Revolución y socialismo
en el siglo XXI

 

Notas sobre la teoría de la revolución permanente a comienzos del siglo XXI - II

Las revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista 

Por Roberto Sáenz
Socialismo o Barbarie (revista), Nº 17/18, noviembre 2004

Primera parte

Trotsky tomó relevo en el momento más oscuro del siglo XX. De ahí su mérito histórico imperecedero y su aporte a la tradición del marxismo revolucionario y militante. No tenemos posibilidad aquí de desarrollar una valoración del proceso anterior a la fundación de la IV Internacional o de sistematizar los debates en torno a ella. Pero queremos dejar sentada con toda claridad nuestra posición acerca de la incuestionable legitimidad histórica de la fundación de la IV [1] y del valor de haber dejado organizado al marxismo revolucionario en el peor momento de la historia de la lucha de clases obrera desde su constitución en movimiento obrero en el siglo XIX.

El propio Trotsky se mostró consciente de su obra cuando valoró la fundación de la IV como la tarea específica que nadie –en ese momento histórico determinado– hubiera podido hacer por él.

Desde este punto de vista, es relevante dejar anotados aquí los fundamentos teóricos de la cerrada oposición de Isaac Deutscher (conocido biógrafo de Trotsky) a la fundación de la IV, en función de una concepción objetivista y capituladora que veía a la burocracia estalinista como “progresiva” y “realizadora del legado de Octubre”, tal como la resume Alex Callinicos: “(...) Deutscher está completamente fascinado –se puede decir obsesionado– por analogías entre la revolución burguesa (la francesa en particular) y la revolución bolchevique (...) Deutscher postulaba una ley general histórica [o más bien suprahistórica. RS] según la cual las revoluciones se movían de una fase de movilización popular en la cual los revolucionarios gozaban de apoyo popular a otra en la cual son llevados por los acontecimientos a establecer una dictadura minoritaria que preserve las conquistas de la revolución al precio de la represión (...) de la extrema izquierda (...). El surgimiento de Stalin, como el de Cromwell y Napoleón antes de él, era históricamente inevitable. Más aún, representaba no la traición de la revolución, sino su continuación (...) La cuestión subyacente en el modo de presentación de Deutscher es que la clase trabajadora rusa y la clase trabajadora internacional no estaban maduras más que para un rol pasivo frente a los acontecimientos, y que Stalin tenía que llevar adelante la ‘revolución desde arriba‘ en la propia Rusia (1929-1932) para ‘exportar la revolución‘ desde 1940 en adelante (...) Este abordaje elitista –la asunción, aun no explícita, de que el socialismo puede ser impuesto desde arriba sobre una población que no lo desea o sobre un puebl[2]o ignorante– tiene una larga tradición en el movimiento obrero”. 

El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial significó un tremendo desafío para el naciente movimiento trotskista. Trotsky fue asesinado en agosto de 1940 y el movimiento debió vérselas sin su mejor y más experimentado dirigente. De hecho, aún hoy hay discusiones dentro del trotskismo acerca de la posición frente a la guerra mundial, que en verdad combina varios tipos de conflagraciones en su seno: a) la guerra interimperialista entre los países del Eje y los aliados; b) una guerra de conquista y recolonización por parte de la Alemania nazi contra la URSS; c) una guerra de liberación nacional en el seno de los países ocupados por el ejército alemán; d) finalmente, una serie de batallas contra el imperialismo en los países coloniales o semicoloniales de Asia y África. Esto hizo a una tremenda complejidad respecto de la ubicación de la IV ante la guerra, cuya especificidad no podemos abordar aquí. [3] Sólo cabe señalar que todo este periodo histórico se caracteriza por el entretejido de guerras y revoluciones, en el que el criterio de clase del análisis y de la ubicación política de los revolucionarios adquirió dificultades a veces inéditas.

En todo caso, podemos decir que es casi un lugar común señalar que el desarrollo de los acontecimientos luego de la Segunda Guerra no siguió las previsiones que inicialmente había hecho León Trotsky antes de su asesinato. El fracaso de los levantamientos revolucionarios que se dieron inmediatamente después de finalizar la guerra en Europa Occidental y Japón (en buena medida ahogados por los PCs), sumado al fortalecimiento y relegitimación del aparato estalinista luego de la derrota del nazismo y el boom económico que vivió el capitalismo entre los 50 y los 70 y la afirmación de la hegemonía imperialista mundial en manos de los Estados Unidos, trasladaron el centro del proceso revolucionario a los países del llamado Tercer Mundo, con menos peso de trabajadores que los centrales. El imperialismo se asegura el centro del sistema, y la burocracia acepta la “administración” de buena parte de la periferia. [4]

En este contexto, la IV, lejos de hacerse de masas, vivió de crisis en crisis bajo la presión que le introdujo la aspiración de dejar la marginalidad política y la distorsión tremenda de las banderas del auténtico socialismo que significaban los supuestos “Estados obreros” en un tercio del mundo. De hecho, el trotskismo, en el periodo de posguerra, estuvo recorrido decisivamente por la actitud a tomar frente a los procesos de la lucha de clases que dieron lugar a las revoluciones de China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como al proceso de descolonización en Asia y África y el significado del avance del Ejército Rojo en los países del llamado Glacis (Europa del Este). [5] Este debate se dio de la mano de la discusión acerca del carácter social de la URSS luego del asesinato de Trotsky y la guerra mundial.

Sin Trotsky, la propia Segunda Guerra Mundial y la emergencia de estas complejas revoluciones y/o procesos revolucionarios significaron un desafío mayúsculo para la novel organización internacional, y fueron el motivo fundamental que dio lugar a la división de la IV ya en el año 1953.

En este difícil contexto, varias corrientes se fueron delineando con el transcurrir de los años: por un lado el “oficialismo” de la IV Internacional, representado por Michel Pablo y Ernest Mandel. Por el otro, el sector en torno al SWP norteamericano encabezado por James Cannon, la mitad de la sección francesa bajo la conducción de Pierre Lambert y parte importante del trotskismo inglés encabezado por Gerry Healy formaron el Comité Internacional, al cual se sumó un año después la corriente de Nahuel Moreno. [6]

Por fuera quedaron varias corrientes como el actual SWP inglés (Tony Cliff), la corriente conocida históricamente como The Militant, bajo la conducción de Ted Grant, y Lutte Ouvrière de Francia. Asimismo, las corrientes “antidefensistas” (de la URSS): el schachtmanismo primero (que fundó el Workers Party en 1940, antes de la muerte de Trotsky) y luego el grupo Socialismo o barbarie (1948).

De estas expresiones, nos referiremos centralmente a las posiciones teórico-programáticas que son hoy más significativas en el ámbito internacional: el Secretariado Unificado (cuyo partido principal es la LCR francesa), la Tendencia Socialista Internacional (SWP inglés) y los partidos o corrientes que han surgido como producto del estallido del morenismo (PSTU brasileño, MST y PTS de Argentina). Al mismo tiempo, estableceremos también una somera pero imprescindible delimitación respecto de la corriente “antidefensista”.

¿Revoluciones o contrarrevoluciones?

No dedicaremos demasiado lugar en este trabajo a la corriente “colectivista burocrática” (también llamada “antidefensista”), debido que no tiene hoy expresiones de importancia. [7] Sin embargo, consideramos imprescindible dejar establecida su completa falta de perspectiva histórica y su impresionismo, que los llevara a una tendencia a la capitulación al imperialismo y, en los hechos, a considerar las revoluciones de posguerra prácticamente como contrarrevoluciones. Se trata de una completa desubicación histórica y política, porque el punto de partida básico de un socialista revolucionario es poder distinguir revolución de contrarrevolución, como así también a una nación imperialista de una dependiente, semicolonial o no capitalista.

Concretamente, hubo dos importantes corrientes “antidefensistas”. Una, la inspirada por Max Schachtman en Estados Unidos, proveniente de la ruptura del SWP de ese país en abril de 1940 y que constituyó la primera gran divisoria de aguas en la historia de la Cuarta. [8] Junto con ésta, en el ámbito de la sección francesa, la ruptura que dio lugar a la revista Socialismo o barbarie de Castoriadis y Lefort en 1948. [9]

La tendencia schachtmanista terminó asumiendo un ángulo “estalinofóbico”, totalmente falto de perspectiva histórica. Esto fue producto de un análisis superficial y reductivamente “endógeno”, que tendía a perder la raíz materialista fundamental de la unidad de la economía mundial como totalidad (fundamento de la teoría de la revolución permanente de Trotsky). Es así que tendió a considerar a la URSS y los países no capitalistas como expresiones de una “regresión histórica” y del desarrollo de una “barbarie” frente a las cuales los países centrales del imperialismo aparecían como “progresivos”. Porque si el régimen estalinista significaba el “declive de la civilización”, la negación “reaccionaria” del capitalismo, resultaba ser peor que éste, y debía defenderse el capitalismo frente a la “barbarie estalinista”.

El “antidefensismo” rechazaba una formación social que a nuestro entender no era obrera y mucho menos socialista, pero que configuraba sociedades no capitalistas y en ese sentido subordinadas y oprimidas por el capitalismo mundial, donde se habían obtenido una serie de conquistas [10] , más allá de que se fueron degradando. Por lo tanto, era una obligación defenderlas del imperialismo en tanto que tales, desde una perspectiva de clase e independiente. Aquí, este “antidefensismo” se transformaba en defensa del capitalismo mundial.

En la famosa discusión de 1939-40 en el seno del SWP de EEUU, Trotsky planteaba: “(...) La línea marxista de conducta en la guerra está determinada no por consideraciones sentimentales o de moral abstracta sino por la apreciación social de un régimen en sus relaciones recíprocas con otros regímenes. Apoyamos a Abisinia no porque el Negus fuese política o ‘moralmente‘ superior a Mussolini, sino porque la defensa de un país atrasado contra la opresión colonial asesta un golpe al imperialismo que es el principal enemigo de la clase trabajadora. Defendemos a la URSS, independientemente de la política del Negus de Moscú por dos razones fundamentales: primera, la derrota de la URSS proporcionaría al imperialismo nuevos y colosales recursos y prolongaría muchos años la agonía mortal de la sociedad capitalista; segunda, las bases sociales de la URSS, liberadas del yugo de la burocracia parásita, pueden tener un progreso económico y cultural ilimitado, mientras que las bases capitalistas no ofrecen otra posibilidad que una mayor decadencia”. [11]

Esta ubicación nos parece metodológica y políticamente correcta, mas allá de que, en nuestro concepto y desde el punto de mira de hoy, la defensa de la URSS ya estaba planteada no en tanto que Estado obrero sino en tanto que formación social no capitalista.

La postura antidefensista, en cambio, derivó en una ubicación de frente único con la socialdemocracia imperialista frente a la supuesta barbarie “antiobrera y antiburguesa” del estalinismo. Esto es, se trasladaba también a su actuación en los países capitalistas e imperialistas, donde se asimilaban mecánicamente los PC a la burocracia del Kremlin sólo para terminar en brazos de la burocracia socialdemócrata. Esto se puede ver en un texto de Schachman de 1948: “El estalinismo es una corriente reaccionaria, totalitaria, anti-burguesa y anti-proletaria en el movimiento obrero, pero no del movimiento obrero (...). Donde, como es la regla general hoy en día, los activistas no sean aún los suficientemente fuertes para luchar por el liderazgo directamente, donde la lucha por el control del movimiento obrero se produzca entre reformistas y estalinistas, sería absurdo para los activistas proclamar su ‘neutralidad‘ y fatal para ellos apoyar a los estalinistas. Sin ninguna duda, deberían seguir la línea general, dentro del movimiento obrero, de apoyar al reformismo oficial frente al estalinismo. En otras palabras, allí donde no sea posible aún ganar en los sindicatos la dirección de los militantes revolucionarios, preferimos la dirección de los reformistas, que tratan de mantener a su modo un movimiento obrero, a la dirección de los estalinistas totalitarios, que tratan de exterminarlo”. [12] De ahí al ingreso al Partido Demócrata en 1958, al apoyo a Estados Unidos en Cuba y en la guerra de Vietnam y a la presidencia de Nixon en la década del 70 sólo hubo un paso. [13]

La base teórica de todo esto fue que esta tendencia nunca pudo definir desde el punto de vista del marxismo en qué consistía el “colectivismo burocrático” en el marco, como decíamos más arriba, de una pérdida del fundamento materialista de la teoría de la revolución permanente y de la unidad de la economía mundial como totalidad.

