Socialismo o Barbarie
N° 19

Tendencias de la situación mundial

Por Roberto Ramírez

Segunda parte

3. EL (DES)ORDEN MUNDIAL Y LA CRISIS DE LA AVENTURA HEGEMONISTA DEL IMPERIALISMO YANQUI

Como señalamos al principio, los atentados del 11 de septiembre del 2001 dieron la justificación para que Bush –un gobierno que había asumido en elecciones que luego se revelaron fraudulentas y que venía con problemas– iniciara una acometida global militar y política. Apenas a cuatro años de iniciar esta operación, el imperialismo yanqui y especialmente su gobierno están en graves dificultades.

Si detrás de la farsa de la “guerra contra el terrorismo” el objetivo era configurar un “orden mundial” basado en la absoluta hegemonía del imperialismo yanqui, cuatro años después esta aventura está fracasando. Hoy el imperialismo yanqui enfrenta más bien el principio de una crisis de hegemonía, que se ve no sólo en el desastre de Irak, sino incluso en las relaciones con la región que siempre ha tenido como su “patio trasero”, América Latina. Un reflejo por arriba de este cambio ha sido la reciente “Cumbre de las Américas”.

El famoso Zbigniew Brzezinski, ex asesor de seguridad nacional y uno de los que contribuyó a diseñar la estrategia de la “guerra fría” que llevó al derrumbe de la ex URSS, sintetiza así la presente situación: “En los últimos cuatro años, el equipo de Bush se dedicó a socavar el aparente lugar seguro que ocupaban los Estados Unidos en la cima del mundo al transformar un desafío manejable –si bien serio– de origen mayoritariamente local, en una debacle internacional. Sin duda, como los Estados Unidos son un país rico y poderoso, pueden darse el lujo, si bien sólo por un tiempo, de tener una política articulada con excesos retóricos e instrumentada con ceguera política. En el proceso, sin embargo, es probable que los EEUU queden aislados en un mundo hostil, que se vuelvan cada vez más vulnerables a atentados terroristas y cada vez menos capaces de ejercer una influencia global.” [[1]]

Aunque todavía EEUU no ha sufrido una categórica derrota (al estilo de la experimentada en Vietnam en 1974/75), el gobierno de Bush, está en un lodazal, como lo define acertadamente Immanuel Wallerstein. Es decir, en un “deslizamiento de lodo” que “en política son situaciones en las cuales, no importa lo que uno haga, siempre pierde”. [[2]] Apenas a un año de su reelección, que parecía haberle otorgado un buen capital político (aunque sólo en el “frente interno”, porque Bush ya tenía un masivo rechazo mundial), este capital se ha esfumado. E incluso han comenzado las especulaciones acerca de si podrá llegar al final de su mandato.

Sin embargo, hay que diferenciar la magnitud de esta crisis del gobierno Bush, de la crisis de hegemonía del imperialismo yanqui y también de una crisis del régimen en EEUU (que nos parece que aún no es el caso). Pero, aunque es necesario marcar estas diferencias, también hay que saber que son fenómenos que no están desconectados. Si las movilizaciones aún de vanguardia contra Bush por la guerra de Irak en EEUU llegaran a tomar las dimensiones de un gran movimiento de masas, sería un paso importante en ese sentido.

Hemos dicho que en el centro de la actual situación mundial está la cuestión de qué formas y dimensiones, qué desenlace va a tener el fracaso de la aventura hegemonista emprendida por el imperialismo yanqui, bajo la conducción política de su corriente “neoconservadora”. Si va a terminar en una derrota calamitosa estilo Vietnam o se va a dar como una retirada más o menos “elegante”, es decir, mediada y con mecanismos “amortiguadores”. Hasta que los hechos no den su veredicto, la situación mundial estará centralmente marcada por esa aventura hegemonista encabezada por Bush y su notable fracaso.

3.1. El equipo y el programa “neoconservador”

Como dice el antiguo refrán, “la derrota no tiene padres”. Así, ha llegado la hora en EEUU en que el establishment político y mediático empieza a descargarse de responsabilidades, echándolas sobre la cabeza de George W. Bush.

Tanto dentro como fuera de EEUU se ha ido dibujando una caricatura de Bush, presentado cada vez más como un tonto de capirote, a medida que se va hundiendo en el lodazal que dice Wallerstein, [[3]] o en el mejor de los casos como un torpe belicista, secundado por una pandilla afín.

En eso, por supuesto, hay cierta cuota de verdad. Pero reducir todo a esto, se hace intencionadamente dentro del contexto implícito de que si cambiasen a Bush por un “estadista” –se invocan los manes de Kennedy, o por lo menos un “buen hombre” como Clinton–, entonces no habría mayores problemas con Estados Unidos. El “progresismo” y la “centro-izquierda” se mueven dentro de esos parámetros absolutamente irreales.

Eso está relacionado con una falsa discusión: ¿Bush representa un curso esencialmente nuevo del imperialismo yanqui o es una simple continuidad y profundización del anterior? Plantear esto en términos excluyentes es equivocado.

Los que ven a Bush como un cambio completo, también se inscriben generalmente en las concepciones “progres” que comentamos. Pero no es difícil encontrar elementos de continuidad fundamentales con el “progresista” Clinton... como también es igualmente equivocado exagerar esos elementos de continuidad. [[4]]

Bush significa el acceso al gobierno de EEUU de una corriente política particular, diferente a la de Clinton,–los llamados “neocons”, neoconservadores–, con un programa que no es compartido por toda la burguesía norteamericana, ni menos aun por todas sus corrientes políticas. Y, como ha sucedido generalmente en la política norteamericana, el gobierno y su programa a su vez expresa una coalición de determinados sectores e intereses particulares. Pero, al mismo tiempo, el programa neoconservador trató también de dar respuesta a problemas generales del imperialismo yanqui, comunes a toda la burguesía imperialista.

Entonces, la trama es compleja. Los “opositores” burgueses –como Brzezinski– critican a Bush, pero lo hacen en gran medida desde un terreno común con Bush y los neoconservadores: el terreno común de los intereses generales del imperialismo yanqui. Lo que les dice Brzezinski y demás críticos burgueses es: “¡imbéciles; lo están haciendo mal!”

Este programa y estrategia neoconservadora, por supuesto, no fue elaborado en el “cerebro” presidencial –palabra que, en el caso de Bush, motiva una sonrisa–, sino años atrás por un grupo sólido y organizado de ex funcionarios políticos, ejecutivos de corporaciones y académicos. Bush sólo cumplió luego el papel del “gran comunicador” (como en su momento Reagan, del cual es una directa continuidad política).

Para “comunicar” ese programa, nada mejor que su imagen de cowboy de pocas luces. Tiene la “physique du rôle” adecuada para dialogar de igual a igual con su clientela política, los sectores culturalmente más atrasados y ideológicamente más cavernícolas: un fenómeno de masas peculiar de EEUU. Es con esos votos que Bush gana las elecciones.

