América Latina

Contribución de los Economistas de Izquierda al debate de lllª Asamblea Nacional de la Autoconvocatoria No al ALCA, Buenos Aires, abril 24 y 25 de 2004.

Deuda y ALCA: las dos caras de una dominación

Por Claudio Katz, 19/11/03 [1]

Avanzar con el ALCA y reforzar el cobro de la deuda externa son las prioridades económicas del gobierno de Bush para América Latina. Ambos objetivos apuntan a consolidar la dominación comercial y financiera del imperialismo. En lo inmediato, el atolladero que enfrentan las tropas ocupantes de Irak impulsa a Estados Unidos a afianzar el control de su “patio trasero”. Pero en perspectiva, la intención norteamericana es manejar directamente los recursos estratégicos de la región, especialmente el petróleo de México, Venezuela y Ecuador, los bosques de la Amazonia y las reservas de agua de la Triple Frontera.

El gobierno estadounidense necesita suscribir tratados de libre comercio para contrarrestar -con mayores exportaciones hacia Latinoamérica- el creciente déficit comercial del país. El impacto de este desequilibrio podría ser traumático si desalienta la afluencia internacional de los capitales que sostienen a la economía norteamericana. Con el ALCA se busca estimular las ventas externas y ampliar la desregulación financiera, que exigen los bancos para lucrar con operaciones especulativas en América Latina.

Pero Estados Unidos también alienta el ALCA para garantizar que la región permanecerá en el área del dólar en la próxima oleada de competencia con Europa. La primera potencia ya no rivaliza con dispersos concurrentes del viejo continente, sino con un bloque imperialista que pretende disputarle la hegemonía comercial y monetaria. A través de convenios comerciales con los países latinoamericanos, Estados Unidos busca cerrarle el paso a esos competidores.

Multilateral, Bilateral y Financiero.

El ALCA es solo una instancia de las negociaciones en curso y la firma del acuerdo (antes o después del año 2005) constituye apenas un aspecto de la presión norteamericana. El escenario multilateral de estas tratativas es la OMC. En ese ámbito, las economías desarrolladas imponen la reducción de aranceles en todos los sectores que benefician a las capitalistas del centro. Tradicionalmente esas ramas se circunscribían a los productos industriales, pero en la última década se añadieron también los servicios y la propiedad intelectual. Las grandes compañías obtendrían enormes beneficios si se reglamentaran nuevas privatizaciones y derechos de participación extranjera en las compras estatales. También pretenden conseguir mayores pagos por el uso de patentes informáticas o farmacéuticas.

Pero la euforia librecambista de los gobiernos imperialistas se diluye a la hora de aplicar estos principios a los sectores más vulnerables de las economías avanzadas. Especialmente el agro es protegido a través de una monumental red de subsidios, destinados a sostener los precios y contrarrestar la superproducción estructural. Estados Unidos alega que no pueden reducir estas subvenciones mientras Europa las mantenga y con ese argumento coloca fuera de cualquier negociación la eliminación de subsidios que pulverizan la competitividad de muchas exportaciones latinoamericanas. Frente a los obstáculos que genera esta postura en las tratativas multilaterales, el gobierno de Bush alienta convenios con cada país. Su propósito es imponer bilateralmente, lo que no puede lograr en la negociación colectiva.

La promoción de estos tratados particulares apunta también a diluir cualquier intento de resistencia común de los países periféricos y además, contribuye a seleccionar a los socios privilegiados de Estados Unidos en cada continente (Singapur, Israel, Jordania, Australia). El reciente convenio que se firmó con Chile ilustra qué tipo de asociación propone el imperialismo a las clases dominantes locales. Mientras que ningún sector industrial trasandino podrá soportar la avalancha comercial de productos norteamericanos, los grandes exportadores (cobre, fruta, pescado, madera) lograrán ampliar sus ventas en el mercado estadounidense. Por este camino, un sector dominante de los capitalistas locales mejoraría sus ingresos a costa del resto del país.

El otro precedente es México. Al cabo de una década de vigencia del NAFTA se ha consumado una vertiginosa desnacionalización de los bancos y de las cadenas comerciales, junto a un espectacular retroceso de la participación nacional en los productos que se fabrican en las maquiladoras. Además, se multiplican la desigualdad regional y las crisis agrarias derivadas de la importación masiva de alimentos estadounidenses. Pero lo peor, es que frente a la explosión de emigración que genera esta asfixia social, Estados Unidos cierra las fronteras ratificando que la libertad de circulación de las mercancías y los capitales no se extiende a los individuos.

