Disputa de
Malvinas

Las Malvinas y Cristina

Un reclamo genuino, una cortina de humo, ninguna medida real

Solo con la movilización de masas se
recuperarán las islas

Editorial de Socialismo o Barbarie, periódico, 16/02/2012

“La presidenta Cristina Fernández ratificó en su último discurso las líneas fundamentales de lo que ha sido la política exterior hacia Malvinas desde 2003: una diplomacia de alto perfil; una preferencia por el multilateralismo ante el estancamiento de los contactos bilaterales; un mayor hincapié en los foros regionales como ámbitos preponderantes para ‘rodear’ políticamente a un Londres cada vez más obstinado en lo militar; un énfasis en la voluntad negociadora del país; una vinculación estrecha entre la cuestión Malvinas, la situación del Atlántico Sur y la existencia de recursos estratégicos en el área y la construcción de un lenguaje más integral en el que se entrelazan soberanía-democracia-paz-Latinoamérica. No hubo grandes anuncios sino la reafirmación de una estrategia, un estilo y un lenguaje”. (Juan Gabriel Tokatlián, La Nación, 9-02-12)  

Acto de la Casa Rosada: el imperialismo británico no va a ceder ni un milímetro con medidas de "lucha" como ésta

El pasado martes 7 de febrero Cristina llamó a un acto en la Casa Rosada a todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria, a las centrales sindicales, a los mandos de las FFAA, a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia y otros funcionarios. Por intermedio del mismo, comunicó que la causa por la soberanía argentina en las Islas Malvinas se transformaba en una “política de Estado” cuando faltan sólo semanas para que se cumplan 30 años del 2 de abril de 1982 (fecha en la que el Ejército Argentino desembarcó en las islas). En lo que sigue, nos dedicaremos a analizar la justicia del reclamo, la oportunidad del mismo y los alcances de los anuncios del gobierno.

Un enclave colonial

Lo primero que hay que señalar es que el reclamo por la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas es un reclamo genuino. Desde 1833 el imperialismo inglés ocupó las islas y ha mantenido esa ocupación hasta el día de hoy. El hecho es que según todos los criterios, incluso los del distorsionado “derecho internacional”, las islas se encuentran en aguas jurisdiccionales del país, es decir, dentro de su plataforma continental (se identifica así a la porción del territorio nacional que se adentra en el mar y constituye una continuación de la masa del continente).

Casi dos siglos atrás, cuando los ingleses ocuparon las islas, no existía ninguna población autóctona, aunque si autoridades y pobladores argentinos que fueron obligados a marcharse. Los 3000 y pico habitantes de hoy llegaron a instancias de dicha ocupación, más allá que haya algunas comunidades como la de los inmigrantes chilenos e, incluso, hasta algunos de origen argentino.

Esto hay que tenerlo en cuenta en relación a los derechos de autodeterminación de los pueblos, que auténticamente exigen su Estado soberano, a partir de una instalación territorial histórica, de tradiciones, de un folklore que les es propio, de un idioma común, etcétera. Pero en este caso los reclamos de la población de las Malvinas (los llamados kelpers) sobre sus supuestos derechos de “autodeterminación” no dejan de ser artificiales: no constituyen un pueblo con enraizamiento autóctono, y por lo tanto, no constituyen una nacionalidad oprimida.

Por el contrario, el asentamiento inglés en Malvinas no es otra cosa que –aun en su anacronismo histórico– la expresión de una relación colonial que se constituyó a partir de la ocupación lisa y llana de un territorio, estableciendo sobre el mismo y de manera directa una relación de subordinación determinada: en este caso, bajo la forma de “enclave colonial” (porción determinada de territorio ocupado dentro de una masa mayor, sea terrestre o marítima). 

