Mar - 31 - 2016

… imperialismo se queda. Esta verdad elemental parece haber sido olvidada por muchos, inclusive desde sectores de izquierda que simpatizan con el castrismo. En ocasiones, las mismas personas que se movilizaron en repudio a la presencia de Obama en Argentina vieron con cierta indulgencia la presencia de Obama en la Cuba, como si la política exterior yanqui fuera esquizofrénica: furiosamente pro Macri en Argentina y benevolente con los Castro en la isla.

No hay tal incoherencia, por supuesto, y menos en un dirigente de la talla de Obama, que no necesita de los asesores que rodeaban al semianalfabeto George W. Bush para diseñar las políticas que requiere el imperialismo yanqui. Como veremos, no hay la menor contradicción en hablar contra el bloqueo en Cuba y saludar a Macri como un campeón de los derechos humanos: lo que hay es una cuidadosa y lúcida estrategia regional de EE.UU., cuyo eventual éxito y continuidad, desde ya, están por verse. La estrategia es, dicho rápidamente, recomponer los lazos con América Latina tras los desastres de George W. Bush, cuyo intento de imponer acuerdos semicoloniales estilo ALCA en la región sólo empujó a los gobiernos regionales a los brazos de China. Y la política hacia Cuba es una pieza esencial de ese intento de acercamiento.

El amigo (norte)americano quiere volver

La lúcida tribuna del capitalismo imperialista mundial que es la revista británica The Economist captó con toda claridad la necesidad de este giro en la política yanqui. Así, congratula a Obama por su renovado interés por Latinoamérica, defiende el levantamiento del embargo a Cuba e, incluso, expresa su preocupación de que el resultado de las elecciones en EE.UU. comprometa la continuidad de la estrategia del actual presidente yanqui, más inteligente que la de sus predecesores.

“En los últimos años EE.UU. y Latinoamérica en cierto modo se han alejado. Washington tiene otras preocupaciones, desde Medio Oriente a Asia. Los países latinoamericanos se beneficiaron de la avidez de China por sus minerales, combustibles y alimentos. El ciclo político llevó al poder a un grupo de líderes antiestadounidenses que vieron en China una alternativa atrayente a los rigores del FMI y a las lecciones a veces hipócritas de Washington sobre drogas y derechos humanos. Esto es malo para EE.UU. Aunque ninguna región concita menos atención en la política exterior de EE.UU. que América Latina, ninguna región es más importante para las vidas cotidianas de los estadounidenses. (…) La apertura a Cuba puede ayudar a subsanar este distanciamiento. Viene en momentos en que la izquierda latinoamericana está en retroceso, debido tanto a la caída de los commodities como a sus propios errores” (The Economist, “Cubama”, 19-3-16).

No hace falta agregar mucho: éste es el marco geopolítico y estratégico –acomodado además a la coyuntura actual– de las visitas de Obama a Cuba y Argentina, y ése es el lugar que ocupa la política específica hacia Cuba. El acercamiento y el discurso contra el embargo (cuyo levantamiento, por otra parte, no depende de Obama sino del Congreso yanqui, dominado por republicanos aliados a la gusanería de Miami) sólo pueden interpretarse y entenderse como parte y a la luz de ese dispositivo regional en su conjunto.

En ese sentido, el fin del embargo, si finalmente se concreta, será sin duda un triunfo democrático que aliviará parte de las penurias de las masas cubanas, pero que, como se ha alertado reiteradas veces desde estas páginas, viene con trampa.(1) Y en este momento, es imperioso comprender y denunciar el contenido de esa trampa, que no es otro que darle al sector más lúcido y menos tosco del imperialismo una herramienta para socavar no sólo al régimen castrista, sino a las conquistas de la revolución cubana que, aunque deterioradas, todavía se conservan.

Lejos de ser un gesto de “amistad” de un presidente negro y “progre” (para los nada exigentes parámetros yanquis), el fin del embargo apunta a mostrar a EE.UU. con una cara más presentable que la de la gusanería histérica de Miami y sus voceros republicanos como Marco Rubio y Ted Cruz. Parafraseando a Lord Palmerston, el imperialismo yanqui no tiene amigos ni enemigos permanentes, tiene intereses permanentes. La tozudez del Partido Republicano respecto del embargo pasa por alto que esas necesidades permanentes de la burguesía yanqui deben expresarse de distinta manera en cada momento histórico. Y en este caso, exigen volver a “amigarse” con Latinoamérica.

