Cuba

¿Qué pasa en Cuba?

Por Danielle Bleitrach
Argos Is–Internacional, 18/05/6
Traducido para Rebelión por Juan Vivanco

Mis observaciones son el resultado de una estancia de un par de meses en la isla, de febrero de 2006 a primeros de abril del mismo año. Es una exposición difícil por cuatro razones.

1– ¿Por qué es difícil explicar lo que pasa en Cuba?

a) Si es difícil explicar cualquier sociedad, incluida aquella en la que vivimos, pues tenemos que luchar contra lo que Bourdieu llamaba «la ilusión de un saber inmediato», más difícil todavía es explicar una sociedad sometida por nuestros medios a una deformación tan intensa y que «disfruta» de una enorme carga simbólica, porque ha optado por el socialismo. Todas las preguntas que nos rondan la cabeza (hay una insistente: «¿qué va a pasar en Cuba después de Castro?») requieren un largo desarrollo. Para contestar a la pregunta hay que empezar desde atrás, ver cómo se plantea realmente en Cuba a partir de la concepción y la práctica política cubana, y no de la nuestra.

b) Fui a Cuba con una preocupación. El 17 de noviembre Fidel había pronunciado en la universidad un discurso que me había parecido de suma importancia, no sólo porque planteaba una serie de cuestiones políticas e históricas sobre el socialismo, sino también porque indicaba que se estaba llevando a cabo un proceso de rectificación en la sociedad cubana. Durante mi estancia comprobé que realmente el proceso estaba en marcha, pero digamos que en sus comienzos, de modo que hablar de él hoy es apasionante, pero podría introducir una deformación y sería mejor describirlo en un segundo tiempo.

c) El discurso se centraba en las reformas internas, las que se consideran necesarias para que Cuba, con o sin Fidel Castro, pueda continuar su trayectoria socialista; pero estas reformas internas no se pueden separar de la situación internacional (y los cubanos no lo hacen). Una vez más, se trata de Cuba pero de más cosas.

Tal como observamos en De mal empire, uno de los problemas que nos plantea la actual mundialización imperialista es que pretende impedir cualquier reforma interna. Aquí mismo en Francia, en Europa, «la reforma» se ha convertido en simple adaptación a la mundialización neoliberal, revisión a la baja de las conquistas sociales y aumento de las desigualdades. El fenómeno es aún más violento en los países del tercer mundo, donde el margen de maniobra frente a instituciones internacionales como el FMI y las multinacionales, pero también frente a las amenazas de intervención militar, es más estrecho. De modo que «el trabajo» que está haciendo Cuba consigo misma no debe separarse de la intensa actividad internacional en la que participa la isla como uno de sus protagonistas.

d) Los franceses no sólo están convencidos de que lo saben todo y osan emitir opiniones políticas basadas en una información muy deficiente y unos cuantos tópicos, sino que su juicio es cada vez más pasivo. Los veinte años de contrarrevolución que hemos padecido han creado un verdadero erial organizativo. Sigue habiendo partidos y sindicatos, abundan las organizaciones, pero todos se muestran incapaces de fomentar la intervención política de la población. ¿Cómo es posible, si no, que después de hechos tan contundentes como el no a la constitución europea o la gran movilización contra el CPE (contrato de primer empleo), los mismos responsables sigan en sus puestos y se mantenga la caricatura de la elección presidencial para 2007? Lo importante, por lo tanto, no es sólo estar informados, sino saber qué se pretende con la información.

Así las cosas, no es de extrañar que el caso de Cuba, que además de obstinarse en su idea socialista osa ponerla en práctica, se perciba con dificultad… Más allá del descrédito que empaña desde hace veinte años la idea socialista, la incomprensión tiene que ver con la propia noción que tienen unos y otros de la política. Lo más sencillo, seguramente, será mantener la forma del diálogo que mantuve con mis interlocutores franceses sobre la evolución de la situación cubana, y considerar que mis respuestas son simples observaciones incompletas.

2– En Cuba la política se entiende de un modo completamente distinto que en Francia. La mayoría de las preguntas que me hacen los franceses, sobre todo los jóvenes, reflejan su modo de contraponer «el poder» y las masas… Cuando explico que el discurso de Fidel Castro del 17 de noviembre de 2005 desencadenó realmente un amplio debate sobre la situación interna cubana, sobre la necesidad de hacer reformas, las respuestas, en líneas generales, son: «¿quién debate y sobre qué?», y se sobreentiende: «serán los peces gordos y la tele, los demás pasan de todo…».

Es complicado, porque tengo que responder cosas contradictorias, como la realidad misma. Además es un proceso que no ha hecho más que empezar y hay que darle tiempo, hasta el otoño, por ejemplo, para que se vean los efectos de las medidas que se están tomando.

Hoy en día, contrariamente a lo que piensan mis interlocutores franceses, hay un trabajo discreto y perseverante muy intenso. Sorprende que haya tan pocas intervenciones de carácter digamos «ideológico», que se sitúen a la altura del mensaje de Fidel sobre el significado del socialismo y los problemas teóricos y políticos planteados por él.

