África

Congo: guerra dirigida por “ejércitos de empresas” para hacerse con los metales preciosos del siglo XXI

Cómo activamos la guerra más sangrienta de África

Por Johann Hari (*)
Tlaxcala, 06/11/08
Traducido por Mar Rodríguez,
revisado por Manuel Talens

La guerra más sangrienta desde que Adolf Hitler marchara sobre Europa ha comenzado de nuevo y es casi seguro que usted lleva en el bolsillo un trozo empapado en la sangre de dicha matanza.

Cuando analizamos el holocausto en el Congo, con 5,4 millones de muertos, surgen en tropel los manidos clichés sobre África: se trata de un «conflicto tribal» en «el corazón de las tinieblas». No lo es. La investigación de Naciones Unidas halló que se trataba de una guerra dirigida por «ejércitos de empresas» para hacerse con los apreciados metales preciosos de la sociedad de nuestro siglo XXI. La guerra en el Congo es una guerra en la que usted está implicado.

Cada día pienso en las personas que conocí en las zonas de guerra del este del Congo cuando enviaba mis reportajes desde allí: las salas llenas de mujeres que habían sufrido violaciones en grupo a manos de las milicias y habían recibido disparos en la vagina, los batallones de niños soldados, muchachos de 13 años drogados y aturdidos a quienes habían obligado a asesinar a miembros de sus propias familias para que no pudieran intentar escapar y volver a casa... Pero, curiosamente, mientras veía en la CNN cómo volvía a comenzar la guerra, me sorprendí pensando en una mujer que conocí y que, para lo que ocurre en el Congo, no había sufrido demasiado.

Un día regresaba a Goma en coche desde una mina de diamantes cuando se me pinchó un neumático. Mientras esperaba que lo arreglaran, me quedé en pie al lado de la carretera y contemplé las largas filas de mujeres que recorren los caminos al este del Congo con todas sus posesiones a la espalda en bultos grandes y pesados. Paré a una mujer de 27 años, llamada Marie–Jean Bisimwa, que llevaba cuatro niños pequeños caminando a su lado. Me dijo que tenía suerte. Sí, habían quemado su pueblo. Sí, había perdido a su marido en medio del caos. Sí, habían violado a su hermana, que se había vuelto loca. Pero ella y sus hijos estaban vivos.

La llevé en coche y sólo tras unas horas de charla por las carreteras llenas de baches me di cuenta de que a los hijos de Marie–Jean les pasaba algo raro: estaban acurrucados, con la mirada fija al frente, no miraban a su alrededor ni hablaban ni sonreían. «Nunca he podido darles bien de comer», explicó. «A causa de la guerra».

Sus cerebros no se habían desarrollado, ya nunca lo harían. «¿Se pondrán mejor?», preguntó. La dejé en un pueblo a las afueras de Goma y sus hijos bajaron tambaleándose tras ella, sin rastro de expresión.

Hay dos historias sobre el comienzo de esta guerra: la oficial y la verdadera. La oficial cuenta que, tras el genocidio en Ruanda, los asesinos en masa de la tribu hutu cruzaron huyendo la frontera y entraron en el Congo y el gobierno de Ruanda los persiguió. Pero es mentira. ¿Cómo lo sabemos? El gobierno de Ruanda no siguió a los genocidas hutus, al menos no al principio; fueron a los lugares donde se encontraban los recursos naturales del país y comenzaron el saqueo. Incluso dijeron a sus tropas que colaboraran con todo hutu que se encontrasen.

Congo es el país más rico del mundo en oro, diamantes, coltán, casiterita y muchos otros, y todos querían una parte del pastel, así que otros seis países lo invadieron.

Estos recursos no se robaron para su uso en África, sino para poder vendérnoslos a nosotros. Cuanto más comprábamos, más robaban (y mataban) los invasores.

El auge de los teléfonos móviles causó un aumento espectacular en las muertes, porque el coltán que contienen se halla principalmente en el Congo. La ONU señaló a las empresas internacionales que creía implicadas. Anglo–America, Standard Chartered Bank, De Beers y más de otras cien (todas niegan las acusaciones). Pero, en lugar de poner freno a estas corporaciones, nuestros gobiernos exigieron a la ONU que dejara de criticarlas.

