Argentina

Una pulseada patronal que no termina

A 90 días de lock out agrario

Editorial de Socialismo o Barbarie, periódico, 05/06/08

La política del nuevo MAS ante la crisis

Un camino de clase

En medio de la crisis en curso, desde el nuevo MAS venimos apoyando con todas nuestras fuerzas los desarrollos de la lucha obrera independiente, que vienen dándose sobre todo en la zona norte del Gran Buenos Aires en torno a los compañeros de FATE.

El sentido de esta acción no obedece sólo a una elemental obligación de clase y socialista, sino, más importante aún, a una apuesta por la perspectiva de una irrupción independiente de sectores de trabajadores en medio de la crisis.

El corte simultáneo de FATE con Terrabusi-Kraft de la Panamericana; la segunda jornada de acción (previa reunión de coordinación en el SUTNA de San Fernando) entre FATE, Terrabusi, la EMFER y otros sectores; el prolongado quite de colaboración contra el patrón Madanes (mientras Pedro Wasiejko del SUTNA se dedicaba a mirar para otro lado y atacaba a la seccional y los delegados de la Marrón); el paro de casi 36 horas contra el provocativo despido del compañero Chelini, entre otras medidas, han sido parte de los esfuerzos de los obreros de FATE, que desde nuestro partido venimos apoyando incondicionalmente.

Esta perspectiva de clase resulta, claro está, opuesta a corrientes que, como el PCR o el MST, dicen que esta política independiente implicaría el “aislamiento de las luchas populares” (Jorge Torres en Hoy 1218). Porque, claro, su política para “unir las luchas” no es otra cosa que pretender atar a la clase obrera al carro de la patronal agraria. Algo parecido al rol siniestro de la UATRE de Gerónimo Benegas respecto de los superexplotados obreros rurales.

Un camino que responda a las necesidades obreras sólo puede pasar hoy por que la clase obrera salga a la lucha por sus propias reivindicaciones; de lo contrario, será ella misma –inexorablemente– la que pague la cuenta de la crisis.

Nunca furgón de cola de un sector patronal

Esta ubicación tiene otra condición: mantener, como organización de la izquierda revolucionaria, una intransigente independencia de clase frente a ambos contendientes patronales. No se trata –como se pretende confundir desde el PCR o el MST– que pensemos que no haya que apoyar las luchas y reivindicaciones de las capas medias.

El problema es que esto es imposible cuando las mismas “capas medias” –el caso de la Federación Agraria Argentina, aunque a ésta también la integren productores que son capitalistas hechos y derechos– no son más que el mascarón de proa de una lucha patronal encabezada por la más rancia institución corporativa de la oligarquía: la Sociedad Rural Argentina.

Y esta tarea, además, no se puede cumplir en el “aire” desde el punto de vista social y de clase, sino sólo desde una verdadera alianza de sectores explotados y oprimidos desde el programa y la acción de nuestra clase: la clase obrera.

Nada de esto es lo que hace Vilma Ripoll del MST, que sólo busca una cámara de TV y algún esquivo votito enganchándose como legitimador por “izquierda” y furgón de cola de un bando patronal. Papel en el que se ha ganado el aplauso atónito y sobrador de los medios y las entidades patronales, que reciben alegremente un apoyo por el que no deben entregar a cambio absolutamente nada.

Redoblar los esfuerzos por la salida a la lucha de la clase obrera por sus reivindicaciones y mantener la más absoluta independencia de clase frente a ambos bandos patronales es la única posición que puede tener una corriente socialista revolucionaria frente a la crisis actual.

Al cierre de esta edición se están cumpliendo casi tres meses de paro de la patronal agropecuaria, que continuaría por lo menos hasta el domingo 8 a las 24. A estas alturas, ante lo interminable del conflicto, no puede menos que volver a subrayarse –a riesgo de aburrir al lector– que cuando se trata de un enfrentamiento tan dilatado en el tiempo, no puede caber duda de que lo que hay en juego no es algo meramente coyuntural sino problemas de fondo, estructurales.

