América Latina

Guerra contra los pobres

La militarización de las periferias urbanas

Por Raúl Zibechi (*)
Programa de las Américas, 21/01/08
Enviado por Correspondencia de Prensa, 11/02/08

Las periferias urbanas de los países del Tercer Mundo se han convertido en escenarios de guerra, donde los Estados intentan mantener un orden asentado en el establecimiento de una suerte de "cordón sanitario" que consiga aislar a los pobres de la sociedad "normal".

"Fuentes del Ejército confirmaron que las técnicas empleadas en la ocupación de la favela Morro da Providéncia, son las mismas que las tropas brasileñas utilizan en la misión de paz de las Naciones Unidas en Haití" [1].

Este reconocimiento de las fuerzas armadas de Brasil, explica en gran medida el interés que tiene el gobierno de Lula da Silva en que las tropas de su país se mantengan en la isla caribeña: se trata de poner a prueba estrategias de contención en los barrios pobres de Puerto Príncipe (capital de Haití), que han sido diseñadas para su aplicación en las favelas de Rio de Janeiro, Sao Paulo y otras grandes ciudades.

Pero la noticia publicada por el diario Estado de Sao Paulo va más lejos al desnudar la forma de operar de los militares. El general que dirige la ocupación de la favela Morro da Providéncia por 200 soldados, William Soares, comandó la 9a. Brigada de Infantería Motorizada en Haití. Los soldados instalaron ametralladoras en "la única plaza de la comunidad, transformada en base militar", que fueron retiradas para facilitar el diálogo con la población. En la reunión con la Asociación de Pobladores, el general Soares "prometió obras, fiesta de Navidad con distribución de regalos para los niños, colonia de vacaciones, proyección de filmes, atención médica y sanitaria".

Según informó el diario, "en contrapartida el Ejército está recogiendo informaciones sobre la favela y sus habitantes. Los militares filmaron y fotografiaron la reunión y todo el movimiento de las tropas". El general Soares realizó todas esas promesas para "aplacar la revuelta de los líderes comunitarios contra el proyecto social previsto para la favela".

Los pobres urbanos como amenaza

El urbanista estadounidense Mike Davis analiza las periferias urbanas desde su compromiso con el cambio social. Una sola frase sintetiza su análisis: "Los suburbios de las ciudades del tercer mundo son el nuevo escenario geopolítico decisivo". [2] Asegura que los estrategas del Pentágono están dando mucha importancia al urbanismo y la arquitectura, ya que esas periferias son "uno de los grandes retos que deparará el futuro a las tecnologías bélicas y a los proyectos imperiales".

En efecto, un estudio de las Naciones Unidas estima que mil millones de personas viven en las barriadas periféricas de las ciudades del tercer mundo y que los pobres de las grandes ciudades del mundo trepan a dos mil millones, un tercio de la humanidad. Esas cifras se duplicarán en los próximos 15 a 20 años, ya que el crecimiento de la población mundial se producirá íntegramente en las ciudades y un 95% se registrará en los suburbios de las ciudades del sur. [3]

La situación es más grave aún de lo que muestran los números: la urbanización, como señala Mike Davis, se ha desconectado y autonomizado de la industrialización y aún del crecimiento económico, lo que implica una "desconexión estructural y permanente de muchos habitantes de la ciudad respecto de la economía formal". Por otro lado, observa que "en la última década los pobres-y me refiero no sólo a los de los barrios clásicos que mostraban ya niveles altos de organización, sino también a los nuevos pobres de las periferias-se han estado organizando a gran escala, ya sea en una ciudad iraquí como Ciudad Sadr o en Buenos Aires".

En América Latina los principales desafíos al dominio de las elites han surgido del corazón de las barriadas pobres: desde el Caracazo de 1989 hasta la comuna de Oaxaca en 2006. Prueba de ello son los levantamientos populares de Asunción en marzo de 1999, Quito en febrero de 1997 y enero de 2000, Lima y Cochabamba en abril de 2000, Buenos Aires en diciembre de 2001, Arequipa en junio de 2002, Caracas en abril de 2002, La Paz en febrero de 2003 y El Alto en octubre de 2003, por mencionar sólo los casos más relevantes.

Más aún: las periferias urbanas se han convertido en los espacios desde los que los grupos subalternos han lanzado los más formidables desafíos al sistema, hasta convertirse en algo así como contrapoderes populares. Mike Davis tiene razón: el control de los pobres urbanos es el objetivo más importante que se han trazado tanto los gobiernos como los organismos financieros globales y las fuerzas armadas de los países más importantes.

Muchas grandes ciudades latinoamericanas parecen por momentos al borde de la explosión social y varias de ellas han venido estallando en las dos últimas décadas por los motivos más diversos. El temor de los poderosos parece apuntar en una doble dirección: aplazar o hacer inviable el estallido o la insurrección y, por otro lado, evitar que se consoliden esos "agujeros negros" fuera del control estatal donde surgen los principales desafíos a las elites.

