Socialismo o Barbarie
N° 19

Brasil: Un debate necesario para los luchadores y la izquierda

¿Qué hacer frente a la crisis política e institucional?

Praxis, corriente marxista revolucionaria del PSOL

Como una sucesión de mazazos sobre la conciencia (y la paciencia) de millones, la población asiste a una diaria renovación de las denuncias de corrupción contra altísimos funcionarios del parlamento, del gobierno, del PT y sus aliados e incluso de la oposición, como vemos ahora en las denuncias según las cuales también el PSDB [el partido del ex presidente F. H. Cardoso] en Minas Gerais recibía dinero de las cajas que administraba nada menos que Marcos Valério.

En esta situación, recae una inmensa responsabilidad sobre los luchadores de la clase trabajadora, del estudiantado y los movimientos sociales, y, especialmente, sobre los militantes de la izquierda socialista. Es que además en esta crisis –al mismo tiempo que se expone toda la podredumbre de la «democracia» de los ricos y sus sirvientes «de izquierda»– se desarrollan dos rasgos peligrosos:

1) Después de su desencadenamiento, no se ha producido una irrupción del movimiento de masas, de los trabajadores y los sectores populares, levantando sus reclamos y sobre todo luchando por una salida propia e independiente. La crisis se sigue desarrollando «en las alturas», y los trabajadores y el pueblo sólo son espectadores de ella, por la televisión o los diarios. Los únicos que «tienen la palabra» son los parlamentarios, los ministros, el presidente, los dirigentes políticos –o sea, los implicados en su gran mayoría en los esquemas de corrupción– y también la «gran prensa» y las redes de televisión al servicio del gran capital.

Esto abre las puertas a que todo «acabe en pizza», esto es, que finalmente se «cierre» la crisis mediante acuerdos antidemocráticos realizados no sólo a espaldas del pueblo, sino contra él. Que se vuelva a la «normalidad» después de una «limpieza» de los más comprometidos. Cambiarán los personajes, pero en el fondo las cosas seguirán igual. De esa manera, el Poder Ejecutivo y el parlamento podrán retomar la agenda que le exigen sus patrones: avanzar en las (contra)reformas neoliberales (laboral, sindical, etc.). En síntesis: que todo se resuelva en los marcos del régimen y a su conveniencia, y no por fuera y en contra de él.

2) Otro problema que suma un obstáculo adicional para la intervención del movimiento de masas en la crisis es que no existe una respuesta unificada de la vanguardia ante la crisis institucional. No se han establecido genuinos organismos de frente único o por lo menos de unidad de acción ante la crisis por parte de los activistas del movimiento obrero y social, y sobre todo de las corrientes de izquierda. Movilizaciones como la de Brasilia del 17 de agosto son acciones positivas, pero sólo de vanguardia y esporádicas. No tienen continuidad ni son parte de un plan de acción ni de un esfuerzo unitario de la vanguardia para tratar de poner en movimiento a sectores de masas, única forma de intervenir real y positivamente en la crisis.

A estas responsabilidades nacionales se agrega también una gran responsabilidad internacional e internacionalista.

En primer lugar, Brasil se suma al cuadro regional de inestabilidad política con gobiernos que amenazan no terminar su mandato o quedan maltrechos en medio de su mandato. En América Latina, las «democracias» capitalistas (y coloniales) están en serios problemas como herramienta de dominio estable de las burguesías locales y el imperialismo. Que ahora se agregue Brasil representa un salto en esas dificultades.

Pero la mayor importancia mundial de esta crisis es que el gobierno Lula y el PT encarnaron, a los ojos de amplios sectores de masas y de la centroizquierda reformista de todo el mundo, el proyecto político de un capitalismo «distinto», con «rostro humano», diferente al capitalismo «neoliberal» y «salvaje». En efecto, en todo el planeta, los reformistas sin reformas, los burócratas sindicales que tratan de pasar por «progresistas», las ONGs y la más amplia fauna de oportunistas proclamaron que el gobierno de Lula y el PT iba a hacer realidad el lema del Foro Social Mundial, de que «otro mundo es posible»... dentro del capitalismo y del régimen democrático–burgués. Se trata de la bancarrota escandalosa y miserable del paradigma internacional del reformismo del siglo XXI.

Por todos estos motivos creemos que es necesario desarrollar un amplio, democrático y fraternal debate sobre esta cuestión decisiva: ¿qué debemos hacer frente a esta crisis? No se trata de un debate «académico» sino de la política para luchar unidos por una salida independiente y de clase, cuya clave es cómo lograr que las masas dejen de ser los «convidados de piedra» de la crisis.

La crisis del mensalão  (los pagos mensuales a diputados adictos) pone al desnudo al gobierno, al PT y al parlamento burgués. En ese sentido, es muy educativa para las masas. Pero, como sucede en todas las crisis políticas y sociales, eso no significa que automáticamente tendrá un desenlace «por la izquierda». Si las clases trabajadoras y populares no intervienen movilizadas, algunas consecuencias inmediatas de la crisis pueden ser desfavorables. Por ejemplo, que sectores importantes de las masas sean ganados por el escepticismo y la pasividad, con la creencia de que todo da igual, y nada se puede hacer porque nada se puede cambiar. O que las alternativas creíbles ante el desastre petista sean de derecha (algo que ya se expresó en las elecciones municipales del año pasado). 

Tres crisis en una, pero por ahora «en las alturas»

El mensalão puso en marcha una triple crisis: del gobierno Lula, del PT y del parlamento. Aunque están enlazadas, cada una tiene rasgos propios y hay también un desarrollo desigual entre ellas. Las más profundas son las dos primeras. La crisis del Poder Legislativo, aunque muy grave, se presenta, sin embargo, más «mediada». Su combinación configura lo que se puede calificar como una «crisis de legitimidad del régimen democrático–burgués», aunque con rasgos y límites peculiares, que lo diferencian de las que hemos visto en el siglo XXI en otros países de nuestro continente.

En primer lugar, el gobierno de Lula está en una profunda crisis, aunque lo más posible es que llegue al fin de su mandato pero en carácter de lo que en EEUU llaman un «pato rengo» («lame duck»). Es decir, un gobierno que en su período final está profundamente debilitado, casi vaciado de poder e iniciativas propias y como rehén de los partidos y sectores sociales que poseen el verdadero poder.

Ésta es, justamente, la salida elegida por la burguesía brasileña, las multinacionales, los bancos y la oposición burguesa «seria», como FHC y el PSDB: que Lula se quede en el cargo, condenado a obedecer dócilmente los dictados de las fuerzas que le «perdonaron la vida». Por eso Lula ha ratificado plenamente no sólo a Palocci, sino al plan económico neoliberal que el ministro encarna. Además, es sugestivo que Palocci –uno de las máximos corruptos del PT desde mucho antes, desde cuando era prefecto de Riberão Preto– haya sido relativamente preservado en las denuncias.

Digamos de paso que esto demuestra cuán interesados son los plañidos de lo queda de la  «izquierda petista», del PCdoB y de los burócratas de la CUT, la UNE y el MST, de que Lula es víctima de un «plan de la derecha» para derribarlo. En los hechos, hoy el sostén más sólido de Lula es el gran capital.

La defensa de Lula que hace esta gente no puede ser más hipócrita. Se encubre con reclamos de «cambiar el rumbo económico». Pero ellos saben que si antes de la crisis Lula no quería «cambiar» nada, ahora, si sobrevive, no tiene margen para hacer nada que incomode a la burguesía, el capital extranjero y los bancos (lo que, por otra parte, no está en sus planes). En verdad, el sostén al gobierno de esta «izquierda fisiológica» es incondicional. Ellos hablan de un cambio de la línea económica, pero no ponen eso como condición para seguir apoyando al gobierno.

En segundo lugar, la crisis terminal no es sólo del gobierno Lula, sino también del PT. Éste podrá, seguramente, seguir viviendo como mero aparato electoral y clientelista, aunque más débil que antes del mensalão. Pero como expresión, aun desfigurada, de una experiencia política de las masas trabajadoras y populares, el PT está acabado.

La conversión social y política del PT se ha demostrado completa: del partido obrero que fue en sus inicios pasó a ser un partido más del régimen capitalista, totalmente asimilado a las instituciones y «políticas de estado» de la burguesía en general y del capital financiero en particular. Sin embargo, lo que la mayoría no imaginaba es que a ese giro innegablemente procapitalista se le sumaría una bancarrota moral (aunque esto era tan lógico como inevitable). Es que el PT, al mismo tiempo que abandonaba hasta las más ínfimas reivindicaciones de los trabajadores, hacía flamear en su reemplazo la bandera de «la ética en la política». Pero el «modo petista de gobernar» resultó ser el mensalão.

