Sudáfrica

Ola de violencia xenófoba: 43.000 inmigrantes son objetivo del terror

A la caza del 'shangaan'

Por Lali Cambra
Desde Johannesburgo, Sudáfrica
El País, Madrid, 25/05/08

"¿Ves a ese hombre ahí? Es un shangaan, es de Mozambique; mira el miedo que lleva en el cuerpo". Lo dice Sidney, un surafricano sentado en la puerta de su chabola en el gueto de Ramaphosa, a 20 kilómetros de Johanesburgo. Señala a un hombre de unos 70 años, encorvado, vencido. Lleva un traje gris polvoriento y deshilachado. Se aleja, cruza la calle y se acerca a los coches de policía de guardia en la zona. "Habrá venido a ver si queda algo de su casa en pie. Más vale que se vaya, que no lo vean, porque podrían matarle".

Sidney tiene 37 años y es mecánico. Está en casa porque no puede volver al trabajo desde el pasado fin de semana, cuando su barrio se contagió de la violencia xenófoba iniciada en los guetos de la periferia de Johanesburgo la semana anterior. Sidney tiene que quedarse frente a su casa, vigilándola. Suenan golpes de martillo cerca. "Algunos están acabando con las chabolas de los mozambiqueños que se han ido por miedo". Y sí, entre los hierros retorcidos de las construcciones quemadas hay gente, surafricanos, tratando de quedarse con lo que sea, tras la huida de los inmigrantes ante los ataques de grupos de hombres armados. "Pero nadie me asegura que no vayan a intentar acabar con mi casa y llevarse mis cosas. Mi mujer tiene miedo de quedarse sola, así que no puedo ir al trabajo. Tengo que vigilar, hasta que todo se calme".

A Sidney lo despertaron hace ocho días, en la noche del pasado sábado, para ir a cazar shangaans, mozambiqueños. "No quise ir, son nuestros hermanos al fin y al cabo", afirma. Pero explica cómo los cazan. Un grupo de hombres armados irrumpe en una chabola y pregunta a los residentes cómo se dicen en zulú palabras muy precisas, como codo o meñique. No saber la respuesta significa que uno es un amakwerekwere, que farfulla, que habla diferente. Esto supone el apaleamiento, la muerte o la búsqueda desesperada de protección en las comisarías de policía.

En dos semanas de odio racial, 43 muertos. Cientos de heridos. Unos 43.000 inmigrantes se hacinan en campos de refugiados organizados en comisarías, iglesias o centros cívicos desde el pasado 10 de mayo, cuando se iniciaron los ataques.

Todo comenzó en el histórico gueto de Alexandra. Allí, a diferencia de Ramaphosa, los más afectados fueron ciudadanos de Zimbabue. "Llegaron por la noche, cantando, gritando, armados de palos, piedras, pistolas, machetes. Salimos a la calle y ellos nos pegaron y quemaron nuestras chabolas. No me queda nada de ropa, ni para mí, ni para mis niños". Josephine Sibanda tiene 44 años, 7 hijos y los ojos húmedos cuando relata el miedo que pasó. "Nos escondimos en el bosque, no sé cuántos éramos, más de cien".

El domingo por la mañana, la policía les aconsejó ir a la comisaría. Josephine y sus niños duermen en el suelo de una sala de conferencias que comparte con otras mil personas. Lleva más de una semana ahí y todavía no sabe qué va a ser de ellos. "No podemos volver a Zimbabue, allí sólo hay hambre, nada de trabajo, nada de comida".

Hay más de 5.000 refugiados en el campo de refugiados de Primrose. La mayoría son personas procedentes de Mozambique. Por eso Clement es un caso raro. Es de Suazilandia, "pero mi hermano es muy oscuro de piel, por eso se pensaron que somos shangaans". La tonalidad de la piel todavía importa en Sudáfrica, donde se cree que el resto de africanos son más oscuros de piel. Clement asegura que han dado una paliza a su hermano. Planea regresar a Suazilandia cuando a su hermano le den el alta del hospital, "al menos hasta que las cosas se calmen".