En este marco, se señalaba incorrectamente la existencia de un nuevo “modo de producción”, incluso superior al capitalismo, así como también de una “nueva clase explotadora” orgánica, pero nunca fue capaz de aportar un análisis materialista y la perspectiva histórica de tal circunstancia. Su posición resultó así un pasarse con armas y bagajes a un punto de vista idealista y ahistórico, por fuera del contexto de las tendencias histórico-materiales.

Coincidimos, entonces, plenamente con la crítica de Pierre Naville a Bruno Rizzi, exponente histórico de la posición “colectivista burocrática”: “Bruno Rizzi fue el primero en haber presentado una concepción sistemática de la ‘burocratización‘ de la economía, y por tanto de la apropiación orgánica del sobreproducto social por una clase de burócratas (...) Esta tesis ha sido retomada de distintas formas después de que Rizzi la expusiera, y también ha tenido sus predecesores. Me refiero aquí sólo a la sustancia: la burocracia del Estado es una clase explotadora sui generis, en el sentido en que la burguesía capitalista era y es una clase explotadora del proletariado asalariado. Mi objeción es que ese análisis superficial dejaba sin explicación los mecanismos de la producción y la apropiación de la plusvalía, e incluso el de la repartición de las ganancias, considerado como fenómeno de explotación de una clase por otra. A pesar de las variaciones de sus exposiciones sucesivas, Rizzi nunca logró explicar qué es la “explotación burocrática”, salvo por referencias históricas (analogía con la servidumbre feudal), o descripciones externas”. [14]

Por el lado de Castoriadis y Lefort, también la perspectiva histórica era completamente errada. Hablaban de un “capitalismo burocrático” como “estadio superior” del propio sistema:

“¿Cuál es el significado histórico de ese régimen? Puede decirse que representa la última etapa del modo de producción capitalista, en la medida en que la concentración de capital, factor esencial del desarrollo del capitalismo, alcanza su último limite, puesto que todos los medios de producción están a disposición de un poder central y son dirigidos por éste, que expresa los intereses de la clase explotadora. Es también la ultima etapa del modo de producción capitalista en la medida en que realiza la explotación más extrema del proletariado. Podemos, pues, definirlo como el régimen del capitalismo burocrático (...) tanto la burguesía como la burocracia son clases en la medida en que personifican la dominación del capital sobre el trabajo (...) la burocracia es una clase explotadora, ‘relevo‘ histórico de la burguesía (...) Estados Unidos está muy a la zaga de la URSS por lo que respecta al grado de concentración del capital”. [15]

En el caso de esta expresión del “antidefensismo”, queda claro que el régimen social de la URSS era visto como un régimen de explotación orgánico, al que tendía todo el capitalismo mundial, y donde la burocracia constituía una clase histórica de pleno derecho. Incluso, el grado de explotación del trabajo sería mayor que bajo el capitalismo imperialista, y la URSS tendía a la superación de los Estados Unidos en tanto que sistema social. En resumen, un impresionismo sin límites, una total falta de correcta perspectiva histórica que, como se ha dicho, confundía los terrenos de la revolución y la contrarrevolución, del imperialismo y de las sociedades no capitalistas, rompiendo con la base materialista de la teoría de la revolución permanente.

¿Revoluciones burguesas?

En el contexto de la polémica en el movimiento trotskista de la posguerra y del debate alrededor de la naturaleza de la URSS y de las revoluciones que estaban en curso, una de las corrientes o expresiones que surgieron y se mantuvo al margen de las distintas divisiones y unificaciones entre las corrientes trotskistas mayoritarias fue la de Tony Cliff y la tendencia por él fundada, Socialismo Internacional.

El surgimiento de esta corriente tuvo lugar durante la polémica acerca de la guerra de Corea, donde los integrantes del Socialist Review Group fueron expulsados del Partido Comunista Revolucionario, principal organización trotskista de Inglaterra en la década del 40. [16]

Más allá del motivo inicial de esta división, que veremos más abajo, esta corriente tendió a configurar una posición con un flanco programático fuerte: su delimitación respecto a que ni la URSS, a partir de los 30, ni los demás países del Este de Europa eran Estados obreros.

“Un elemento que Trotsky subrayaba como prueba de que era un ‘Estado obrero‘ (aún degenerado) era la ausencia de propiedad privada en amplia escala y el predominio de la propiedad estatal. Sin embargo, es un axioma del marxismo que el considerar la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción es crear una abstracción suprahistórica. La historia humana conoció la propiedad privada del sistema esclavista, del sistema feudal, del sistema capitalista, todas las cuales son fundamentalmente distintas una de la otra. Marx ridiculizó el intento de Proudhon de definir la propiedad privada independientemente de las relaciones de producción”. [17]

Sin embargo, la definición de las revoluciones de posguerra como “burguesas” y dando lugar a sociedades definidas como “capitalistas de Estado” –y la URSS incluso como “imperialista”– dio lugar a consecuencias políticas extremadamente sectarias y unilaterales, cuyo problema principal fue también la pérdida de correcta perspectiva histórica frente a los principales acontecimientos de la lucha de clases de ese período. Veían a la burocracia rusa como “negación parcial de la clase capitalista tradicional, siendo al mismo tiempo la más verídica personificación de la misión histórica de esa clase”. [18]

Esto partía de una comprensión equivocada de la teoría de la revolución permanente en el sentido de que bien entrado el siglo XX, seguirían siendo posibles revoluciones burguesas. Es cierto que la característica específica de la revolución socialista es la intervención de las más amplias masas obreras y populares de manera consciente en el proceso histórico. Y, efectivamente, esta condición esencial estuvo marcadamente ausente a lo largo de todas las revoluciones de la posguerra. Pero esta corriente cometió el grave error de apreciación de considerar todos estos procesos lisa y llanamente como “revoluciones burguesas”, una evaluación que tendía a ubicar a su corriente totalmente por fuera de los procesos revolucionarios tal cual se dieron.

Alex Callinicos, actual dirigente de Socialismo Internacional, resume las posiciones de su corriente: “El ‘Socialist Review Group‘ tomó una aproximación similar durante la Guerra Fría, negándose a apoyar al bloque del Este ni al del Oeste. Por el contrario, basó sus esperanzas en la revuelta de la clase trabajadora desde abajo, una posición resumida en la consigna: ‘Ni Washington, ni Moscú, Socialismo Internacional”. Valorando el conflicto Este-Oeste como interimperialista, esta lucha implicaba el derrotismo revolucionario primeramente desarrollado por Lenin durante la Primera Guerra Mundial, más que la ‘estalinofobia‘ schachtmanista. Más en general, la teoría de Cliff sobre el capitalismo de Estado hacía posible restablecer la idea del socialismo como autoemancipación de la clase trabajadora en el lugar central que le daba Marx. Si no sólo la Unión Soviética, sino también los Estados del Este de Europa, China, Vietnam y Cuba representaban no un socialismo deforme, sino una variante del capitalismo, entonces no podía haber cuestión del socialismo alcanzado sin la autoactividad de la clase trabajadora”. [19]

El problema es que, más allá de la correcta preocupación por restablecer una comprensión del marxismo revolucionario de manera auténtica, nos parece que la a esa altura dogmática igualación entre el imperialismo mundial y las sociedades no capitalistas –pero tampoco Estados obreros– tendía a una ubicación política sumamente incorrecta frente a la URSS y, sobre todo, frente a las reales, aunque distorsionadas, revoluciones en curso.

Por ejemplo, en la guerra de Corea Socialismo Internacional tuvo la incorrecta posición de que el enfrentamiento entre Corea del Norte y Corea del Sur era una guerra entre “imperialismos” rivales, lo que nos parece una desubicación total acerca del contenido central de ese conflicto, de tal magnitud que segó la vida de dos millones de personas. Recordemos que Corea del Sur recibía el apoyo de Estados Unidos, que acababa de tirar la bomba atómica, y Corea del Norte, de China, que acababa de salir de la revolución.

Insistimos en que, más allá de toda otra consideración, la ubicación de Tony Cliff frente a la Guerra de Corea fue totalmente equivocada. Y esto era el producto político directo de la definición teórica de la URSS y China como “capitalismos de Estado”, que tendía erróneamente a igualar a Estados Unidos y estos países como “imperialistas”, con la gravísima consecuencia de perder de vista las relaciones de opresión entre países realmente imperialistas y otros que configuraban sociedades no capitalistas, imposibles de asimilar al imperialismo. Ya volveremos sobre esto.

Otro elemento que muestra la debilidad de la postura de SI es la pregunta acerca de cuál de los regímenes sociales era más progresivo. Porque aun si no se consideraba el régimen social de los países del Este y la URSS como Estados obreros, había que defenderlos en tanto que formaciones sociales no capitalistas, subordinadas en última instancia a la economía capitalista mundial, tal como señalaba Trotsky en el debate con los “antidefensistas”.

Los mismos problemas de ubicación surgieron respecto de las revoluciones de posguerra: “[a] las grandes revoluciones del Tercer Mundo –China, Cuba, Vietnam– (...) los trotskistas ortodoxos las veían como la confirmación de la teoría de la revolución permanente de Trotsky y afirmaban que de ellas resultaban nuevos pero deformados Estados Obreros. Cliff rechazó esta conclusión, dado que implicaba que el socialismo podía ser alcanzado sin la autoactividad de la clase trabajadora (...) Cliff adujo varios factores –sobre todo, la subordinación política de la clase trabajadora en los países atrasados, su dominación por políticas de colaboración de clases, usualmente por intermedio del estalinismo– para dar cuenta de la pasividad del proletariado en el Tercer Mundo. El vacío resultante fue llenado por otra fuerza social, la intelectualidad urbana (...) Los nuevos regímenes revolucionarios no eran, sin embargo, Estados obreros del tipo que fuere, sino, por el contrario, nuevos capitalismos de Estado burocráticos, reproducción del patrón estalinista original. Cliff describió estos procesos como ‘revolución permanente desviada‘: la dinámica social analizada por Trotsky, en ausencia de un movimiento de la clase trabajadora dirigida por el partido marxista, llevaba a una variante particular de revolución burguesa”. [20]

Esto, evidentemente, no dejaba de ser unilateral y erróneo, más allá, insistimos, de la justa delimitación frente a estas revoluciones, que no fueron obreras y socialistas, como las definieron la mayoría de las corrientes trotskistas “tradicionales”. Pero, a nuestro entender, definirlas como “revoluciones burguesas” tenía la seria dificultad de atribuirle un rol revolucionario a la burguesía en pleno siglo XX en condiciones en que, desde el siglo XIX, se había transformado mundialmente en una clase reaccionaria. Y esto los obligaría entonces a definir las sociedades donde se hizo la revolución como países dominados esencialmente por relaciones sociales de producción feudales, cuando está establecido por toda la investigación histórica que ya era dominante el capitalismo, y cuando Trotsky, en su polémica con el estalinismo, había señalado que en el siglo XX se había acabado la ya artificial división entre países “maduros e inmaduros” para la revolución socialista.

Más bien, por circunstancias específicas [21] , a la salida de la posguerra, entre ellas el inmenso peso alcanzado por la URSS, las capas pequeño burguesas y burocráticas usufructuaron una genuina movilización revolucionaria de las masas populares en su beneficio, configurando revoluciones democrático-nacionales antiimperialistas y anticapitalistas, pero no obreras ni socialistas, en las que el proceso de transición al socialismo estuvo bloqueado desde el comienzo.

Es decir, la progresiva expropiación de la burguesía fue revertida en contra de los propios trabajadores al servicio de su opresión y explotación. Fueron procesos revolucionarios genuinos, pero expropiados a las masas populares desde el principio y revertidos, a la postre, contra ellas.

