América Latina

Del sandinismo al danielismo

Por Mónica Baltodano [1]
Gara, 11/09/06

El 5 de noviembre habrá elecciones generales en Nicaragua. El Frente Sandinista presenta nuevamente a Daniel Ortega como candidato presidencial, y muchos luchadores latinoamericanos piensan de buena fe que Daniel Ortega y el FSLN siguen siendo los únicos referentes de la izquierda en Nicaragua y, por tanto, le endosan todo su respaldo, ignorando las dramáticas mutaciones político–ideológicas experimentadas por el FSLN y por Daniel Ortega en los últimos años.

El FSLN, una formidable organización revolucionaria, es hoy víctima del secuestro y control férreo de Daniel Ortega y de un pequeño grupo de dirigentes sandinistas, convertidos en empresarios a partir de las propiedades de las que se adueñaron con el reparto de bienes del Estado realizado tras la derrota electoral del FSLN en 1990. Este grupo dominante no sólo se apropió de bienes y de capital, también se apropió de las estructuras de dirección del FSLN, centrando sus objetivos en el control de espacios de poder, en el fortalecimiento de sus intereses económicos y en las apuestas electorales, con una visión prebendaria de la política.

Esta transmutación no se produjo de la noche a la mañana. Ha sido un proceso largo y continuo que aconteció no sin resistencias al interior del sandinismo, provocando en él serias fracturas. Hasta hoy, sectores de la militancia de base continúan soñando con que el FSLN pueda reivindicarse como una fuerza de transformación comprometida con los excluidos.

Metamorfosis

La derrota electoral del FSLN en 1990 coincidió con un proceso de reflujo de las ideas y de los procesos revolucionarios en todo el mundo. En ese contexto, aquella derrota fue asumida por los sandinistas con variados niveles de comprensión.

Para unos significó el aniquilamiento de las posibilidades de construir una sociedad más justa y el fin de la utopía. A partir de esa perspectiva, iniciaron un recorrido de «ajustes a la realidad», camino que desembocó para algunos en claudicación.

Para otros, la derrota fue un revés en el camino de la lucha que, aunque estratégico, no significó el cierre de las esperanzas, el fin de la utopía o un punto final a las luchas por la construcción del otro mundo posible, ése que algunos seguimos llamando socialista.

Después de la derrota del 90, la mayor parte del sandinismo se propuso resistir el proceso de restauración del régimen oligárquico. Sin embargo, esta voluntad no fue expresada ni en un programa ni en una estrategia ni siquiera en tácticas a seguir. El enfrentamiento de las complejas coyunturas de aquellos años impuso la lógica de priorizar las tareas inmediatas, postergando la urgente tarea de crear una nueva visión estratégica. Al pasar los años, los objetivos inicialmente proclamados fueron diluyéndose en la práctica y, como ha escrito recientemente Humberto Ortega, del «radicalismo» pasamos al «realismo político». Las luchas en defensa de la propiedad ­las tierras y las fábricas entregadas apresuradamente a campesinos, trabajadores y cooperativistas­ adquirieron relevancia. Sin embargo, y lamentablemente, esas luchas sirvieron para encubrir la apropiación indebida de medios y bienes que hicieron algunos dirigentes sandinistas para su beneficio personal.

Esta «piñata» debilitó la indiscutida fuerza moral y ética que tenía el sandinismo. Con la derrota electoral se diluyó también la conducción colectiva. Y Daniel Ortega ­quien se mantuvo a la cabeza del partido­ fue convirtiéndose en el principal y casi único representante del FSLN y en el negociador de todas las luchas sociales.

Por su parte, el movimiento social ­que no estaba en capacidad de representarse a sí mismo, acostumbrado a depender de la dirección de «la vanguardia», carente de autonomía y personalidad política propia­, terminó siendo mediatizado por los intereses políticos del núcleo danielista, ya penetrados por los intereses económicos del emergente «grupo económico sandinista». Las organizaciones populares, que al inicio hicieron esfuerzos de resistencia al proceso de contrarrevolución e implantación del neoliberalismo en el país, terminaron muy pronto sometidas a los imperativos políticos impuestos por la dirección del FSLN. Así, las luchas de carácter popular pasaron a ser controladas por intereses políticos y no fueron el resultado de la dinámica propia de los sectores sociales. En las luchas se incluyeron demostraciones artificiales de fuerza, que pasaban rápidamente a la confrontación con métodos violentos, lo que anulaba las posibilidades de masificar y legitimar la resistencia popular al neoliberalismo. Cada una de estas confrontaciones violentas concluía con las negociaciones directas de Ortega con el Gobierno de Violeta Chamorro, sustituyéndose así la legitimidad de la lucha y el liderazgo de sus dirigentes populares por el liderazgo de Ortega y la priorización de sus particulares intereses. Esta dinámica duró varios años. 1997 marca el punto de agotamiento de las luchas populares: una y otra vez instrumentalizadas desde arriba, se evidenciaron ineficaces para lograr algún resultado significativo para los intereses de la gente.

Pactos y componendas

En el Congreso Sandinista de 1998, en un contexto estremecido por las acusaciones de violación sexual interpuestas por su hijastra Zoilamérica, Ortega selló su viraje hacia la derecha dando su respaldo a la corriente del FSLN denominada «Bloque de Empresarios Sandinistas» e incrementando sustantivamente las cuotas de poder que ya tenían al interior del FSLN.

En su alocución de cierre de aquel Congreso, Ortega, de manera unilateral e inconsulta, anunció su decisión de deponer la lucha popular para emprender el camino de la transacción y los pactos, camino que ya había iniciado en 1997 negociando con Arnoldo Alemán ­recién llegado al Gobierno­ la Ley de la Propiedad Reformada, Urbana y Rural. A partir de ese año se inicia un proceso de transacción con este corrupto gobernante y con su Partido Liberal Constitucionalista (PLC). El proceso concluyó con un pacto entre las cúpulas políticas del FSLN y del PLC, que desembocó en una nueva y antidemocrática Ley Electoral y en reformas a la Constitución para aumentar los altos cargos del Estado, repartidos por Alemán y Ortega entre sus allegados. A partir de entonces se hicieron evidentes las contradicciones que con la corriente pactista encabezada por Ortega tenían varios diputados sandinistas en el Parlamento. Víctor Hugo Tinoco y yo misma cuestionamos firmemente el pacto, pero mientras avanzaba en componendas prebendarías con Alemán y la derecha, Ortega aplicó la represión interna, las purgas al estilo estalinista y todo tipo de maniobras para aniquilar cualquier expresión crítica en el seno del FSLN.

Lo más grave del pacto FSLN–PLC fue el compromiso asumido por Ortega de desmovilizar las fuerzas sociales y neutralizar cualquier lucha popular. Con el pacto, se terminaron todas las resistencias a las privatizaciones, a las políticas del FMI y del Banco Mundial y a las diversas expresiones de los planes de ajuste estructural. El pacto se expresó también, aunque calladamente, en numerosas negociaciones subterráneas en torno a la propiedad. Con ellas se incrementó el capital del emergente grupo económico sandinista, integrado también por ex dirigentes obreros y campesinos, que ya para entonces usufructuaban propiedades negociadas en los Acuerdos de Concertación con el Gobierno de Violeta Chamorro y ahora repartidas en el pacto con Alemán. Estas oscuras negociaciones permitieron también, sin ninguna denuncia u oposición del FSLN, que Arnoldo Alemán desplegara la corrupción más galopante nunca antes vista en Nicaragua. Así creció el nuevo grupo económico emergente liderado por Alemán, el nuevo socio de Daniel Ortega. Con la exclusión y el aislamiento de líderes históricos del sandinismo, y con la supresión de la conducción colectiva, las bases sandinistas, desprovistas de información adecuada, de educación política y no entrenadas en el debate, huérfanas del instrumental ideológico para enfrentar las nuevas condiciones nacionales, terminaron asumien– do como único liderazgo el del secretario general del FSLN, Daniel Ortega. Están ahí las causas más inmediatas del caudillismo que hoy él ostenta. La lógica de la democracia liberal provocó también una aguda lucha al interior del FSLN en el afán de ser designados para ocupar los cargos institucionales mejor remunerados y con más privilegios. Nombrar a los principales dirigentes de las organizaciones populares en cargos institucionales se convirtió también en un mecanismo para cooptarlos.

Gobierno pro yanqui

Este proceso, iniciado durante el Gobierno de Violeta Chamorro, agudizado por el pacto con el PLC durante el Gobierno de Alemán, encontró al FSLN en 2001, cuando llega al Gobierno Enrique Bolaños, en estado de descomposición.

Aunque ganó las elecciones dentro del PLC ­el partido de Alemán­, Bolaños se enfrentó inmediatamente a Alemán acusándolo por corrupción. Daniel Ortega aprovechó la situación de inestabilidad que esta decisión creó y, en vez de asumir a fondo la lucha contra la corrupción, encarnada en Alemán, escogió el camino de «jugar a tres bandas»: pactar con Bolaños o con Alemán según conviniera a sus intereses.

Todo esto explica por qué, a pesar de las grandes presiones de las bases sandinistas, y de la población en general, las posiciones de la dirección del FSLN ante la corrupción de Alemán y de su gobierno fueron prácticamente inexistentes. No fue hasta que Ortega logró pactar con Bolaños el control del Parlamento y otras prebendas, que el «danielismo» ­hay que llamarlo así, y no sandinismo­ dio sus votos para suspenderle la inmunidad a Alemán. No fue hasta entonces que Ortega dio la orden a una jueza sandinista para que dictara contra Alemán una sentencia condenatoria.