En ocasiones la lucha decayó. En 2003, la ONU consiguió por fin la firma de un acuerdo de paz y los ejércitos internacionales se retiraron. Muchos continuaron su labor por medio de milicias afines, pero la carnicería se redujo en cierta medida. Hasta ahora. Como con la primera guerra, hay una historia que ocupa las portadas y una verdad. Un líder de una milicia congoleña, llamado Laurent Nkunda, apoyado por Ruanda, afirma que necesita proteger a la población tutsi de los mismos genocidas hutus que llevan ocultos en las selvas del este del Congo desde 1994. Ésta es la razón por la que está ocupando bases militares congoleñas y está listo para avanzar sobre Goma.

Es mentira. François Grignon, director para África del International Crisis Group, me cuenta la verdad: «Nkunda está recibiendo financiación de algunos empresarios de Ruanda para poder conservar el control de las minas de North Kivu. Éste es el núcleo absoluto del conflicto. Lo que estamos viendo ahora es a los beneficiarios de la economía ilegal de la guerra luchando por mantener su derecho a la explotación».

En este momento, los intereses comerciales de Ruanda obtienen una fortuna de las minas de las que se apoderaron ilegalmente durante la guerra. El precio mundial del coltán ha caído en picado, por lo que ahora se centran hambrientos sobre la casiterita, que se utiliza para la elaboración de latas y otros productos desechables. Cuando la guerra comenzó a decaer, cabía la posibilidad de que perdieran su control en favor del gobierno congoleño elegido, por lo que le han dado otro sangriento empujón.

Pero el debate sobre el Congo en Occidente, cuando se da, se centra en nuestra incapacidad de colocar una venda decente, sin mencionar que estamos causando la herida. Es verdad que los 17 000 soldados de la ONU en el país están fracasando estrepitosamente en la protección de la población civil y necesitan grandes refuerzos con urgencia, pero resulta incluso más importante dejar de impulsar la guerra en primer lugar, con nuestra compra de recursos naturales manchados de sangre. Nkunda sólo tiene armas y granadas para enfrentarse al ejército congoleño y a la ONU porque le compramos su botín: debemos acusar a las empresas que lo compran de inducción a crímenes contra la humanidad e introducir un impuesto mundial sobre el coltán para poder mantener unas tropas de mantenimiento de la paz más numerosas e importantes, para lo cual debemos preparar un sistema internacional que valore las vidas de los africanos más de lo que valora los beneficios.

En alguna parte, perdidos en el gran expolio de los recursos del Congo, se encuentran Marie–Jean y sus hijos, cojeando una vez más por la carretera, con todas sus posesiones a las espaldas. Probablemente nunca usen un teléfono móvil lleno de coltán, una lata de judías forjada con casiterita ni un collar de oro, pero puede que mueran por uno.


(*) Periodista de Gran Bretaña, columnista de The Independent y otras publicaciones.


Congo

¿"Cultura de la violencia" o conflicto geoestratégico?

Por Tony Busselen (*)
Changement de société, 01/11/08
Rebelión, 06/11/08
Traducido por Caty R.

Desde finales de agosto, la violencia se ha desencadenado de nuevo en el este del Congo. ¿Los congoleños han desarrollado una cultura donde el homicidio y la violación son la norma? La reciente ofensiva demuestra que hay que buscar el origen del conflicto en otro sitio.

Desde la guerra de agresión que llevaron a cabo Ruanda y Uganda (1998–2003), estos países continúan manteniendo las milicias en territorio congoleño. Nkunda, general pro Ruanda, es uno de los jefes de milicias más conocidos. La semana pasada, el ejército congoleño aportó pruebas de la participación de los soldados ruandeses en los combates. Pruebas que Occidente ha negado directamente. Nuestros medios de comunicación presentan este conflicto como una «cultura de la violencia» que habrían desarrollado los congoleños. Todo el debate se ha referido desde entonces a la cuestión de por qué Europa no interviene para detener a esos congoleños «asesinos y violadores».

Durante su intervención en la comisión parlamentaria del pasado miércoles 22 de octubre, Dirk Vandermaelen (del Partido Socialdemócrata Flamenco de Bélgica) admitió sin rodeos que, efectivamente, el conflicto tiene causas más profundas. «Todos nosotros sabemos que Estados Unidos y China están librando una batalla geoestratégica. También sabemos que las materias primas son el punto débil de China. Y además sabemos todos que China busca su aprovisionamiento en África. Temo, en lo que se refiere al este del Congo, que estamos asistiendo a un choque entre China y EEUU. Un choque delegado en personas interpuestas, a saber, el Congo de Kabila y la Ruanda de Kagame», declaró.