América Latina enfrenta la perspectiva de un serio deterioro de los términos de intercambio como consecuencia del avance comercial norteamericano. Estados Unidos atropella por varios caminos y adapta cada negociación a sus conveniencias. Suscribe convenios directos (Chile, Guatemala, Costa Rica) y tienta con el misma recurso a otras naciones (Uruguay, Perú, Colombia) para aislar a su principal adversario comercial (Brasil), debilitar a un serio concurrente agrícola (Argentina) y socavar a un régimen político crucificado (Venezuela). Si no logra someter a todos, probablemente ensayará la fractura geográfico-comercial entre un grupo directamente asociado (México, Chile, Centroamérica, Perú, Colombia) y otro sector más sometido al desgaste de negociaciones siempre inconclusas (Brasil, Argentina, Venezuela).

El reforzamiento de la supremacía comercial norteamericana se sostiene en la dominación financiera, porque el cumplimiento de los convenios de apertura está asegurado por la supervisión del FMI. Por eso carece de sentido discutir el ALCA sin hablar de la deuda. Son dos procesos muy entrelazados. Cada pago de intereses potencia la pérdida de soberanía y cada tratado comercial desemboca en mayores concesiones financieras. Este círculo vicioso no puede romperse sin rechazar la dominación imperialista en los dos campos.

Mercosur, Argentina y Brasil

Frente al avance de la presión norteamericana por el ALCA, Lula y Kirchner han ratificado enfáticamente la preservación del MERCOSUR, pero la agónica supervivencia de este convenio no se supera con proclamas. Al cabo de una década, la moneda común es todavía un lejano proyecto y persisten agudas divergencias arancelarias entre los dos principales socios. Es cierto que el intercambio comercial se ha multiplicado, pero este salto no es sinónimo de integración. La unión aduanera no funciona, porque el arancel externo compartido fue perforado por la drástica apertura que Argentina implementó durante la convertibilidad, sin ningún tipo de acompañamiento por parte de Brasil.

Además, el intercambio corriente se encuentra periódicamente afectado por la vigencia de políticas de subsidios divergentes y ni siquiera funciona el sistema de arbitrajes previstos para los casos de conflictos comerciales. El correlato político de estas fracturas es la ausencia de instituciones comunes. Esta limitación no se resolverá con la simple formación de una legislatura regional, porque un Parlamento Latinoamericano ya existe desde hace mucho tiempo y su rol efectivo es un verdadero misterio. Sin moneda común, ni políticas macroeconómicas conjuntas, el MERCOSUR continuará languideciendo.

Este diagnóstico es compartido por quiénes lamentan la “falta de políticas coordinadas”. Pero estas carencias obedecen a la dependencia unilateral de cada país hacia el FMI. En cada renegociación de la deuda, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay suscriben compromisos de ajuste que impiden cualquier acción regional conjunta. En los acuerdos con el Fondo se definen porcentajes de superávit fiscal diferenciados, cronogramas impositivos distintos y políticas de subvención industrial divergentes. Por eso frente a cada crisis, los gobiernos recurren a distintos ajustes recesivos que tornan aún más ficticia la integración.

Las periódicas oscilaciones de la balanza comercial entre Brasil y Argentina (que suceden a las crisis devaluatorias) expresan esta erosión de los acuerdos. Al desplomarse la convertibilidad pareció insinuarse un ciclo de superávit argentino, pero como la recesión brasileña también coincidió con la recuperación económica local, ahora se está replanteado en el país la conocida queja contra la “invasión de las importaciones paulistas”.

El trasfondo del problema es la incapacidad de Brasil para emular a Estados Unidos como locomotora zonal, o a Alemania como sostén de una moneda común. Los dos grandes socios de Sudamérica son países sometidos a la dominación imperialista y no se perfilan como un bloque competitivo en el mercado mundial. Por eso el aumento del intercambio comercial entre Argentina y Brasil no mejoró el perfil de ninguno de los dos países frente a sus concurrentes extraregionales.

Este crítico cuadro explica porqué los funcionarios que rodean a Kirchner y a Lula han pasado del rechazo frontal de los proyectos norteamericanos a la aceptación de un “ALCA posible”, “mejorado” o “más equitativo”. Defienden la tesis de “negociar desde el MERCOSUR”, suponiendo que un frente común de esta región frenará la arremetida comercial estadounidense. Como primer paso, Argentina y Brasil han elevado una oferta común de liberalización de ciertos servicios -que sin coincidir con los sectores reclamados por el gobierno de Bus- abre la perspectiva de un acuerdo.

¿Pero qué grado de consistencia presenta este frente del MERCOSUR ? Mientras Paraguay y Uruguay son tentados por Estados Unidos para encarar tratativas bilaterales, la perdurabilidad de la sociedad argentino-brasileña es muy dudosa. Los hombres de Bush buscan debilitar a la burguesía brasileña -que mantiene el único sector industrial medianamente autónomo de Sudamérica- y podrían llegar a ofrecer algún zanahoria adicional a la Argentina.

