mutación de las características de la clase trabajadora en el sentido antedicho, si bien debemos aún estudiar y precisar este proceso con más detalle.

Superar las visiones sectarias y/u obreristas

Como decíamos más arriba, hoy es más importante que nunca que complejicemos el análisis del capitalismo, dando cuenta -plenamente- de los cambios en el sistema total de relaciones de explotación y dominación que ha sufrido y está sufriendo la sociedad actual. Así, es imperioso que pongamos de relieve decisivos factores sociales, políticos e ideológicos que son de enorme importancia para tener una visión y perspectiva del conjunto de los mecanismos de dominación, opresión y reproducción del capital y sus Estados, y de la lucha contra ellos. Debemos ser parte de las importantes luchas que están adelantando sectores como la juventud, las reivindicaciones del género, las de los distintos “sin…”, las luchas contra los desastres ecológicos, las de los movimientos democráticos contra la impunidad y la represión e incluso las de los consumidores contra los megamonopolios transnacionales que dominan hoy las empresas antiguamente denominadas de servicios. Es necesario, así, superar la estrecha visión sectaria u obrerista que venimos arrastrando, para poder enfrentar la globalidad de los desafíos que plantea la lucha de clases en la actualidad: la pelea contra la explotación del trabajo; contra la destrucción de la naturaleza, la salud y la educación; contra la opresión del patriarcado, y contra el Estado y los difundidos mecanismos de dominación más en general. Estas cuestiones, que tienen dimensiones diferentes, finalmente responden al mismo problema: la configuración actual de la sociedad capitalista como totalidad. Y este paso es decisivo a la hora de la definición de las tareas y de la comprensión de la necesaria articulación -en un sentido anticapitalista- que se debe adelantar en el terreno de los explotados y oprimidos, en la perspectiva de reabrir la lucha por el socialismo.

Por otro lado, no debemos caer, sin embargo, en el extremo de desdibujar el lugar y la perspectiva de clase del análisis y la estrategia revolucionaria, como está sucediendo hoy entre muchos de los analistas de los nuevos movimientos sociales. De alguna forma, tal es la retórica que acompaña la supuesta emergencia de la “sociedad civil” como nuevo sujeto transformador, término vulgarizado hjasta el abuso, de manera que en la mayor parte de los casos ha perdido cualquier funcionalidad analítica. Peor aún, puede causar estragos a la hora de afirmar una estrategia revolucionaria.

1.3 Argentina: veinte años de transformaciones antiobreras y antipopulares

En este marco, en la Argentina hemos vivido (y sufrido) una transformación inmensa. Tres períodos generales se pueden identificar en el último cuarto de siglo: el de la dictadura militar, que impone una derrota de alcances históricos a los trabajadores y comienza este proceso de profundas transformaciones; el del gobierno de Alfonsín, marcado por las crisis económicas y el proceso democrático, y la década menemista, años de reacción y creciente crisis social: una verdadera nueva década infame. Esto requerirá, en el próximo período, de una elaboración específica.

Los cambios estructurales profundizados durante el gobierno de Menem (con la posta tomada ahora por De la Rúa) son producto del impulso, a partir de 1975, de una orientación estratégica por parte de la burguesía y el imperialismo, cualitativamente distinta a la que venía imperando en el país desde la década del ‘30. El golpe del ‘76, y la consiguiente derrota del movimiento obrero y popular, es el elemento determinante que permite comenzar a aplicar en nuestro país esta nueva orientación, en consonancia con el proceso mundial del capitalismo. Se logró imponer una durísima derrota al amplio movimiento obrero -de fuerte peso político y social- que había irrumpido a partir del Cordobazo, cortándose históricamente esta experiencia (de la que fuimos parte desde el PST, al que debemos reivindicar). Es que no sólo se logró derrotar el ascenso iniciado en el ‘69, sino que fue aniquilada la importante y numerosa vanguardia clasista, que podría haberse fortalecido como alternativa a la dirección sindical y política del peronismo, y al propio sistema capitalista. Así, a partir del plan de Martínez de Hoz y la sangrienta dictadura, se inició todo un proceso de derrota y de transformación que sentó las bases para liquidar la vieja Argentina. Los cambios que comenzó la dictadura acentuaron profundamente el carácter semicolonial del país en todos sus aspectos: económico, político, ideológico, cultural y militar.

En los ’80, ante la caída del régimen militar, se dio un período contradictorio: por un lado, fue un hecho que los trabajadores y los sectores populares no lograron recuperar los hilos de la experiencia abierta con el Cordobazo, lo que se expresó agudamente en que el proceso político de lucha y resistencia se dio -en lo esencial- dentro de los marcos del régimen democrático burgués y sin llegar a cuestionarlo. Sin embargo, por otro lado, el gobierno de Alfonsín se vio marcado por una creciente crisis económica que terminó derivando en los picos hiperinflacionarios que vivió el país a finales de la década. Simultáneamente, un progresivo proceso de luchas en diversos terrenos (democrático, sindical, antiburocrático, etc.) se desarrolló a escala del conjunto de la sociedad, alcanzando extremos de inestabilidad como la Semana Santa de 1987. Así, el gobierno alfonsinista estuvo signado por contradicciones e indefiniciones que, no obstante, no alcanzaron a revertir el sentido antiobrero y antipopularde las transformaciones iniciadas en 1976.

Menem llegó con la firme convicción de acabar con esta impasse. A lo largo de los últimos diez años se ha vivido una etapa reaccionaria (como correctamente definimos hace ya varios años), con una relación de fuerzas global favorable al imperialismo y la burguesía, en la que se consolidaron y reforzaron las transformaciones estructurales que se venían impulsando desde 1976. Durante estos años se terminaron de perder las conquistas/concesiones económicas, políticas y sociales que caracterizaron -por todo un período histórico- a la clase trabajadora y al país. Un elemento de mucha importancia ha sido el permanente alineamiento de los principales sectores burgueses detrás de los aspectos esenciales del plan capitalista, lo que se ha visto reflejado en el conjunto de las instituciones del régimen. Armas fundamentales para esto han sido los inéditos 16 años de imperio ininterrumpido de la democracia burguesa, que ha ido adquiriendo rasgos crecientemente reaccionarios o, para usar una expresión de J. Petras, de régimen híbrido, así como también la directa colaboración de todas las alas de la burocracia sindical (CGT, CTA, MTA) en la aplicación del plan imperialista. Alas que, sin embargo, tienen sus características particulares distintivas, acentuadas hoy bajo el gobierno de De la Rúa, lo que requiere de un estudio y orientación específica.

Queremos subrayar que la comprensión de las transformaciones que estamos consignando debe ser entendida en sentido amplio, incluyendo el fuerte efecto ideológico que ha tenido el conjunto de la ofensiva burguesa/imperialista sobre las masas laboriosas. Se ha vivido un profundo proceso reaccionario que, sobre la base material del ataque a las conquistas económicas, políticas y sociales de la clase trabajadora y los sectores populares, ha significado la destrucción de tradiciones populistas, reformistas e incluso antiimperialistas que fueron parte importante de la historia del país.

Finalmente, no menos importante es destacar que agudas contradicciones y deformaciones nuevas se han ido desarrollando como consecuencia de la aplicación del plan capitalista: altísimos niveles de desempleo y de superexplotación; exclusión de regiones enteras del plan de reconversión capitalista; una aguda crisis social, de la educación y la salud populares, sin precedentes, por lo menos, desde la década del ‘30. Paradójicamente, a pesar del aumento cualitativo en la explotación y la subordinación del país al imperialismo, la burguesía revela no tener resuelto el problema de la acumulación capitalista en el país, ni la inserción de éste en la división internacional del trabajo, lo que se está expresando con particular agudeza en estos meses, ante los graves problemas que debe comenzar a afrontar el gobierno de De la Rúa. Todo esto está generando un creciente descontento de amplios sectores obreros y populares con el gobierno aliancista y, a la vez, desde un punto de vista más de fondo, un profundo distanciamiento de amplísimos sectores de las masas con las superestructuras gubernamentales y políticas, motorizada por la “contrarrevolución social” que venimos identificando. Así, la apatía creciente en los procesos electorales, el crecimiento del voto en blanco y la abstención y la búsqueda de caminos alternativos de lucha, como los cortes de ruta, asambleas populares y otras, son manifestaciones de la grave crisis de confianza y representatividad que existe en la sociedad.

Una disyuntiva cada vez más aguda y actual

Nos está tocando vivir, así, en un mundo cada vez más inmundo, menos administrable, en una palabra, una realidad en la que las contradicciones y los absurdos se acumulan y engendran una serie de crisis sociales en espiral cada vez más graves. Crisis que el capital, los Estados que aseguran su reproducción y los gobiernos que las administran pueden controlar cada vez menos. Pero que sin embargo, dada la postergación histórica (e inesperada) de la revolución socialista, significan la acumulación creciente de elementos de barbarie. Así, la aguda contradicción planteada por Rosa Luxemburgo a principios del siglo se hace más aguda que nunca: o reconstrucción global del movimiento obrero, popular y revolucionario para reabrir la perspectiva socialista, o barbarie capitalista mundializada, con la destrucción creciente de la capacidad humana y la naturaleza.

“Con su célebre fórmula «socialismo o barbarie», ella rompió de manera radical con cualquier teleología determinista, proclamando el irreductible factor de contingencia del proceso histórico, lo que hizo posible una teoría de la historia que reconocía finalmente el peso del factor «subjetivo». La conciencia de los oprimidos, su organización revolucionaria y su iniciativa política ya no son simplemente -como entre los pretendidos «marxistas ortodoxos» Kautsky y Plejanov-, factores que aceleran o retardan el progreso histórico, cuyo resultado ya está predeterminado (…) sino fuerzas decisivas para solucionar la crisis capitalista: la emancipación social o la barbarie” (Michael Löwy, op. cit., pp. 408/9).

2-Una crisis global del viejo movimiento obrero y revolucionario

Esta realidad de crisis de alternativas y profundas transformaciones viene impactando agudamente sobre la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares, en el plano de su subjetividad. Los explotados y oprimidos están experimentando inmensos cambios, tanto en lo que hace a su conciencia de clase como en lo referente a sus viejos organismos de representación sindicales y políticos. Así, no debemos temer precisar claramente que el viejo movimiento obrero está cuestionado y en una gravísima crisis de identidad, y se trata de sacar todas las conclusiones que esta dura realidad nos exige como marxistas revolucionarios. Este fenómeno -aún desigual- de degeneración burguesa, burocrática y estatista del viejo movimiento obrero, es un fenómeno global (político, social, sindical y aún cultural), en el que hay que consignar la pudrición de dos expresiones históricas de él: el estalinismo y la socialdemocracia, que derivan de la degeneración de las experiencias de la II y III Internacionales. Y cuyas principales características han sido su estrategia estatista (haciendo del Estado el fin y el medio de la lucha de emancipación del proletariado); el sistemático rechazo a la acción autodeterminada, autoorganizada e independiente de la clase obrera; la negación total y quiebre de la tradición internacionalista entre los trabajadores y la idealización acrítica del “progreso” capitalista.

2.1 La crisis de subjetividad

Esta imposición contrarrevolucionaria sobre el movimiento obrero y popular abrió una crisis de perspectivas genuinamente socialistas y revolucionarias ya en los lejanos tiempos de las décadas del ‘20 y ‘30. Esto a consecuencia -precisamente- de la bancarrota y burocratización tanto de la II como de la III Internacionales, de la contrarrevolución política y social estalinista en la URSS y de las derrotas de los procesos revolucionarios en China, Alemania y España. Por consiguiente, la burocracia estalinista construyó durante décadas esos gigantescos aparatos estatales de dominación y explotación en la tercera parte del planeta, en nombre del socialismo y de la causa del proletariado. Mientras tanto, la socialdemocracia se transformó totalmente en gestora de los asuntos capitalistas. Durante este período, en nuestro país se vivió la experiencia del peronismo, que constituyó un movimiento de colaboración de clases que mantuvo roces y enfrentamientos con sectores de la burguesía y del imperialismo.

Como parte de esta crisis, queremos insistir en el terrible significado que ha tenido y está teniendo la pérdida del internacionalismo entre los trabajadores y los sectores populares. Paradójicamente, frente al actual proceso de mundialización, distintas direcciones burocráticas pregonan una línea de “resistencia nacional”, como por ejemplo en Europa, planteando, contra Maastricht y la moneda única, la defensa del Estado y la moneda nacional. Análoga postura asumen las distintas alas burocráticas en la Argentina, como se expresó, por ejemplo, en el paro convocado por la UOM “en defensa de la industria nacional”, en el actual discurso de Moyano o en la perspectiva general que le da a sus planteos el CTA. Para esto, se apoyan en una realidad histórica que les da bases reales para engañar a los trabajadores: todos los logros y conquistas anteriores fueron institucionalizados en el marco del Estado nacional. Y ahora se destruyen a partir de un marco internacional. Así, en relación con la situación que imperó hasta los años ‘20, hay entonces una formidable inversión de valores y posiciones: antes, era el movimiento obrero quien levantaba la bandera internacionalista, contra las burguesías que se hacían guerras interestatales; ahora, las distintas clases trabajadoras nacionales libran una tremenda competencia entre ellas, acicateadas por la acción de un capital cada vez más multinacional y por sus propias direcciones. Este un gran factor de confusión, que requiere de los revolucionarios una tarea muy sistemática y paciente en el sentido de mostrar que la única vía de salida a la actual situación es en la perspectiva de construir de un nuevo internacionalismo, tal como se ha comenzado a expresar en las promisorias movilizaciones de Seattle, en noviembre de 1999.