Entonces, Bush puede ser algo imbécil, pero el operativo político que lo llevó a la presidencia no tiene nada de eso. Otra cosa es que el plan neocon para hacer de EEUU un “superimperialismo” que domine sin disputa a lo largo del siglo XXI, tenga rasgos aventureros y en algunos aspectos delirantes. Pero es un plan que trata de dar una respuesta global a los serios problemas económicos y geopolíticos que enfrenta el imperialismo yanqui, después de despertar del “paraíso de tontos”, que según uno de los ideólogos neocons fue la “afortunada década del 90”. [[5]]

El 3 de junio de 1997, en plena era Clinton, era publicado en Washington un llamamiento que en su momento pasó casi desapercibido. Se trataba de la “Declaración de Principios” del “Proyecto para el Nuevo Siglo Norteamericano”. [[6]] Entre los 25 firmantes estaban todos los que, junto con Condolezza Rice, compondría el verdadero e “íntimo” equipo de la administración Bush. Entre ellos el futuro vice Dick Cheney, Elliott Abrams (asuntos latinoamericanos), Donald Rumsfeld (que después se encargaría del Pentágono), Paul Wolfowitz (también a Defensa), Zalmay Khalilzad (el actual virrey de Irak y antes de Afganistán), I. Lewis Libby (ahora atrapado en el CIA-Gate) y otros por el estilo. Esta gente del “Proyect” no se limitó a suscribir esa “Declaración de Principios”, sino que funcionaban y siguen funcionando como un “centro político”, que “baja línea” y polemiza sobre las más diversas cuestiones, desde cómo poner en caja a China para que no se convierta en una potencia mundial que haga sombra a EEUU, hasta cómo “llevar la democracia a Rusia” aunque a Putin no le guste, o las formas de desbaratar las maniobras de los taimados europeos que quieren encerrar a EEUU en el corral de ONU... todo en un tono de prepotencia imperialista notable. Pero, entre todos los temas, el interés se centra en Medio Oriente. En los últimos tiempos, la mayor preocupación del “Proyect” es enfrentar a los pusilánimes que plantean retirarse de Irak por unos pocos muertos que allí ha habido, y los irresponsables que aconsejan reducir el presupuesto militar para bajar el déficit y el endeudamiento fiscal. [[7]]

Significativamente, Bush no firmó esta “Declaración de Principios” (aunque sí su hermano, Jeb). La elaboración de la teoría, la estrategia general y la política del futuro gobierno de George W. Bush fue realizada por este equipo, donde él no estuvo... y después aplicada desde el poder por los mismos personajes. El “Proyecto” anticipa lo que va a ser la cosa después del 11 de septiembre:

EEUU ganó la Guerra Fría pero se ha dormido sobre sus laureles... No hay fuertes principios que guíen su política exterior.¿Por qué? Porque no se ha establecido un gran “presupuesto de defensa que... desarrolle los intereses norteamericanos en el nuevo siglo”. ¡Ésa es base de todo!

Pero el gobierno (Clinton) prefiere ante todo hacer dinero fácil, recortando los gastos militares... sigue un curso errático y “tacticista”, sin estrategia. Se orienta por “los beneficios comerciales de corto plazo, que amenazan supeditar las consideraciones estratégicas”.

Sin embargo, como vencedor de la Guerra Fría, Estados Unidos “está frente una oportunidad y un desafío: ... tener la resolución para configurar un nuevo siglo favorable a los principios e intereses norteamericanos... Pero estamos en peligro de perder esta oportunidad y fallar a este desafío...”

¿Por qué? Porque “estamos comprometiendo la capacidad de la nación para hacer frente a las presentes amenazas”, pero sobre todo “a los desafíos potenciales”. Y aquí se empiezan a echar los cimientos de la doctrina Bush de “guerra preventiva”.

El ejemplo debe ser lo que hizo Reagan: “una fuerza militar lo suficientemente fuerte y lista para hacer frente a los desafíos presentes y futuros” y “una política exterior que atrevida y expresamente promueva los principios norteamericanos en el exterior”. Estados Unidos “no puede rehuir su responsabilidad de liderazgo mundial, ni los costos asociados con su ejercicio”. Hay que asumir, entonces, “la causa del liderazgo de Norteamérica”. Para eso hay que aplicar cuatro principios:

* “Necesitamos incrementar significativamente los gastos militares” para “llevar adelante nuestras responsabilidades mundiales de hoy y modernizar nuestras fuerzas armadas en el futuro...”

* “Necesitamos... desafiar a los regímenes hostiles a nuestros intereses y valores...” Aquí no se daba la lista de países candidatos a ser invadidos por “nuestras fuerzas armadas en el futuro”... pero era obvio de lo que se hablaba....

* “Necesitamos promover la causa de la libertad económica y política en el exterior.” (La flota se encargará del que no acepte.)

* “Necesitamos aceptar la responsabilidad del rol excepcional de EEUU de extender un orden internacional conveniente para nuestra seguridad, prosperidad y nuestros principios.”

Como puede verse, en este programa estratégico, no hay lugar para el discurso sensiblero sobre la “comunidad internacional”, “las Naciones Unidas” u otras tonterías por el estilo. [[8]] El eje es la amenaza y/o la intervención militar (combinada con la política exterior “atrevida”): Pero ni se molesta en mencionar a la OTAN para tomar o compartir esa tarea militar. Estados Unidos debe asumirse como el exclusivo “líder global”; como el sólo y único poder que puede y debe establecer un “orden internacional” conveniente a sus intereses. Para eso hay que usar el poder militar, “cualquiera sean los costos asociados con su ejercicio”.

3.2. ¿Qué sectores específicos refleja la administración Bush?

Aunque los neocons del “Proyecto por el Nuevo Siglo Americano” que luego llegarían al gobierno planteaban su estrategia con un sentido general, para el conjunto de la burguesía y el imperialismo yanqui, en la administración Bush se expresan sectores muy concretos, tanto económicos como políticos e ideológicos. Reflejan una “coalición”, una forma política que han asumido generalmente los gobiernos norteamericanos, por las características tan peculiares de la sociedad, la “formación social” y la historia de ese país.

Clinton reflejó principalmente a los sectores inversionistas de Wall Street en la euforia del mini boom de los 90 y la burbuja especulativa. Bush, en cambio, preside una coalición donde a nivel económico se reflejan, en primer lugar, el “complejo militar-industrial”. La primera reivindicación del “Proyect” es “incrementar significativamente el presupuesto de defensa” (reducido por Clinton), que es lo que ha hecho, con creces, Bush.

Al mismo nivel, en las personas del vice presidente Cheney y de Condolezza Rice, están representados los sectores energía-petróleo. En ese sentido, un analista estadounidense caracterizaba a la administración Bush como el “comité ejecutivo del American Petroleum Institute”. [[9]]

Pero los ingredientes de la coalición neoconservadora no son sólo sectores “directamente” económicos y corporativos. Un puesto de primera fila también tienen los representantes del lobby israelí, estrechamente ligados al Likud, la extrema derecha de Israel, que ocupan un lugar destacado entre los firmantes de la “Declaración de Principios” y/o en la administración Bush, como Paul Wolfowitz, Elliott Abrams, Eliot A. Cohen y otros. El lobby cubano, representado por Jeb Bush –gobernador de Florida– y otros funcionarios menores en el Departamento de Estado, también ocupa sus asientos en el Jumbo de Bush... pero no viaja en primera clase como los sionistas. [[10]]

Por último, pero no lo menos importante, en este “mix” también participa la derecha fundamentalista cristiana, del cual son un ejemplo predicadores como Pat Robertson, que propone públicamente solucionar los problemas en Venezuela y América Latina enviando un comando para asesinar a Chávez. Enemigos jurados de Darwin, del derecho al aborto y de los gays, este componente no sólo da el “tono” ideológico cavernícola de la coalición neoconservadora. Constituye además un colosal aparato de encuadramiento orgánico de millones de norteamericanos, a través de sus iglesias. Así, contribuye con una parte decisiva de los votantes de Bush. Sin su concurso, Bush no hubiese llegado a la Casa Blanca ni repetido la presidencia.

Esta coalición y sus intereses explican la obsesión del gobierno Bush de atacar Irak. Como lo han revelado numerosos testimonios, Bush, asume el 30 de enero del 2001 e inmediatamente propone la invasión. [[11]] Es decir, siete meses antes del 11 de septiembre.