Junto con esto, desde el punto de vista de la formación social, la concepción capitalista de Estado establecía una absoluta homogeneidad del mundo muy difícil de sostener. Porque al señalar que los países donde fue masivamente expropiado el capital serían esencialmente iguales a los países capitalistas e imperialistas “normales” se perdían totalmente de vista las diferencias específicas entre unos y otros.

Como dice Naville, “Cliff está entre aquellos para quienes la economía de la URSS es simplemente la de un capitalismo de Estado. Sobre este punto acuerda con Munis, Bordiga y otros. [Pero] no admite que este capitalismo sea equivalente a un ‘colectivismo burocrático‘ (Rizzi) o un régimen ‘burgués-burocrático‘ (Munis). En su libro Estalinismo en Rusia, un análisis marxista (1955), aporta su contribución explicando por qué la burocracia –a la que considera una clase orgánica– no se apropia de la plusvalía de la misma forma que la burguesía, problema que Rizzi había sido incapaz de resolver (...) Cliff admite que la regulación de la actividad económica por el Estado... es una ‘negación parcial de la ley del valor‘ (...) Pero en la URSS no hay evidentemente ni supresión del intercambio (de las capacidades de trabajo, de los productos y los servicios) ni la desaparición de la función capitalista de la regulación por la ley del valor. Por tanto, si la burocracia domina esos intercambios, no es apropiándose legalmente la plusvalía, porque ella no es, según Cliff, propietaria del aparato de la producción. Esta diferencia no impide que se trate de una explotación flagrante, sino sólo que opera de una forma nueva, sobre todo jurídicamente”. [22]

Esta diferencia específica, como señala Naville, es lo que perdía Cliff con la valoración de que los países del Este eran un modo de producción orgánico (capitalismo de Estado) y la burocracia una nueva clase capitalista sui generis, también orgánica. Porque, insistimos, una cosa –que defendemos– es la unidad de la economía mundial y el continuado imperio de la ley del valor tanto en los países capitalistas como en los no capitalistas que se desenvolvieron a lo largo del pasado siglo XX, aun cuando esa ley del valor fuera parcialmente negada en los países no capitalistas, como correctamente dice el propio Cliff. Pero otra muy distinta era establecer una homogeneidad prácticamente total entre ambos tipos de países, desconociendo, repetimos, las diferencias específicas entre ellos y considerando orgánicos al modo de producción de la URSS y a la burocracia como clase.

Una incorrecta igualación del mundo

Esto se combina con otras consecuencias vigentes hoy de la teoría del capitalismo de Estado, que nos parecen sumamente graves y unilaterales. Por ejemplo, el planteo de que los países semicoloniales no tendrían “ninguna importancia ni funcionalidad para el imperialismo al menos desde la segunda posguerra”. Así, el problema de la relación entre el imperialismo y las naciones semicoloniales (la opresión nacional imperialista y las tareas democrático-revolucionarias frente a ella) no parece tener ninguna entidad real. Esta desubicación sigue presente en varios trabajos contemporáneos de esta corriente. [23]

“La teoría de Cliff del capitalismo de Estado y su extensión en la teoría de la economía armamentística permanente tuvo dos consecuencias más. Primero, proveyó las bases para la compresión del desarrollo del Tercer Mundo (...) se cuestionaban ciertos elementos de la teoría de Lenin del imperialismo, y en particular la idea de que las colonias (para esa época crecientemente ex colonias) jugaran un papel esencial para los países avanzados como mercados, bases de materias primas, y lugares de inversión (...) El Tercer Mundo era, de conjunto, de una importancia económica declinante para las metrópolis occidentales. Este corrimiento en el centro económico de gravedad había hecho posible el desmantelamiento relativamente pacífico de los imperios coloniales europeos luego de 1945 (...) Esta modificación de la teoría del imperialismo de Lenin les posibilitó cuestionar la creencia, muy influyente en la izquierda europea desde los 50, de que los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo representaban el principal desafío al capitalismo (...) La principal división en el mundo (...) era entre el capital internacional y el trabajo internacional, sin importar [irrespectively] el asentamiento nacional de la lucha”. [24]

Pero este “sin importar” resume un problema inmenso, tremendo: la completa pérdida de vista del hecho de que el capitalismo imperialista mundial constituye un ámbito jerarquizado de países de naturaleza distinta, donde existe, junto con el clivaje central de las clases, el clivaje nacional, esto es, países dominantes y países dominados. [25] Esta cuestión, lejos de atenuarse, se ha reforzado en la actual fase de mundialización del capitalismo imperialista.

Al respecto, decía Trotsky: “En política, lo más importante y, en mi opinión, lo más difícil es definir, por un lado las leyes generales que determinan la lucha a muerte que se libra en todos los países del mundo moderno, y por el otro, descubrir la combinación especial de estas leyes para cada país. Toda la humanidad actual, desde los obreros británicos a los nómades etíopes, vive atada al yugo del imperialismo. No hay que olvidarlo ni un solo minuto. Pero esto no significa que el imperialismo se manifiesta de la misma manera en todos los países. No. Algunos países son los conductores del imperialismo, otros sus víctimas. Esta es la línea divisoria fundamental de los estados y naciones modernas”. [26]

Esta tendencia de los compañeros a perder de vista este hecho tan elemental, a la igualación entre países como Argentina o Brasil con Inglaterra (por poner un ejemplo) constituye una posición unilateral e insosteniblemente sectaria. Aunque se esgrime la correcta preocupación por sostener una perspectiva de clase e independiente, se pierde completamente de vista la opresión nacional de los países imperialistas respecto de las naciones dependientes o semicoloniales, y la necesaria defensa de éstas frente al imperialismo.

Esta posición, históricamente, constituyó una reacción sectaria frente a procesos progresivos como la descolonización, que, a pesar de mantenerse en el terreno burgués, dieron lugar a peleas heroicas como la lucha en Argelia a fines de los 50 y principios de los 60, y que cruzaron en esos años la vida del movimiento trotskista.

Respecto de la situación actual, podemos leer en un reciente trabajo de Chris Harman: “Las referencias a la Argentina como semicolonia están muy extendidas en la izquierda argentina. En algunos casos significa simplemente un sinónimo de ‘empobrecimiento‘; en otros, significa explícitamente que la burguesía local carece de soberanía política porque es económicamente débil y por lo tanto forzada a entrar en una posición subordinada en sus relaciones económicas con el capitalismo de los países más ricos y poderosos. Esto es cometer un error teórico fundamental. Una colonia carece de independencia política. Una vez que alcanza independencia política –esto es, deja de estar dominada militarmente por alguna potencia– deja de ser una colonia. El hecho de que no puede obtener una mítica independencia económica del sistema mundial no viene al caso [is neither here nor there] (...) El término ‘semicolonia‘ sólo puede ser correctamente atribuido a países en los que la ocupación militar directa hace absurda la pretensión de independencia política”. [27]

Esta postura es la que nos parece insostenible, y comete el gravísimo error de confundir el status de un país colonial con el de uno semicolonial o dependiente, correctamente distinguidos en la elaboración de Lenin como “formas transitorias de dependencia” encubiertas en una independencia sólo “formal”. Porque “en la presente fase del capitalismo se han producido cambios en las relaciones entre el centro del mundo (...) y la periferia atrasada y semicolonial. Por supuesto, esos países eran y siguen siendo semicolonias (...). Esquematizando, podemos decir que, en el siglo XX, esas relaciones pasaron por dos situaciones previas a la presente fase de mundialización. La primera es la que analizó Lenin en 1915 en su clásico El imperialismo, fase superior del capitalismo. En ese momento, la mayoría de los pueblos y países atrasados eran directamente colonias, principalmente de las potencias europeas. Pero, advertía Lenin, entre ‘los dos grupos fundamentales de países‘ –los que poseen colonias y las colonias– ‘existían excepcionalmente diversas formas transitorias de dependencia estatal (...) formas variadas de países dependientes que, desde un punto de vista formal, son políticamente independientes, pero que en realidad se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática‘(...) en la segunda posguerra, producto, por un lado, de la gran revolución anticolonial que barrió Asia y África; por otro lado, de la hegemonía mundial del imperialismo yanqui, que no poseía grandes colonias y al que lee resultaba intolerable que sus maltrechos competidores europeos las conservaran, la ‘diversidad de formas transitorias de dependencia‘ pasaron a ser la regla y no la excepción”. [28]

Es precisamente esto lo que no veían, ni ven, los compañeros ingleses: la subsistencia de una relación de subordinación política (“independencia sólo formal”) que excede la existencia o no de tropas ocupando un país. [29]

En este punto, se mantiene plenamente la validez del abordaje de Lenin sobre la “cuestión nacional” como un problema eminentemente político y no de una abstracta y supuesta “independencia económica” –abordaje economicista al que Lenin nunca adscribió–, que se da de patadas con la unidad de la economía mundial y con la imposibilidad de construir un capitalismo o un socialismo “en un solo país”. Los compañeros pierden de vista esta pelea por una real independencia política que, para ser realizada de manera consecuente –como repetía Trotsky–, requiere hoy más que nunca de la revolución proletaria.

Este mismo abordaje unilateral –que, insistimos, tiene raíces en la propia teorización del “capitalismo de Estado”– y que convierte su antiimperialismo en algo sumamente abstracto, se presenta de manera más cruda aún en otro trabajo. Allí se llega a decir explícitamente que: “Rechazar el parloteo sobre el fin del imperialismo usualmente significa insistir en la continuada relevancia del análisis de Lenin de 1916, sin reconocer los cambios ocurridos desde que ese análisis fue realizado. No obstante, había un problema real. La verdadera fuerza del abordaje de Lenin se sostenía en la insistencia de que las grandes potencias occidentales eran llevadas a dividir y redividir el mundo entre ellas, llevando por un lado a la guerra y por el otro a la dominación colonial directa. Esto difícilmente encajaba en una situación en la cual la posibilidad de guerra entre los estados occidentales parece crecientemente remota y las colonias han ganado independencia. Sin embargo, la mayor parte de la izquierda redefinió el imperialismo para referirse simplemente a la explotación del Tercer Mundo por las clases capitalistas occidentales, ignorando el impulso hacia la guerra entre potencias imperialistas, tan central en la teoría de Lenin, y en la práctica viendo al sistema en su conjunto como una versión del ultra-imperialismo anunciado por Kautsky. Al mismo tiempo, simplemente reemplazaron la referencia al colonialismo por referencias al ‘neo-colonialismo‘ o ‘semi-colonias‘”. [30]

Pero esta postura, una vez más, tiende a dejar de lado no sólo la continuada vigencia de las relaciones de opresión entre los países imperialistas y la vasta zona semicolonial del mundo, sino que, peor aún, no reconoce en modo alguno que en la actual fase de mundialización del capitalismo imperialista, las relaciones de subordinación, sometimiento, expoliación y semi-colonización de los países no imperialistas, lejos de atenuarse, se han reforzado de manera evidente.

El antiimperialismo que sostienen los compañeros se vuelve moral, abstracto y sin sustancia, en la medida en que si no existen relaciones jerarquizadas y de opresión en el ámbito mundial, lo que queda es una insostenible homologación de todo el espacio del mundo.

Estas posiciones tuvieron también origen en la ubicación de esta corriente respecto de los procesos de descolonización en la posguerra, y hacen las veces de “justificación” de posiciones pasadas. Pero, también aquí, la correcta delimitación respecto de las direcciones nacionalistas burguesas de posguerra, ante el hecho de que éstas efectivamente impidieron una dinámica revolucionaria anticapitalista y socialista, no quita que Socialismo Internacional haya tenido, tal como en los países donde tuvieron lugar reales revoluciones antiimperialistas que expropiaron al capital, una posición completamente sectaria y por fuera del proceso real. [31]

La burocracia como agente de la revolución socialista

Por su parte, el problema que jalonó al pablo-mandelismo es que no supo conservar una ubicación independiente respecto de los aparatos burocráticos y capituló permanentemente a una u otra variante de ellos.