Durante años, sectores de izquierda discutieron el carácter del PT y hasta qué punto era posible intentar su «regeneración». Después de que Lula subió al gobierno, la teoría de «partido en disputa» fue paralela a la de «gobierno en disputa» para justificar la permanencia en el campo oficialista y en el PT. El mensalão ha dado el veredicto definitivo: toda experiencia progresiva y genuina del movimiento de masas deberá procesarse por fuera del PT. Los dirigentes de la «izquierda petista» que continúen allí esgrimiendo el pretexto de «recuperarlo» no son más que farsantes, cuya única y verdadera preocupación es cómo seguir ocupando posiciones privilegiadas. En cuanto crean que para eso es más conveniente mudarse a otra leyenda política, no vacilarán en irse, como ya lo comienzan a hacer algunos.

Pero el actual proceso es mucho más que la crisis de ese partido. Marca el fin de un ciclo histórico del movimiento de masas y la izquierda, durante décadas protagonizado no sólo por el PT sino también por la CUT, el MST y la UNE, cuyos aparatos han salido en defensa incondicional de Lula. En ese sentido, la crisis ha puesto de relieve la necesidad de una profunda y amplia recomposición o refundación del movimiento obrero y social. En verdad, esta recomposición del movimiento político y social ya ha comenzado, pero aún se desarrolla limitado a sectores minoritarios y de vanguardia.

La tercera gran crisis es la del parlamento y, en general y muy desigualmente, de los partidos y dirigencias políticas burguesas.

La crisis de legitimidad del parlamento también es grave, pero en alguna medida menor que las del gobierno y el PT. Aquí entra en juego el cómo es vista la corrupción parlamentaria: si como un rasgo estructural o como el problema moral de algunos (o muchos) «políticos corruptos». Para la izquierda socialista, esto debería ser parte esencial de una batalla político–educativa que no se está desarrollando bien ni a fondo.

Lo del mensalão ha mostrado cómo es el funcionamiento –en la trastienda– de la otra gran institución de la «democracia representativa»: el parlamento. Y en esto no existen diferencias cualitativas sino de grado entre Brasil y los demás países con regímenes democrático–burgueses. El máximo ejemplo mundial de venta de votos de diputados y senadores son los Estados Unidos, donde por otra parte está legalizada la profesión de lobbyist; es decir, de «comprador» en este singular «libre mercado».

La etapa neoliberal ha llevado al extremo este rasgo estructural de la democracia burguesa. Contra lo que dicen las fábulas neoliberales, hoy el papel del estado es mayor que nunca, y las decisiones que toman los gobiernos y parlamentos juegan un rol fundamental en aumentar o disminuir las ganancias de los bancos, las multinacionales y los grandes grupos económicos.

A eso se agrega el hecho de que en, Brasil y el resto del mundo, las elecciones se han ido convirtiendo en un circo mediático, donde los Duda Mendonça de todos los países manipulan a la «opinión pública» gracias al absoluto monopolio capitalista de la TV y las radios. Así, en todas las «democracias» burguesas, es decisivo cuántos millones, cientos de millones o miles de millones tienen en el bolsillo los candidatos para invertir en campañas electorales.

Esto cierra el circuito de la «democracia» de los ricos. Por un lado, bancos, multinacionales y grupos económicos que necesitan que el gobierno y los «representantes del pueblo» decidan cosas a su favor. Por el otro, las pandillas de políticos del régimen que necesitan millones, tanto para enriquecerse como para lograr su elección o su permanencia en el cargo. Así, la «democracia» burguesa es cada vez más una mera forma cuyo contenido democrático real es cada vez más escaso.

Es necesario discutir esto con claridad, porque ni en el PSOL ni en la izquierda en general se ha dado una respuesta clara y unánime a esta cuestión. Por el contrario, hay una fuerte tendencia a las actitudes «moralizantes». O sea, no denunciar la corrupción en las instituciones del estado como un hecho estructural del capitalismo en general y de su fase neoliberal en especial, sino como una cuestión moral individual: que hay «corruptos» en el parlamento, el Poder Ejecutivo, etc.

Por supuesto, la política general de la burguesía para salir de la crisis institucional se apoya en el equívoco de que la corrupción en el estado es un problema moral individual. Así, se está impulsando un operativo de depuración –o, mejor dicho, de «autodepuración»–, cuyo objetivo es hacer recuperar la confianza en las instituciones. Se trata de hacer creer a la gente que el problema lo constituye una minoría de políticos y funcionarios corruptos –un problema ético individual y no del régimen mismo– y, por sobre todo, que las instituciones –tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo– son capaces de «autodepurarse», a través de los propios mecanismos del régimen (CPIs, comosiones de ética, etc.).

Así, se presenta el accionar de las CPIs como el reaseguro de que los parlamentarios «sanos» pondrán en evidencia a los parlamentarios «podridos» (como Jefferson, Severino, etc.). Con otros procedimientos, se desarrolla la misma farsa a nivel del Ejecutivo y del PT, mediante el alejamiento de Dirceu, Delúbio, Genoino y otros chivos expiatorios. Como dijo un medio paulista, en Brasilia funciona hoy el «Purgatorio» de la política brasileña. Pero, según la mitología cristiana, después de pasar por el Purgatorio, vamos al Cielo... ¡Ésa es hoy la principal línea de la burguesía!

Parcialmente, esto explica un fenómeno aparentemente contradictorio. Por un lado, la burguesía está interesada en que las aguas se aquieten y –por lo menos hasta ahora– que Lula sea preservado. Por otro lado, los grandes medios siguen dando resonancia a las denuncias de corrupción. Las clases dirigentes han comprendido que varias instituciones claves de su régimen de dominación –principalmente el Ejecutivo, las Cámaras y los partidos– están profundamente deslegitimadas. Es necesario que pasen por el Purgatorio de las CPIs para tratar de recuperar algo de legitimidad.

Ha sido quizás la jerarquía de la Iglesia –institución contrarrevolucionaria con siglos de experiencia– la que mejor sintetizó esta política. Así, en agosto pasado, el cardenal Geraldo Majella Agnelo, presidente de la Conferencia Nacional de Obispos, subrayó que los católicos «no harán coro» a los que defienden el alejamiento del presidente Lula. Pero subrayó: «Queremos que todos los problemas sean investigados». Para el secretario general de la CNBB, el obispo Pedro Scherer, la gran preocupación de la Iglesia es la «pérdida de credibilidad de aquellos que tienen la obligación de gobernar el país». Para el alto dignatario católico, «es preciso restablecer la confianza del pueblo en el Congreso para que no se llegue a la falsa conclusión de que todos los políticos son corruptos». O sea: saquemos a los políticos que han sido sorprendidos in fraganti, para hacer creer que los restantes son ángeles y que el Congreso y las instituciones recuperen su cuota perdida de «credibilidad». 

Efectivamente, como dicen los obispos, esta es una crisis de «credibilidad» o, con más precisión, de legitimidad del gobierno y del régimen. Pero esta definición general no es suficiente.

En este siglo XXI se vienen sucediendo crisis políticas más o menos graves en el continente latinoamericano. Pero la de Brasil, hasta ahora, no es como las que hemos visto en Bolivia, Argentina, Ecuador, Venezuela, etc. No se trata sólo de que no ha caído Lula. Lo importante es que Lula no ha sido derribado o amenazado de derrocamiento porque las masas no han intervenido movilizadas en la crisis. No han habido rebeliones o por lo menos grandes movilizaciones como las que derribaron gobiernos en Bolivia, Argentina y Ecuador, o los repusieron derrotando un golpe de estado, como en Venezuela. Tampoco huelgas y fuertes movimientos como los que recientemente pusieron de rodillas al gobierno de Panamá, obligándolo a dar marcha atrás en las (contra)reformas neoliberales. Esta contradicción (y esta ausencia) es la clave fundamental de la situación política nacional.

Entonces, la crisis del régimen tiene hasta ahora, como rasgo principal, no una rebelión o por lo menos movilizaciones desde abajo, sino «sólo» una pérdida de «credibilidad» o «legitimidad» de las instituciones, que además es desigual según se trate del gobierno, el PT y otros partidos, o el parlamento.

Sin embargo, esta crisis de legitimidad es seria. Para medirla, es útil otra comparación, en este caso, con la crisis que hace más de una década derribó a Collor de Mello. Paradójicamente, varios de sus rasgos se presentan invertidos en relación a la actual. Cuando la crisis de Collor, se desarrolló una vasta movilización de masas, mientras que hoy eso no sucede aún. Pero ahora, contradictoriamente, la pérdida de legitimidad de las instituciones es cualitativamente superior. O, mejor dicho, con Collor, más que una crisis de legitimidad del régimen y de sus instituciones, se produjo un descrédito personal del presidente.

