Una
polémica de importancia trascendental
La
nueva cuestión agraria
La
rebelión de los patrones rurales y la izquierda argentina
Por
José Luis Rojo[1]
Índice:
I.
Introducción
II.
Campos burgueses en pugna
III.
Los nuevos actores sociales en el campo argentino
IV.
“Marxistas” con el campo... enemigo
V.
El retorno del socialismo liberal
VI.
Un programa socialista para el campo argentino
IV.
“Marxistas” con el campo... enemigo
“Capital–ganancia
(ganancia empresarial más interés), suelo–renta de la
tierra, trabajo–salario: ésta es la fórmula trinitaria
que comprende todos los misterios del proceso social de
producción” (Karl Marx, El capital, Tomo III).
En
esta conocida definición Marx deja sentado que todo el
“misterio” del proceso social de la producción
capitalista se reduce a que la
fuente de todo valor es el trabajo humano.
El sistema capitalista se basa en la explotación del
trabajo humano no pagado de la clase obrera fuente de la
plusvalía, que se puede descomponer en ganancia, interés y
renta agraria.
Así
las cosas, sólo esquemas anticientíficos y antimarxistas
pueden postular un antagonismo social esencial entre
propietarios de la tierra y productores capitalistas. Se
trata sólo de disputas alrededor de cómo distribuirse
entre ellos el trabajo no pagado de la clase obrera rural e,
indirectamente, también urbana.
Es
esta verdad elemental la que fue tirada por la borda tanto
por el PCR (maoísta) como por el MST (que en su momento era
parte del “trotskismo” más oportunista, y cuyo status
político resulta hoy francamente problemático, porque
existe algo llamado salto de cantidad en calidad…).
Expondremos aquí por turno el lamentable curso político de
ambas corrientes y sus justificaciones “teóricas”.
La
estructura capitalista del agro argentino y los desvaríos
del PCR
El
lock out agrario abrió un agudo debate en las filas de la
izquierda. Y, justo es reconocerlo, una de las corrientes
argentinas que más ha elaborado acerca de este tópico, y
que fue incondicional sostenedora del paro patronal, es el
PCR (Partido Comunista Revolucionario, exponente del maoísmo).
El
PCR sostiene la insólita teoría de que la flor y nata de
la burguesía del campo argentino sería una clase
oprimida y expoliada por propietarios terratenientes, lo
que proseguiría una línea de continuidad con un supuesto
pasado “precapitalista” que conservaría hasta hoy
rasgos “feudales o semi–feudales”.
Como
directa consecuencia, y dado que el campo argentino no sería
plenamente capitalista (como opinamos los socialistas
revolucionarios[1]),
lo que estaría planteado es ir junto con la burguesía
agraria en su “lucha contra la opresión
terrateniente–feudal” llevando a adelante una revolución
“democrático–popular, agraria y antiimperialista”. Sólo
una vez consumada ésta se podría comenzar a hablar de
revolución obrera y socialista propiamente dicha.
Dislates
semejantes no se leen todos los días. ¿En qué país vive
y milita el PCR? Está claro que no en la Argentina de la
Pampa húmeda ultra capitalista.
Se
sostiene que “en la actual etapa de nuestra revolución
(...) las lacras principales a batir son la dependencia del
país del imperialismo y el latifundio en el campo”.[2]
Es una verdad elemental que hay que acabar con el carácter
semicolonial del país y con el latifundio en el campo. Pero
el PCR parece olvidar que el campo argentino (agricultura,
ganadería, caza y silvicultura) no aporta más que el 7%
del PBI del país, y que depende enteramente de la evolución
de la economía urbana que es la que le provee los insumos
para la producción (medios de producción y materias
primas) y el resto de los insumos para su reproducción.[3]
Es
decir, pretende soslayar que la burguesía del campo
(terrateniente, propietaria–productora y arrendataria) hace
parte, y no puede dejar de hacerlo, de la burguesía
de conjunto que domina el país, imperialista y/o de origen
nativo (aunque no “nacional”). Y que en todos los casos
tiene como base material fundamental la explotación de la
clase obrera rural y urbana, pero, en su abrumadora mayoría,
urbana: de los 14 millones de asalariados, poco más de un
millón trabajan en el campo.
Extraña
revolución social la que tiene en mente el PCR, que pierde
de vista todos los datos objetivos de la
formación económico–social del país, y que no estaría
obligada a enfrentar al grueso de la burguesía industrial,
comercial, financiera y agraria, a la cual están
unidos por mil y un vínculos los propietarios
latifundistas.
Partiendo
de semejante premisa, los errores (y horrores) se apilan uno
tras otro. El campo argentino habría seguido un camino de
desarrollo “prusiano”: “El llamado camino prusiano
implica el injerto de relaciones de producción capitalistas
sobre la base del mantenimiento del latifundio y de
relaciones atrasadas (...). Por eso, en nuestro caso, (...)
nos vamos a encontrar con aquello que decía Lenin en 1920
(...) de que subsisten todavía restos de explotación
medieval, semifeudal, de los pequeños campesinos por
los grandes terratenientes”.[4]
Hace
falta un grado inusitado de autoenajenación política, teórica
y fáctica para afirmar que en el campo argentino del siglo
XXI (para no hablar de la Pampa húmeda) quedan “restos de
explotación medieval, semifeudal” sobre la base de un
pequeño campesinado. Esto es sencillamente un disparate por
varias razones, no sólo actuales sino también históricas.
Actuales,
porque la mayor parte de los pequeños y medianos
productores de la zona núcleo no tienen nada de
“campesinos explotados al estilo feudal”: al producir
para el mercado y explotar mano de obra asalariada, son burguesía
agraria pequeña y mediana, productora o rentista.
Volveremos sobre esto.
Históricas,
porque en Latinoamérica (hispánica y lusitana) nunca
hubo feudalismo.[5]
Lo que hubo fue una suerte de “capitalismo colonial”
apoyado mayoritariamente en relaciones de producción
salariales bastardas que, en realidad, más bien escondían
relaciones de esclavitud de un tipo particular.[6]
Por
otra parte, en el territorio colonial de la Argentina
(Virreinato del Río de la Plata) nunca hubo vasta proporción
de población originaria o de esclavos de color, a
diferencia de otras regiones. Por eso, la estructura del
campo argentino (una formación sui generis, como
veremos enseguida), promediando el comienzo del siglo XX,
tuvo en un polo a grandes terratenientes capitalistas de la
tierra (no terratenientes “feudales”) y, en el otro, a
pequeños chacareros no propietarios originados en la
inmigración europea (pero no siervos de la gleba), que las
más de las veces eran explotados vía arriendo o
aparecería como unidad familiar por estos
grandes propietarios capitalistas de la tierra. Al mismo
tiempo, en este escenario se fue desarrollando un creciente
proletariado agrícola.