El hecho es que la ocupación inglesa de Malvinas es una suerte de “avanzada” que tiene que ver con una ubicación estratégica en el Atlántico Sur, la explotación imperialista de sus riquezas, y, por elevación, la mira puesta en los reclamos territoriales sobre la Antártida. Reclamos que están “congelados” –por un tratado internacional– hasta determinada fecha a partir de la cual se convertirá el “continente blanco” en un lugar de dramática disputa territorial, coto de caza en el cual intentarán sentar sus reales las principales potencias mundiales.   

Así las cosas, dada la naturaleza de esta relación colonial, los habitantes de las Malvinas no son otra cosa que ocupantes de un territorio que no les corresponde. De ahí la falta de seriedad del gobierno conservador de David Cameron (el mismo partido de Margaret Tatcher, la que comandó la guerra de agresión imperialista en 1982) que no tuvo vergüenza al afirmar que la Argentina era un país “colonialista” que no respetaba los derechos de autodeterminación de los ocupantes de Malvinas[1] 

Porque la verdadera relación colonial es la que ha establecido hace casi dos siglos Inglaterra respecto de Malvinas, base de la justeza del reclamo por la soberanía argentina en las islas, sea el gobierno argentino que sea el que levante este reclamo. Es decir, se trate de la dictadura militar de comienzos de los años 80[2], del actual gobierno democrático burgués de Cristina, o de un futuro gobierno de los trabajadores; en cualquier caso el reclamo es justo.

Es que la justicia del reclamo no viene del carácter político (dictadura o democracia) del gobierno del que se trate, sino de la existencia de una injusta relación social colonial de subordinación impuesta por la fuerza por el imperialismo inglés sobre las Islas Malvinas, islas que constituyen una parte del territorio argentino.

De lo anterior se desprende que respecto del reclamo de soberanía, en sí mismo, no haya nada que objetarle al gobierno de Cristina. Se trata de una exigencia correcta y punto.

Dicho esto, inmediatamente comienzan los insalvables problemas del planteamiento cristinista. Los hay de dos órdenes: acerca de la naturaleza de las medidas anunciadas por Cristina para avanzar en la “lucha” por la recuperación de las islas, y respecto de la oportunidad política elegida para el lanzamiento de esta campaña oficial.

La apelación al pacifismo

Si el reclamo es absolutamente justo, la inconsecuencia del planteo de Cristina Kirchner salta a la vista en las medidas que ha planteado para llevarlo adelante. Se trata casi del ejercicio de una verdadera “fantochada política”.

En vez de convocar a una movilización al movimiento de masas (volveremos sobre esto más abajo), se escenificó una instancia de “unidad nacional” para hacer el reclamo. ¿Quién iba a decir que estaba en contra de la declaración de los derechos de soberanía del país sobre las Malvinas? Nadie. Si hasta el archi-reaccionario Federico Pinedo salió exultante declarando que el planteo había sido “impecable”. ¿Será que el PRO se volvió “antiimperialista”? De ningún modo. El hecho es que en los planteos de Cristina hubo problemas e incluso “trampas” que socavan de manera decisiva cualquier planteamiento de lucha real por las islas.

En primer lugar, su declarado pacifismo. La razón formal de la convocatoria al acto fue anunciar que en un mes se daría publicidad oficial al conocido Informe Rattembach. Por intermedio del mismo, el ya fallecido general de ese nombre (nombrado por los propios militares), presentó a la Junta Militar un balance acerca de las razones de la derrota argentina en dicha guerra. Si es conocido que la Junta en ningún momento se preparó realmente para una guerra con el imperialismo británico, la presentación oficial de dicho informe en estos momentos, no deja de tener un costado que puede interpretarse como una genérica condena a todo posible enfrentamiento con el imperialismo.

Porque, efectivamente, el segundo elemento general en la posición expresada por Cristina, fue la conocida frase de John Lennon “démosle una oportunidad a la paz”. Desde ya que a los militantes del Nuevo MAS de ninguna manera nos gustan las guerras, ni opinamos, per se, que para tomar medidas consecuentes contra el imperialismo inglés, haga falta declarar una guerra.

