México

Desafiando al estado mexicano, los carteles muestran su poderio

Los narcos, agrandados

Por Antonio O. Avila (*)
Desde México
Página 12, 28/05/08

Más desinhibidos que nunca, sicarios del narcotráfico amenazan por Internet o mensajes de móvil para crear ciberterror y luego llenan las calles de cadáveres en la frontera norte de México, como en el pasado fin de semana.

El poder de los sicarios del narcotráfico aterrorizó la fronteriza Ciudad Juárez, que sábado y domingo pasado fue un pueblo fantasma, a cuyas calles sólo salía la gente que estaba obligada a abandonar la seguridad del hogar. Durante varios días la advertencia llegó por correo electrónico o texto en el móvil: “se iba a dar el fin de semana ‘más sangriento de la historia’”. A pesar de que día y noche hubo fuerzas militares en la ciudad, las ejecuciones no pararon en Juárez y más de 25 muertos son la prueba.

Al ciberbombardeo, los carteles de la drogas suman el viejo sistema de comunicación y en la capital del estado de Chihuahua (norte) dejaron amenazas de muerte contra 21 policías. La violencia ha tomado carta de residencia en Ciudad Juárez desde hace muchos años, ya que es tristemente célebre porque allí han sido asesinadas (impunemente hasta ahora, la mayoría) más de 400 mujeres en poco más de una década, y porque en ella nació el poderoso cartel de Juárez. Ahora la narcoadvertencia crispó a la sociedad, incluso al ejército, que patrulla las calles con unos 300 soldados las 24 horas del día.

“Esto es parte de la operación antinarco y, con motivo de las amenazas que salieron incluso en los medios de comunicación, en los periódicos fue necesario implementar la seguridad tanto en las calles como en la vía aérea (helicópteros). Andan vehículos, patrullas constantemente, principalmente en las colonias con mayor índice de tráfico de drogas”, dijo el jefe del operativo militar, general Felipe de Jesús Espitia.

Las autoridades no han confirmado si se trató del fin de semana más violento en la historia de Ciudad Juárez, pero lo cierto es que se cometieron 27 crímenes, sobre los cuales Espitia dijo a la prensa fronteriza: “Sabemos que esto es parte de los mismos choques entre traficantes, y si hiciéramos una investigación, que no nos corresponde, veríamos qué clase de gente están matando”. El ejército mexicano mantiene su campaña y ha detenido en la zona a unos 300 hombres posiblemente vinculados el cartel de los Carrillo Fuentes (Juárez), que luchan con las armas en la mano contra las bandas de Sinaloa, La Federación y El Golfo.

Pero Ciudad Juárez fue presa del pánico y el fin de semana se suspendieron fiestas particulares, corridas de toros y conciertos, las salas de cine estuvieron casi vacías, lo mismo que los pocos bares que se atrevieron a abrir. “Lo que está sucediendo es que hay muchos procesos superpuestos; está cambiando el mercado de las drogas, el mercado en función de su oferta, que tiene que ver con los productores de cocaína, metanfetaminas (droga sintética), marihuana y otras, y se modifica el patrón de consumo en Estados Unidos, lo que da como resultado una disputa en México por los mercados locales, y quienes están en un género de droga tienen que mudarse a otro o pelear por el mercado”, dijo el analista político Federico Berrueto.

La respuesta del gobierno al narcotráfico también ha propiciado una recomposición de los carteles. El martes, un choque entre sicarios y agentes federales se cobró la vida de nueve personas, cinco policías, en la ciudad de Culiacán, donde recientemente se fortaleció el operativo militar-policial y se reunió el gabinete de Seguridad Nacional para establecer la estrategia de lucha contra el crimen organizado.

Berrueto dijo que un punto oscuro, que es prácticamente tabú, tiene que ver con la actitud de la sociedad en su conjunto, porque “no se puede entender la actividad del narco sin la complicidad de sectores sociales”. Hay, en su opinión, “una crisis en la valoración de lo que está ocurriendo, la sociedad se ha quedado corta, muy pasiva, y esto lo ha visto como una tarea del gobierno, lo mismo hacen los partidos y en algunos casos los gobernadores”.


(*) De El País, de Madrid. Especial para Página/12.


El zar antidroga se suma a los 4.000 muertos en dos años por los narcos mexicanos

Crece la guerra y Calderón desespera

Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México, D. F.
Página 12, 23/05/08

El presidente conservador culpa a todos por su fracaso en el combate al crimen organizado: a los poderes Legislativo y Judicial y a los medios por informar sobre ejecuciones diarias. Y sus jefes policiales piden asilo en EE.UU.