Lo más sorprendente es que, por otra parte, Vandermaelen se expresó principalmente sobre sus sospechas en cuanto a entregas de armas chinas al ejército congoleño. Incluso exigió que se intensifique la presión sobre el gobierno de Kabila y se imponga un embargo sobre las armas con destino a Kinshasa. Sin embargo, Vandermaelen no soltó palabra sobre la agresión de Ruanda o del papel que juega Estados Unidos en la región.

El domingo 26 de octubre, las tropas de Nkunda tomaron una gran base militar y una banda estratégica de 30 km situada entre Goma y Rutshuru. Los testigos denuncian las masacres perpetradas sobre la población local que apoya al ejército congoleño. Los sucesos, desde ese domingo, hacen que no se pueda seguir negando el papel agresor de Ruanda. No se puede seguir echando la culpa a los congoleños.

El pueblo congoleño quiere la paz

Después de todos estos años de guerra, el pueblo congoleño reclama la paz, desea que se preserven la unidad y la soberanía del Congo y que por fin se pueda emprender la reconstrucción económica. El Presidente Kabila, elegido por el pueblo congoleño, estableció una alianza con el ex lumumbista Gizenga y la fracción más ilustrada de la antigua élite de Mobutu. Sus principales enemigos son los aliados de Estados Unidos dentro y fuera del Congo. Por lo tanto, si la alianza en torno a Kabila quiere mantenerse, dicha alianza tiene todo el interés en acabar con la guerra lo antes posible. Para conseguir la paz, la política del gobierno elegido se apoya en dos pilares. Por una parte, mantenerse fiel a los principios de cooperación con la ONU y a los recientes acuerdos firmados en Nairobi y Goma. Por otro lado, el gobierno congoleño tiene que aplicarse a fortalecer su ejército para defender su territorio.

En noviembre de 2007, el Congo y Ruanda firmaron un acuerdo de paz en Nairobi. En enero de este año, en Goma, la comunidad internacional y todas partes implicadas –incluido Nkunda– ratificaron un acuerdo destinado a desarmar a las milicias e integrarlas en el ejército congoleño. Pero ni Nkunda ni Ruanda toman en serio estos acuerdos. Nkunda incluso rechazó abiertamente el acuerdo de Goma.

Muchos congoleños acusan a su gobierno de colaborar demasiado con el Monuc y de no dotar de suficientes medios al ejército para imponer la paz. Y precisamente en este punto Vandermaelen exige un embargo contra Kinshasa con respecto a las armas.

China, la piedra en el zapato

Después de treinta años de explotación por un Mobutu apoyado por Occidente, el Congo conoció diez años de guerra, pillaje y caos. De tal manera que de las infraestructuras y la economía congoleña no quedan más que grandes escombros. El presidente Kabila anunció antes de las elecciones de 2006 que basaría la reconstrucción del país en cinco «obras»: infraestructura, sanidad y educación, agua y electricidad, vivienda y empleo. Su objetivo es poner la economía del Congo al servicio del pueblo congoleño. Después de esperar en vano una iniciativa por parte de Europa o Estados Unidos, el Congo decidió finalmente, a finales de 2007, firmar acuerdos con China. Lo que le acarreó duras críticas por parte de Occidente y una nueva amenaza de guerra. Efectivamente, el contrato con China es una piedra en el zapato de los capitalistas europeos y estadounidenses.

Sin embargo ni Estados Unidos ni Europa se hallan en situación, aunque quisieran, de proporcionar los medios necesarios para la reconstrucción del Congo, mientras que China dispone actualmente de los medios para financiar grandes proyectos. Por otra parte China, a su vez, necesita materias primas para su propio desarrollo. Ir a la búsqueda de dichas materias primas a África es lo que Vandermaelen calificó de «punto débil». Como si fuese necesario, a cualquier precio, detener el desarrollo económico del principal país del Tercer Mundo. Y pretende, además, que Bélgica siga leyendo la cartilla al gobierno congoleño soberano. Como si el problema estuviera en Kinshasa y no en Kigali.


(*) Tony Busselen es periodista de Solidaire, publicación semanal del Partido del Trabajo de Bélgica (PTB). Además trabaja como voluntario en Kinshasa en el centro «Etoile du Sud» (EDS), un centro de coordinación de varias organizaciones de base en los barrios populares de Masina.