Al mismo tiempo, es imposible negar que cada vez es más perceptible a nivel mundial y nacional un gran desprestigio del viejo sindicato tal y como era tradicionalmente entendido, sumido en un acelerado proceso de estatización, vaciamiento y aburguesamiento. Parece ya no servir como forma de organización de los trabajadores, ni para la lucha reivindicativa ni para su vida cotidiana, y mucho menos para encaminarse hacia una salida anticapitalista. Una expresión contundente de este fenómeno es la pasividad, desmoralización y retraimiento que reinan en gran parte de sus afiliados, junto con la existencia de una absoluta mayoría de la masa trabajadora -particularmente los jóvenes- que directamente no está afiliada. En este marco, es un hecho evidente la pérdida de referentes precisos de clase, lo que dificulta tanto la adopción de una conciencia como de formas definidas de lucha y organización entre una gama multiforme de actores sociales. Así, entre la clase trabajadora se da la paradoja de que nunca como ahora -desde el punto de vista objetivo del “ser de clase”- la clase obrera fue tan numerosa en una perspectiva mundial. Pero tampoco nunca como hoy, en el plano de su conciencia, fue tan débil, fragmentada y falta de una perspectiva independiente. Y esta es la situación contradictoria que en la actualidad vive la clase trabajadora (y el conjunto de los sectores populares), puesto que, en la visión marxista, el factor subjetivo -el grado de conciencia histórico- es más importante que el factor objetivo en el proceso de lucha por encaminarse hacia una nueva perspectiva.

La acción destructiva de estos aparatos logró abrir una crisis histórica de perspectiva o alternativa al capitalismo y, como parte de ella, una crisis del mismo carácter en lo que hace al propio destino de la clase trabajadora como tal. La crisis aguda del movimiento obrero no solamente afecta a los trabajadores, sino que repercute en su conjunto sobre toda la sociedad y plantea con urgencia la necesidad de la recomposición de la subjetividad revolucionaria del proletariado: esto es, su reconstrucción o refundación sobre nuevas bases socialistas y de clase.

2.2 Por una nueva síntesis de las tradiciones del socialismo revolucionario

En este marco, se vive una grave crisis del movimiento socialista revolucionario, en particular del trotskismo, que es parte de una tradición marxista revolucionaria más amplia, constituida por la experiencia del bolchevismo (con sus propias expresiones críticas, como los decistas), pero también del espartaquismo, de la izquierda occidental, del comunismo consejista, de Christian Rakovsky y Víctor Serge. Y sin embargo, los que venimos del movimiento trotskista (y, en nuestro caso, del morenismo) hemos tenido una visión absolutamente estrecha de este patrimonio. Nunca hemos considerado, por ejemplo, la tragedia que significó para el desarrollo de la III Internacional el asesinato de Rosa Luxemburgo. Esta actitud ha redundado en una restricción enorme de nuestro patrimonio teórico-político.

Y sin embargo, parece central para los desafíos planteados en este nuevo siglo (entre ellos, la propia reconstrucción teórica y práctica del marxismo revolucionario) acabar con esta situación, sobre todo teniendo en cuenta que varios de los mejores exponentes de estas corrientes tuvieron el mérito de colocar en el centro de sus preocupaciones una concepción de la revolución y del socialismo como acción consciente de las grandes masas autodeterminadas. En el camino de determinar los errores y equivocaciones teóricas, políticas y organizativas para asimilar críticamente la experiencia del siglo XX, parece muy atinado lo que señala Perry Anderson:

“Todo intento de reformular el proyecto socialista (…) no puede ser viable si no presenta una elaboración de la experiencia histórica de la Segunda y Tercera internacionales. Los meros repudios resultan hoy en día tan inútiles como lo fueron las formas devocionales en el pasado. Cualquier cultura de la izquierda que trate de empezar otra vez (…) o de refugiarse en los principios de 1789 (…) será un fracaso. Una reflexión seria sobre el legado político e intelectual del movimiento socialista moderno, en sus diversas formas, revelará muchas de sus riquezas desdeñadas, a la vez que muchos rumbos equivocados” (Perry Anderson, Los fines de la historia, Barcelona, Anagrama, 1996, pp. 150/151).

Por un balance del trotskismo y el morenismo

Es, entonces, imprescindible que vayamos dando sólidos pasos en superar la visión acrítica que hemos venido arrastrando sobre aspectos fundamentales de nuestro propio tronco histórico: el trotskismo y el propio Trotsky, abarcando el período de la postguerra pero, también, el proceso de constitución de la propia IV Internacional. Es un largo período de crisis del trotskismo, ya tempranamente dividido en 1951/53. En realidad, se debe tener en cuenta que la IV -tal como la había dejado Trotsky- quedó desarticulada por los golpes que le infligió durante la guerra la acción combinada del nazismo y el estalinismo y que, a la vez, a la hora de su reconstrucción en la postguerra, importantes sectores quedaron por fuera: los núcleos originarios de Lutte Ouvriere, del SWP (Tony Cliff), The Militant y la segunda expresión de los “antidefensistas”. Pero a la vez, insistimos, no se debe tener temor de ir incluso más allá: revisar críticamente los vicios acumulados a la hora de la propia constitución de la IV Internacional: la definición de la URSS como Estado obrero; los rasgos sectarios en la concepción de la organización revolucionaria (internacional y/o nacional) del propio Trotsky en este período, marcado por el trágico impacto de la contrarrevolución estalinista.

Con J. P. Divés, podemos decir:

“La misma burocracia se desdobla; le es atribuido un “doble papel” (…) El debate de 1939/40 a propósito de Polonia, Finlandia y los países bálticos ilustró los peligros de esta teoría. Esta tuvo como consecuencia práctica inexorable que el trotskismo -a pesar de su carácter revolucionario socialista y toda su abnegación en la lucha contra el estalinismo- permaneciera como atado por un hilo invisible, sin llegar a proponer a los trabajadores una vía claramente alternativa al totalitarismo burocrático (…) quedó afectado todo el programa de los marxistas revolucionarios. La perspectiva socialista fue así deformada y enredada. La condición primera del socialismo ya no fue más el poder de los trabajadores, sino la nacionalización de los medios de producción. La existencia de la propiedad estatal y la planificación fue identificada (…) con la socialización: es decir, con el desarrollo del control directo de los trabajadores sobre el proceso de producción y toda la economía, y que no puede progresar más que en la medida en que el estado se vaya extinguiendo. Hay que reconocer que este error estaba presente en Trotsky, con una confusión entre estatización y socialismo en muchos de sus textos” (J. P. Divés, A propósito del libro El destino de la revolución rusa. Consideraciones sobre la IV Internacional, la URSS y el stalinismo, en Nuevo Curso Nº 1, pp. 91/92).

Se trata, entonces, de ajustar cuentas con los propios vicios o bloqueos que ha venido acumulando el movimiento trotskista, en el camino de superarlos y superarnos. Es que, a la vez, es un hecho que el trotskismo ha pasado y sigue pasando por una aguda crisis, atomización y sucesivas rupturas. Además, paradójicamente, la propia crisis del movimiento trotskista se agudiza precisamente cuando el estalinismo se derrumba. Y esta reflexión debe ser un punto de partida para llevar adelante una valoración crítica de nuestra propia corriente: el morenismo. Porque es evidente que las presiones de una realidad objetiva abrumadoramente extendida a lo largo de cinco o seis décadas no pasaron sin dejar profundas huellas. Así es que se teorizó sobre las revoluciones socialistas “objetivas” (una contradicción en sus propios términos) y sobre la constitución de Estados obreros en los países donde el capitalismo había sido expropiado luego de la II guerra mundial, aún a pesar de la falta de toda acción consciente y autodeterminada de las masas en estos procesos. Estas elaboraciones se sistematizaron en dos textos de valor teórico-programático global: La dictadura revolucionaria del proletariado y las Tesis de Actualización del Programa de Transición, caracterizados por una concepción sustituista del socialismo y un objetivismo global. Teorizaciones que, a veinte años de haber sido sistematizadas, han demostrado haber quedado totalmente de espaldas a la principal lección de 150 años de la lucha de clases: lo insustituible que es la necesidad de la acción consciente y autodeterminada de los trabajadores para cambiar el mundo en un sentido genuinamente socialista. Lo que nos obliga, a la vez, a una amplia reelaboración teórico-programática que apunte a restituir en el marxismo todos los aspectos relacionados con la subjetividad, tan importantes en su formulación originaria.

Lineamientos para un balance

Dentro de los graves problemas del movimiento trotskista, y simplemente a título de borrador o esbozo para la elaboración de un verdadero balance y desafío de superación de sus limitaciones, podemos consignar:

– un desarme y evaluación equivocada de las revoluciones y Estados donde se había expropiado al capitalismo, incluso de la propia URSS a partir de fines de la década del ‘20. En este marco, se consideró a las revoluciones de postguerra como socialistas, cuando la realidad es que fueron anticapitalistas-burocráticas, y precisamente sin socialismo. Esto llevó directamente a considerar como obreros a Estados que en realidad eran burocráticos.

– a esto se le deben sumar las equivocadas previsiones políticas de Trotsky sobre las consecuencias que la guerra iría a tener sobre la lucha de clases y la propia IV Internacional (que supuestamente se haría de masas al fin de la contienda), directamente ligadas a los equivocados análisis acerca de la URSS, lo que desarmó al movimiento. Pero, al mismo tiempo, no hay que perder de vista la responsabilidad de los trotskistas que le sucedieron. Es que Trotsky había planteado que en caso de no cumplirse sus pronósticos había que volver a reconsiderar todo (recordar el señalamiento de la URSS como “Estado obrero al borde de su negación”). También deben considerarse las dificultades de la IV para responder al inmenso problema que significó la II guerra mundial.

– un persistente catastrofismo economicista, que pintaba permanentemente al capitalismo como sumido en crisis sin salida, cuando lo que hubo en los primeros 30 años de la postguerra fue un “boom” de la economía mundial.

– la ya señalada recepción reduccionista de la tradición del marxismo revolucionario, reducida no sólo a una lectura unilateral, acrítica y empobrecedora del bolchevismo, sino, a la vez, negándose a considerar las lecciones positivas provenientes de otras corrientes (e intelectuales) del marxismo revolucionario, particularmente de Rosa Luxemburgo y el espartaquismo. En América Latina, en particular, se verificó una absoluta desconsideración -o falta de evaluación-, de marxistas revolucionarios de la talla de José Carlos Mariátegui, a quien también debemos estudiar.

– la construcción de organizaciones en clave sustituista, sectaria, con acentuados rasgos burocráticos (independientemente de la política de las mismas, con graves expresiones tanto oportunistas como sectarias).

Todo esto no debe hacernos perder de vista el inmenso y heroico mérito histórico de Trotsky (y del trotskismo, aunque ya en otras circunstancias): haber logrado mantener un hilo histórico de continuidad del marxismo revolucionario, al igual que el aporte teórico, político y militante al marxismo revolucionario expresado en inmensas obras como La revolución permanente, La revolución traicionada, la Historia de la Revolución Rusa, el Programa de Transición, Problemas de la vida cotidiana, etc., hasta los estudios críticos (con inmensas lecciones aún vigentes) sobre las revoluciones china, alemana, francesa y española.

El estallido del viejo MAS y la LIT

En este marco se debe evaluar, entonces, la crisis aguda y trágica explosión de nuestra corriente histórica a partir de los acontecimientos de 1989/91 (que no por conocida deja de ser un dato impactante). Esta ha sido producto de varias causas. Principalmente, el armazón teórico-programático, que se reveló categóricamente equivocado frente a los profundos y nuevos desarrollos de la lucha de clases mundial. También, la acumulación de desastres e inercias en el terreno constructivo (con fuertes rasgos burocráticos, oportunistas y de secta), justamente cuando más éxito parecíamos tener. Es que en gran medida, aún manteniéndose principista (lo que no es una cuestión menor), nuestra corriente no escapó a los límites teórico-políticos y de organización que, en la segunda postguerra, caracterizaron al trotskismo más de conjunto. Esto ha dado lugar al estallido del viejo MAS y de nuestra corriente internacional, lo que ha significado una dura derrota para importantes sectores de la vanguardia (sobre todo en la Argentina) y para nosotros mismos. A partir de ahí, se abrió una profunda crisis nacional e internacional de nuestra corriente que ya redondea una década. Una crisis global; no sólo de proyecto de construcción, sino también programática, política y de organización. Una crisis de la cual no hemos logrado aún salir, debido, fundamentalmente, a nuestra dificultad en formular un claro balance y un nuevo proyecto y programa global que vaya de manera consecuente en la perspectiva de refundar nuestra corriente, que es el empeño en que debemos involucrarnos con más energía y al que el presente texto pretende aportar. Estos aspectos no menoscaban importantes conquistas y tradiciones positivas que no podemos perder en medio de la crisis, como son:

– Haber intentado (y en importantes oportunidades logrado) ser parte de experiencias reales políticas, de lucha y (re)organización del movimiento de masas; lo mismo que de sus derrotas (por ejemplo, nuestros casi 100 compañeros asesinados durante la dictadura militar).

– Una concepción y práctica internacionalista expresada -entre otras cosas- en la búsqueda de una política y estrategia internacional de construcción (independientemente de lo acertado de las mismas).

Elaboraciones como la emprendida para comprender la especificidad de la colonización latinoamericana, los estudios sobre el peronismo, textos como Después del Cordobazo, Revolución y Contrarrevolución en Portugal y La traición de la OCI, y la positiva valoración de aportaciones teóricas inmensas en la postguerra, como las expresadas por Pierre Naville y Henri Lefebvre (que hoy debemos retomar y profundizar).