Partiendo de reconocer los procesos de la posguerra como revoluciones (salvo en el glacis), no sólo se excedieron en el sentido de concebirlos como procesos “obreros y socialistas” que daban lugar a nuevos Estados obreros –lo que fue más o menos común a todo el tronco principal de la IV–, sino que llegaron a considerar a sus direcciones como “empíricamente revolucionarias”. Esto condujo, lógicamente, a una profunda adaptación [32] : a Tito en Yugoslavia, a Mao en China, a Castro en Cuba, a los sandinistas en Nicaragua (que ni siquiera habían tomado medidas anticapitalistas), a las direcciones guerrilleras latinoamericanas en general... [33]

Este método de confundir un proceso con su dirección y al mismo tiempo atribuirle a las direcciones un carácter revolucionario socialista que indudablemente no tuvieron [34] llevó a que esa corriente encarnara toda una tradición de oportunismo y adaptación [35] , que terminaba viendo a la burocracia estalinista como agente de la revolución “socialista”.

Porque el criterio metodológico marxista revolucionario elemental que falló y sigue fallando en el pablo- mandelismo es el de no perder nunca de vista que la principal conquista que debe obtener la clase obrera en cada paso de su lucha es el progreso de su organización y acción independiente. Al dejar de lado este criterio elemental, el SU hizo escuela en la adaptación y la total pérdida de la independencia de los revolucionarios. De allí viene la táctica del “entrismo sui generis” (el ingreso en los PCs a lo largo de los 50 y los 60), el planteamiento “de principios” en contra de construir secciones de la IV en Cuba o Nicaragua, etc.

El pablo-mandelismo estuvo marcado por un tipo de “objetivismo” particular, que veía en la naturaleza de las direcciones burocráticas rasgos “contradictorios” pero poseyendo atributos revolucionarios. Una comprensión de “revolución socialista” de la mano de la burocracia estalinista, siempre “obligada a optar” entre el imperialismo y las masas revolucionarias e inclinándose “por la revolución”. Naturalmente, si esto era así, el movimiento trotskista perdía todo sentido.

Este problema se manifestó cuando el “III Congreso Mundial de agosto de 1951 declaró acerca de los países del Este Europeo que: ‘la asimilación estructural de estos países a la URSS debe ser considerada esencialmente completa y a estos países como habiendo dejado de ser básicamente países capitalistas (...) es sobre todo en virtud de su base económica caracterizada por nuevas relaciones de producción y de propiedad propias de una economía estatizada (...) debemos considerar estos Estados como Estados obreros deformados (...) ha resultado que la acción revolucionaria de las masas no es una condición indispensable necesaria para que la burocracia sea capaz de destruir el capitalismo‘”. [36]

Pero Trotsky (que había vivido en tiempo real las expropiaciones estalinistas en Polonia 1939-40) comparaba “esta medida, revolucionaria en su carácter –la expropiación de los expropiadores– pero alcanzada de forma militar-burocrática, a la abolición de la servidumbre en Polonia por las fuerzas de ocupación de Napoleón. La revolución socialista aparentemente podía, como la revolución burguesa, ser impuesta desde arriba... Trotsky, sin embargo, calificó así este juicio: ‘el criterio político principal para nosotros no es la transformación de las relaciones de propiedad (...), más allá de lo importante que esta medida pueda ser en si misma, sino más bien el cambio en la conciencia y organización del proletariado mundial, la elevación de su capacidad para defender conquistas anteriores y obtener nuevas. Desde este punto de vista, el único decisivo, las políticas de Moscú, tomadas como un todo, retienen completamente su carácter reaccionario y se mantienen como el obstáculo principal en el camino de la revolución mundial” [37] . Esto es lo que dejó completamente de lado el pablo-mandelismo.

“Michel Pablo, secretario general de la IV Internacional, fue quien llevó más lejos la nueva línea de que los países del Este europeo eran tipos de Estados obreros in extremis. En 1949 introdujo la noción de que habría por delante “siglos de estados obreros deformados”. En abril de 1954, Pablo escribía: ‘tomada entre el desafío imperialista y la revolución mundial, la burocracia soviética se alinea con la revolución mundial‘ (...) Pablo devino un apologista del estalinismo. Si fuese a haber ‘siglos de estados obreros deformados‘, ¿cuál era el rol para los trotskistas o para la revolución obrera? El estalinismo se hacía aparecer como progresivo y el trotskismo irrelevante”. [38]

Toda esta conceptualización, ni que decir tiene, estaba en abierta oposición a la elaboración de Trotsky, que en ninguna parte había dicho que la burocracia tuviera una “doble naturaleza”, ni mucho menos que fuera “empíricamente revolucionaria”, como dijeron Pablo y Mandel. Trotsky había hablado de otra cosa: de un doble rol de la burocracia en la URSS (según él, “viéndose obligada a defender la propiedad estatizada, pero, al hacerlo con métodos burocráticos, en definitiva, socavándola”), pero una sola naturaleza: enteramente contrarrevolucionaria. Incluso, como hemos dicho, Trotsky llegó a caracterizar a la propia URSS, en el período del pacto Ribbentrop-Molotov, como “Estado obrero contrarrevolucionario”.

Pero dejemos hablar al propio Michel Pablo: “La realidad social objetiva para nuestro movimiento está compuesta esencialmente del régimen capitalista y del mundo estalinista. (...) se quiera o no, estos dos elementos constituyen la realidad social objetiva tout court, porque la inmensa mayoría de las fuerzas opuestas al capitalismo se hallan actualmente dirigidas o influenciadas por la burocracia soviética”. [39]

Tal como criticaba en ese momento la progresiva fracción mayoritaria del PCI de Francia [40] , la realidad social mundial ya no estaría establecida fundamentalmente por la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía imperialista mundial, sino por una supuesta pelea superestructural entre “campos”, donde sólo cabía optar por uno de ellos. Ante esas supuestas condiciones “objetivas”, para Pablo había que optar por el mundo estalinista...  [41]  Esta teoría de los “campos” hacía parte de la orientación de capitulación a la que se llevó a la mayoría de la IV Internacional en esas décadas y el marco para la pérdida de independencia de las organizaciones revolucionarias desde la irrupción del estalinismo en los 20. [42]

Sigue hablando Pablo: “Por otra parte, el rol jugado por la dirección estalinista bloquea, como en la URSS, el libre desarrollo socialista (...) y pone todas las conquistas obtenidas en peligro permanente. Es sin embargo necesario, para una justa orientación de los marxistas revolucionarios, recordar no sólo que el proceso objetivo es en último análisis el único determinante, que prima sobre todos los obstáculos de orden subjetivo, sino también que el estalinismo mismo es, en cierto modo (...) un fenómeno contradictorio” [43] .

Por tanto, tenemos, por un lado, un objetivismo feroz que plantea que “el proceso objetivo pasa por encima de todos los obstáculos de orden subjetivo” porque es “el único determinante”; es decir, la revolución socialista es un proceso “objetivo” (¿para qué harían falta, entonces, los programas, la lucha de partidos... y la IV Internacional?) [44] 4 Por el otro, sumado a lo anterior, la burocracia estalinista era un fenómeno “contradictorio”, por lo que tendría un costado lisa y llanamente revolucionario. [45]

Dice Pablo: “(...) la cuestión yugoslava (...) y la victoria china, así como otras revoluciones coloniales actuales (...) han demostrado que los partidos comunistas conservan la posibilidad, en ciertas circunstancias, de tomar una orientación revolucionaria, es decir, de verse obligados a emprender una lucha por el poder. Estas circunstancias se han revelado durante y después de la Segunda Guerra Mundial (...). En estas circunstancias excepcionales, el movimiento de masas no encontró otro lugar que los partidos comunistas para canalizar, para obligar a estos partidos a ir más lejos en su dirección más allá de que el Kremlin no lo deseara, y literalmente los ha puesto en el poder” [46] .

Es significativo que en este pasaje de Pablo se encuentren muchos de los lugares comunes en los que cayó la mayoría del trotskismo “tradicional” en la posguerra. Aparece la famosa “excepcionalidad”, las direcciones que “se ven obligadas a ir más lejos”, etc. También es significativo que, a lo largo de todo el texto, el “poder” a secas y en abstracto aparece de hecho reemplazando a o como sinónimo de la revolución socialista, a la que no casualmente no se alude una sola vez como tal.

En la misma línea: “Nosotros, trotskistas, que siempre hemos defendido la teoría de que la revolución china no podía vencer más que bajo la dirección política del proletariado y de su vanguardia revolucionaria, defendemos las conquistas obtenidas, así como cada paso hecho en la dirección de la instauración de un poder democrático de los obreros y campesinos pobres chinos. Damos apoyo crítico al PC chino y al gobierno de Mao Tse Tung, y reclamamos nuestra existencia legal en tanto que tendencia comunista del movimiento obrero”. [47]

Típicamente, el pablo-mandelismo les otorgó un apoyo crítico de este tipo a casi todas las direcciones contrarrevolucionarias de la posguerra, que aparecen completamente embellecidas y llevando adelante “el poder democrático de los obreros y campesinos”. Este apoyo a medidas parciales supuestamente progresivas crea confusión sobre el carácter reaccionario del conjunto de la política de la burocracia, e impide así el accionar global e independiente que corresponde a una política genuinamente revolucionaria.

En el caso de Pablo, esta capitulación es justificada metodológicamente mediante la apelación descarnada al empirismo, contra el status mismo de la teoría en el marxismo: “En cuanto a nosotros, que jamás hemos dado primacía a la teoría –no importa cuál– por sobre la vida (afirmación que se opone a una comprensión verdadera, no mística, no esquemática, no dogmática de lo que es el marxismo), damos (...) una explicación muy diferente (...). Esta época de transición desorienta a los escolásticos del marxismo, a los partidarios de las formas ‘puras‘, porque plantea una línea más complicada, más sinuosa, más larga que la que los clásicos del marxismo habían esbozado hasta la experiencia de la revolución rusa (...). La gente que desespera por la suerte de la humanidad porque el estalinismo todavía se mantenga y obtenga victorias reduce la historia a su medida (...) esta transformación ocupará probablemente un período histórico entero de varios siglos que estarán colmados de formas y regímenes transitorios entre el capitalismo y el socialismo, necesariamente alejados de las formas ‘puras‘ y de las normas”. [48]

Se trata de un abordaje empirista y no marxista, al servicio de la adaptación a los tremendos límites de esas revoluciones (y a sus direcciones), a nuestro entender ni obreras ni socialistas. [49] Y, lo que es peor, al servicio de la adaptación a sus direcciones burocráticas y pequeño burguesas, ajenas a la clase trabajadora y la tradición auténtica del socialismo revolucionario.

En todas las décadas transcurridas desde entonces, esta raíz en una concepción completamente objetivista y de capitulación a los aparatos burocráticos nunca fue superada, ni siquiera hoy, como lo muestra el caso de DS en Brasil. En un texto de balance de Daniel Bensaïd, uno de los dirigentes actuales del SU, se afirma respecto de las revoluciones de la posguerra: “Estos eventos planteaban cuestiones políticas y estratégicas nuevas, para las que la sola comprensión de la revolución rusa no aportaba la respuesta. ¿Cómo determinar la formación de un nuevo Estado obrero: a partir de la conquista del poder, que es un acto político (...) o a partir de las transformaciones socio-estructurales, que son necesariamente un proceso desigual? ¿Cómo explicar las revoluciones victoriosas sin partido revolucionario, contra la voluntad de su dirección supuesta (...)? La resolución de 1951 sobre la revolución yugoslava (...) aporta a esta cuestión elementos de respuesta”. [50]

¿Qué decía esta resolución? Que la revolución yugoslava confirmaba “en todos los puntos la teoría de la evolución permanente”. Lo que, como estamos intentando demostrar aquí, es una falsedad y una mistificación completa acerca del verdadero carácter de las revoluciones de la posguerra: que, al no darse el acto político de la real conquista del poder por la clase trabajadora, quedaba cuestionado el carácter obrero del Estado. Lo que no puede lograrse por el mero expediente de “transformaciones socio-estructurales” en manos de clases o sectores de clase ajenos a, o distintos de, la clase obrera misma.