Las nuevas estrategias militares

Las publicaciones dedicadas al pensamiento militar, así como los análisis de los organismos financieros, dedican en los últimos años amplios espacios a abordar los desafíos que presentan las pandillas, y a debatir los nuevos problemas que plantea la guerra urbana. Los conceptos de "guerra asimétrica" y de "guerra de cuarta generación" son respuestas a problemas idénticos a los que plantean las periferias urbanas del tercer mundo: el nacimiento de un tipo de guerra contra enemigos no estatales, en el que la superioridad militar no juega un papel decisivo.

William Lind, director del Centro para el Conservadurismo Cultural de la Fundación del Congreso Libre, asegura que el Estado ha perdido el monopolio de la guerra y las elites sienten que los "peligros" se multiplican. "En casi todos los lugares, el Estado está perdiendo" [4]. Pese a ser partidario de abandonar Irak lo antes posible, Lind defiende la "guerra total" que supone enfrentar a los enemigos en todos los terrenos: económicos, culturales, sociales, políticos, comunicacionales y también militares.

Un buen ejemplo de esta guerra de espectro total, es su creencia de que los peligros para la hegemonía estadounidense anidan en todos los aspectos de la vida cotidiana o, si se prefiere, en la vida a secas. A modo de ejemplo, considera que "en la guerra de cuarta generación, la invasión mediante la inmigración puede ser tan peligrosa como la invasión que emplea un ejército de estado". Los nuevos problemas que nacen a raíz de la "crisis universal de legitimidad del Estado" ponen en el centro a los "enemigos no estatales". Esto lo lleva a concluir con una doble advertencia a los mandos militares: ninguna fuerza armada ha logrado éxito ante un enemigo no estatal.

Este problema está en el núcleo del nuevo pensamiento militar, que debe ser reformulado completamente para asumir desafíos que antes correspondían a las áreas "civiles" del aparato estatal. La militarización de la sociedad para recuperar el control de las periferias urbanas no es suficiente, como lo revela la experiencia militar reciente en el tercer mundo.

Los mandos militares que se desempeñan en Irak parecen tener clara conciencia de los problemas que deben enfrentar. El general de división Peter W. Chiarelli, en base a su reciente experiencia en Bagdad en el suburbio de Ciudad Sadr, sostiene que la seguridad es el objetivo a largo plazo, pero no se consigue con acciones militares. "Las operaciones de combate proporcionarían las victorias posibles a corto plazo (...) pero a la larga, sería el comienzo del fin. En el mejor de los casos, causaríamos la expansión de la insurgencia" [5].

Eso implica que las dos líneas de acción tradicionales de las fuerzas armadas, las operaciones de combate y el adiestramiento de fuerzas de seguridad locales, son insuficientes. Se propone por lo tanto asumir tres líneas de acción "no tradicionales", o sea aquellas que antes correspondían al gobierno y a la sociedad civil: dotar a la población de servicios esenciales, construir una forma de gobierno legítimo y potenciar el "pluralismo económico", o sea la economía de mercado.

Con las obras de infraestructura buscan mejorar la situación de la población más pobre y a la vez crear fuentes de empleo que sirvan para enviarles señales visibles de progreso. En segundo lugar, crear un régimen "democrático" es considerado un punto esencial para legitimar todo el proceso. Para los mandos de Estados Unidos en Irak, el "punto de penetración" de sus tropas fueron las elecciones del 30 de enero de 2005. En el pensamiento estratégico la democracia queda reducida a la emisión del voto.

Por último, mediante la expansión de la lógica del mercado, que busca "aburguesar los centros de las ciudades y crear concentraciones de empresas" que se conviertan en un sector dinámico que impulse al resto de la sociedad, se intenta reducir la capacidad de reclutamiento de los insurgentes. [6] En adelante, la población pobre de las periferias urbanas será, en la jerga militar, "el centro de gravedad estratégico y operacional".

Este conjunto de mecanismos es lo que hoy las fuerzas armadas de la principal potencial global consideran como la forma de obtener "seguridad verdadera a largo plazo". De este modo, la "democracia", la expansión de los servicios y la economía de mercado dejan de ser derechos ciudadanos o bien objetivos moralmente deseables para convertirse en engranajes de una estrategia de control militar de la población o de una región del mundo, y, por supuesto, de sus recursos.

Seguridad y cooperación: dos caras de una estrategia

Después de los atentados terroristas del 11 de setiembre de 2001, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) "ha jugado un rol cada vez más prominente en la Guerra Contra el Terrorismo". [7] Los programas estadounidenses para el desarrollo, no se dirigen a la población que más los necesita sino a las "poblaciones y regiones consideradas de alto riesgo", según la estrategia del Pentágono.

Para los estrategas militares, los programas de la USAID juegan un papel destacado "en negar refugio y financiación a los terroristas al disminuir las condiciones subyacentes que causan que las poblaciones locales sean vulnerables al reclutamiento por parte de los terroristas". Del mismo modo, "los programas de USAID destinados a fortalecer una gobernabilidad efectiva y legítima son reconocidos como instrumentos claves para tratar con la contrainsurgencia".