No es el único que ha pensado en regresar. En realidad, miles de mozambiqueños y zimbabuenses han iniciado un penoso éxodo hacia sus países de origen. En el aparcamiento de la comisaría de Primrose destacan las tiendas de campaña blancas que la Cruz Roja ha dispuesto para que los refugiados duerman. Se amontonan, por todos lados, mantas, pucheros de cocina, objetos rescatados, salvados de la quema o recuperados por los inmigrantes que volvieron al gueto, custodiados por la policía, a ver qué había quedado. Clement, que conduce una furgoneta–taxi destartalada y en la que ahora duerme, no sabe si su chabola está en pie: "La policía nos ha dicho que es peligroso volver, la gente se está reagrupando y hay muy mal ambiente, no hay suficiente policía". Se avistan seis autobuses y suenan incongruentes vítores, gritos de alegría y silbidos. Los mozambiqueños se han organizado para contratar autobuses y muchos de ellos regresan. Unos 10.000 hasta ayer.

Patrick, de 30 años, intenta pasar lo más desapercibido posible en la estación de autobuses de Johanesburgo. Sólo mira al suelo: "Estábamos en la habitación que alquilamos en el centro de la ciudad. Llegaron armados, nos pegaron. Se llevaron a mi mujer. Mi mujer es surafricana. Es zulú. Dijeron que era su hermana y que les pertenecía. No sé dónde está, no la puedo localizar. Yo vuelvo a casa". El conductor del autobús que llevará a Patrick a Zimbabue trata de animarlo: "Tiene miedo, ¿no lo ves?, ¿no ves lo encogido que anda? ¡Tiene tanto miedo que le da lo mismo que Mugabe le torture a su vuelta!". Patrick sonríe, le da vergüenza tener miedo.

La dictadura férrea de Robert Mugabe y la situación económica del país, con una inflación del 160.000%, va a hacer que no sean tantos los zimbabuenses que regresen a casa. "Allí no hay trabajo y nos pegan. Aquí nos pegan, pero hay trabajo", afirma Praise Chikwinya en el sótano de la iglesia metodista del centro de Johanesburgo, convertida en refugio para miles de zimbabuenses en los últimos años. Praise, con un bebé de nueve meses dormido a la espalda, dice que no puede volver a su país: era miembro del MDC, el partido opositor a Mugabe, y tuvo que exiliarse por miedo a que la mataran.

Más difícil lo tienen todavía los miles de refugiados que se hacinan en la comisaría de Jeppestown, en el centro de Johanesburgo. Si en los guetos y en las chabolas la mayoría de inmigrantes son de Zimbabue y Mozambique, el centro de la ciudad pertenece a los procedentes de Congo, Guinea, Burundi, Ruanda, países con conflictos bélicos pasados o recientes de los que África ha producido en gran cuantía. El centro de la ciudad fue arrasado el pasado domingo. Desde entonces y en la comisaría, junto con 2.000 más, Dan Gamala, técnico electrónico de 25 años, ha encontrado refugio mísero: dormir en el suelo, en el césped, con una manta si hay suerte. Hacer cola para recibir dos rebanadas de pan de molde y una sopa de color rojizo con macarrones. Entre los restos de un coche con las lunas rotas, las mantas de los refugiados y un televisor gigantesco que alguien consiguió salvar de su casa, Dan cuenta: "Salí huyendo del Congo y entré en Sudáfrica ilegalmente, en un camión que traía minerales. Llevo dos años pidiendo asilo político. En el Congo me matan. Aquí me matan. Pido al gobierno surafricano que, si no nos quieren, nos lleven a algún sitio seguro". Un compatriota suyo se enfurece: "Se quejan de que les quitamos los puestos de trabajo, pero nosotros no tenemos trabajo, montamos nuestros negocios, desde talleres de coches hasta puestos de fruta y caramelos en la calle. Nos han atacado por envidia, porque nos ganamos la vida", asegura Jean, de 41 años. Es el propietario de un taller mecánico. "Tendré que rehacerlo de cero, no puedo volver al que tengo, saben dónde estoy". Si los surafricanos culpan a los inmigrantes de entrar ilegalmente, de robarles los puestos de trabajo y las mujeres y de ser criminales, los inmigrantes tampoco se quedan cortos en generalizar: "Son vagos, no quieren trabajar, no quieren estudiar, sólo saben quejarse y meterse en peleas", opina Jean de los surafricanos.