En todas las organizaciones, en el partido, en los sindicatos, se suceden las reuniones para tratar sobre los cambios que se están haciendo. Creo que no es casual que, en esta etapa del proceso, el debate se ciña a los problemas concretos y no haya publicidad, no se refleje realmente en la prensa ni en la televisión. El discurso de Fidel inaugura cierto tipo de debates, pero ya se habían tomado una serie de iniciativas: no cabe pensar que «la transformación energética del país» empezara el 17 de noviembre y en la primavera esté ya tan avanzada.

a) Los trabajadores sociales

Otro hecho: la denuncia de los robos y los desvíos de recursos generados por el periodo especial y la labor de los «jóvenes trabajadores». Fidel Castro, en su discurso del 17 de noviembre, se refiere extensamente a estos jóvenes. Señala que en muchos lugares, y concretamente en las gasolineras, comprueban la buena gestión del suministro y han sorprendido en flagrante delito de robo a sus encargados, empleados del estado. Luego hablaremos de esto. ¿Quiénes son?

En Cuba es una isla, es decir, en enero de 2004, al estudiar la racionalización azucarera y la matriculación masiva en la universidad de antiguos trabajadores azucareros, ya apreciábamos la existencia de estos jóvenes trabajadores sociales. Dedicamos un apartado a la actividad, dirigida por la juventud comunista, de muchos investigadores jóvenes que estudiaban las disfunciones de la sociedad cubana, la situación de los viejos que viven solos, las bandas de adolescentes al borde de la delincuencia. Estos adolescentes habían abandonado los estudios, no tenían empleo y se dedicaban a callejear.

Los militantes de la juventud comunista hacían encuestas muy completas sobre sus familias, pero también sobre su estado de salud; comprobaron así que estos jóvenes procedían de familias separadas y tenían carencias nutritivas, porque, a diferencia de la salud de los niños, que se cuidaba mucho, la de estos adolescentes que además no iban a clase se había descuidado.

Tras este descubrimiento se tomaron medidas de asistencia sanitaria a los adolescentes. En cuanto a su reinserción social, les propusieron reanudar los estudios para entrar en la universidad. El programa tuvo un éxito indiscutible, porque la mayoría de los trabajadores sociales proceden de este sector. Hoy perciben por su trabajo de control social un verdadero salario medio, mientras que cuando reanudaron los estudios sólo les daban una pequeña beca.

Es todo un reto, como me decía un joven militante comunista: «Donde tengo que vencer más resistencias es en mi propia familia. Mi hermano me dice ‘me parece muy bien que hayas vuelto a estudiar, pero yo, vendiendo pizzas en la calle, mantengo a toda la familia, y tú no puedes’». Los obreros de la industria azucarera que reanudaron los estudios cobraban su salario íntegro, pero el problema se plantea, sobre todo, en los alrededores de los centros turísticos o en una ciudad como La Habana, es decir, la diferencia entre lo que permite un sueldo y lo que permiten esos trabajos informales… con más razón cuando se les pide a estos jóvenes que controlen una situación de corrupción.

Cuando se analiza la situación de Cuba hay que tener en cuenta el subdesarrollo y la falta de medios para hacerle frente, dado el estrangulamiento que produce el bloqueo. Y medir los resultados con arreglo a esta situación.

Los trabajadores sociales, pues, son jóvenes que estudian la carrera correspondiente, creada hace poco (derecho, psicología, sociología, etc.) y al mismo tiempo trabajan. Hoy podemos verlos en todas las gasolineras, se les reconoce por el pulóver azul con un letrero blanco que dice: «trabajadores sociales». Su intervención ha puesto en evidencia la magnitud del desvío de recursos, y Fidel, en su discurso, dice que con todo lo robado en las gasolineras se podría sufragar la universidad.

Pero más allá de esta intervención actual contra los desvíos de recursos, la creación de los trabajadores sociales, como el ofrecimiento que se hizo a los trabajadores después de la racionalización de la industria azucarera para que reanudaran los estudios, revelan una práctica muy interesante de trayectorias empleo–formación como forma de luchar contra el desempleo, prevenir la delincuencia y alcanzar un nivel general de formación universitaria para los cubanos. El proyecto, como hemos visto, contribuía a la especialización de Cuba en las relaciones Sur–Sur. Gracias a su alto nivel educativo, Cuba aportaba productos con mucho valor añadido, pero también servicios, educación, sanidad e investigación.

Por lo tanto, si queremos entender cabalmente la labor de los trabajadores sociales, debemos analizar el influjo cubano en las relaciones Sur–Sur, el modo en que la isla obtiene recursos de su potencial intelectual, pero también la ayuda desinteresada que, en asociación con Venezuela, brinda la isla a distintos países, no sólo latinoamericanos. Los jóvenes trabajadores sociales forman parte de un programa más general de elevación del nivel de calificación cubana. Si partimos del discurso de Fidel, su labor está enfocada hacia la reforma interna, hacia las correcciones que requiere el socialismo cubano.

b) Salir del periodo especial

Se trata de salir del periodo especial. Para sobrevivir, para mantener el rumbo, los cubanos tuvieron que soportar una situación que pocos pueblos habrían aceptado sin protestar. Aquí en Francia no tenemos ni idea de las dificultades que padecieron y siguen padeciendo. No sólo en el 91, cuando la economía se sumió en un estado de coma profundo y todos los suministros exteriores cesaron, sino después, en el 92 y el 96, cuando el endurecimiento del bloqueo produjo un verdadero estrangulamiento económico. El día a día se convirtió en una lucha constante… A escala gubernamental hubo que aceptar unas medidas (dolarización, turismo) que no dejaron de surtir efectos indeseados.

