Argentina

Soja ¿El grano de la discordia?

Por Walter A. Pengue (*)
EcoPortal.net, 13/02/08

"El país se debate en el latifundio. El progreso social y político se estrella contra él como contra una muralla china." Jacinto Oddone (1930).

La uniformidad productiva genera impactos ecológicos, sociales y tecnológicos. Qué modelo agropecuario necesita el país.

Desde los años noventa, la soja se instaló en el centro del sistema agroproductivo, bajo importantes transformaciones, que sostenidas en un modelo tecnológico intensivo contribuyó a delimitar un nuevo perfil del país agropecuario, que creyó encontrar en la creciente especialización, ventajas comerciales relevantes.

Condiciones agroclimáticas, variedades adaptadas, disponibilidad de mano de obra, estructura portuaria y agroindustrial, simplificación técnica y de manejo, favorable paridad cambiaria para la importación y la apertura irrestricta de la economía, facilitaron la capitalización del campo y el desplazamiento hacia la agricultura continua tanto en la Región Pampeana como en áreas más marginales.

La llegada a mediados de la década de la soja transgénica y de la siembra directa (un paquete tecnológico que permitió acelerar los ciclos agroproductivos, sostenido en el uso de herbicidas y que ciertamente tiende a una disminución de los niveles de erosión del suelo) simplificó más el proceso que logra récord tras récord de producción haciendo que hoy en día lleguemos a 13.750.000 has con una producción promedio de 34 millones toneladas.

 

Sin embargo, mientras en las economías más desarrolladas del mundo, se discute plenamente la importancia de la diversificación, la industrialización, el valor agregado y los servicios que brindan más y mejores empleos a sus ciudadanos, la economía argentina ha retrocedido décadas hacia una reprimarización, apoyada básicamente en la monocultura y su dependencia en la exportación de materias primas.

Por otro lado, la coyuntura internacional emergente de la crisis de la "vaca loca" y la demanda creciente por proteínas vegetales ha hecho que en los últimos años, y especialmente en el anterior y actual, el precio del grano roce los 220 dólares la tonelada, mejorando la composición del complejo oleaginoso argentino (con ingresos superiores a los 8000 millones de dólares). Las divisas engrosaron las arcas de sectores específicos, contribuyeron a la estabilización de las variables macroeconómicas y sustentaron una buena parte de la gobernalidad de la anterior Administración de Eduardo Duhalde y la actual del Presidente Néstor Kirchner, que tienen además en las retenciones agropecuarias, una interesante fuente de ingresos para su caja social.

No obstante, no debieron escapar al ojo de los decisores políticos otros factores no menos importantes como las pérdidas generadas por la uniformización de la producción. José Martí (1853–1895) indicaba que "el pueblo que se dedica a una sola producción, se suicida" y es de ello, de donde Argentina velozmente debe salirse. La coyuntura no puede superar a la planificación de país. Habrá que darse cuenta que la falta de definiciones sobre una política agropecuaria nacional, que propenda a una administración sustentable de los recursos naturales y humanos involucrados, pueden exponernos a riesgos innecesarios.

La cara oculta del boom con la soja, es el modelo de agricultura industrial intensivo que seguimos y que puede producir impactos ecológicos y sociales, muchos de ellos quizás, irreversibles. La evaluación del riesgo tecnológico y de la prudencia necesaria frente a una tecnología tan poderosa está pobremente considerada.

La paradoja de una Argentina exitosa sojaexportadora y por otro lado, desnutrida, no es tal, ya que sólo confirma la tesis – comprobada con el café o el azúcar o el caucho? – que son muchas las naciones subdesarrolladas que han enriquecido con sus recursos a economías avanzadas, subsumiendo a sus compatriotas en el hambre más adjecto. Lo que alguna vez fuera el granero del mundo puede llegar a hipotecar sus recursos detrás de la renta económica inmediata y enfrentarse a una pérdida importante de su Soberanía Alimentaria. Pan para hoy, hambre para mañana?.

MODELO. Existen ya cuestiones tecnológicas, sociales y ecológicas pendientes de resolver por el nuevo modelo. El paradigma de la eficiencia y la incorporación tecnológica de cultivares de soja transgénica adaptados a las ecoregiones argentinas facilitó el desplazamiento de sistemas productivos enteros. Tanto las economías regionales, como muchas otras producciones vieron ocupados sus espacios por el avance de la soja. En el quinquenio 96/97 –01/02, el arroz se redujo un 44,1 %, maíz un 26,2, girasol el 34,2 y el trigo un 3,5 % mientras del sector lechero desaparecieron el 27,3 % de los tambos. La producción porcina se redujo un 36 % y la economía algodonera decreció 10 veces (de 700.000 a 70.000 has). Los números siguen. La demanda por nuevas tierras para soja (que empieza a repicarse en Bolivia, Brasil, Paraguay o el Uruguay) sigue sostenida. La escasa cosecha norteamericana (la más baja desde 1996, hoy de 65,6 millones de toneladas) y los reducidos stocks mundiales aceleran el proceso. Hoy mismo, en vastos territorios la deforestación para soja y ganadería corre a la velocidad de las caterpillars. Tasas de deforestación que en cuatro años (1998–2002) llegaron a 117.974 hectáreas en el Chaco, alrededor de 220.000 en Santiago o superan las 170.000 en Salta.