Sin embargo, a pesar del carácter de análisis-justificación de los “balances” de Bensaïd [51] , es interesante que se observa allí la misma lógica que operaba detrás de las posiciones de Pablo, que a su vez expresa elementos comunes a todo el resto del trotskismo “tradicional”: “(..) se aferran a una fórmula bastante general de Trotsky, según quien, en circunstancias excepcionales, los pequeño burgueses e incluso los estalinistas serán susceptibles de ir más allá que lo que ellos querían en la vía de la ruptura con la burguesía. La interpretación extensiva de esta fórmula presenta varios inconvenientes. Por empezar, su imprecisión (...) si hay suficientes circunstancias excepcionales y si las excepciones se pueden multiplicar, ¿por qué no imaginar que las experiencias china y yugoslava podrían repetirse? Esto es, por otra parte, lo que presumía Pablo en ‘Où allons-nous?‘, al generalizar las consecuencias posibles de la presión de las circunstancias objetivas sobre los partidos comunistas. La excepción tiende así a convertirse en regla: la crisis y la presión de las masas pueden llevar a diferentes PCs a emprender el combate y a llegar más lejos que los objetivos fijados por la burocracia soviética”. [52]  Típico razonamiento muy presente en todas las corrientes trotskistas “tradicionales”, que veían a la burocracia extendiendo revoluciones “socialistas” por todo el orbe. [53]

Mistificación de la acumulación burocrática

En el terreno teórico, fue Ernest Mandel el autor de una insostenible mistificación de la economía de los mal llamados “Estados obreros”. Mandel sigue, de manera vulgar, a Preobrajensky, autor del importante trabajo La nueva economía (1926), pero a casi 40 años de distancia. Dice Naville sobre la obra de Preobrajensky: “(...) saber si los fondos excedentarios debían ser llamados plusvalía o sobreproducto quedaba abierto. Preobrajensky prefiere el término de sobreproducto ‘en la medida en que se trata de caracterizar no solamente lo que existe sino también las tendencias de desarrollo‘. Esto era, en el mejor de los casos, una apuesta para el futuro. Hoy día, sabemos que esa apuesta no se ganó”. [54]

Resumiendo: sabemos que la acumulación no se hizo en el sentido de la transición socialista, sino en el del fortalecimiento de la posición de la burocracia. Y esto es importante señalarlo porque el principio incorrecto sobre el que se apoyaba todo el análisis de Preobrajensky era que en la URSS la clase trabajadora no se podía explotar a si misma: “Formalmente los productores dominantes y la burguesía dominante se encontraban en la misma posición: ni la una ni la otra se podían explotar a sí mismas. Pero esto es así por razones completamente diferentes. El contenido de la dominación, sobre todo desde el punto de vista económico, no es el mismo. En el caso de la burguesía, ella no se puede explotar a sí misma porque vive de la explotación de los productores asalariados. En el caso de los productores, no pueden explotarse a sí mismos porque ya no hay una clase antagonista a la cual explotar y toda la ganancia viene de ellos mismos y es subsidiada por ellos”. [55]

Y luego agregaba: “Pero hay otro análisis formal: es el hecho de que subsiste asimismo una explotación derivada, ligada a las formas de reparto de la plusvalía y la ganancia. Para el capitalismo, este reparto es concurrencial (la competencia) y fundado sobre el mercado libre (...). Para la clase obrera organizada en poder dominante, este reparto está planificado y no regido por la competencia, pero esa planificación no implica menos contradicciones, rivalidades, conflictos, desigualdades: allí se encuentra la fuente de las expoliaciones burocráticas, y esto no es en general posible más que porque hay en la clase de los trabajadores asalariados que la sostiene [a esta planificación] un principio de explotación mutua manifestada por el renovado juego de la ley del valor.

“A fin de cuentas, la fórmula según la cual ‘la clase trabajadora no se puede explotar a sí misma‘ es un sofisma destinado a oscurecer los fenómenos de expoliación inevitables en una sociedad de transición y que, si no son esclarecidos por lo que son, eternizan las relaciones de desigualdad que bien pueden, a la larga, reconstituir relaciones de explotación entre clases de un nuevo género. No hay nada de imposible en ello”. [56]

Milimétricamente fue esto lo que pasó en las sociedades donde fue expropiado el capital. Pero Mandel no se percató de nada de esto en tiempo real, dado que escribía, en la misma época del texto de Naville, su Tratado de Economía Marxista, una obra de insostenible embellecimiento y mistificación de la economía soviética en general y de la acumulación en manos de la burocracia, en particular. De hecho, se compartía la ubicación metodológica del propio Stalin de que en el mundo había “dos economías con dos principios distintos”.

La crítica a Mandel en este terreno es fundamental, porque su análisis opera como justificación teórica de la adaptación al estalinismo y las direcciones burocráticas. Aquí, el concepto de mistificación es importante, porque hace a definiciones que clausuran u obstruyen la visión acerca de los verdaderos problemas y contradicciones sociales que atravesaban a estas sociedades. Mandel, al perder el punto de vista crítico, no daba cuenta de las contradicciones sociales que atraviesan incluso a los fenómenos de “conquistas” o de sociedades no capitalistas.

Veamos un ejemplo: “Contrariamente a lo que afirman numerosos sociólogos que se esfuerzan en utilizar el método de análisis marxista, la economía soviética no revela ninguno de los aspectos fundamentales de la economía capitalista. Sólo las formas, los fenómenos superficiales, pueden inducir a error al observador que busca su naturaleza social (...). La acumulación soviética es una acumulación de medios de producción como valores de uso (...). La economía capitalista mundial forma un todo (...). Por el contrario, la economía soviética, aun conservando determinados lazos con la economía capitalista mundial, se sustrae a las oscilaciones coyunturales de la economía mundial (...)”. [57]

Así arranca Mandel su mistificador análisis de la economía soviética en manos de la burocracia; un punto de vista desastroso por donde se lo mire. Porque decir que la economía soviética no revelaba “ninguno de los aspectos fundamentales de la economía capitalista” no sólo era insostenible en la década del 60, sino incluso en la década del 30. Subsistían –y no podían dejar de subsistir– dos aspectos absolutamente fundamentales de la economía capitalista: la continuidad de la ley del valor y el trabajo asalariado. Y estos dos aspectos alcanzan para dejar sentado que la economía de los países del Este (como tampoco ninguna economía verdaderamente de transición) se puede sustraer al imperio de las leyes del mercado mundial capitalista. Desarrollaremos esto más adelante. [58]

Pero a este dislate se le agrega otro: el embellecimiento de la acumulación en manos de la burocracia, que consistiría lisa y llanamente en acumulación “como valores de uso” (en el caso de los medios de producción). Es decir, por fuera de los criterios de ganancia y al servicio de la pura utilidad social y común. Esto es completamente falso, porque pasa por alto que la base de la producción en todas las ramas y esferas de la economía era el trabajo asalariado. Esto es, que la fuerza de trabajo continuaba siendo una mercancía, y que la contradicción principal en la URSS era la oposición entre la norma capitalista de apreciación de las capacidades de trabajo y la apropiación estatal-colectiva de la plusvalía (que terminaba en manos de la burocracia), como hemos explicado en el articulo anterior según el modelo que propone Naville de las “cooperativas”. [59]

La verdadera base de esto era que Mandel seguía a Stalin en la idea de que hay “dos mundos económicos distintos”, con dos principios económicos rectores distintos, y que por tanto la ley del valor no regía en las sociedades no capitalistas. Por esto dice Mandel que la economía soviética “no revela ninguno de los aspectos fundamentales de la economía capitalista”.

Pero es un hecho que la desproporción entre las distintas ramas de la economía y la verdadera irracionalidad de la planificación en manos de la burocracia hacían que la ley del valor, que seguía imperando en las sociedades no capitalistas, se terminara imponiendo. No se puede burlar la ley del valor ni siquiera en una verdadera sociedad de transición, porque su imperio viene necesariamente de las imposiciones del dominio del mercado mundial. Lo que sí es posible, mediante una planificación democrática flexible que reconozca la continuidad de este imperio del valor, es dirigir la acumulación de medios de producción en un sentido que, a la postre, signifique una elevación del nivel de vida y cultural de las masas. Pero no es esto lo que pasó en la URSS, donde, como ya había definido León Trotsky, la parte del león de la acumulación fue crecientemente a parar a manos de la burocracia.

No se trata de un mero problema de “formas”; esas formas eran la expresión de un contenido: la continuidad del imperio de la ley del valor. Incluso en muchos casos el voluntarismo burocrático inducía a error a los analistas, porque bajo las “formas” de arbitrariedad administrativa se ocultaba la continuidad de las leyes y restricciones heredadas del capitalismo y reproducidas al servicio de la acumulación en manos de la burocracia.

Hay incontables pasajes de la obra de Mandel que ilustran el carácter mistificador-justificador de su análisis y su capitulación a los aparatos burocráticos. Veamos.

“Cierto que la industrialización rápida revista la forma de una ‘acumulación primitiva‘ realizada por una violenta sustracción respecto al consumo obrero y campesino, de la misma forma en que la acumulación primitiva del capitalismo se basó en el incremento de la miseria popular. Pero, salvo en el caso de una contribución extranjera en gran escala, toda acumulación acelerada sólo puede realizarse por el incremento del sobreproducto social no consumido por los productores, sea cual fuere la sociedad donde se manifieste semejante fenómeno. Y esto no tiene nada de específicamente capitalista”. [60]

Este embellecimiento idílico es absurdo, cuando es evidente que la acumulación fue a parar a manos de la burocracia. La argumentación de que “toda acumulación acelerada” se debe hacer a expensas de los productores inmediatos no es más que una burda racionalización de la explotación (no orgánica) por parte de la burocracia.

Continúa Mandel: “La acumulación capitalista es una acumulación de capital, es decir, una capitalización de la plusvalía que tiene por fin producir más plusvalía mediante ese capital. La ganancia es el fin y el motor de la producción capitalista. La acumulación soviética es una acumulación de medios de producción como valores de uso. La ganancia no es el fin ni el motor principal de la producción. Sólo representa un instrumento accesorio en manos del Estado, para facilitar la realización del plan y verificar su ejecución por cada empresa”. [61]

Consideremos, en cambio, la crítica de Naville a este mismo libro de Mandel: “(...) ni la fórmula de Konrod ni la de Mandel tienen en cuenta que la relación que supone esta contradicción [entre los valores de producción y los de consumo] (...) es el salariado (...). La desaparición del mercado capitalista, que deja lugar a la planificación (aun imperfecta), no liquida la exigencia de la rentabilidad de los costos de producción más bajos posibles. Dicho de otra manera, la productividad –relación entre trabajo humano (salario) y la utilidad de lo productos– no deja de ser uno de los criterios de ganancia. (...) Los productos no pueden dar ganancia si el valor no difiere de la suma de elementos de costos de producción (...). La búsqueda de una plusvalía creciente está dada por la necesidad, ineluctable en el socialismo de Estado como en el capitalismo, de evitar la baja tendencial de la tasa de ganancia (...). Es en este sentido que el trabajo vivo lucha siempre por sustraerse al influjo del trabajo muerto, y es siempre en este sentido que la búsqueda de una tasa máxima de acumulación sigue siendo una ley de estos regímenes. [62]

Mandel va más lejos en su admiración a la planificación estalinista: “[La] competencia es lo que determina la anarquía de la producción capitalista (...). Por el contrario, la planificación soviética es una planificación real, en la medida en que el conjunto de los medios de producción industriales se encuentra en manos del Estado, que puede así determinar centralmente el nivel y el ritmo de crecimiento de la producción y de la acumulación. En el marco de esta planificación subsisten, sí, elementos de anarquía, pero su papel es comparable precisamente al de los elementos de ‘planificación’ en la economía capitalista: corrigen pero no suprimen las características sociales de la economía. Sometida a la tiranía de la ganancia, la economía capitalista se desarrolla según leyes precisas (...). La economía soviética escapa completamente a esas leyes y a esos aspectos particulares”. [63]

Así, Mandel toma el camino mistificador de la supuesta dualidad de principios rectores: “Asimismo, es abusivo considerar la economía soviética simplemente como ‘consecuencia‘ de tendencias de desarrollo que salen a la luz en la economía capitalista contemporánea: “(...) De hecho, la economía soviética representa la negación dialéctica de estas tendencias (...) La sociedad soviética es la destrucción, la negación de las principales características de la sociedad capitalista (...)”. [64]

Lo cierto es lo contrario: más que la “negación dialéctica” de estas tendencias, las formas desarrolladas en los países del Este estaban emparentadas con las del capitalismo, en la medida en que, como decía Marx en la Crítica del Programa de Gotha, se trataba no de una sociedad construida enteramente sobre una nueva base, sino tal y como había salido de la vieja sociedad capitalista. Y, sobre esta base, un principio –y hecho material– era común a las “dos economías”: la subsistencia del trabajo asalariado, sobre la base de la continuidad de la ley del valor.