Efectivamente, la crisis se concentró casi exclusivamente en su persona y en su personal (con el pintoresco P.C. Farias a la cabeza). Ni siquiera afectó a todo el Poder Ejecutivo, lo que permitió la fácil sucesión de Itamar, que cerró la crisis. El parlamento no apareció en esos momentos como una cueva de malandrines, sino como el augusto tribunal que juzga a un personaje política, geográfica y socialmente marginal, que había llegado a la presidencia casi por casualidad. Los principales partidos, comenzando por el PT, no fueron mayormente afectados. Finalmente las instituciones del régimen salieron relativamente fortalecidas de la prueba. Esto fue un factor no menor para que luego FHC pudiese pasar fácilmente la aplanadora neoliberal.

Hoy es muy distinto. Aunque con bastantes desigualdades, el descrédito abarca tanto al Poder Ejecutivo como al Legislativo y a los partidos (encabezados por el PT). Si la actual pérdida de legitimidad se combinara con movilizaciones como las de 1993, se abriría una situación cualitativamente más grave para el régimen.

La situación del movimiento de masas y de la vanguardia

Hemos señalado que el problema clave de la situación política nacional consiste en que esta crisis comenzó y sigue desarrollándose «en las alturas». Continúa sin estar mediada por irrupciones del movimiento de masas, como ha sucedido recientemente en otros países del continente o como pasó aquí en 1992/93 con Collor. Esto nos exige un somero análisis de este hecho y sus causas. Cualquier política y consignas que se formulen deben tener esto primordialmente en cuenta.

Creemos que este hecho no tiene una sola y exclusiva causa, sino que existe una combinación de motivos.

En primer lugar, los «movimientos sociales» constituidos o renovados durante lo que podemos llamar el «ciclo PT» –el movimiento de los trabajadores asalariados organizado en la CUT y sus sindicatos, el MST en sectores del campo y el estudiantil de la UNE– pasaron en la última década por distintos y desiguales procesos que tuvieron sin embargo un resultado parecido: el de diferentes combinaciones de elementos de derrotas por la base y de burocratización y cooptación de sus aparatos dirigentes.

Es importante comprender que éste no ha sido un fenómeno solamente «brasileño». Los últimos años de la década del 80 y los primeros de los 90 fueron, en América Latina y el resto del mundo, tiempos de derrotas generalizadas de los movimientos sociales y especialmente en los movimientos de los obreros y trabajadores urbanos. Fueron también los años donde las (contra)reformas neoliberales asolaron América Latina y el mundo entero.

En el movimiento obrero, por ejemplo, la derrota de la huelga petrolera de 1994 marca aquí el inicio de un período de retroceso y desmovilización del que el movimiento obrero aún no ha logrado salir. Mientras eso sucedía por abajo, por arriba se producía un salto cualitativo en la burocratización, la cooptación de los dirigentes sindicales petistas y el «ascenso social» de muchos de ellos. El fabuloso negocio de los fondos de pensión y otros por el estilo generó el fenómeno del sindicalista–empresario, del que Gushiken va a ser el paradigma. Ahora, de las investigaciones parlamentarias comienzan a surgir datos de las sumas multimillonarias que fueron a los bolsillos de estos sectores mediante maniobras en la compra y venta de acciones por los fondos de pensión.

Simultáneamente, la principal función de las direcciones sindicales dejó de ser la de encabezar los reclamos de clase trabajadora –aunque sea de modo «reformista» y sindicalista–, para ocuparse en cambio de la participación en las cámaras de negociación, cámaras sectoriales, etc., en estrecha integración con el estado y las organizaciones patronales. La llegada del PT al gobierno federal no hizo más que coronar este proceso degenerativo, que estaba en curso desde mucho antes. Se ha llegado al colmo de que el ministro de Trabajo, Marinho, es al mismo tiempo el titular de la CUT.

Asimismo, en esos años, los cambios de la globalización y los efectos de las (contra)reformas neoliberales produjeron transformaciones importantes de la misma clase trabajadora y de las relaciones laborales, cambios que no favorecen las posibilidades de su movilización porque tienden a atomizarla y desorganizarla. Para peor, las organizaciones sindicales (dirigidas por esas burocracias en pleno proceso de cooptación y «ascenso social») no trataron de adecuarse para enfrentar esas transformaciones. La consecuencia es que una nueva clase trabajadora –que ha crecido especialmente en los servicios pero también en nuevos sectores productivos– ha quedado en su mayoría por fuera de toda organización, atomizada y en la informalidad.

El estudiantado, por su parte, nunca volvió a desplegarse en un movimiento como el de los tiempos de Collor. En la superestructura del movimiento estudiantil se enraizó una burocracia no menos nefasta y corrupta que la de la CUT  pero, en este caso, mayoritariamente no del PT sino del PCdoB.

El MST, en los 90, apareció como una alternativa de lucha frente al retroceso de los movimientos urbanos obreros y estudiantiles. Y éste no fue un fenómeno exclusivamente brasileño. En toda América Latina, algunos movimientos «sociales» aparecían en la vanguardia de las luchas, mientras los movimientos obreros y sindicales tradicionales se retraían. Alrededor de este hecho real se elaboraron las teorías más fantasiosas. Se presentó a estos movimientos como la superación histórica tanto de los «anticuados» movimientos obreros y sindicales como de los no menos «anticuados» partidos. El MST se constituyó en el paradigma mundial de esta fabulación.

El gobierno Lula vino a ser también un test definitorio en relación al MST, y sobre todo su burocracia dirigente. La conducta del aparato encabezado por Stédile fue similar a los de la CUT y la UNE. Aunque Lula ha estado por detrás de Cardoso en materia de «reforma agraria», tanto la burocracia del MST como los sectores más privilegiados que ella representa –los productores ya asentados– se someten al gobierno, en primer lugar porque dependen estrechamente de las subvenciones que reciben del estado. 

Todo esto se ha expresado en una conducta común de esta Santísima Trinidad burocrática CUT–UNE–MST. Primero, apoyaron por acción u omisión la profundización de las (contra)reformas neoliberales, comenzando por la reforma previsional y el sometimiento a una política económica al servicio del capital financiero y del pago de deuda externa. Sus «críticas» son pura hipocresía, porque al mismo tiempo no rompen con Lula ni intentan movilizar contra sus medidas antiobreras y antipopulares.

Ahora, redoblando esos argumentos, se han alineado en defensa de la corrupta pandilla del Planalto, con la fábula de la «conspiración de la derecha». Los aparatos de la CUT, la UNE y el MST han sido, entonces, un factor de fundamental importancia para bloquear la entrada en escena de las masas trabajadoras, estudiantiles y populares en la crisis institucional.

Sin embargo, sería una simplificación (que hacen muchas corrientes de izquierda, entre ellas el PSTU) la de reducir a este problema «de dirección» las complejas dificultades para poner en marcha una movilización general y política de las masas trabajadoras, estudiantiles y populares frente a la crisis. Después de todo, los procesos de rebeliones en otros países latinoamericanos no se realizaron con los aparatos burocráticos a la cabeza, sino desbordándolos. Por otra parte, varias luchas obreras y populares de los últimos años, demuestran que también aquí la gente es capaz de hacer eso. Pero esto no ha sucedido en relación a la crisis institucional.

Así, en los últimos tiempos se han dado algunas luchas significativas que pasaron por encima de las direcciones burocráticas y traidoras, como la gran huelga bancaria del 2004 o la del Correo en San Pablo. También, en algunas ciudades, las movilizaciones principalmente juveniles contra las tarifas del transporte han sido importantes, y tampoco las ha convocado ni encuadrado ningún aparato. Pero estos procesos no sólo no se han generalizado, sino que lo más importante es que no han tomado el carácter claramente político de las rebeliones y de otras luchas que han sido frecuentes en el resto del continente.

Asimismo, los millones que salieron a la calle a celebrar la llegada de Lula a la presidencia –algo inédito en anteriores cambios de gobierno– no lo hicieron organizados por los aparatos petistas ni bajo sus órdenes. No eran indiferentes a los grandes acontecimientos políticos, y además ningún aparato vino a decirles que debían salir. ¿Por qué por lo menos un sector de esas masas no sale ahora a protestar?

Creemos, entonces, que hay otros factores que también influyen en ese sentido, junto al obstáculo inmenso de los aparatos burocráticos de la CUT, UNE y MST.

Aquí entran en juego los problemas de la subjetividad de las masas que votaron a Lula con la esperanza de cambios favorables. No había expectativas enormes, ni menos aún de cambios revolucionarios. Pero se creía que, con Lula presidente, estaría gobernando, por primera vez en la historia de Brasil, «uno de los nuestros», y que por lo tanto haría mucho a nuestro favor.