Bush y Bolaños

La permanente intromisión del Gobierno de EEUU en el escenario político de Nicaragua, su odio visceral contra el sandinismo y la actitud sumisa ante el Gobierno Bush del presidente Bolaños fracturaron el precario equilibrio del pacto Ortega–Bolaños y favorecieron, con nuevos bríos, el «repacto» Ortega–Alemán (para entonces, ya condenado a 20 años de «prisión», que cumple en su cómoda hacienda personal). Hasta esa prisión–hacienda llegaron innumerables veces Daniel y sus allegados a reunirse con Alemán, y en la borrachera de su maridaje ambos firmaron nuevos «acuerdos estratégicos» (¡con un reo condenado a 20 años por robo descarado del erario público!). En enero de 2004, una de esas reuniones quedó plasmada, como prueba imborrable del contubernio, en una ignominiosa fotografía que es hoy icono de la traición a los ideales del sandinismo.

Los compromisos entre Alemán y Ortega van hoy más allá de lo que aflora a luz pública: el reparto de todos los puestos públicos importantes, el reparto de sentencias judiciales ­una para vos, otra para mí­, el reparto de fondos desde la Asamblea Nacional ­uno para vos, otro para mí­, el reparto de leyes, el reparto de jueces y magistraturas... Además, este reparto la realizan con un descarado despliegue de poder inmune e impune, como una forma de sembrar el temor generalizado. Hoy, las decisiones de todas las instituciones del Estado en Nicaragua penden de manera directa de la voluntad de Alemán o de Ortega. Ambos caudillos imponen su voluntad al margen de la justicia y de las leyes. La percepción compartida de la mayoría de los nicaragüenses es que estamos en manos de dos grupos mafiosos.

A esta trágica situación hay que sumar que muchos de los actuales dirigentes del FSLN se han «convertido» a grupos religiosos fundamentalistas y supersticiosos, haciendo de la militancia política y de la magia religiosa una confusa mezcla, en la que los delitos se transmutan en pecados y el «amor» se ha vuelto la bandera política del FSLN. Esto ha coincidido, no de manera casual, con otro pacto, el amarrado entre el cardenal Miguel Obando ­enemigo frontal de la revolución sandinista y de la iglesia popular durante los años 80­ y la familia Ortega–Murillo (esposa de Ortega y lideresa de la nueva «espiritualidad»), tras favores de Ortega a Obando, aprovechando los espacios del FSLN en el Poder Judicial y el Poder Electoral, hoy presidido por un protegido de Obando, gracias al respaldo de Ortega.

El viraje del cardenal comenzó cuando se hizo claro que las raíces de la corrupción del Gobierno Alemán tocaban también a la jerarquía católica y a instituciones ligadas a ella. Entre los privilegios gozados al amparo de la corrupción, el más conocido fue la introducción al país, libre de impuestos, de centenares de vehículos de lujo para allegados del cardenal, a través de COPROSA, su ONG.

La mayoría, más pobre

Durante estos años el neoliberalismo ha logrado desmontar casi todas las transformaciones sociales que hizo la revolución en los años 80 y ha instalado un capitalismo voraz e inhumano. Se han privatizado los servicios públicos, se ha entregado nuestra economía a capitales transnacionales, se ha cedido el territorio nacional en concesiones mineras y forestales, se impulsa la privatización de la salud y de la educación. Florecen lujosos comercios, gasolineras, casinos... Para la gran mayoría del pueblo no queda otro camino que los mal pagados empleos de las maquilas, la emigración o la supervivencia en la más absoluta pobreza y falta de oportunidades.

Los líderes oficiales del FSLN no han hecho nada para enfrentar el despojo hecho al pueblo de los logros revolucionarios y la cancelación de sus esperanzas en un futuro digno. Peor: también ellos han participado en ese despojo a través de las instituciones estatales que controlan y de las empresas que manejan. Sólo les queda la retórica revolucionaria, y la única «oposición» que practican se orienta a controlar más puestos de poder. –

A principios del año 2005, un numeroso grupo de sandinistas inició un movimiento político para postular al entonces saliente alcalde de Managua, el sandinista Herty Lewites, como candidato presidencial del FSLN. Correspondía resolver la aspiración de Lewites en elecciones primarias internas, según lo establecen los estatutos del FSLN. Sin embargo, la respuesta de la dirigencia oficial fue la eliminación de las primarias y la proclamación ilegal y arbitraria de Daniel Ortega como candidato presidencial del FSLN, por quinta vez y tras tres derrotas consecutivas.

La supresión de las primarias presidenciales fue acompañada de la expulsión del FSLN, sin que mediara ningún procedimiento legal, de Lewites y de Víctor Hugo Tinoco. Toda suerte de descalificaciones fueron lanzadas contra Lewites y quienes le apoyaban: «agentes del imperialismo», «agentes de la derecha», «enemigos de los intereses populares»... Descalificaciones inconsistentes, pues Lewites había sido siempre una de las personas de más confianza del propio Daniel hasta que osó desafiarle en su candidatura presidencial. Tinoco había sido vicecanciller del Gobierno sandinista y era miembro de la Dirección Nacional del FSLN, aunque desde el comienzo se opuso al pacto con Alemán.

Estos actos autoritarios y arbitrarios concitaron un repudio generalizado del sandinismo y contribuyeron a ir aglutinando en torno a Lewites a sandinistas que durante estos años fueron marginados por Ortega: Comandantes de la Revolución como Víctor Tirado, Henry Ruiz y Luis Carrión, intelectuales como la escritora Gioconda Belli, el poeta Ernesto Cardenal y el cantautor Carlos Mejía Godoy, Comandantes Guerrilleros como Mónica Baltodano y Rene Vivas... y a un sinnúmero de líderes y militantes de base, que finalmente organizaron el Movimiento Por el Rescate del Sandinismo (MPRS), una fuerza política dispuesta a rescatar los valores e ideales sandinistas y a apostar por un proyecto que transforme integralmente la situación de nuestro país.

Como objetivo de corto plazo, el MPRS decidió construir una alternativa electoral para noviembre de 2006. En agosto de 2005 nos aliamos con el Movimiento Renovador Sandinista, fundado en 1996 por el escritor Sergio Ramírez y la Comandante Dora María Téllez. En mayo, con el Partido Socialista Nicaragüense, el Partido de Acción Ciudadana y el Partido Verde Ecologista. Otras alianzas incluyen hoy a movimientos políticos y sociales no partidarios, como CREA (Cambio, Reflexión, Etica y Acción) ­que aglutina a miembros de la Juventud Sandinista y a combatientes de la defensa de la revolución en la década de los 80­, al Movimiento Autónomo de Mujeres y a asociaciones de víctimas de plaguicidas (Nemagón). Más recientemente se sumó el Comandante Guerrillero Hugo Torres, general retirado del Ejército Sandinista, reconocido por su participación en acciones heroicas en la lucha contra la dictadura somocista.

El cartel de la derecha

A las elecciones de noviembre, la derecha concurre con dos fuerzas: el PLC de Arnoldo Alemán y una nueva agrupación liberal–conservadora, la ALN–PC, que trata de distanciarse de la corrupción y de los estilos mafiosos de Alemán y del PLC. La ALN–PC cuenta con el respaldo del gran capital nacional y, especialmente, con el beneplácito del Gobierno de Estados Unidos, que ha hecho y seguirá haciendo lo imposible por unir a ambos grupos.

El escenario electoral nicaragüense está este año muy lejos de la polarización de contiendas anteriores, donde los votantes tenían que decidir siempre entre sandinismo y antisandinismo, pero donde los sandinistas tenían una única representación: el FSLN y Daniel Ortega como candidato. Este año, la Alianza MRS es la nueva fuerza política de izquierda, que reclama un cambio profundo para Nicaragua y una refundación del sandinismo para poder responder a las transformaciones que requiere nuestro país.

La organización de esta nueva alternativa electoral sandinista fue urgida por miles de sandinistas opuestos al continuismo y a la corrupción de Daniel Ortega. Nos negamos a concurrir a las elecciones con una camisa de fuerza basada en la lógica de que no importa qué hagan los dirigentes, qué intereses favorezcan o cuán cuestionables sean sus conductas, porque al final los sandinistas tenemos que «cerrar filas» y votar por los candidatos que la cúpula «danielista» nos haya impuesto, porque de lo contrario «sos un traidor pro imperialista».

Ciertamente, el discurso de Ortega y sus acercamientos oportunistas a líderes de la izquierda latinoamericana buscan mostrarlo como un izquierdista radical. Lamentable– mente, fuera de Nicaragua se desconoce la esquizofrenia del FSLN y de sus dirigentes: en la boca un discurso de izquierda y en la vida una práctica política corrupta y favorecedora del neoliberalismo y de los intereses de la derecha.

Herty Lewites

El programa y el discurso del candidato original de la Alianza MRS, Herty Lewites, eran moderados, no comprometidos demagógicamente con cambios para los cuales no existe aún una correlación favorable en Nicaragua. Lewites se proclamó de centro–izquierda y sin duda lo era, pero dentro de las fuerzas que lo acompañaban hay mucha gente que ha luchado y sigue resistiendo resueltamente el modelo imperante con radicalidad. Hoy, la realidad nicaragüense reclama cambios institucionales y legales inmediatos y en este objetivo podemos encontrarnos distintos sectores, aun desde matices y diferencias ideológicas, sabiendo que después de las elecciones otras luchas están por hacerse.

Herty Lewites era un sandinista con larga trayectoria en el sandinismo y un hombre que contaba con respaldo y simpatía en amplios sectores del pueblo, más allá del sandinismo, por su capacidad para hacer cosas a favor de la gente. Era una opción de centro–izquierda. Su candidatura presidencial abrió una oportunidad para superar el pactismo, la corrupción, el desprestigio de la clase política y el sometimiento de la nación a los intereses de Daniel Ortega y de Arnoldo Alemán. Después de 15 largos años de neoliberalismo y de corrupción, las fuerzas de izquierda y las fuerzas progresistas teníamos la oportunidad de empezar a cambiar las cosas.