2.3 Por la reconstrucción / refundación del movimiento obrero, popular y revolucionario

Estos fracasos y derrotas importantes de los trabajadores y los revolucionarios han inducido a su cuestionamiento. Por todos lados se han alzado las voces anunciando el “adiós al proletariado”, el fin del socialismo, de la lucha de clases y de la historia. Más allá de esta ideología interesada, es necesario reconocer que las graves derrotas y fracasos precedentes del movimiento obrero han logrado introducir la duda, llevando a muchos a la desesperación y al abandono del combate político y teórico. Sin embargo, este pesimismo no parece del todo justificado. La lucha emancipatoria de la clase trabajadora es una lucha histórica. Y, hasta prueba en contrario, la historia continúa, porque seguimos viviendo en una sociedad dividida en clases, profundamente marcada por las relaciones capitalistas de explotación y dominación, que atacan permanentemente toda expresión vital que viene de las masas. Y aunque los asalariados estén actualmente a la defensiva, no por ello están privados de la posibilidad de triunfar. Por sus luchas y responsabilidades -con derrotas y victorias- han aprendido mucho. Sólo quien no es marxista puede perder de vista que existe en el seno de la lucha de clases de la clase trabajadora una acumulación de experiencia histórica. A la vez, si medimos en su justa medida el peso que había alcanzado el estalinismo, no podemos sino valorar la importancia histórica que adquiere su bancarrota, desbloqueando potencialmente la alternativa del socialismo como horizonte programático y abriendo la posibilidad de dejar de asociarlo con las más repugnantes prácticas de acción y administración social. En este sentido, tiene plena vigencia algo que, en Después del estalinismo, se viene afirmando desde su publicación, pero que todavía no hemos logrado comprender en toda su amplitud:

“El derrocamiento del estalinismo es un inmenso e inestable progreso histórico, a pesar de sus limitaciones. Los gobiernos y los Estados empeñados abiertamente en seguir llevando adelante la restauración capitalista representan una amenaza no menos histórica. La máxima confusión y desorientación en la vanguardia y la clase obrera coinciden -y esto es lo que menos se entiende entre muchos trotskistas- con el desbloqueo de la perspectiva socialista. Es decir, ahora es posible disociar la palabra socialismo del horrendo chaleco de fuerza impuesto por el Kremlin en nombre de él. Eso, recordémoslo, no fue posible en los últimos 60 años. Para las grandes mayorías explotadas del mundo, socialismo era la URSS, China, Cuba, Partidos Comunistas. Trabajar pacientemente en el sentido de aprovechar este desbloqueo histórico que estamos presenciando, esta ruptura de identidad entre socialismo y estalinismo, alimenta, ayuda, sirve de base social y política en el combate intransigente contra los burócratas aburguesados y el capitalismo imperialista. El peor crimen sería encadenar y distorsionar nuestro combate presentándolo bajo la forma falsa y aberrante de la “defensa del Estado Obrero y sus conquistas”. Por ese camino terminamos en nuestro actual estado de crisis. De ella saldremos cuando logremos convertir la comprensión de las lecciones de las revoluciones del Este en organización, programa y acciones revolucionarias” (Andrés Romero, Después del estalinismo. Los Estados burocráticos y la revolución socialista, Buenos Aires, Antídoto, 1995, p. 206).

Así, se han transformado las posibilidades para la reconstrucción/refundación del movimiento obrero, popular y revolucionario a nivel mundial. Y es este desafío lo que más debemos tener presente a la hora de intentar formular un nuevo proyecto de construcción y programa, concebido al servicio de coadyuvar a esta tarea.

Nuevas experiencias de lucha y organización

La terrible situación que se vive bajo el capitalismo mundializado engendra permanentemente la resistencia y la lucha contra estas bárbaras condiciones de existencia de la enorme mayoría de la humanidad. En los últimos años se han podido observar importantes procesos de lucha y experiencias muy valiosas de organización, tanto entre los asalariados como en distintas expresiones populares y asociativas de gran importancia: el noviembre/diciembre del ‘95 en Francia; las huelgas de UPS (1997) y General Motors (1998) en los Estados Unidos; las luchas del proletariado coreano; el desarrollo del MST en el Brasil; la resistencia de nacionalidades oprimidas como la kosovar; revueltas inmensas como en Albania o Indonesia; la movilización internacionalista comenzada en Seattle, Washington y Londres; la lucha de las masas populares andinas en Ecuador y Bolivia; luchas democráticas, del género, de los desocupados, los “sin papeles” y los “sin techo”; progresivas expresiones asociativas de todo tipo; movilizaciones de distintos segmentos de la juventud a nivel mundial, como la larga pelea de los estudiantes de la UNAM en México y su Consejo General de Huelga. En el terreno cultural, se advierte la búsqueda -expresada por distintos núcleos y revistas de intelectuales marxistas, cineastas de izquierda, medios de difusión y sociabilidad alternativos- de contribuir a la reconstrucción de una alternativa que vaya más allá del capital.

En nuestro país, diversas experiencias embrionarias se han ido expresando en los últimos años. A nivel del movimiento obrero y popular, y luego de una larga década en la que el proceso de las masas y la vanguardia se había dado casi siempre en los marcos del régimen político y de los sindicatos existentes, han habido algunas experiencias de acción directa y organización independiente. En el terreno social, la irrupción de movimientos de jóvenes y desocupados de poblaciones muy golpeadas y sin perspectivas, por los efectos locales de la mundialización capitalista. Esto ocurrió durante 1997 (y vuelve ahora con fuerza en el 2000) en regiones del interior del país como Cutral-có, Salta o Jujuy, con puebladas, piquetes, asambleas populares, control territorial y momentáneo desconocimiento de los mecanismos del régimen y el Estado burgués. Como parte de esto, se destaca el importante proceso social y político en Corrientes a lo largo de 1999.

En el terreno sindical, la avanzada experiencia de la fundación del sindicato de la Fiat en Córdoba, el Sitramf (Sindicato de trabajadores metalmecánicos de Ferreira), duró -lamentablemente- sólo unos meses, pero posiblemente prefiguró una de las tendencias de fondo hacia la reorganización de un nuevo movimiento obrero en el país. Allí se impusieron nuevas prácticas o se recobraron algunas perdidas: reemplazo de delegados por “representantes”; masiva utilización del método de la asamblea y la ocupación de fábrica; intento de superar los límites de la planta y agrupar a todos los trabajadores de la misma rama productiva de la zona, etc. Más recientemente, valoramos la experiencia de la Lista Negra de los mineros de Río Turbio, que, con características propias, expresa la misma búsqueda antiburocrática e independiente.

En el terreno democrático, hay que señalar la revitalización de la lucha contra la impunidad que significó la marcha del 20º aniversario del golpe militar (1996) y la irrupción de HIJOS. Y se debe tener presente que, aun con sus limitaciones, este proceso ha venido teniendo a lo largo de años, con sus alzas y bajas, el carácter de un verdadero movimiento.

En lo que hace a la juventud, la presencia juvenil brota en múltiples formas, como en los distintos momentos de la pelea estudiantil contra la expresión nacional de la reconversión educativa, que tuvo un nuevo jalón en el primer semestre de 1999 con la pelea planteada contra el recorte presupuestario. Se manifiestan nuevas expresiones de organización independiente, como la Comisión de debate en toma de Filosofía y Letras de Buenos Aires, la Asamblea Permanente de Sociales, etc. Cabe destacar el peso fundamental que viene representando la juventud en la nueva clase trabajadora: los contingentes de jóvenes trabajadores son decisivos en las nuevas y masivas estructuras laborales: hipermercados, ramas del transporte, empresas automotrices, etc.

Por último, pero no menos importante, es necesario identificar el proceso de búsqueda que se está expresando entre intelectuales de izquierda, la proliferación de revistas marxistas (entre ellas, y con un lugar muy destacado, la revista Herramienta) e incluso distintas instancias de debate, que están expresando el importantísimo lugar que tiene esta actividad en el proceso de búsqueda por reabrir una vía alternativa al capitalismo.

Por un nuevo movimiento obrero, popular y revolucionario

Pero lo que aún no se ve, y constituye el desafío histórico planteado para la clase trabajadora y los revolucionarios, es la refundación o reconstrucción de los trabajadores como sujeto consciente por la revolución y el socialismo. Esta es una imperiosa necesidad, en tanto se parte de la señalada crisis y descomposición global del viejo movimiento obrero. Y precisamente por esto, las expresiones de lucha y organización a las que hicimos referencia se encuentran ante un límite infranqueable: no se logran sostener, en la medida que no se logran abrir paso hacia una perspectiva más global. Es decir, están atravesadas por la enorme crisis de alternativa, lo que sencillamente significa que no se divisa un camino de salida distinto al que ofrecen los sostenedores del sistema. Por lo tanto, y partiendo de la señalada crisis, lo que como marxistas revolucionarios debemos evaluar es que hoy no tenemos exclusivamente como desafío el aportar a la “superación de la crisis de dirección revolucionaria”, comprendida como una tarea estrecha. Por el contrario, lo que está por delante es una vasta (y vital) tarea de reconstrucción global del movimiento obrero, popular y revolucionario en todos los terrenos: teórico, político, sindical, social y cultural, con el objetivo de que se vayan creando las condiciones para su propia acción independiente y autodeterminada. Para comprender en toda su dimensión este desafío, parece atinada (en lo que hace a este respecto), una reflexión de André Gorz:

“El movimiento obrero debe recordar (…) que originalmente surgió de asociaciones de cultura obrera. Sólo podrá perpetuarse como movimiento si se interesa por el pleno desarrollo humano, tanto afuera del trabajo como en él, si ayuda o participa en la creación de lugares y espacios en los que las personas puedan responsabilizarse de sí mismas y de la autoorganización de sus relaciones sociales: universidades populares, casas para todos y lo que los británicos denominan “community centers”, cooperativas de intercambios de servicios y asociaciones de ayuda mutua; talleres cooperativos de reparación y producción autónoma; círculos de debate, de reflexión, de intercambio de conocimientos, de creación artística, artesanal, etc.” (André Gorz, Metamorfosis del Trabajo, Madrid, Sistema, 1991, p. 292).

Es en los esbozos y embriones de resistencia, de reorganización, de reflexión teórico-política y de (re)aparición de nuevos valores y lazos solidarios -a los que venimos haciendo referencia- donde se pueden hallar los puntos de apoyo para el desarrollo de este nuevo movimiento obrero, popular y revolucionario.

3-Relanzar la batalla por el socialismo

Está delineada ya la perspectiva de pelear por un nuevo movimiento obrero, popular y revolucionario. Sin embargo, debemos comprender que esta pelea es parte de otra de más vasto alcance: se trata de trabajar por una alternativa que dé respuesta a los problemas que agobian a la inmensa mayoría de la humanidad, colocada frente a un abismo por la actualidad crecientemente bárbara del capitalismo. Se trata de relanzar globalmente la batalla por el socialismo como tarea integral, total, como proyecto verdaderamente humano y emancipatorio, única alternativa a la barbarie. Y esto significa definir un conjunto de tareas (y un perfil de nuestra organización) que nos obligan a ampliar decisivamente el carácter y los contenidos mismos de nuestra pelea, que podemos ir esbozando como base para una ulterior profundización a partir de nuestra experiencia militante en la realidad y de un mayor desarrollo de nuestro trabajo teórico y político. Dejamos sentado que tenemos por delante desarrollar una reflexión específica sobre el problema del programa y las consignas.

3.1 Por la revolución socialista y el comunismo

Una empresa íntimamente humana

Partiendo de intentar recoger la experiencia del siglo, podemos comenzar afirmando que nuestra perspectiva estratégica no es tal o cual forma de Estado: es la revolución socialista y el comunismo. Y el socialismo debe ser comprendido desde una perspectiva de revolución total. Esto es, no solamente como una forma de organización política y económica, sino de una manera mucho más amplia aún: puede ser definido como un nuevo proyecto cultural y civilizatorio que apunte a un verdadero revolucionamiento de las relaciones humanas, liberándolas de todas las determinaciones de la explotación y la opresión. Con Rosa Luxemburgo, podemos decir:

“El socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del mundo” (Carta a Franz Mehring, febrero de 1916).

De este modo, junto con la indispensable labor de combatir las injusticias, la explotación y la desigualdad, no se debe olvidar la lucha por reivindicar desde ahora -contratendencialmente- las ideas y valores, la reflexión teórica permanente y una seria formación. Porque el socialismo no es solamente una forma de organizar la producción, sino también una forma de producir la naturaleza humana. Entonces, el objetivo no es crear un “Estado socialista” que domine al hombre y que determine su naturaleza “socialista”, sino el de crear una sociedad humana y una humanidad socializada. El socialismo es un proyecto humano y, por tanto, encierra el carácter de posibilidad, de apertura, que supone la acción del hombre, acción que no puede estar sujeta a ningún tipo de condicionamiento fatalmente previsto con anticipación. Es sólo una posibilidad urgente que depende de la acción y las luchas lúcidas y conscientes de todos aquellos hombres y mujeres que consideren impostergable la necesidad de acabar con el capitalismo y de reencontrar la senda de la emancipación humana.