Pero otra cosa muy distinta es declarar que frente a la situación de hecho de la ocupación inglesa de las Malvinas, el único camino es el reclamo pacífico excluyendo por anticipado toda otra forma posible de conflicto; situaciones conflictivas que están inscriptas en la lógica misma de las cosas cuando se trata de un país imperialista que se niega a dejar de reproducir una situación de subordinación[3].

La realidad material de las cosas es la siguiente: hay que saber que en la arena de la lucha de clases se debe diferenciar el pacifismo de los opresores del pacifismo de los oprimidos. Cuando se trata de los primeros, ese pacifismo es muy progresivo porque debilita al imperialismo (ver, por ejemplo, las movilizaciones en los EEUU en contra de la guerra colonial en Vietnam en los años 70, y contexto en el cual Lennon pronunció sus declaraciones). Pero cuando se trata del pacifismo en las filas de un pueblo oprimido, es reaccionario, porque significa atarse una mano, sino las dos, impidiendo el desencadenamiento de una lucha real contra la opresión, única manera revolucionaria de sacudirse las cadenas.

Cuando la derrota argentina en Malvinas hubo una aguda contradicción. La dictadura militar cayó, lo que evidentemente fue progresivo; pero, al mismo tiempo, la burguesía aprovechó el hecho para fundar el actual régimen de democracia patronal en un proceso de “desmalvinización” que, simplemente, lo que quería decir, es que la subordinación semicolonial al imperialismo del país es un hecho incuestionable. 

Característicamente, hoy el gobierno de Cristina descongela esa política “desmalvinizadora”, pero lo hace sosteniendo el relato pacifista (tan caro a la burguesía y las clases medias) que inhibe tomar cualquier medida real contra el imperialismo inglés, lo que solamente puede servir para socavar la bandera que se pretende esgrimir.

El callejón sin salida de la institucionalidad internacional

El declarado pacifismo del planteamiento del gobierno se relaciona con que, por toda medida “práctica”, el gobierno ha anunciado que llevará el reclamo por Malvinas a las Naciones Unidas (esto combinado con algún tipo de confianza en los EEUU, confianza desmentida en pocas horas. Hay que ser “ingenuo” o idiota consciente para creer que el gobierno yanqui, aliado estratégico de Inglaterra, podría interceder en favor de nuestro país; ya le ocurrió lo propio a Leopoldo Fortunato Galtieri, y así le fue).

Lo anterior se relaciona con algo característico de este gobierno: la apelación a la “institucionalidad” para dirimir los conflictos; en este caso, la tramposa institucionalidad internacional. Aquí existe una particular “maniobra”, típicamente kirchnerista, vinculada a hacer creer a la población en las “instituciones” como ámbito de resolución “natural” de los asuntos, esto por contraposición a la acción desde abajo y directa.

Veamos un poco la historia y el carácter de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Las cosas son así: en el capitalismo rige un único mercado mundial, pero la soberanía política reside en los Estados nacionales. Sin embargo, hay estados y estados; es decir, los más fuertes dominan sobre los más débiles. En el siglo XIX, esto ocurría directamente mediante el establecimiento de colonias. Por ejemplo, Inglaterra dominaba a la India mediante un contingente militar y autoridades directamente inglesas en ese país. A partir del siglo XX, esta dominación tendió a “modernizarse”. Ya no se enviaban tropas directamente o se establecían “virreyes”, sino que, mayormente, las relaciones pasaron a ser semicoloniales: la subordinación se logra por intermedio del poder económico, de las multinacionales, o de la supervisión de los países más débiles por organismos financieros internacionales como el FMI y sus clásicos planes de ajuste.