Hoy en día salir del periodo especial significa crear condiciones para un aumento del bienestar y asimismo corregir las profundas degradaciones que ha sufrido el tejido social. Las dos cosas van juntas. También es preciso tener en cuenta los hábitos creados por el socialismo, como el derroche generado por las subvenciones. La tarifa eléctrica, tan baja que nadie presta atención al consumo personal, lo mismo con el gas…

A esto se suman situaciones heredadas del periodo especial y de la influencia del turismo: un trabajo informal que se ha generalizado, pero también varias formas de delincuencia. Ante la penuria cada cual se las arregla como puede. En general se trata de pequeños hurtos, pero también hay tramas organizadas. Un ejemplo típico es el de las gasolineras. Los empleados se habían puesto de acuerdo con conductores de las empresas estatales; oficialmente les facturaban 10 litros de gasolina pero en realidad entregaban 5 y se repartían los otros 5… el desvío de recursos era considerable.

Pude ver la realidad del control y sus limitaciones. En todas las estaciones de servicio hay «jóvenes trabajadores». En el discurso de Castro son «héroes», pero los cubanos son lo bastante realistas como para poner las cosas en su sitio. A menudo se trata de esos jóvenes de los que hablábamos en Cuba es una isla, que se encontraban al borde de la delincuencia cuando les ofrecieron la posibilidad de reanudar los estudios con una beca.

Se ha pretendido, sobre todo en Miami, convertirlos en «guardias rojos». Pero el pragmatismo cubano, después de brindar a estos jóvenes una segunda oportunidad, no se hace ilusiones sobre lo que puede pasar cuando intenten corromperlos, de modo que no intervienen en su ciudad de origen. Por ejemplo, en una gasolinera que estaba junto a mi casa, los equipos de trabajadores sociales, que solían ser chicas, venían de Las Tunas y no se quedaban más de tres días. Su misión no consistía en intervenir directamente sino en anotar lo que veían para pasar un informe a las autoridades competentes.

La operación de limpieza es profunda…baste una cifra: en 2005 el partido depuró a 2.900 miembros y varios directores de empresa y ministros fueron destituidos. En las asambleas de trabajadores se invita a reflexionar sobre todo esto, a hacer el balance de lo que realmente cuestan el «invento» y los robos… Las consecuencias pueden ser sanciones y expulsiones, pero también penas de cárcel o traslados a sectores menos «jugosos». Algunos casos se han hecho públicos, pero en general las medidas se toman en los centros de trabajo, discretamente. Por eso hablo de un trabajo perseverante y discreto.

Cabe señalar que los cubanos confían en sus dirigentes; Fidel, por supuesto, es el símbolo de esta confianza, pero la confianza en las instituciones es más amplia.

Por ejemplo, cualquiera que conozca otros países del tercer mundo, y concretamente los de la zona del Caribe, sabe que allí nadie confía en la policía. En Cuba, por lo general, la referencia al estado se considera una garantía. Una anécdota puede explicar esta clase de confianza: los cubanos están obsesionados con la higiene y la limpieza. Yo solía almorzar en pequeñas cafeterías regentadas por particulares donde puedes tomar un jugo de fruta y comer un bocadillo por un precio muy módico, en moneda nacional. Todos mis conocidos cubanos me abroncaron, diciéndome que podía pillar una hepatitis… Yo me defendía diciendo que la cafetería era una empresa estatal y los empleados llevaban un gorro que les cubría el pelo y uniforme. Me contestaron que no había que fiarse: «Es para inspirar confianza».

Dicho esto, también es frecuente oír a los cubanos protestar por un mal servicio, como la recogida de basuras, con el argumento de que «si el estado no puede hacerse cargo tendrá que dejarlo en manos de una empresa privada».

Probablemente habrá un debate mucho más público, mucho más «ideológico», cuando se hayan resuelto una serie de problemas, como el equipamiento energético del país o el consumo de las familias. Los cubanos necesitan este plazo para entablar el debate a su manera. Por eso hablo de un primer tiempo.

3– Estamos al principio de un proceso

La descripción anterior produce en todos mis interlocutores «amigos de Cuba» una serie de preocupaciones.

La primera es sobre la designación del «enemigo interno»: ¿no estará Cuba dividiendo a su población? En vista de los problemas, ¿no se estarán buscando «chivos expiatorios»?

Otra objeción es que mi análisis sobre la «realidad» de los trabajadores sociales arroja una sombra de sospecha sobre el conjunto de estos jóvenes, que están haciendo un trabajo meritorio, pero sobre todo plantea dudas sobre la juventud cubana en general. Cuando la generación que ha hecho la revolución (se da por hecho, abusivamente, que maneja todos los hilos) haya desaparecido, ¿no caerá esta juventud en brazos del capitalismo y el consumismo?

Este interrogante es en cierto modo una versión mejorada y aumentada de la imagen mediática occidental, según la cual Cuba sería rehén de un viejo dictador que impone a su pueblo un socialismo caduco, fracasado en todo el mundo… Pensar que la resistencia del pueblo cubano pudiera limitarse a la de un dictador envejecido era una tontería, pues ahí estaba la experiencia histórica del desmoronamiento del socialismo europeo: qué decir, entonces, de un país situado a pocos kilómetros de la primera potencia mundial, que hace lo posible por estrangularlo… de modo que los sempiternos análisis sobre la caída programada de Cuba han chocado con la realidad de más de diez años de resistencia y supervivencia, de logros importantes y ahora del despertar de un continente. Pero los tópicos son muy persistentes…

a) ¿Vía libre para Estados Unidos?

