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Jun - 1 - 2017

Finalmente, los presos palestinos en las cárceles de Israel levantaron esta semana su huelga de hambre, luego de 40 días de sostener la medida. Fueron alrededor de 1600 detenidos quienes la protagonizaron. Esta se saldó con un triunfo parcial, logrando que se concedan (por lo menos en el papel) varias de las demandas de los presos.

En lo inmediato, el origen de esta pelea era la exigencia de obtener mejoras en las condiciones de detención en las que se encuentran los detenidos[1]. El Estado israelí viola prácticamente todas las convenciones internacionales de Derechos Humanos sobre trato de prisioneros. En sus cárceles, los palestinos prácticamente no pueden recibir visitas de familiares, además de ser sometidos a toda clase de castigos cotidianos como el confinamiento solitario y otras formas de tortura psicológica y física. Por eso lo que solicitaron los presos, a través de la huelga de hambre, era algo tan básico como ser tratados con un mínimo de humanidad dentro de las prisiones, pudiendo tener un mínimo contacto con sus seres queridos.

Hacen falta dos aclaraciones complementarias. La primera es que esos presos no están allí por delitos comunes, sino mayormente acusados de “terrorismo” contra las fuerzas de ocupación israelíes. Es decir, son presos políticos a quienes se acusa de levantarse en armas contra los ocupantes. Muchos de ellos pertenecen, o son acusados de pertenecer, a las organizaciones de la resistencia palestina. Los tratos inhumanos, por lo tanto, son un método de terrorismo de Estado para imponer la sumisión al enclave colonial de Israel.

La segunda aclaración es que también muchísimos de ellos fueron detenidos con el método de la “detención administrativa”, mediante la cual el Estado sionista no levanta cargos en contra del detenido ni existe juicio alguno, durante una cantidad indefinida de tiempo. Esto equivale a un “secuestro de Estado”, ya que no rige ninguna garantía procesal de ningún tipo para el detenido. Inclusive en los casos donde se formaliza una acusación e intervienen tribunales, estos son títeres directos del proyecto colonial israelí, y su función es imponer la disciplina del gendarme. Ese mismo sistema judicial israelí, que impone penas durísimas a los palestinos en la aplastante mayoría de los casos, es extremadamente expeditivo para absolver (o para establecer “castigos simbólicos”) a los soldados israelíes o a los colonos sionistas que ejecutan civiles palestinos a sangre fría.

Por todo ello la huelga de hambre de los presos palestinos tiene el carácter de una auténtica gesta de la resistencia nacional contra la opresión, además de ser un grito desesperado por el respeto de los más elementales derechos humanos. Su carácter profundamente político estuvo también amplificado por el hecho de que uno de sus iniciadores y principales referentes fue Marwan Barghouti, dirigente y parlamentario palestino muy combativo y con un gran prestigio en la resistencia.  Barghouti pasó una importante parte de su vida preso, cumpliendo actualmente una condena desde el año 2002, y es una figura ampliamente reconocida tanto en Palestina como a nivel internacional.

La medida en las cárceles fue acompañada ampliamente por el pueblo palestino, en primer lugar por los familiares de los detenidos y por la juventud combativa. Se realizaron gran cantidad de protestas en apoyo a los huelguistas, muchas de las cuales terminaron en enfrentamientos con las fuerzas de ocupación sionistas.

Junto a lo anterior, la huelga de hambre de 40 días -por su misma naturaleza- llegó a un punto donde debía resolverse inmediatamente o dar lugar a una crisis mayor. Luego de tantos días sin alimentarse, los órganos del cuerpo comienzan a fallar sistemáticamente y aparece la probabilidad de la muerte. El Estado israelí no quería llegar al punto en que los presos comenzaran a morir y el tema se colocara en las primeras planas de los medios de comunicación de todo el mundo. Esto hubiera puesto en evidencia que Israel, que se atribuye ser la “única democracia de Medio Oriente”, se ubica por fuera de todos los tratados internacionales sobre tratamiento de los detenidos, y es en realidad una máquina de violación sistemática de los Derechos Humanos.

Por otro lado, en unos pocos días se cumplirán 50 años de la famosa “guerra de los 6 días”, en la que el Estado de Israel ocupó (en junio de 1967) los territorios de Cisjordania, Jerusalem Oriental y la Franja de Gaza (así como los Altos del Golán de Siria y otros territorios, algunos de los cuales luego debió abandonar como la península del Sinaí en Egipto). En esos 50 años, Israel no solo no volvió nunca más a retirarse de los territorios ocupados, sino que desarrolló una política sistemática de colonización a través de la instalación de una densísima red de asentamientos israelíes en esos territorios. Estos asentamientos no solo colocan una gran cantidad de población colonial en las zonas ocupadas, sino que monopolizan para sí la mayor parte de los recursos (como el agua y las tierras fértiles) dejando sin ellas a los palestinos, y además fragmentan territorialmente a esos territorios aislando a una gran cantidad de enclaves de población nativa. Poco a poco Israel avanza en la expansión de esos asentamientos, en la construcción de otros nuevos, y en la normalización legal de los mismos, en una política que tiende a la anexión lisa y llana.

Esta orientación fue denunciada por todo el resto del mundo desde el propio año 1967. Varias asambleas generales de la ONU se pronunciaron exigiendo la retirada de Israel de los territorios ocupados. El enclave sionista se comporta de hecho como una organización criminal al margen de toda la ley internacional y de todo criterio ético –inclusive para los parámetros democrático-burgueses de las potencias imperialistas, con la excepción de EEUU que actúa como patrón internacional del mismo.

Por esta razón, la probable confluencia de una huelga de hambre (con varios muertos), las manifestaciones masivas de los palestinos e inclusive de algunos israelíes y el foco de atención mundial en ocasión al aniversario del ’67, hubieran sido un coctel explosivo. Ante esta posibilidad, el Estado israelí debió retroceder y conceder a los huelguistas varias de sus demandas.

Se trata sin duda alguna de un triunfo, aunque debe ser entendido en su contexto: se trata apenas de un paliativo en el marco de un régimen inhumano, y sobre la base de un sistema de ocupación extremadamente opresivo y represivo. Ni siquiera está claro tampoco que el Estado de Israel se vaya a atener a su palabra, teniendo ya un largo historial de volver atrás con las concesiones que formula en las meses de negociación.

Para obtener un triunfo profundo y duradero, es necesario tirar abajo todo el régimen de ocupación sionista. Eso exige la más amplia movilización tanto en Palestina y en Medio Oriente en general, como en todo el globo. El triunfo parcial obtenido con la huelga de hambre sirve para demostrar que el estado de Israel tiene un talón de Aquiles: el mundo advierte cada vez más su profunda ilegitimidad, y esto amenaza con colocarlo en un profundo aislamiento. Por más que Donald Trump viaje al enclave sionista para manifestarle su apoyo incondicional, la opinión pública internacional viene avanzando los últimos años exactamente en el sentido opuesto. Es necesario explotar al máximo esta debilidad, denunciando de manera sistemática los crímenes de Israel e imponiéndole a todos los gobiernos la ruptura de relaciones.

[1] Con respecto al inicio de la huelga y sus demandas, ver la nota “Apoyemos la huelga de hambre de los presos palestinos en las cárceles sionistas”, Por Elías Saadi, SoB 424, 4/5/17 http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=9674

Por Ale Kur, SoB 427, 1/6/17

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