Esto se inscribe en el entrecruzamiento de dos fenómenos mundiales que aquí se expresaron con características propias con el ascenso del PT al gobierno. Por un lado, las masas trabajadoras y populares no han superado la crisis de la alternativa socialista al capitalismo que dejó en herencia el derrumbe del falso «socialismo» burocrático. Pero, por el otro, el capitalismo en su versión neoliberal ha ido produciendo tales desastres que rápidamente fue perdiendo legitimidad y, sobre todo, comenzó a enfrentar una creciente resistencia, con procesos de lucha que en América Latina han tenido su expresiones más avanzadas en las rebeliones populares en varios países. Esta contradicción asumió aquí formas singulares, que se encarnaron en la llegada del PT al poder.

En el ascenso del PT al gobierno se combinaron en la subjetividad de las masas ambos elementos: la firme esperanza de salir con Lula del infierno neoliberal, pero, por supuesto, sin la perspectiva ni las intenciones de ir más allá del capitalismo (ni del régimen «democrático»).  

Ahora, la tremenda decepción con el PT ha tenido resultados complejos y contradictorios en la subjetividad de las masas y de la vanguardia.

Por un lado, la bancarrota política y moral del PT (y de los aparatos que lo apoyan), ha abierto un proceso de recomposición al nivel de la vanguardia, tanto a nivel político partidario (con la formación del PSOL y el relativo fortalecimiento del PSTU)  como también del «movimiento social», afectando a las organizaciones de masas como la CUT, la UNE y el MST, que fueron parte fundamental del «ciclo PT», abierto hace 25 años. Esto tiene una trascendencia histórica y es extraordinariamente progresivo. Son los primeros pasos hacia una necesaria refundación del movimiento social en su conjunto, que ha sido en buena medida destruido por esa combinación de derrotas por abajo y burocratización y cooptación por arriba, que ya señalamos.

Pero, por el otro lado, esta recomposición política, sindical y de los movimientos sociales apenas está en sus pasos iniciales. Aún es esencialmente un fenómeno de vanguardia, sobre todo en el terreno orgánico y de la movilización, que son los decisivos en la lucha de clases. El casi único reflejo en sectores (minoritarios) de masas de esta recomposición es la intención de voto presidencial por Heloísa Helena, que según ciertas encuestas llega casi al 10% en los grandes centros urbanos. Esto es muy significativo como síntoma, pero no es orgánico: es sólo una simpatía electoral (es decir, por sí misma, pasiva). Por lo tanto, no se traduce directamente en ninguna forma de organización ni menos de movilización (aunque podría ser un factor importante para lograr eso).

La misma vanguardia, aunque se esté incorporando a ella una nueva generación juvenil, está lejos de tener dimensiones proporcionales a la magnitud colosal de la clase trabajadora asalariada –la mayor de América Latina–, el estudiantado universitario y secundario y otros sectores populares. Aunque militantes de corrientes de izquierda opositoras al PT ocupan cargos en las comisiones directivas de una minoría de sindicatos, esto no significa que la vanguardia esté en capacidad de movilizar a esas bases, y mucho menos por cuestiones políticas. Aquí además se añade un problema histórico del movimiento obrero brasileño: la extrema debilidad o la total inexistencia de estructuras sindicales de base (shop stewards, comités de empresa, delegados, etc.), que juegan un papel clave en los movimientos obreros y sindicales de otros países europeos o latinoamericanos, tanto para la movilización como para desarrollar corrientes antiburocráticas. Entonces, la mayoría de las veces, entre la directiva del sindicato y las bases de trabajadores hay un vacío; no existen estructuras orgánicas.

La  formación de Conlutas ha sido un paso muy importante y progresivo de la recomposición, pero es contraproducente exagerar sus fuerzas reales, como hace la dirección del PSTU. Conlutas sólo agrupa a un pequeñísimo número de sindicatos en relación a los miles que aún están en la CUT. Y si contamos el número de miembros, las proporciones son mucho más desfavorables. A eso hay que agregar que Conlutas, como tal, sólo es capaz de impulsar movilizaciones de la vanguardia, como las marchas a Brasilia, y actos al nivel estadual, etc. Pero no tiene fuerzas para determinar por sí misma huelgas u otras luchas de las bases trabajadoras, ni siquiera del puñado de sindicatos que formalmente dirige.

Si en la vanguardia se viene desarrollado un proceso muy progresivo de ruptura con el PT y sus aparatos, y al mismo tiempo de recomposición política y sindical, en las masas los resultados de la bancarrota del PT son, como ya dijimos, mucho más contradictorios.

Por supuesto, la enorme frustración por el desastre del gobierno Lula y del PT ha sido un revulsivo terrible para las decenas de millones que confiaron en Lula. Pero aquí las consecuencias son diversas y desiguales, y no han conducido inmediatamente a la entrada en acción de sectores de masas, aunque en algunos sectores más o menos amplios se perciben «procesos moleculares» que podrían ser preparatorios de luchas.

Lo que vaya a suceder dependerá también (aunque no exclusivamente) de la acción de los sectores de vanguardia sobre el movimiento de masas. La política que desarrolle la vanguardia puede ayudar a que sectores de masas se pongan en movimiento o puede ser un obstáculo para eso.    

¿Pero cómo se presenta este «abanico» de respuestas en las masas trabajadoras y populares? En primer lugar, ya antes del mensalão, el PT ya había perdido en buena medida lo que fue su «base histórico–fundacional» de masas: sectores de la clase obrera industrial pero sobre todo del funcionariado público, bancarios, trabajadores de la educación, estudiantes, intelectualidad «progresista», clase media «ilustrada», etc.

Al mismo tiempo que fue perdiendo su base social–electoral histórica, el PT –mediante una política clientelista y asistencialista de larga tradición en Brasil– fue ganando otra base de votantes en sectores más pobres, pero también mucho más marginales y atrasados políticamente. Esto se desarrolló sobre  todo fuera de las grandes ciudades, como se reflejó en las elecciones municipales del 2004. Al hacer esto desde el gobierno, Lula y el PT no fueron muy originales: es la política aconsejada por el Banco Mundial y que aplican gran parte de los gobiernos del Tercer Mundo: asistencialismo barato para los más miserables (para ganar una base político–electoral clientelista y prevenir estallidos sociales) y duros ataques a los trabajadores asalariados y a la mayoría de las clases medias.

Como decíamos, esa «metamorfosis» de la base político–electoral del PT ha sido anterior al mensalão. Cuando el escándalo impacta sobre las masas, también se reflejan ésas y otras diferenciaciones. Según las encuestas que se hacen en la perspectiva de las elecciones presidenciales del año próximo, Lula está perdiendo apoyo vertiginosamente, pero todavía conserva un importante caudal que le permitiría disputar la reelección, aunque ya por escaso margen. Pero en los sectores más atrasados políticamente y más marginales geográfica y socialmente, Lula cuenta aún con millones de votos.

En cambio, el impacto sobre los sectores asalariados y de clase media «ilustrada» que habían sido la base histórica del PT, el mensalão fue un golpe brutal, que aceleró o consumó un proceso de ruptura que ya estaba en curso. Pero, sobre estos sectores sociales y políticos, la consecuencia de esto no ha sido inmediata y automáticamente la de ponerlos en movimiento.

Como rasgo más general se generó un estado deliberativo, una especie de «estado de asamblea», pero atomizado y no encauzado orgánicamente bajo forma alguna. Esto se presenta combinado con sentimientos de enorme descontento, no sólo por la corrupción del gobierno y el PT en particular y de los «políticos» en general, sino también por reclamos económico–sociales. Es que estos sectores de masas que fueron la base histórica del PT son los que han resultado más perjudicados por la política económica de Lula–Palocci. El atraso salarial, el desempleo, el deterioro de las relaciones laborales y la reforma previsional son parte de una larga lista de golpes y agravios infligidos por quien decía que iba ser «su» gobierno.

Pero, a partir de esos rasgos más generales, las reacciones han sido dispares. Por un lado, el mensalão ha significado una escuela acelerada de politización para vastos sectores de las masas, sobre todo en relación con el parlamento, el PT y los viejos políticos, respecto de los cuales crecen los sentimientos de rechazo. Pero, por otro lado, en una parte muy importante de esos sectores, se ha generado también, como primera reacción, un profundo escepticismo. Aquí se expresa, por un lado, un aspecto progresivo de descreimiento y ruptura, sobre todo con el PT; pero por otro lado, si esto se encauza y consolida como el escepticismo de que «todos son iguales» y «no se puede hacer nada», el resultado es la pasividad.