Milcíades
Peña sostenía al respecto que “el monopolio
terrateniente de la tierra y la subordinación de la
agricultura a las necesidades de la ganadería extensiva
impidieron que los chacareros se asentasen como productores
familiares propietarios de sus tierras, y que
a través de la competencia se produjera la paulatina diferenciación
entre una burguesía agraria y una masa creciente de
proletarios y semi–proletarios rurales. Es decir, no se
produjo lo que Lenin denominaba un desarrollo tipo americano
de la agricultura. Por otra parte, tampoco se dio en
la Argentina lo que Lenin denominara ‘desarrollo
prusiano’, vale decir, la transformación de los
terratenientes en capitalistas agrarios que explotan grandes
haciendas empleando mano de obra asalariada. O, mejor dicho,
este tipo de desarrollo se produjo en la ganadería.
En la agricultura, en cambio, tuvo lugar un ‘desarrollo
argentino’ consistente en impedir el acceso de los
inmigrantes a la propiedad de la tierra y en explotarlos no
como asalariados, sino como productores familiares
(arrendatarios, medieros, apareceros, etc.)”.[7]
En
un sentido similar se había pronunciado en la década del
30 –es decir, antes que Peña– el especialista en el
campo y socialista revolucionario José Boglich: “Boglich
defenderá con énfasis (...) la tesis del carácter
capitalista del campo argentino, extensivo a la formación
social argentina en su conjunto. Se trata, para el autor de
‘La cuestión agraria’, de un país capitalista agrario
atrasado y semicolonial. Él equivoco de entender el atraso
como ‘resabios feudales en el campo’, sostiene, proviene
del ‘error inveterado de suponer a nuestra clase campesina
y a nuestra economía agropecuaria en un plano de igualdad
con la de los viejos países agrícolas’. El campesinado
‘independiente’ o semiproletario del viejo mundo
proviene de la sociedad feudal, del siervo de la gleba,
‘mientras que el agricultor argentino surge sobre la base
del capitalismo colonizador, que le imprime
modalidades peculiares y crea paralelamente a él un
proletariado agrícola puro’. Allá ese campesinado es autóctono,
aquí llega con el aluvión inmigratorio”.[8]
En
síntesis, no hubo vía prusiana o, como la
conceptualizó Lenin, “vía junker”, en la que los
terratenientes de origen feudal asumían también el papel
de capitalistas, pero estableciendo un nuevo tipo de
obligaciones sobre la población rural, sujetándolos
nuevamente a la tierra a través de formas atrasadas de
tenencia. Menos aún hubo vía americana o farmer,
que caracterizó el desarrollo agrario del norte de los
Estados Unidos, con pequeños propietarios que
laboran sobre reducidas unidades de producción para el
mercado (razón por la cual tampoco son campesinos clásicos),
usando poca o nula fuerza de trabajo asalariada a su cargo.
En el caso argentino, los chacareros, característicamente,
carecían de propiedad y eran explotados como unidades
familiares por los terratenientes–capitalistas. Pero
cuando finalmente accedieron a la propiedad, como en las últimas
dos o tres décadas… dejaron de ser chacareros.
El
específico y sui generis “desarrollo argentino” de la
agricultura mostró que entre los “chacareros” se fue
produciendo una creciente diferenciación social. Y
de ésta deviene la aparición a partir de las últimas décadas
del siglo XX de una vía de desarrollo más “clásica”,
aunque en el marco de la mundialización capitalista:
rentistas grandes y pequeños; surgimiento de figuras
capitalistas hoy arquetípicas en la producción agraria
como los pools de siembra y los contratistas capitalistas de
servicios, y un sector donde se consolida la relación
salarial.
Según
el especialista Javier Balsa: “La perspectiva pareciera
ser que, de no mediar modificaciones, se avanzará lenta
pero fatalmente hacia un agro cada vez más capitalista:
grandes arrendatarios capitalistas y/o productores
mediano–grandes, que combinan una parte en propiedad con
otra en alquiler; pequeños y medianos rentistas, y
predominio de la mano de obra asalariada (algunos con altos
niveles de capacitación). Esta tendencia será inexorable
en la medida que se pierdan las características familiares
de las unidades de producción. El resultado es la expansión
de un modelo ‘inglés’ de agro capitalista”.[9]
Más
allá de las denominaciones, es un hecho que en nuestro país
el campo ha sido, desde el siglo XIX por lo menos, capitalista,
y tenía por objetivo principal la producción para el
mercado mundial y la realización de una sideral
renta agraria diferencial en él. Y aunque el
campo capitalista fuera inicialmente parte de un capitalismo
colonial, estuvo en las antípodas de cualquier
“feudalismo”, caracterización que sirvió siempre de coartada
para las capitulaciones del estalinismo en nuestra región.
Y es por eso que el PCR sigue defendiendo la fábula del
“campo feudal” hasta el día de hoy, contra toda la
evidencia empírica. Claro que a estas alturas más que de fábula
debiéramos hablar de un escandaloso atajo “teórico”
para sostener un sector social ultra reaccionario.
¿Propietarios
“explotadores” vs. capitalistas “explotados”?
Es
a partir de una completa incomprensión –histórica, teórica
y actual– del carácter del campo argentino que el PCR
desliza una “pintura” de las relaciones sociales
implicadas en la producción agropecuaria de la Pampa húmeda
totalmente irreal.
“(...)
Se ha producido el importante avance del capitalismo en el
agro pampeano que se observa particularmente en la última década
(...), con un reforzamiento del latifundio y un
extraordinario aumento de la renta, que se manifiesta en el
aumento del precio de la tierra (renta capitalizada) sólo
interrumpido entre 1999 y 2002 por la caída de los precios
internacionales de los granos. La subordinación
del capital agrario constante y variable –invertido
fundamentalmente por los contratistas– al poder del
latifundio, ejercido directamente por los grandes
terratenientes o por los operadores de fondos, ha
hecho que lo fundamental de las ganancias extraordinarias o
plusganancias –asociadas al salto tecnológico producido y
a la incorporación de nuevas tierras de peor calidad
gracias a la soja– no hayan podido ser retenidas por los
capitalistas agrarios sino que hayan sido apropiadas por los
detentadores del poder de la tierra a través del previo
control de esta en grandes extensiones”[10].
Aquí
hay varios problemas. Uno no menor es que no se sepa en
virtud de qué criterio los grandes
propietarios–productores y pools de siembra que
actualmente dominan parte importantísima de la producción
del campo argentino no serían capitalistas de pleno derecho
que se apropian de porciones tanto de renta como de
ganancias.