Por la destrucción revolucionaria del Estado burgués, en la perspectiva del autogobierno y la socialización

En esta perspectiva, todas las luchas parciales que se desarrollan bajo el orden del capital se deben enderezar hacia la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Y desde ya hace falta advertir que los discursos contra el neoliberalismo que prometen progreso social (en la Argentina, la Alianza o Duhalde no llegan ni a eso), son siempre la antesala de gobiernos como los actuales de la “tercera vía” de Blair, Jospin, Schroeder, etc. De igual manera, la experiencia de todas las variantes estalinistas enseña que, aún expropiada la burguesía, la propiedad de Estado sin socialización origina nuevas formas de explotación y parasitismo. En correspondencia con toda la experiencia del siglo, afirmamos la necesidad de la destrucción revolucionaria del Estado burgués (paso absolutamente inevitable, que no se puede saltear como quisieran algunos), evitando el callejón sin salida de los Estados burocráticos o como quiera llamarse al modelo estalinista. La lucha de los trabajadores se debe desarrollar como una confrontación a escala mundial, en la cual lo que decide son los combates basados en la capacidad de movilización independiente y autoorganización de las masas, que no debe quedar supeditada a la acumulación de fuerzas concebida como defensa de posiciones parciales y fortalecimiento de aparatos. En este camino, los “Estados obreros” que puedan formarse serán herramientas para la transición al socialismo, no un fin en sí mismos. Y esa transición debe ser concebida en términos de revolución permanente, de revolución internacional, de revolución total, profundamente radical, con un mínimo de funcionarios e instituciones subordinadas a órganos de poder directo de las masas; donde la coerción contra los explotadores y la violencia contrarrevolucionaria debe significar la más amplia e irrestricta libertad para las masas trabajadoras, posibilitando que el choque de ideas, organizaciones sociales y partidos (en ruptura con la concepción del “partido único”), desarrolle impetuosamente la democracia desde abajo y directa. Así, la clave de la transición no reside en la multiplicación del poderío económico del Estado, sino en el permanente revolucionamiento de las relaciones de producción y las formas de posesión y apropiación, desarrollando la gestión y disfrute de los bienes sociales por los trabajadores -productores y consumidores- en el marco de una planificación flexible, junto con la asunción por parte de las masas de todas las tareas de gestión de la sociedad, tradicionalmente dejadas en manos del Estado.

Por nuevas organizaciones de lucha de los trabajadores

Como venimos señalando, el desafío histórico de reconstrucción o refundación del movimiento obrero y popular está planteado, entonces, en tanto hoy la clase trabajadora tiene una existencia parcial, limitada y en mutación, no estando constituida como sujeto socio-político; esto es, en realidad, como clase misma. Y, sin embargo, la historia de la lucha de clases de este siglo ha demostrado palmariamente la bancarrota de toda concepción sustituista, economicista u objetivista. No hay sucedáneo burocrático, “partido revolucionario” ni “ley objetiva de la economía” que puedan reemplazar la autoactividad de los trabajadores y las masas populares: sin proceso consciente y autoorganizado, no habrá verdadera revolución socialista, ni verdadero proceso de transición al socialismo, comprendidos como la tendencia hacia la disolución del Estado y del trabajo asalariado. Es que, como apuntaba Rosa:

“Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida (…) y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante” (Rosa Luxemburgo, K. Kautsky y A. Pannekoek, Teoría y práctica de la acción obrera. Vol. III: Debates sobre la huelga de masas, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, 1974).

Por esto mismo, es preciso batallar desde ahora por nuevas organizaciones de los trabajadores, la juventud y los oprimidos en general: para la lucha, sindicales, asociativas y culturales, o por la transformación absolutamente radical de las viejas. Organizaciones que tengan como objetivo enfrentar la atomización impuesta hoy por el capitalismo a los trabajadores y los jóvenes, lanzándose con audacia a realizar todo tipo de actividades educativas, recreativas y de organización del tiempo libre. Todo esto como precondición para intentar frenar la degradación y ayudar a la elevación del nivel sociocultural de las masas, en la perspectiva de reconstruir un universo propio para una socialización independiente de la hegemonía burguesa y su Estado, y en duro combate con ellos. Organismos que se propongan encabezar la lucha internacional por la reducción de la jornada laboral, pugnando, en ese camino, por la recuperación de la solidaridad de clase y del internacionalismo, tendiendo un puente entre los distintos sectores explotados y oprimidos. Y que se sostengan en la más amplia democracia de base y en la autoorganización, construyéndose en forma totalmente independiente del Estado burgués, apuntando a adoptar una perspectiva auténticamente socialista y revolucionaria. Y postulándose, finalmente, como órganos de poder obrero y popular. En este sentido, es valiosa una observación de Alain Bihr:

“Rescato la noción de contrapoder. Es sobre la base de la construcción de contrapoderes (…) que podemos esperar el inicio de las prácticas de reapropiación por las masas populares (…) “espacios de libertad” así conquistados en el interior y contra la sociedad capitalista, apoyándose (…) en las asociaciones que contribuyen a la formación de una expresión cultural autónoma del proletariado (…) se crea así progresivamente una situación de doble poder en el seno de la sociedad (…) el contrapoder proletario se transforma para la clase dominante en una amenaza mortal; desde entonces el enfrentamiento violento entre ellos se presenta como inevitable y sólo un enfrentamiento semejante puede ser la culminación de un proceso revolucionario. La “ruptura” revolucionaria es así el momento donde el contrapoder proletario consigue desmantelar el aparato del Estado para substituirlo en la gestión general de la sociedad” (Alain Bihr, Los desafíos actuales del movimiento obrero, en Herramienta Nº 9, pp. 57-59).

Insistimos, finalmente, en la importancia del desarrollo de todas estas experiencias sin perder nunca de vista la perspectiva estratégica de la transformación revolucionaria de la sociedad en su totalidad.

3.2 Enfrentar la barbarie capitalista en todas sus manifestaciones

Una tremenda barbarización del conjunto de las relaciones sociales del capitalismo se combina con la imposición de nuevas (y/o replanteamiento de otras viejas y seculares) relaciones de dominación, opresión y explotación. Crecen la degradación de la educación, de la salud, de los vínculos societales populares, la violencia sin sentido, las guerras de pobres contra pobres. Como parte de esto, se da el fenómeno de los desplazados: masas inmensas de población migrante que, ante la reestructuración aun geográfica del capital, buscan un lugar para sobrevivir, mientras que los propios capitalistas, que han obtenido libertad total para el movimiento internacional de sus negocios, levantan muros de piedra a la mano de obra extranjera en las fronteras de cada país, desatando una reaccionaria campaña xenófoba en todo el mundo. Y no sólo la encabezan los capitalistas y sus gobiernos: en la Argentina, la burocracia de la construcción viene cumpliendo en ella un papel de primer orden. Así, “papeles para todos”, “iguales condiciones sociales, laborales y políticas para nativos y extranjeros” y “proletarios del mundo, uníos”, se han convertido en reivindicaciones de vida o muerte para el conjunto de los trabajadores, explotados y oprimidos.

Una creciente polarización social

A escala internacional y nacional está operando una ley secular del capitalismo: el desarrollo creciente de la polarización con ricos cada vez más ricos y (más) pobres cada vez más pobres. Hoy como ayer, el mecanismo que genera esta polarización creciente es el mismo: el proceso de valorización y acumulación del capital, que prácticamente ha mercantilizado todas las esferas de la vida, privando a cada vez más individuos de todo medio de producción y consumo. Así, en un movimiento íntimamente contradictorio, engendra no solamente a los asalariados, sino también a los trabajadores supernumerarios y a los lisa y llanamente excluidos, a los que el capital no tiene necesidad de valorizar para acumular y reproducirse. Y a quienes, en consecuencia, somete a la superexplotación (mediante múltiples mecanismos de flexibilización y/o involucramiento), empuja de manera periódica y crónica al subempleo, subcontratación o desocupación y dejan por fuera de toda perspectiva laboral asalariada a inmensas franjas juveniles, como así también a mayores de 40 años.

Se da la trágica paradoja de una riqueza creciente producida gracias al aumento de las fuerzas productivas del trabajo social: he ahí el secreto de la pobreza y miseria de las grandes masas. Se debiera estar ante el anuncio de una Edad de Oro y, sin embargo, la magia negra del capital metamorfosea los medios potenciales de la riqueza universal de la humanidad, transformándolos en medios de empobrecimiento, esclavización y/o exclusión crecientes de la mayoría. Es así como las 358 personas más ricas del mundo acumulan una renta anual igual a la de los 2600 millones más pobres. Mientras tanto, crecen y se generalizan a escala mundial los “sin trabajo”, los “sin techo”, los “sin tierra”, los “sin papeles”; en una palabra, las masas de los privados de todo. En la pelea internacional por la reducción del tiempo de trabajo generalizado y masivo, sin disminución del salario, precariedad ni flexibilización, se juega una apuesta decisiva para el movimiento obrero: se trata de evitar una ruptura mortal entre la parte de los trabajadores sometida a la explotación y a la dominación de su fuerza de trabajo y la parte que se encuentra excluida de todo empleo productivo y que, por su misma presencia, hace presión a la baja de las condiciones de remuneración, trabajo y vida de todos los trabajadores. En este camino, se debe tender a la puesta en práctica de todo tipo de experiencias de control y/o administración obrera de la producción, la contabilidad y el consumo, en la perspectiva de ser verdaderas experiencias de autogobierno, de la propia capacidad para dirigir la producción y todos los asuntos de la sociedad.

La crisis ecológica

Podemos afirmar que la causa fundamental de la crisis ecológica existente hoy en el mundo (que comienza a tener importantes manifestaciones de repudio en el país) se debe al carácter ciego de la búsqueda de la ganancia por la ganancia misma, que hace parte de la naturaleza íntima del capitalismo. Marx mismo señaló que esta tendencia del capitalismo al acrecentamiento ciego e incontrolado de la producción conduciría inevitablemente a empobrecer, degradar y en definitiva destruir las dos fuentes de toda riqueza social, es decir, la fuerza de trabajo humana, por una parte, y por la otra, la naturaleza, las fuerzas productivas naturales. Esto es lo que está ocurriendo de manera aguda hoy, en el marco del capitalismo mundializado, cuando la revolución científico-técnico-material desarrollada en las dos últimas décadas -bajo el chaleco de fuerza de las relaciones de producción capitalistas- se transforma de potencialidad productiva en fuerzas destructivas. Así, el capitalismo se muestra -como en tantos otros terrenos- ecológicamente irreformable. Enfrentar esta gravísima situación supone para la clase trabajadora y la izquierda revolucionaria un desafío estratégico: la obligación de ser portadores de un proyecto de organización económico y social ecológicamente sustentable. Esta es una necesidad a la cual no puede sustraerse, so pena de perecer ella (y la humanidad toda) junto con el planeta.

Y para esto, hace falta que el movimiento obrero y los revolucionarios -sobre todo nosotros, revolucionarios del sur del mundo, que hasta ahora nunca hemos dado respuesta a este desafío-, rompamos con cierto fetichismo del progreso, cierto industrialismo o productivismo economicista y aun con cierta desidia hacia los problemas de la naturaleza, que ha hecho parte de la herencia de la II Internacional y del estalinismo. Se trata de mirar con circunspección esa tendencia a ver la naturaleza como un recurso externo infinito que debe ser explotado, para considerar, como hizo Marx en sus primeros escritos, que el hombre es una parte de esa naturaleza. En tal sentido, el progreso debe ser entendido en términos humanos y morales y no exclusivamente con relación a la técnica y a la producción. No obstante, en una concepción integral que beneficie a la humanidad, todos los niveles deben ser considerados, puesto que el aumento en la productividad del trabajo y el desarrollo científico, técnico y cultural son una premisa para dar el paso al “reino de la libertad”.

La opresión de la mujer

En los albores de un nuevo siglo, el milenario problema del género sigue afectando a la mitad de la especie humana. La opresión de la mujer ha cobrado nuevas formas bajo el capitalismo mundializado. En las últimas décadas, se puede consignar un verdadero retroceso social, económico y cultural soportado por la mayoría de las mujeres en todo el mundo. Para enfrentar la enorme dimensión de este problema, los marxistas revolucionarios deberemos desembarazarnos de una tradición como mínimo contradictoria en este terreno. Demasiado “clasismo” y falso “obrerismo” han redundado en una posición sectaria que ha evadido una verdadera lucha contra la opresión de la mujer y de las minorías sexuales en general. Por eso, mucho tenemos que aprender de las corrientes feministas críticas y revolucionarias que se han venido desarrollando en las últimas décadas. En este desafío, las categorías centrales del análisis marxista deberán ser enriquecidas o, si es el caso, superadas, con los aportes teóricos de las distintas versiones del feminismo, que han ampliado el panorama respecto a las complejas y contradictorias relaciones entre clase, género, raza, nacionalidad, identidad, etc. Es que el feminismo ha mostrado una serie de cuestiones vitales necesarias para un proyecto socialista de transformación del capitalismo: la valoración del trabajo -siempre impago y subestimado- de las mujeres en el hogar; el rol productor y reproductor del trabajo doméstico, desarrollado exclusivamente por mujeres y escenario principal del patriarcado; el sexismo predominante en el mundo actual, que subvalora y discrimina a las mujeres y a todas las actividades que éstas desarrollen; la doble o triple condición de explotadas de las mujeres -sobre todo las del mundo pobre- en los planos doméstico, laboral y sexual; la prostitución y el comercio sexual, como una bárbara forma moderna de esclavitud.