Esto se relaciona también con el hecho de que, mayoritariamente, estos sectores, al mismo tiempo que han adquirido ese sano descreimiento en el régimen democrático–burgués, tampoco ven salidas por fuera del régimen. Estrechamente relacionado con la no intervención –hasta ahora– del movimiento de masas en la crisis política, es el hecho de que no existe hoy en la conciencia mayoritaria de las masas un horizonte de salida a la crisis por fuera de las instituciones burguesas que ya conocen: las elecciones y el parlamento. El escepticismo en muchos se genera porque, al mismo tiempo que no se ve salida por fuera del régimen, se percibe a sus instituciones, partidos y líderes como irremediablemente podridos. Lo único que puede romper este círculo vicioso es que algún sector de masas salga a la calle, y abra así una nueva perspectiva.

Aunque distorsionadamente, por tratarse de encuestas electorales, estos fenómenos aparecen reflejados en algunas de ellas. Así, con el título de «El voto nulo amenaza a la política», Jornal do Brasil (21–8–05) publicó una encuesta del Instituto Brasileiro de Pesquisa Social en el Estado de Rio de Janeiro, con un resultado «inquietante». Un 63,9% de los consultados no cree en Lula. Un 25,4% dice que anulará el voto en 2006, y otro 6% dice que votará en blanco (resultados 2002 en Rio: 4,3% y 1,8% respectivamente, ¡lo que representa un aumento del 400%!). De los que votarán positivamente, un 31,5% dice que votará a candidatos nuevos (lo que representa un 46% de los votos válidos). La suma de votos a candidatos nuevos, nulos y blancos alcanza el 63%, y sólo un 17% piensa votar a los mismos candidatos, con un 25% de indecisos. Estos datos, aun con la necesaria relativización, reflejan esos fenómenos en la subjetividad que apuntábamos.

El problema político clave es, entonces, qué podemos hacer los luchadores de la clase trabajadora y de la izquierda para ayudar a que se movilicen los sectores de masas que están reflexionando y aprendiendo de la bancarrota política y moral de sus (ex) «representantes». Si a partir de esta «escuela» que ha sido el mensalão, un sector del movimiento de masas interviniese en la crisis, entonces cambiaría totalmente la situación política nacional. Si esto no se logra, existe el peligro de una salida «por la derecha» a la crisis, especialmente por vía de las elecciones del año próximo. Y eso será así aunque candidaturas de izquierda, como la de Heloisa Helena, logren millones de votos en las presidenciales del 2006. 

Esto pone ante una inmensa responsabilidad tanto a los partidos que se reclaman socialistas como también a las direcciones del movimiento sindical, estudiantil y social, de que no se venderán ni corromperán. Por supuesto, no decimos que una política correcta pueda automáticamente y por sí misma lograr eso. Pero puede ayudar decisivamente o, por el contrario, constituirse en un grave obstáculo para esa necesaria irrupción. Creemos que para esa política el primer punto es la cuestión del frente único.

La necesidad del frente único y sus problemas

El movimiento de masas en general y el movimiento obrero en particular aún no han salido a las calles de manera ostensible, y esa ausencia ha sido uno de los factores determinantes en el desarrollo de la crisis política.

La falta de una alternativa política clara de la izquierda socialista y revolucionaria, junto con la brutal crisis de subjetividad existente, expresan claramente el momento actual, es decir, que ninguna de las organizaciones de izquierda tiene peso de masas como para imponer una salida desde el campo de los trabajadores que puedan materializarse en movilizaciones de masas. En este  sentido, la táctica de frente único es más necesaria que nunca, y toda política que no tenga en cuenta la necesidad de unir al conjunto de los luchadores le hace un flaco favor a la lucha de la clase trabajadora.

Está planteada como necesidad para el avance del movimiento la más amplia unidad de los que quieren luchar contra el gobierno, contra el capitalismo y el neoliberalismo y por el socialismo. Para impulsar, masificar y dar continuidad al movimiento de masas está planteada en el orden del día una política consecuente de frente único. Esto es, es necesario hacer todos los esfuerzos para que los que quieren luchar contra el gobierno desde el punto de vista de la clase trabajadora se unan para desarrollar acciones conjuntas, y también crear foros o frentes capaces de organizar a todos los luchadores. En este sentido, las políticas de cuño ultimatista terminan yendo en contra del proceso de recomposición del movimiento de los trabajadores.

Los problemas vienen desde el comienzo mismo del proceso de recomposición de la izquierda y los movimientos sociales, después de asumir Lula la presidencia.

En ese momento se frustró la posibilidad de reunir a casi toda la vanguardia en una sola organización política socialista... y hoy eso se está pagando caro en varios sentidos. Estaba planteada la confluencia de los sectores que comenzaba a romper con el PT al calor de la lucha contra la reforma previsional con otras corrientes, principalmente el PSTU, que se habían desarrollado en la última década por fuera de él. Sin embargo, este proceso fue abortado, primordialmente por responsabilidad de la dirección del PSTU.

Ésta pretendió hegemonizar el proyectado «nuevo partido» mediante ultimátums administrativos, como el de exigir «centralismo democrático» a plazo fijo, cosa que estaba por fuera de la realidad. Es que un agrupamiento político que uniese a la vanguardia de oposición al PT sólo podía ser inicialmente un partido–movimiento, un frente único de corrientes, grupos regionales e individuos revolucionarios y centristas que se orientaban hacia la izquierda. Este frente podía constituir un polo de atracción al que se incorporarían miles de activistas del movimiento obrero y social. La «decantación» de esto en sentido revolucionario sólo podía ser el resultado de una paciente labor pedagógica sobre esa vanguardia de debates políticos frente a los acontecimientos relevantes de la lucha de clases. Lógicamente, los plazos y modalidades de este proceso no podían estar escritos a priori en ningún calendario. La dirección del PSTU pretendió resolver con ultimátums organizativos este complejo y difícil desafío político.

Así, el ciclo «post PT» se inició con la lamentable división de la vanguardia en dos agrupamientos políticos: PSOL y PSTU. Esto ha tenido consecuencias muy negativas para ambos y, lo que es peor, para la recomposición a nivel del movimiento obrero y social.

Su evidente fracaso en el terreno de la recomposición política no hizo reflexionar a la dirección del PSTU. Por el contrario, decidió «huir hacia adelante». Ha desarrollado la nada original teoría –común a todas las sectas– de ser los únicos socialistas revolucionarios no sólo de Brasil sino también prácticamente del mundo entero. [1]

Pero esta división de la recomposición política determinó también graves problemas para el PSOL, en primer lugar, un enorme peso del  electoralismo en su seno, lo que plantea peligros distintos pero no menos graves que la deriva ultrasectaria del PSTU. Más adelante analizaremos más en detalle esta cuestión. Pero ahora señalemos que la respuesta al sectarismo extremo del PSTU no es tampoco, por parte de la Ejecutiva del PSOL, una política de frente único para la movilización de masas.

El problema de que la recomposición política se inició con la división PSOL–PSTU tiene consecuencias perjudiciales en el movimiento social.

La constitución de Conlutas ha sido un paso muy importante y positivo a nivel del movimiento sindical y  social, del cual participamos desde el primer momento, como lo han hecho también parte de las corrientes enroladas en el PSOL. Sin embargo, este avance importante (pero muy parcial y sobre todo minoritario) está amenazado por la pretensión del PSTU de que Conlutas no sólo resuelve por sí sola el problema del frente único, sino que puede constituirse de hecho como otra central obrera frente a la CUT.

Es evidente que no es posible soñar con una «recuperación» o «regeneración» de la CUT. Además, como lo indica la experiencia histórica de Brasil y el resto del mundo, cada ciclo del movimiento obrero ha llevado generalmente a la constitución de nuevas centrales. Hay que trabajar en la perspectiva de una recomposición o refundación del movimiento obrero, que incluirá, cuando las relaciones de fuerza lo permitan, la constitución de una nueva central. Y esto debemos explicarlo con claridad a los luchadores sindicales, para que no perdamos el tiempo intentando «salvar a la CUT»  Pero una cosa es tener en cuenta esta perspectiva histórica y estratégica, y otra cosa es pretender resolver esto ya mismo mediante «decretos» y ultimátums, por los cuales una fracción de la vanguardia, muy pequeña en relación a las bases trabajadoras y al resto de los activistas sindicales, les ordena salir ya de la CUT y entrar a Conlutas. Y si no obedecen, los excomulga y rompe toda relación de frente único con ellos.

Esto es lo que hace el PSTU, que «decreta» que no puede haber unidad de acción con quien no haya roto con la CUT, sin importarle el problema de que la inmensa mayoría sigue en esa central burocrática. ¡Y sostienen esto, además, cuando el conjunto del movimiento obrero está desmovilizado!