Cuando hablo de aquello contra lo que luchan los cubanos, a menudo oigo este comentario: «¿De modo que Estados Unidos tendrá vía libre para apoderarse de Cuba en cuanto desaparezca Castro?»

¿Por qué compartimos con los gobiernos norteamericanos esta visión supersticiosa del papel de Fidel Castro? Sin duda porque es la que repiten machaconamente los medios. Pero hay más: tras esta visión de Fidel como obstáculo para la evolución de Cuba aparece una sociedad bloqueada, paralizada. Para los que ven con interés el giro a la izquierda de América Latina, la orientación «bolivariana» de un continente, Cuba sigue anclada en la experiencia soviética. Contraponen, más o menos, el «basismo», la espontaneidad de Venezuela al estatismo cubano. Lo cual, dicho sea de paso, es completamente ajeno a la forma en que plantean sus relaciones los actores reales, venezolanos y cubanos, tanto los dirigentes como los pueblos.

La realidad de América Latina también requiere una larga exposición, pero ¿qué mejor ejemplo que la firma del ALBA con Bolivia, el acuerdo que inaugura un tipo de relaciones internacionales sin precedentes en todo el mundo, este primero de mayo de 2006, y la reunión de Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales en La Habana? (1)

No ha sido una cumbre más, porque va acompañada de medidas concretas. Enfrente de la casa donde me alojaba en La Habana había un hotel, el Copacabana, ocupado por cientos de pobres llegados de toda Latinoamérica para operarse de la vista en Cuba. Venezuela se había encargado de buscarlos, les pagaba la estancia con un miembro de su familia y gracias a los cirujanos cubanos recobraban la vista. Más de 200.000 personas hasta hoy, la Misión Milagro. De esto no se dice ni pío en los medios occidentales, como tampoco, cuando llega el aniversario de Chernóbil, de los miles de niños ucranianos atendidos en Cuba. Prefieren presentarnos el espectáculo tenebroso de un pueblo sometido por un dictador malo, cuya muerte está esperando el «mundo libre» para poner en marcha la «transición democrática». No dicen nada del orgullo, de la aprobación general del pueblo cubano a pesar de sus estrecheces, cuando se trata de prestar una ayuda desinteresada al resto del planeta. En estas condiciones, ¿cómo vamos a apreciar el esfuerzo callado de este pueblo?

El discurso de Fidel del 17 de noviembre en la universidad y el proceso de rectificación que se ha puesto en marcha en Cuba no se interpretan tal como son, sino de acuerdo con los tópicos de los medios. Estos nos pintan una Cuba a merced de los acontecimientos, que toma medidas in extremis.

Es preciso corregir estas ideas preconcebidas. No cabe duda de que Fidel ha tenido un papel fundamental en la resistencia cubana, pero como dicen los cubanos: «Fidel es nuestra dignidad, pero sin nosotros no habría podido hacer nada». ¿Quiénes son «nosotros»? Si Cuba ha sobrevivido es porque la sociedad, lejos de estar paralizada, tiene una gran capacidad de iniciativa y previsión. ¿Acaso no es esta la premisa para analizar el discurso de Fidel del 17 de noviembre y el proceso de rectificación iniciado?

a) El rechazo al dominio de EEUU es el rasgo principal. De modo que cuando me hacen la pregunta anterior, contesto: «No, francamente, no creo que después de Castro Estados Unidos tenga vía libre. Ante todo porque los cubanos no quieren que les domine Estados Unidos, y este es un elemento fundamental que no debe perderse de vista. No es una mera resistencia psicológica, hay que calibrar bien hasta qué punto la negativa a depender de Estados Unidos configura la propia sociedad cubana. Para empezar, Cuba es una república, un estado de derecho, pero también un estado en guerra permanente, y desde hace más de 40 años toda la sociedad civil, lo mismo que el estado, se ha organizado en torno a esta resistencia».

Dada nuestra tendencia a aplicar el modelo de nuestras sociedades fragmentadas a la sociedad cubana, concebimos la «opinión cubana» según el modelo de nuestros sondeos, y la relación entre el «poder» y la «sociedad civil» con arreglo a ese modelo, que en el fondo tampoco nos sirve a nosotros. Una sociedad no suele ser una simple suma de opiniones, y en Cuba aún menos. Para conocer esas opiniones, los dirigentes cubanos disponen de encuestas diarias muy bien hechas sobre lo que se comenta, y además cada organización de masas aporta su testimonio.

Es una sociedad infinitamente menos burocratizada que la nuestra. No me refiero sólo a las administraciones públicas, porque la burocracia de las empresas capitalistas, de las multinacionales, supera la peor pesadilla. Por no hablar de la tecnocracia europea: somos lo que un sociólogo describía como una sociedad bloqueada.

Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que en Cuba la información de abajo arriba circula mejor. Todas las organizaciones, desde el partido hasta las organizaciones de masas, están con la gente y comparten sus estrecheces. Hay una exigencia democrática auténtica, y si un dirigente, en el nivel que sea, no es capaz de dar respuesta a las cuestiones concretas que le plantean, los asistentes a la reunión protestan o se marchan. Esto explica la fuerte renovación de responsables políticos, incluidos los cargos elegidos.