“Los
pools constituyen sociedades de inversores –pueden adoptar
la forma de fondos de inversión o fideicomisos– que
tienen como objetivo valorizarse aumentando la escala
productiva. En los últimos años crecieron mucho en la
Argentina; se calcula que habría unos 2700, que controlarían
entre el 7% y el 10% de la tierra cultivada. Típicamente
contrata ingenieros, veterinarios y otros asesores para el
alquiler de campos y su explotación; toman seguros para
cubrirse frente a contingencias climáticas; pagan los
servicios de siembra y cosecha a contratistas; y termina la
operación comercializando el producto y retornando el
capital invertido, mas el rendimiento, a los inversores.
Muchos se han formado con capitales de ciudades del interior
y manejan entre 5000 y 20.000 hectáreas. Un pool de siembra
que trabaja 20.000 hectáreas estaría facturando, en 2008,
unos 15 millones de dólares, con un rendimiento promedio
del 10% al 15% anual, en condiciones normales. Otros, en
cambio, operan decenas de miles de hectáreas. A veces son
empresas constituidas de manera permanente. Un caso
representativo en la Argentina es el grupo Los Grobo, que
opera (2008) 150.000 hectáreas, de las cuales el 90%,
aproximadamente, son arrendados. Grobo financia
rutinariamente casi toda su operatoria con fideicomisos. En
este aspecto es una empresa capitalista típica, en el
sentido de la división de clases en el campo ‘a lo Marx’,
o sea, donde predomina el capitalista arrendatario, y
utiliza un método de financiamiento distinto del bancario o
mercado accionario”[11].
Yendo
mas lejos, en una Pampa húmeda dominada por familias
tradicionales propietarias–productoras; pools de siembra;
arrendatarios y proveedores de servicios capitalistas de
diversos tipos; empresas multinacionales proveedoras de
semillas, fertilizantes y herbicidas; acopiadoras de granos
y aceiteras; si no se trata de propietarios y productores
capitalistas, ¿qué es lo que podrían socialmente ser?
Porque reducir la “burguesía agraria” sólo a los
“contratistas” a lo más que se parece es a un operativo
espurio para que la realidad entre en el retorcido esquema
del PCR.
Porque
todo apunta a confirmar que se produjo una profundización y
extensión de las relaciones capitalistas en el agro. En
particular, la producción en la zona pampeana y obedece
plenamente a la lógica de la ganancia. Esto explica el
crecimiento de grupos capitalistas como Los Grobo, Adecoagro,
Cresud, El Tejar, MSU, Cazenave, Olmedo Agropecuaria, United
Agro. También entraron en el negocio agrario argentino
grandes transnacionales proveedoras de insumos. Entre ellos,
Monsanto, las empresas proveedoras de semillas, como Nidera,
las que proveen pesticidas, como Bayer y Sygenta; y las que
se dedican al procesamiento y / o comercialización, como
Cargill, Bunge, Dreyfus o ADM. Crecientemente se borran los
límites entre lo agrario, industrial, financiero y
comercial. Grandes grupos empresarios que arriendan tierras,
operan con criterios plenamente capitalistas”.
Además,
entre los “contratistas” (proveedores de servicios para
las distintas etapas de la producción agrícola), los hay
que tienen en sus manos una gran acumulación de capital
fijo bajo la forma de sembradoras, cosechadoras, etc.
(burgueses con todas las letras) y también lo que poseen
una o dos máquinas y las operan familiarmente alquilando el
servicio. Los que, en todo caso, hacen parte de una burguesía
pequeña que se basa en sus propios medios de producción.
Con
un análisis como el que estamos desarrollando, se cae todo
este insulso y ridículo esquema de “terratenientes
‘feudales’ que explotarían a los capitalistas
agrarios”...
“¿De
qué sectores sociales vienen los contratistas? Los hay de
dos tipos: productores que tienen campos y compraron
maquinarias que les sobran para trabajar su campo, y
entonces se dedican a sembrar otros. Y gente que compró
maquinaria y se dedica a hacer servicios a terceros. No son
antiguos peones, ni pequeños productores, sino nuevas
figuras que antes no existían. ¡Una máquina sembradora
está en los 100.000 dólares! Son maquinarias que en
productor chico no podría ni le conviene tener, y que para
una persona que trabajo toda la vida como peón son
inalcanzables”[12].
Sin
embargo, el PCR cree encontrar un argumento a su favor
cuando diferencia a “un productor e incluso un
terrateniente convertido en verdadero ‘fabricante’ (que
produce invirtiendo en equipos y en la contratación de
obreros) y otra el terrateniente o sociedad de inversión
que por su disposición de la tierra o el dinero concentra
lo producido por otros”[13].
Sin
embargo, científicamente, solo a esto se reduce el
argumento anterior: Marx, en El Capital, en los capítulos
destinados a la renta agraria, desde él vamos diferenciaba
la posición “activa” que todavía tenia (mediados del
siglo XIX) el capitalista industrial en la producción
(relación que, como todos sabemos, se ha hecho cada vez más
parasitaria por la vía de las sociedades por acciones y de
los instrumentos de las finanzas), respecto del rol
“pasivo” del terrateniente que hacia valer, a la hora de
la valorización de sus tierras, la mera propiedad de las
mismas.
“El
capitalista es aun un agente que opera de manera activa y
personal en el desarrollo de este plusvalor y de este
plusproducto. En cambio, el terrateniente solo tiene que
atrapar la participación en el plusproducto y en el
plusvalor, parte que se acrecienta sin su intervención.
Esto es lo peculiar de su situación. Pero puesto que esto
ocurre sin su intervención, en su caso resulta algo
especifico el hecho de que la masa de valor, la masa de
plusvalor y la transformación de una parte de ese plusvalor
en renta del suelo dependan del proceso social de producción,
del desarrollo de la producción de mercancías en
general”[14].
Como
se ve, la anterior no es una distinción esencial desde el
punto de vista de clase. Porque lo que caracteriza a todo
capitalista (propietario pasivo o “productor” activo) no
es cuan parasitario sea con relación a su papel en la
producción, sino el hecho de que todos viven de explotar el
trabajo ajeno; sea el plustrabajo obtenido por la vía
directa de la producción –capitalista agrario– o por la
“indirecta” de la intercepción de renta agraria como
propietario. Esto es lo que une en un sólido bloque
esencial a propietarios agrarios e ‘industriales’
agrarios –todos a estas alturas históricas
capitalistas– contra la clase obrera, sea urbana o rural!