La dialéctica materialista de Pierre Naville, más “trotskista” que Mandel, partía de una ubicación opuesta: considerar el conjunto de la economía y la política mundiales como regida por un principio, y no dos. Esta unidad era en verdad tributaria de la teoría de la revolución permanente de Trotsky e incluso del análisis de Trotsky sobre la URSS en La revolución traicionada. Este punto de Naville, desarrollado en los siete tomos de El nuevo Leviatán, es de una enorme solidez y vigencia.

“Es preciso dejar de lado las visiones que hacen del mundo un acuerdo provisorio entre dos universos completamente distintos, separados y enemigos por ello (...) Los conflictos que los oponen y atraviesan no prueban que el mundo económico y político sea doble en sus principios. No es suficiente que existan dos campos enemistados para suprimir la razón misma del antagonismo que es la unidad (...) Era preciso la ceguera de un déspota ignorante (Stalin) para deducir de un antagonismo la definitiva ruptura de una unidad que es la esencia misma de las relaciones tejidas por el capital, cuya herencia el socialismo no puede más que aceptar, so pena de abortar”. [65] Y, en referencia directa a Mandel: “(...) es preciso investigar si la economía mundial actual puede ser juzgada por un modelo único y, en este caso, cuáles son los postulados admisibles. Casi todas las obras didácticas de economía, tanto en los países del socialismo de Estado como en los capitalistas, establecen una dicotomía de principios. Este error fue repetido por un autor que se dice ‘trotskista’, Ernest Mandel (Tratado de Economía Marxista, 1962)”. [66]

Continúa Naville: “(...) no se puede proveer una explicación correcta de las transformaciones parciales en la economía mundial si se la descompone por principio. La ruptura misma introducida por el régimen soviético no establece una heterogeneidad radical. Es, por el contrario, una visión unitaria del sistema en su conjunto lo que permite comprender el alcance de los antagonismos, de sus diferencias y de sus modificaciones parciales. La abolición de los poderes del gran capital privado en la URSS (...) no implica la abolición de las leyes económicas generales que rigen el funcionamiento de las relaciones capitalistas a escala mundial (...). El valor de cambio sigue siendo el regulador de todas estas relaciones. Lo que cambia, lo que es nuevo, es el poder que detenta el Estado de modificar, en favor de relaciones no capitalistas, una estructura que depende en su origen de las relaciones capitalistas mundiales de las que ha surgido”. [67]

En suma, las leyes de la economía mundial siguen siendo los únicos puntos de referencia, los parámetros a partir de los cuales evaluar el sentido de las evoluciones y transformaciones en el caso de las formaciones sociales no capitalistas. No puede haber otros desde el punto de vista del marxismo, desde el punto de vista de la totalidad de la economía mundial capitalista, a la cual toda sociedad de transición se verá necesariamente sometida.

El estalinismo: ¿una burocracia obrera?

Es sobre la mistificadora base anterior que Ernest Mandel desarrolló la caracterización de la burocracia estalinista como “burocracia obrera”. Muchos otros trotskistas han tomado esta caracterización de la burocracia en la posguerra, aun cuando este embellecimiento burdo del estalinismo difícilmente se pueda hallar en el propio Trotsky. [68] Por ejemplo, allí donde Trotsky hablaba de un “doble rol” de la burocracia estalinista, en el sentido de que se vería obligada a “guardar y defender la propiedad nacionalizada, al mismo tiempo que socavándola dada su naturaleza contrarrevolucionaria”, el pablo-mandelismo veía una “doble naturaleza” de la burocracia, como si fuese un 50% revolucionaria. [69]  Ya nos hemos referido a esto en la crítica a Pablo.

Pero no nos queremos detener en este trabajo en el lado político de la cuestión, sino ir más a fondo en la discusión de la caracterización social de la burocracia estalinista.

Se debe partir de diferenciar al estalinismo soviético respecto de las burocracias de los sindicatos y los partidos socialdemócratas y comunistas de Occidente. En este caso, la burocracia efectivamente tendía (y en muchos casos aún tiende) a configurarse como una expresión de simple parasitismo social, viviendo de las cotizaciones de los afiliados, en la medida en que la clase explotadora propiamente dicha de la clase obrera en los países capitalistas, es, naturalmente, la burguesía. Las organizaciones sobre las que se apoya esta burocracia sufrieron a lo largo de los años un creciente proceso de “estatización” (estudiado muy agudamente por Trotsky en Los sindicatos en la época del imperialismo), esto es, de dependencia de la recaudación y financiamiento estatal. Hoy tenemos muchos casos de “burocracias empresarias”, que evidentemente quedan en el límite de la definición clásica de las burocracias en los países capitalistas.

Pero no nos queremos referir a esto aquí [70] , sino al caso específico de la burocracia estalinista al frente de inmensos Estados en un tercio del globo, y que no tenía a su lado una clase propietaria capitalista. En estas condiciones, creemos que la definición de la burocracia estalinista como “burocracia obrera”, esto es, como formando parte de la clase trabajadora, es un desastre teórico y un embellecimiento político que no resiste el menor análisis.

“La idea que la burocracia soviética, como la burocracia sindical en Occidente, no ha cortado su cordón umbilical con la clase trabajadora y que sus intereses específicos y decisiones políticas pueden ser vistas dentro del marco de una relación parasitaria especial con el proletariado lleva a la conclusión de que la lucha de clases en los países capitalistas continua siendo un proceso bipolar, capitalismo versus clase obrera (con la burocracia operando por lo general como gendarmes del capital en el mundo del trabajo”. [71]

Más allá de lo que venimos diciendo de que la burocracia de los Estados burocráticos consistió en un tipo específico de burocracia, no asimilable a la de los países “occidentales” (aspecto ausente del análisis de Mandel), la caracterización de que la burocracia soviética no había cortado su cordón umbilical con la clase trabajadora es contraria a los hechos. Ya en 1928, Christian Rakovsky, en Los peligros profesionales del poder, había planteado de manera muy aguda este problema. Ni el propio Trotsky, que lo cita en La revolución traicionada, se atrevió a desmentirlo. Porque no se trataba de un mero caso de parasitismo social: la burocracia se apropiaba de la parte del león del excedente, esto es, vivía de la explotación de la clase trabajadora, más allá de que no hubiera llegado a constituirse efectivamente en una clase explotadora orgánica. Y si la burocracia vivía de la explotación de la clase trabajadora, no podía constituir parte de esta misma clase. En el texto que citamos ocurre lo mismo que con muchos otros escritos por Mandel u otros dirigentes del trotskismo “tradicional”: la correcta negación de que la burocracia fuera una nueva clase orgánica permite deslizarse al más craso embellecimiento de esa misma burocracia como “parte de la propia clase trabajadora”.

Hasta el final de sus días Mandel mantuvo esta caracterización. Así se puede ver en su último trabajo teórico, El poder y el dinero. Una caracterización marxista de la burocracia (1992). [72]  Allí se mantiene la caracterización de la burocracia estalinista como “burocracia obrera”: “las burocracias del partido y el Estado se funden con los administradores burocráticos de la economía para integrar una endurecida e inamovible capa social (Trotsky la llamó casta), que usa su monopolio del poder para mantener y extender sus posiciones socio-materiales. El hecho de que ahora la burocracia obrera ejerce el poder estatal multiplica todos sus rasgos anti clase obrera, conservadores, parasitarios, ya visibles en las burocracias sindicales y partidarias del movimiento obrero de masas”. [73]

Está todo dicho: se trata sólo de rasgos antiobreros, no de una naturaleza social distinta, ajena a la clase trabajadora. Se trata de un caso más de la burocratización del movimiento obrero, esencialmente similar a las de las burocracias sindicales y partidarias de Occidente, y no de un fenómeno de naturaleza cualitativamente distinta a éstos, al tratarse de una burocracia gestionando Estados enteros sin tener a su lado una clase propietaria.

Un simple dato sirve para ilustrar la inusitada magnitud del fenómeno en el caso de Rusia: en la década del 80, inmediatamente antes de la caída de la burocracia estalinista y del giro masivo a la restauración, la burocracia soviética estaba compuesta por 18 millones de personas.

La posición de Mandel es insostenible porque, a partir de determinado estadio de su desarrollo, la diferenciación funcional que se fue dando como producto de las tareas de conducción del Estado obrero aislado devino en diferenciación social, como dijera Rakovsky. Mandel cita a éste en el trabajo que estamos comentando, pero sin molestarse en dar cuenta de que Rakovsky afirma que la burocracia estalinista que se venía afianzando en el poder estaba dejando de formar parte de la clase obrera y deviniendo en otra categoría social.

“No me detendré aquí en la diferenciación que el poder ha introducido en el seno del proletariado, y que he calificado más arriba de ‘funcional‘. La función ha modificado el órgano mismo, es decir, la psicología de aquellos que se han encargado de diversas tareas de dirección en la administración y la economía del Estado ha cambiado hasta tal punto de que no sólo objetiva, sino también subjetivamente, no sólo material, sino también moralmente, han dejado de formar parte de esta misma clase obrera”. [74]

Corresponde, entonces, diferenciar tajantemente entre el parasitismo social –las burocracias que viven del aporte de los afiliados sindicales o incluso de los aportes obtenidos vía el Estado– y la naturaleza social totalmente distinta de la burocracia que vive de la explotación de la propia clase trabajadora.

“Si la dirigencia soviética mantuvo una relación de explotación con los trabajadores, no pudo pertenecer a la clase que explotaba. La oposición entre la clase obrera y la burocracia era de un carácter mucho más agudo e irreconciliable que la que derivaría de una distribución ‘desigual‘, o de la existencia de ‘privilegios‘. En este respecto, son importantes las observaciones de Rakovsky (...) Aquel planteó muy tempranamente que la burocracia se había diferenciado socialmente de la clase obrera; Trotsky lo cita en La revolución traicionada, pero no deriva las consecuencias para la caracterización de la burocracia [75] (...) Así como los explotadores ‘asiáticos‘ estaban separados de los campesinos por un abismo social –la explotación– sin ser propietarios, también lo estaban los burócratas soviéticos respecto de las masas trabajadoras”. [76]

Conclusión: no se puede ser parte de la misma clase social a la que se explota. En definitiva, la concepción de las burocracias obreras llevaba al paroxismo la capitulación a los aparatos burocráticos. La definición correcta es que configuraron una capa social pequeño burguesa, socialmente ajena a la clase obrera y políticamente contrarrevolucionaria.

Revoluciones socialistas “objetivas”

El morenismo tuvo una particularidad respecto de las corrientes anteriores: partiendo del carácter revolucionario de los procesos de la posguerra, tuvo en general una política independiente respecto de las direcciones que estuvieron al frente de ellos. En este sentido, encarnó una tradición de no capitulación o adaptación a los aparatos y direcciones pequeño burguesas y burocráticas.

Esto hizo, por ejemplo, a una ubicación política práctica sumamente correcta y principista respecto de uno de los fenómenos más importantes en las décadas del 60 y 70 en América Latina, los movimientos guerrilleros, frente a los cuales, a pesar de las inmensas presiones y concesiones parciales, no capituló.