De esa forma, Zé Maria, dirigente sindical del PSTU, decreta que: «La construcción de nuevas alternativas está teniendo lugar por fuera de la CUT. No es verdad que para luchar por la unidad de los trabajadores da lo mismo estar dentro que fuera de la central (...) para unificar la lucha de los  trabajadores, es necesario romper con el  brazo del  gobierno en el movimento sindical» (sitio web del PSTU, 13–9–05). Esto lo dice Zé Maria para negar la participación del PSTU en el movimiento de las Assembléias Populares e de Esquerda, porque allí hay sectores que permanecen en la CUT.

Es decir que, para Zé Maria y el PSTU, sólo es posible construir unidad con aquellos que ya salieron de la CUT (y que ya estén necesariamente en Conlutas), operando con una lógica formal aristotélica antimarxista: la CUT es progobierno; por lo tanto, todos lo que están en la CUT son progobierno.

El problema es que la realidad es viva y se expresa de diversas maneras. Supongamos que el PSTU tenga razón y que todo lo que sea de izquierda esté en Conlutas; si así fuera, la situación de la clase trabajadora brasileña es mucho peor de lo que suponemos, dado que el mismo texto del propio Zé Maria ofrece algunas pistas sobre lo que es hoy Conlutas: «Conlutas se viene afirmando en todo el país como un polo unitario de luchas, reuniendo en su interior 180 sindicatos  y varios movimientos sociales» (resaltado nuestro). [2]

Ahora bien, en un país como el nuestro, creer que todo lo que es de izquierda está organizado en 180 sindicatos es, como mínimo, desproporcionado. Sólo la  CUT tiene 3.262 sindicatos afiliados, con 7.433.553 miembros y una base representada de 22.036.180 (datos oficiales de la CUT). [3] Nos parece que los 180 sindicatos agrupados en el interior de Conlutas, por más importantes que sean, son una pequeña minoría, y que el grueso de los trabajadores no se encuentran aún en Conlutas sino en la CUT y demás centrales sindicales, lo que plantea la táctica de frente único como de fundamental importancia para la movilización de los trabajadores, única posibilidad de dar una salida clasista a la crisis.

Nos parece que el problema es otro. Desgraciadamente, la dirección del PSTU elabora su política sin tener en cuenta los intereses de la clase trabajadora, sino el interés único y exclusivo de su propia construcción, inclusive con criterios aparatistas. Al querer transformar a Conlutas en una nueva central sindical, aborta la posibilidad de que se transfome en un verdadero instrumento de frente único y de organización de la clase trabajadora, dando pasos a su superestructuración. Nuestra posición es la opuesta: estamos por la construcción de Conlutas, pero, al revés de la postura del PSTU, no creemos que esta organización se superponga a otras formas de organización que la clase pueda construir. Y en todas ellas actuamos con una bandera clara: la de la unidad sin autoproclamaciones ni ultimátums.

Esto se plantea ahora en relación a la conformación de las Assembléias Populares e de Esquerda. Como esta iniciativa se da sin el control del aparato del PSTU, entonces ha decidido no participar y boicotearlas. Como hemos visto, su argumento es que en las Assembléias Populares intervienen sectores que aún siguen dentro de la CUT y que la organización de la clase trabajadora brasileña se da sólo por dentro de Conlutas.

La decisión de los compañeros de no participar de las Assembléias Populares e de Esquerda es un grave error. Es una decisión tomada desde sus mezquinos intereses de aparato–secta, y no desde la principal necesidad actual de la clase trabajadora brasileira: la del frente único para movilizarse.

Estamos solamente en los inicios del proceso de recomposición, en los que la clase trabajadora aún no ha entrado en escena. Por eso tenemos que tener toda la paciencia del mundo con aquellos que quieren luchar. La combinación de la lucha contra el gobierno y sus políticas con un paciente debate entre los luchadores puede indicar los caminos a recorrer en lo que se refiere a la organización política y sindical de los trabajadores. En síntesis: es imprescindible desarrollar una política de frente único entre Conlutas, las Assembléias y todos los sectores que sigan en la CUT y que quieran luchar por las reivindicaciones de los trabajadores y enfrentar al gobierno. 

Pero esta proyección de la división política PSTU–PSOL en la vanguardia, en el movimiento obrero, estudiantil y social no es sólo responsabilidad de los dirigentes del PSTU. Por parte de las corrientes mayoritarias que ocupan la Ejecutiva del PSOL tampoco hay una respuesta correcta a esta situación. Es decir, no enfrentan al sectarismo de la dirección del PSTU con una política consecuente de frente único. Aplican, en el fondo, una política «simétrica» aunque con formas distintas, principalmente «ignorando» al PSTU. Esto está facilitado porque esa organización está muy mal vista  por el resto de los activistas sindicales y estudiantiles, que encuentran insoportables sus conductas aparatistas y burocráticas.

¿Luchar por una salida dentro del régimen o de ruptura con el régimen?

Junto con estos problemas y dificultades para responder a la crisis con una irrupción de las masas trabajadoras, se plantea la cuestión de qué salida proponemos desde el campo socialista. Este es otro tema importante para el debate en la vanguardia.

El PSTU, en su «Manifiesto a los participantes del acto del 17 de agosto», plantea como principales consignas: «¡Fuera todos!», «¡Por la construcción de una huelga general!», «¡Por un gobierno verdaderamente de los trabajadores, sin patrones y apoyado en la movilización de masas para romper con el capitalismo!», «¡Por un Brasil socialista!»

Entre el «¡Fuera todos!» y el «¡Brasil socialista!», el PSTU propone una serie de demandas correctas, tales como «Abajo la política económica del gobierno y el FMI, anulación de la reforma previsional comprada con el mensalão, amplia reforma agraria», etc.

Una primera observación es que comenzar proponiendo como consigna inicial «Fuera todos!» –copiando la célebre demanda de las rebeliones de otros países latinoamericanos– es una abstracción que desdibuja el centro concreto de atención de las masas brasileñas, que aún no es «todos», sino el gobierno Lula y el Congreso. Por esos motivos, y teniendo en cuenta que estamos en una situación muy diferente, creemos que para empalmar con el rechazo concreto al gobierno y el parlamento es mejor plantear directamente «¡Fuera Lula y el Congreso corrupto!».

Sin embargo, el principal inconveniente que vemos a la propuesta del PSTU no es ése. En su programa para la crisis institucional no tiene en cuenta un hecho fundamental, que ya señalamos: que si bien, por un lado, el mensalão ha motivado un profundo descreimiento de las masas en el gobierno y el parlamento (y una crisis de legitimidad del régimen), por el otro, las masas no ven alternativas por fuera de la democracia burguesa. [4]

Se trata de una contradicción real que no podemos ignorar. Esto exige levantar demandas democráticas que, al mismo tiempo, vayan contra el régimen; es decir, que sean transicionales. Por ejemplo, la de una Asamblea Constituyente impuesta y conformada por la movilización de los trabajadores y las masas populares.

El actual régimen político en crisis –la original versión brasileña de la «democracia» colonial y de los ricos que impera en el continente latinoamericano– es, al mismo tiempo, un régimen profundamente antidemocrático. Esto ha sido así desde su mismo origen. La Constituyente que marcó la transición del régimen militar a la «democracia» fue en sí misma una farsa, hasta desde un punto de vista democrático–burgués consecuente. Todo fue producto de acuerdos por arriba, que han sido una constante de la historia brasileña desde la transición de la colonia al Imperio hasta hoy. Todo se ha «cocinado» en las alturas, sin «rupturas» que hayan sido producto de la movilización de las masas.

Por supuesto, no decimos que los demás regímenes del continente sean modelos de «participación» democrática, pero aquí este rasgo oligárquico, común a las democracias coloniales del sur, es particularmente notable.

Después de la dictadura militar, entramos en el que supuestamente es el período más «democrático» de 500 años de historia brasileña. Sin embargo, en esta etapa aparentemente «superdemocrática» ningún problema importante que afectara gravemente al pueblo –como la esclavitud de la deuda o las (contra)reformas neoliberales– fue debatido ni consultado democráticamente. Hay un sentimiento correcto y generalizado de que en este régimen todo se decide a espaldas de la gente común, de las masas populares; es decir, de la inmensa mayoría de los ciudadanos... y de sus intereses.

En resumen: las masas aún no ven (ni podrían ver, porque no están movilizadas) más allá del horizonte de la democracia burguesa; pero al mismo tiempo van llegando a la convicción de que todo está muy mal y que esta «democracia» es una basura.

Para luchar por una salida de ruptura con el actual régimen, vemos entonces importante aprovechar esa contradicción. Esto implica, como decía Trotsky, «una agitación violenta bajo las consignas de la más extrema y decisiva democracia». Para eso habría que debatir una formulación precisa de la consigna de Asamblea Constituyente, para que sea una demanda democrática radical y, al mismo tiempo, por fuera y en contra del actual régimen.