Desde la puerta pintada de verde en la chabola que vigila en Ramaphosa, el surafricano Sidney no ve qué ha resuelto la inflamación de los guetos. "No creo que se pueda decir que somos racistas o xenófobos", explica. "Creo que lo sucedido tenía más relación con el crimen, que es muy elevado en la zona. Pero tampoco creo que esto vaya a solucionar el crimen ni nuestros problemas de vivienda o de trabajo. No sé qué habrá solucionado esto".


50.000 mozambiqueños escapan de la ola de xenofobia en Sudáfrica – El Gobierno
de Maputo organiza trenes para rescatar a sus ciudadanos

"Lo mataron porque no hablaba zulú"

Por Lali Cambra
Desde Maputo, Mozambique
El País, Madrid, 28/05/08

Se llama Castigo, como si fuera una premonición. Castigo Feliciano Maunguele tiene 31 años y está solo en la hermosa estación de trenes de Maputo. Sucio y desorientado espera unirse a otros 880 compatriotas que regresan en un tren especial fletado por el Gobierno de Mozambique para evacuar de Sudáfrica a sus ciudadanos, víctimas de la ola xenófoba iniciada hace tres semanas, que ha producido 50.000 refugiados, la mayoría zimbabuenses y mozambiqueños, y 56 muertos, entre ellos el hermano de Castigo. "Era viernes por la tarde y yo venía de la tienda, de comprar para la cena, cuando un grupo de unas seis personas me atacó en la calle con palos. Me pegaron mucho. Cuando conseguí escapar y llegar a casa me encontré a mi hermano en el suelo. Le habían atacado con un tronco. Tenía el cráneo hundido y las costillas rotas. Estaba muerto".

"No sé qué voy a hacer. En Tembisa trabajaba en la construcción. Aquí, no sé. Sólo quiero llegar a casa y aclarar mi mente". Cuando llegue, sus padres le preguntarán dónde está su hermano Francisco, un año menor, que se le unió en Tembisa el pasado mes de febrero y que no hablaba nada de zulú, "que es lo primero que preguntan antes de pegarte, lo primero que le preguntarían antes de matarlo".

Castigo escapó de ese gueto de Tembisa, situado a las afueras de Johanesburgo, escondido en un camión. Compró su libertad tras vender la camisa y los zapatos. Sólo ha logrado salvar una mochila pequeña. Es el caso de miles de mozambiqueños que se han visto obligados a salir de la tierra prometida que un día fue Sudáfrica y regresar a un Mozambique en el que la posibilidad de hallar trabajo son mínimas.

Amelia Armando está sola y llora. Tiene 28 años y lleva el bebé en la cadera. El marido las abandonó hace meses. Regresa a Inharrime, a la vivienda que dejó cuando su madre murió el pasado año. En Johanesburgo trenzaba el cabello y había conseguido ahorrar 100 euros, un capital. Ese dinero desapareció junto a la ropa del bebé y a todas sus pertenencias cuando ardió su chabola en Tembisa. Sabe que tiene hermanos, pero no dónde están pues se extraviaron durante la guerra civil, cuando ella era una niña.

Amelia ha pasado la noche en el campo de Beluluane, a media hora de Maputo, en una de las 70 tiendas de campaña dispuestas por el Instituto Nacional de Gestión de Calamidades (INGC), bregado en emergencias tras las inundaciones sufridas en los últimos años. El autobús que le lleva a Inhambane se detiene brevemente en la Fabrica de Refeçoes, un enorme comedor popular. Amelia y otros 72 compatriotas reciben un bocadillo de fiambre y un té, del que ella da a beber a su bebé.

Más de 23.000 mozambiqueños han regresado en las últimas dos semanas. De acuerdo con el director del INGC, João Ribeiro, se esperan otras 2.500 en los próximos días. Algunos, como Castigo, llegaron por su cuenta; otros, los que se quedaron sin recursos y tuvieron que buscar protección en comisarías de policía o iglesias, como Amelia, con la ayuda del Gobierno de su país.