Herty Lewites falleció de una dolencia de corazón el pasado 2 de julio. Su muerte puso fin a 35 años de militancia en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, de donde fue expulsado por reivindicar elecciones internas dentro del partido para que la militancia pudiera elegir su candidato a la presidencia de la República. Fue alcalde de Managua por el FSLN durante el período 2000–2004, considerándose su gestión la más brillante de la historia de Nicaragua en la alcaldía capitalina.

Tras su muerte, el MRS eligió como candidato a Edmundo Jarquín, abogado, economista y ex diplomático del Gobierno sandinista, quien acompañaba a Lewites para el puesto de vicepresidente. Desde joven combatiendo a la dictadura somocista, Jarquín ha estado en política formando parte del sandinismo. Al pasar a ser candidato presidencial, su lugar a la vicepresidencia ha sido ocupado por el cantautor Carlos Mejía Godoy. De Carlos Mejía puede decirse que no es sólo un cantor popular, es también un político que puso melodía y letra a las razones de la insurrección antisomocista y a los objetivos de la revolución sandinista. Y al hacerlo construyó ideología, educó y concienció masivamente, generó identidad y dio protagonismo al pueblo. Todas ellas, tareas políticas.


Hagámosle un favor a Nicaragua: acabemos de una vez por todas con el mito de que el FSLN es izquierda

¿Hacia dónde ha transitado el FSLN

Por José Luis Rocha
Revista Envío Nº 268, Universidad Centroamericana (UCA), julio 2004

Veinticinco años después del triunfo de la revolución sandinista, planean sobre los ensombrecidos cielos de la izquierda mundial muchos interrogantes sobre el FSLN, sobre su presente, sobre su futuro. Intentamos responder a algunos, no sin dolor. Pero con una renovada esperanza en la fuerza ética y transformadora del sandinismo.

En Nicaragua, el derrumbe de los socialismos reales no sólo sacudió el mundo de las ideas, ocasionando lo que algunos han llamado el ocaso de las ideologías. Aquel colapso coincidió en el tiempo con el fin de una década de gobierno sandinista y, con él, de nuestro tropical experimento socialista: regulación de precios, control estatal de las exportaciones, reforma agraria, monopolio de la producción ideológica y, como está explícitamente propuesto por Marx en el Manifiesto Comunista, confiscación de la propiedad de los sediciosos, centralización del crédito en manos del Estado y monopolio exclusivo, multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.

Algunos notables logros de la revolución

El Estado como eje de acumulación, la socialización de la propiedad de los medios de producción y la promoción de grandes empresas agroindustriales –contrapuestas a una economía campesina percibida como atrasada– fueron algunas concreciones de un paradigma que en los años 80 –y desde mucho antes– se presentaba indisolublemente ligado a las posiciones de izquierda. La experiencia nicaragüense aportó también elementos innovadores: cierto grado de economía mixta, alianza con algunos sectores de la burguesía a los que se abrió espacios en el gabinete de gobierno, respeto por la religión e inclusión de sacerdotes en el gabinete de gobierno.

Los logros de la revolución fueron notables. El experimento socialista se anotó una buena puntuación en muchos terrenos. Una radical reforma agraria transformó los patrones de tenencia de la tierra. En 1979, de los 8 millones de manzanas bajo explotación agropecuaria, casi 3 millones, el 36%, estaban repartidas en propiedades superiores a las 500 manzanas. Las finquitas de menos de 50 manzanas sólo representaban el 17.5% de la tierra en explotación. En 1988, dos años antes de la derrota electoral del FSLN, de esas 8 millones de manzanas, el 48% integraba ya el sector reformado, el sector privado se había reducido a 3.7 millones de manzanas, y las grandes propiedades de más de 500 manzanas abarcaban solamente medio millón de manzanas (6.4%). Casi la cuarta parte de las tierras agrícolas de Nicaragua pasaron a ser explotadas de forma colectiva, en cooperativas y empresas agropecuarias estatales: conforme al paradigma impulsado por la revolución.

Una gigantesca cruzada de alfabetización redujo el analfabetismo de 51% a 13% en apenas cinco meses. La educación de adultos le dio continuidad a esta empresa. Estas hazañas, junto a las jornadas populares de salud y los cortes de café voluntarios –esfuerzos en los que participaban estudiantes y funcionarios estatales de las ciudades– fueron una masiva escuela de concientización nacional e hicieron realidad la muy justa causa marxista de aproximar campo y ciudad. La democratización del acceso al crédito, a los servicios de salud y a las medicinas, una política tributaria que apuntaba hacia la equidad y la disolución de la represiva Guardia Nacional fueron otras transformaciones realmente colosales.

Éste es un brevísimo catálogo de las que en los años 80 solíamos llamar “conquistas revolucionarias”. Ante su seductora memoria nos preguntamos: ¿Qué falló? ¿Y por qué seguimos pagando hasta el día de hoy el precio del fracaso de la izquierda? ¿Tendría razón Hölderlin cuando sostuvo que lo que siempre ha convertido al Estado en un infierno en la tierra es justamente el intento del hombre de transformarlo en su paraíso? Las valoraciones de la izquierda en Nicaragua oscilan entre los partidarios de la tesis de “la gran estafa” y quienes se empeñan en rescatar elementos positivos distinguiendo entre el FSLN como partido y como experiencia histórica.

El FSLN actuó y actúa compartiendo vicios de la cultura política

Quizás aún es prematuro atinarle a las razones globales del fracaso, si es que las hay. Quizás nunca sabremos cuánto del colapso económico de los años 80 es atribuible a los efectos de la guerra y cuánto a políticas incorrectas, socialistas o no socialistas. El apoyo técnico y financiero del gobierno estadounidense a la contrarrevolución armada fue contundente y la guerra tuvo efectos directos e indirectos que forzaron a todo tipo de golpes de timón en el gobierno revolucionario. A veces profundizando el cambio, como ocurrió con la aceleración de la reforma agraria. A veces torciéndole el brazo a las transformaciones, como cuando a final de los 80 se redujo drásticamente la inversión social. Sin embargo, sabemos que la guerra, aun con sus magnitudes, no fue el factor determinante de todas las políticas.

No sabemos, y quizás no sabremos, el alcance de otros factores. ¿Sabremos algún día si los partidos de oposición al FSLN querían sólo un somocismo sin Somoza –como rezaban las consignas sandinistas– y no cambios más sustanciales? ¿Algunos de esos partidos tenían aspiraciones capaces de generar consenso y ser compatibles con la revolución? ¿Pudo haber existido una relación más sana con la iglesia católica?

Algunas de estas preguntas son insolubles. Otras esperan mejores luces, el fermento del tiempo, nuevos conceptos, el ángulo de la distancia. Sin duda, el proyecto del FSLN encarnó, en parte, la maldición a la que se ve condenada toda izquierda, de acuerdo al filósofo italiano Norberto Bobbio: Manteniendo inalterable su vocación utópica, la izquierda se autodestruye en el momento mismo en que trata de autorrealizarse. La meta es demasiado elevada para poder alcanzarla con los medios de la política, que son la fuerza o el consenso. Si usas la fuerza, destruyes la libertad, que es el fin mismo de la gran utopía. Si quieres apoyarte en el consenso, te ves obligado a atenuar y dulcificar tus propuestas de transformación radical de la sociedad hasta hacerlas irreconocibles.

En el gobierno, el FSLN forzó y fue intolerante. Ahora parece ceder demasiado, o incluso totalmente. Pero más allá de las aporías o maldiciones eternas de la izquierda, el principal problema de esa izquierda que quiso ser y pretende seguir siendo el FSLN es el hecho de que, en lugar de ser un rectificador de la cultura política nacional, actuó entones y actúa hoy subsumido en esa cultura, compartiendo y reproduciendo todos sus vicios.

1944: nace el Partido Socialista

Tras el asesinato de Augusto C. Sandino y el derrocamiento de Juan Bautista Sacasa, Anastasio Somoza García asumió la Presidencia de la República en 1936. Empleó como plataforma política al Partido Liberal Nacionalista, en aquellos años considerado como el partido más progresista, y se presentó como un personaje opuesto a la tendencia centro–derechista de Sacasa, un Presidente miembro de la oligarquía, poco interesado en obreros, mucho menos en campesinos.

Los años de la depresión económica habían hecho descender los salarios. Esta situación motivó una serie de huelgas que acrecentaron la inestabilidad del gobierno y crearon un clima propicio para el golpe de estado dirigido por Somoza. Como mediador en estas huelgas, otorgador de concesiones a los sindicatos y administrador de represiones dosificadas empleando a la recién creada Guardia Nacional, Somoza proyectó una imagen de aliado de los obreros, al tiempo que incentivaba el oportunismo de algunos de sus líderes.

También supo explotar las expectativas de un Código del Trabajo que diera licencia al libre sindicalismo. Durante la primera década de su mandato, Somoza apareció como el primer dirigente político que puso atención a los problemas del movimiento obrero.