Sin embargo, luego de la II Guerra Mundial, y como forma de “disimular” esta persistente realidad de desigualdad entre estados (tener en cuenta que, además, en ese periodo hubieron enormes luchas por la “descolonización”), se crearon organismos “supranacionales” como la ONU, donde se aparenta igualdad entre estados. Es decir, organismos internacionales que aparecen como estando por “encima” de cada Estado nacional y constituyéndose en el ámbito “natural” e “igualitario” donde resolver los conflictos entre ellos.

Desde el marxismo, siempre hemos dicho que esto es un engaño. Que al igual que los parlamentos nacionales, la ONU y demás organismos internacionales no dejan de ser una cueva de bandidos donde dominan los estados más fuertes (los estados imperialistas). Pruebas al canto: ¿cuál es el principal organismo de la ONU? ¿Su Asamblea General donde los casi 200 estados reconocidos tienen voto? No. Su organismo más importante, es el que cuenta con el poder de veto: el Consejo de Seguridad. ¿Y quiénes son los integrantes permanentes de este consejo, integrantes que con su solo poder de veto –con su solo voto, uno solo– pueden invalidar la votación de los otros miembros de ese mismo consejo así como de los otros ciento noventa y nueve integrantes de la Asamblea General? Se trata de los cinco países vencedores de la Segunda Guerra: EEUU, Rusia, Francia, China e… Inglaterra.

¿Qué importancia tiene esto? Simple. La “gran” medida anunciada por Cristina en dicho acto en la Casa Rosada es llevar la denuncia por la militarización inglesa del Atlántico Sur y el reclamo por soberanía a la Asamblea General y al Consejo de Seguridad respectivamente. Es decir, a un lugar donde el reclamo puede tener cierta repercusión mediática, pero es absolutamente inconducente para forzar a Inglaterra a cualquier paso práctico. Esto debido a lo señalado: su poder de veto en cualquier resolución efectiva de parte de la ONU (la misma funciona por el consenso de las señaladas cinco potencias o no funciona[4]).

Esta acción posee todavía otra justificación. Vender la ilusión de que dado el retroceso hegemónico relativo de los EEUU en los últimos años (un hecho real), el mundo se habría vuelto más “multilateral” y que las instituciones “supraestatales” como la ONU, serían el ámbito de la emergencia de un “nuevo orden internacional más justo” (algo falso por donde se lo mire).

Se trata de otro típico “relato” del “progresismo” kirchnerista, funcional a su cerrada negativa a tomar ninguna medida antiimperialista real, y a vender como curso de acción “superador”, a estas instituciones internacionales absolutamente impotentes para algo más que no sea emitir dictámenes; es decir, para cualquier medida práctica real, sobre todo cuando se trata de reclamos que afectan los intereses creados de las naciones imperialistas mismas.

Todo el mundo sabe, e innumerables analistas lo han destacado, que es imposible que el Consejo de Seguridad condene o tome medida práctica alguna contra Inglaterra[5]; esto, hasta por el simple hecho ya señalado, de que este país es uno de los cinco únicos en el mundo que poseen poder de veto en dicho organismo.

Mucho ruido, pocas nueces

Cristina anunció la desclasificación del Informe Rattembach. También que lleva el caso a la ONU. Semanas atrás los países latinoamericanos también parecieron tomar medidas: votaron impedir que los barcos con bandera de Malvinas entren en los puertos de la región. Apurémonos a clarificar la cosa: ¿acaso están tratando de paralizar el comercio con las Malvinas para debilitarla aislándola económicamente? Nada de eso: ¡con que el barco cambie de bandera antes de entrar a cualquier puerto del subcontinente es suficiente! Es decir, lo que los gobiernos de la región y Cristina no han hecho es tomar ninguna medida práctica que acerque a la Argentina siquiera un paso en la recuperación de las Islas Malvinas.

También se esperaba que el gobierno anunciara al menos la muy tibia medida de discontinuar el vuelo semanal que hace la empresa LAN a las Malvinas desde Río Gallegos. Tampoco se anunció esa casi simbólica medida.

