Argentina

El nudo del debate político actual es el futuro de la economía

La crisis mundial amenaza con desnudar
los límites del “modelo K”

Editorial de
Socialismo o Barbarie Nº 208, 01/08/11

“Esto no es viento de cola, ni Quini 6”
(Cristina Kirchner, La Nación, 31–08–11)

Quince días han pasado del contundente triunfo kirchnerista en las primarias del 14. Electoralmente todo está más o menos en el mismo lugar. Alperovich, radical K, acaba de alzarse con un 70% en su segunda reelección en Tucumán. Mientras tanto, la oposición patronal sigue “catatónica”: no logra salir del desastre en el que quedó luego de la elección de hace dos domingos. Con la reelección de Cristina asegurada, la jornada del 23 de octubre se asemejará mucho más a una elección parlamentaria. 

La verdadera discusión es la del día después

Pero hay un debate de importancia que se ha ido imponiendo: el del día después. Es decir, la economía que viene para el 2012. La circunstancia es que la recaída en la crisis que se vive mundialmente, sumada al peso de las crecientes inercias que viene acumulando el “modelo K”, auguran un próximo año más dificultoso que este casi “primaveral” 2011.

La crisis llega a China y Brasil

¿Ante el fin del desacople?

En nuestra edición anterior decíamos que respecto de la coyuntura actual se trataba de ver no solamente la foto que la misma devolvía sino la película entera. Se señalaba, gráficamente, que la votación a Cristina había sido mirando el espejo retrovisor y no el parabrisas; es decir, hacia atrás y no hacia lo que se viene.

Es que la elección del 14 ocurrió de espaldas a la tormenta mundial de los mercados, y si a estas horas dicha tormenta parece pasar por un momento de “calma”, no hay analista económico que no haya descontado que la economía mundial se verá sometida a una nueva recaída recesiva. Lo que se avecina es un escenario de “japonización” en el norte del mundo caracterizado por años de debilidad económica, bajísimas tasas de crecimiento, inversión decreciente, y un nivel de desempleo alto: una probable depresión mundial.   

El debate desarrollado en estos días se refiere precisamente a eso: ¿qué impacto tendrá en una economía nacional que viene arrastrando problemas, la renovación de la crisis mundial?

Respecto del marco internacional, el escenario que viene está bastante claro. Si la realidad hasta ahora fue de cierto “desacople” entre la crisis en el norte del mundo y los países “emergentes”, esto se debió a que China, India y Brasil no se vieron plenamente arrastrados a la crisis cuando ésta arreció entre finales del 2008 y comienzos del 2009. Amén de otros factores, sus enormes mercados internos en crecimiento hicieron que la demanda de materias primas continuara por las nubes (lo mismo que la producción automotriz en el caso brasilero). La circunstancia ha sido que la incorporación al mercado de las enormes poblaciones campesinas o ex campesinas en China, India y Brasil, ha actuado como contrapeso de la crisis, generándose sobre todo en el primer país, el efecto de una suerte de “tercera revolución industrial” que ha permitido sostener altísimas tasas de crecimiento.

Esta realidad benefició no solamente a la Argentina, sino al conjunto de Latinoamérica: un viento de cola que ha venido soplando en favor de toda la región. Los beneficios para el país de este efecto han sido evidentes: precios de las materias primas exportables por las nubes (los mayores en las últimas décadas [1]) y una enorme demanda automotriz del Brasil, destino de la friolera del 60% de la producción argentina en esa rama que viene batiendo récords históricos de producción en los últimos dos años (alrededor de 700.000 unidades producidas). 

Sin embargo, la circunstancia es que ahora, en China y Brasil, se yerguen nuevos nubarrones. En China, el nivel de aumento de los precios se hace cada vez más insostenible, los conflictos salariales crecen y el gobierno está tomando medidas de “enfriamiento” económico. Pero, sobre todo, su crecimiento económico podría verse afectado por un lado más “estructural”: el de las insostenibles tasas de inversión que alcanzan el 50% del PBI. Es visible la falta de uso de muchas de sus nuevas instalaciones, lo que está expresando una situación de sobreinversión en plantas e infraestructura que no logran aprovechamiento real (varios analistas se han referido a los nuevos trenes balas que circulan prácticamente sin pasajeros). La marea inversora podría verse obligada, entonces, a ser reducida sustancialmente, rebajando el crecimiento y la demanda de materias primas de todo tipo.