Luego del atentado a las Torres, la invasión a Irak era un despropósito mayor aun, desde el punto de vista de llevar en serio una “guerra contra el terrorismo islamista”, puesto que Sadam era enemigo histórico de esas corrientes, a las que había reprimido sin piedad. Pero esta aparente “irracionalidad” se explica por la doble lógica de apoderarse directamente de una de las principales reservas mundiales de petróleo –que satisfacía a un sector del lobby petrolero [[12]]– y simultáneamente destruir uno de las mayores estados árabes que seguía siendo enemigo de Israel. La perspectiva de herir gravemente a un importante sector de la nación árabe, masacrándolo en una guerra y estableciendo un régimen de ocupación colonial, fortalecía cualitativamente la posición de Israel en la región.

3.3. “E pluribis, unum”: entender al imperialismo yanqui

El fenómeno de una coalición tan peculiar, exige algunas explicaciones sobre la realidad en que florece. Estas son algunas observaciones y reflexiones puntuales y desordenadas, pero que pueden facilitar la comprensión de la crisis de la administración Bush, y del imperialismo yanqui y sus problemas, así como permiten plantear una serie de interrogantes.

* El carácter complejo y singular de la sociedad, la burguesía y el estado imperialista norteamericano (y su extensión mundial), es el resultado una formación histórica notablemente distinta de los otros estados y sociedades imperialistas, como por ejemplo los de Europa o Japón, donde por regla general existe un grado y forma de centralidad y homogeneidad de la burguesía, la economía, la sociedad, la cultura y el poder completamente diferentes.

La sociedad y la burguesía estadounidense presentan un panorama diferente, lo que no significa que el estado imperialista norteamericano no tenga en todos sus aspectos fundamentales una férrea centralización. Pero ésta se constituye y funciona de otra manera. La divisa que campea en su “seal” (sello, escudo), “E pluribus, unum” (De muchos, uno), la sintetiza: su unidad económico-social y estatal, sus clases dirigentes (y también sus clases subalternas) se han ido configurando a partir de una diversidad cualitativamente más amplia, que no se ha esfumado con el tiempo, ni con el desarrollo capitalista. Esto se conecta no sólo con la inmensidad geográfica de un país-continente, sino también con la formación de la misma sociedad norteamericana a través de un largo proceso de colonización interna y en parte externa (a costa del territorio de México) y de oleadas inmigratorias voluntarias e involuntarias (como los esclavos africanos). A esto se fueron agregando las dimensiones mundiales que asume el propio estado norteamericano al elevarse, con la Segunda Guerra Mundial, a un grado de dominio inédito en la historia de los imperialismos.

La “financierización” que antes describimos, que fue acompañada de una colosal concentración corporativa, son factores que influyen para una mayor “homogeneidad” de las clases altas estadounidenses. Asimismo, existe, por encima de las diferencias, una sólida comunidad de intereses y objetivos burgueses e imperialistas. Comunidad de objetivos tanto interiores como exteriores: desde llevar hasta sus últimas consecuencias las derrotas infligidas a la clase trabajadora a partir de Reagan, hasta sostener y profundizar el dominio mundial norteamericano... y obtener los beneficios correspondientes (aunque las opiniones sobre las políticas para lograr eso difieran entre sí).

Pero esta comunidad de intereses generales no ha borrado los intereses particulares, que están potenciados por el hecho de que la burguesía estadounidense sigue distribuida por regiones y estados, que muchas veces al mismo tiempo reflejan ramas diferentes e intereses diversos (finanzas, petróleo, aeronáutica, high-tech, etc.). Esto también establece distintas relaciones con los mercados nacional y mundial, con el estado, etc. No son iguales los intereses de las corporaciones con sus fabricas “deslocalizadas” a China y que desde allí exportan a EEUU, que los de la burguesía que debe competir con la avalancha de esos productos.

* Combinado con esto, se presenta también una complejidad de elementos culturales, que también tienen una diversidad regional notable. Esta diversidad se refracta en distintas respuestas políticas. Las últimas elecciones presidenciales, con una clara división geográfica del país, reflejó eso. Las regiones “ilustradas” y “cosmopolitas” –las costas Este y Oeste del país– votaron contra Bush. El centro provinciano y atrasado –el llamado “cinturón bíblico”–, a su favor. Esto se relaciona con un importante contraste: un increíble “desarrollo desigual” entre el carácter de superpotencia mundial del imperialismo yanqui, y el extremo localismo y provincianismo cultural y político, cuyos horizontes no van más allá de los asuntos de la comunidad o a lo sumo del estado. Para la mayoría, Washington es casi un planeta lejano que se ocupa de los impuestos federales, las guerras y las relaciones exteriores.

Este “desarrollo desigual” entre su poder mundial y el fenomenal atraso localista de buena parte del país, asume a veces formas que asombran al resto del mundo, como por ejemplo la presente campaña contra la teoría de la evolución de las especies de Darwin o contra el matrimonio gay. Esto provoca el hazmerreír de europeos y latinoamericanos, pero tiene su lado serio: Bush logró su segunda presidencia movilizando a este público. Como observa Slavoj Žyžek, "la 'guerra moral' permite a las clases más bajas expresar su furia sin perturbar los intereses económicos dominantes". [[13]] Para el imperialismo más poderoso de la historia, el fenomenal atraso cultural de gran parte de las clases subalternas es funcional para el mantenimiento de su dominación.

El sistema político y electoral es una obra maestra para aprovechar estas condiciones. De entrada, aproximadamente el 50% de la población en condiciones de votar, queda por fuera. La exigencia de tener que inscribirse para votar y luego que las elecciones se realicen en días laborables, deja aparte a una buena cantidad de trabajadores, pobres, negros, hispanos y otros elementos indeseables. En la porción que vota, están entonces super representados los ricos, las clases medias altas, etc.

* El sistema de lobbies, por un lado, y de “coaliciones” para llegar al gobierno y ejercerlo, por el otro, conforman combinados un régimen de características propias. No es que en otros países no existan “grupos de presión” y de “intereses”, que bajo cuerda se entienden con los “representantes del pueblo”... con argumentos muy elocuentes... que se expresan en el idioma de los dólares, los euros y las cuentas numeradas en Suiza. Esto es universal.

Sin embargo EEUU se distingue no sólo porque esto empapa hasta el último poro de las instituciones políticas, sino sobre todo porque la compra y venta de favores está aceptada y legalizada. Es abiertamente parte (fundamental) del régimen político. Las organizaciones de lobby están inscriptas tan legalmente como una heladería, un supermercado, un consultorio médico o cualquier otra empresa o actividad “lícita”. Sin contar las que actúan sobre las instituciones federales, en 1999 ya había 36.959 entidades de lobby registradas legalmente para “operar” a nivel de los estados. [[14]] Esto conforma un autentico mercado de compra y venta de leyes y medidas de gobierno, y de legisladores y funcionarios... del presidente para abajo... La voracidad recaudadora de Clinton, por ejemplo, se hizo legendaria, y dio lugar a varios escándalos.

* En este contexto llama la atención que, al igual que en Wall Street, no sólo los estadounidenses concurren a este peculiar “mercado”. Desde afuera, parece extraño que puedan operar lobbies que aparentemente representan intereses “extranjeros”, como los notorios lobbies relacionados con el Estado de Israel –de influencia decisiva en la aventura de Irak y en el gobierno Bush– o el de la burguesía cubana y sus descendientes... Pero esto nos lleva a interrogarnos sobre el carácter mismo del estado imperialista norteamericano; lo que evoca a su vez algunos problemas teóricos a debatir...