Incluso antes de que Somoza subiera al poder, el Partido Trabajador Nicaragüense (1931–1938) fue el primer abanderado del sindicalismo nicaragüense que luchó por un código laboral. El Código fue promulgado finalmente por el Congreso en 1944, año en que salió a la luz pública el Partido Socialista de Nicaragua (PSN). En ese tiempo los sindicatos ligados al PSN tenían mucho vigor: zapateros, tipógrafos, carpinteros, albañiles y jornaleros se atrevían a reclamar sus derechos, a emitir pronunciamientos y a emprender un vigoroso reclutamiento de afiliados. En 1948 decayeron cuando los trabajadores comprobaron que el Código no llegó a ser la panacea que esperaban y vieron a algunos dirigentes entenderse con el régimen somocista. El Código jamás tuvo plena aplicación. En ese contexto de debilidad sindical, Somoza decidió pactar con la patronal opositora y dejar de ser el “Jefe obrero”. En 1950 firmó con Emiliano Chamorro el acuerdo que le permitió una alianza con la oligarquía conservadora destinada a perpetuar su dominio.

En el otro extremo del espectro político, el financiamiento de infiltrados en la cúpula del PSN permitió a Somoza mantenerse informado y sofocar oportunamente las actividades de ese partido. De las filas del PSN –debilitado y en competencia por liderar la oposición con el ambivalente y a veces oportunista Partido Conservador– emergió Carlos Fonseca Amador, el fundador del FSLN. En 1957, Carlos Fonseca fue enviado por el PSN a Moscú y regresó maravillado por los avances económicos y en materia de justicia social. En Un nicaragüense en Moscú, Fonseca no le regateó elogios al socialismo soviético.

1959: la revolución cubana cambia el guión

La victoria de la revolución cubana imprimió un giro a la política de izquierda en Nicaragua y en toda América Latina. El recién creado FSLN decidió no esperar al tránsito por una etapa de mayor desarrollo económico –como aconsejaban las leyes del materialismo histórico– y renunciar a una toma del poder por la vía electoral como proponía el Partido Comunista soviético por necesidades diplomáticas y por influjo del Engels tardío que valoró la lucha política legal y la participación parlamentaria.

A principios de los años 60, una enorme cantidad de jóvenes de la Juventud Socialista Nicaragüense migraron hacia el más prometedor FSLN, como parte de un cuestionamiento de los jóvenes al “anquilosamiento político de los viejos” y a su poco operativo “pacifismo”. El éxito de la guerrilla cubana impuso un modelo de lucha, cuya tradición conectaba directamente con la guerrilla de Sandino. Era difícil para un joven socialista no ser atraído por la apasionante prédica de la lucha armada: armas o nada. En 1967, se recrudeció un debate al interior del PSN en torno a la opción por la lucha armada, que culminó en su división y en el surgimiento del Partido Comunista de Nicaragua. Años después, encontraremos a ese Partido Comunista engullido nada menos que por el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de Arnoldo Alemán, a cambio de diputaciones y otras prebendas burocráticas.

Aunque el PSN creó posteriormente la Organización Militar del Pueblo (OMP) –responsable de algunas escaramuzas antisomocistas–, y pese al reducido número de sus integrantes, el FSLN ya se había perfilado como vanguardia indiscutible de la lucha armada. Tras el triunfo de la revolución, los miembros de la OMP fueron absorbidos por el Ejército Popular Sandinista, la Policía Sandinista y la Central Sandinista de los Trabajadores, con notorias desventajas para quienes no habían sido combatientes.

Los años 80: el trigo con la cizaña

La estrategia de alianzas del FSLN fue muy hábil y logró integrar a miembros destacados del Partido Conservador, empresarios, profesionales de renombre y sacerdotes. “Los muchachos” –como cariñosamente llamaba la gente a los combatientes del FSLN– conquistaron las simpatías de un amplio sector de la población nicaragüense y, posteriormente, el poder mediante una estrategia militar de ataques simultáneos a diversas ciudades, procurando integrar civiles a la no muy voluminosa legión de combatientes sandinistas. Las armas, que dieron el poder, dieron después la autoridad para reclamar cargos y privilegios.

Una vez asentado el FSLN en el poder, junto a los logros ya mencionados fueron apareciendo las aberraciones. Trigo y cizaña entrelazados. Fue ostensible el desmantelamiento del sistema financiero nacional por unas políticas de sistemáticas condonaciones de las deudas y la subsiguiente falta de credibilidad de los ahorrantes. El crédito fue un instrumento del Estado–partido para constituir y reforzar una clientela política.

El excesivamente tardío y muy segmentado reconocimiento del aporte económico y de las particularidades culturales de la economía campesina –poco respetadas por la presión orientada hacia el colectivismo agropecuario–, sumado a las confiscaciones abusivas y arbitrarias y a la distorsión de los precios nacionales respecto del mercado centroamericano, dieron base social a la contrarrevolución armada en las zonas rurales. El gobierno estadounidense le proporcionó el sustento financiero. Finalmente, la imposición del Servicio Militar Patriótico en 1984 y el palmario deterioro de la economía terminó de socavar la base social del FSLN.

Las presiones internacionales pusieron en jaque al gobierno sandinista. Las posibilidades de transformación estuvieron minadas desde el principio por la contrarrevolución armada, por la adversa propaganda estadounidense y por la clausura de las relaciones con los organismos financieros multilaterales. En búsqueda de una legitimidad externa que mejorara su posición y en la negociación de los acuerdos de paz con la cúpula de la contrarrevolución, el FSLN convocó a unas elecciones adelantadas, que perdió inesperada y aparatosamente frente a la UNO, una coalición opositora de 14 partidos, encabezada por Violeta Barrios, viuda del periodista y empresario Pedro Joaquín Chamorro, asesinado en enero de 1978 por mercenarios del somocismo.

En el principio, “mística sin fisuras”

Para quienes apoyábamos el proyecto revolucionario, los defectos del gobierno sandinista se hicieron más ostensibles tras su derrota. No sólo eran más visibles, también eran más grandes. Con mucho tino y sin un ápice de exageración afirma el teólogo José María Castillo que los defectos son como los cuernos: con la edad, crecen. Los defectos del FSLN crecieron y siguen creciendo en demasía.

El más escandaloso de todos fue la emulación de Somoza y de tantos otros gobernantes nicaragüenses al apropiarse del patrimonio público. La distribución de bienes del Estado entre la cúpula del FSLN, apodada popularmente como “la piñata”, degradó el capital ético del FSLN. Durante la lucha contra Somoza, era proverbial la honradez de “los muchachos”. La leyenda cuenta que el sandinista Jorge Navarro caminó a pie desde un extremo a otro de Managua para ahorrase los 25 centavos del autobús, mientras cargaba 50 mil córdobas que un comando del FSLN había “recuperado” en el asalto de un banco.

“Como los santos” se titula un poema de Leonel Rugama. En él cuenta las hazañas de los héroes de América, colocándolas a la par de las de los primeros sandinistas. El escritor Sergio Ramírez señala que esos primeros combatientes vivieron con una mística sin fisuras, con un sentido de tránsito, de provisionalidad respecto a la propia vida, y para eso se requería una convicción casi religiosa. El sacrificio hacía posible abrir las puertas del paraíso, pero un paraíso para otros, en la tierra. No se llegaría a divisar, ni de lejos, la tierra prometida. Pero había que vivir como los santos.

Hoy “no caben todos en el palco”

Los comandantes de la revolución demostraron la misma avidez de los capitalistas que combatían. Su corrupción fue denunciada con tristeza y esperanza en el sandinismo por Eduardo Galeano: ¿Termina el sandinismo en algunos dirigentes que no han sabido estar a la altura de su propia gesta, y se han quedado con autos y casas y otros bienes públicos? Seguramente el sandinismo es bastante más que esos sandinistas que habían sido capaces de perder la vida en la guerra y en la paz no han sido capaces de perder las cosas.

Lo más grave fue que con este proceder sólo reforzaron al extremo dos de las inamovibles columnas de la cultura política nacional: el Estado–botín –el Estado como fuente inagotable de ingresos desmesurados y compensaciones para quienes han llegado al poder– y la impunidad. Si sigue siendo válido que el ser social determina la conciencia social, no hay duda de que esta dirigencia, ahora adinerada y plena de empresarios, está muy distanciada de los estilos de vida e intereses de sus pobres seguidores. El lugar hermenéutico desde el que se piensa la política es muy condicionante. Como Kierkegaard señaló: no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio. Si sigue siendo válida la dicotomía derecha–izquierda como la que distingue entre quienes quieren suprimir y quienes quieren perpetuar la sociedad fundada en la explotación, un FSLN de empresarios que han hecho su fortuna a costillas de la magra riqueza pública no cabe como izquierda.

La política como conflicto entre derecha e izquierda nació en Versalles, en agosto de 1789, en la turbulenta Asamblea Constituyente. Durante la revolución francesa, derecha indicó apego a la estructura jerárquica y de privilegio e izquierda expresó el deseo de romper esa estructura. Hoy, los dirigentes del FSLN parecen sentirse muy a sus anchas en un mundo con estructuras jerárquicas claramente definidas. Así lo expresó el General Humberto Ortega a principios de los años 90, según recogió el cineasta nicaragüense Félix Zurita en su documental “Nicalibre”. Hay una jerarquía –dijo Ortega, comparando la sociedad con un estadio de baseball–. Al estadio entran cien mil, pero en el palco caben quinientos. Por mucho que usted quiera al pueblo, no puede meterlos a todos en el palco.

No al pluralismo, no a la gestión del consenso

El carácter no abierto a la pluralidad de posiciones, el fundamentalismo de izquierda que no tolera el disenso venga de donde venga y la infalibilidad de la dirigencia revolucionaria elevada a la condición de dogma estuvieron muy presentes durante los años 80 y siguen siendo un rasgo acusado del FSLN. Basta ver el trato reservado por el partido a sus disidentes.