En cierta medida, las sanciones que he mencionado antes, a miembros del partido, ministros y directores de empresa, son casos extremos de un funcionamiento que sólo es posible gracias a la fuerte politización del pueblo cubano.

El mejor indicio es la participación de la población en las asambleas populares. En Cuba es una isla señalamos que a principios de los noventa la gente no asistía a las reuniones. Si luego volvieron a estar concurridas fue porque las organizaciones de masas empezaron a ocuparse de los problemas concretos de la población. Pero es evidente que esta «democracia participativa» excluye el espontaneísmo, y los dirigentes, en todos los niveles, tienen que ir bien preparados a las reuniones. Además de estudiarse bien la documentación y tener preparadas las respuestas, tienen que hacer un análisis político que dé perspectiva a cada reflexión individual. Los dirigentes no paran, van de reunión en reunión.

En principio los dirigentes que impulsan esta manera de funcionar son los que hicieron la revolución, pero hoy la mayoría de los dirigentes locales y nacionales son jóvenes, de unos cuarenta años, e igual de activos. Esto da vivacidad al debate, incluido el de la mal ponderada Asamblea Nacional Popular. No es el tema de este artículo, pero se puede decir que de abajo arriba todas las opiniones se expresan siempre que no atenten contra la revolución, es decir, contra las condiciones de la soberanía nacional. En este sentido la influencia de Martí es tan importante como la de Lenin. Sin duda la presión exterior y las amenazas, muy reales, son limitadoras, es una democracia de guerra. Pero hay debate.

a) Lucha contra el consumismo o contra la penuria

Por ejemplo, a partir del discurso de Fidel se entabló un debate que reproducía en parte las preguntas de los franceses sobre el modo en que la atracción del modelo occidental puede afectar al socialismo. Esta atracción existe, pero la visión que puede tener un francés recién llegado a Cuba es exagerada.

En este caso también hay que medir el prisma que introduce el observador y hacer una crítica constante de nuestro punto de vista. Ya hemos dicho que había que tener en cuenta el descrédito de la política y los políticos en nuestras sociedades, pero también nuestras formas de «sociabilidad», muy individualistas, la hostilidad, la desconfianza mutua que cunde espontáneamente…

La emigración, cada vez más económica y menos política, se sigue interpretando como un fenómeno de huida del régimen. Pero el fenómeno más impresionante de Cuba no es esta emigración, sino el hecho de que tantas personas con una alta calificación profesional, a pesar de las ofertas tentadoras para marcharse a Estados Unidos, se hayan quedado. En La Habana hay una ciudad dentro de la ciudad, un centro de especialistas en biología, en química, que hacen una labor científica muy destacada y se quedan en el país. Como todos esos médicos que van a Haití o Pakistán y viven en condiciones muy precarias. Eso también es Cuba, y el turista apenas lo ve. De modo que corremos el riesgo de exagerar la influencia del consumismo, que sin embargo existe.

Sobre esto también se entabló un debate en los círculos dirigentes, el partido y las organizaciones de masas; ciertas personas, en particular intelectuales, insistieron mucho en este aspecto, en los peligros de la influencia ideológica.

En el contexto del discurso de Fidel y los peligros que acechaban al socialismo cubano, proponían una suerte de ascetismo, diciendo que los antiguos esclavos habían luchado descalzos para defender su patria frente a España y que es preciso recuperar este «espíritu».

Los pragmáticos replicaron que esa no era la cuestión principal. Algunas personas, sin duda, se habían enriquecido, habían adoptado el modo de vida occidental, pero el verdadero problema de los cubanos eran sus dificultades diarias, el hecho de tener que soportar lo que ningún otro pueblo del mundo soportaría sin rebelarse. Gracias, justamente, a su alto nivel político y su apego a la independencia nacional. De modo que todos los esfuerzos debían ir encaminados a mejorar su situación material. Este era el sentido fundamental del proceso, y no la cacería ideológica del enemigo interior.

Había que denunciar las prácticas heredadas de la lucha por la supervivencia en el periodo especial porque atentan contra la conciencia revolucionaria, contra la idea socialista del «bien común», pero también porque dificultan el acceso a los beneficios del crecimiento económico, mantienen el subdesarrollo y la precariedad de la mayoría.

El discurso de Fidel coincide con lo que sienten los cubanos: cuando les dicen que su economía está despegando, está creciendo bastante, se preguntan: «Entonces, ¿por qué seguimos pasando tantos apuros con la alimentación, el transporte, la vivienda? ¿Adónde va a parar ese crecimiento?». Lo cual es relativamente injusto, si comparamos la penuria de los años 93 y 94 con la relativa abundancia de productos que hay ahora.

Pero el caso es que a principios de los noventa los cubanos tenían dinero y ahorros, aunque no hubiera nada que comprar, y hoy el resultado de las medidas tomadas en el periodo especial es que los productos de primera necesidad «fuera de la libreta» todavía resultan demasiado caros para los salarios, incluso los que se pagan en pesos («moneda nacional»), a pesar de las recientes subidas de salarios y pensiones, que son considerables.