Asimismo, pensamos que la consigna de «¡Fuera Lula y el Congreso corrupto!» debe ir estrechamente acompañada con la agitación de demandas inmediatas, que respondan a los más graves problemas de los trabajadores y las masas populares, como los referentes al salario, el empleo, la tierra, el presupuesto de la enseñanza y de las universidades, la anulación de las privatizaciones y las reformas neoliberales (como la previsional), la cuestión de la deuda, etc.

Por su parte, desde la Ejecutiva Nacional del PSOL también se ha planteado una propuesta general de salida a la crisis política. Esta se expone en la «Resolución Política» del 18–8–05.

Podríamos decir que si la propuesta del PSTU no toma para nada en cuenta el decisivo problema democrático, la posición de la Ejecutiva del PSOL es una adaptación completa al actual régimen democrático–burgués. Ninguna de las medidas que propone apunta transicionalmente en el sentido de una ruptura con el régimen. Todas y cada una de ellas son simplemente mecanismos no sólo muy poco democráticos, sino también completamente en los marcos del actual régimen.

La Resolución constituye una mezcla de dos posiciones surgidas en la Ejecutiva. Una de ellas, la propuesta por la CST, por medio de la carta de Silvia Santos «El PSOL y la crisis política» (6–7–05), donde se plantea hacer campaña por un «referéndum revocatorio como pasó en Venezuela: que el pueblo decida votando sí o no si quiere que el presidente y los parlamentarios concluyan sus mandatos en diciembre de 2006». La otra se expresó en el documento de Roberto Robaina y Pedro Fuentes, del MES, «Aprovechar la crisis para luchar por una ruptura democrática y anticapitalista» (26–7–05). Allí la propuesta central es «anticipar las elecciones».

Finalmente, la Resolución une las dos propuestas en la siguiente fórmula: «El PSOL defiende... la consulta directa a la población a través de un plebiscito nacional para que el pueblo decida por la anticipación o no de las elecciones de 2006... La posición del PSOL ante esta cuestión es por la anticipación de las elecciones, bajo nuevas reglas».

Por supuesto, esto no constituye ninguna «ruptura democrática», como proclama el título del documento del MES. No es «ruptura» porque lo que se propone no produce ni un rasguño al régimen. Todo corre por los carriles del régimen, a través de sus mecanismos y sus instituciones. Pero lo peor es que tampoco es consecuentemente «democrática». Los plebiscitos y referéndums donde se vota «sí o no» son las instituciones clásicas del bonapartismo, no de la democracia «radical». [5] Generalmente ponen al pueblo frente a falsas disyuntivas, para llevar a la gente a optar por «el mal menor». Aunque en algunas circunstancias pueden ser utilizados positivamente, no es éste el caso de la actual crisis política. Como sucede generalmente en los plebiscitos bonapartistas, en el «sí» y en el «no» se mezclarían las más diversas motivaciones de izquierda y derecha. Por el «no» podrían votar desde los que quieren la destitución de Lula por sus traiciones a los trabajadores hasta las peores pandillas políticas burguesas apresuradas para llenar el vacío que deja el derrumbe del PT. El «sí» abre el peligro de confusiones no menores. 

Pero lo peor de todo este referéndum es que sería una verdadera estafa hacer creer a la gente que, adelantando unos meses las elecciones, algo cambiaría a su favor.

A la propuesta de «anticipación de las elecciones» se le agrega «bajo nuevas reglas». Pero en la Resolución no se dice cuáles serían esas «nuevas reglas», ni cómo se impondrían en unas elecciones que se realizarían absolutamente en los marcos del régimen. [6] La única diferencia real es de calendario: en vez de votar en octubre del 2006, lo haríamos varios meses antes.

Pero hacer eje en ese enredo de «que se hagan elecciones, para ver si se adelantan las elecciones», tiene otra consecuencia muy negativa. Con eso se renuncia a agitar con absoluta claridad que Lula y el Congreso corrupto deben irse. Y hoy eso es lo más simple, concreto y comprensible que podemos plantear en la agitación y que nos haría empalmar con los sectores que repudian más profundamente al gobierno y al régimen corrupto.

Por más vueltas que le demos, una «ruptura democrática» sólo puede hacerse realidad... rompiendo con el régimen. O sea peleando por una salida por fuera y en contra de él. Esto es lo que no hace la «Resolución Política» del 18/08/05.

La ausencia de movilización de masas determina que todas las propuestas que están sobre la mesa, aparezcan como igualmente abstractas. Sin ese factor real, aparecen como igualmente «imposibles» el «¡Fuera todos!» del PSTU, la «anticipación de las elecciones» de la Ejecutiva del PSOL o una Constituyente verdaderamente democrática, producto de la movilización de las masas.

Sin embargo, eso no quita importancia al debate de las salidas a la crisis. No es lo mismo optar por una u otra. Antes de que se desarrolle la movilización por una demanda, suele mediar un período de propaganda en la vanguardia y de agitación en sectores de masas. Si la movilización no se produce –y eso en buena medida no depende sólo de nosotros–, la cosa quedará allí, en un estadio meramente educativo. Pero que estemos aún en esa etapa no significa que debamos «educar» a los trabajadores y al pueblo en flagrantes mentiras, en perspectivas absolutamente falsas, como la de que algo cambiaría con una «anticipación de las elecciones». Con eso no se lograría el más mínimo avance democrático.

Por último, pensamos que estas cuestiones se dan en el marco de un problema más global, que está como «telón de fondo» en los debates de la vanguardia. Efectivamente, la ausencia de movilización hace que aún estemos lejos de una «ruptura». Pero esto hace sacar a muchos la conclusión de que, entonces, hay que ser «realistas» y no plantear consignas ni propuestas por fuera del régimen.

Creemos que eso es muy equivocado. Hay una crisis del régimen, y tienen razón quienes la caracterizan como «una crisis sistémica». [7] ¡Pero, entonces, hay que obrar en consecuencia! Se ha abierto una gran oportunidad para cuestionar y atacar al régimen, oportunidad que es nuestro deber aprovechar si somos verdaderamente anticapitalistas y socialistas. Este ataque implica, entre otras cosas, proponer (verdaderas) consignas de ruptura.

Como ya dijimos, mientras aún no se den movilizaciones, nuestros ataques van a desarrollarse a nivel de la propaganda y la agitación. Pero esto es de una gran importancia, porque tiene un valor preparatorio para cuando lleguen momentos de acción de masas. Si hoy –con la excusa de que las masas no están en la calle– lo que propagandizamos y agitamos es sólo actuar en los marcos de este podrido régimen de la «democracia» colonial y de los ricos, mañana, cuando irrumpan las movilizaciones, no vamos a cambiar de carril. Y lo peor será que los activistas y sectores de masas influenciados por nosotros van a tender a reaccionar recitando el catecismo reformista y oportunista de costumbre. ¿Ésta no es acaso una de las lecciones que hay que sacar de los largos años de educación de la vanguardia y de las masas en el más podrido reformismo y electoralismo, que es el gran legado del PT? Lamentablemente, la peor herencia petista es ésa, y no la de la corrupción y el mensalão. ¡Sí! ¡La peor herencia del PT es haber educado en el cretinismo parlamentario a toda una generación!

El proyecto del PSOL: ¿un PT «que dé certo» [8] o un gran partido democrático, socialista y de clase?

Esto nos lleva, finalmente, a una cuestión fundamental: la recomposición política. A nuestro modo de ver, éste es el elemento más dinámico. La realidad ha demostrado el gran acierto que fue la constitución del PSOL. Después de la expulsión del PT de los llamados “parlamentarios radicales”, se constituyó en un importante instrumento de aglutinamiento de la izquierda socialista.

Aunque limitado, el PSOL ha dado pasos importantes en el sentido de consolidarse como referencia política para amplios sectores de la clase trabajadora. Como una de las corrientes internas del PSOL, tenemos empeñados nuestros esfuerzos militantes en su construcción. Y hemos dado, junto con los compañeros con los cuales formamos Luta Socialista [[9]]

En verdad, el PSOL no es un fenómeno único en la izquierda latinoamericana. Su génesis está ligada al proceso de victorias electorales de partidos llamados de “centro–izquierda”, donde Lula y el PT son una de sus mayores expresiones. En varios países latinoamericanos, en el último período, se conformaron gobiernos donde las corrientes típicas de la izquierda reformista subieron al poder, y desde allí aplican el conocido recetario neoliberal. Ese pasaje sin mediación al campo de la burguesía, por parte de direcciones y organizaciones históricas del movimiento, ha abierto espacios que dan origen a diversos fenómenos políticos, generalmente en la forma de coaliciones de distintas corrientes e individuos.