Un vicio del FSLN ha sido la pretensión de suprimir la pluralidad de posiciones que genera la política y, con ello, la política misma. Tal como hizo notar perspicazmente Hannah Arendt: La filosofía del conocimiento no quiere que acabe el conocimiento, ni la filosofía cosmológica pretende abolir el universo, pero en cambio la filosofía política parece suponer que sólo obtendrá auténtico éxito cuando la política quede suprimida. El FSLN parece encajar en esta caracterización.

Ciertamente, la revolución sandinista supo generar aspiraciones colectivas. Pero su negación del pluralismo le impidió traducir esas aspiraciones en un consenso nacional que sirviera de base y apoyo para la construcción de un Estado Nacional. Observadores externos que miraron la revolución con mucha simpatía tuvieron que concluir que el disentimiento tolerado era puramente cosmético y que la censura era equivocada y peligrosa. En los años 80 las ciencias sociales, la música y la poesía revolucionaria se subordinaron al poder. La paranoia y la susceptibilidad ideológicas se convirtieron en un fardo para un genuino proyecto de izquierda. Lo son siempre y así lo señala el cientista social francés André Gorz: Una izquierda que pierda la relación con la libertad pierde también la propia razón de ser y se cristaliza, a expensas también de sus promotores, en aparato de dominio.

Alianzas que colapsaron

El discurso del FSLN, imitativo del marxismo, fue enfrentado por un discurso opositor imitativo de toda la retórica anticomunista de la Guerra Fría de los funcionarios del gobierno estadounidense. Los grupos de oposición fueron incapaces de articular una crítica sustantiva contra el gobierno sandinista, menos aún un proyecto alternativo. Pero eso no debía haber conducido a su censura. Si se trataba de la importante relación con los productores, el gobierno sandinista sólo estaba abierto –y no siempre– a considerar las propuestas de los llamados “empresarios patrióticos”, excluyendo de entrada a los individuos no organizados y a las gremiales opositoras.

El FSLN subió al poder apuntalado por amplios sectores que le dieron su respaldo, entre ellos y en primer lugar por el Grupo de los 12, que reunía a intelectuales, empresarios y sacerdotes. Tras el triunfo de la revolución, muchas de las alianzas colapsaron. El FSLN fue muy hábil en tejerlas antes del triunfo de la revolución y en exceso intransigente para conservarlas a lo largo de los diez años y medio de gobierno.

Antes de su primer año de gestión, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional perdió a Violeta Barrios y a Alfonso Robelo, representantes de la burguesía opositora. Desde el inicio del gobierno, el FSLN se enfrentó a líderes y a partidos de larga trayectoria antisomocista: a Virgilio Godoy y el PLI, a Clemente Guido y el Partido Conservador, al Partido Popular Social Cristiano, al Partido Comunista de Nicaragua y al Movimiento Democrático Nicaragüense. Estos partidos habían formado parte del Frente Patriótico de la Revolución, que pronto devino, según uno de sus integrantes, Mauricio Díaz, del PPSC, en instrumento accesorio a la política oficial, concebido para la venta a sus aliados de Europa del Este como el equivalente de los frentes de la patria que allí existieron y no como un proyecto estratégico de alianzas.

En el huracán que siguió al fracaso electoral de 1990, decepcionados por la bancarrota ética que significaba “la piñata”, se fueron desgranando del FSLN intelectuales y personalidades. Fernando Cardenal, Ernesto Cardenal, Carlos Tünermann, Sergio Ramírez, Onofre Guevara, Gioconda Belli, Michelle Najlis y muchos más rompieron con el FSLN. Su separación empobreció la producción ideológica y la calidad moral del FSLN.

El verticalismo: “bajando líneas”

El verticalismo fue otra expresión de la infalibilidad de la dirigencia sandinista y de su repliegue ante las posibilidades del diálogo. Las orientaciones iban siempre de arriba abajo, desde la dirigencia hasta “las bases”. El papel de las bases era esperar a que los líderes “bajaran líneas” para entonces obrar en consecuencia. Los “dirigentes” de los movimientos sociales esperaban a que de la cúpula del partido “bajaran líneas” porque ellos no eran más que cabecillas en espera de que las grandes cabezas les dieran instrucciones.

La Asociación de Trabajadores del Campo (ATC), la Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (UNAG), la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE) y la Asociación de Educadores de Nicaragua (ANDEN) fueron algunas de las organizaciones que experimentaron ese “diálogo” con una división estática del trabajo: uno habla y otro escucha. El daño que el verticalismo del FSLN infligió a los movimientos sociales es inmensurable. Actualmente, esta tendencia sigue existiendo y continúa haciendo daño, cuando se instrumentalizan, por ejemplo, las demandas de los gremios de transportistas y de los estudiantes universitarios para demostrar que el FSLN aún domina las calles.

Tiro de gracia al pluralismo

Todos los vicios que denunciamos tímida e insuficientemente en los años 80 se multiplicaron en los siguientes tres lustros. El pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, líderes del FSLN y del Partido Liberal Constitucionalista (PLC) en el año 1999 fue el tiro de gracia al pluralismo. El pacto canceló la participación de otros partidos políticos en las elecciones: redujo la gran sábana electoral de 1996, con 24 partidos, a una servilleta electoral en las presidenciales de 2001, con sólo 3 partidos, y eliminó las asociaciones por suscripción popular, que permitían la competencia, al menos en la contienda municipal, a candidatos independientes de los partidos políticos.

Esta maniobra redujo la pluralidad formal de las representaciones políticas. La Asamblea Nacional de 1997–2001 tenía 15 diputados no ubicados jurídicamente ni en las filas del FSLN ni en las del PLC. Como resultado del pacto, la Asamblea siguiente sólo dispone de un diputado no liberosandinista. En el pacto, FSLN y PLC repartieron entre los más leales a Ortega y a Alemán todos los cargos de contralores y todas las magistraturas del Consejo Supremo Electoral y de la Corte Suprema de Justicia. No quedó en las instituciones del Estado, a excepción del actual gabinete y de otras instancias adscritas al Ejecutivo, ni un solo cargo importante ocupado por miembros de otros partidos políticos o por ciudadanos no alineados bajo ninguna bandera partidaria.

Un cargo en el gobierno: como una casa, como una finca

El pacto, con su repartición de cargos, reforzó la cultura política patrimonialista que entiende la posesión de un puesto en el Estado como una propiedad personal y partidaria. El analista liberal León Núñez dice: Se tiene un puesto en el Estado como se tiene una casa, una finca…El sentido del derecho de propiedad sobre los puestos es tan arraigado que podría afirmarse, sin temor a equivocación, que existe hasta un patológico sentimiento de lo mío referido al puesto… En este país, y esto ha sucedido siempre, quien tiene un puesto, tiende a conservarlo; tiende a perpetuarse en él; en el poder. Como fruto del pacto, el FSLN y muchos de sus miembros compraron y poseen sus puestos –magistraturas, direcciones, procuradurías y decenas de juzgados– como se tiene una casa o una finca.

En vísperas de las últimas elecciones presidenciales del año 2001, y aspirando a mejorar su capital social –quizás más ante los actores externos que ante los nacionales– el FSLN creó la Convergencia Nacional, una alianza con ex–miembros de sus filas y ex–adversarios. Los menos maliciosos dentro del FSLN lo consideran más un “club de personalidades” que de sumadores de votos. La Convergencia no será una muestra de pluralismo mientras no se ceda a los aliados puestos ganadores en las listas de diputados, mientras no se preste oídos a sus impugnaciones del pacto y se les permita trazar líneas programáticas en el plan del FSLN.

El caudillismo: sin novedad en el frente

En El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Marx recuerda que Hegel señaló que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces. Marx agrega que Hegel olvidó aclarar que una vez aparecen como tragedia y la otra como farsa. En la percepción de muchos nicaragüenses, Daniel Ortega apareció como tragedia en los años 80. Muchos creemos que ahora persiste como farsa.

El desgaste que ha sufrido –entre otras razones, por la piñata, por el pacto con Alemán, por tres fracasos electorales consecutivos, por la ruptura con miembros destacados del FSLN, incluidos dirigentes históricos, por la erosión de su imagen personal tras la acusación que por abuso sexual le lanzó su hijastra Zoilamérica Narváez, y más recientemente por el no esclarecido asesinato del periodista Carlos Guadamuz, uno de sus grandes amigos– hace que su tozudez en permanecer como eterno secretario general del FSLN y como candidato presidencial del FSLN sólo se explique por el síndrome del caudillo, otro resorte de la cultura política nacional que el FSLN mantiene activo.

El caudillismo es una versión de lo que Marx llamó cesarismo. Significa la persistencia en una concepción medieval del poder, cuando las relaciones sociales estaban dominadas por la presencia física de quien ejercía el poder y no existía una clara distinción entre la imagen concreta del jefe y la idea abstracta del poder. El poder estaba indisolublemente ligado a quien lo encarnaba.

Expresiones concretas del caudillismo en el FSLN son la recurrencia a los tradicionales tratos y reparticiones bilaterales bajo la mesa y el empecinamiento en mantener en Nicaragua un sistema bipartidista por la vía de “las planchas” de candidatos a diputados, confeccionadas siempre a capricho del caudillo. Ya electos, esos diputados sólo reconocen obediencia al caudillo y no a sus electores, con quienes jamás dialogan ni consultan las leyes que los pueden afectar. El sistema caudillista subsiste porque en la cultura política nacional existe un desmedido culto a “el hombre”, como se designa siempre a quien manda en cualquier ámbito político o laboral.