Hay una minoría, no más del 10% de la población, que desfruta de las ventajas sociales y una «holgura» añadida por tener un acceso más fácil al peso convertible. El consumismo, muy relativo, de esta clase privilegiada, que es con la que suele tratar el turista, no puede ocultar el hecho de que el 90% de la población sigue teniendo dificultades para asegurarse un consumo ordinario. El proceso que se ha puesto en marcha a raíz del discurso de Fidel en la universidad, pero también después de la desdolarización de la economía a partir de noviembre de 2004, va dirigido prioritariamente a elevar el nivel de vida de esta población.

Las sanciones contra los delincuentes, contra quienes cobran una suerte de «renta de las desigualdades», contra la burocracia que favorece la inercia y por tanto el trapicheo individual, contra los despilfarros, se imponen sin mucha publicidad, haciendo hincapié en el debate interno y la convicción política.

4– Un ejemplo: 2006 se ha declarado «año de la revolución energética». (2) Concretamente, los cubanos se han dedicado a transformar sus instalaciones eléctricas. El verano pasado hubo muchos apagones, no sólo a causa de los ciclones sino porque su sistema, que dependía de una instalación centralizada, estaba al límite de sus posibilidades. Están en plena transformación de este sistema. Al mismo tiempo intentan atajar el derroche de energía. Han ido cambiando los viejos electrodomésticos, que a menudo eran soviéticos. Las familias han recibido por un precio módico, con grandes facilidades de pago, unos electrodomésticos más ahorrativos. Se ha hablado mucho de las ollas arroceras, pero no son más que un ejemplo. En la zona de Pinar del Río la operación ha empezado ya y va extendiéndose poco a poco a toda la isla. Se espera ahorrar con esto un 20%. Se han cambiado gratuitamente las bombillas por otras de bajo consumo. Además, en medio de una tormenta de protestas, las tarifas eléctricas han intentado acercarse un poco a los precios reales.

Un par de aspectos positivos: el primero, la transformación de la electrificación de Cuba, la descentralización, es una tarea inmensa. También es positiva la dotación a la población de electrodomésticos nuevos, que consumen mucho menos, bombillas de bajo consumo, ollas de presión y arroceras, frigoríficos, todo ello a un precio muy bajo o gratis en el caso de las bombillas.

Lo negativo es la subida de las tarifas eléctricas: 100 W mensuales siguen saliendo casi gratis, como antes, y de 100 en 100 W la tarifa va en aumento, de modo que cuando alcanza los 400 W resulta prohibitiva para un sueldo medio de 500 pesos (moneda nacional).

Esta medida tajante es muy impopular. Lo que pretende el estado no es tanto aumentar sus ingresos cuanto imponer una lucha contra el despilfarro (por ejemplo, la manía cubana de dejar las luces encendidas noche y día). No es una lucha contra los efectos del periodo especial, sino contra una consecuencia del socialismo, una vieja historia, porque cuando los precios no son reales se produce un derroche general. Es el carácter «natural» de la prodigalidad del socialismo… La electricidad no es más que un aspecto de esta «prodigalidad» y, como dijo Fidel en la universidad, es preciso corregir un concepto ingenuo de socialismo.

Aumentar los salarios y las pensiones a la vez que se suprimen subvenciones y gratuidades ficticias en materia de consumo familiar es una opción política, lo mismo que vigilar la tendencia de las empresas a desarrollar sus propios métodos de gestión a expensas del bien colectivo. (3) Pero hay una evidente contradicción entre las nuevas orientaciones del gobierno y las aspiraciones de la mayoría de los cubanos. Estos no quieren «precios reales», todo lo contrario, lo que quieren es que si hay crecimiento sirva para ampliar las subvenciones, mejorarlas en cantidad y calidad… Por eso la modificación de las tarifas eléctricas es muy impopular, en particular de cara al verano, cuando el consumo aumenta a causa de los climatizadores. En realidad, sólo un 10% de la población tiene estos aparatos en casa, y es el 10% que trata más con los turistas, incluidos los que alquilan habitaciones en casas particulares. La intención del gobierno es lograr un aumento de salarios que permita suprimir la libreta, pero parece que aún falta bastante para eso, dada la impopularidad de cualquier medida que disminuya las subvenciones estatales y dado también el ritmo previsible de aumento de los salarios y las pensiones.

Quienes se imaginan una población cubana amedrentada, silenciosa, a merced de los arrebatos de un dictador senil, empezando por el gobierno estadounidense y los ultras de Miami, por no hablar de nuestros medios franceses, se equivocan de medio a medio. La inmensa mayoría de los cubanos son patriotas. Su mentalidad, muy comprensible, de asediados, unida al temor de perjudicar a su país y a su orgullo, hacen que la actitud general (exceptuando a los moscones que rondan a los turistas y exageran sus penurias para conseguir divisas) sea más bien la de ocultar lo que va mal para no dar «armas» al enemigo.

Pero si te ganas la confianza de los cubanos, si saben que no eres «enemigo», les encanta quejarse y protestar, sobre todo a los habaneros. También está la mentalidad insular: tienen la absoluta convicción de que sólo a ellos les pasan esas cosas. La Habana es una de las ciudades más seguras del mundo, la única en que una mujer puede hacer autoestop tranquilamente a altas horas de la noche, pero si un habanero se pone a hablar de los peligros, la criminalidad, los ladrones, se complace en los detalles morbosos… A veces, incluso, con cierta xenofobia interna, como la que apunta a los obreros de la construcción llegados de oriente, de Santiago. Como les pasa a los marselleses en París, ni más ni menos.