Porque lo que esta viviendo el país es una abierta disputa entre sectores patronales por las ganancias que deja el trabajo de los obreros del campo y la ciudad. Una pugna que ha podido extenderse en el tiempo porque desde la clase obrera y los sectores populares no se ha logrado –al menos hasta ahora– una intervención independiente que ponga sobre la mesa sus propios intereses de clase diferenciados.

Si eso hubiera ocurrido, casi inevitablemente, ante el temor de un eventual desborde obrero y popular, las cuatro entidades y el gobierno K presurosamente se hubieran sentado a arreglar sus chanchullos. Es este mismo escenario el que hace difícil hoy cualquier pronóstico sobre cómo se va a saldar la crisis: si con triunfadores y derrotados claros o, más probablemente, en algún punto intermedio.

En todo caso, será un elemento del análisis, pero no es lo más importante. Porque lo más significativo sigue siendo llevar a los sectores de la vanguardia obrera, estudiantil y popular (y, desde allí, hacia sectores más amplios), una clarificación acerca de la naturaleza económica, social y política del conflicto en curso.

Un partido empatado

Si la esencia del conflicto está anudada alrededor de una pugna acerca de cómo distribuir entre los sectores patronales el trabajo no pagado de los obreros de la ciudad y el campo, es hora de explicar también por qué se ha tardado tanto en llegar a algún tipo de desenlace.

Es que la disputa por la renta agraria extraordinaria entre los de arriba se combina con otro elemento, que es el que explica lo mucho que se ha dilatado el enfrentamiento: el hecho de que ninguno de los dos contendientes termina de lograr inclinar la balanza para su lado. Dicho de otra manera: ni las entidades del campo ni el gobierno K parecen lograr tener la fuerza suficiente para imponer sus términos al adversario: esto es lo que explica que el conflicto siga todavía abierto.

Las entidades del campo han logrado tener a su favor factores de suma importancia que meses atrás ni siquiera podían sospechar: un obvio apoyo entre la enorme mayoría de los actores económicos (propietarios, productores capitalistas y arrendatarios) del sector agropecuario; la flor y nata de la oposición, desde Macri y Carrió, pasando por Duhalde, Binner, el inefable Blumberg y el mismísimo Carlos Menem hasta –vergonzosamente-, sectores de la “izquierda” como el MST y la CCC; los medios de comunicación, incluyendo portaestandartes comunicacionales del imperialismo como la CNN, el New York Times y The Economist; los sectores del comercio y la industria que, en el interior, dependen de manera directa de la producción agropecuaria; sindicatos burocratizados hasta la médula como la UATRE o la Federación de la Carne de Etcheun. Como si esto fuera poco, incluso con el cansancio y hartazgo urbano frente a la medida, siguen teniendo la simpatía más o menos abierta de la mayoría de la opinión pública (aunque con tendencia al descenso).

Por su parte, es un hecho que el gobierno ha sufrido un desgaste descomunal: era realista especular –semanas atrás– con la posibilidad de que Cristina Kirchner no llegara a completar su mandato.

Sin embargo, y paradójicamente, es como si después de la paliza que le dieron las cuatro entidades con el acto en Rosario el pasado domingo 25, el gobierno hubiera llegado a un piso más allá del cual no siguió el proceso de caída libre en que se encontraba.