Paralelamente, en Brasil se espera una caída a la mitad de su crecimiento actual: del 7.5% en 2010 a 3.5% para este año (Alberto Armendáriz, La Nación, Economía y Negocios, 28–08–11). Casi inevitablemente, esto terminaría retrayendo al menos parte de la demanda automotriz: “Cualquiera sea la profundidad de la desaceleración brasilera, es de esperar que tenga impacto en la economía argentina, sobre todo, desde el punto de vista comercial, ya que Brasil fue, en 2010, el destino del 21.3% de las exportaciones y del 42% de las manufacturas de origen industrial argentinas. ‘Lo primero que [se] ajustaría es la compra de autos y toda la cadena de la industria automotriz (…) Las manufacturas de origen industrial en la Argentina  tienen un componente muy importante de autos. Las automotrices exportan el 60% de su producción; ocho de cada diez autos exportados van a Brasil” (La Nación, 28–08–11).

Además, entre las filas empresarias argentinas, han despertado cierta preocupación algunas medidas más o menos proteccionistas que estaría tomando el gobierno de Dilma Rousseff. Y a esto habría que agregarle que el gobierno del PT estaría tomando medidas de ajuste fiscal, si bien todavía “moderadas”.  

En fin, la posibilidad de menores exportaciones de soja a China, y automotrices al Brasil, significarían obviamente menos crecimiento en la Argentina; menores posibilidades de “desacople” de la dinámica de la crisis mundial, la que a su vez traería problemas por otras vías, como por ejemplo, el hecho que las obligaciones de pago de deuda externa para el año próximo alcanzan la nada despreciable cifra de 20.000 millones de dólares, esto en condiciones en las cuales su financiamiento no sería tan “sencillo” como viene siendo hasta el momento. (JLR)

Nota:

1. Aquí se ha abierto toda una discusión teórica porque estos precios de las materias primas, los mayores en décadas, han invertido de momento el secular deterioro de los términos de intercambio tradicionales entre materias primas y bienes industrializados que caracterizan normalmente el desarrollo capitalista, beneficiando así a los países exportadores de commodities, fenómeno que, históricamente, no está llamado a sostenerse, pero que tiene enorme impacto económico hoy.

Esto mismo podría estarse preanunciando con el duro conflicto petrolero que despunta en la provincia de Santa Cruz, lugar desde donde han provenido los pocos conflictos de importancia este año (sin olvidar el de los estibadores portuarios de Rosario durante el verano).

De ahí que la foto políticamente más significativa de estos últimos días haya sido la de Cristina, Moyano, Yasky y los empresarios en el Consejo del Salario Mínimo, donde no solamente se fijó una cifra a gusto de estos últimos (una salario de 2.300 pesos que no llega ni a la mitad de la canasta familiar), sino que, más importante aún, se escenificó algo que el gobierno viene acariciando desde hace tiempo: la puesta en pie de un “pacto social” en el que, con la excusa de la crisis mundial, se llame a trabajadores y patrones a “tirar todos para el mismo lado” frenando “la puja distributiva” en función de “los intereses más elevados de la nación”. Lo que no quiere decir otra cosa que hacerles pagar a la clase obrera al menos parte o toda la cuenta de la crisis.

Es al servicio de alertar lo que se viene en el 2012 de la mano del gobierno K, y poniéndose a disposición de todas y cada una de las luchas en curso, debe colocar la izquierda revolucionaria el conjunto de su actividad en las próximas semanas, incluyendo la campaña electoral.

El “modelo K” frente a sus límites orgánicos

El deterioro del contexto mundial en el cual se desenvuelve la economía argentina ocurre cuando el “modelo K” no ha dejado de acumular problemas. Luego del 14, los empresarios han dado un giro en su enfoque, llamando ahora a introducir “mejoras en el modelo” más que a cambiarlo.