La violencia asociada al crimen organizado desfondó el discurso oficialista que pretende atribuir la ejecución de mandos policiales y los cada vez más sangrientos enfrentamientos entre sicarios a las acciones gubernamentales que habrían forzado “a un reacomodo de las organizaciones criminales ante el efectivo combate que el gobierno federal realiza contra el narcotráfico”, según el presidente Felipe Calderón. Lo cierto es que la batalla luce perdida para el gobierno derechista de Acción Nacional.

Dos estampas lo ilustran: el 12 de mayo, un día después del asesinato del coordinador regional de la Policía Federal Preventiva, Edgar Millán Gómez, “cerebro” de la estrategia gubernamental en el combate contra el narcotráfico, Calderón manoteó y gritó en la residencia oficial de Los Pinos durante casi siete minutos, culpando a todos (ciudadanos, prensa, diputados, senadores y jueces) de su propio fracaso en esta lucha. Menos de 72 horas después del exabrupto presidencial, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos informó que tres jefes policiales mexicanos solicitaron asilo político en ese país como consecuencia del aumento de la violencia generada en torno del narcotráfico en México.

La desesperación presidencial afloró delante del presidente de la Comisión Europea, el portugués José Manuel Durao Barroso, durante una conferencia de prensa en la que Calderón fue cuestionado por el evidente fracaso de su estrategia contra el narco que, hasta el miércoles pasado, ha dejado un saldo de 4044 ejecutados durante los 527 días que lleva su administración.

Calderón regañó a los poderes Legislativo y Judicial por la impunidad con la que criminales salen de las cárceles, como el asesino material de Millán Gómez, que ya había estado preso en tres ocasiones.

Luego arremetió contra los medios de comunicación, por colaborar con el narcotráfico al informar sobre las ejecuciones cotidianas que aterrorizan al país, en lugar de divulgar los discursos oficiales que rebosan optimismo y exageran resultados. Y por si fuera poco, siguió contra la población entera, a la que acusó de complicidad con el narco por no denunciar operaciones criminales.

La respuesta de todos: más crítica. La Suprema Corte de Justicia de la Nación calló ominosamente, pero el ex ministro Juventino Castro hizo extensas declaraciones sobre “el fracaso del combate a la delincuencia” al semanario Proceso, y le recordó al presidente que si los jueces liberan a los criminales se debe a las pésimas investigaciones de los procuradores de Justicia, que dependen precisamente del Poder Ejecutivo.

Buena parte de la prensa se indignó ante el intento de imposición de línea editorial acrítica, que para muchos es un despropósito de tintes autoritarios.

Y la gente no confía en las autoridades como para denunciar a los criminales, menos aún cuando la militarización del combate al narcotráfico se ha traducido en graves violaciones contra poblaciones enteras y la práctica sistemática de la tortura, como han documentado y denunciado organismos internacionales de derechos humanos.

Lo que la gente se pregunta es cómo pretende el presidente Calderón que los ciudadanos comunes señalen al crimen organizado cuando los propios cuerpos policiales son avasallados por sicarios.

Hasta el subcomisionado de Aduanas y Protección Fronteriza, que pertenece al Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos, Jayson Ahern, comentó que los jefes policiales que solicitaron asilo político en ese país “son abandonados por sus funcionarios policiales o sus departamentos policiales en muchos casos”.

Y es que la única estrategia que la administración de Calderón ha puesto en marcha para enfrentar el creciente poder de los carteles de la droga han sido las armas, atacando a las cúpulas del narcotráfico y a sus brazos armados, pero no ha tocado un ápice de las redes financieras que les permiten lavar cientos de millones de dólares al año ni la protección política que reciben los carteles en todos los niveles de gobierno a lo largo y ancho del país. De continuar por esa vía, incompleta y riesgosa, “lo peor está por venir”, advierte el experto Eduardo Buscaglia.

Lejos ya del tortuoso arranque de su administración, apoyándose en el ejército y en una campaña mediática de 75 spots de televisión diarios durante 39 días, anunciando la movilización de 24.000 soldados contra el narcotráfico, con lo que pretendió mostrar la legitimidad que el fraude electoral le escatimaba, hoy Calderón luce solo y desesperado.

En los primeros dieciocho meses de su administración, el saldo es más que rojo: 2794 ejecutados en su primer año de gobierno y 1250 entre el 1º de enero y el pasado martes 20 de mayo, incluyendo a casi medio centenar de funcionarios públicos asesinados en lo que va de este 2008 (militares, agentes federales y policías municipales o estatales), según estadísticas oficiales. Sólo en este mes van 180 asesinatos, 80 de ellos en los últimos diez días.