Es un hecho, entonces, que el proyecto socialista no podrá triunfar si desconoce el rol de la mujer en la sociedad de nuestro tiempo, esto es, si no asume una sistemática pelea contra los mecanismos específicos que garantizan el rol tradicionalmente subordinado de las mujeres. Mecanismos específicos que no pueden ser asimilados mecánicamente a la cuestión de clase, aunque estén relacionados con ella. Así, la crítica feminista a la razón patriarcal del capitalismo es un elemento indispensable en la renovación del marxismo revolucionario, en el empeño por asumir los retos que nos propone el capitalismo contemporáneo. Y nuestro particular desafío es superar el abandono de esta pelea -basado en la visión equivocada que hemos tenido en este terreno, por lo menos desde la década del ‘80-, emprendiendo un análisis y una lucha específica sobre los problemas de género y sexo. Se trata de combinar la lucha contra el capitalismo con la lucha contra el patriarcado, buscando la confluencia de los explotados y oprimidos tras una perspectiva anticapitalista y socialista. Porque, como decía Charles Fourier, “el cambio de una época histórica puede ser siempre determinado por el progreso de las mujeres hacia la liberación, porque en la relación de la mujer con el hombre, del débil con el fuerte, la victoria de la naturaleza humana sobre la brutalidad es evidente. El grado de emancipación de las mujeres es la medida natural de la emancipación general”.

3.3 Contra el Estado y la democracia capitalistas

Las transformaciones que acompañan la mundialización del capital también han modificado las funciones del Estado capitalista (tanto en los países imperialistas como en los coloniales o semicoloniales como el nuestro), que se ha ido adecuando a los requerimientos de la acumulación del capital. Un aspecto básico que marcó el siglo XX estuvo relacionado con la forma en que la burguesía internacional -tras las luchas obreras y populares de fines del siglo XIX y, sobre todo, tras la Revolución de Octubre de 1917- instauró el “Estado de bienestar” con el objetivo de romper, bloquear y encauzar la lucha internacional de los trabajadores. Al limitar las luchas al plano estrictamente nacional, la burguesía internacional logró controlar con cierto éxito -sobre todo después de la derrota histórica de la clase obrera que significó combinadamente el estalinismo y el fascismo- las luchas del conjunto de las clases trabajadoras. De esta forma, la burguesía hizo creer a los trabajadores -como en nuestro país bajo el peronismo- que podrían cambiar su situación dentro del marco del capitalismo y de cada uno de los países separadamente.

Hoy, el “Estado de bienestar” da paso a un capitalismo mundializado que impone condiciones similares de explotación en todos los lugares del planeta. El Estado capitalista se está transformando para adecuarse a los nuevos requerimientos, conservando, sin embargo, su función básica y central: garantizar la existencia y las condiciones generales de reproducción de la relación social capitalista mediante toda una serie de acciones: organizando el ataque contra los trabajadores y sus conquistas, reforzando la función represiva de contención y control social, privatizando todo aquello que hasta el momento había escapado al reino de la mercantilización capitalista, resignando soberanía frente a los organismos económicos, políticos y militares internacionales, etc. Todo esto implica que estamos asistiendo al cierre de un ciclo de la lucha de clases y a la emergencia de uno nuevo, donde la reconstrucción del internacionalismo proletario y popular recobra una importancia no sólo estratégica, sino inmediatamente presente y actual.

Ante las nuevas condiciones impuestas por la mundialización del capital, las formas tradicionales de lucha y organización de la clase trabajadora, como los sindicatos y partidos puramente nacionales, han entrado en un proceso de deterioro y descomposición. Por esto, están planteadas nuevas formas de lucha y organización no sólo a escala nacional, sino en un plano directamente internacional, como es el caso de Acción Global de los Pueblos (AGP), instituciones como ATTAC y otras.

Por último, no se puede dejar de señalar que hoy el internacionalismo -para pretender ser verdaderamente tal- debe partir de respetar la diversidad de desarrollos étnicos y culturales que significa la humanidad. Es que también en este plano actúa la barbarie imperialista, pisoteando a cada paso la riqueza cultural de los diversos pueblos que habitan el planeta. La “insurrección de los particularismos”, asociada al apego de un grupo humano al lugar, a un espacio y a un tiempo reconocibles, tiene visibles expresiones fundamentalistas reaccionarias, pero también puede contener el impulso expreso o potencial hacia la reconstrucción de formas de socialización más propias, en una justa búsqueda de autonomía y cursos independientes de la americanización o “Mcdonaldización” cultural del mundo. Parte de esto es la justa lucha de las nacionalidades oprimidas que, como la palestina, la kosovar, la kurda y otras, desarrollan una dura pelea (en algunos casos casi desesperada) por su derecho a la existencia y a autodeterminar sus destinos.

La crisis del viejo orden y el agravamiento de la dominación imperialista

Con la caída del Muro estalló el viejo orden mundial instituido luego de la II guerra. Esto ha sido un importante factor permanente de desorden e inestabilidad política a nivel internacional, como se puede ver últimamente en los Balcanes. George Bush anunció -cuando la agresión a Irak a principios de los ‘90- que se había comenzado a erigir un “nuevo orden mundial”. Pero, como se ve cotidianamente -a pesar de la relación de fuerzas desfavorable para los trabajadores y pueblos del mundo-, el sistema mundial de Estados no ha sido aún completamente reconfigurado. Por el contrario, regiones enteras del mundo están sometidas a todo tipo de conflictos nacionales, étnicos, de soberanías, etc. Así, en la última década, los elementos de desorden y caos mundiales del propio sistema se han hecho presentes de manera reiterada. A la par de esta realidad, se ha verificado la constitución -desde el punto de vista económico- de imperialismos rivales en tres áreas de dominio y competencia económica: los Estados Unidos (con el NAFTA), Europa Occidental (con la Unión Europea) y Japón (con el ASEAN).

Sin embargo, esto se ha dado de la mano de un brutal reforzamiento de las relaciones de dominación y expoliación de recursos (parte del cual es la fabricación de las deudas externas), desde los centros imperialistas hacia el resto del mundo, a un grado pocas veces visto. Es una mentira interesada que la mundialización habría unificado de tal forma al mundo que ya no existirían relaciones de desigualdad, opresión, explotación y aun exclusión entre diferentes Estados, regiones y territorios. Por el contrario, el declive de las economías nacionales y el surgimiento de una nueva división internacional del trabajo significan que el poder económico y político continúa geográficamente concentrado en una parte del globo y la pobreza y la dependencia en la otra, replanteándose nuevas y más directas formas de dominación, subordinación y (re)colonización, como se puede constatar con el avance del sometimiento de nuestro país al imperialismo en general, y a los Estados Unidos en particular.

Por una crítica marxista de la democracia burguesa

Por último, se debe evocar el complicado problema de las democracias capitalistas como terreno históricamente muy complejo para el desarrollo de la revolución socialista. Podemos recordar -a título de ejemplo- que en la década del ‘30 Trotsky no se vio confrontado específicamente con regímenes de este tipo: se trataba (en Occidente) de regímenes fascistas o de gobiernos de frente popular. Y esto pesó en el movimiento revolucionario en una falta de elaboración sobre ellos, aspecto que -por ejemplo- Perry Anderson alertó con la publicación de su texto Las antinomias de Gramsci.

Para colmo, en las últimas décadas hemos visto cómo mediante la “reacción democrática” (combinada con la crisis de alternativa socialista) se han canalizado los distintos procesos revolucionarios. Desde la revolución portuguesa en la década del ’70 hasta las antiburocráticas de 1989/91 en el Este, terminaron en el pantano del voto, de las elecciones, de la cooptación (o destrucción) de los embriones de organización independiente. A este objetivo han contribuido todas las direcciones sindicales y políticas de las masas, que sistemáticamente rinden culto a las instituciones de la democracia burguesa y trabajan para evitar el desarrollo de cualquier acción y organización autónoma de los trabajadores y los jóvenes. Entonces, dada la importancia y el rol que ha venido cumpliendo este tipo de régimen, se trata de avanzar en una sólida elaboración acerca de él, partiendo de diferenciar lo que son los mecanismos de gobierno y de dominación democrático-burgueses de lo que son las libertades democráticas, constantemente avasalladas por parte de la misma “democracia”.

Por otro lado, es un hecho la maduración de elementos de crisis de la democracia capitalista, de la que la indiferencia y el rechazo político constituyen el principal síntoma y cuyo origen está en las transformaciones de fondo de la sociedad capitalista, al privar a la inmensa mayoría de la población de todo dominio sobre las decisiones económicas, sociales, culturales y políticas. Así, la democracia, término repetido hoy hasta el cansancio, es para la enorme mayoría de la población una gran mentira. Y de no irrumpir una alternativa de las masas trabajadoras y populares, socialista, se seguirán desarrollando peligrosos flagelos político-sociales propios de la barbarie capitalista. Podemos advertir ya algunos de ellos: reflejos o movimientos racistas entre las franjas más desesperadas y hundidas de la población; extensión planetaria de nuevas opciones religiosas fanáticas como el integrismo islámico; partidos políticos como el Frente Nacional del fascista Le Pen en Francia y el Partido Liberal de Haider en Austria; el reverdecer del neonazismo en Alemania; el desarrollo de los skinheads y otros fenómenos similares en el resto de Europa y particularmente entre la juventud; la proliferación de milicias de ultraderecha y movimientos como el de Pat Buchanan en Estados Unidos. Asimismo, tenemos entre nosotros expresiones (todavía preventivas, agazapadas y/o plenamente integradas dentro del régimen) como las de Bussi, Patti, Rico y otras, que reflejan, muchas veces, a sectores de clase media “amenazados”.

Se debe insistir en que mientras no sean los productores directos (y las mayorías sociales) quienes de manera autoorganizada controlen sus condiciones de vida, cualquier forma de representación política, por “libre” que sea en la selección de sus conductores, no será en verdad democrática.

Un desafío global

En síntesis, si los trabajadores pretenden recuperar su potencialidad estratégica, o, dicho de otra forma, si pretenden aparecer nuevamente como fuerza social capaz de ir más allá del capital, deben estar en condiciones de cambiar la historia estableciendo un camino de doble vía con todas las masas explotadas y oprimidas. Esto es: fecundando y abriéndose a ser fecundados por todos los sectores sociales que esbozan luchas progresivas. Para esto, deben estar realmente dispuestos a afrontar los desafíos que representan las graves crisis a las que la dinámica actual del capitalismo arrastra al conjunto de la humanidad. Con esta condición, y sólo con ella, el movimiento obrero y revolucionario podrá salir de su propia crisis.

4. Repensar los problemas de organización

En el marco del nuevo ciclo histórico, es una tarea decisiva repensar la construcción de la organización de los revolucionarios hoy. Para esto, partiendo de asumir críticamente las mejores tradiciones y experiencias del socialismo revolucionario, se trata de resituarlas en el marco de las lecciones estratégicas que ha dejado la experiencia vivida bajo el estalinismo, la socialdemocracia y también los errores cometidos por los propios revolucionarios. Es preciso, a la vez, ser conscientes de que la imprescindible tarea de construcción de la organización revolucionaria se plantea, en la actualidad, en un contexto muy distinto al de principios del siglo, cuando de una u otra manera el movimiento obrero estaba constituido como tal. Hoy, el desafío es mucho más complejo y combinado. Podemos decir que es doble: se trata de construir la organización revolucionaria como parte íntima del necesario proceso de reconstrucción o refundación del movimiento obrero y popular por sí mismo.

Aportamos, entonces, estas reflexiones, sin más pretensión que la de hacer una contribución a este debate.

4.1 Crítica de la externalidad y el sustituismo

Podemos comenzar señalando que en los problemas de organización caben cuestiones muy diversas. Está el problema de la concepción misma del partido de tipo leninista y el modelo de la III Internacional, que en las discusiones del movimiento trotskista frecuentemente ha sido utilizado como un comodín en discusiones fraccionales. Esto se ha hecho sin que se profundizara verdaderamente en el examen de la experiencia viva del bolchevismo (cosa que tampoco nuestra corriente hizo; ver como ejemplo el unilateral capítulo del “morenazo” Partido leninista o partido mandelista), sus condicionantes histórico-sociales, sus momentos diversos y, lo que es peor, ignorando incipientes advertencias del mismo Lenin -en el IV Congreso de la Internacional Comunista- contra interpretaciones abusivas del “modelo”. Para ello, no se trata solamente de la revalorización seria del aporte de Lenin, así como de las experiencias y problemas registrados en diversos intentos de construcción de organizaciones revolucionarias. Está también el desafío de poner en correspondencia los criterios y formas de construcción con los cambios operados en la composición y subjetividad de los trabajadores, teniendo muy presente que hoy los lazos de los núcleos revolucionarios con la clase trabajadora y su vanguardia son cualitativamente inferiores a lo que representaba, por así decirlo, el “piso mínimo” del bolchevismo.

Hacia un diálogo Rosa – Lenin

Esto nos desafía a superar la deriva sustituista que afectó a una gran parte de las organizaciones revolucionarias y a nuestra corriente, en particular bajo el viejo MAS, en el que se llegó a plantear, por ejemplo, que no hacían falta organismos de autoorganización y poder de las propias masas, ya que todo esto se resumiría en el partido mismo. Por el contrario, más que nunca se trata de concebir la construcción de la organización revolucionaria no como un fin en sí mismo, sino en el sentido de lo más profundo del legado de Marx, Lenin y Rosa Luxemburgo, aun con matices diferentes en momentos distintos: el que señala que la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos, el que apunta a concebir nuestra tarea, como decía Marx en el Manifiesto Comunista, “no como distintos de la clase obrera, sino sólo como su parte más consciente y decidida, los que en cada situación colocamos los intereses generales del movimiento en su conjunto”.