Junto con esto, la corriente morenista tuvo otros rasgos progresivos: la búsqueda permanente de abrirse paso hacia los procesos reales de la clase trabajadora y de salir de la marginalidad política; el haber sostenido prácticamente a lo largo de toda su trayectoria el esfuerzo por ser parte de un marco internacional de relaciones con las corrientes del trotskismo europeo, etc.

Sin embargo, el estallido del morenismo requiere una explicación. Y parte fundamental de ésta es que en el momento de su apogeo (década del 80) sintetizó una elaboración y teorización que, partiendo de un presupuesto metodológico correcto, la necesidad de analizar y dar cuenta de los nuevos fenómenos, dio lugar a una reelaboración globalmente incorrecta de la teoría de la revolución en clave “objetivista”.

Esta reelaboración objetivista [77] se fue constituyendo a lo largo de años en los que, de manera abusiva, se le reconoció a las revoluciones de la posguerra (caracterizadas como de “febrero”, por analogía con el febrero ruso de 1917) un carácter “obrero y socialista objetivo” que no tuvieron. Lo que, además, estaba emparentado con una determinada valoración del carácter de la URSS (“Estado obrero degenerado”) y una concepción también errónea acerca del carácter de la revolución y la transición socialista.

Estos dos elementos, una reelaboración objetivista de la teoría de la revolución y una concepción con rasgos burocráticos y sustituistas de la revolución y la transición, sumados a las presiones y gravísimos errores oportunistas que se fueron acumulando durante la construcción del viejo MAS, dieron lugar al estallido definitivo de la corriente morenista hacia finales de los 80 y principios de los 90. [78]

>>> A la segunda parte


Notas:

[1].- Queremos dejar sentada nuestra reivindicación de la tradición trotskista y su compromiso con la clase obrera mundial: desde los heroicos y abnegados militantes trotskistas en los campos de concentración de la URSS, los cuartistas caídos en la lucha contra el nazismo en Europa, la pelea del trotskismo vietnamita contra la burocracia de Ho Chi Minh o los cien compañeros del PST argentino caídos bajo la genocida dictadura militar.

[2].- Alex Callinicos, Trotskyism, Londres, Minesotta Press, 1990.

[3].- Nahuel Moreno introdujo una interpretación respecto de la guerra –como parte de su reelaboración de la teoría de la revolución en los 80– que no nos parece correcta, porque tendía a deslizarse a la posición de que se trataba de una guerra entre regímenes, perdiendo de vista el esencial carácter social de guerra interimperialista y de colonización respecto de la URSS. En este marco, es un hecho que a las corrientes trotskistas les costó orientarse en circunstancias en que, producto de la ocupación nazi, se desarrollaron genuinos movimientos de liberación nacional monopolizados por una conducción burocrática estalinista con una orientación nacionalista estrecha. Este último aspecto es señalado, correctamente a nuestro juicio, por el historiador trotskista Pierre Broué. Queda pendiente, entonces, realizar un trabajo crítico sobre la ubicación del trotskismo en la Segunda Guerra.

[4].- Analizar esta dialéctica de conquistas / concesiones del imperialismo a fin de salvar lo principal (el corazón del sistema capitalista) requeriría un desarrollo más allá de los límites de este texto. No obstante, dejamos señalada aquí su importancia para la comprensión de la dinámica de la lucha de clases en la posguerra.

[5].- Esto es, países no conquistados por intermedio de revoluciones, sino desde arriba por el Ejército Rojo en términos de demagogia “nacional” contra la propiedad nazi. Sobre esto ver François Fejtö, Historia de las Democracias Populares, París, Editions du Seuil, 1969.

[6].- Debemos decir que en esos momentos configuraron una reacción progresiva (en el terreno político, aunque sin lograr establecer una superación en el terreno teórico y programático) ante las capitulaciones del pablismo en aquellos años. Luego vendrá la reunificación de 1963 entre el pablo-mandelismo y el SWP de EEUU (a la que se sumaría Moreno). Lambert y Healy se mantuvieron por fuera, sosteniendo escuálidamente el CI hasta su disolución en la década del 70. En esa década se produce la ruptura definitiva de Moreno con el SWP y luego con el mandelismo, producto de sus profundas tendencias oportunistas.

[7].- Salvo el grupo inglés Alliance for Workers‘ Liberty, no se conoce hoy otro grupo que se reivindique de la tradición de Schachtman, que terminó capitulando en 1958 con su entrada al Partido Demócrata y que en la década del 60 apoyó a Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Del mismo modo, sólo se mantuvo de manera independiente Hal Draper, que logró realizar una importante obra teórica sobre Marx, si bien con el muy grave déficit de una valoración totalmente unilateral del legado de Lenin, y sin llegar nunca a revisar la concepción idealista del “colectivismo burocrático”.

[8].- Caracterizada por Trotsky como “tendencia pequeño burguesa”, lo que a la postre se terminó confirmando, más allá de que tampoco la tendencia de Cannon logró mantener la independencia de su corriente, que terminó capitulando definitivamente al castrismo a comienzos de la década del 80 (luego de la muerte del propio Cannon).

[9].- Como así también la corriente de C.R.L. James en Estados Unidos en la misma época, una tendencia espontaneísta- idealista, de la que son tributarios hoy intelectuales como Harry Cleaver, en la línea de John Holloway.

[10].- En nuestra concepción, la URSS configura en las primeras décadas (luego de la revolución de Octubre) un estado obrero de pleno derecho, transformándose, como producto de la contrarrevolución estalinista, en un “Estado burocrático con restos proletarios comunistas”, como lo definiera Christian Rakovsky. En el caso de las revoluciones en China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como de los países del este de Europa –donde también se obtuvieron conquistas como la expropiación de la burguesía, la independencia del imperialismo, la reforma agraria y la unidad nacional–, estas conquistas fueron distorsionadas desde un comienzo, dando lugar directamente a la configuración de Estados burocráticos a imagen y semejanza de la URSS.

[11].- León Trotsky, En defensa del marxismo, Buenos Aires, Yunque, 1975, p. 156.

[12].- Tony Cliff, Capitalismo de Estado en la URSS, Barcelona, En Lucha, 2000, p. 231.

[13].- Creemos que Alex Callinicos tiene razón cuando afirma que en definitiva (como la definiera Trotsky oportunamente) la tendencia de Schachtman fue de un sector que cedió a la presión de la pequeño burguesía imperialista.

[14].- Pierre Naville, El nuevo Leviatán, vol. 3, “El salario socialista”, París, Anthropos, 1970, pp. 263-4.

[15].- Cornelius Castoriadis, La sociedad burocrática, volumen 2, Barcelona, Tusquets, 1976, pp. 14-20.

[16].- Esta llega a tener unos 400 militantes; luego se dividió alrededor del problema del “entrismo” en el Partido Laborista. Respecto de la corriente de Cliff, “el motivo directo [de la expulsión] fue la negativa de Cliff a definir a Corea del Norte como más progresista que Corea del Sur en la guerra imperialista que estaba dividiendo el país”, tal como ellos mismos relatan en Capitalismo de Estado en la URSS, ed. cit., p. 11.

[17].- Tony Cliff, Trotskyism AfterTrotsky, Londres, Bookmarks, 1999, p. 31.

[18].- En P. Naville, op. cit., p. 295.

[19].- Alex Callinicos, Trotskyism, cit.

[20].- Idem, pp. 83 y 84.

[21].- Que estaban marcadas por el peso inmenso del aparato burocrático estalinista en la URSS, los acuerdos de Yalta y Potsdam y el carácter de conflicto “pautado”, dentro del sistema mundial de Estados, que asumió la pelea Este-Oeste, que enchalecaron en gran medida por todo este período histórico la lucha entre las clases.

[22].- P. Naville, op. cit., pp. 292-4.

[23].- Ver, por ejemplo, “Analysing Imperialism” de Chris Harman, en International Socialism 99. Una crítica a una posición similar es la de Roberto Ramírez a Robert Brenner: “El boom y la burbuja”, en SoB 15.

[24].- A. Callinicos, Trotskyism, cit.

[25].- A este respecto ver el importante trabajo de Roberto Ramírez “La mundialización del capitalismo imperialista y nuestro programa”, en www.mas.org.ar.

[26].- León Trotsky, “Combatir al imperialismo para combatir al fascismo”, en Escritos latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP, 2000, p. 95.

[27].- Chris Harman, “Argentina: Rebellion at the Sharp End of the World Crisis”, International Socialism 94, pp. 43-44.

[28].- Roberto Ramírez, cit., pp. 38-9.

[29].- La forma de razonamiento sectario se caracteriza, precisamente, por su formalismo, por no ver los matices, los “grises”, que, como decía Trotsky en algunos de sus textos sobre España y Francia, son las circunstancias más comunes que se nos presentan a los revolucionarios en la vida política.

[30].- Chris Harman, “Analysing Imperialism”, Internacional Socialism 99, p. 32.

[31].- Los compañeros no han hecho un balance de este curso y se muestran muy dogmáticos, muy poco críticos respecto de su propia tradición. Es cierto que, proviniendo de posiciones muy sectarias, hace ya algunos años están en un giro correcto hacia los movimientos de masas reales, pero, en varios casos, con costados oportunistas.

[32].- Ver la crítica de A. Callinicos en Trotskyism, p. 46.

[33].- Luego, en su período ya abiertamente “democratizante” (término al que es afecto el PO argentino), el desbarranque fue aún mayor: se capituló a la Perestroika (“reestructuración”) y la Glasnost (“transparencia”) de Mijaíl Gorbachov, y se llegó a considerar al mismísimo Boris Yeltsin (en Où va la URSS de Gorbatchev?) como una supuesta ala “izquierda” de estas políticas consideradas como “progresivas”. Veamos: “En el estado actual de la información (...) una conclusión se impone: el deber de los marxistas revolucionarios –y más allá de ellos, de todas las fuerzas de convicción socialista-comunista real en la URSS y fuera de la URSS– respecto de la experiencia de la URSS es de apoyar de manera crítica o de rechazar cada reforma concreta puesta en práctica por el equipo dirigente de la URSS, según sirva o no a los intereses de la clase obrera”. Où va la URSS de Gorbatchev?, París, La Breche, 1989, pp. 328-9. Nuevamente, la clásica línea pablo-mandelista no independiente de “apoyo crítico” a la burocracia o a alguna de sus alas. Esta línea, expresada en el apoyo al gobierno nacionalista burgués de Paz Estensoro en Bolivia de 1952, en oportunidad de una de las pocas revoluciones obreras y socialistas reales de la posguerra, se transformó en traición abierta al proceso. Ver al respecto R. Sáenz, “Crítica al romanticismo ‘anticapitalista’”, SoB 16.

[34].- Esta discusión plantea un problema de método frente a las revoluciones y procesos revolucionarios: la doble exigencia de no ser normativistas a la hora de considerar los procesos reales de la lucha de clases, pero, al mismo tiempo, saber identificar sus límites de clase y socialistas, evaluarlos tal como son y no como quisiéramos que fueran. Es una obligación intervenir en el proceso tal cual es, pero no para adaptarse a él, sino para dar una pelea estratégica para que se transformen en obreros y socialistas.

[35].- El caso más grave de esta tradición oportunista es, hoy, la participación de Miguel Rossetto, de la tendencia Democracia Socialista en el PT, como ministro de Desarrollo Agrario del gobierno burgués de Lula. La DS es parte actual del SU (su segundo partido luego de la LCR francesa), e incluso en la tradición de esta corriente el paso de formar parte lisa y llanamente de un gobierno burgués no tenía antecedentes, salvo el Lanka Sama Samaja Party (LSSP) de Ceilán en los años 60, pero ese partido fue en esa oportunidad expulsado del SU. El “caso” DS ha dado lugar a las acostumbradas discusiones diplomáticas –sin consecuencia práctica alguna– en el SU, que convive con el bochorno de una verdadera traición en tiempo real.

[36].- A. Callinicos, Trotskyism, cit.

[37].- Idem., p. 33.

[38].- Tony Cliff, Trotskyism AfterTrotsky, cit., pp. 17-18.