La realidad es que salvo la apelación a la institucionalidad internacional no se tomó medida alguna. Claro que no se trata de que haya que ir a la “guerra”[6]. Con sólo afectar los intereses económicos de las multinacionales inglesas en la Argentina, ya sería un enorme paso práctico de presión real al gobierno inglés.

Ahora resulta que algunos sindicatos portuarios de la CGT estarían anunciando medidas con los barcos de bandera inglesa. Esta sería una medida real, progresiva, aunque habrá que ver si son capaces de llevarla a la práctica, o solamente se trata de una declaración de intenciones.

Es decir, hay un sinnúmero de medidas reales que podrían “dolerle” al gobierno inglés, llevándolo a reflexionar sobre los costos y beneficios de mantener su ocupación sobre las islas.

Sin embargo, el gobierno se ha cuidado como la peste de anunciar nada así. Se mantiene en los estrictos límites de la falsa “legalidad internacional”, ámbito inconducente para avanzar siquiera un centímetro en la recuperación de las Islas Malvinas.

El camino pasa por la movilización

Muchos se interrogan acerca de la oportunidad de haber colocado hoy en el tope de la agenda el reclamo de Malvinas. No hace falta ser demasiado inteligentes para darse cuenta que todo el planteo tiene un elemento vinculado con colocar una cortina de humo ante los crecientes problemas que están emergiendo en el país en la actual coyuntura.

Aquí la maniobra es la siguiente. El hecho es que el gobierno levanta el reclamo por Malvinas (aun con toda la inconsecuencia que lo hace, o, precisamente, gracias a la misma) en momentos en que comienza a descargar un duro ajuste económico “ortodoxo”, que si por ahora es “administrado”, no deja por ello de ser generalizado y más temprano que tarde llegará al conjunto de la población.

Al servicio de confundir a la población, vienen llevando adelante la campaña de que se trataría de un “ajuste redistributivo”; en todo caso, la población no se deja engañar tan simplemente: ha despertado un amplísimo repudio (el primero de la novel política de ajuste) que los legisladores, a iniciativa del propio gobierno que quiere poner un techo de del 18% a los salarios, se hayan aumentado el 100% de su sueldos. ¡En un país donde la mayoría abrumadora de los jubilados no llegan a los $ 2.000 al mes, los señores Diputados y Senadores de la Nación, pasarán a ganar no menos de $ 50.000 sino más cada mes!

Precisamente ahí es donde entra el reclamo por Malvinas (y la campaña que el gobierno pretende hacer a lo largo de todo el año): es más un planteo mirando a la situación interna del país que a avanzar realmente en el reclamo: una cortina de humo y, por ahora, realmente no mucho más.

¿Cuál sería un curso de acción alternativo? Simple. Tomar medidas contra el imperialismo y los capitalistas. Eso permitiría evitar el ajuste a los trabajadores, así como avanzar realmente en medidas contra el imperialismo inglés. Por ejemplo, nacionalizando ya mismo YPF, tema del que tanto se ha hablado en las últimas semanas. O imponiendo el monopolio del comercio exterior y de la banca. O expropiando bajo control obrero la Barrick Gold y demás mineras. Parte de esto mismo, sería tomar medidas contra los intereses del imperialismo británico en nuestro país. Por ejemplo, si no se retiran de Malvinas, la expropiación bajo control obrero de las multinacionales de esa nacionalidad.

Este sería un curso de acción consecuentemente popular y antiimperialista que permitiría evitar el ajuste y recuperar las Malvinas.

Pero la realidad es que este gobierno no está para nada interesado en tomar medidas consecuentes; el propio “formato” del acto por intermedio del cual se hicieron los anuncios son una muestra de lo que venimos señalando: un “acto institucional” frente a políticos, funcionarios y sindicalistas; de ninguna manera una convocatoria a la movilización de las masas trabajadoras y populares, que es lo único que realmente le daría fuerza a los reclamos[7].