El objetivo yanqui de socavar el carácter independiente de Cuba, con su economía no capitalista, debe buscarse no por la fuerza bruta sino por otras vías. Por eso “[Obama] apuesta a que el compromiso con uno de los vecinos de EE.UU. hará más que el aislamiento para darle fin a su régimen comunista. (…) La apuesta de Obama es la correcta. El embargo estadounidense contra Cuba es un ejemplo de inutilidad. Es un anacronismo de la Guerra Fría que daña más a los cubanos (y a los estadounidenses) que a los Castro, que lo utilizan para justificar su estado policial y como excusa para las penurias que inflige el comunismo a la población de la isla” (The Economist, cit.).

Por otra parte, el carácter nocivo del embargo para los intereses estratégicos del imperialismo yanqui (al menos, en la visión de su ala más despierta políticamente, el Partido Demócrata) no se limita a Cuba: “El embargo ha sido un irritante simbólico en las relaciones entre EE.UU. y sus vecinos. En los últimos 20 años, políticos latinoamericanos de todas las tendencias se han opuesto a él. Todos los países de la región tienen lazos diplomáticos y comerciales con Cuba. El embargo se ha tomado como un símbolo del imperialismo norteamericano. Hasta políticos conservadores de América Latina reniegan de él” (ídem).

El embargo, ese “anacronismo”, ya no cumple ninguna función económica y su rol político es pernicioso para la política hemisférica yanqui, que ahora apunta a recuperar el terreno perdido frente a la avanzada china en la región.(2)

Una carrera entre dos potencias con Cuba por premio

El telón de fondo en la isla es, sin ninguna, la creciente incapacidad del “modelo” de economía burocrática, incluso después del giro hacia la pequeña propiedad privada del VI Congreso del PCC (2011), para garantizar mínimos estándares de calidad de vida al conjunto de la población. Tal como habíamos temido en ocasión de ese VI Congreso, la brecha entre los cubanos que siguen dependiendo de su salario en la economía estatal y quienes logran, por la vía del cuentapropismo, la corrupción, la prostitución o del menudeo, acceder a ingresos en divisas a través del vínculo con el turismo, es cada vez más marcada y envenena lentamente el clima social de la isla. No era posible otra cosa en una economía donde un taxista gana en dos viajes pagados por gringos la misma cantidad de dólares que un empleado del Estado en un mes. No hay “moral socialista” que pueda sostener esa desigualdad demasiado tiempo.(3)

Sobre la base de este deterioro es que se da la competencia entre EE.UU. y China en la carrera por quién quedará mejor ubicado en la transición, que consideran inminente, de Cuba hacia un esquema capitalista. Las simpatías (y los lazos previos) de Raúl Castro están claramente con China, pero el gran vecino está decidido a no perder la oportunidad.

Así, a una movida de un jugador sigue otra de su adversario: “En los 15 meses transcurridos desde que la Casa Blanca se embarcó en el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, China intensificó sus esfuerzos para obtener un punto de apoyo en el país. En diciembre comenzaron los vuelos directos entre Beijing y La Habana. El comercio entre ambos países aumentó al menos un 57% en 2015, a cerca de 1.600 millones de dólares, según Beijing, y China está liderando la construcción de la infraestructura de Internet en Cuba” (“EE.UU. y China compiten por el mercado de Cuba”, C. E. Lee y F. Schwartz, Wall Street Journal, 17-3-16).

Por su parte, ya son legión las empresas yanquis interesadas en participar en el “deshielo económico” en Cuba. Y ya no sólo operadores turísticos y cadenas hoteleras, con lo importantes que son, sino compañías de telefonía, de servicio postal (vinculado a las remesas de los emigrados) y muchas otras. Para EE.UU., la “apertura” económica y la política, aunque tengan cada una su propio ritmo y su especificidad, son dos caras de la misma estrategia, como explican desde un think tank imperialista: “A diferencia de otros lugares donde Washington y Beijing compiten por influencia, la Casa Blanca apuesta a que la conexión cultural entre EE.UU. y Cuba no sólo ayudará a Washington en su rivalidad económica con Beijing, sino también en la batalla por el futuro político de la isla. ‘Con el tiempo, las políticas del gobierno de Obama en Cuba podrían hacer menos atractivas las inversiones de China en América Latina’, dice Jason Marczak, un experto en la región del Atlantic Council. ‘Con la apertura hacia Cuba hemos hecho a un lado el velo del imperialismo que muchas veces nos ha confundido, y demostramos que podemos ser realmente socios con el resto de la región’, asevera” (Wall Street Journal, cit.).