El caudillismo es un factor permanente de demolición de la escasa institucionalidad nacional y convierte al FSLN en un reproductor de los vicios de la cultura política nacional. La intolerancia ante los liderazgos alternativos al interior del partido rojinegro es sólo una rama más de la intolerancia que también se expresa en el FSLN ante otras posiciones y líderes políticos y sociales. Como Marx ya observó, al reflexionar sobre el fin del culto napoleónico en la Francia de principio del siglo XIX, se necesita una revolución espiritual para abolir el cesarismo. Mientras no se supere el caudillismo en el FSLN, no sólo no surgirán otros liderazgos sandinistas, tampoco veremos un cambio en el desempeño político de esta organización. Y, a fin de cuentas, será Nicaragua la que pierda.

FSLN, sandinismo, danielismo: necesarias distinciones

En Nicaragua es urgente hacer la distinción entre FSLN y sandinismo. Y hay que distinguir entre sandinismo y danielismo. Mirado desde la población, la distinción debe hacerse entre votantes por el FSLN, miembros o simpatizantes del FSLN, sandinistas y danielistas.

Los votos sandinistas cosechados en las elecciones superan a la población sandinista y son fruto del imperativo de contar con una opción política alternativa al liberalismo, a “la derecha”, al antisandinismo irracional. Algunos de estos votos son largamente madurados en la conciencia personal y se deciden por opciones ético–políticas y también por historia de militancia, por vínculos emocionales, por la memoria y añoranza de los años pasados. Otros son consecuencia de la desesperación por un cambio, de la apuesta por algo diferente.

En el sandinismo se aglutina una población –en números, ¿una tercera parte de la población nacional?– en la que encontramos a quienes permanecen vinculados a las estructuras del FSLN de una o de otra forma, a quienes han roto con ellas por diferentes razones y a quienes jamás pertenecieron a ellas, pero se sienten vinculados política y éticamente a los ideales del sandinismo. Muchos de éstos son cuadros de izquierda muy bien formados y dirigentes natos, y constituyen una reserva ética estratégica para un FSLN renovado y para Nicaragua.

FSLN: populistas y empresarios

En el FSLN confluyen y conviven hoy dos corrientes: los empresarios y los populistas. Controlan las estructuras del FSLN y, por tanto, son las caras visibles del sandinismo en todas las instituciones del Estado y en todas las instancias oficiales del partido. El danielismo representa la corriente populista, liderada por Daniel Ortega. Controla actualmente el partido y, al haber tenido cierto éxito en encarnar la revolución en el propio Daniel Ortega, controla la conciencia –mentes y corazones– de la mayoría de las bases del FSLN, de muchos sandinistas y de un gran número de votantes por el FSLN.

La corriente de los empresarios es la que cuenta con mayor capital y con un discurso más amistoso con los organismos multilaterales. Los populistas mantienen un discurso anclado en los años 80, con mayor contenido social, y controlan las calles, si no con expresiones masivas sí con la activación de ciertos gremios –el de los universitarios, por ejemplo– y algunos movimientos sociales, a los que tienden permanentemente a cooptar, con el fin de llevar toda nueva organización, toda nueva demanda, toda agua nueva a su viejo molino. Entre populistas y empresarios no existe una brecha significativa. Es más bien una relación de simbiosis salpicada de breves períodos de inestabilidad y hasta de hostilidad. La cara populista gana votos entre los empobrecidos y desesperados y la empresarial determina propuestas atractivas para la comunidad internacional y los empresarios nacionales. La mano populista mantiene el poder –juzgados, magistraturas, instituciones– para que la mano empresarial goce de un clima adecuado para sus negocios.

Tres candidatos, tres retos al caudillo

En las próximas elecciones internas –primarias– del FSLN, Herty Lewites, Alejandro Martínez Cuenca y Dora María Téllez han anunciado –más explícitamente Martínez Cuenca– que disputarán a Daniel Ortega el derecho de correr como candidatos presidenciales del FSLN en las elecciones generales del año 2006.

Herty Lewites encarna una saludable combinación de carisma populista y corazón de empresario. Su popularidad en los barrios marginales, ganada durante su gestión como Alcalde de Managua, sería una buena mina que el FSLN podría explotar, sabiendo que, en todas las elecciones, la capital ha aportado un importantísimo caudal de votos al FSLN. Pero la leve independencia de Lewites es mirada con extrema suspicacia por Daniel Ortega y su cohorte de seguidores.

Poco a poco, Lewites ha querido ir ganando terreno para su propósito valiéndose de los medios de comunicación, en los que siempre logra quedar bien. Primeramente, declaró que por haber sufrido un infarto, dejando la Alcaldía dejaría la política por razones de salud. Después, anunció sorpresivamente que aspiraba a ser candidato a Vicepresidente, en fórmula con Daniel Ortega. Y después declaró que, aunque era prematuro hablar del tema, estaría dispuesto a recorrer todo el país visitando casa por casa: Yo sé hasta dónde puedo llegar ahorita –explicó– Ahorita ando con una popularidad de un 70 por ciento en la Alcaldía, pero no sé qué me va a pasar en un año. Si mantengo la popularidad y la aceptación de la población, yo le diré a Daniel Ortega en diciembre de 2005: “Hombré, comandante Ortega, no es lo que yo digo ni lo que yo quiero, pero esto es lo que pide el pueblo. ¿Qué hacemos?”

Alejandro Martínez Cuenca anunció en febrero que se presentará por segunda vez a disputarle la candidatura presidencial a Daniel Ortega. Su discurso moderado, anhelante de consenso y atemperado por una formación en universidades estadounidenses inspira sosiego y confianza en los oídos neoliberales. A través de la revista El Observador Económico proporciona información útil a los empresarios y difunde los avatares de sus negocios, combinando los comentarios a sus prácticas con críticas no muy severas a la derecha, a la gran empresa privada y al gobierno. Como se trata más de un profesional y empresario de renombre que de un dirigente político o de un ex–combatiente, es percibido en el sandinismo como afín a los tecnócratas que han medrado en los gobiernos de Violeta Barrios y Enrique Bolaños, de cuyos programas de gobierno se presume no tomaría excesiva distancia. No es una persona con carisma para captar los votos de las bases del FSLN. Su falta de credenciales como combatiente, su olor a clase media alta, sus nulas dotes como comunicador y su talante tecnocrático están en marcado contraste con el tipo de liderazgo construido y promovido hasta hoy por el FSLN.

A diferencia de Martínez Cuenca y Lewites, Dora María Téllez anunció su candidatura de un modo totalmente directo y sin mucha alharaca. Pero ella no pretende ganar. Sabe que de momento es imposible demoler la columna caudillista que sostiene a Daniel Ortega. Pero considera un logro presentar la batalla, mostrar que es posible enfrentarlo y hacerlo para que se vea cómo: proponiendo un programa alternativo. Su pretensión –un reto para ella misma, según declaró– apunta hacia la erosión del caudillismo y a la formulación de un programa, del que el FSLN carece desde que perdió las elecciones de 1990.

Contra el estado laico

En el inventario de su falta de renovación y modernización, hay que anotar también que el FSLN ha reforzado la dependencia de la política nacional del caudillismo religioso que desde hace unas tres décadas ejerce el Arzobispo de Managua y Cardenal Miguel Obando y Bravo.

A manera de desagravio por las tensas relaciones que mantuvieron el gobierno sandinista y la jerarquía católica en los años 80, cada vez que la coyuntura siempre cambiante de la política nacional se tensa y muestra alguna de sus recurrentes crisis, y especialmente en campaña electoral, los dirigentes del FSLN acuden contritos y en romería a departir con el Cardenal Obando, a pedirle consejo u oraciones, a compartir con él preocupaciones, a besarle manos y anillo, como han hecho y siguen haciendo todos los políticos de derecha. Es memorable la visita que le hizo una vez el ex–General Humberto Ortega, presentándose ante él como un paladín del libre mercado.

Estos gestos no sólo desvalorizan el carácter laico del Estado, sino que refuerzan todas y cada una de las visiones providencialistas del poder y de la historia que atrapan la mente de la mayoría de los nicaragüenses: gobernantes destinados o condenados por Dios, una sociedad esperando la intervención divina en los procesos económico–sociales, la interpretación del colapso del sandinismo como un triunfo del bien sobre el mal y su posterior redención como efecto de la sumisión de sus dirigentes al Cardenal.

Los múltiples rostros de la exclusión

Con estos vicios a cuestas, el FSLN debe enfrentar nuevos retos. La historia ha mostrado que existen otros factores aglutinantes que en determinados momentos se tornan más poderosos que los intereses de clase: el medio ambiente, la identidad de género, la defensa de los derechos humanos, las demandas étnicas y la religión son algunos de ellos. Ante la evidencia de que la lucha de clases no es el único motor de la historia y la reivindicación de la idea de que la izquierda escapa a toda definición estática, la representación de la diversidad de intereses de tantos excluidos que se espera de la izquierda es ahora más compleja y exigente.

Hace ya más de un lustro el filósofo italiano Salvatore Veca apuntó que los rostros de la exclusión, de la invisibilidad y de la afonía social son múltiples. Al variar los aparatos de poder y las formas de dominio, varían también los objetivos y formas de los movimientos de liberación que realizan la política de izquierda. Las clases y sectores subalternos no se restringen al proletariado. En Nicaragua, el universo de los desempleados es más amplio que cualquier otro grupo social y no existe ni gremio ni partido ni movimiento social que los represente.

A inicios del siglo XXI encontramos a un FSLN que no logra concretar ni siquiera las reivindicaciones tradicionales de la izquierda. Los nuevos retos sorprendieron a un FSLN que había retrocedido ante los antiguos.

Sombras en la agenda legislativa del FSLN

Examinando la representación de los sectores marginados que competería a los legisladores del FSLN, descubrimos una situación que desdice de las energías desplegadas por los fundadores del FSLN en sus inicios para acercarse a los obreros y campesinos y ganarlos para una causa de justicia. La pereza legislativa de los diputados sandinistas no va a la zaga de la que exhiben los miembros de otras bancadas y su distancia de los electores supera seguramente a la del resto.