El tren pita tres veces antes de entrar en la estación de Maputo. Es un convoy largo, de 20 vagones. Atiborrado de gente, de niños y de fardos, bolsas y maletas; también hay perros, colchones, bafles y sillas de plástico. Todo lo que se pudo rescatar del odio xenófobo. Los guardias de seguridad y el personal del INGC, con su flamante chaleco reflectante naranja, tratan de ordenar el trasiego. Sólo permiten descender a los que viajan en los primeros vagones. Éstos corren y sacan sus pertenencias por las ventanillas. Los del instituto los sitúan conforme a su provincia de procedencia. Los primeros van a Gaza: Castigo y su mochilita. También Elisa Bernardo, madre de 44 años y siete hijos, que vivía en Boksburg, en las afueras de Johanesburgo, donde limpiaba la casa de una familia blanca. "No sólo mataban gente. Han violado a muchas mujeres. No podemos quedarnos allí. Pido ayuda a mi Gobierno porque mis hijos no hablan portugués, estudiaron afrikáans e inglés en la escuela en Boksburg", dice en shangaan, la lengua materna por la que los mozambiqueños se han convertido en objetivo xenófobo en Sudáfrica. Elisa enseña la foto de portada de Savana, uno de los periódicos de Mozambique. Hay tres cuerpos ensangrentados en el suelo. "Vivía muy cerca", dice.

Sudáfrica, la nación del arcoíris de Mandela, el país en el que todas las razas, todas las etnias, podrían vivir en armonía, se ha convertido para los mozambiqueños en un infierno. "Estuve en la frontera en los primeros días, viendo llegar a la gente. Es horrible. Sobre todo los niños, el miedo se les ve en los ojos. Y pensar que fue Sudáfrica la que contribuyó a la destrucción de este país", dice un jefe del INGC refiriéndose al apoyo que el Gobierno del apartheid dio a la guerrilla de Renamo durante la guerra civil que asoló la ex colonia portuguesa.

De acuerdo con João Ribeiro, los refugiados recibirán ayuda inicial del Gobierno y de las ONG. Después se trabajará en su reintegración en la sociedad mozambiqueña. Ellos están agradecidos. Agustinho Leonor Masive, de 20 años, es de los últimos en marchar de la estación de Maputo. Dormirá en el campo de Beluluane hasta que organicen autobuses para llevarlo al norte del país, en dos días. "Por lo menos aquí estoy seguro. Y siento que mi país me quiere, que soy bienvenido".


La ola xenófoba se extiende a Ciudad del Cabo

Por Lali Cambra
Desde Johannesburgo, Sudáfrica
El País, Madrid, 24/05/08

Economías dispares

– Se estima que Sudáfrica alberga a cinco millones de inmigrantes, el 10% de la población. La mayoría (tres millones) procede de Zimbabue y, en menor medida, de Mozambique.

– Sudáfrica, con una renta per cápita de 5.400 dólares (3.437 euros), es la gran potencia económica regional. La inflación está en el 6,5%, aunque la tasade paro llega al 24,2%.

– Zimbabue se encuentra en quiebra económica, a niveles insólitos incluso para África: el paro es del 80% y la inflación oficial supera el 160.000%.

– Mozambique está controlando la inflación (7,9%), pero el paro es del 21% y la renta per cápita es sólo de 320 dólares (204 euros).

Los ataques xenófobos que han azotado la provincia de Gauteng y su capital, Johanesburgo, con 42 muertos y 30.000 refugiados, se están extendiendo. La noche del jueves al viernes hubo episodios en Ciudad del Cabo y en las provincias del Noroeste y Limpopo, aunque sin víctimas.

En Pretoria, en el gueto de Garankuwa, se repartieron panfletos que exhortaban a los extranjeros a dejar el asentamiento antes del día de ayer, por lo que la policía dispuso unidades en la zona en máxima alerta. De acuerdo con las cifras policiales, desde el inicio de la violencia, hace más de dos semanas, han sido arrestadas 400 personas, las últimas con colaboración de soldados del Ejército.