Por otra parte, las clases dominantes de los dos grandes socios del MERCOSUR mantienen puntos de conflicto muy distintos con Estados Unidos y han desarrollado asociaciones muy diferentes con sus pares del Norte. Tanto en Brasil como en Argentina existe una creciente tensión, entre los grupos exportadores interesados en lograr alguna migaja del mercado norteamericano y los sectores industriales amenazados por la apertura comercial. Esta diversidad de intereses erosiona aún más la negociación común frente al gigante norteamericano.

En el caso argentino, luego de su última entrevista con Bush, Kirchner aceptó el marco de tratativas propiciado por Estados Unidos. El ex funcionario menemista que comanda estas conversaciones (Martín Redrado) es un fanático partidario del proyecto de entrega, que más terreno ha ganado en los últimos meses (“ALCA flexible”). Este curso supone aceptar los subsidios norteamericanos al agro, a cambio de ciertas concesiones arancelarias para los productos exportados por Argentina. El país convalidaría así la transferencia a la OMC de todos los temas que Estados Unidos no quiere abordar.

Si los grupos exportadores pro-ALCA se imponen, la Argentina afronta la perspectiva de un nuevo ciclo de apertura y consiguiente destrucción del tejido productivo. Como las principales empresas públicas ya han sido rematadas, la exigencia norteamericana de liberalizar los servicios no apunta tanto a las privatizaciones. Buscan incrementar la participación foránea en los negocios de obra pública y en las actividades sanitarias o educativas que aún gestiona el estado. Pero, además, el ALCA (o un convenio equivalente) reforzaría la transferencia de soberanía a los tribunales internacionales para dirimir litigios comerciales, acentuando la agobiante carga de demandas que soporta el país.

Alternativas populares.

Las clases dominantes negocian un ALCA (total, parcial, conjunto o separado) para mejorar sus negocios, en frontal oposición a las necesidades populares. Este hecho es reconocido por quiénes presentan al MERCOSUR como la alternativa más favorable para el conjunto de la población.

Pero en esta defensa omiten explicar porqué el período transcurrido desde la formación de esa alianza ha sido tan nefasto para los trabajadores y desocupados de la región. La tragedia de recortes salariales, despidos masivos y pauperización social que acompañó a la formación del MERCOSUR indica que este acuerdo no es un remedio para los sufrimientos populares. Al contrario, mientras los negocios de varios grupos empresarios prosperaron con subsidios y beneficios arancelarios, la mayoría de la población soportó las consecuencias de la flexibilización laboral y del recorte de los sueldos.

Frente a este resultado otros analistas proponen crear “Otro MERCOSUR”, más “popular” o más “social”. Pero tal como sucede con el ALCA el problema no radica en el nombre, sino en el contenido del proyecto. El MERCOSUR continuará sirviendo a los intereses de la minoría capitalista, si su objetivo es sostener la rentabilidad de las corporaciones. Seguirá beneficiando a un puñado de corporaciones, si promueve “economías de escala” para “abaratar el costo salarial”. Y también agravará la reprimarización del país, si mantiene la división del trabajo entre zonas que aportan materias primas y localidades que industrializan esos recursos. La única opción positiva es cambiar las prioridades y colocar la integración al servicio de las aspiraciones populares.

Este rumbo requiere consolidar la batalla conjunta contra la dominación comercial y financiera del imperialismo. Separar la resistencia al ALCA de la lucha por cesar el pago de la deuda externa conduce al fracaso de ambos objetivos. Para que la población se comprometa activamente con la primera reivindicación debe percibir que no es utilizada como prenda de negociación en las disputas entre grupos capitalistas. Cualquier freno del ALCA acompañado del mantenimiento del pago de la deuda implicará la continuidad del ajuste. Por eso la acción contra el ALCA debe empalmar con el rechazo de la deuda y la militarización regional. La campaña que se desarrolla actualmente (“Consulta popular de la Autoconvocatoria No al ALCA”) reúne acertadamente estos tres temas en una misma acción.

Este programa recoge el mensaje de las grandes movilizaciones populares que actualmente se registran en Latinoamérica y especialmente de la reciente sublevación en Bolivia. Allí se plantearon reclamos frontalmente opuestos al pago de la deuda y al ALCA. Las demandas sociales confrontan con el FMI y la exigencia de industrializar el gas en el país desafía al ALCA. Privatizar la extracción de ese recurso y exportarlo en bruto hacia Estados Unidos es justamente la prioridad de un acuerdo de libre comercio con Bolivia. Quiénes han padecido durante centurias el saqueo de la plata, el salitre y el estaño se resisten heroicamente a una nueva depredación.

La batalla contra la deuda y el ALCA resucita la aspiración popular de alcanzar la unidad regional y romper las cadenas de 500 años de opresión. Este anhelo está presente entre los trabajadores, campesinos y desempleados que luchan por cambiar la terrible sucesión de padecimientos que ha signado la historia de América Latina.

[1]Economista, Profesor de la UBA, investigador del Conicet, miembro del EDI (Economistas de Izquierda)