La “esperanza Obama”, el “poder blando” y la burocracia castrista

El impacto de la visita de Obama en la isla ha sido sin duda inmenso. Causaba desconcierto y cierta angustia ver banderitas de EE.UU. en las calles de La Habana como si tal cosa, y más todavía escuchar los comentarios ingenuamente esperanzados de cubanos comunes, que la prensa reflejó más de lo habitual. Es evidente que la presencia de un presidente norteamericano –de este presidente, Obama– generó un nivel de expectativa en la población cubana absolutamente impensado en décadas, quizá desde la misma revolución de 1959.

Esas expectativas eran y son confusas, mixtas, contradictorias; reflejan en algunos sectores cierto orgullo por haberle torcido el brazo a la política del ala más belicosa del imperialismo yanqui, pero a la vez, de manera muy pronunciada, la esperanza de que se trate de un comienzo de “apertura” donde también se mixturan lo económico y lo político.

“Obama en Cuba” es un hecho que podía ser interpretado de muchas maneras: alivio al bloqueo, más oportunidades económicas vía el aumento del turismo y las inversiones, más facilidades para recibir dinero y visitas de la diáspora cubana en el exterior (casi un cuarto de la población), más libertad política y menos represión, mayor acceso a bienes hoy inexistentes o de lujo (desde conexión digna a Internet a jabones de tocador)… Lo distintivo de esa larga lista es que casi todas esas lecturas se daban en clave positiva, mientras que casi nadie, salvo algunos intelectuales cubanos con escasa difusión, subrayó los peligros que esta apertura patrocinada por los yanquis y por la burocracia del PCC representa para el destino de la revolución.(4)

Una cosa es segura: la política de Obama hacia Cuba demuestra ser más paciente, más sutil, más pérfida y más realista que el garrote desembozado de los gusanos de Miami. A la vez, es potencialmente más efectiva, o en todo caso, para EE.UU., vale la pena buscar otro camino después de haber probado con la invasión (Bahía de los Cochinos, 1961), el magnicidio (decenas de intentos), el terrorismo (la CIA hizo estallar un vuelo de línea con pasajeros civiles), el bloqueo internacional… y el embargo. Obama parece haber entendido la lección de la caída de otros regímenes stalinistas, como el de la URSS y los del Este europeo: lo que no pudo la fuerza militar, el “poder duro”, se logró con  la combinación de descomposición interna y “poder blando” (la influencia cultural, la tentación consumista, etc.).

Si el objetivo es liquidar definitivamente las conquistas de la revolución y Cuba como polo independiente del imperialismo en América Latina, parece razonar Obama, quizá más útil que intentar derrocar a los Castro sea apostar a una mutación de su régimen, incluso controlada por la burocracia. Según The Economist, “no se trata en Cuba de que se convierta en una democracia de la noche a la mañana. Como el régimen sigue firme [entrenched], es más probable que el cambio político venga gradualmente y desde dentro” (cit.).

Es decir, en cierto modo el camino transitado por la ex Alemania Oriental, sólo que el desenlace político sería, en vez del colapso del régimen stalinista, una conversión de la burocracia a la administración de un orden ya capitalista con fuertes elementos de capitalismo de Estado y rasgos políticos autoritarios, como en Vietnam y China (los dos modelos más elogiados por Raúl Castro).

Un analista de izquierda especializado en Cuba coincide globalmente con este diagnóstico, desde una mirada crítica, claro está, e incluso sugiere un nivel de detalle que, aunque no nos consta, no suena descabellado: “La gira de Barack Obama a Cuba completa la del papa Bergoglio, que sin duda fue discutida largamente entre las diplomacias del Vaticano, de Estados Unidos y al menos un sector de la burocracia reformista de Cuba, buscando la forma más pacífica y menos traumática de favorecer una transición rápida y completa de Cuba hacia una integración total en el capitalismo. Con China en dificultades crecientes, el gobierno de Venezuela sobre la cuerda floja, el de Brasil al borde del impeachment (…), Washington y el Vaticano se preparan para lo que consideran tiempos muy buenos para ellos, y la burocracia (…) opta por soluciones inmediatas que le permitirían conservar el poder. O sea, un acuerdo con Washington, una apertura comercial rápida y amplia que mejore el abastecimiento y permita tener un dólar único anclado sobre el de Estados Unidos y, como corolario, un simulacro de elecciones pluralistas en las que puedan participar los opositores presentables y menos dañinos (socialcristianos, socialdemócratas, liberales respaldados por la Iglesia). Francisco preparó para eso a la Iglesia cubana y acercó la tendencia Obama del imperialismo estadounidense a la tendencia nacionalista y pragmática encabezada por Raúl Castro” (G. Almeyra, “Obama: la gira del patrón”, en http://www.rebelion.org).