La primera definición es que, indudablemente, el estado imperialista norteamericano es un estado nacional. Pero eso dice mucho... y muy poco. También Uruguay y Costa Rica son estados nacionales. China, de superior tamaño y población, tampoco es comparable a EEUU, y no sólo por la diferencia en el PBI.

La diferencia en cuanto estado, tiene que ver con cosas como las siguientes: que el estado norteamericano es un estado nacional, pero que al mismo tiempo tiene, por ejemplo, 180 bases militares ubicadas en 125 países: ¡Esa es una buena medición de sus dimensiones reales como estado, que “traspasa” y se extiende más allá de sus fronteras formales, aunque sin que por eso lo que está más allá sea directa y expresamente parte de él o territorio propio!

En el período colonial del imperialismo, estas cosas estaban más claras. Todo el mundo sabía donde comenzaban y terminaban los límites del Imperio Británico o el Imperio Francés. Ahora esto se desdibuja en la realidad (y al mismo tiempo, en la ficción jurídica) de tantos estados nacionales (más o menos) “independientes”. Veamos, entonces, como juega esto en relación a Israel.

Israel, y la relación singular que establece con EEUU especialmente desde la década del 60, va a ser hasta hoy uno de los determinantes geopolíticos fundamentales de la región. El carácter peculiar de Israel se correlaciona con el período “poscolonial” del imperialismo, iniciado en la segunda posguerra.

Creemos que la mejor definición del Estado de Israel es la que formuló el historiador orientalista francés Maxime Rodinson: Israel es un “enclave colonial”, [[15]] pero en una época en que esto ya no se establece directamente, como en los buenos y viejos tiempos del British Empire, sino indirectamente.

La colonización imperialista de la periferia asumió históricamente distintas formas. Una fue, por ejemplo la de los ingleses en la India: un pequeño número de británicos, gracias a su superioridad militar y económica, y utilizando a vasallos y traidores nativos, logró gobernar directamente durante casi dos siglos. Pero también existieron otros modelos de colonización: por el ejemplo, el de Sudáfrica o el de Argelia: en esos, se trasladó una considerable población metropolitana que se asentaba desplazando y expulsando a la población originaria. Israel es un caso tardío y sui generis de esta última forma de colonización, que fue auspiciada primero por el Imperio Británico, cuando se apoderó de Palestina tras la Primera Guerra Mundial, y luego por EEUU, después de la Segunda Guerra, cuando los ingleses debieron retirarse y se constituyó el Estado de Israel en 1948.

En el período colonial del imperialismo, esta población de los “enclaves” era claramente parte de la población de la metrópoli, y a veces jugaba un papel especial e importante en la política interior y exterior del imperialismo en cuestión. El ejemplo más notable de esto fue el de los “pied noirs”, los franceses de Argelia, que en 1958 fueron el puntal para el golpe de estado bonapartista de De Gaulle, y que luego en 1961 llegaron casi a provocar una guerra civil en Francia.

Con las debidas distancias –que después de la Segunda Guerra Mundial todo se hizo más “indirecto”, lo que se correspondió con las formas de dominación que el imperialismo yanqui adoptó desde sus comienzos (o se vio obligado a adoptar)–, Israel juega en relación al imperialismo yanqui un rol parecido. Ante todo porque es un enclave en el corazón de Medio Oriente. Y no es que Medio Oriente sea importante para EEUU porque está Israel, sino que la cosa es al revés: Israel es fundamental porque se encuentra allí. Por obvios motivos económicos (las mayores reservas mundiales de hidrocarburos) y geopolíticos (su ubicación en relación a Europa, Asia y África, su carácter de centro geográfico e histórico del Islam, etc.) el dominio del Medio Oriente es clave para cualquier imperialismo que aspire a regir el mundo. [[16]]

Trotsky, en relación al poder emergente de EEUU, hizo una aguda predicción que se fue cumpliendo. Que Estados Unidos, al avanzar en el dominio mundial, iba a hacerse también cada vez más dependiente del resto del mundo e iba a trasladar a su interior sus contradicciones y problemas. Iban convertirse en cuestiones internas de EEUU. El peso notable del lobby sionista y (en menor medida) del lobby cubano en la política interior estadounidense, son dos de las tantas muestras de estas tendencias señaladas tempranamente por Trotsky.

Pero, además, esta “interiorización” no se da en forma abstracta. Ya subrayamos la peculiar formación de la sociedad norteamericana mediante sucesivos aluviones migratorios. Esto permite que fenómenos como los mencionados lobbies, se apoyen en sectores de la población, como la emigración cubana o los sectores judíos que a principios del siglo pasado vinieron principalmente de Europa oriental. Paradójicamente, a diferencia de los cubanos, la gran mayoría de esa inmigración no era de derecha –ni sionista, ni menos religiosa practicante–, sino que venía con ideas de izquierda. Muchos habían actuado en los movimientos sociales y revolucionarios en Rusia y otros países de Europa oriental, e hicieron una contribución cultural muy importante al desarrollo del marxismo en EEUU, y sus organizaciones políticas y sindicales. Fue muy posteriormente que un sector mayoritario giró al sionismo e incluso a prácticas religiosas más o menos fundamentalistas.

* El mayor estado imperialista de la historia ha desarrollado un aparato estatal civil-militar de dimensiones mundiales. Su “esqueleto” geográfico lo constituyen, como habíamos dicho, 180 bases militares instaladas en 125 países. Contra lo que podría suponerse, hoy es mucho más vasto que el de las épocas más agudas de la “guerra fría” con la Unión Soviética. Ahora, por ejemplo está instalado en casi todas las ex repúblicas soviéticas del Cáucaso y Asia central; o sea, en medio de Eurasia, la principal masa continental de la Tierra, donde están la mayoría de la población y las riquezas del planeta.

Este aparato burocrático-civil-militar del gobierno federal está hoy sobredimensionado, para atender ante todo no los problemas “internos” o “nacionales”, sino los asuntos del dominio mundial del imperialismo yanqui. [[17]] Como ha ocurrido muchas veces en la historia, esto le otorga una cierta “vida propia”, un cierto grado de “autonomía” en relación a las clases que representa. Esto es así hasta desde un punto de vista meramente económico. La suma del presupuesto de las tres ramas fundamentales del aparato imperial –Departamento de Defensa, Departamento de Estado y Departamento de Energía (se encarga del arsenal atómico)– lo pone al nivel de cualquier gran corporación, cuando no la sobrepasa. [[18]] Y los contratos y negocios que de allí emanan, interesan a buena parte de la industria estadounidense... Con Bush, el “complejo militar-industrial”, denunciado hace 50 años por el presidente Eisenhower, está más floreciente que nunca... y es uno de los principales componentes de su coalición.

Pero la importancia de este inmenso aparato estatal-imperial no es principalmente económica, sino que desde allí se formulan las estrategias generales y se aplican las políticas correspondientes. Esas estrategias y políticas pueden no coincidir con los intereses inmediatos y particulares de tales o cuales sectores de la burguesía estadounidense. También pueden equivocarse en cómo defender los intereses generales. O hacer primar los intereses particulares de su “coalición”. Esa es la doble acusación que hoy hacen a la administración Bush... aunque en su momento casi todos esos críticos burgueses se callaron la boca.

Entonces, este inmenso aparato burocrático de dominación mundial es, por sí mismo, un actor, pero también es un campo de pelea entre distintos sectores por su conducción, disputa que en las crisis se acalora.

