Argentina

La crisis económica del kirchnerismo

Por Guillermo Gigliani (*)
Enviado por el autor, agosto 2008

En 2009, la economía argentina está atravesando una dura recesión. Contrariamente a lo que indican los datos manipulados del INDEC, el producto bruto en 2009 será un 4% inferior al registrado en 2008 y ello se expresa en el aumento de la desocupación, la erosión del salario real, el endurecimiento de las condiciones de trabajo y en la extensión de la pobreza y la indigencia.

En una parte muy considerable, la recesión es atribuible a la crisis mundial capitalista, con su impacto negativo sobre las finanzas y el comercio internacionales. No obstante, el curso de la economía argentina en 2009 también está generado por dificultades de orden interno, que se agravaron en los últimos tiempos.

Desde el comienzo de su gestión, en 2003, Néstor Kirchner logró obtener muy buenos resultados económicos aprovechando la fase ascendente del ciclo, con un aumento del PBI que superó el 8% anual promedio en el sexenio 2003-2008.

Esta suba se apoyó en dos fuerzas principales. Por un lado, en el auge de los granos y de las commodities industriales, que posibilitaron exportaciones en continuo ascenso (70.021 millones u$s en 2008). Por el otro, la gran devaluación cambiaria de comienzos de 2002 impulsó la actividad productiva y elevó, en forma sustancial, la rentabilidad de la burguesía industrial y agropecuaria.

En este contexto, crecieron el producto, el empleo y las inversiones. También, se verificó una recuperación limitada del salario real.

Cabe destacar que la política de Kirchner fue la de alimentar el ciclo, manteniendo siempre un tipo de cambio real alto, aunque a partir de 2007 haya experimentado un relativo descenso. En el plano fiscal, el gobierno canalizó significativos subsidios a los servicios públicos que favorecieron, sobre todo, a la burguesía manufacturera.

Las dificultades empezaron a fines de 2007, cuando el país sufrió un coletazo de la crisis financiera de los EE. UU.

Si bien la producción siguió en alza, la inflación se reavivó y empezó la fuga de capitales. El drenaje de divisas se intensificó en 2008, al estallar el conflicto con la burguesía agraria, que finalizó con una derrota para el gobierno.

A partir de entonces, la salida al exterior de la plusvalía generada en el país continuó sin detenerse. En los últimos dos años (julio 2007-junio 2009), acumuló un récord de 43.000 millones u$s y no hay signos de que se vaya a detener (se estima una pérdida adicional de 8.000/9.000 millones u$s para la segunda mitad del año).

La fuga de 2009 es equivalente al 8% del PBI generado en el período y constituye un elemento contribuye a deprimir la demanda agregada y paraliza las inversiones. A pesar de su retórica “progresista”, el gobierno no ha tomado ninguna medida para frenar este drenaje, aún cuando podría hacerlo mediante el control de capitales (una medida que podría ser aplicada sin afectar una sola operación comercial o de cuenta corriente con el exterior).

En una sustancial proporción, la salida de divisas proviene de las ganancias capitalistas que escapan al régimen impositivo. Esta evasión constituye un elemento que agudiza las dificultades fiscales del gobierno.

Para los Kirchner, la herramienta fiscal es algo que debe ser tratado con cuidado. Por un lado, vienen impulsando el gasto público para amortiguar los efectos de la recesión. Pero, por el otro, procuran evitar la pérdida del equilibrio de las cuentas presupuestarias, que se ven afectadas por los pagos de la deuda estatal.

Esto explica los intentos actuales del ministro Boudou de retomar las negociaciones con el Club de París y con los holdouts (acreedores que no entraron en el canje de 2005) e, incluso las perspectivas de obtener recursos “sin condicionamientos” del FMI.