Porque, en definitiva, el tomar medidas consecuentes apoyándose en una amplia movilización de masas, es el único curso de acción que podría acerca al país realmente a la recuperación de las Islas Malvinas, siendo un ejemplo para el resto de las naciones del continente de cómo hay que sacudirse las cadenas coloniales.


[1] Como no podía ser de otra manera, el oligárquico diario La Nación viene sacando artículos donde plantea que deberían ser “atendidos” los “reclamos” y “derechos” de los habitantes de las islas. El historiador José Luís Romero y el politólogo Vicente Palermo son los que se han pronunciado en este sentido en sus páginas.

[2] Ver artículo al respecto en esta misma edición.

[3] En otro plano, esto sería como si los trabajadores renunciaran de antemano –en sus reclamos a los patrones– al derecho de huelga, a producir medidas de fuerza para obtenerlos: es claro que los capitalistas se les reirían entonces en la cara y no le concederían nada.

[4] Hay que insistir que incluso así, decenas y decenas de veces los EEUU hicieron caso omiso de la ONU para sus intervenciones militares; éste ha sido el caso de las más importantes intervenciones recientes: Afganistán e Irak.  Es decir, lo que domina las relaciones entre el imperialismo y los países semicoloniales, son las relaciones de fuerzas, las que existen en los hechos y así se hacen valer. Si una potencia, léase EEUU, logra legitimar una acción con la “legalidad” de la ONU, mejor; pero si no lo logra, actúa igualmente y punto.

[5] Esa es la opinión del ya citado especialista en temas internacionales, Juan Gabriel Tokatlian. 

[6] La argumento que deslizan por lo bajo los kirchneristas y sus agrupaciones afines, es que cualquier medida efectiva nos “conduciría a la guerra, y, por lo tanto, a otra derrota”. Esta es otra típica mentira K, un argumento interesado de estos falsos antiimperialistas de opereta. Si Inglaterra declarara la guerra a la Argentina en las condiciones del mundo de hoy, en las condiciones del proceso de rebelión popular que sigue latente en Latinoamérica como un todo, uno de cuyos componentes es el rechazo a la sumisión colonial, de ninguna manera se las llevaría de “arriba: ¡desataría un proceso de lucha antiimperialista colosal que podría acabar con la dominación imperialista en la región!  

[7] Eso es lo que hizo el conservador gobierno de Mahmud Abbas (Autoridad Nacional Palestina). Al llevar meses atrás el justo reclamo por el reconocimiento del Estado Palestino a la ONU (reclamo democrático que nuestra corriente internacional Socialismo o Barbarie apoyó mediante una declaración), convocó a una gran concentración de masas en Cisjordania para darle respaldo.


Malvinas: A 30 años de la guerra

Hechos y debates que conviene recordar

Por Claudio Testa
Socialismo o Barbarie, periódico, 16/02/2012

A 30 años del intento de recuperación de las islas protagonizado por la dictadura militar, el tema Malvinas ha vuelto al escenario internacional y nacional. Sin embargo, con Cristina K y David Cameron como primeros actores, esta remake tiene aires de farsa más que de tragedia.

Es obvio que al gobierno inglés le ha venido bien para distraer un poco a los británicos de la catástrofe social que el capitalismo está provocando en el Reino Unido y Europa. Algo parecido podemos decir del gobierno argentino, en el umbral de un super-ajuste. Asimismo, las medidas frente a la ocupación colonial inglesa también carecen de seriedad: la apelación exclusiva a la “paz” y a los discursos en los “organismos internacionales”, en primer lugar la ONU, jamás logró nada de los bandidos imperialistas (que además son quienes manejan esos benditos “organismos”).

Pero esto es tema de otra nota. Aquí sólo recordaremos algunos aspectos, hechos y debates, que para muchos jóvenes nacidos después de 1982 probablemente no son bien conocidos.