Problema uno: la escalada inflacionaria que erosiona la competitividad del país. Esta escalada ha venido siendo compensada mediante aumentos de salarios que hasta cierto punto han terminado desbordando los techos que los empresarios quisieron fijarles. La problemática marcada por las organizaciones patronales es que la cotización del dólar no ha acompañado el ritmo de aumento de los precios: la mano de obra y los precios de los productos se han encarecido en dólares reduciendo la competitividad (traducido, el nivel de superganancias empresarias) de la economía argentina.

Como compensación, ha estado el hecho que el debilitamiento del dólar a nivel mundial ha hecho que los precios de las materias primas se siguieran incrementando en términos dólar y que la enorme sobrevaluación de la moneda brasilera (el real), ha contribuido para que los costos de las exportaciones argentinas se mantengan relativamente bajos. Esta ventaja podría esfumarse si la cotización del real contra el dólar se corrigiera: “La fortaleza del real fue hasta ahora la clave de que los productos argentinos mantuvieran su competitividad frente a sus pares del país vecino. Por efecto de la inflación –que erosiona el poder adquisitivo del peso–, el tipo de cambio real de la Argentina ya es casi de 1 a 1 con respecto a Estados Unidos, pero sigue siendo favorable al país cuando se lo mide con Brasil, de 2 a 1” (La Nación, 28–08–11).  En definitiva: inflación, salarios y tipo de cambio deberían ser sometidos a correcciones para enfrentar las dificultades señaladas.

Segundo problema: el altísimo nivel de subsidios a las empresas de servicios públicos. Es que como subproducto del estallido del 2001, el gobierno ha mantenido relativamente bajas las tarifas, transporte incluido. Los subsidios a las empresas que prestan estos servicios han alcanzado cifras varias veces millonarias (la friolera de unos 70.000 millones de pesos para este año) difíciles de sostener en unas condiciones donde, a la vez, prácticamente han desaparecido los superávits gemelos (fiscal y comercial) de años atrás. Pero el problema está en que reducir estos subsidios significaría, lisa y llanamente, un enorme aumento de las tarifas; tarifas subsidiadas que han contribuido, en cierta medida, a la relativa recuperación –o sostenimiento– del salario en los últimos años y, obviamente, su eliminación, no caería nada bien entre la población trabajadora, amén de multiplicar exponencialmente la escalada inflacionaria. 

Un tercer problema ligado al anterior: la deficitaria provisión de energía. El país viene atravesado por una creciente crisis energética. Entre los productos energéticos que el país exporta y los que importa se ha llegado, por primera vez, al déficit, y este déficit amenaza con seguir creciendo. Las bajas tarifas han conspirado contra las inversiones en petróleo y gas, y una cantidad creciente de sus derivados han debido ser importados a precios internacionales, lo que también configura un creciente problema para el fisco y la balanza de pagos.

Cuarto problema, más general: la inversión no es suficiente para mantener el actual nivel de producción y demanda, aun cuando se haya recuperado desde una bajísima tasa a comienzos de los años 2000 al 22.5% del PBI actual. La utilización de la capacidad instalada de las empresas –más allá de desigualdades por rama de actividad– se está acercando al tope, y también conspira contra la competitividad el hecho que la ausencia de inversiones suficientes hacen que la dotación de capital fijo (máquinas y equipos), en muchos casos, tenga un atraso respecto de la tónica mundial, de 20 ó 30 años. 

Los empresarios justifican el déficit inversor en que “el clima de negocios no es el más favorable”, en que sigue habiendo “temores” por un posible nuevo “manotazo” de “alguna caja”. A esto hay que agregarle el persistente fenómeno de la fuga de divisas: los capitalistas se embolsan inmensas ganancias en dólares, pero sacan estos dólares al exterior en la búsqueda de “refugios” más seguros en vez de invertirlos en el país. En los últimos cuatro años la fuga de capitales ha alcanzado la nada reducida cifra de 70.000 millones de dólares mientras que las reservas del BCRA están clavadas –ya hace tiempo– en los 50.000  millones.  

Quinto problema. A los inconvenientes anteriores se le agrega uno bien “macro”. El economista estrella del gobierno, Joseph Stiglitz, recientemente ha puesto el dedo en la llaga. Ha señalado que la Argentina tiene una “debilidad estructural” que podría afectarla fuertemente ante una recaída económica mundial: su excesiva dependencia de la producción de materias primas. Ha señalado que no puede haber país sólido con ese nivel de dependencia de las exportaciones de commodities: “Hay un riesgo de una desaceleración en China, lo cual desacelerará el precio de las materias primas, del cual la Argentina es muy dependiente. Por lo tanto, debería diversificar su economía, algo que no se hace de la noche a la mañana” (La Nación, 27–08–11).