Así, en Venezuela, a la izquierda de los partidos oficiales de Chávez se ha constituido el PRS, que reúne a importantes dirigentes obreros; en Bolivia se ha iniciado un proceso accidentado, que si tuvieses éxito podría llevar a la constitución de un Instrumento Político de los Trabajadores bajo el auspicio de los sindicatos combativos, que se ubica a la izquierda del MAS de Evo Morales; en México, el zapatismo, después del rotundo fracaso de su aislamiento en Chiapas, ha salido a promover una corriente nacional a la izquierda del PRD, etc.

El PSOL surge entonces como una coalición que se ubica en el espacio dejado a la izquierda por la bancarrota política del PT, que, como ya analizamos, es parte de un fenómeno de trascendencia mundial, por el hecho de haber sido Brasil una especie de laboratorio internacional de la idea de que «otro mundo es posible». La vanguardia mundial miró hacia nuestro país con la esperanza de que este otro mundo podría ser construido aquí. Esta misma vanguardia ahora se pregunta cuál fue el error, porque el partido y el gobierno que habían nacido como “predestinados” para construir ese otro mundo posible, se transformaron en los más fieles seguidores de los modelos económicos y políticos de la burguesía mundial.

Por eso, teniendo en cuenta esta experiencia de alcances mundiales que fue el PT, decimos: ¡un PT “que dê certo” (que resulte bien) no es posible! ¡Tenemos que construir el PSOL como partido clasista, realmente democrático y socialista!

Como ya señalamos, el PSOL desde su fundación ha cumplido un rol bastante progresivo en la reorganización de la izquierda brasileña, y ha sido acompañado por grandes sectores de la izquierda mundial, como lo demostró la amplia participación en el Seminario Internacional realizado en Río de Janeiro en agosto.

Pero, como reza el dicho popular, no todo es un mar de rosas. Ell PSOL porta en su interior contradicciones que, si no se resuelven, pueden llegar a comprometer su carácter progresivo.

A nuestro modo de ver, parte importante la dirección del partido tiene como proyecto político la construcción de un PT «que dê certo» (que ande bien, que no se corrompa). Un partido que, para sumar a todos, no tenga una definición ideológica claramente por el socialismo y la revolución, ni una forma de organización interna asentada sobre núcleos de base, ni que privilegie la lucha directa de la clase trabajadora. Un partido que recuerde los tiempos dorados del PT en sus orígenes.

Por eso, aunque en forma sintética, es necesario hacer un balance de lo que fue el PT. El PT de los 80 se construyó con un carácter de confrontación con el régimen militar, en repudio a las alianzas políticas policlasistas y rechazando, aunque en forma confusa, la lucha institucional como prioritaria. Pero la contradicción de este período es que el PT va a definir su programa político a partir de una fuerte influencia del atraso en la conciencia de las masas y del limitado proyecto sindical–religioso de sus principales dirigentes y organizaciones.

Al encuadrarse en los límites de la espontaneidad de las masas y en el estricto horizonte de un proyecto reformista, el PT se subordinó a la ideología burguesa. Este elemento, –la subordinación a la ideología burguesa– lo llevó, en los años 90, después de las derrotas sindicales de esa década, principalmente la derrota de la huelga de los petroleros en 1995, a una completa rendición ante la ideología del posibilismo.

Uno de los elementos de esta rendición ideológica es que ya en 1987 el programa del PT centra su lucha en las cuestiones democrático–burguesas, olvidándose totalmente de la lucha por el socialismo, además de encarar las tareas inmediatas democráticas como tareas independientes de la transición socialista. Siguiendo en esta perspectiva, el PT va diluyendo cada vez más su supuesta estrategia, volviéndose cada vez más “víctima” de un tacticismo sin medidas, subordinando toda su acción a la lucha institucional.

Así, se hace evidente que el total abandono del socialismo y del marxismo llevó a ese partido a sucumbir delante de las ideologías y las prácticas burguesas. Para sus ideólogos, la lucha de clases dejó de ser una categoría fundamental, como explicación y guía para la acción política. Y el estado burgués fue elevado al máximo de la organización política. Esta total capitulación teórica y política hicieron que ese partido llegase a donde llegó.

Este pequeño balance se hace necesario, pues nos parece que parte de la dirección del PSOL está cometiendo el mismo error del PT. Para la mayoría de la dirección del PSOL, el problema del PT habría sido un desvío o una traición de sus dirigentes, corrompidos y degenerados. Por lo tanto, se trata de construir “un PT que ande bien”, que no falle. O sea, que no se corrompa, que no degenere ni traicione a la clase trabajadora. Indicios de estas intenciones infelizmente no faltan. Las resoluciones de la Ejecutiva Nacional, criticadas anteriormente, van en ese sentido. Más inquietante aún es la política de alianzas que podría desarrollarse en las próximas elecciones del 2006.

No somos anarquistas. No desestimamos la necesidad de dar respuestas tácticas a todos los procesos de disputa de la conciencia de las masas, que están en curso en la sociedad capitalista. Nuestra preocupación, sin embargo, es aprovechar en un sentido revolucionario la actual crisis de legitimidad del régimen en Brasil. Eso no significa que estemos en contra de intervenir en las elecciones o que las veamos como una actividad sin importancia. Precisamente por ser tan importante, nos oponemos frontalmente a la posibilidad de que el PSOL pierda, en ese terreno, su perfil anticapitalista, repitiendo lo que fue el camino de desastre del PT: el tacticismo de las alianzas con el único objetivo de lograr votos. Una línea que rompió todas las fronteras políticas estratégicas y de clase}.

Desde ya, defendemos la construcción de un frente electoral de izquierda, compuesto por el PSOL, el PSTU y el PCB, que presente un programa –fruto de un amplio debate en los sindicatos, las universidades y los movimientos sociales– de ruptura con el régimen, que apoye en las luchas en curso y levante las banderas que atiendan a las necesidades inmediatas de la clase trabajadora, que puedan abrir el camino para el socialismo. O sea, un programa transicional.

Notas:


[1].– Esta visión sectaria elevada a teoría universal puede leerse en «Um vendaval oportunista corre o mundo», Opinião Socialista, 26/05/04.

[2].– Site de Conlutas: www.conlutas.org.br.

[3].– Site de la CUT: www.cut.org.br.

[4].– Es curiosa la comparación entre la política del PSTU cuando la crisis de Collor y la actual. En esos momentos, en que se producían grandes movilizaciones de masas, se limitó a plantear ¡Fuera Collor! ¡Elecciones ya! O sea, un programa absolutamente en los marcos del régimen. No tenía tampoco la más mínima política ni consignas para que esa movilización de masas se desarrollara por cauces independientes de los aparatos y las direcciones reformistas y burguesas. Ahora, en la presente crisis, cuando las masas no están movilizadas, su programa no plantea ninguna consigna democrática sino que salta del «¡Fuera todos!» al «Brasil socialista» sin transición alguna.

[5].– La institución histórica clásica de la democracia burguesa más «radical» es la llamada «asamblea nacional» o «asamblea constituyente». Los plebiscitos y referéndums fueron instituidos por los regímenes bonapartistas y autoritarios para lograr legitimidad mediante el voto popular.

[6].– Efectivamente, la Resolución no dice en qué consisten esas misteriosas «nuevas reglas», que convertirían a la fraudulentas y tramposas elecciones del régimen en una «ruptura democrática». Por su parte, el documento de Robaina y Pedro Fuentes, «Aprovechar la crisis para luchar por una ruptura democrática y anticapitalista» explica algo más esto. Las «nuevas reglas» son tres: 1) «legalidad del PSOL»; 2) «prohibición de financiamento privado»; 3) «derecho de las organizaciones sociales y populares a presentar candidatos». La primera «nueva regla» ya está lograda. El «derecho de las organizaciones sociales y populares a presentar candidatos» sería algo progresivo, pero no puede decirse que con eso vaya a cambiar mucho el panorama, en primer lugar por la misma situación del movimiento social que ya analizamos. En cuanto a la «prohibición de financiamento privado» en la época de los doleiros y de las cuentas en los paraísos fiscales, suena tan realista como las exhortaciones del Papa a no tener sexo antes del matrimonio. Es significativo que no se mencione, por ejemplo, unas de las pocas medidas que cambiarían realmente las «reglas del juego»: la expropiación y/o el control obrero y popular de los medios de comunicación, ante todo televisión y radios. Mientras eso no sea así, las elecciones, con o sin «financiamiento privado», serán un circo mediático, donde la Red Globo y otros capitalistas billonarios tendrán un peso decisivo.

[7].– Silvia Santos, «El PSOL y la crisis política – Una contribución al debate», julio 2005.

[8].– Expresión que puede traducirse aproximadamente como un PT «que haga las cosas bien», es decir, que no se corrompa.

[9]. Luta Socialista es una coalición de varios compañeros de diversos estados, que se alían en el interior del PSOL en defensa del carácter clasista, democrático y socialista.

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