“En
el caso del fideicomiso el prestamista cede el dinero para
que se lo emplee como capital agrario. Por lo tanto, es
acreedor a una porción de la plusvalía, en tanto el dinero
encarna la propiedad privada de los medios de producción:
tiene derecho a quedarse con una parte del valor generado
por el trabajo impago, como sucede con cualquier otro
capital dinerario. A su vez, el empresario que dirige la
explotación recibe su porción en la explotación en tanto
encarna el capital en funciones. Es esa división de los
capitalistas en capitalistas dinerarios y capitalistas en
funciones la que genera la división de la plusvalía en
‘ganancia empresaria’ e ‘interés’. Si en lugar de
un fideicomiso, el crédito lo hubiera entregado un banco,
no cambia la esencia de la cuestión; solo que en este caso
el interés se dividiría entre una parte que va al
propietario del deposito bancario, y otra parte corresponde
al banco en calidad de ganancia del capital mercantil”[15].
En
síntesis: la interpretación que plantea el conflicto
agrario argentino en términos de un enfrentamiento entre el
capital financiero –los pools– con el capital agrario
productivo (“los contratistas” en palabras del PCR), no
advierte que el mismo pool contiene en su seno al
capitalista dinerario y al capitalista productivo. Por otra
parte, la plusvalía que recibe el capitalista emprendedor
también aparece bajo una forma fetichizada, esto es, no
como resultado de un trabajo impago, sino como “el fruto
de su trabajo”; por eso esta plusvalía es considerada un
“salario” debido a su función de director del proceso
productivo. Esta circunstancia es la que hace que los
capitalistas en funciones muchas veces se presentan como
“victimas oprimidas” –a la par de sus obreros
asalariados– por el capital financiero. Esquema que es el
que –ni mas ni menos– reproduce a pie juntillas el PCR.
¿Una
relación económica no capitalista?
A
los problemas fácticos y políticos se le agregan los
anacronismos teóricos que le sirven de fundamento. Porque
el PCR aborda de manera equivocada el problema de las
fuentes de la renta agraria[16].
Se
quejan de aquellos que hablamos de “capitalismo agrario”
y no de lo que, según ellos, seria correcto: “del capitalismo
en el agro borrando lo específico de la producción en
el campo, que es que para poder concretarse necesita de la
tierra (se entiende qué, precisamente, los capitalistas
agrarios, por culpa de los terratenientes, carecerían de
tierra para poder desarrollar sus negocios, L.P.)”[17].
Como
remate a esta idea agregan: “así nos encontramos ante
una situación en que, predominando las relaciones
capitalistas de producción, lo que rige en lo fundamental
la producción agrícola (como ocurre también en la minería)
es la búsqueda de una ganancia extraordinaria por los
monopolizadores de la tierra subordinando a esa búsqueda
al capital agrario y su búsqueda de la ganancia normal”[18].
Pero
aquí se confunde todo. El PCR parece olvidar que la renta
agraria es, ni más ni menos, que la forma de valorización
de la propiedad de la tierra bajo el capitalismo. Es decir,
se trata de una relación económico–social plenamente
capitalista independientemente del hecho que, efectivamente,
el “productor” capitalista le paga una renta al
propietario en concepto de uso de su tierra, renta que –en
principio– se destina a fines puramente parasitarios que
restan a la acumulación del capital. O que, en el caso de
ser él mismo el dueño de la tierra, se pague la renta a sí
mismo, “auto–explotándose” (en términos del PCR).
Porque
al PCR, lo que parece escapársele, es el origen tanto de la
renta agraria extraordinaria como de la ganancia normal que
se obtienen en la producción capitalista en el campo. Como
es sabido, el origen es uno y solo uno: el trabajo no pagado
del asalariado del campo. Como dice Marx: “En el modo
capitalista de producción el supuesto es el siguiente: los
verdaderos agricultores son asalariados, ocupados por un
capitalista, el arrendatario, que solo se dedica a la
agricultura en cuanto campo de explotación particular del
capital, como inversión de su capital en una esfera
peculiar de la producción. Este arrendatario–capitalista
le abona al terrateniente, al propietario de la tierra que
explota, en fechas determinadas (...) una suma de dinero
fijada por contrato (exactamente de la misma manera que el
prestatario de capital dinerario abona un interés
determinado) a cambio del permiso para emplear su capital en
este campo de la producción particular. Esta suma de dinero
se denomina renta de la tierra, sin que importe si se la
abona por tierra cultivable, terreno para construcciones,
minas, pesquerías, bosques, etc. Se la abona por todo el
tiempo durante el cual el terrateniente ha prestado por
contrato el suelo al arrendatario, durante el cual lo ha
alquilado. Por lo tanto, en este caso la renta del suelo es
la forma en la cual se realiza económicamente la propiedad
de la tierra, la forma en la cual se valoriza”[19].
Que
en este marco, estas dos fracciones componentes de la
burguesía (productores–agrarios–capitalistas y
propietarios–terratenientes–capitalistas–de la tierra)
puedan disputarse –y de hecho lo hacen– en un más o en
un menos (vía transferencias de valor en el mercado) el
reparto de la renta agraria y / o de porciones de la
ganancia “normal”. O mismo si lo hacen con su propio
gobierno burgués (como ocurrió durante el conflicto con el
“campo”), en nada menoscaba que la relación de renta
agraria es una relación plenamente capitalista. Es decir,
una relación supuesta por el capitalismo y que solo podrá
ser liquidada expropiando a los propietarios agrarios y
productores capitalistas como un todo por una revolución
socialista!
Esto
ultimo es lo que señalaba Marx: “La forma de propiedad de
la tierra que consideramos es una forma específicamente
histórica de la misma, la forma trasmutada, por influencia
del capital y del modo capitalista de producción, tanto de
la propiedad feudal de la tierra como de la agricultura
pequeño campesina”[20].
Y agregaba: “(...) el monopolio de la propiedad de la
tierra es una premisa histórica, y sigue siendo el
fundamento permanente del modo capitalista de producción
(...). Pero la forma en la que el incipiente modo
capitalista de producción encuentra a la propiedad de la
tierra no se corresponde con él. Solo el mismo crea la
forma correspondiente a sí mismo mediante la subordinación
de la agricultura al capital; de esa manera, también la
propiedad feudal de la tierra (...) se transmuta en la forma
económica correspondiente a este modo de producción, por
muy diversas que sean sus formas jurídicas”[21].
En
definitiva, lo que nos esta diciendo Marx, es que los
monopolizadores de la tierra hacen lo propio sobre una forma
de propiedad que ha sido transmutada en uno de los
fundamentos del modo capitalista de producción: ¡la
propiedad privada de la tierra! Pero en el caso de la Pampa
húmeda, la realidad es que “el desplazamiento de mano de
obra a raíz de la mecanización en el agro, y el aumento de
la inversión por obrero, da como resultado el aumento de la
composición orgánica del capital. Lo cual implica que la
renta absoluta tiende a desaparecer. Además, si bien la
renta diferencial I constituye la base de la renta agraria,
la renta diferencial II adquiere importancia creciente.