Se trata, ni qué decirlo, de un problema estructural que el kirchnerismo –y su bendito “modelo”–  no han modificado un ápice en sus ocho años de gobierno: la inserción dependiente y subordinada de una argentina relativamente primarizada en la economía mundial, eterno problema que refleja una cuestión de fondo que no podrá revolver ninguno de los relatos “épicos” del progresismo K:  la ausencia de una burguesía nacional con vocación real de desarrollo integral de las fuerzas productivas nacionales. Como señalara León Trotsky siete décadas atrás (y ha sido confirmado por toda la experiencia histórica), en las naciones dependientes como la nuestra, esa tarea corresponde a la clase obrera y a nadie más. 

El ajuste que viene

Como venimos señalando, acerca de los problemas acumulados por el modelo K hay bastante consenso entre todos los economistas, sean del color que sean. También hay consenso acerca de que el 2012 va a ser un año más difícil para la economía argentina. La gran pregunta es: ¿qué curso tomará el gobierno frente a esta realidad?

Las tareas inmediatas de la izquierda

Con las luchas, y diciendo la
verdad acerca del gobierno

Es en el contexto que venimos desarrollando en nuestras notas editoriales, donde se instala la importancia de un conflicto como el de los petroleros de Santa Cruz. No ha sido un año de grandes luchas. Pero dentro del mismo, el de los petroleros del sur del país, ha estado sin duda alguna entre los más importantes, sin olvidarnos de la lucha durísima de los docentes de esa misma provincia, o los conflictos por la tierra a finales del año pasado cuando la ocupación del Parque Indoamericano o, semanas atrás, en la provincia de Jujuy.

Volviendo a los petroleros, no se trata de un conflicto meramente “económico”: los compañeros están en lucha reclamando que el sindicato y los gobiernos nacional y de Peralta en Santa Cruz están desconociendo el compromiso de llamar a elecciones para elegir una nueva directiva de su gremio luego de la histórica lucha de meses atrás, que comandada por 120 compañeros del cuerpo de delegados, echara a patadas a la burocracia de Segovia.

Es decir, la lucha de los petroleros vuelve a instalar que en el país se vive un estratégico proceso de recomposición de la clase trabajadora, proceso que en las condiciones del festival electoral de este año 2011 sigue haciéndose presente.

De ahí que en el actual momento no haya tarea más importante para la izquierda que ponerse a disposición de esta pelea (y de otras como la que podría despuntar en el Teatro Colón). Esto más aún en las condiciones donde, casi explícitamente, Peralta está amenazando a los compañeros con reprimirlos. No habría que descartar un escenario como el de Jujuy de semanas atrás, o incluso que el gobierno quiera tomar una nueva medida ejemplificadora con ellos (aunque, quizás, prefiera evitar mostrarse “duro” antes del 23/10).

En todo caso, esto coloca un problema para la izquierda: no puede ser que algunas de sus organizaciones –como las nucleadas hoy en el FIT– no hablen palabra del gobierno K: no puede haber política electoral revolucionaria si no se hace explícita la responsabilidad del gobierno kirchnerista en tratar de reventar los procesos obreros independientes como el de los petroleros del sur en defensa de la podrida burocracia petrolera (y, en el mismo sentido, aunque sea otro terreno, subrayando que Cristina termina su mandato sin que se sepa palabra de qué ocurrió con Julio López, primer desaparecido en “democracia”).

A decir verdad, Cristina ha hablado poco y nada durante la campaña de esta crucial cuestión (es decir, acerca de qué medidas tomará luego del 23). Solamente se ha dedicado a resaltar las “bondades” de la economía argentina en relación al derrumbe mundial. Es ese contraste lo que le ha permitido encaramarse en el 50% más uno de los votos.