Lo mismo se puede decir del racismo: Cuba es la única de las Antillas que ha acabado realmente con el racismo heredado del esclavismo, pero buscando bien siempre se pueden encontrar racistas auténticos, aunque desde luego no es lo relevante. Lo relevante es que en Cuba hay muchos más médicos de origen africano que en Estados Unidos. Por eso el sociólogo siempre debe combinar dos tipos de análisis: uno es el estudio de las grandes masas, las estadísticas, y el otro la observación sensible, la inmersión en la vida diaria; y corregir constantemente sus «impresiones», justo lo contrario de lo que hacen la mayoría de los turistas, incluidos los «amigos de Cuba».

Sin olvidar el telón de fondo, la situación internacional, la hostilidad permanente de Estados Unidos y sus aliados europeos, pero también la extensión de las resistencias. El alto nivel de politización de los cubanos tiene esta doble dimensión: no olvidan nunca la situación internacional, las limitaciones, las posibilidades, y al mismo tiempo están siempre volcados en la supervivencia, en lo concreto. En este sentido el discurso de Fidel, que como de costumbre pasa del movimiento del mundo al detalle material más trivial, está en perfecta sintonía con la mentalidad cubana. El debate parte de un hecho concreto, cómo salir del periodo especial, para indagar sobre el socialismo, sobre el futuro de la humanidad. De momento está centrado en lo concreto.

En esta etapa resulta difícil apreciar el conjunto del proceso y, en particular, calibrar el resultado de las medidas «positivas» como la electrificación, el ahorro de energía y el aumento de líneas de transporte interprovinciales gracias a la compra masiva de autobuses chinos. Al observador le resulta más inmediato el mal funcionamiento; pero es igual que en Francia, si buscas lo que va mal lo encuentras fácilmente.

5– Un proceso interno sometido a presión externa: lo que intentan corregir los cubanos se parece mucho a lo que genera la penuria en tiempos de guerra: mercado negro y economía informal. Todavía hoy toda Marsella tiene esa mentalidad, lo que no impide la combatividad, sobre todo de los obreros portuarios; pero los cubanos piensan, en primer lugar, que si hay socialismo la gente debe tener más conciencia del bien común.

En segundo lugar, el trapicheo acaba socavando la conciencia revolucionaria. Esto cuando se produce a pequeña escala, por ejemplo, cuando los trabajadores de una empresa que vende pollos roban uno para llevárselo a casa. Otra cosa son las gasolineras, donde hay una trama… o el caso de uno que robaba placas para radiografías en gran cantidad, esas placas que son tan valiosas porque contienen plata, pero él hacía objetos de uso corriente con ellas, una estupidez; le cayeron veinte años, con publicidad del caso en la prensa.

También se sanciona a los dirigentes que por dejadez o irresponsabilidad obligan a sus subordinados a «inventar». Pero todos los directores de empresa lo confirmarán, Cuba es uno de los países del mundo donde hay menos corrupción. Habrá que tener en cuenta este hecho fundamental cuando el proceso de rectificación, con su efecto de amplificación, pinte inevitablemente un panorama poco alentador.

La mayoría de las veces es este el tema de las reuniones que se convocan en empresas y barrios; la propia colectividad se ocupa de estos asuntos. No es fácil explicarle a un francés la fuerza de estas colectividades, su unidad… Como socióloga quizá sea esto lo que más me fascina de Cuba, que estamos ante verdaderas piñas. Hay un arte cubano de manejar los conflictos, de atajarlos; es como una «palabra africana» permanente, con un fondo de ternura. Un francés se siente un bruto ante estas muestras de civilización cotidiana. (4) La orientación socialista de Cuba, la labor ideológica y política que este pueblo lleva haciendo consigo mismo desde hace muchos años, la exaltación de los valores solidarios, la elevación del nivel cultural, han surtido efecto.

Pero este trabajo colectivo no evita la necesidad de imponer sanciones, empezando por los niveles más altos. Fidel, en su discurso del 17 de noviembre, anunciaba un proceso general de autocrítica, frente al cual nadie quedaría excluido ni protegido. De modo que su discurso ha generado expectativas en la población cubana, pero también desconfianza en los ministros, a los que Fidel pedía cuentas. No se ha desatado ninguna cacería, pero se exige transparencia en la responsabilidad. Uno de los factores de la conciencia revolucionaria, precisamente, es la sensación de que no hay impunidad en las altas esferas sino que, por el contrario, cada cual será juzgado con arreglo a su responsabilidad.

En este proceso se cuenta con la convicción ideológica, con «el factor subjetivo» mencionado por Fidel en su discurso del 17 de noviembre, pero sin olvidar la base material, la mejora de la vida diaria de los cubanos. A riesgo de pasar por una materialista sórdida o una marxista «retrasada», añadiré que por mucha conciencia política que haya mostrado el pueblo cubano durante todos estos años, los principales obstáculos están en este ámbito.

Por ejemplo, es evidente que el turismo genera muchas corruptelas, tantas como la gran escasez. Pero si se pretende salir del periodo especial mejorando la vida diaria de los cubanos, hoy por hoy es difícil imaginar que pueda hacerse prescindiendo del turismo. Por lo tanto Cuba debe emprender una rectificación interna conservando ese factor de corrupción.