Estos cambios constituyen expresiones del desarrollo
capitalista. Esta idea se opone a la tesis –defendida por
el PCR, véase Gastiazoro (1999)– de que la renta absoluta
tiene un gran peso en la actualidad en la Argentina”.
Elemento
que, claro esta, no debe ser visto como contradictorio con
el hecho cierto de la elevación del precio de las tierras
(y la renta de las mismas) como subproducto del sideral
aumento de las commodities en el mercado mundial; ni con la
necesidad –absoluta e imperiosa– de expropiar a los
grandes propietarios!
En
síntesis: lo que ha ocurrido en los últimos años en la
Pampa húmeda demuestra que hoy la propiedad de la tierra no
impide el desarrollo capitalista en el agro incluso porque
es masiva la superposición de las figuras de propietario y
productor capitalista en la misma persona sea física o jurídica!
La
fábula, que nos quiere hacer creer el PCR, con sus
teorizaciones acerca de que la “gran propiedad
terrateniente de origen feudal” obstaculizaría el
desarrollo de las relaciones de producción capitalistas en
el campo argentino, simplemente no pasa la prueba de los
hechos. Esto, independientemente del hecho que la gran
propiedad agraria es uno de los supuestos de la argentina
capitalista semicolonial que hay que liquidar.
Un
fantástico mundo donde los capitalistas generarían plusvalía
Pero
a pesar de todo el PCR sigue a la carga. Como ya hemos
puntualizado y contra toda evidencia, creen encontrar en los
“pooles de siembra” un aliado para sus concepciones. Señalan:
“El problema es de dónde y cómo surge la ganancia de
los fondos de inversión en el campo (...). No surge del
alquiler de la tierra, ni de la administración, sino de
la producción misma que es realizada por los contratistas y
sus obreros. El pool paga el arriendo de la tierra y paga
a los contratistas para que realicen las tareas de siembra y
fertilización, fumigaciones y cosecha (...). Pero no es en
esta relación donde se produce la plusvalía. La plusvalía
surge de la realización de esas tareas sobre el campo, del
trabajo del contratista y sus obreros en la siembra y la
fertilización, fumigaciones y cosecha (aquí, el maquinista
generalmente a porcentaje). El precio que cobra el
contratista por su ‘servicio’, en condiciones normales
del capitalismo, tiene que cubrir la amortización de su
capital constante fijo (maquinarias y equipos), el capital
constante circulante que necesitan para que funcionen
(combustible, mantenimiento, etc), el salario de los obreros
que las hacen funcionar, y su ganancia. Ese valor que
pone el contratista en el trabajo con sus obreros sobre la
tierra (...), más todo el
mayor valor creado por ese trabajo que supere el equivalente
de la ganancia del contratista, queda en la tierra y va a
ser apropiado por el fondo al apropiarse de la cosecha.
Aunque el fondo tenga mejores condiciones de comercialización,
no significa que su ganancia surja de eso sino de que tiene
mayores posibilidades que el productor aislado de quedarse
con una mayor parte de la plusvalía agraria, que sino es
apropiada por los monopolios de la comercialización (...).
Es el dominio de esas condiciones lo que procuran los
operadores de fondos; de ahí que lo principal de su
‘inversión’ sea en el alquiler de tierras y la
organización de su producción (administración), que es lo
que les permite quedarse con el producto y, junto con él,
con todo el ‘excedente’ de mayor valor creado en la
producción”[22].
Pedimos
perdón por esta larguísima cita. Pero es importante para
desmenuzar el tipo de análisis del PCR. Porque lo que acá
se está diciendo es que no solo el obrero es explotado en
el trabajo agrario... sino también el contratista–burgués
agrario! Se trata simplemente de esto lo argumenta el PCR.
Pero
lo que ocurre es algo completamente diferente. Pasa que bajo
las relaciones de producción capitalistas (sea en la
industria o en el campo, esto es indistinto), tanto la
ganancia normal, como la renta agraria (llamada también
plus–ganancia) y el salario, surgen del trabajo del
obrero. Es decir, no hay, no puede haber tal “producción”
realizada conjuntamente por el “contratista y el
obrero”, como si el contratista burgués fuera capaz de
crear valor!
Por
el contrario, como dejo clásicamente establecido Marx, en términos
de la economía capitalista, el único que crea valor y
trabaja (trabajo en el sentido específicamente capitalista
del termino, de creación de valor y plustrabajo no pagado)
es el obrero. Si esto no fuera así, nos internaríamos en
un fantástico mundo donde los capitalistas no–solo serian
una clase explotadora... sino también explotados ellos
mismos!
Desmintiendo
esta visión, digamos que: “También los contratistas
participaron del paro. Hay contratistas de todos los tamaños.
Centralmente se dividen entre ‘contratistas productores’
y ‘contratistas puros’. Esto últimos son los mas
grandes, trabajan para los pools de siembra, en general
toman actividades para superficies superiores a las 2000
hectáreas (...). Los ‘contratistas productores’ se
encargan de las superficies menores, como actividad
complementaria al manejo de su propia explotación. Las
empresas contratistas también se basan en el trabajo
asalariado”[23].
La
verdad, entonces, es muy distinta: el trabajador con su
trabajo produce una parte que le es retribuida (el valor de
su fuerza de trabajo) y otra parte que no le es pagada: el
plustrabajo. Plusvalor que en el caso de la propiedad
agraria tiene dos componentes: la que hace a la ganancia
“normal” del capitalista agrario (pool y contratista) y
un componente llamado plusganancia que es la fuente de la
renta agraria. Es precisamente de este último componente de
la plusvalía que surge la renta propiamente dicha y que va
al propietario del suelo.
Como
decíamos, esta claro esta que también es desde allí (del
trabajo no pagado) que va a surgir la ganancia que va a
parar al productor capitalista. En nada modifica esto que
parte de esa ganancia pueda repartirse entre el propietario
del suelo, el pool de siembra capitalista y el contratista
capitalista según relaciones de fuerzas determinadas por
una variedad de factores: desde las dimensiones de la
propiedad de la tierra sobre las que se trabaja; pasando por
la capacidad de las acopiadoras de apropiarse de renta y / o
ganancia vía la monopolización de la comercialización de
la producción en gran escala; hasta la importancia de los
medios de producción y fuerza de trabajo que se pongan en
acción.
En
definitiva, son todos patrones que dependen de la explotación
del trabajo de los peones rurales, independientemente de cómo
se distribuyan luego entre ellos en el mercado el trabajo no
pagado de los mismos.
La
incomprensión de la renta diferencial[24]
Continuando
con lo que venimos señalando, digamos que lo que confunde
al PCR son los criterios bajo los cuales se reparte –entre
el propietario–terrateniente–capitalista y el
productor–arrendatario–capitalista (pool o no), el
plustrabajo generado por el obrero agrícola.