También las pymes agropecuarias pueden, a pesar de los buenos precios, verse afectadas. Podríamos preguntarnos si más allá de la búsqueda por el incremento en los rendimientos, muchos agricultores o el gobierno no perciben que manejos altamente intensivos pueden generar. Es muy probable que estos productores, vean año tras año, que sus bolsillos se engrosan con atrayentes pagos por arrendamiento y que sus propios campos – explotados por terceros – se degradan cosecha tras cosecha. El aumento de la escala, base del nuevo modelo agrícola es una realidad incontrastable. En poco más que una década, la unidad económica agropecuaria en la región pampeana aumentó de 250 a 538 hectáreas, mientras que el número de explotaciones se redujo un 24,5 % a nivel país, y aún más en esta región, un 30,5 %

 

Si alguna vez J.B. Alberti (1810–1884) pensó que gobernar es poblar, y lo entendía en el sentido que poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer a la Nación, es evidente que estamos mirando otra película.

La agricultura y sus servicios es lo que debemos analizar. Si aquella que sólo mira el vencer récords para alcanzar una meta posible – pero a que costo! – de los 100 millones o aquella otra que incorpora en su centro al verdadero agricultor. D.D. Eisenhower (1890–1969) decía que la agricultura parece ser la cosa más sencilla, cuando el arado de uno es un lápiz y se está a mil millas del maizal. Nuestros hombres de campo, saben claramente que no es así, que el sistema es muy complejo, riesgoso y que amerita, un intenso trabajo en el medio rural, lejos de la parafernalia informativa que los inunda y llamó – como si fuera una vergüenza ser chacarero – a los nuevos actores del negocio, farmers o chacrers (será porque son ya 17.000.000 las hectáreas que están en manos de capitales extranjeros especulativos).

En términos ambientales, los economistas ecológicos hablamos de externalidades, cuando no se incluyen en los costos los impactos producidos. En el caso de la soja, se utiliza una batería de agroquímicos, especialmente herbicidas (en una década, el consumo del glifosato, pasó de uno a 150 millones de litros) e insecticidas sumados también ahora a fungicidas y curasemillas, de alto costo. La aparición de malezas tolerantes, que obligan a un consumo de herbicidas aún mayor, no se ha hecho esperar. El riesgo relativo por contaminación con plaguicidas ha mostrado una evolución destacada, especialmente durante los últimos quince años, asociado posiblemente al notable incremento en el uso de herbicidas y agroquímicos vinculados a la producción de soja.

El cultivo demanda una gran cantidad de nutrientes que extrae del suelo. Su siembra recurrente, lo degrada y facilita una pérdida de minerales cuyos costos no son incluidos en las cuentas y ponen un horizonte finito a la agricultura . La deuda ecológica con nuestras Pampas aumenta con cada cosecha.

 

De los 70 millones de toneladas de granos que exportamos, solamente el 2 % son productos terminados (en países desarrollados superan el 40 %!). Enviamos materias primas, para engordar el disparatado sistema de producción europeo y no nos permitimos poner a nuestros alimentos finales la rica calidad local. Menos diversificación, menos valor agregado, significan menos trabajo, menos riqueza, menos progreso real y menor equidad.

PROTEÍNAS. El modelo intensivo sojero (básicamente proteinoso) nos lleva a presentar una nueva discusión que se plantea entre el Norte y el Sur: la Batalla por la Proteína de calidad. Esto es, mientras las economías ricas consumen mejores y mayores cantidades de proteínas animales, a las naciones empobrecidas les quedan las proteínas vegetales, de menor calidad nutricional. Los argentinos comemos hoy peor que hace treinta años y estamos siendo inducidos a reemplazar nuestra antigua dieta y cultura culinaria rica en trigo, carnes, huevos, leche por la baratura de la milanesa de soja o la "leche de soja", que podríamos aceptar en una canasta balanceada, pero muy riesgosa, si se la concentra exclusivamente y más aún si se la dirige a los pobres, cada vez más subalimentados. En un año bajamos de 230 a 180 litros de leche y comemos diez kilos de carne menos por habitante.

El dilema entonces, no pasa por el pobre grano de soja y la posibilidad para los productores que aprovechan hoy en día una rentabilidad coyuntural pero de corto tiempo. El problema está en el modelo agropecuario que Argentina debe seguir, y en ello, es relevante la participación y responsabilidad del Estado. Es dirimir si se favorece un país que produce cada vez menos diversidad de materias primas en enormes latifundios industriales que hoy generan soja (mañana puede ser maíz) o si nos proponemos pensar la cuestión integralmente y en como rescatar la diversidad productiva, mejorar la competitividad en todos nuestros rubros, optimizar la marca argentina natural y proyectar un campo para más de un millón de agricultores exitosos en lugar de trabajar con tan pocos.

Somos y seremos por muchos años un país agroexportador neto, nuestra base comparativa y competitiva pasa por la tierra, por eso es que debemos favorecer las actividades sustentables, del hombre de campo vinculado a esta, de la multifuncionalidad de la agricultura, del reconocimiento cabal del valor de los recursos y de su potencialidad, por la propia diversidad que nuestro país posee. Esa es la base de una buena gestión de los bienes que tenemos, que en definitiva, son de las generaciones actuales y más aún de los futuros argentinos.


(*) Ingeniero Agrónomo, Consultor Agropecuario e Investigador de la UBA (Universidad de Buenos Aires).