[39].- “Oú allons-nous?”, en Los Congresos de la IV Internacional, ed. cit., p. 29.

[40].- Marcel Bleibtreu, integrante de la mayoría del PCI, se le opone en un conocido artículo llamado “¿A dónde va el camarada Pablo?”. Su posición configuró un rechazo correcto frente a la orientación liquidacionista de Pablo, que dio lugar, en 1953, a la ruptura más importante de la IV en la posguerra (de hecho, Pablo expulsó a la oposición de la Internacional). Este sector, como hemos dicho, constituyó una posición progresiva frente al curso del pablo-mandelismo, aun a pesar de sus límites teóricos. Nahuel Moreno se sumó a este sector, integrado también por el SWP de EEUU, durante los 50.

[41].- No está de más dejar señalada la falta de perspectiva de toda la fracción mayoritaria pablo-mandelista de la IV Internacional en esos años, cuyo “análisis-justificación” de esta política capituladora venía dado por la supuesta “inminencia de la III Guerra Mundial” de Estados Unidos contra la URSS. Esto, a pesar de que hacía años que se habían firmado los acuerdos de Yalta y Potsdam y ya comenzaba el boom económico de la posguerra. Esta actitud revelaba, además, una total incomprensión de los acuerdos de Estado que había establecido la burocracia de la URSS con el imperialismo, de peso decisivo en toda la posguerra. Esta corriente del trotskismo asumió íntegramente la escenificación –en esencia, contrarrevolucionaria– de la lucha entre los dos “campos”: EEUU y la URSS, que no fue, en definitiva, más que un conflicto pactado y enteramente dirigido contra las masas trabajadoras de todo el mundo.

[42].- En esa década, Stalin impuso la subordinación del naciente Partido Comunista Chino al Kuomintang (partido nacionalista burgués). Con respecto a la crítica de la teoría de los “campos” y su significado capitulador, existe un trabajo muy valioso y actual de Nahuel Moreno, La traición de la OCI (u) (1981), dirigido, paradójicamente, contra el mismo sector que en la década del 50 se alzó correctamente contra Pablo en Francia: la corriente orientada por Pierre Lambert, que en estos textos no podemos abordar en extenso. Este trabajo de Moreno es muy recomendable por su carácter educativo sobre cómo se debe hacer política revolucionaria e independiente.

[43].- M. Pablo, cit.

[44].- El objetivismo fue, sin duda, una marca registrada de casi todo el trotskismo de posguerra, incluido el morenismo. Dice Pablo: “Los acontecimientos más profundos, más revolucionarios, más determinantes –nos enseña la teoría marxista-leninista del capitalismo en su fase imperialista–, son provocados a pesar y en contra de todos los obstáculos subjetivos, a pesar y en contra de la línea traidora de las direcciones tradicionales socialdemócratas y estalinistas de masas, por las contradicciones inherentes al régimen social actual, por la exasperación inevitable de estas contradicciones (...)”. “Où allons-nous?”, cit., p. 35. O sea, producto del proceso objetivo “a pesar y en contra de las direcciones”, la revolución socialista progresa sin descanso... Hemos escuchado este tipo de razonamiento en lo más profundo de la crisis del viejo MAS a fines de los 80.

[45].- Ya volveremos sobre esto cuando cuestionemos no sólo la caracterización política que el pablismo hacía de la burocracia estalinista, sino el análisis común a muchas corrientes del trotskismo “tradicional” acerca de su naturaleza social.

[46].- M. Pablo, cit.

[47].- M. Pablo, cit., p. 46.

[48].- M. Pablo, cit., pp. 28, 35 y 41.

[49].- En este caso, la referencia al modelo de la revolución rusa como no aplicable a las revoluciones de posguerra cumple el papel de dejar sin marco de referencia el análisis de los límites y el carácter mismo de esas revoluciones.

[50].- Daniel Bensaïd, en Combates y debates de la IV internacional. Francoise Moreau, Quebec, Vientos del Oeste, 1993.

[51].- Ver al respecto la crítica de J.P. Divés al folleto de Bensaïd Los trotskismos.

[52].- D. Bensaïd, cit., p. 22.

[53].- A comienzos de los 80, Moreno cayó en ese desastroso enfoque. Porque Actualización del Programa de Transición transformaba la “excepción” en regla de las revoluciones (pasadas y por venir), sentando las bases teóricas y estratégicas de las desviaciones objetivistas y oportunistas que llevaron a la explosión de la corriente morenista. Ya volveremos sobre esto.

[54].- Pierre Naville: El nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 3, p. 165. Naville advierte que un principio común (y equivocado) entre la mayoría de las tendencias del bolchevismo en la década del 20 era que “la clase obrera no se podía explotar a sí misma”. Si “estaba en el poder” y era la clase dominante, ¿cómo se iba a explotar a sí misma? Finalmente, la historia demostró que la clase trabajadora dejó de ser dominante en todos los terrenos. Y que, a la vez, como lección de la experiencia histórica, se debe saber que luego de la explotación capitalista orgánica le sucede en la transición una forma de explotación no orgánica, la “explotación mutua”. Esta es inevitable en condiciones del mercado mundial capitalista, y es tarea de la transición tender a reabsorber y disolver esta última forma de explotación del trabajo.

[55].- Pierre Naville, El nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 3, ed. cit., p. 118.

[56].- P. Naville, cit., p. 119.

[57].- Ernest Mandel, Tratado de economía marxista, México, ERA, 1988. Párrafo a párrafo, los capítulos dedicados a la economía de la URSS son una lamentable acumulación de lugares comunes.

[58].- Cabe reconocer que Nahuel Moreno, pese a los déficits de su propia posición, tuvo el mérito de seguir empíricamente a Naville en algunos fundamentos de su abordaje. Sobre esta base realizaba una crítica justa al pablo-mandelismo: “Completando esta cadena que aparta al revisionismo del marxismo, aceptando la concepción de los teóricos de la burocracia del ‘socialismo en un solo país’, el pablismo ha aceptado las premisas del estalinismo de que en el mundo actual existen dos mundos económica y políticamente enfrentados y antagónicos: el del imperialismo y el de los Estados obreros burocratizados. Esto no es así ni en el terreno político ni en el económico. No hay dos mundos económicos a escala mundial. Hay una sola economía mundial, un solo mercado mundial, dominado por el imperialismo. Dentro de esta economía mundial dominada por el imperialismo, existen contradicciones más o menos agudas con los Estados obreros burocratizados donde se expropió a la burguesía. Pero no son contradicciones absolutas (...). La economía de todos los Estados obreros, burocratizados o no, está supeditada –mientras el imperialismo siga siendo más fuerte económicamente– a la economía mundial controlada por el capitalismo. Es por esto que la economía de los Estados burocratizados ha seguido como una sombra los ciclos de la economía capitalista mundial”. Nahuel Moreno, Actualización del Programa de Transición, p. 68.

[59].- Modelo en el que, como hemos señalado, aparece abolido uno de los principios de la explotación capitalista, la propiedad privada de los medios de producción, pero subsiste otro: la norma capitalista de apreciación de las capacidades de trabajo (usando la expresión de Naville). Esto mismo rige para el caso de las cooperativas “capitalistas” en el caso del Argentinazo: sean las fábricas recuperadas o, como cooperativas de distribución, los movimientos de trabajadores desocupados. Allí impera la autoexplotación o la distribución de la miseria. Esto no menoscaba a dichas expresiones como conquistas de los trabajadores en lucha, pero permite tener un punto de vista crítico acerca de ellas.

[60].- E. Mandel, op. cit., p. 174.

[61].- Idem.

[62].- P. Naville: “El Nuevo Leviatán”, El salario socialista, volumen 2, pp. 122-132.

[63].- E. Mandel, cit., p. 175.

[64].- E. Mandel, cit., p. 178.

[65].- P. Naville, cit..

[66].- Idem.

[67].- P. Naville, El nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 2, p. 19.

[68].- “La burocracia soviética es inconmensurablemente más poderosa que todas las burocracias reformistas de los países capitalistas juntos, dado que tiene en sus manos el poder del estado, con sus ventajas y privilegios”. Leon Trotsky: “Cómo venció Stalin a la oposición” (12-11-35), en Escritos, tomo VIII, volumen 1. Bogotá, Pluma, 1977.

[69].- Moreno criticó en varias oportunidades esto, aunque tuvo idas y venidas respecto de la caracterización de la burocracia como “obrera”. La considera así en La dictadura revolucionaria del proletariado, donde llega a concebir la “revolución política” como una pelea de “un sector de la clase obrera contra otro”... Sin embargo, en otros textos de los 80 plantea la caracterización de la burocracia como socialmente pequeño burguesa. Veremos esto más adelante.

[70].- Esto plantea una elaboración específica que está más allá de los límites de este trabajo, y que marca una diferencia respecto de lo ocurrido en los países del Este.

[71].- E. Mandel, ¿Por qué la burocracia no es una nueva clase dirigente? Mandel Archive, www.angelfire.com\pr\red

[72].- Texto que aparece como muy vulgar al lector en castellano, probablemente como producto de serios problemas de traducción.

[73].- E. Mandel, El poder y el dinero, México, Siglo XXI, p. 107.

[74].- Christian Rakovsky, Los peligros profesionales del poder, www.mas.org.ar.

[75].- A diferencia de Astarita, creemos que Trotsky, que había evaluado casi al milímetro las relaciones sociales en la URSS y que no quiso dar ese paso promediando la década del 30 –cuando para él se trataba de una revolución “aún viva”), actuó correctamente en lo metodológico, desde su punto de vista.

[76].- Rolando Astarita, “Relaciones de producción y estado en la URSS”. Debate Marxista Nº 9, noviembre 1997. Se trata de un trabajo valioso y pedagógico que, no obstante, tiene el serio problema de que no logra dar una definición materialista de las raíces histórico-sociales en las que se asentaba la degeneración de la URSS. Esto había sido muy bien resuelto en la elaboración de Naville, que Astarita rechaza. Por eso queda abstracta su evaluación de la formación social real de la URSS y demás Estados burocráticos; reivindica, incluso, la elaboración a nuestro juicio incorrecta de Bruno Rizzi. Más grave aún es que esto ocurre porque Astarita tiende a ser tributario de Mandel en un punto fundamental, que es no partir de la unidad de principios rectores de la economía mundial. Y, por tanto, no parece que en los Estados burocráticos hubieran regido las imposiciones de la ley del valor. Astarita considera que este ángulo implica asumir una visión “capitalista de Estado”, lo que nos parece un error.

[77].- Recordamos aquí la opinión de León Trotsky acerca de las razones y consecuencias políticas de las concepciones “objetivistas”: “Desde hace mucho, el camarada Vereecken ha caracterizado al POUM de forma totalmente errónea, pensando que, bajo la presión de los acontecimientos, este partido, por así decirlo, evolucionaría ‘automáticamente‘ hacia la izquierda, y que nuestra política en España debería limitarse a un ‘apoyo crítico‘ al POUM. Los acontecimientos no han confirmado en absoluto este pronostico fatalista y optimista, extraordinariamente característico del pensamiento centrista, pero en manera alguna del pensamiento marxista”. León Trotsky, España revolucionaria, Buenos Aires, Antídoto, 2004, p. 250. Estas graves consecuencias políticas de los análisis y la política objetivistas se verificaron palmariamente en la crisis del viejo MAS.

[78].- Hay dos partidos o corrientes principales que se reivindican morenistas: el MST argentino y el PSTU brasileño. Más allá de que tradición y balance son dos planos no necesariamente iguales, podemos decir que, en el caso de estos partidos, ninguno ha logrado pasar el menor balance de la incorrecta síntesis objetivista de los 80: ni en lo que hace a la teoría de la revolución, ni tampoco respecto de los países del Este. En todo caso, se trata de versiones que de una u otra manera son vulgarizaciones de esa elaboración de Moreno, lo que no hace más que agravar los problemas que ya tenía. Por tanto, la critica teórico-programática a Moreno aquí vertida les cabe, con mucho mayor motivo, a estas corrientes.

 

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