Nicaragua tiene los diputados más caros de Centroamérica. Anualmente, los salarios de nuestros 92 legisladores suman el 0.88% del total de nuestras exportaciones. En Costa Rica apenas llegan al 0.03%. El porcentaje del presupuesto anual de la Asamblea Nacional invertido en salarios y beneficios personales para los diputados pasó del 25% en 1997 al 76% en 2003. Dada la languideciente productividad de los diputados, si consideramos sólo las iniciativas de ley aprobadas, se calcula que en el año 2001 cada ley le costó al país casi medio millón de dólares. El FSLN nada a sus anchas en este ocio y lujo legislativo.

De los 70 diputados elegidos para ejercer la representación departamental, apenas 4 introdujeron iniciativas de ley en el período 1997–2001. Ninguno de esos cuatro pertenecía al FSLN. A la nula representación geográfica, se suma la inexistente representación gremial. Por ejemplo, el diputado sandinista Nathán Sevilla recibe 4 mil dólares mensuales de salario por ser el inveterado portavoz de los muy mal pagados maestros y maestras del país, quienes ganan menos de 50 dólares al mes. En sus casi 22 años de ser diputado, Sevilla jamás ha presentado una iniciativa de ley que beneficie al gremio cuyos intereses presume representar.

“El pueblo”: un abstracto principio

En lugar de representar intereses concretos, el FSLN prefiere invocar un abstracto principio: “el pueblo”. Como ocurrió con Philipe Buchez (1796–1865) y sus seguidores del socialismo católico durante la guerra civil en Francia, están convencidos de que hablan en nombre de todos porque no hablan de nadie en particular. Hay incluso luchas clave en las que el PLC ha tomado la delantera al FSLN. En pleno debate sobre la descentralización, la iniciativa de ley de transferencia presupuestaria a los municipios fue presentada por el PLC. En el FSLN no hay un solo diputado menor de 25 años, a pesar de que el 65% de la población nacional se ubica en ese rango de edad y a pesar de que muchos dirigentes del FSLN tenían menos de 25 años cuando ocuparon altos cargos en el gobierno. Se trata de un FSLN que no se rejuvenece.

El FSLN está más interesado en la gestión del poder que conserva y en ampliarlo que en poner ese poder al servicio de los sectores más pobres. De las 19 iniciativas de ley presentadas por los diputados de la bancada sandinista en 2003, sólo 4 pueden ser consideradas como orientadas a modificar aspectos de la política social. La mayoría de las leyes propuestas son instrumentos para expandir cuotas de poder: dos iniciativas para normar las contrataciones en el sector público, tres respuestas a propuestas de indulto para excarcelar a Arnoldo Alemán –lo que les permite negociar con los liberales cuotas de poder– y cinco iniciativas sobre propiedades en litigio, regulación de venta de bienes y otorgamiento de concesiones estatales. Una buena muestra de dónde están las prioridades en la agenda legislativa del FSLN.

¿Ante las mujeres?

La búsqueda de una verdadera equidad de género es, sin duda, una lucha que trasciende la dicotomía derecha–izquierda y en la que deben participar, a la par, mujeres y hombres. Prescindiendo de cualquier disquisición teórica sobre si alguna corriente política puede adjudicarse la exclusividad de esta lucha, está fuera de discusión que forma parte ineludible de una izquierda auténtica.

En la dirección del FSLN no hay ni ha habido ninguna mujer con notorio poder. En la actual legislatura, las diputadas del FSLN representan el 37% (14 de 38) de la bancada sandinista, cifra que supone una mejoría con respecto a períodos anteriores, pero que aún está muy lejos de las proporciones demográficas nacionales, donde las mujeres en edad de ser diputadas superan al número de hombres.

Más importante –y que dice mucho más– de la falta de una visión de género alternativa, ética, revolucionaria, es la actitud de los dirigentes del FSLN, para quienes en los años 80 fue un hábito el abuso sexual de sus subordinadas en oficinas, ministerios e instituciones y la selección de muchachas sencillas de los pueblos y barrios por donde pasaban como “vanguardias del pueblo”, para usarlas al estilo de lo que se nos cuenta de Trujillo en La fiesta del Chivo, abusos a los que agregaron la comunidad de esposas que Marx tanto censuró en los burgueses: Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición a las mujeres e hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en seducir mutuamente las esposas. El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas.

A estos comportamientos, delictivos e impunes, hay que agregar que el FSLN –sus diputados y diputadas, sus dirigentes– hacen eco de las posiciones más retrógradas sobre educación sexual y sobre derechos sexuales y reproductivos, respaldando, por acción o por omisión, políticas públicas que afectan gravemente a las mujeres nicaragüenses.

¿Ante las etnias de la Costa Atlántica?

El mito de la Nicaragua masivamente mestiza, abonado por el FSLN en los años 80 al reprimir a las organizaciones indígenas de la Costa Caribe, política originada en la ignorancia y en la carencia de sensibilidad ante la cuestión étnica, refuerza el olvido y marginación de la presencia indígena, de su historia y de su rol.

El mito de la Nicaragua mestiza se hace presente en la política nacional a través de múltiples exclusiones. La primera consiste en ignorar el peso demográfico de los indígenas. En Nicaragua viven 338 mil 300 indígenas. Son el 7% de la población nacional. Esas decenas de miles de mískitos, mayangnas, ramas y garífunas que habitan en la Costa Atlántica representan el 25% de la población de esa zona, en donde en el 50% del territorio nacional vive apenas el 11% de los nicaragüenses.

Las riquezas naturales de esa mitad del país –fauna marina, bosques, yacimientos minerales, ¿petróleo?– han sido sistemáticamente saqueadas por compañías transnacionales y por empresarios del Pacífico con la venia y el beneficio de los gobiernos centrales. El FSLN no fue una excepción: no sólo saqueó las minas y la fauna marina del Atlántico, también convirtió esta zona en el purgatorio a donde enviaba como castigo a sus funcionarios más indisciplinados y corruptos. Hoy, mientras el saqueo de la Costa Caribe continúa, el analfabetismo es norma en casi el 50% de su población mayor de 6 años y la electricidad sólo llega al 40% de las viviendas.

Los habitantes de la Costa Caribe no hacen oír su voz ni defienden sus intereses en la Asamblea Nacional. No hay un solo indígena, ni del Atlántico ni del Pacífico, ni un afroamericano de la Costa Caribe en la bancada del FSLN. El pacto liberosandinista acorraló a los ciudadanos costeños ofreciéndoles, en las dos últimas elecciones, una dieta a base de dos únicos platillos, PLC o FSLN, sin sabor caribe. Esto derivó en apatía política y en deslegitimación de los procesos electorales entre los caribeños. En las elecciones del 2001 se registraron en la Costa los mayores niveles de abstencionismo del país. En la Región Autónoma del Atlántico Norte se superó el 50%. Abrir espacios políticos a las minorías étnicas –o institucionalizar jurídicamente los que ya tienen– debería ser una prioridad de la izquierda nicaragüense. Actualmente, los gobiernos municipales del Caribe –todos en manos del FSLN o del PLC– siguen pasando por encima de los tradicionales Consejos de Ancianos y de otras estructuras de autoridad indígenas.

La valoración del cientista social Andrés Pérez–Baltodano sobre la relación del gobierno del FSLN con los ciudadanos de la Costa Atlántica en los años 80 sigue teniendo vigencia hoy: La trágica relación entre los sandinitas y los mískitos de la Costa Caribe de Nicaragua después de 1979 tuvo como base una tradición teórica marxista, imitativa y eurocéntrica, que no fue capaz de reconocer la realidad histórica de ese pueblo y que, por lo tanto, fue incapaz de comprender su singular cosmovisión. En su empeño por institucionalizar una revolución socialista, los sandinistas trataron a las minorías étnicas de la Costa Caribe como un segmento atrasado y reaccionario de un proletariado nacional imaginario.

El FSLN no se reverdece

El sociólogo catalán Manuel Castells ha observado que en Europa y Estados Unidos es difícil que un partido o un candidato sea elegido para un cargo sin reverdecer su programa, sin enfocarse en temas ecológicos. Castells encuentra que el hecho de que todos estos temas y muchos otros estén en el debate público y de que haya surgido una conciencia creciente sobre su carácter global interdependiente crea la base para su tratamiento y, quizás, para una reorientación de las instituciones y políticas hacia un sistema socioeconómico responsable en cuanto al medio ambiente.

El concepto de justicia medioambiental que afirma el valor de todas las formas de vida contra los intereses de la riqueza, el poder y la tecnología alcanza cada vez mayor influencia y presencia en los programas políticos de muchos partidos de izquierda. Pero no en el FSLN y en sus dirigentes. Las luchas medioambientales forman parte de un movimiento cada vez más diversificado. Y no hay duda de que existe un enorme espacio de intersección entre sectores marginados y luchas ambientalistas. Las comunidades pobres y las minorías étnicas se ven más expuestas que la población en general por la irresponsabilidad medioambiental: sustancias tóxicas en tierras y fuentes de agua, erosión de suelos, degradación de sus hábitats, crecientes problemas de salud. Aunque sólo fuera por esta razón, la izquierda debe vincularse a los movimientos ecologistas.

En lugar de retomar esta bandera, más allá de proclamas y discursos –bastante escasos en esta temática–, algunos dirigentes del FSLN se han convertido en prósperos madereros que devastan los bosques de la Costa Atlántica o se entusiasman con proyectos de canales secos o húmedos que presentan como “solución” para el desarrollo de Nicaragua sin atender nunca a mínimas consideraciones ambientales.