Es que no hay que perder de vista sectores e instituciones que hacen a las columnas vertebrales de la Argentina capitalista. Uno, el importantísimo y estratégico rol “estabilizador” que cumple la CGT (en mucho menor escala, la CTA) a la hora de contener y evitar que salgan a la lucha los trabajadores por sus reivindicaciones. Volveremos sobre esto. Dos, el hecho de que el peronismo es el único verdadero partido burgués –en el sentido cabal del término– que existe en el país; el mismo que se hizo cargo de la descomunal crisis del 2001 para reabsorberla. Es decir, el hecho de que, hoy por hoy, no hay quien pueda reemplazar esta ubicación del PJ como el verdadero “partido del orden” capitalista en nuestro país. Tres, la evidente cuestión de que se ha operado una delimitación entre sectores económicos patronales, donde mayormente los de la industria (pequeña y mediana pero también grande) no miran con demasiada simpatía el “egoísmo” de sus homólogos del campo que, de lograr sus reivindicaciones, no harían mas que meter redoblada presión sobre el ya brutal atraso salarial que se está dando entre los trabajadores. Son éstas las razones que explican que el conflicto se haya venido dilatando en el tiempo sin solución de continuidad.

Se abrió una pelea hegemónica

Conectado con lo anterior, el conflicto agrario por las retenciones terminó trasladándose al campo político general, abriendo una pelea por la hegemonía entre bandos patronales. Como venimos señalando, se trata de una pelea que no termina de saldarse y que, además, difícilmente se salde globalmente en esta coyuntura.

Es que –para poner el conflicto en un contexto más de conjunto– no se trata de un problema puramente “argentino”: con matices, algo similar está ocurriendo en varios países políticamente importantes de Latinoamérica (Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.), no casualmente países en los que ocurrieron rebeliones populares a comienzos de este siglo.

Es que, como subproducto de esas rebeliones y para contenerlas dentro de límites capitalistas, emergieron gobiernos burgueses, con agudas diferencias entre sí (es obvio que Chávez, Evo Morales y Correa son muy distintos a los esposos K), pero con un elemento en común: la búsqueda de mecanismos mediante los cuales montar un sistema de paliativos y/o concesiones que pudieran reabsorber los fervores populares.

Sin embargo, y pasado un tiempo (con las grandes masas populares más o menos –nunca del todo– sacadas de la escena), comienza a emerger una oposición burguesa con rasgos conservadores que tiene como mira sólo el bolsillo y que levanta reivindicaciones que apuntan a cuestionar y/o ponerle estrictos límites a toda “concesión” directa o indirecta que se haya hecho o pretenda hacer a las masas populares.

Por otro lado, las retenciones a las exportaciones agropecuarias en momentos de boom de los precios internacionales de las materias primas vienen siendo un mecanismo capitalista para transferir fondos hacia otros sectores patronales, ayudando a generar –indirectamente- puestos de trabajo superexplotados, como es el caso de la industria y las patronales amigas de los K.

La hegemonía K se anudó alrededor de esto: una reducción significativa del desempleo y un aumento de los puestos de trabajo a costa del mantenimiento de las condiciones de superexplotación de los trabajadores y de salarios miserables en pesos devaluados, en directo beneficio no solo de las patronales de la industria, sino también, paradójicamente, de los grandes, medianos y hasta pequeños “productores agrarios”.

¿“Todos somos el campo”?

Precisamente ahí hay una dificultad subrayada por varios analistas: el lock out agrario ha mantenido la simpatía –a pesar de lo dilatado del conflicto– de porciones muy significativas de una población muy crítica de los K (con sobrada razón). Pero el problema que tienen es que no toda la sociedad argentina “es el campo”, como fue el eslogan de la convocatoria del acto en Rosario. Hasta en términos puramente económicos la realidad es que el campo no aporta más que el 6% del PBI y emplea no más que el 11% de la población económicamente activa.

Es innegable que el acto rosarino fue multitudinario. Pero tuvo una clara limitación, que no deja de pesar (por lo menos hasta ahora): las cuatro entidades patronales deberían convencer a amplios sectores de la población –y de la propia patronal no rural– que ellas pueden encarnar un “modelo” alternativo de acumulación capitalista en el país. Es decir, que las demás clases sociales y sectores de clase crean que su grito de guerra “queremos exportar sin trabas” (como dijo De Angelis en su discurso) pueda ser otra cosa que un retorno –más o menos velado– al neoliberalismo menemista de los ’90.