La estrategia del Pentágono es buscar la seguridad para los Estados Unidos, y para ello utiliza la "democracia" y la "ayuda para el desarrollo" como medios complementarios de la acción militar. El coronel Baltazar sostiene que "el desarrollo refuerza la diplomacia y la defensa, reduciendo así las amenazas de largo plazo a nuestra seguridad nacional al ayudar el proceso de fortalecer sociedades estables, prósperas y pacíficas".

Parece necesario enfatizar que la cooperación internacional, la ayuda al desarrollo y el combate a la pobreza-algunos de los eslóganes predilectos del Banco Mundial y otras agencias financieras-son apenas estrategias de control y subordinación de la población "potencialmente" rebelde o resistente a los objetivos de la multinacionales estadounidenses. El análisis del Pentágono sobre la realidad africana, identificó según el coronel Baltazar, "las causas del extremismo", destacando entre ellas la existencia de "grandes poblaciones ya sea marginadas o privadas del derecho de voto y la exclusión del proceso político como las causas claves de inestabilidad en la región".

La democracia electoral y el desarrollo son necesarios como forma de prevenir el terrorismo, pero no son objetivos en sí mismos. En las circunstancias de países con estados débiles y altas concentraciones de pobres urbanos, las fuerzas armadas son las que ocupan durante un tiempo el lugar del soberano, reconstruyen el Estado y ponen en marcha-de modo absolutamente vertical y autoritario-los mecanismos que aseguran la continuidad de la dominación.

En Irak, estas políticas tienen su contracara y complemento en la edificación de grandes muros para separar decenas de barrios de Bagdad. Según el escritor y arabista Santiago Alba Rico, la construcción de muros en diez barrios de la capital iraquí busca que cada vecindario se convierta en "un armario acorazado cuyos habitantes son clasificados o abandonados en cajones cerrados y recintos estancos". [8]

La lógica es muy simple: "Los barrios que no han podido ser doblegados militarmente, son amurallados, precintados y abandonados a su suerte. Zonas completas de la ciudad han sido delimitadas y segregadas con los vecinos confinados en su interior, sometidos a controles tan férreos-de entrada y de salida-que puede hablarse sin vacilación de una política de ghetto".

En otras partes del mundo, no hacen falta muros de cemento para aislar y separar los barrios periféricos. Se levantan muros simbólicos tejidos en base a las diferencias de color, forma de vestir y modo de habitar el espacio. Pero los resultados y los objetivos son idénticos. Los mecanismos de control-tengan ropajes militares, sean ONGs para el desarrollo o promuevan la economía de mercado y la democracia electoral-aparecen entrelazados y, en casos extremos como los barrios de Bagdad, las favelas de Rio de Janeiro o las barriadas de Puerto Príncipe en Haití, aparecen subordinados a los planes militares.

En Brasil, por poner apenas un ejemplo, se aplican diversas formas de control de modo simultáneo: el plan Hambre Cero es compatible con la militarización de las favelas.

En su reflexión sobre el nazismo en su texto "Sobre el concepto de historia", el escritor alemán Walter Benjamin asegura que "la tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en el que vivimos es la regla". La política de Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se ajusta al concepto de "estado de excepción permanente". El "estado de excepción" -que suspende los derechos de los ciudadanos y militariza zonas y países enteros-, se aplica de modo indistinto en situaciones y por razones muy diversas, desde problemas políticos internos hasta amenazas exteriores, desde una emergencia económica hasta un desastre natural.

En efecto, el estado de excepción se aplicó en situaciones como la crisis económico-financiera argentina que eclosionó en diciembre de 2001 en un amplio movimiento social; para enfrentar los efectos del huracán Katrina en Nueva Orleáns; para contener la rebelión de los inmigrantes pobres de las periferias de las ciudades francesas en 2005. Lo común, más allá de circunstancias y países, es que en todos los casos se aplica para contener a los pobres de las ciudades.


(*) Raúl Zibechi es analista internacional del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales. Es colaborador mensual con el Programa de las Américas.

Notas:

1) Estado de Sao Paulo, "Exército admite uso de tática do Haití em favela do Rio", 15 de diciembre der 2007.

2) Mike Davis en www.rebelion.org

3) Mike Davis en www.sinpermiso.info

4) William Lind, ob .cit.

5) Military Review, noviembre-diciembre de 2005, p.15.

6) Idem, p. 12.

7) Thomas Baltazar, citado en Miltary Review, ob. cit.

8) Santiago Alba Rico, ob. cit.

Recursos:

Mike Davis, "La pobreza urbana y la lucha contra el capitalismo", entrevista, 30 de julio de 2006 en www.sinpermiso.info.

Mike Davis, "Los suburbios de las ciudades del tercer mundo son el nuevo escenario estratégico decisivo", 2 de marzo de 2007 en www.rebelion.org.

Santiago Alba Rico "Emparedar a la resistencia", Diagonal, Madrid, 10 de mayo de 2007.

Thomas Baltazar (coronel) "El rol de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y la ayuda para combatir el terrorismo", en Military Review, setiembre-octubre de 2007.

William S. Lind, "Comprendiendo la guerra de Cuarta Generación", Military Review, enero-febrero 2005.