Todo indica que el desastre que amenaza producir la aventura neoconservadora ha exacerbado las peleas al interior de este aparato. Es que una de las características más extrañas de esta aventura ha sido que las doctrinas militares aplicadas a la guerra de Irak y, en general, a la reorganización de las fuerzas armadas norteamericanas efectuada por Bush, fueron dictadas por ideólogos civiles, por intelectuales “aficionados”, “militaristas civiles”, como Donald Rumsfeld, sin mayor experiencia en el tema. [[19]] Así, en Irak llevaron a un escenario muy desfavorable y ya previsto por los jefes militares norteamericanos: la guerra de guerrillas y el combate de calles, donde quedan anuladas casi totalmente las ventajas tecnológicas.

3.4. Orden mundial, hegemonía y explotación del mundo: los problemas del solitario “líder global”

El programa neoconservador, que guió los pasos de Bush, tiene fuertes rasgos mesiánicos y hasta delirantes, pero no es de ningún modo “irracional”. Responde a los problemas que, pasada la borrachera posMuro de Berlín (el “paraíso de los tontos” de los 90), empezaron a presentarse, principalmente a EEUU.

Como lo indica la historia, el curso político de un imperialismo no es el simple reflejo de un sólo factor (económico o de otra naturaleza), sino que generalmente es la resultante de un combinación de factores (muchas veces contradictorios), en los que no siempre lo determinante es el interés económico inmediato. El Proyecto neoconservador tiene, por supuesto, el objetivo confeso de garantizar los “intereses norteamericanos”, la “libertad económica”, “nuestra prosperidad”, etc., etc. Y expresa, como hemos visto, no sólo esos “intereses generales” sino también los muy particulares de los sectores burgueses involucrados en la movida, como los petroleros. Pero el medio para lograr eso es geopolítico; el “plan económico” del “Proyecto” se reducía a “aumentar el gasto militar”.

Esto tiene que ver con la cuestión central planteada por el “Proyecto”: cómo establecer un “orden internacional” conveniente para EEUU, donde sea el único y exclusivo líder.

Un “orden mundial” significa “ordenar” principalmente dos tipos de relaciones: las relaciones entre los estados imperialistas, y las relaciones de esos países con la periferia. Como hemos señalado, el derrumbe de la Unión Soviética terminó con el orden mundial de Yalta y Potsdam, que ya describimos. Pero éste no fue sucedido claramente por un “nuevo orden”, como proclamó con exceso de optimismo en su momento el padre del actual presidente norteamericano. Aunque mucho se habló y escribió sobre el surgimiento de un mundo “unipolar”, en verdad no fue así. Más bien lo que se ha ido desarrollando es un desorden mundial, con tendencias al descontrol y la “multipolaridad”.

Al examinar el cuadro de la economía mundial, ya subrayamos que de ninguna manera Estados Unidos tiene una primacía cualitativa productiva o tecnológica en relación a los demás centros del capitalismo. La compleja (y cada vez más delicada) trama de la economía mundial que describimos, tiene en el centro a EEUU, pero más bien como “primus inter pares” en relación a Europa occidental y Japón. La “superpotencia” –como señala Volcker– depende desesperadamente de que desde afuera le tiren 2.000 millones de dólares diarios “para seguir manteniendo la máquina económica en funcionamiento”. Claro que ni Europa, ni Japón, ni ahora China tienen interés en que la “maquina” estadounidense se pare. Pero aquí lo que interesa es subrayar esa dependencia, a la que está sometido EEUU.

Pero hay que tener en cuenta no sólo esta “fotografía” estática y demasiado “economicista” del momento actual, sino cómo se ha desarrollado históricamente la “película”. En ese sentido, como subraya Wallerstein, fue en 1945 y no en 1989-91(con la caída del Muro de Berlín y el fin de la URSS) el cenit histórico del poder estadounidense. En 1945, EEUU era genuinamente hegemónico –económica, política, militar y culturalmente– a escala global. Un grado de hegemonía sin paralelos en la historia. Entonces, la actual movida belicista “es producto de la debilidad, más que de la fortaleza de EEUU”. [[20]]

Los neoconservadores han sido el sector político-intelectual más consciente de esa declinación relativa. Y esta conciencia se agudizó al finalizar lo que ellos acertadamente caracterizaron como el “paraíso de los tontos” de los años 90. Es decir, cuando pasó el cuatro de hora de la legitimidad indisputable del neoliberalismo y de la hegemonía norteamericana, y por todos lados comenzaron a surgir problemas, protestas y desafíos. Y eso también se había iniciado al interior de Estados Unidos. [[21]]

El único y sólo factor donde EEUU conserva una ventaja cualitativa sobre sus socios-rivales y el resto del mundo es el de su potencia militar. Entonces, la estrategia neoconservadora era sencilla: ampliar y usar esa ventaja, con el fin de establecer un nuevo orden mundial, donde EEUU se constituyese en un “superimperialismo” absolutamente hegemónico, en el que el presidente norteamericano de turno actuaría como un indiscutido “Emperador del Mundo”. [[22]]

Y lo de “Emperador” no es exagerado. Aunque el Proyecto de 1997 se hablaba púdicamente de “único liderazgo mundial”, luego, en los días delirantes del “triunfo” en Afganistán, la moda en los círculos intelectuales y políticos afines al gobierno norteamericano (que se expresan en la revista Foreing Affairs, el sitio del New American Century y otros) era la comparación de Estados Unidos con el Imperio Romano... nada menos.

3.5. Del “liderazgo mundial” a la crisis

Los primeros meses de Bush, fueron erráticos y opacos, con síntomas de temprano debilitamiento político. No había condiciones para la aplicación a fondo del “Proyecto” neoconservador. Tiempo antes, sus autores habían dicho que sería necesario un nuevo Pearl Harbor para producir un giro. [[23]] El 11 de septiembre del 2001, milagrosamente (o quizás no tanto) se produjo el deseado acontecimiento.

Bush pudo, inicialmente, gozar de cierta “unanimidad” y el “paquete” neoconservador paso prácticamente sin oposición. EEUU había sido atacado, como en Pearl Harbor, y debía iniciar una guerra “sui generis”, la “guerra contra el terrorismo”. [[24]] Quien no se alinease, era “antipatriota”. Esto logró acallar las posibles disidencias en el campo de la burguesía y, lo más importante, embaucar a la “opinión pública” (en un país donde la manipulación mediática alcanza dimensiones orwellianas).

Asimismo, en los momentos del ataque a Afganistán, el imperialismo yanqui contaba con el apoyo del resto de los países imperialistas y la campaña mediática alrededor del atentado a la Torres le había también ganado cierto consenso mundial, especialmente en Europa. Sin embargo, ya en ese primer capítulo de Afganistán, el gobierno Bush había adoptado claramente el “unilateralismo”. El apoyo de la OTAN, que implicaba la participación de los principales países europeos, fue desdeñosamente dejado de lado.

Pero el libreto de la guerra sin final y sin fronteras de Bush no acababa en Afganistán. El segundo capítulo –la invasión a Irak– comenzó a cambiar el panorama mundial e interno. Con eso, se acabó el consenso imperialista que había signado lo de Afganistán. Y lo que es más importante se inició un amplio rechazo mundial al imperialismo yanqui y a su gobierno que, con altibajos, se mantuvo y crece. Este repudio ha llegado a expresarse a veces en grandes movilizaciones mundiales. En otros momentos, es sólo un sentimiento generalizado, pero siempre juega como un factor importante de la situación mundial, como percibe correctamente Brzezinski.

Pero lo peor vino después del fácil triunfo sobre Sadam Husein. Después de declarar Bush solemnemente, en un show desde un portaaviones y televisado a todo el mundo, que la guerra había terminado, comenzó la verdadera guerra. Comenzó la Resistencia: la guerra del pueblo iraquí contra el odiado ocupante imperialista.