Frontera caliente

Mientras la lucha entre los principales cárteles del narcotráfico que se enfrentan entre sí y con fuerzas policiales y militares por el control de las rutas de trasiego hacia Estados Unidos siembra el terror en México, el poder político luce impotente para controlarlo.

“Es casi como un combate militar”, dijo Jayson Ahern, subcomisionado de Aduanas y Protección Fronteriza estadounidense, al comentar la escalada de violencia en su frontera con México y que llega a su territorio, como parte del contexto que explica la solicitud de asilo político que hicieron tres jefes policiales mexicanos en los últimos meses.

Aun cuando no identificó a los policías que han cruzado a Estados Unidos en busca de refugio, uno de los solicitantes de asilo puede ser Javier Emilio Pérez Ortega, jefe de la policía de Palomas (poblado fronterizo con el mítico Columbus, el pueblo texano que atacó Pancho Villa durante la revolución mexicana), quien pidió asilo político en abril pasado porque temía por su vida. No es para menos: todos sus subalternos se habían dado a la fuga tras recibir amenazas de muerte por parte de personas relacionadas con el narco. Las posibilidades de que se les otorgue el asilo político parecen buenas, si se consideran las declaraciones de Ahern: “Creo que en general los estadounidenses no tienen una cabal idea del nivel de violencia que existe en la frontera”.


Los nuevos códigos que rigen la guerra de los carteles

El mensaje va con decapitaciones

Por A. O. Avila (*)
Desde México
Página 12,  23/05/08

La aparición de la cabeza de un policía en Acapulco marcó el inicio de un nuevo método de los narcotraficantes para enviarse mensajes. Los Zetas, los ex sicarios de los carteles del Golfo escindidos para formar una nueva banda, y Los Pelones, sus peligrosos rivales del cartel de Sinaloa, comenzaron literalmente a descabezarse. Ya no bastaba con abandonar los cuerpos de sus enemigos a los buitres o de los traidores con signos de tortura de la más variada, la violencia en la guerra de las drogas se había hecho más cruel y despiadada.

Los Zetas, Los Pelones y La Familia, entre otros grupos de asesinos a sueldo, establecieron un nuevo y sanguinario lenguaje: ejecuciones al amparo de la noche y de los caminos solitarios y apariciones de cadáveres con leyendas sobre delaciones y otras traiciones. Las decapitaciones son de lejos el lenguaje que más crispación y terror causa en la sociedad. Comenzaron a darse en 2006, sobre todo en los estados de Guerrero y Michoacán, y en su mayoría se atribuyen a sicarios de Los Zeta y de La Familia, que en un ataque contra un grupo rival decapitaron a cinco hombres y lanzaron sus cabezas dentro de una discoteca atestada de gente en la ciudad michoacana de Uruapan. “Es un mensaje que la sociedad civil no logra entender, es terrible. Son símbolos... están construyendo su propio sistema de mensajes y una decapitación es su lenguaje particular”, declaró a la prensa el sociólogo Manuel González. La decapitación, según el mismo experto, “lo asemeja a la forma tradicional de una familia. Es un concepto fuerte para ellos, porque es un grupo que tiene una cabeza, que tiene un patriarca. Es un grupo que funciona en el mismo sentido que una familia: la cabeza, diferentes partes de un cuerpo, una organización difícil de romper y que se recompone inmediatamente”.

Los narcomensajes aparecen en los cadáveres de los ejecutados, en paredes de edificios públicos e incluso en grandes sábanas, como ocurrió en Culiacán, donde el capo Arturo Beltrán Leyva mandó colocar una serie de leyendas: “Soldaditos de plomo, federales de paja. Aquí es territorio de Arturo Beltrán”, “Ya saben dónde estoy. Aquí los espero”, “Gobiernos, y todo lo que se me atraviese, lo quito. Atte. Arturo Beltrán” y “Soy el jefe de la plaza. Este es el comienzo. Esto y más por El Mochomo. Atentamente. Arturo Beltrán”.

La historia negra de los narcos es cada vez más violenta. El defensor de los derechos humanos Víctor Clarck comentó que “ahora prefieren dejar cadáveres desmembrados para garantizar que el mensaje llegue a todas las esferas de poder, a fin de marcar sus territorios frente a otros cárteles y las propias autoridades.La saña y la audacia incrementan la cotización de los sicarios”.

El miércoles aparecieron los cuerpos de dos jefes policiales del estado de Morelos en un guardaequipajes y sobre ellos un narcomensaje: “Así van a quedar todos los que estén con El Chapo y El Rey Zambada”, jefes del cártel de Sinaloa y La Federación, enemigos mortales de Los Zetas.


(*) De El País de Madrid. Especial para Página/12.