Consideramos de enorme actualidad para enfrentar los problemas que nos plantea la construcción de la organización de los revolucionarios, a la luz del balance de lo ocurrido en el Este, caminar en el sentido del establecimiento de un diálogo entre Lenin y Rosa Luxemburgo. Nunca se debió haber perdido de vista que las acentuaciones divergentes de ambos estuvieron relacionadas con los diversos contextos y desafíos que debieron afrontar: Lenin, alrededor de la necesidad de poner en pie una organización única a escala de toda Rusia; Rosa, frente al problema inédito de enfrentar el primer caso histórico de burocratización de una organización política dirigente del movimiento obrero, la socialdemocracia de principios de siglo. Es en este marco que se dieron esas distintas acentuaciones, los límites y las incomprensiones mutuas. Y, sin embargo, nos parece decisivo hoy, a la luz de la doble tarea planteada, buscar el establecimiento de ese diálogo fecundo entre ambos revolucionarios marxistas. Podemos decir, con Marcel Liebman:

“Rosa no negaba la necesidad de una fuerte organización, pero ella creía que esto debería hacerse realidad en proporción a un continuo y paralelo proceso donde el proletariado -por sí mismo- desarrollara su actividad revolucionaria y procediera a establecer sus propias instituciones de clase” (Marcel Liebman, Leninismo bajo Lenin, México, Grijalbo, 1978).

Romper con la externalidad

Esta ubicación es imprescindible, en la medida en que la lección histórica de la lucha de clases está señalando que los revolucionarios no podemos ayudar a construir la perspectiva estratégica del socialismo por fuera de la experiencia viva de las masas trabajadoras. Por el contrario, se trata de construir una combinación dialéctica que rompa con cierto criterio de externalidad, de secta (aún grande, como conocemos por experiencia propia), que nos ha hecho creer que se puede encauzar la perspectiva socialista desde afuera del movimiento real de la lucha de clases. Así, es un hecho que la famosa formulación de Lenin del ¿Qué Hacer? (“la conciencia política de clase sólo puede llegar al obrero desde el exterior, es decir, desde un campo ubicado fuera de la lucha económica, al margen de la esfera de relaciones entre obreros y patronos”) ha dado lugar a malinterpretaciones, deformaciones y subestimación de problemas históricos en la construcción de las organizaciones revolucionarias, aunque Lenin, manifiestamente, no se refería a un “afuera” de la clase trabajadora como tal (a diferencia de la posición de Kautsky, quien sí lo planteaba de esta forma).

Todo ello ha dado pie a concepciones que han llevado a valorar al partido como aparato externo, como un fin en sí mismo que en su seno podría resolver las agudas contradicciones que cruzan a todos los explotados y oprimidos en la sociedad, en vez de concebirlo como un imprescindible medio hacia el objetivo de la propia liberación de los trabajadores y la humanidad toda.

A la luz de la experiencia histórica, está planteada la necesidad de otra forma de resolver la contradicción existente entre la actividad de las masas trabajadoras y la conciencia histórica de su fin. En el propio bagaje del marxismo revolucionario (incluso en otros períodos de Lenin) se pueden encontrar acentuaciones en el sentido de que la tarea de los revolucionarios es fecundar el movimiento real de las masas trabajadoras o lograr una verdadera fusión entre ellos. Así, es preciso no caer en una visión espontaneísta, donde la teoría y la labor ideológica y política de los revolucionarios no tendrían ningún lugar, pero a partir de concebir la tarea revolucionaria como parte de y en estrecha relación con el movimiento real de las masas trabajadoras y juveniles, con sus propias experiencias y tradiciones, al servicio de su propia constitución en sujeto colectivo consciente.

Espontaneidad, tradiciones, experiencia y consciencia

Y para esto, es imprescindible enriquecer y complejizar el clásico análisis del mismo Lenin sobre las relaciones entre espontaneidad y conciencia, incorporando la problemática acerca de la importancia de las tradiciones de lucha de las masas populares, del proceso del desarrollo de sus propias experiencias y de la necesidad del “hacerse material” de la adquisición de la conciencia revolucionaria. Todo lo cual, sumariamente, dejaremos anotado como cuestión a desarrollar, para concluir con una muy valiosa reflexión acerca del historiador marxista inglés E. P. Thompson:

“Para Thompson (…) la experiencia es mediadora entre el ser social y la conciencia social, no como mera dialéctica, o punto de interacción, sino como experiencia de las presiones, límites y posibilidades del ser social sobre la conciencia social (…) Es la importancia del concepto de experiencia -y, con la experiencia, la acción- en el pensamiento de Thompson, lo que le lleva a enfrentarse directamente con la obra de (…) Louis Althusser (…) Thompson señala que la ausencia más llamativa del pensamiento althusseriano es un método que trate la experiencia (…) De esta manera (…) las formas en las que un modo de producción determina la formación de clases (no importa en qué grado) no pueden ser entendidas con facilidad sin referencia a algo como una experiencia común, una experiencia de relaciones de producción vivida, las divisiones entre productores y apropiadores, y en particular, de los conflictos y luchas inherentes en las relaciones de explotación” (Harvey J. Kaye, Los historiadores marxistas británicos, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1989, pp. 187/188).

Así, al correcto concepto de Lenin de “espontaneidad como forma embrionaria de lo consciente”, se lo puede y debe enriquecer -en una perspectiva no sustituista- para conformar una totalidad más compleja, donde se parte de la propia creatividad de las masas, se revaloriza su acervo histórico y experiencias y se pelea por la comprensión de la necesidad de un enfrentamiento global al sistema. A la vez, se debe comprender que, bajo el capitalismo y en la transición socialista, este proceso sólo puede ser desigual: no puede ser al unísono de parte de todas las masas laboriosas. Hay, y no puede dejar haber, vanguardias y retaguardias. Y justamente se trata -en la insustituible tarea marxista revolucionaria- de colaborar a que se vaya cerrando esa brecha, esa desigualdad en el desarrollo de la conciencia socialista.

4.2 La labor específica de los revolucionarios

La complejidad del momento histórico que nos toca vivir está marcada por la premura en responder a la tremenda crisis de alternativas existente entre los explotados y oprimidos. Esto exige que coadyuvemos a construir una perspectiva que vaya más allá del capital, socialista y comunista. Y es aquí donde aparece el trabajo específico de los revolucionarios, hoy más imprescindible que nunca. Es que las masas trabajadoras por sí solas no han podido elevarse a la perspectiva socialista, aunque en muchos casos hayan ido mucho más lejos de lo que creíamos (o reconocíamos) los revolucionarios. Esto nos plantea aportar, en un camino de ida y vuelta con la propia experiencia de la lucha de clases, lo que es nuestra tarea específica: el concentrado de experiencias y teoría/programa históricos de la clase trabajadora. Que, sin embargo, siempre se está haciendo, porque es parte del desarrollo de la lucha de clases y de la vanguardia. Pues la larga marcha del movimiento obrero ha demostrado también que espontáneamente no se podrá superar el dominio de la ideología burguesa en el seno de las masas. Así, como decía Lukács:

“la crisis ideológica del proletariado consiste precisamente (…) en el hecho de que la situación de la sociedad burguesa (…) sigue reflejándose en las cabezas de los proletarios como si tuviera su vieja solidez: en el hecho de que el proletariado sigue intensamente preso de las formas intelectuales y emocionales del capitalismo (…) porque es imposible, incluso teoréticamente, para el proletariado, un desarrollo ideológico gradual hasta la dictadura y el socialismo” (G. Lukács, Historia y conciencia de clase, México, Grijalbo, 1985, pág. 222).

O como, en un sentido similar, apunta Alan Shandro:

“El relato de Lenin de la historia del movimiento obrero ruso describe una dialéctica de resistencia, conciencia, lucha y organización. Esta dialéctica espontánea se identifica con una conciencia embrionaria que se enfrenta con una limitación que no puede sobrepasar por sí misma (…) en términos de conciencia socialista: los huelguistas de los ‘90 no eran y no podían ser conscientes del antagonismo irreconciliable de sus intereses con el conjunto del sistema político y social moderno (…) la restricción al desarrollo de la conciencia socialista de la clase obrera se entiende no como un problema específico de la situación de los obreros rusos, sino como un límite general a la dialéctica espontánea de la lucha de la clase obrera” (Alan Shandro, La “conciencia desde fuera”: marxismo, Lenin y el proletariado, en Herramienta Nº 8, p. 90).

Ayudar, aportar, colaborar en el desarrollo de la consciencia

Todo esto, en el actual contexto de tremenda crisis de alternativas, evidentemente acentúa la importancia de la labor de los marxistas revolucionarios: se trata de colaborar, asumiendo nuestra irreemplazable responsabilidad, ayudando a que las luchas que dan cotidianamente los explotados y oprimidos se abran camino a una nueva perspectiva, la del socialismo.

Con este objetivo, creemos totalmente vigente la ubicación más general señalada por Lenin en lo que hace a establecer la tarea específica de los revolucionarios socialistas:

“Cuanto más poderoso es el ascenso espontáneo de las masas y más se amplía el movimiento, mayor es la rapidez con que aumenta la necesidad de una elevada conciencia, tanto en la labor teórica de la socialdemocracia como en su trabajo político y organizativo (…) La tarea de los socialdemócratas no se limita a realizar la agitación política en el plano económico: su misión es transformar esa política sindicalista en lucha política socialdemócrata, aprovechar los destellos de conciencia política que la lucha económica ha despertado en el espíritu de los obreros, para elevarlos hasta el nivel de la conciencia política socialdemócrata” (V.I.Lenin, Qué hacer, en Obras Completas, tomo V, Buenos Aires, Cartago, 1969, pp. 452 y 470).

O también:

“Pues el secretario de cualquier trade union inglesa, por ejemplo, ayuda siempre a los obreros a desplegar la lucha económica (…) Y nunca se insistirá bastante en que esto no es aún socialdemocracia, que el ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario sindical sino el tribuno popular, capaz de reaccionar ante cualquier manifestación de arbitrariedad y de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera sea la capa o clase social a la que afecte; capaz de generalizar todos estos hechos y ofrecer un cuadro único de la brutalidad policial y de la explotación capitalista; capaz de aprovechar el menor detalle para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos la importancia histórica mundial de la lucha emancipadora del proletariado” (Op. cit., pp. 477/478).

A lo que creemos necesario agregar que la tarea actual de “tribunos populares” no puede ser la misma que a principios de siglo, sino que hoy debe implicar un esfuerzo global, apuntando a colaborar en la recomposición o reconstrucción de la subjetividad revolucionaria en su totalidad. Debe orientarse, entonces, a repensar la construcción de la organización revolucionaria a partir de su relación con la reconstitución de los trabajadores como sujeto consciente; buscando establecer una relación no instrumental hacia las masas y su vanguardia; ayudando al despliegue de una abigarrada combinación de formas y organismos de autodeterminación; colaborando, finalmente, al relanzamiento global de la perspectiva socialista.

4.3 Democracia y centralización

En lo que hace al complejo problema de la estructura y funcionamiento de las organizaciones revolucionarias, creemos necesario señalar que en este terreno se pueden diferenciar dos aspectos. Por un lado, creemos necesario hacer una somera referencia general al problema, esbozando una lectura (sobre todo a partir de Marcel Liebman) acerca de la experiencia del bolchevismo.

Se puede partir, entonces, del esfuerzo por recuperar críticamente las lecciones dejadas por lo mejor de la experiencia de los bolcheviques, delimitándonos del modelo de partido único y monolítico que en muchos casos fue el verdaderamente asumido en el movimiento trotskista, incluso por responsabilidad del propio Trotsky. Reivindicamos la experiencia (sobre todo en los períodos de 1905-7 y desde 1917 hasta 1921) de un partido con plena libertad de discusión sobre todos y cualquiera de los temas, con debates públicos, con plena libertad para cualquier sector, tendencia o agrupamiento de publicar sus propios órganos de prensa, concibiéndose la plena libertad de opinión y discusión como la condición para la unidad en la acción. Porque sin teoría no hay movimiento revolucionario. Y, a la vez, sin debate libre y riguroso de todos los aspectos, de las necesarias divergencias y puntos de vista distintos, no hay asimilación de la experiencia de lucha ni reelaboración permanente de la teoría.

Por el contrario, criticamos la teoría del partido monolítico (sin fisuras, sin fracciones, disciplinado, homogéneo, etc.) que se consolidó con las nefastas resoluciones del X Congreso del Partido Comunista de marzo de 1921 (y también con las “21 condiciones” votadas en el II Congreso de la Internacional Comunista, julio de 1920). Resoluciones que se oponían por el vértice a lo mejor de la tradición democrática revolucionaria anterior del bolchevismo.

Junto con esto, entre el enorme y valioso bagaje de ideas, valores, tácticas y métodos de lucha que el movimiento obrero fue elaborando y poniendo a prueba a lo largo de dos siglos, están las sencillas normas de organización que en el movimiento socialista recibieron el nombre de centralismo democrático. Normas que, con el claro objetivo de superar los equívocos y prácticas burocráticas que cruzaron la vida del trotskismo no pueden ser colocadas (como hemos hecho) por delante del desarrollo del programa, de la confianza, del establecimiento de reales relaciones con sectores de la vanguardia y las masas. Podemos partir de señalar que los trabajadores percibieron -desde las primeras huelgas y movimientos de lucha contra el capital- que la división y dispersión eran sinónimos de derrota, y que para el triunfo era necesaria la unidad. Pero como esta unidad sólo se puede conquistar verdaderamente mediante una voluntad libremente asumida, por convencimiento propio y no por decreto de alguna autoridad, sólo puede lograrse a través del ejercicio de la democracia irrestricta. De allí la célebre formulación del centralismo democrático que -con diversos nombres- es patrimonio de muchas de las organizaciones sociales, sindicales y políticas del movimiento obrero de los últimos dos siglos. La mistificación estalinista (y, a otro nivel, también trotskista) transformó los gruesos errores cometidos por los bolcheviques -ya señalados- en norma. Esto ha tergiversado por completo el sentido originario del centralismo democrático, erigiéndolo en un método y una práctica de monolitismo, coerción y persecución del libre debate de ideas, con una disciplina casi militar; es decir, en lo contrario de su fin original. El desafío es, entonces, acabar con esta mistificación, yendo incluso más allá: encontrar -a partir de la experiencia viva de la lucha de clases- formas de construcción, de funcionamiento interno y de relación con el movimiento obrero y de masas más acordes con las nuevas condiciones y tareas.