Porque
si la fuente de sus ingresos es la misma, el trabajo no
pagado del obrero, las razones por las cuales pueden hacer
“exigible” ese trabajo no pagado varían. Como en la
industria, el productor capitalista hace valer su monopolio
sobre los medios de producción con los cuales se realiza la
producción en el campo. Por su parte, el propietario agrícola,
lo que hace valer, es la propiedad sobre el medio de
producción y / o fuerza productiva natural del trabajo que
es la tierra para apropiarse plustrabajo.
Es
decir, busca capitalizar la parte del planeta que es
monopolizada por él, sin la cual, evidentemente, en
ausencia de la misma, no podría haber producción agrícola.
Marx dice que por intermedio de esta propiedad el
terrateniente logra “interceptar” parte de la plusvalía
generada en el trabajo agrario: “En la misma medida en
que, con la producción capitalista, se desarrolla la
producción de mercancías, y por consiguiente la producción
de valor, se desarrolla la producción de plusvalor y
plusproducto. Pero en la misma medida que se desarrolla esta
ultima, se desarrolla la capacidad de la propiedad de la
tierra de interceptar una parte creciente de ese plusvalor,
por medio de su monopolio de la tierra, y por consiguiente
acrecentar el valor de su renta y el propio precio de la
tierra”[25].
Pero
hay algo más. Esta el hecho que el propietario capitalista
de la tierra puede serlo de una de fertilidad
“extraordinaria”; es decir, muy productiva con relación
a la fertilidad de la tierra más “pobre” puesta en
producción en el orden mundial. Como es sabido, esto ultimo
ha sido, históricamente, el caso de la pampa húmeda en la
Argentina.
Es
a este componente “plus” de la renta agraria a la que se
llama renta diferencial de la tierra. Renta diferencial que
se obtiene por la diferencia entre el precio de producción
(costos de producción mas la ganancia media) individual de
una unidad de producto de una tierra más fértil respecto
del precio de mercado de la tierra menos productiva puesta
en producción en el mercado mundial. Tierra menos
productiva que, sin embargo, encuentra demanda para colocar
sus productos en el mercado transformándose, de esta
manera, en la reguladora del precio de mercado.
Porque
la producción agraria, a diferencia de la industrial, en la
medida que haya demanda suficiente, tiende a regularse no
por un precio configurado como promedio de la rama. Menos
que menos por el obtenido en las tierras de mayor
fertilidad. Por el contrario, el precio regulador de mercado
de los productos agrícolas se configura por los productos
obtenidos en las peores condiciones, donde los costos son
mayores.
Pero
sí el precio de producción individual esta por debajo del
precio de mercado (configurado por las tierras puestas en
producción en las peores condiciones), lo que surge es una
renta diferencial, un falso valor social que implica una
transferencia de trabajo no pagado que se opera en el
mercado hacia las tierras más fértiles.
“Desde
el punto de vista del conjunto del capital de la sociedad,
la renta diferencial constituye un ‘falso valor social’,
ya que la misma no encierra contenido alguno de trabajo
socialmente necesario gastado privadamente para producir
mercancías agrarias. Pero debe pagarla a los terratenientes
con la parte del valor social realmente producido por el
trabajo que el conjunto de los obreros productivos ejecuta
por encima del requerido para su propia reproducción como
fuerza de trabajo para el capital. Esto es, el capital total
de la sociedad debe pagar el falso valor social constituido
por la renta diferencial a expensas del valor real extraído
gratuitamente a sus obreros, o sea, a expensas de su plusvalía.
Se trata, por lo tanto, de una apropiación de plusvalía
por los terratenientes que resta a la potencia inmediata del
capital total de la sociedad para acumularse. De ahí la
potencia que tiene este, como sujeto concreto del proceso de
producción y consumo sociales, para avanzar en la
recuperación de la porción de plusvalía en cuestión que
ha escapado de sus manos. Este avance tiene un límite específico
en cuanto se manifiesta como la abolición de la propiedad
privada del terrateniente sobre un medio de producción como
es la tierra, límite que el capital total de la sociedad sólo
puede superar a condición de avanzar por sobre su propia
propiedad privada”[26].
La
cosa es que la renta diferencial así obtenida, pasa
entonces a engrosar lo que se da en llamar una plus–ganancia.
Es decir, una ganancia por encima de la ganancia normal y
que reclama “naturalmente” el propietario de la tierra
en su calidad de dueño de estas tierras tan fértiles.
Dice
Marx “En la agricultura, por el contrario, es el precio
del producto obtenido mediante el empleo de la mayor
cantidad de trabajo el que determina el precio de todos los
productos de la misma especie. En primer lugar, en la
agricultura, no se puede multiplicar a voluntad, como en la
industria, los instrumentos de producción del mismo grado
de productividad, es decir, los terrenos de idéntica
fecundidad. Además, a medida que la población aumenta, se
ponen en explotación tierras de calidad inferior o se hacen
nuevas inversiones de capital en los mismos terrenos,
proporcionalmente menos productivas que las primeras
inversiones. En uno y otro caso se hace uso de una mayor
cantidad de trabajo para obtener un producto
proporcionalmente menor. Como las necesidades de la población
han hecho preciso este aumento de trabajo, el producto de un
terreno de explotación más costosa encuentra
indefectiblemente mercado, lo mismo que un terreno de
explotación más barata. Y como la competencia nivela los
precios de mercado, los productos del mejor terreno serán
vendidos tan caros como los del terreno de calidad inferior.
Este remanente que queda después de deducir del precio de
los productos del mejor terreno el costo de su producción
es el que constituye la renta”[27].
Repetimos
entonces. El propietario de la tierra hace valer
“capitalistamente” a la misma como condición material
excluyente para la producción agrícola. Y por ella cobra
un alquiler, tal cual señalaba Marx como el prestatario de
un dinero debe pagar un interés por el uso del mismo.
Pero
en el caso que la tierra en alquiler se trate de una muy
“productiva”, tierra que de suyo genera renta
diferencial, no es que el terrateniente “explote” al
productor capitalista por exigirle la entrega de esta
plusganancia (al que se explota, claro esta, es al obrero
rural o, en todo caso, a la clase obrera en el orden mundial
en su conjunto vía renta diferencial) como dice el PCR,
sino que exige el retorno de una renta diferencial a sus
bolsillos, renta extraordinaria que le “corresponde” en
calidad de propietario de la tierra.
Otro
cantar es el hecho que esta relación es enteramente
parasitaria porque le permite embolsarse algo que no le
cuesta nada y que viene de la superior productividad natural
de las tierras de las cuales es propietario; razón demás
por la cual, un verdadero programa socialista revolucionario
para el campo argentino, debe ser la lisa y llana expropiación
de la tierra de todos los capitalistas del campo sean
propietarios o “productores”, lo mismo da.