Por esto, para ganar categóricamente en su pulseada con el gobierno, las patronales agrarias deberían quebrar la a estas alturas algo maltrecha hegemonía K, que no depende solamente de los “humores” de la opinión pública, sino de las “columnas vertebrales” a las que hemos hecho mención: los sectores patronales beneficiados con la devaluación, la dirigencia sindical peronista y el manejo del aparato del PJ. A lo que se le puede agregar, con menor entidad, la cooptación de una parte significativa de las organizaciones de desocupados y organismos de derechos humanos, intelectuales, etc.

De ahí que el gobierno K haya podido “ningunear” a la dirigencia rural tras el 25 y que –hasta hoy– con todo el apoyo que ésta ha logrado, no termine de inclinar la cancha.

El rol siniestro de la CGT

Si la pugna no termina de definirse para ninguno de los dos bandos en pugna, el hecho cierto es que por ahora no se ha logrado que la clase trabajadora intervenga en medio de la crisis con sus propias reivindicaciones.

En este sentido fundamental, el rol de la burocracia sindical -en todas sus variantes- ha venido siendo funesto: una vez más, cumple el papel de factor de estabilidad e institución fundamental del estado burgués argentino, impidiendo toda intervención independiente de la clase obrera en medio de la crisis.

Lo dramático del caso es que mientras el gobierno K y las entidades agrarias se disputan a dentelladas el reparto del trabajo no pagado de la clase obrera urbana y rural (por supuesto, nada más lejano de una pelea por la “redistribución de la riqueza” que agita demagógicamente Cristina K), los trabajadores vienen atados de pies y manos para poner sobre la mesa sus propias reivindicaciones.

Aquí se ha expresado el carácter reaccionario de unas paritarias totalmente controladas por la burocracia como mecanismo institucionalizado, donde en general se han evitado desbordes, y uno a uno todos los gremios fueron cerrando convenios. Sólo se ha hecho una pequeña corrección hacia arriba de la pauta salarial acordada entre el gobierno K y la CGT, aun en medio de la crisis.

En este sentido, los casos mas recientes han sido los del SMATA y la UOM. Es verdad que ambos han sobrepasado el ridículo techo del 19,5% firmado en su momento por Moyano. Pero también hay que decir que a estas alturas ese techo ya era insostenible y que, incluso firmando por algunos puntos más se sigue lejos del casi 40% que alcanzaría la inflación real en 2008. Ni hablar de las condiciones de esclavitud laboral que imperan en la enorme mayoría de las ramas de la industria, cuando lo único que se puede discutir es cuánto por detrás de la inflación van a quedar finalmente los salarios. Hasta el conocido asesor de la CGT Garzón Maceda declaró, como citáramos en otra oportunidad, que en estas condiciones los sindicatos se transforman en entes que sólo negocian “por el pan y la manteca”.

Este elemento de orden político general –sacar de escena toda posible acción de la clase obrera en medio de la crisis– es a la vez otra manera de que el gobierno de Cristina pueda congratularse de que a pesar de todo los esposos K son los únicos garantes de la “estabilidad”.

No ser el pato de la boda

En las condiciones señaladas, desde el nuevo MAS reafirmamos que el eje de la actuación de las corrientes socialistas revolucionarias pasa hoy por dos andariveles. Uno, realizar una amplia labor de clarificación acerca del carácter patronal de ambos bandos en pugna y de la necesidad de los trabajadores de no alinearse con uno u otro sino hacer esfuerzos por intervenir de manera independiente en la crisis, poniendo bien en alto las reivindicaciones de la propia clase obrera. Dos: esto mismo significa que desde una ubicación de delimitación de los bandos patronales, sigue siendo imprescindible hacer todos los esfuerzos por que las reivindicaciones obreras y sus luchas se abran paso ante el ninguneo del gobierno K, de los sectores patronales de la industria y el campo, de los burócratas sindicales de todos los colores e, incluso y despreciablemente, de la izquierda que le capitula a uno u otro bando capitalista.