La gravedad de la situación del gobierno Bush y de la crisis de hegemonía de EEUU tienen que ver precisamente con que en Irak están frente a la posibilidad de ser derrotados en el terreno que ellos mismos eligieron para lograr el absoluto dominio mundial: están perdiendo en el terreno militar. Es como un jugador que hace una fuerte apuesta porque tiene una sola carta de triunfo, la tira... y se la matan. Por eso ahora, la discusión en EEUU comienza a ser cómo se retira del juego con las menores pérdidas posibles...

Este retroceso de hecho ya se ha iniciado, pero a nivel diplomático y de las relaciones con los otros imperialismos. Los sectores estadounidenses opuestos al “unilateralismo” de Bush, postulan un multilateralismo “moderado”: pasar por la “ventanilla” de la ONU, pero en última instancia si el expediente no se resuelve satisfactoriamente, actuar por cuenta propia. La catástrofe en Irak ha obligado parcialmente a Bush a volver a eso. Claro que la contrapartida ha sido una servil adecuación de la ONU y de los imperialismos europeos, que han votado la legalización post festum de la invasión de Irak y el reconocimiento del gobierno títere y las farsas electorales organizadas por el ocupante.

El trasfondo de esto es que el en siglo XXI no ha quedado abolida ni la competencia interimperialista a nivel económico, ni la rivalidad geopolítica entre sus estados. Pero hoy esto no se expresa como en el pasado a través de enfrentamientos como fueron las guerras mundiales. Es que, simultáneamente a la competencia y rivalidad se han desarrollado formas y espacios de asociación, interdependencia e intereses comunes. Su base económica ya la hemos descrito. Pero esto también actúa a nivel político: hay fuertes tensiones, pero nadie quiere que las cosas se “desmadren”. Y especialmente todos son enemigos de la rebeliones y luchas de los pueblos.

El test es Irak: los más acerbos críticos a EEUU, como Zapatero, son todavía más enemigos de la Resistencia. España retiró las tropas de Irak, pero está entrenando en su territorio a los mercenarios del ejército títere de Bagdad. Alemania, otro “opositor”, hace lo mismo en Yemen.

Ahora Zapatero también envía tropas españolas a Afganistán, para que EEUU, desesperado, pueda sacar soldados y llevarlos a Irak. Esto acaba con otra fábula del “progresismo”: los “democráticos” países europeos que se oponen a las aventuras imperialistas de EEUU.

Dentro de la crisis que atraviesa Estados Unidos, hay que tener en cuenta que históricamente, en su lucha por el dominio mundial, para el imperialismo yanqui ha sido de importancia central la búsqueda y el logro de “consenso” y “legitimidad”, tanto para consumo interno de las masas estadounidenses, como para el resto del mundo.

Desde ya, todos los imperialismos han hecho eso en alguna medida –desde la “pax romana” hace 2000 años, hasta la “carga del hombre blanco”, con su “misión civilizadora” de los bárbaros asiáticos y africanos en el siglo XIX–. Pero como el imperialismo yanqui ha practicado fundamentalmente el dominio semicolonial, “indirecto”, llevó una ventaja cualitativa frente a los imperialismos europeos que lo precedieron, basados inicialmente en la esclavitud colonial directa. EEUU podía presentarse como paladín de la “paz”, la “libertad” y la “democracia”.

Ya Trotsky había advertido esto como un rasgo particular y esencial del imperialismo yanqui: “Norteamérica siempre está liberando a alguien. Esa es su profesión.” [[25]] Por eso, los dos grandes saltos de EEUU en el dominio global –ocurridos en las dos guerras mundiales– estuvieron signados por la convincente retórica “democrática” de los presidentes Wilson y Roosevelt, respectivamente. Fue una ventaja inmensa, por ejemplo, frente al imperialismo alemán, que con Hitler basaba sus pretensiones en la superioridad racial germánica, argumento poco atractivo para el resto de la humanidad.

En los años 60 y 70, la guerra de Vietnam y simultáneamente las represiones sanguinarias a los procesos revolucionarios en América Latina auspiciadas por Washington, provocaron la primera gran crisis de legitimidad. Luego, para remontar la derrota de Vietnam, deslindarse de las dictaduras latinoamericanas apañadas inicialmente por EEUU y enfrentar el “totalitarismo soviético” Carter añadió el tema de los “derechos humanos”. Esto vino después muy bien frente a la estúpida movida de la burocracia soviética de invadir Afganistán.

La política de Bush mantiene la retórica de la “libertad y la democracia”: después de desvanecerse la mentira de las “armas de destrucción masiva”, el justificativo ha sido el de terminar con la “dictadura de Sadam Hussein” y en general, llevar el “sistema democrático” a Medio Oriente. Pero la atroz realidad de la ocupación colonial de Irak, las masacres diarias, las torturas elevadas a sistema legal y la farsa del gobierno títere ponen al desnudo su verdadero contenido.

Irak replantea esa crisis de legitimidad a mayor escala quizá que en los 60 y 70, ya que no existe el justificativo del “espantajo” soviético. Al Qaeda –si realmente existe– no da la talla. Por más que Bush repita que Bin Laden trata de erigir un Califato, un imperio islámico desde España a Indonesia, pocos toman en serio esos argumentos, aunque la campaña “islamofóbica” tiene importancia en otros sentidos. En Europa, sirve para motivar la discriminación, el apartheid y el maltrato policial contra las poblaciones provenientes de las ex colonias europeas. Y en Palestina, para justificar las atrocidades de los ocupantes sionistas.

En EEUU, lo de Irak fue instalando (o reinstalando) una polarización que cruza a la sociedad norteamericana no sólo en relación a la guerra sino a otros puntos políticos. Bush ganó la reelección (aunque por poco margen), gracias principalmente a que no intentó eludir esa polarización sino que la exacerbó en puntos convenientes para movilizar a la derecha fundamentalista cristiana. Logró que esos sectores cavernícolas se inscribiesen y lo votasen; un hecho decisivo en un país donde la mayoría de los votantes potenciales se mantiene al margen. Y, por motivos obvios, Kerry, su rival demócrata, no quiso permitirse el juego peligroso de alentar esa polarización desde el extremo opuesto... Pero la polarización profunda de la sociedad norteamericana no se borró con el resultado electoral, y hoy se inclina mayoritariamente en sentido contrario a Bush.

Es, entonces, completamente equivocada la visión “esencialista” de Estados Unidos (que tienen ciertos sectores de la izquierda), como un país condenado al atraso político y la derechización de sus masas trabajadoras y populares. EEUU no es “el país de Bush”.

Hay que empezar por recordar que EEUU es el país donde se produjo la movilización de Seattle, que marcó el fin del consenso mundial alrededor del neoliberalismo y la globalización. Y, más en general, el período previo al 11 de septiembre fue de cierto ascenso, aunque éste debió desarrollarse a partir de las graves derrotas que implicaron para el movimiento obrero y social la (contra)Revolución Conservadora de Reagan en los 80.

Asimismo, no hay que olvidar que en los sesenta y parte de los 70, EEUU fue escenario de una vasta radicalización, con movimientos políticos y sociales de importancia mundial –como el estudiantil-popular contra la guerra de Vietnam y los movimientos de la comunidad afro-americana–. Y en ellos, aunque no fueron mayoría, se desarrollaron alas combativas y hasta revolucionarias.

Una de las cuestiones más importantes de la política mundial es si esa polarización de la opinión pública, que ahora se vuelca cada vez más contra la aventura neoconservadora, llegara a transformarse en una movilización de masas. Si esto llegara a suceder, sería posible también que sectores de la clase trabajadora no permaneciesen al margen, como sucedió lamentablemente cuando Vietnam.