Es
decir, usufructúa una fuerza productiva natural del trabajo
incrementada que redunda en un tremendo abaratamiento del
precio de producción de los productos obtenidos en estas
tierras privilegiadas con relación al precio regulador de
estos mismos productos obtenidos en las tierras menos fértiles
en el mercado nacional y / o mundial.
Hay
que repetir que habiendo demanda suficiente, los precios de
los productos de la tierra se comercian en el mercado no al
valor del mas barato sino de los mas caros; es decir, los
que tienen mas trabajo incorporado. Esto en razón que la
producción agrícola (como la minera y la hidrocarburifera)
se apoyan en un recurso monopolizable y materialmente
limitado como es la tierra, o en recursos naturales no
renovables como el petróleo o el gas.
Al
respecto dice Marx: “El aumento de la fuerza productiva
natural del trabajo (...) no emana del capital ni del propio
trabajo, sino del mero empleo de una fuerza natural
diferente del capital y del trabajo, pero incorporada al
capital. Emana de la mayor fuerza productiva natural del
trabajo vinculada a la utilización de una fuerza natural,
pero no de una fuerza natural que este a disposición de
cualquier capital (...). Emana, por el contrario, de una
fuerza natural monopolizable que (...) solo se halla a
disposición de quienes dispongan de determinadas porciones
del planeta y su anexos (...). La plusganancia (...) no
emana por ello del capital, sino del empleo de una fuerza
monopolizable y monopolizada por parte del capital”[28].
Y
agrega respecto de esta improductiva transferencia de
trabajo no pagado que se opera en el mercado en los casos de
la renta diferencial: “Lo que la sociedad, considerada
como consumidor, paga de mas por los productos agrícolas,
lo que constituye un déficit en la realización de su
tiempo de trabajo en producción agraria, constituye ahora
el superávit para una parte de la sociedad, los
terratenientes”[29].
Una
vez clarificadas las fuentes de la renta y la renta
diferencial, hay un aspecto subordinado. Este tiene que ver
con la capacidad relativa de interceptación de renta y las
transferencias de valor y plusvalor entre los distintos
actores propietarios y productores capitalistas en el campo,
que solo pueden entenderse a partir de los “principios”
que acaban de ser enunciados.
En
esto se pretende apoyar el PCR para confundir todo en lo que
hace a las relaciones de clase fundamentales. Es que en la
producción agrícola (como en la producción en general,
que supone la competencia de distintos capitales), hay
relaciones de fuerza relativas por las cuales el trabajo no
pagado generado por el peón y / o el asalariado del campo
se reparte en cantidades relativas al “poder” (que
traducido en conceptos económicos es monopolio–propiedad
o composición orgánica del capital) de cada sujeto
capitalista que intervine en el negocio agrario.
No
es lo mismo si se trata de un gran propietario agrario que
pone en arriendo sus tierras que si se trata de uno pequeño:
la capacidad del primero de hacer exigible toda la renta sé
vera reforzada. Tampoco da igual si se trata de un
contratista capitalista de inmensa magnitud (como los pooles
de siembra que desvelan al PCR) sino de uno pequeño que
todavía se basa en el trabajo familiar con uno o dos
asalariados. El primero tendrá obviamente mas capacidad de
apropiarse de toda la plusvalía generada en su producción;
no solo la ganancia, sino incluso porciones de la misma
renta agraria, cosa que el segundo muy probablemente no.
Precisamente,
estas relaciones de fuerza relativas (dependientes del tamaño
de su propiedad y / o de la composición orgánica de cada
capital puesto en producción) entre los distintos actores
capitalistas que operan en el negocio del campo son las que
terminaran dirimiendo la distribución del trabajo no pagado
del trabajador. Así, los proveedores de semillas y agroquímicos
juegan un rol preponderante en la cadena de la producción
agrícola; y gracias a esto se pueden apropiar de una
proporción importante de la renta generada. Lo mismo ocurre
con las cerealeras que concentran la compra y exportación
de los granos a gran escala. Y ni hablar de aquel pool que
toma en arriendo una enorme cantidad de superficie.
“El
proceso social de trabajo resulta en una masa dada de
mercancías con valores dados; en la circulación tales
mercancías adquieren expresión monetaria especifica bajo
la forma de los precios. Pero es obvio que en el
intercambio, los precios en dinero no pueden mas que llevar
a cabo la distribución del producto social entre los
individuos comprometidos; no pueden por si mismos cambiar la
masa de valores de uso distribuidos. En tal sentido, tampoco
pueden cambiar la masa de valor ni de plusvalía
representada por esas mercancías. De lo anterior se deriva
que diferentes relaciones posibles de intercambio entre
productores de una masa dada de mercancías solo contemplan
diferentes distribuciones posibles de la masa total de valor
y de plusvalor contenidas en tales mercancías. Debido a
eso, justamente, Marx sostiene que las desviaciones
precio–valor no pueden por si mismas alterar las sumas de
valores y plusvalía incluida: ‘No es necesario detenerse
a explicar aquí que cuando una mercancía se vende por
encima o por debajo de su valor hay solo una distribución
diferente de la plusvalía, sin que este cambio, en cuanto a
la distribución de las distintas proporciones en que
diversas personas se reparten la plusvalía, altere en lo
mas mínimo ni la magnitud ni la naturaleza de esta”[30].
Como
enseña Marx, hay que ser claros entonces: las relaciones de
fuerzas relativas en el mercado, en nada atañen a la
naturaleza de la producción de valor, plusvalor y
plusganancia que proviene del trabajador; solo a su reparto
relativo entre amigos–enemigos capitalistas. ¡El PCR cree
haber encontrado un antagonismo esencial donde solo hay
–por así decirlo– un pleito subordinado!
Como
hermanos de sangre
“La
discusión no es sobre el modo de producción predominante
en la Argentina, que claramente es capitalista, sino si en
este modo de producción se ‘armoniza’ o se agudiza la
contradicción entre capital y propiedad territorial. Y ver
cómo es esta relación en concreto en el país (...). Es
decir, hay que ver en la contradicción entre la propiedad
territorial y el capital cuanto pesa la propiedad
territorial y cuanto el capital”[31].
Este
es un “clásico” del etapismo en la argentina y Latinoamérica:
el ver una contradicción esencial entre propietarios y
“productores” capitalistas agrarios donde solo hay un
pleito subordinado.
Esta
fábula seria real si los propietarios de la tierra
explotaran a los capitalistas productores. Pero esto no solo
es teóricamente inconsistente, sino políticamente falso.