En Ciudad del Cabo, la ira del gentío en el campamento de chabolas de Du Noon y en la población de Somerset West se centró en las tiendas y negocios de los extranjeros. No son hechos nuevos: la comunidad somalí, muy activa en la apertura de pequeñas tiendas de alimentos en los guetos, lleva todo el año acosada: un centenar de somalíes han sido asesinados en este tiempo. Los ataques en Du Noon ocasionaron que medio millar de personas tuvieran que buscar protección policial y refugio en un centro cívico.

Origen político

Algunos analistas han insinuado que la ola de violencia desatada contra los inmigrantes tiene un origen político, vinculado a los comicios del año que viene: sectores progubernamentales acusan directamente al Partido Inkatha, el enemigo histórico del Congreso Nacional Africano, cuyos choques en la transición acercaron al país al abismo de la guerra civil.

"Hay una mano oculta detrás, seguro", dijo el jefe de la Agencia Nacional de Inteligencia, Manala Manzini, quien añadió: "Hay un esfuerzo deliberado, bien planificado". "Tenemos información que muestra cómo elementos que estuvieron involucrados en la violencia preelectoral de 1994 han tenido contactos con los mismos que la utilizaron en el pasado", concluyó.

Ayer, unos 200 soldados patrullaban las calles de Johanesburgo, mientras los refugiados esperaban pacientemente en los más de 20 campos establecidos en la zona a que se aclare su situación. "Fuimos a registrarnos, pero nadie dice nada. Se habla de que nos van a deportar, pero no sabemos nada y así no podemos seguir", dice Dan Gamala, un refugiado de origen congoleño.


Suráfrica desplegará el Ejército para terminar con la violencia xenófoba

La calma va regresando a los guetos tras los ataques
que causaron 42 fallecido

Por Lali Cambra
Desde Johannesburgo, Sudáfrica
El País, Madrid, 22/05/08

El presidente del Gobierno surafricano, Thabo Mbeki, ordenó ayer el despliegue del Ejército en los guetos de la periferia de Johanesburgo, inmersos en una ola xenófoba desde hace 10 días que ha causado 42 muertos y 16.000 refugiados, según el último balance de la policía. La decisión no tiene precedentes en la Sudáfrica democrática. La última vez que el Ejército se desplegó en los barrios fue durante el apartheid.

"El presidente ha aprobado una petición de la policía para que el Ejército se involucre en el despliegue para detener los ataques contra los extranjeros", dice un comunicado de la presidencia. La decisión llega después de que arreciaran las críticas por la pasividad de Mbeki. Sally de Beer, portavoz policial, explicó que los militares aportarían equipamiento y tropas. La portavoz elevó los muertos a 42, frente a los 24 del anterior balance, probablemente al sumar la información sobre víctimas fallecidas estos días en los hospitales o en guetos a los que no se había podido acceder.

Otros 700 emigrantes tuvieron que dejar ayer sus casas y pertenencias y refugiarse en una iglesia tras la irrupción en su barrio de decenas de hombres a la caza del extranjero. Pero esta vez no fue en Johanesburgo o su periferia, sino en la ciudad portuaria de Durban, un episodio que ayer hacía temer que la violencia se extienda por el país. Bheki Cele, el ministro de Seguridad de la provincia de KwaZulu–Natal, cuya capital es Durban, aseguró ayer que los ataques respondían a "actos criminales" y no a la xenofobia.

Politicos del gubernamental Congreso Nacional Africano (ANC, en inglés) culparon ayer a los zulúes de Inkatha Freedom Party del suceso, en una muestra de la tensión renovada entre los dos partidos, y que se teme se crezca con los disturbios xenófobos. La mayoría de las personas que han participado en los ataques son presuntamente zulúes, lo que es subrayado por los dirigentes del ANC.

Pese al episodio de Durban, la calma parecía ir regresando a los guetos más calientes, en parte por la brutal efectividad de los ataques: apenas quedan ya inmigrantes en ellos. Muchos afectados –sobre todo los procedentes de Mozambique– empezaron ayer a regresar a sus países.