Pero luego del 23 llegará la hora de la verdad. Es ahí donde se coloca el problema de qué rumbo tomará el gobierno. De entre la nebulosa en que se han dejado –conscientemente– las cosas, hay una pista de importancia que se acaba de revelar en oportunidad de la negociación para fijar el nuevo piso del salario mínimo: el gobierno pretende que en el 2012 la negociación salarial sea a la baja. Es decir, pretende poner un piso mucho menor a los porcentajes que se vienen negociando en los últimos años. La Presidenta “no quiere excesos en los aumentos, porque hay que actuar con seriedad y responsabilidad’, dejó trascender a los medios un alto funcionario, señalando que se estaba hablando bien por debajo del 20%.  

El gobierno debe responder a la preocupación que viene manifestándose desde las filas empresarias: la “pérdida de competitividad” de la economía argentina. Para resolverla, tiene un arsenal limitado de alternativas, dadas las señaladas “inercias” que viene acumulando la economía. Por ejemplo, en condiciones de escalada inflacionaria, no quiere devaluar el dólar más de la cuenta porque eso tiraría más para arriba los precios alimentando la “puja distributiva” en vez de aplacarla. Tampoco puede seguir confiando en que Brasil mantendrá un real tan elevado porque las señales parecen ser, ahora así, más o menos a la baja, lo que significaría un deterioro ulterior de la competitividad argentina. Para colmo, algo deberá hacer respecto de las tarifas: será difícil continuar con el actual esquema, cada vez más oneroso para las arcas del Estado.

Y, además, está la preocupación por aumentar las inversiones. Pero para hacerlo debe mejorar el “clima de negocios” y esto difícilmente se podría lograr si se tomaran nuevas medidas “heterodoxas”. No es que no se tengan a mano alternativas de este tipo. Se podría avanzar, por ejemplo, en la estatización del comercio de granos o, por lo menos, volver a intentar tocar las retenciones. Pero esto significaría declarar “una guerra civil” a las patronales del campo luego de su derrota frente a ellas sólo dos años atrás. También se podría pensar en algún tipo de medida respecto de los depósitos, pero esto lo enfrentaría a la “patria financiera”, la que, a decir verdad, ha estado muy cómoda en los últimos años con los K.

En todo caso, y sin excluir que pueda tomar alguna que otra medida “progresista”, llevando a cabo algún tipo de “arbitraje” como para “repartir” los costos del ajuste [1] (y, sobre todo, seguir alimentando el relato “épico” de su tropa), lo que parece más probable es que se esté ante la posibilidad de que el gobierno se descuelgue ahora con una combinación de medidas más “ortodoxas” que en la etapa anterior, buscando hacerles pagar a los trabajadores –con más o menos anestesia– al menos una parte de la crisis que viene: ¡no hay que olvidar nunca que se trata de un gobierno 100% capitalista!

La amarga verdad

Respecto de los posibles giros conservadores de los gobiernos “progresistas”, hay un ejemplo histórico muy ilustrativo: “El 11 de noviembre de 1951 Juan Perón consiguió la reelección por el 62.49% de los votos. Pero el 19 de febrero de 1952 pronunciaba este discurso: ‘La economía justicialista establece que de la producción del país se satisface primero la necesidad de sus habitantes y solamente se vende lo que sobra. Claro que aquí los muchachos con esta teoría cada día comen más y, como consecuencia, cada día sobra menos. Pero han estado sumergidos, pobrecitos, durante cincuenta años; por eso yo los he dejado que gastaran y que comieran y que derrocharan durante cinco año todo lo que pudieran (…) Pero, indudablemente, ahora empezamos a reordenar para no derrochar más”… [2]

En fin, el señalado escenario significaría una negociación a la baja en las próximas paritarias, justificada en nombre del “vendaval mundial”, y contando con los inestimables servicios de la CGT y la CTA oficialista. Es para este escenario que debe preparar la izquierda a la clase trabajadora, independientemente de que esto signifique una verdad amarga que le pinche el globo de las ilusiones a tantos compañeros y compañeras que confían en Cristina.


Notas:

1. Ahora mismo está en el Congreso el proyecto de nueva ley de tierras que pretende definir –pero solamente hacia el futuro– un tope del 20% de las tierras en manos de extranjeros, proyecto de ley que en todo caso, todavía tiene una redacción conscientemente muy imprecisa.

2. Carlos Pagni, La Nación, 22–08-11.