Lo importante es que el movimiento de oposición a la guerra ha resurgido. Aunque aún es la movilización de una vanguardia, está teniendo una repercusión en las masas inédita desde que Bush se lanzara a su aventura de guerra sin final y fronteras.

En esta situación, se vuelve vital un debate estratégico que cruza toda la izquierda norteamericana: si va a luchar por una alternativa política independiente frente a los dos partidos gemelos de la burguesía imperialista yanqui, el Republicano y el Demócrata; o va a persistir en la línea estéril y fracasada de ser el ala izquierda de los demócratas. El desastre de las últimas elecciones, con Kerry compitiendo con Bush en quién es más belicista, ha demostrado que eso no lleva a ninguna parte. La dependencia de los demócratas, tuvo una consecuencia directa en el eclipse del movimiento antiguerra durante el 2004: había que jugarlo todo a las elecciones y no había que “polarizar” ni “asustar” a los “electores indecisos”.

Ahora, el resurgimiento del movimiento contra la guerra y la posibilidad de que llegue a poner en movimiento a sectores de masas plantea este vital problema estratégico. El desarrollo de una alternativa política independiente va a ser el producto de un posible ascenso y, a la vez, la herramienta indispensable para que este ascenso no se desinfle al nacer.

Entonces, el “nudo” que señalamos de la situación mundial –¿cuál va a ser el desenlace final de la aventura hegemonista?– es una batalla que, por supuesto, también se libra al interior de EEUU, como uno de sus campos de batalla principales.

>>>> A la tercera parte >>>>

Notas:


[1].- Zbigniew Brzezinski, “Otro error más de Bush”, reproducido en el sitio de Realidad Económica, 01/11/05, subrayado nuestro.

[2].- Immanuel Wallerstein, “Bush en el deslizamiento de lodo”, www.socialismo-o-barbarie.org. edición del 20/11/05.

[3].- Ayuda a esta simplificación la difusión mundial que están alcanzado los bushism, sus frases célebres increíblemente idiotas –como por ejemplo: “cada vez más nuestras importaciones vienen del exterior”– o los relatos que hace Bush de sus diálogos con Dios... Hoy las recopilaciones de bushism circulan traducidas a todos los idiomas.

[4].- El mejor ejemplo es Irak. Se suele olvidar que si bien fue Bush quien terminó invadiendo Irak, durante los ocho años de presidencia de Clinton ese país no sólo fue bloqueado sino también machacado con bombardeos periódicos. Se ha comprobado que la falta de alimentos y medicinas, y esos ataques causaron la muerte directa o indirecta de 1.000.000 de iraquíes, gran parte de ellos niños segados por el hambre, las enfermedades y el envenenamiento debido al uranio empobrecido de las bombas yanquis. De modo que, como genocida, Clinton aún va ganando por 10 a 1 a Bush, a quien se calcula “apenas” 100.000 muertes iraquíes desde la invasión.

[5].- Fouad Ajami, "The Sentry's Solitude", Foreign Affairs, nov/dic 2001

[6].- “Proyect for the New American Century - Statement of Principles”, 03/06/97, www.newamericancentury.org. Sus firmantes fueron Elliott Abrams, Gary Bauer, William J. Bennett, Jeb Bush, Dick Cheney, Eliot A. Cohen, Midge Decter, Paula Dobriansky, Steve Forbes, Aaron Friedberg, Francis Fukuyama, Frank Gaffney, Fred C. Ikle, Donald Kagan, Zalmay Khalilzad, I. Lewis Libby, Norman Podhoretz, Dan Quayle, Peter W. Rodman, Stephen P. Rosen, Henry S. Rowen, Donald Rumsfeld, Vin Weber, George Weigel y Paul Wolfowitz. El PNAC fue fundado en 1997 por Robert Kagan y William Kristol, neoconservadores y notorios personajes del lobby sionista.

[7].- Muchos nombres que aparecen en los textos del Proyect también se los puede encontrar en el staff y las publicaciones del tradicional Council on Foreign Relations (Consejo de Relaciones Exteriores), que edita la revista Foreing Affairs (Asunto Exteriores). En el staff del Council y su revista se juntan desde un vicepresidente del Citigroup y otros dirigentes corporativos de ese nivel, hasta altos ex funcionarios del Departamento de Estado, académicos especializados en el tema, etc. En estas publicaciones raramente escribe alguien que no sea 100% norteamericano (a veces algún inglés o israelí). Prácticamente no hay contribuciones de europeos, aunque sean de derecha. Entonces, la “atmosfera” intelectual que se percibe es como el de una “pieza cerrada”, donde no entra un soplo de aire fresco del exterior. Hay una combinación muy peculiar de cierta erudición a nivel de los datos empíricos con un provincianismo asombroso y un nivel pueril en todo lo que tenga que ver con concepciones generales teóricas, históricas o sociológicas. Es en estos círculos, por ejemplo, donde charlatanes insignes, como Samuel P. Huntington, el inventor del “Choque de Civilizaciones” (“The Clash of Civilizations”), brillan como faros intelectuales. La revista Foreing Affairs le regala a cada suscriptor nuevo un ejemplar del bodrio de Huntington.

La falta de seriedad de esta legión de “pensadores” del establishment norteamericano se evidencia en que elaboran “teorías” y “concepciones mundiales” casi con la misma rapidez con que un McDonald saca hamburguesas o pollo frito... según el pedido circunstancial del cliente. Cuando el imperialismo yanqui comienza a ponerse frenético por el petróleo de Medio Oriente y el poder de China empieza a preocuparle, aparece oportunamente un profesor erudito que demuestra que “el mundo ha entrado en una nueva fase... Las grandes divisiones en el género humano y la fuente de conflicto dominante serán culturales.... el choque de civilizaciones”... La civilización occidental versus los estados “islámicos” y los “confusianos” (¡sic!)... (Samuel P. Huntington, “The Clash of Civilizations”, Foreign Affairs, Summer 1993). Por supuesto, la intelectualidad burguesa europea y de otros países muchas veces elaboró teorías-justificación, como éstas... pero generalmente han sido algo más “finos”.

[8].- Años después Condolezza Rice anunciaría a los europeos que EEUU “actuará desde el terreno firme de los intereses nacionales, no los de una comunidad internacional ilusoria”. C. Rice, “Promoting the National Interest”, Foreing Affairs, ene/feb 2000.

[9].- Citado por Alex Callinicos, The New Mandarins of American Power (Polity, 2003).

[10].- Sobre el sistema de ­lobbies, característico del régimen político estadounidense, y el papel que juegan allí intereses aparentemente “extranjeros”, como el lobby israelí y el lobby cubano, volveremos más adelante.

[11].- Uno de los testimonios más resonantes ha sido el de Paul O'NeilI, ex Secretario del Tesoro en el primer gabinete de Bush. En enero del 2004, reveló que “la administración Bush comenzó a planificar la invasión de Irak, días después de entrar a la Casa Blanca” (CNN.com, 14/01/04). A diez días de asumir, Bush pidió al gabinete que le inventaran un justificativo para atacar Irak. Luego, comenzaron a circular “memos” con un “Plan for post-Saddam Iraq” (Plan para el Irak posSaddam) y otro titulado “Iraqi Oilfield Contracts”, o sea, cómo se iban a repartir los yacimientos petrolíferos. (Entrevista de O’Neill a CBSnews, 11/01/04) Se repartían la piel del oso antes de cazarlo...

[12].- No está claro si el conjunto de las corporaciones relacionadas con el negocio energía-petrolero estaba de acuerdo con esta política. Es probable que el equipo Bush refleje más directamente a un sector aventurero y piratesco –Haliburton, Enron, etc.– pero minoritario. Esto se ve también en relación a Venezuela. Las grandes petroleras, como Chevron-Texaco, siguen haciendo buenos negocios con Chávez.