4.4. Hacia la refundación del MAS, en la perspectiva de la construcción de una nueva organización revolucionaria

A lo largo de la última década, nuestra organización ha atravesado un crisis muy profunda. Para dar pasos en su resolución, es necesario comprender que lo que se necesita hoy es encarar un verdadero proceso de refundación; esto es, un nuevo proyecto global que apunte a superar críticamente el morenismo, e incluso el propio trotskismo. Esto debe darse a la par de esbozar nuevos lineamientos de acción y construcción partidaria que estén en concordancia con una nueva práctica militante no sustituista.

Dialéctica de lo nacional y lo internacional

Podemos comenzar señalando -someramente- que, a nivel internacional, la tarea que está planteada estratégicamente es la construcción de una nueva Internacional revolucionaria (socialista/comunista), en la que confluyan diversas corrientes del marxismo revolucionario. El planteamiento de esta tarea se desprende del conjunto del análisis que venimos haciendo, en la medida en que el marxismo revolucionario (y los trotskistas dentro de él) debe contrastarse con las lecciones del siglo y plantearse una nueva perspectiva programática y de organización, so pena de desaparecer o quedar de espaldas a las experiencias más ricas de la lucha de clases. Para este objetivo, planteamientos como el de “reconstruir la IV Internacional” o “refundarla” inmediatamente sólo parecen servir para empobrecer, unilateralizar y/o limitar un desafío que sólo se puede plantear hoy sobre nuevas bases: las de un balance integral del estalinismo, la evaluación del nuevo ciclo histórico a escala mundial y el pasar en limpio los alcances y los límites de las experiencias desde la I hasta la IV Internacionales.

Por esto mismo, parece importante dejar señalado desde ahora que en la nueva Internacional revolucionaria muy probablemente convivan corrientes provenientes de la tradición marxista y/o trotskista, pero también de la segunda corriente histórica del movimiento obrero, es decir, la anarquista, que se está expresando con cierto dinamismo, sobre todo entre sectores de la juventud, en distintos países.

Esta orientación deberá ir midiéndose y dialogando con los procesos de la realidad, en tanto podemos considerar como un hecho -a partir de la movilización de Seattle- que se están manifestando nuevas expresiones internacionales de organización de los oprimidos, como es el caso de Acción Global de los Pueblos (AGP) y otras. Esta red internacional está convocando a una nueva reunión el año próximo en Bolivia y, previsiblemente, pueden ir surgiendo otras iniciativas de importancia, que reflejen, aun distorsionadamente, la necesidad de una organización internacional de lucha anticapitalista de los explotados y oprimidos.

En ese camino, se deberá tener presente el desafío de llevar adelante debates, acciones en común y diversas iniciativas entre diferentes expresiones del marxismo revolucionario, en la perspectiva de ir logrando reagrupamientos principistas sobre la base de una comprensión común de las principales lecciones de 150 años de lucha de clases y de acuerdos de intervención común en procesos vivos de la lucha de clases internacional.

Precisamente, a la hora de plantear la necesidad de una nueva organización revolucionaria en el país, es imprescindible considerar que esta tarea deberá desarrollarse íntimamente ligada al combate por y el progreso de esta perspectiva internacional.

Crisis y posibilidades

En nuestro país, donde la izquierda, el trotskismo y nuestra corriente y partido en particular vienen arrastrando una larga crisis, creemos que está planteada la necesidad de trabajar en la perspectiva estratégica de la construcción de un nuevo partido socialista revolucionario, en el que deberán confluir diversas tendencias, agrupaciones y corrientes, y donde nosotros sólo reclamaremos ubicarnos en la primera fila de ese combate. Esta perspectiva no es un planteamiento caprichoso, sino que responde a las más profundas necesidades de la clase trabajadora y la juventud. Está estratégicamente planteada en la medida de la doble derrota que los trabajadores (y nosotros mismos) hemos sufrido producto del corte de la experiencia histórica del Cordobazo, de la derrota de la vanguardia de los ‘80 y del estallido del antiguo MAS. Esto ha producido una importante dispersión en la izquierda revolucionaria, con no menos de 15 ó 20 organizaciones y grupos. Así, una gran atomización política se vive cotidianamente y la sienten en carne propia amplias franjas de trabajadores y jóvenes, que observan el triste espectáculo del pulular de todo tipo de agrupamientos y grupos políticos de la izquierda, lo que dificulta el necesario proceso de refundación. La mayoría de los trabajadores, jóvenes y estudiantes de vanguardia huyen espantados cuando la izquierda les “cae encima”. La dispersión es tan tremenda que en fábricas o facultades hacen actividades, simultáneamente, tres, cuatro, cinco o más organizaciones. Las que, a la vez, se tironean a esa pequeña vanguardia en cada proceso, terminando -muchas veces- por destruir los débiles y frágiles organismos que van surgiendo.

Sin embargo, como producto del hundimiento de los Estados burocráticos y el estallido del estalinismo mundial, se está constatando la posibilidad de establecer acciones comunes, diálogos y debates con expresiones de distintas organizaciones y grupos. Existe un muy incipiente proceso de surgimiento de núcleos y/o militantes políticos, asociativos, juveniles, del movimiento de los derechos humanos, sindicales e intelectuales marxistas de importancia. Además, no debemos olvidar que debe haber no menos de 10.000 a 20.000 compañeros que han pasado por la izquierda. Se puede, entonces, ir sosteniendo iniciativas desde ahora, preparatorias para cuando se creen las condiciones objetivas y subjetivas para concretar la construcción de esta nueva organización revolucionaria.

En esta perspectiva estratégica, creemos firmemente que la impostergable tarea que se nos plantea hoy es la refundación sobre nuevas bases de nuestro partido, poniendo en marcha ya mismo las bases para un nuevo proyecto. Y esto lo señalamos con la firme convicción de que, frente a la grave crisis en que nos encontramos sumidos, no se trata de deslizarse de hecho hacia aceptar una dinámica de disolución o producir nuevas rupturas. Por el contrario, se trata de no dejarse derrotar y trabajar por la apertura de un nuevo camino, refundacional para el conjunto de compañeros que lo integramos hoy y que quieran sumarse a este reto. Insistimos, entonces, en que este nuevo camino se irá definiendo y redefiniendo en el curso de la experiencia y de lo que pase en la lucha de clases nacional e internacional, en el progreso de nuestra propia clarificación.

5-Por una nueva práctica militante

Se trata, en este punto fundamental, de colocar algunas referencias para una acción militante distinta de nuestra organización en el próximo período. Un esbozo de ellas se desprende de todo el desarrollo anterior: del desafío de trabajar desde una nueva perspectiva estratégica, del esfuerzo por llevarla adelante de una manera militante, no sustituista. En este marco, nos parece decisivo que se vayan recogiendo las propias experiencias que se vayan realizando sobre la realidad. Desde ellas se deberá aportar al desafío de ir concretando una nueva práctica militante que responda a la doble tarea planteada: una, la de no sustituir la propia acción y autoorganización de los trabajadores y los jóvenes, sino -por el contrario- ser parte de ellas, colaborando a su desarrollo; la otra, la de aportar con firmeza a que se enderecen en una perspectiva socialista y revolucionaria.

En resumen, esto nos plantea el reto de conquistar en la propia experiencia lo que significa hoy la especificidad de la construcción de un partido marxista revolucionario militante, pero no sustituista.

5.1 La necesidad de una acción política global

La tarea que está planteada no es simplemente la de superar la “crisis de dirección” entendida en un sentido estrecho, sino la de colaborar o coadyuvar a la reconstrucción global del movimiento obrero, juvenil y popular. Esto significa que la actual acción del partido debe ser profundamente distinta a la que hemos estado acostumbrados en el pasado: no se puede reducir a la vieja actividad sindicalista, tacticista o consignista vacía. Pero tampoco alcanza con “dotar del programa a la vanguardia”, como restringidamente votamos en el Congreso del ‘96. Por el contrario, se trata -a la escala en la que hoy lo podemos hacer- de desplegar una actividad política global, que parta del desafío de explicar pacientemente, ayudando a “reconstruir la cabeza” del compañero trabajador o estudiante que tenemos al lado en nuestro lugar de trabajo o estudio, al igual que con el que se destaca en cualquier manifestación vital de resistencia (”hacer socialistas”, diría el comunista inglés William Morris).

Es que la crisis de alternativa se expresa en todos lados, tanto en lo que hace a la terrible falta de perspectivas en la que se vive como en la ausencia de todo espacio propio y/o autónomo de expresión, socialización o lucha por los propios intereses. Esto, que ya hemos venido desarrollando, es lo que fundamenta el desafío de una acción militante distinta, acorde con la necesidad de reconstrucción global.

A la vez, podemos decir que este requerimiento de una acción global tiene su tradición en el marxismo. Ya Engels lo planteaba (y es retomado por Lenin en el Qué hacer) aunque, evidentemente, en otras condiciones:

“Por primera vez desde que existe el movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concertadas y relacionadas entre sí: teórica, política y económica/práctica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por decirlo así, reside precisamente la fuerza e invencibilidad del movimiento alemán” (citado por V. I. Lenin, op. cit., p. 427).

En un mismo sentido, a lo largo de todo este documento hemos intentado fundamentar que lo que se necesita hoy es desarrollar este “ataque concéntrico”: teórico, político, sindical, social y cultural, en la medida en que se trata de colaborar a la reconstrucción o refundación del movimiento de los trabajadores y la juventud en su totalidad.

5.2 Trabajar en las expresiones de la resistencia política y social

Este “ataque concéntrico” lo debemos llevar adelante como parte de nuestro trabajo en las expresiones vitales, de resistencia, de los trabajadores y la juventud. Ya hemos hecho referencia a sus manifestaciones más visibles; sin embargo, existe un fenómeno que es más cotidiano y que se expresa en diversas formas de lucha y/o búsqueda alternativa: entre los intelectuales, en la cultura, en la juventud, entre los trabajadores, en los barrios e instituciones como escuelas, hospitales, centros culturales, sociedades de fomento o clubes. A los que participan de estas expresiones podría designárselos como “activistas sociales”. Aquí juega un papel muy importante la desvalorización de los políticos, del propio mecanismo electoral y de organismos tradicionales que tuvieron mucho arraigo en el país, como los sindicatos. Este proceso de resistencia y búsqueda alternativa es amplio, aunque se dé de manera heterogénea, atomizada y con “poco ruido”. Es que la gente ve más posibilidades de expresarse o lograr cosas de esta manera que a través de los canales o métodos tradicionales.

A la vez, es necesario insistir en que está en desarrollo en el país, aún de manera subterránea, el fenómeno asociativo. Parte visible de este fenómeno -en el terreno democrático- es HIJOS. Pero también están en auge pequeñas organizaciones de 30 ó 40 integrantes, como es el caso de la aparición de “Agamos”, una progresiva organización independiente que reivindica los derechos de gays, lesbianas y travestis, o los diversos núcleos feministas.

Pero la cuestión está mucho más difundida: plazas de distintas localidades donde los pibes van a mostrar sus propias publicaciones, los “fanzines”; bandas de rock que se agrupan entre ellas; la proliferación de las murgas y toda una serie de expresiones en radios alternativas, galpones culturales, o redes informativas, como la Red acción de zona sur del Gran Buenos Aires. Parte de este proceso se está reflejando en el propio CTA, donde confluyen elementos “activos” y/o de izquierda (aunque con un enorme déficit entre la juventud).

Es en el trabajo cotidiano como parte de estas expresiones donde nuestro partido puede encontrar los puntos de apoyo para colaborar a la doble tarea de la recomposición global de los trabajadores y la juventud, junto con llevar adelante su propia construcción, incorporando en nuestra organización a los mejores compañeros que surjan de su seno.

5.3 El trabajo teórico y la formación

Una de las conquistas centrales de nuestra organización -por encima de la crisis- han sido elaboraciones como Después del estalinismo, lo que, en nuestra comprensión, implica que es absolutamente necesario -como parte del desafío de recomposición de la clase trabajadora y los sectores populares- desarrollar un serio trabajo teórico, apuntando a extraer las principales lecciones dejadas por la lucha de clases hasta nuestros días, así como también poner en consonancia nuestras teorías y programas con las inmensas transformaciones que se han venido dando.

Sin embargo, a nivel del conjunto de la dirección y la militancia partidaria, no hemos logrado que el trabajo teórico, el rearme y la formación fueran asumidos de manera sistemática y colectiva. Hay varios ejemplos de esto, como los talleres sobre teoría de la revolución permanente o sobre partido, que luego de realizados no lograron continuidad ni quedaron expresados en materiales o en una reflexión del conjunto de los compañeros.