A nuestro juicio, la perspectiva del imperialismo yanqui es más osada y apunta a un modelo político menos “stalinizado”: “La esperanza es que, a medida que Cuba se vuelva más próspera y conectada, le siga la liberalización política. (…) El contacto entre dos naciones cercanas y relacionadas a través del comercio, el turismo y la reconexión de las familias no hará más que alimentar el deseo de cambio” (The Economist, cit.). Como se ve, con más o con menos “liberalismo”, el camino es siempre por la “vía blanda”.

Desde ya, la burocracia cubana, que en lo económico improvisa bastante sobre la base de mantener el rumbo hacia la ortodoxia pro capitalista (cínicamente bautizada “actualización del socialismo”), no da señal de aflojar en el control político. Un indicador claro al respecto es el secreto absoluto que rodea el VII Congreso del PCC, que debe tener lugar en abril. El VI Congreso de 2011, que votó los “Lineamientos” económicos hoy vigentes, había sido precedido al menos de una puesta en escena de discusión, y el documento central había tenido amplia circulación. Como señala un crítico de izquierda del PCC, “la discusión de los Lineamientos estuvo lejos de ser democrática ni transparente, pero los fenómenos recientes hacen extrañar aquellos momentos. (…) El documento que parece clave para el próximo VII Congreso podría ser el de la ‘Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista’. (…) En esta ocasión, no ya a la población, sino hasta a la mismísima militancia del PCC en general se le ha escamoteado la posibilidad de analizar el tal documento” (Rogelio M. Díaz Moreno, “El congreso misterioso”, www.observatoriocriticocuba.org).

A todo esto, en 2018, Raúl Castro, hoy de 84 años, le dejaría su lugar al vicepresidente Miguel Díaz-Canel, casi 30 años menor… y fanático de los Rolling Stones. Si el concierto gratuito de Sus Majestades Satánicas en La Habana, inmediatamente después de la partida de Obama, representa un impulso a las legítimas aspiraciones de bienestar y libertad de las masas cubanas, en especial la juventud, o un ejercicio del “poder blando” imperialista, es algo que sólo podrán responder los propios cubanos.

Notas

1-Ver la declaración de nuestra corriente internacional Socialismo o Barbarie “Un logro que viene con trampa”, del 17-12-14, en http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=4032.

2-Según un analista de izquierda, “el balance es claro: con México desde hace rato en el saco, el Tío Sam está decidido a poner en orden el gallinero latinoamericano, donde los gallos ‘progresistas’ son muy flacos y escasean los huevos. La presencia en la región de las economías china y rusa, en tales condiciones, y con gobiernos tipo Peña o Macri, prácticamente se reduciría a poco” (G. Almeyra, “Obama: la gira del patrón”, en http://www.rebelion.org).

3-Al respecto, conservan toda su actualidad, lamentablemente, pese al tiempo transcurrido, las advertencias que formuláramos en “La crisis terminal del ‘modelo’ cubano”, en revista Socialismo o Barbarie 25.

4-De manera tan tardía (con Obama ya de regreso en EE.UU., luego de su paso por Argentina) como sorpresiva, el mismo Fidel Castro publicó una columna supuestamente crítica sobre la visita del presidente yanqui con el no muy congruente título de “El hermano Obama” (en www.granma.cu, 27-3-16). Pero aunque el tono es crítico, el contenido es un sancocho de digresiones de las que sólo se saca en limpio que Obama debería haber sido más autocrítico con el pasado agresor de EE.UU. y que “no necesitamos que el imperio nos regale nada”. Los “cubanólogos” (especialistas en semiología del poder, como antes los sovietólogos y aun hoy los sinólogos) todavía están tratando de dilucidar si es una jugada táctica, una fisura en el PCC, un distanciamiento de su hermano Raúl… o un síntoma de senilidad. Confesamos nuestra ignorancia, pero quien lea el texto no podrá dejar de notar una incoherencia formal más bien alarmante.

Por Marcelo Yunes, SoB 373 (Argentina), 31/3/16

Categoría: América Latina Etiquetas: , ,