[13].- Citado por Alex Callinicos, “Repercusiones de la elección de Bush”, Socialismo o Barbarie, periódico, 11/11/04.

[14].- Arthur Lepic, “Democracia de mercado: Esos intereses privados que gobiernan los Estados Unidos”, Red Voltaire, 26/08/05.

[15].- Maxime Rodinson, “Israel, a Colonial-Settler State”, Pathfinder, Nueva York, 1973.

[16].- Bastan dos datos para ver hasta que punto (y con plena razón) el imperialismo yanqui considera a Israel prácticamente como “territorio propio”. En primer lugar, Israel goza del privilegio inaudito de tener armas atómicas, sin que EEUU haga la menor objeción, ni a Koffi Anan y a la ONU se les ocurra husmear por allí, como hacen con Irán. En segundo lugar, el erario norteamericano ha gastado desde 1973 1.600.000 millones de dólares en subvencionar a Israel. (David R. Francis, “Economist tallies swelling cost of Israel to US”, The Christian Sciencie Monitor, 09/12/02) Si Israel tuviese que vivir de sus propios recursos como un país “normal”, incluso aunque no hubiese situaciones bélicas con los árabes y palestinos, o no sería “viable” o sería un país muy diferente, sin el nivel de vida europeo de que disfruta en medio de la miseria de la región.

[17].- El desastre casi “tercermundista” de Nueva Orleans mostró dramáticamente hacia donde se orientan las prioridades y el gasto del estado federal.

[18].- Para el presupuesto del 2006, la suma de estos tres departamentos llegará a casi 500.000 millones dólares. Y eso que por una maniobra contable, ya desde el presupuesto del 2005 no se incluyen los gastos de la ocupación de Irak, por ejemplo... (Datos de “2006 Budget Proposal”, Washington Post, 07/02/05).

[19].- Rumsfeld hizo el servicio militar como piloto naval. Pero su experiencia militar es como sólo funcionario civil a cargo de cuestiones militares. Fue embajador en la OTAN y luego Secretario de Defensa en 1975-77.

[20].- Wallerstein, “US Power and US Hegemony”, Monthly Review, agosto 2003.

[21].- Varios analistas insisten en que no fueron sólo los factores de orden mundial los que determinaron el giro belicista, sino que también pesaron los problemas internos. Al iniciarse el siglo XXI, se había producido lo de Seattle y la estabilidad política y social en EEUU estaba amenazada por el estallido de la burbuja de Wall Street, la recesión, los escándalos corporativos, la bancarrota de los fondos de pensión, la crisis del sistema de salud, la creciente desigualdad social... “Para hacer frente a todo esto, el presidente [Bush] había sido elegido no por el pueblo, sino por cinco contra cuatro votos de la Suprema Corte. En vísperas del 11 de septiembre, su legitimidad estaba cuestionada por al menos el 50% de la población. La única forma de prevenir el aniquilamiento político de los republicanos fue la intensa solidaridad –expresada en un reavivamiento nacionalista– creada alrededor de los acontecimientos del 11 de septiembre y del terror del antrax.” (David Harvey, “The New Imperialism”, Oxford University Press, 2003, p. 70, subrayados nuestros)

[22].- Lógicamente, el proyecto de “orden mundial” alentado desde las dos principales potencias europeas –Alemania y Francia, con ciertas coincidencias con Rusia y China– difiere del postulado por los neoconservadores de EEUU. Puede resumir así:

1) Existe una “comunidad internacional”, un “derecho internacional” y “organismos internacionales”, la Organización de las Naciones Unidas en primer lugar, la Corte Penal Internacional, etc.

2) La guerra y la paz y, en general, todas las querellas internacionales de orden político las debe resolver la ONU, a través del Consejo de Seguridad (donde EEUU, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China tienen asientos permanentes y derecho de veto).

3) Del mismo modo, tiene que ser competencia exclusiva de la ONU disponer la ocupación militar de países y el establecimiento de protectorados. Así también debe ser en el caso de Irak. Si hay que invadirlo, lo decidirá la ONU... y si dice no, es no.

4) La Corte Penal Internacional debe tener derecho a juzgar a todo el mundo, incluso a militares estadounidenses, por crímenes de lesa humanidad.

Es obvio que, dentro de este ordenamiento, nada puede ser decidido sin el acuerdo de Francia (e indirectamente Alemania), Rusia y China. Tanto EEUU como su alter ego británico estarían siempre obligados a buscar el consenso con ellos. Por el lugar que ocupan en los “organismos internacionales”, pretendían, con el solo gasto de levantar la mano en el Consejo de Seguridad, dictar condiciones a EEUU, que al momento de invadir Irak gastaba en su presupuesto militar la suma de los presupuestos de los 15 siguientes países...

[23].- Como se recordará, el ataque de la aviación japonesa a la flota norteamericana estacionada en Pearl Harbor (Hawai) en diciembre de 1941 marcó la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial. Hasta ese momento, el público estaba muy dividido en relación a la guerra. Gracias al ataque japonés, el presidente Roosevelt, que siempre había tenido el objetivo de intervenir en el conflicto, pudo unificar a la sociedad norteamericana para combatir contra el Eje (Alemania, Italia y Japón).

En el 2000, un año y medio antes del 11 de septiembre, el mencionado Project for the New American Century, publicó el documento “Rebuilding America’s Defenses: Strategies, Forces and Resources for a New Century”, con un programa más detallado que la Declaración inicial que comentamos. En “Rebuilding” ya se planteaba abiertamente “tomar el control militar de la región del Golfo”; o sea, invadir Irak. Pero además, este texto se lamentaba que el proceso de “transformación estratégica” de las fuerzas armadas de EEUU “va seguramente a ser largo, salvo que ocurra un evento catastrófico y catalizador –como un nuevo Pearl Harbor–“. (Citado por Christopher Bollyn, "America 'Pearl Harbored'", American Free Press, 12/04/04, subrayado nuestro). El “nuevo Pearl Harbor” ocurrió oportunamente, cuando Bush estaba cada vez más en problemas, y el “paquete” de rearme de los neoconservadores y de “tomar el control militar del Golfo” parecía difícil de lograr en esas condiciones. Esto ha multiplicado las especulaciones e interrogantes acerca del 11 de septiembre.

[24].- Y el vicepresidente Cheney aclaró que era una guerra “distinta a la guerra del Golfo, en el sentido que no puede acabar nunca. Al menos, no en el trascurso de nuestras vidas”. (Cit. SoB revista N° 14, marzo 2003)

[25].- “El imperialismo yanqui –advertía Trotsky ya en 1926– es, por su esencia, despiadadamente brutal, depredatorio, en el pleno sentido de la palabra, y criminal. Pero debido a las condiciones especiales de su desarrollo, tiene la posibilidad de envolverse en la toga del pacifismo... No lo hace a la manera de los imperialistas del Viejo Mundo, donde todo es transparente... [...] Estados Unidos entró tarde a la arena mundial, después que todo el mundo ya había sido tomado y divido. El progreso imperialista de Estados Unidos, por lo tanto, avanza bajo la bandera de la ‘libertad’... el reinado de la paz... la autodeterminación de las naciones... el castigo a los criminales y los premios a los virtuosos...” El imperialismo de EEUU se presenta, entonces, como “humano, democrático... Norteamérica siempre está liberando a alguien. Ésa es su profesión”. León Trotsky, “Perspectivas del desarrollo mundial”, discurso del 28/07/24, publicado en “Sobre Europa y Estados Unidos”, Ediciones Pluma, Buenos Aires, 1975.

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