Como
punto de referencia están las clásicas discusiones
alrededor de esta cuestión. Hay que recordar que hace más
de medio siglo, Milcíades Peña, había polemizado contra
este tipo de posición. Mediante investigaciones históricas
irrefutables, Peña demostraba que la burguesía industrial
era “hermana desde los dientes de leche” de la burguesía
terrateniente agraria; que había surgido como una
diferenciación de la misma y que lo característico de ese
proceso era tanto la capitalización de la renta agraria
como la territorialización de la ganancia industrial:
“(...) A partir de 1933 se soldó una íntima alianza
entre los sectores agropecuarios e industrial de la burguesía
argentina. En realidad, nunca hubo entre estos sectores neta
diferenciación ni conflictos agudos, porque la burguesía
industrial surgió de la burguesía terrateniente, y la
capitalización de la renta agraria y la territorializacion
de la ganancia industrial borran continuamente los
imprecisos límites que las separan. Además, terratenientes
e industriales estaban íntimamente vinculados al capital
extranjero y todos se hallaban unidos por el común
antagonismo contra la clase trabajadora”[32].
José
Boglich se expresaba en el mismo sentido: “El
entrecruzamiento de intereses entre la oligarquía, el
capital imperialista y el capital local tornaba inviables
políticas autónomas por parte de la burguesía nacional.
No es posible, pues, dar crédito a las teorías del
‘antiimperialismo’ de las burguesías de los países
atrasados, sino a lo sumo comprender el comportamiento de
ellas como reacomodamientos ventajosos dentro de la lucha
inter–imperialista”[33].
Efectivamente,
la tendencia del desarrollo capitalista en la Pampa húmeda,
lo que muestra, es como crecientemente se borran los limites
entre las esferas agraria, industrial, financiera y
comercial. Se trata de una tendencia histórica, secular,
que en las ultimas décadas no ha hecho mas que
profundizarse, mal que le pese al PCR.
Quizás
toda esta larga discusión aparezca como muy “general”.
Quizás sea muy compleja seguirla; ya es de por sí complejo
el problema de la renta agraria. Pero atención: tiene una
importancia estratégica inmensa. Cuando comenzamos este
trabajo, el PCR nos trataba de convencer que el paro
patronal del campo le estaba dando la razón (contra el
trotskismo) a sus posiciones etapistas. Después el PCR nos
quiso convencer que, en el campo argentino, había una pelea
esencial entre terratenientes y pools “semi–feudales”
y la burguesía agraria que seria “explotada” por los
primeros Lo que sigue lógicamente de ahí es que los
capitalistas agrarios serian “aliados” de los
trabajadores (urbanos y rurales) en la perspectiva de una
“revolución democrático–popular”. Por esto mismo,
los obreros tendrían que apoyar un paro agrario patronal.
No señor: a lo largo de todo este trabajo creemos haber
demostrado que la clase obrera bajo ningún concepto debe
subordinarse a ningún campo burgués para ser furgón de
cola de ninguna “revolución democrática–popular”
burguesa que solo esta en la oportunista cabeza del PCR.
Todo
lo contrario: la clase trabajadora, actuando de manera
independiente, debe encabezar una revolución obrera y
socialista que en alianza con los sectores populares y con
las auténticas capas medias del campo y la ciudad, expropie
a los capitalistas urbanos y rurales en la perspectiva de la
socialización de la industria y la producción agropecuaria[34].
»»» al capítulo
V »»»
[1]
El PCR se queja de los que “hablan de capitalismo
agrario y no del capitalismo en el agro” (Gastiazoro,
ídem). Traducido: en la Argentina habría capitalistas
en el campo pero la estructura económico–social
del campo, como tal, no sería capitalista. Volveremos
sobre esto.
[2]
“Lo nuevo y lo viejo en el campo argentino”, Eugenio
Gastiazoro, revista Teoría y Política.
[3]
Naturalmente, estos productos también se los puede
aportar el mercado mundial, tendencia a la que
apunta el contenido objetivo del paro agrario patronal.
[5]
Es sabido que el estalinismo, las corrientes populistas
de izquierda e incluso cierto “trotskismo”
sostuvieron la tesis acerca del carácter “feudal”
de la conquista americana, tesis que hace rato se ha
derrumbado bajo el peso de la evidencia histórica.
[6]
Estas relaciones de esclavitud fueron de “hecho” en
el caso de la explotación española de la población
originaria y “de derecho” en el caso de la abierta
esclavitud de los afro descendientes en el Brasil y el
sur de Estados Unidos.
[7]
Milcíades Peña, “Industria, burguesía industrial y
liberación nacional”, Buenos Aires, Fichas,
1974, pp. 178–179.
[8]
Horacio Tarcus, El marxismo olvidado. Silvio Frondizi
y Milcíades Peña, Buenos Aires, El cielo por
asalto, p. 98.
[9]
Javier Balsa, El desvanecimiento del mundo chacarero,
Buenos Aires, UNQui, 2006, p. 264.
[11]
Rolando Astarita, ídem.
[12]
Ganancias ricas, pobres empleos, Página 12, ídem.
[14]
K. Marx, cit., p.
821.
[16]
Al MST siquiera se le pasa por la cabeza el problema: ¡se
mueve en el mundo de la empíria más superficial!
[19]
K. Marx, cit., p. 796.
[20]
K. Marx, cit. pp.
791–792.
[21]
K. Marx, cit., p. 794.
[24]
La elaboración de esta sección contó con el aporte de
Juan José Funes.
[25]
K. Marx, cit., p. 820.
[26]
Juan Iñigo Carrera, “La formación económica de la
sociedad Argentina”, Volumen I, pp. 16, Imago Mundi,
Argentina, 2007.
[27]
Karl Marx, Miseria de la Filosofía, Buenos Aires,
Cartago, 1987, p. 124. Una cita muy valiosa mas allá de
la imprecisión –en este texto temprano– de que como
definió el mismo Marx luego en El Capital, en el caso
de la producción agraria no hay, precisamente, nivelación
de los precios, sino que los mismos se rigen por los de
las tierras más improductivas puestas en producción.–
[28]
K. Marx, El capital, tomo III, pp. 829–830.
[29]
K. Marx, cit., p. 849.
[30]
Anwar Shaikh, idem, pp. 111–112.
[32]
Milcíades Peña, Masas, caudillos y elites,
Buenos Aires, El Lorraine, 1987.
[33]
H. Tarcus, cit., p. 100.
[34]
En la pampa húmeda (la zona núcleo), la perspectiva de
un Plan Nacional Agropecuario tiende a tener fuertes
elementos de socialización de la tierra. En otras
regiones menos favorables desde el punto de vista económico
general, lo más probable es que esto se combine con
diversas formas de cooperación agraria y acceso a la
propiedad de la tierra en forma individual.
Veremos esto en el último capítulo de este
trabajo.
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