En este contexto de vulnerabilidad, la derrota electoral del 28 de junio pasado no ha hecho más que intensificar las presiones del bloque burgués. Los hombres del campo pugnan por obtener una baja de las retenciones y la UIA –hasta hace poco, un firme sostén del oficialismo- reclama que se pongan topes a los salarios y que se mejore el tipo de cambio. Estos requerimientos del bloque de las clases dominantes, apuntan a lograr modificaciones en dos cuestiones centrales, cuya situación conviene analizar: 1)  el salario real y, 2) el modelo productivo.

Comencemos por la primera. Desde fines de 2002, la recuperación económica impulsó un aumento del empleo y del salario. No obstante, en 2007, el salario real dejó de crecer y se detuvo en un valor semejante al que tenía en 2001. Por consiguiente, se estacionó en niveles por debajo de los vigentes durante la década menemista.

Además de su alcance limitado, esa recuperación tuvo un carácter heterogéneo, ya que benefició en mayor medida a los trabajadores formales y fue mucho menor para la gran masa de los asalariados en negro. Esta evolución dispar explica la situación inédita de la Argentina de hoy, con una pobreza que supera el 30% de la población, cuando la desocupación se encuentra en torno al 10%.

La otra cuestión se vincula con el modelo productivo y las exigencias de la burguesía industrial. Los integrantes de la UIA no sólo reclaman topes a los convenios salariales sino, también un dólar más alto.

En el actual contexto de desplome del comercio mundial, las naciones que poseen un desarrollo industrial débil, como la Argentina, ven limitada su capacidad para exportar y sufren un mayor ingreso de mercancías extranjeras.

Un primer auxilio oficial vino por la vía de la contención de algunas importaciones “sensibles”, como el calzado, los textiles y la línea blanca, lo cual creó problemas con Brasil. Sin embargo, dada la baja productividad relativa de la industria interna, la burguesía necesita periódicas depreciaciones de la moneda para ganar “competitividad” en los mercados internacionales.

El pedido de una dólar más alto no sólo viene de la UIA, sino que también lo reclaman sectores vinculados al “modelo productivo”, como Eduardo Curia o los economistas del Plan Fénix, encabezados por Aldo Ferrer.

El gobierno se resiste a este embate porque ajustar el tipo de cambio en estas condiciones podría acelerar la fuga de capitales y afectar todavía más el salario real. Por eso, confía en una pronta recuperación de Brasil y de China, para sacarse esta presión de encima.

Por otra parte, contrariamente a lo que sostienen los defensores del modelo, el tipo de cambio probó ser un instrumento limitado. Si bien impulsó las exportaciones manufactureras (sobre todo, las del sector automotriz), la expansión industrial desde 2003 siempre se efectuó sobre la base de necesidades crecientes de divisas generadas por el campo.

Dicho de otra forma, la burguesía argentina durante este período nunca pudo sustituir importaciones en una medida razonable. Por lo demás, la propia estructura de la demanda (altas ganancias que se orientan al consumo importado) realimentó este problema de la oferta productiva. En esto no se ha operado una modificación sustancial con respecto a la convertibilidad.

Cualquiera sea el curso de la coyuntura en los próximos meses –evolución de la crisis internacional, ritmo de salida de los capitales, marcha de la producción- la situación por la que atraviesa la economía nos pone frente a un panorama muy complejo para los trabajadores. Son tiempos de contención salarial, de exigencias de las patronales en el lugar de trabajo y de desempleo y pobreza en ascenso.

Esto plantea tareas prioritarias en la agenda de los trabajadores, a saber, la defensa de las condiciones de ocupación y de ingreso y el reclamo de medidas concretas contra el desempleo, la pobreza y la indigencia, a cargo del gobierno y de los capitalistas. Sin embargo, el camino recorrido en los últimos años muestra que estas reivindicaciones deben ir unidas, también, al proceso de reconstitución política de la clase obrera. Esto es, a la necesidad de impulsar la creación de una alternativa propia para los trabajadores y el pueblo.


(*) Integrante del EDI (Economistas de Izquierda).