La importancia de la cuestión es aún mayor, si se quiere, en la medida en que la tarea del estudio teórico, el rearme y la formación no pueden ser concebidas simplemente como una necesidad interna, sino que son una exigencia que la propia realidad nos hace si queremos realmente colaborar a transformarla: tiene que ver con las transformaciones de los últimos veinte años, con el balance del siglo y con la tarea de refundación y relanzamiento de la genuina alternativa socialista que está planteada por delante. Parte decisiva de la formulación de una nueva práctica militante es acabar con esta realidad, instalando en el centro de las tareas el serio estudio teórico y la formación. En este sentido, con un compañero que escribió un aporte específico a este respecto, podemos decir:

“Rescatemos de Moreno su caracterización de nuestra corriente como “trotskismo bárbaro” (…), creo que está entre las más útiles que nos dejó con vistas al futuro y al ordenamiento de tareas (…) esto nunca pudimos superarlo y seguimos siendo bárbaros porque desde hace mucho tiempo que dejamos de darnos una batalla consecuente en este terreno (…) Un ángulo del combate contra el marxismo bárbaro es justamente la necesidad constitutiva de una profunda formación de los revolucionarios. Todo volverá a tener pies de barro mientras nuestra personalidad y cultura no se fragüe con los materiales imprescindibles del marxismo: sólo construiremos una “barbaridad” (…) Esto significa que no hay tarea más importante hoy, pensada en términos estratégicos para una organización de revolucionarios, de personalidades rebeldes, pero bárbaros, empíricos, que la de invertir todo lo que podamos, y aún más, en nuestra formación marxista seria, profunda y sistemática” (G. Pastor, Aspectos referentes a la cuestión de partido, en Debates Nº1, p. 47).

Se nos plantean, entonces, tres objetivos centrales en este terreno: desarrollar de manera sistemática la tarea de la elaboración teórico-programática; poner en marcha -probablemente en forma conjunta con la revista Herramienta- un serio plan de formación, y llevar adelante un emprendimiento editorial, que esté en función de relanzar, difundir y renovar el patrimonio teórico del marxismo revolucionario.

5.4 Diversidad, autonomía, unidad

La realidad de los trabajadores y la juventud es de una enorme atomización y heterogeneidad. Parte de esto es el hecho de que, si bien están en desarrollo diversas expresiones embrionarias de lucha y resistencia social, es un dato de la realidad que no se puede precisar aún qué caminos podrá tomar un sostenido proceso de reorganización/refundación del movimiento obrero y popular. Esta misma realidad es la que plantea el desarrollo de todo tipo de experiencias, no bajo un molde uniformizador, sino acordes a la realidad y particularidades de cada lugar y de la forma de expresarse de sus sectores más vitales. Este desarrollo nos deberá ir permitiendo encontrar los puntos comunes y las líneas de tendencia más claras hacia una recomposición de los explotados y oprimidos.

En nuestro caso, aun a pesar de la profunda crisis atravesada, existen un sinnúmero de estas experiencias, llevadas adelante por diversos equipos de la organización. Así, sólo a título de ejemplo, podemos nombrar la Lista Negra de Río Turbio; la experiencia del “galpón” (El Limonero) de la JS de Lomas; el programa de radio “No somos nada” de los jóvenes de Norte o “La mujer es el negro del mundo” de las compañeras de Avellaneda; el trabajo en terciarios de Capital; la revista Herramienta; el trabajo como parte de la Red Patagónica de Derechos Humanos en el sur del país; estructuraciones fabriles muy importantes con compañeros que estuvieron al frente de luchas contra la desocupación; la importante intervención de los compañeros en el proceso de Corrientes (1999), instalados en la Plaza del Aguante junto con los trabajadores del INVICO y los estudiantes de Trabajo Social, y diversos trabajos desde ubicaciones sindicales o de grupos políticos o asociativos.

Es un hecho que una nueva comprensión de los valores de la democracia y la centralización en la organización plantea con fuerza la necesidad de la existencia de una gran autonomía para llevar adelante todas estas experiencias. Lo que, a la vez, como venimos señalando, no se trata sólo de una exigencia interna de la organización revolucionaria, sino que está en directa correspondencia con la realidad y la necesaria búsqueda que se debe llevar adelante camino a la recomposición de los explotados y oprimidos.

Sin embargo, con la misma convicción debemos decir que el desarrollo de esta autonomía o diversidad nada tiene que ver con confundir esta dinámica, necesaria para una nueva práctica militante, con dinámicas de disgregación, disolución o falso federalismo como las vividas por el MAS en los últimos años. En nuestro concepto, se trata de conquistar una verdadera unidad en la diversidad, esto es, el desarrollo de todo tipo de experiencias autónomas, pero en el contexto de una acción colectiva, de un proyecto estratégico común a todos. El cual, además, es la única posibilidad de que esas experiencias realmente sirvan para una perspectiva revolucionaria. Esa unidad en la diversidad requiere, entonces, dar pasos firmes en lo que venimos planteando a lo largo de todo este documento: ir esbozando un nuevo proyecto en la perspectiva de la refundación de nuestra organización.

5.5 El carácter militante: restablezcamos la unidad entre la teoría y la práctica

Entre las confusiones creadas por la deriva de la crisis del MAS en los últimos años, se ha creado una ideología en contra del significado militante, abnegado, que implica necesariamente la actividad revolucionaria. Además, se ha terminado por abrir en nuestra organización una enorme brecha entre la teoría y la práctica, bajo la forma de elaboraciones que no tienen ninguna aplicación o desarrollo concreto, junto con la inercia de viejas prácticas no cuestionadas a partir de la reflexión de los problemas más generales. Estos rasgos podrían servir para caracterizar una parte importante de nuestra realidad, por lo que nos parece muy importante referirnos a ellos. Con un compañero que escribió un aporte al respecto, podemos decir:

“Lo constitutivo de una organización de revolucionarios marxistas es la pelea por devolver-conquistar para su actividad como individuos (y a la humanidad) el carácter genérico-vital-consciente, propio de la especie. Carácter éste que se halla enajenado, es decir, totalmente empobrecido-alterado-invertido, subsumido a un poder inhumano, inmanente a toda formación económico-social fundada sobre la enajenación del trabajo y la acción humana (como actividad genérica, libre) y expresado hoy en esta relación social que es el capital (…) Desde este ángulo, constituirse en marxista revolucionario significa un combate consciente por construirse como personalidad autónoma que despliega una actividad vital-genérica emancipadora, desde una concepción, elaboración y práctica científicas. Una organización marxista revolucionaria se plantea, en todo momento, impulsar y nutrir ese proceso, propio de las reservas de rebeldía de los seres humanos, con los instrumentos científicos que lo afirmen, enriquezcan y proyecten” (Gerardo Pastor, Aspectos referentes a la cuestión del partido. Los problemas constitutivos, en Debates Nº 1, p. 46).

Desde la juventud del partido, años atrás, se planteó la problemática de “ser sujetos”. Esto es, cómo colaborar desde el partido para enfrentar la total falta de iniciativa sobre sus propias vidas que sufren los jóvenes cotidianamente. En aquellas discusiones, se señaló que nuestra organización debía servir exactamente para lo opuesto: alentar y colaborar a que los jóvenes (y todos los compañeros) tomen las iniciativas que quieran, brindándoles el partido los elementos de formación y de descubrimiento de un mundo nuevo: el marxismo revolucionario. Creemos que retomar este ángulo es central, en la medida en que, a lo largo de años de crisis y de una práctica sustituista al interior de la propia organización, la estructura partidaria no ha estado al servicio de tender a superar la escisión entre trabajo manual e intelectual en la organización, tan importante para ese desafío de “construirse como personalidad autónoma que despliega una actividad vital-genérica emancipadora, desde una concepción, elaboración y práctica científicas”.

Recuperemos una actitud militante

Junto con esto, en los años recientes, cargados también por elementos de desmoralización de algunos compañeros, se ha confundido la pelea por la comprensión o restitución de la actividad militante como actividad consciente de todos y cada uno de los miembros del partido con la afirmación individualista del “hago lo que se me canta” o “no pienso asumir ninguna obligación”, con la valoración de la militancia como una actividad “light”, no comprometida. Y sin embargo, es un hecho más que evidente que la pelea por colaborar a la transformación del mundo en un sentido socialista siempre ha requerido y seguirá requiriendo -más que nunca, en el actual contexto de barbarie capitalista- de un grado enorme de abnegación, de esfuerzo y de sacrificio colectivo en pos de ese objetivo. Claro que esto no puede ser algo meramente voluntarista, sino que debe estar íntimamente ligado a ir dando pasos en la formulación de un proyecto superador de la crisis de nuestra organización; un proyecto por el cual valga verdaderamente la pena pelear.

Superar la crisis de construcción

Intimamente ligada a lo anterior, queremos retomar aquí una cuestión que ya habíamos planteado: en la última década nuestra organización ha vivido una tremenda crisis de construcción. Prácticamente podemos decir que en este terreno los años ‘90 fueron una década perdida, en la medida en que -a pesar de algunos momentos en los que se esbozó una tendencia en un sentido diferente- no logramos superar una dinámica de retroceso y rupturas permanentes. Paradójicamente, a pesar de haber logrado importantes elementos de rearme, éstos no han servido aún para nuestra construcción. Y es en este punto donde nos parece decisivo reconstruir la necesaria unidad entre teoría y práctica, logrando efectivamente una nueva práctica militante a partir de la nueva comprensión del socialismo y la subjetividad que hemos venido intentando desarrollar desde nuestra elaboración sobre el Este y dando pasos en una efectiva construcción militante de nuestra organización sobre nuevas bases.

En este terreno, parece importante volver a recordar lo que decía Georg Lukács:

“es en última instancia el problema de la relación dialéctica entre el objetivo final y el movimiento, el problema de la relación entre la teoría y la práctica (…) Pues la organización es la forma de mediación entre la teoría y la práctica. Y, al igual que en toda relación dialéctica, los miembros no cobran en este caso concreción y realidad sino por su mediación” (Georg Lukács, op. cit., p. 210).

Recogemos esto desde el punto de vista de que debemos hacer conscientes y sistemáticos esfuerzos por lograr una congruencia entre la teoría y la práctica de la organización, entre lo que decimos y lo que hacemos, a partir del esbozo de un nuevo proyecto global. Se trata, así, de ir superando la enorme crisis de construcción que nos afecta, poniendo en práctica los pasos que se desprenden de la formulación de un nuevo proyecto.

Referencias

En el trabajo de elaboración de este material se hizo el esfuerzo por recoger las dispersas -pero valiosas- elaboraciones que distintos compañeros han intentado aportar a lo largo de estos años. De más está aclarar que esto no quiere decir que el autor coincida con todo lo que dicen estos artículos y que, además, la línea argumental que aquí se presenta es de su entera responsabilidad. También se incluyen aquellos textos que fueron tomados en consideración a partir del debate del presente documento y que han sido parte de su redacción final. Por último, señalamos que la mayoría de los materiales que están citados textualmente a lo largo del documento no se recogen en estas notas.

– Alicia, Virginia y S.: Propuesta para desarrollar el trabajo sobre la mujer.

– Antunes, Ricardo: ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre la metamorfosis y la centralidad del mundo del trabajo.

– Bihr, Alain: Los desafíos actuales del movimiento obrero.

– Ciappone, Nora: Los límites del trotskismo.

– Divés, Jean-Philippe: Redescubrir las enseñanzas de la Revolución de Octubre.

– Divés, Jean-Philippe: A propósito del libro El destino de la revolución rusa.

– Divés, Jean-Philippe: De la LIT a Nuevo Curso. Por un balance del morenismo y un nuevo proyecto internacional.

– Dussel, Enrique: selección de textos.

– Emilio: Aportes para la discusión.

– Equipos juveniles de Lomas: La pasividad, el bardo y la crisis de alternativa.

– Funes, Christian: Notas para aportar a la discusión sobre partido.

– Garmendia, Osvaldo: Sobre las fuerzas productivas y su desarrollo.

– Liebman, Marcel: Leninismo bajo Lenin.

– Manzana, Ernesto: Una interpretación distinta de los acontecimientos del Este de Europa.

– Marcelo: Algunas observaciones sobre el Esbozo de tesis.

– Marina, Paula, Claudia e Inés: Sobre la liberación de la mujer.

– Martedí, Eduardo: Un sujeto para una historia sin sujeto.

– Martínez, Manuel: Crítica de las revoluciones objetivas.

– Medina, Anacleto: Contribución a la Conferencia.

Pastor, Gerardo: Aspectos referidos a la cuestión del partido.

– Petruccelli, Ariel: Ensayo sobre la teoría marxista de la historia.

– Ramírez, Roberto: La mundialización del capital y nuestro programa.

– Romero, Aldo Andrés: Después del Estalinismo.

– Romero, Aldo Andrés: Cómo se plantea hoy la necesidad de la Internacional.

– Romero, Aldo Andrés, et al.: Problemas de la revolución y el socialismo (Consideraciones sobre la “respuesta” de SR).

– Romero, Aldo Andrés: Terricidio o Socialismo.

– Rush, Alan: Apuntes en torno al debate sobre partido.

– Sáenz, Roberto: La revolución permanente hoy, en Taller de teoría de la Revolución Permanente, Verano de 1997.

– Sáenz, Roberto, y Camarero, Hernán: La refundación del movimiento obrero.

– Thompson, E. P. : William Morris.

– Vega Cantor, Renán: El caos planetario.

– Venturini, Juan Carlos: A qué herencia renunciamos.

– Zamora, Luis: Reflexiones críticas sobre experiencias vividas.

Por Roberto Sáenz - Documento votado en la Conferencia del MAS de diciembre de 1999

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