Demoliendo la institucionalidad

Es lucha prioritaria en la Nicaragua de hoy la lucha por la institucionalidad. Se trata de un esfuerzo que, de tener éxito, mejorará la posición de la sociedad frente a las amenazas del neoliberalismo. De una lucha que debe ser y está siendo emprendida por gente de derecha y de izquierda. Pero que también ha sido mancillada por gente de derecha y por la gente que dice ser de izquierda.

En el pacto de 1999, el PLC y el FSLN llegaron a un acuerdo para distribuirse los poderes públicos. El FSLN estimó altamente rentable vulnerar la frágil institucionalidad porque obtuvo, además de ciertos puestos clave en el gobierno, una reforma electoral que redujo a 35% el porcentaje de votos para que el candidato Daniel Ortega pudiera ganar en primera vuelta.

La exclusión de otros partidos de la contienda electoral por una masiva y arbitraria invalidación de las firmas que habían recogido para ser inscritos fue el paso siguiente. Ya en el poder Bolaños, la diputación regalada, con inmunidad incluida, que Ortega le regaló a Alemán a cambio del 35% que Alemán le regaló a Ortega, causó una crisis desgastante. Despojar a Alemán de esa diputación y de esa inmunidad fue una hazaña que sólo contribuyó a hacer de la institucionalidad una farsa.

Después, el juego de la jueza sandinista Juana Méndez de meter y sacar a Arnoldo Alemán de la cárcel dio el jaque mate a la escasa credibilidad que los nicaragüenses pudieran aún tener en las instituciones y en la política como una lucha con posiciones consistentes, con convicciones y con principios. Todas estas movidas demostraron que las instituciones nicaragüenses están al servicio de los caudillos y han horadado su legitimidad. Todas se explican por una racionalidad netamente instrumental, orientada a expandir el poder de cada bando.

Haciendo más frágil al país en los tiempos del cólera globalizador

Cuando esta debilidad institucional se enfrenta a la globalización y a los poderes neoliberales, el resultado es muy pernicioso para la sociedad nicaragüense y especialmente para los más pobres. Andrés Pérez–Baltodano ha destacado que la creciente interpenetración entre los aparatos administrativos nacionales y el sistema económico mundial y sus instituciones tiende a reducir la capacidad del Estado para responder a las necesidades y presiones domésticas, especialmente cuando éstas se encuentran en contradicción con la lógica del mercado mundial.

Los efectos negativos de la globalización son mayores en países como Nicaragua, donde nunca se estableció una relación de congruencia entre Estado y sociedad. No hay protección institucional adecuada porque la brecha que separa al Estado y la sociedad dificulta el desarrollo de una fuerza social con la capacidad de utilizar el Estado como un filtro que neutralice o condicione los efectos negativos de la globalización, según el análisis de Pérez–Baltodano.

Con los golpes asestados a la institucionalidad, el FSLN y el PLC han ensanchado la brecha entre Estado y sociedad, abonando a la fragilidad del país frente a las tendencias negativas de la globalización y el neoliberalismo. Los gremios, movimientos sociales, ONG y la ciudadanía perciben que, con reglas del juego que oscilan al capricho de los caudillos, se les escapan las decisiones fundamentales y su participación en la política queda restringida a legitimar con sus votos unas elecciones convertidas en lo que Pérez–Baltodano llama la rifa quinquenal del derecho a la impunidad. Hay crisis de la democracia porque los ciudadanos se ven expuestos al efecto de decisiones que no controlan. El FSLN y el PLC son responsables de la apatía política que de todo esto se deriva. Y el saldo es obvio: a mayor apatía, menor representatividad de los diversos intereses y menor democracia.

Tantos retos, tantos rostros

Como la izquierda que pretende ser el FSLN no está tocando fondo, sino hablando de esa entidad abstracta que llaman “pueblo”, no tiene una palabra oficial sobre los nicaragüenses que abandonan el país. Para los problemas de quienes no pudiendo cambiar el país, cambian de país, ni el populismo ni la tecnocracia tienen formulaciones adecuadas. Los nicaragüenses que residen permanente o temporalmente en Costa Rica son ya el 10% de la población nacional. En una encuesta que la firma M&R realizó en el mes de junio de 2003, el 65.3% de los encuestados dijeron estar dispuestos a emigrar a otro país si se les presenta la oportunidad. Más radical aún fue el 57% de nicaragüenses que, en una encuesta realizada en Nicaragua a principios de 2003, confesó su deseo de haber nacido en otro país.

Esos migrantes y las redes e identidades transfronterizas que construyen son un movimiento social de una índole que constituye un reto a la izquierda. Otros retos le lanzan a la izquierda las pandillas juveniles, los campesinos sin tierra en conflictos por conseguirlas, las víctimas de la depredación de los recursos naturales en zonas indígenas, los productores que trabajan en agricultura orgánica y en comercio justo. Tantos retos, tantos rostros. No son cifras. Todos tienen un rol expresivo en la construcción de identidades colectivas y reconocimiento social y un rol práctico que reta los acuerdos institucionales existentes. Ambos son esenciales para viabilizar la democracia y generar políticas congruentes. El FSLN no convierte en leyes estos temas ni representa los intereses de estos grupos.

Muchos de estos movimientos, grupos y temas están siendo abordados por las ONG. En sus agendas aparecen todos estos retos que el FSLN no asumió ni asume hoy: género, medio ambiente, etnias. Los asume la izquierda en la diáspora, formada mayoritariamente por intelectuales y profesionales de raíces sandinistas. Como lúcidamente explica Pérez–Baltodano, sus representaciones son voluntarias, basadas en principios éticos y no en una coincidencia de intereses entre estas organizaciones y los sectores que dicen representar. Sin embargo y a pesar de sus bemoles, muchas veces sirven de intermediarios políticos que llevan las necesidades y demandas de voces no articuladas a la esfera pública, vinculándolas a las instituciones estatales, a fin de aproximar Estado y sociedad. Empujan hacia el proyecto democrático de izquierda, que sólo tendrá plena vigencia el día en que los gremios, los grupos de productores orgánicos y en comercio justo, los migrantes y sus familiares, los jóvenes pandilleros y otros muchos más hagan sus demandas y rompan todos los diques que la cultura política nacional les antepone.

Ser de izquierda es una ética

El comunismo científico tuvo la errónea pretensión de convertir el socialismo en una necesidad política y económica y no sólo en un asunto de carácter moral. El capitalismo y otras formas de egoísmo humanos serán superados por decisiones de los seres humanos basadas en criterios éticos. La superación del capitalismo y, ahora del neoliberalismo, no está garantizada por las leyes económicas. Reivindicar los planteamientos éticos nos hace falta para combatir la asepsia de la tecnocracia neoliberal, uno de los aspectos más peligrosos del neoliberalismo, uno de los que más ha contaminado a la izquierda. La retórica y la racionalidad tecnocrática envasa la pobreza en una fórmula matemática, vaciándola de su carácter trágico y reduciendo su combate a una desapasionada y fantasiosa manipulación de variables. Fernando Savater decía que no hay más triste y repugnante derechista que un burócrata de izquierdas reciclado. Ahora tenemos por doquier a muchos burócratas sandinistas –en ONG, en el gobierno, en los aparatos de los organismos multilaterales–, repitiendo con fines piadosos el lenguaje de la tecnocracia neoliberal.

La izquierda debe procurar que los pobres no sean cifras en textos burocráticos, sino rostros y, sobre todo, voces en la Asamblea Nacional, en las convenciones de los partidos y en los medios de comunicación. Un aporte muy importante de la izquierda es negarse a emplear el lenguaje de la tecnocracia, minar la capacidad de la tecnocracia neoliberal de darle nombres a las cosas, especialmente porque esos nombres, los términos que emplea, son representaciones conceptuales elaboradas en base al estudio del desarrollo histórico de las sociedades capitalistas avanzadas y trasplantadas a sociedades con historias diferentes.

Del poder conquistado, al aferramiento al poder

Los rasgos que de manera más ostensible distinguen a la izquierda nicaragüense del resto de izquierdas centroamericanas son el éxito que tuvo en la conquista del poder del Estado y su persistencia en conservar más cuotas de ese poder, por encima de cualquier otra prioridad relacionada con la propia identidad y con acciones y proyectos de izquierda. De ambos rasgos –el poder conquistado y el aferramiento a ese poder– se derivan vicios que son hoy un fardo para todas las formas de izquierda que mal conviven en Nicaragua.

De la conquista del poder y de su manipulación durante más de diez años, el FSLN heredó un control centralizado de los gremios y la capacidad de cooptar cualquier otro movimiento social u organización popular, la habilidad para capitalizar incluso los brotes espontáneos de descontento popular y un monopolio de la izquierda ideológica y partidaria en el país. Estos elementos refuerzan la posición dominante del FSLN y le permiten distanciamientos tácticos de sus antiguos programas y aproximaciones a la derecha más antisandinista –su némesis política, el Partido Liberal Constitucionalista–, estrategia inspirada por una concepción instrumental de la política.

El FSLN está demasiado enfrascado en sus mezquinas batallas por el poder de su cúpula dirigente. No tiene tiempo, energía ni voluntad para luchar contra el neoliberalismo. Su producción de leyes de política social es menos que exigua, no se reverdece ni rejuvenece, no se hace laico ni lucha por la institucionalidad nacional, no se sacude el caudillismo ni el verticalismo. Reproduce todos los vicios de la cultura política nacional. Hagámosle un favor a Nicaragua: acabemos de una vez por todas con el mito de que el FSLN es izquierda.


[1].– Mónica Baltodano, ex comandante guerrillera del FSLN.