El proceso de desarrollo basado en las relaciones Sur–Sur, con un intercambio de servicios para el que Cuba cuenta con su alto nivel de calificación, ya está en marcha y en expansión, pero la isla todavía tendrá que remover muchos obstáculos, el peso enorme del bloqueo, el recurso al turismo. Cuba intenta profundizar su socialismo con las limitaciones del subdesarrollo.

El estado de guerra que rige en Cuba desde hace más de cuarenta años no es privativo de este país: podemos estar seguros de que en el nuestro sucedería lo mismo si osara oponerse a la actual mundialización neoliberal. «Una guerra sin límites», en la que no se ahorran medios, en la que se recurre a «fuerza armada o no armada, militar o no militar, medios letales y no letales» para «obligar al enemigo a someterse a sus intereses». (5)

En este caso, como en otros, procede hacer una crítica de izquierda, revolucionaria, de la primera experiencia socialista; no se trata de una condena global, como querría la contrarrevolución, pero hay que ver con qué clase de obstáculos ha tropezado el socialismo, porque al cabo de veinte años de neoliberalismo esos obstáculos son mayores. Hay un estado de guerra generalizado. ¿Cómo se llega a un punto en que el pueblo considera que ya no tiene nada que defender y todo se desmorona? Esto lo planteaba Fidel Castro en su discurso y los cubanos han optado por abordar el problema con hechos, no con palabras.

Nuestro análisis de la sociedad cubana no puede soslayar un dato fundamental: Estados Unidos preconiza una «transición democrática» en Cuba. La mayoría de los observadores sensatos de la situación cubana saben que los «disidentes» sólo se representan a sí mismos, que son «productos» para uso exterior, para la propaganda sobre la falta de libertades en Cuba. En cambio, esperan encontrar dentro del país personas que, como el antiguo dirigente de la juventud Robaina, se inclinen por una política «conciliadora», en particular con Europa. Hoy por hoy el proceso bolivariano, la alianza con Chávez y luego con Evo Morales, considerados como un frente de los «duros», ha situado a los «cabecillas» en primer plano, con intentos de división interna en cada país y entre los países de Latinoamérica. Por eso, aunque el debate se centre en los problemas internos de Cuba, no puede aislarse de esta guerra soterrada, de estos intentos permanentes de desestabilización. Pero aquí no vamos a ocuparnos de este asunto.

Después de haber observado esta primera etapa del proceso, me admira la maestría con que se está llevando a cabo, tanto para lograr el objetivo prioritario, mejorar la vida de los cubanos, como por el hecho de que no ha habido ningún exceso, ningún golpe de efecto propagandístico.

Predomina el realismo cubano y no se pretende dividir: el «enemigo interno» está en cada cual y cada cual debe hacer un examen de sus carencias frente a la colectividad. Hay en esto mucha delicadeza y un gran conocimiento del ser humano, con sus cualidades y defectos, que no está reñido con una tendencia a la utopía, a sabiendas de que la lucha va a ser dura.

Cuba, como hemos señalado, es una sociedad en armas, en una guerra impuesta. A un ejército hay que alimentarlo y equiparlo, pero el factor subjetivo es fundamental para alcanzar la victoria. Cuando el combate es de todo un continente, o del planeta entero, los pueblos que están en vanguardia tienen una misión nueva: la de oponer al imperialismo destructor un socialismo todavía por inventar. La meta y los medios concretos para alcanzarla son temas de un debate permanente. En su discurso, Fidel afirma con preocupación que los comunistas no pueden recurrir a medios inmorales para alcanzar un fin y cita el pacto germano–soviético como ejemplo de lo que un comunista no puede hacer, pues lo paga con un descrédito profundo.

Uno de los poderes de la revolución cubana, de sus dirigentes y de Fidel en particular, es esta reivindicación de la ética política, compartida por la población. A esta guerra sin límites, al poderío sin rival aparente del Imperio, sólo la resistencia de los pueblos puede ponerlos en jaque y quizá en mate. Cuba aplica la estrategia de Su Tzu, ganar la guerra sin tener que combatirla.


Notas:

(1) Hemos analizado los comienzos de este proceso en De mal empire; se está preparando una edición cubana en español, ampliada con un análisis más profundo de las relaciones Sur–Sur, un capítulo importante que entre otras cosas resulta oportuno de cara a la conferencia de países no alineados (La Habana, septiembre de 2006).

(2) La decisión de revisar la política energética se tomó a raíz de los apagones que afectaron en el verano de 2004 a la instalación centralizada cubana, pero también fue el fruto una reflexión política, recogida en el informe de Fidel, sobre el agotamiento de los recursos energéticos mundiales (no sólo el petróleo sino también el gas).

(3) Habrá que dedicar un capítulo a las empresas, pero mientras tanto podemos extraer del discurso de Fidel las referencias a la industria azucarera y las prácticas de estado dentro del estado.

(4) En las actas de la Asamblea Popular de diciembre puede leerse una intervención de Fidel en la que recomienda no dar publicidad a las sanciones para no poner en evidencia a los familiares del delincuente y evitar que se vuelvan contra la revolución. Pero el 3 de mayo se hizo pública la expulsión con posible procesamiento de un miembro del Buró Político, Agramonte, responsable de la provincia de Oriente.

(5) Qioa Liang y Wang Xiangsui, La guerre hors limite, Rivages Poche, trad. francesa 2003. Dos estrategas chinos analizan los cambios estratégicos a partir de la primera guerra del Golfo. Muy interesante.