La crisis terminal de la dictadura y un remedio peor que la enfermedad

“Yo era ‘el niño mimado’ de los Estados Unidos... [Pero] no podía contarles a los norteamericanos qué era lo que haría en Malvinas. Me habrían parado. Yo confiaba en que ellos mantendrían una posición equidistante; no es0peraba que ellos asumieran la posición que tomaron. Yo a lo que jugué fue a la no intervención de Estados Unidos… Sí; le puedo decir que si hubiéramos tenido la certeza de que Estados Unidos iba a tomar la posición que finalmente adoptó, no habríamos invadido...” (General Leopoldo Galtieri, entrevista realizada el 28/07/1982 y publicada en Clarín el 02/04/1983).

En vísperas de iniciarse el conflicto, el 2 de abril de 1982, la dictadura del Proceso, que tenía de presidente en ese momento a Galtieri, estaba profundamente desgastada y ante la perspectiva de una crisis terminal. Comenzaban a presentarse los síntomas clásicos que habían precedido la caída de otros regímenes militares en Argentina, en primer lugar, el rechazo de un amplio espectro de la sociedad, desde la clase trabajadora hasta los sectores de clase media, acompañado también de cuestionamientos en el seno de la misma burguesía.

A diferencia de su hermana-rival, la dictadura de Pinochet en Chile, los militares argentinos habían sido incapaces de consolidar un sostén político-social significativo de sectores civiles. Se había desvanecido hacía tiempo el consenso con que el golpe de 1976 había sido recibido por la burguesía, por amplios sectores de clase media e incluso por franjas más de retaguardia de la clase trabajadora. Un sentimiento de hartazgo de los militares, iba ganando cada vez más espacio.

Lo importante era que este vacío político-social en que venía flotando la dictadura había comenzado desde hacía tiempo a agitarse, a salir de la pasividad. Estaban, por ejemplo, los movimientos de derechos humanos que reclamaban por la represión y los desaparecidos. Pero lo más grave para la dictadura era la vuelta a escena del movimiento obrero. Así, el 30 de marzo de 1982, tres días antes del desembarco en Malvinas, decenas de miles de personas salieron a la calle en Buenos Aires y ciudades del interior, como Mendoza. Habían sido convocados por un sector “combativo” de la burocracia sindical, el que encabezaba el dirigente cervecero Saúl Ubaldini, organizado en la “CGT de calle Brasil”. La movilización de Buenos Aires fue durante reprimida en Plaza de Mayo, pero el sentimiento en todo el país fue de gran simpatía, repudio a la dictadura... y la sensación de que había comenzado la cuenta regresiva para los militares.

Es en ese contexto que la Junta Militar había comenzado a preparar en secreto, desde meses antes, la toma de Malvinas. Era en el fondo una jugada desesperada, a todo o nada, que estimaba le iba a dar popularidad, y eventualmente un plafond para luego legitimarse en las urnas.

La clave para comprender esto la da Galtieri: “Yo era ‘el niño mimado’ de los Estados Unidos...” Entonces, suponía que como tal, el papá de Washington toleraría alguna travesura. Y, efectivamente, la dictadura en esos momentos era su niño mimado... pero hasta el más tolerante de los padres se ve obligado a poner límites... En este caso, era un disparate pensar que el imperialismo yanqui rompería su alianza histórica con el imperialismo británico–forjado en dos guerras mundiales e imprescindibles frente a la Unión Soviética– en obsequio de un dictador de morondanga.

Pero este increíble espejismo de Galtieri tenía su “racionalidad”. Después de Jimmy Carter, en enero de 1981 asumió la presidencia de EEUU el super conservador Ronald Reagan, que junto a Margaret Thatcher impulsaría –a palos– el  giro mundial al neoliberalismo. Y Reagan y la dictadura argentina iniciaron un idilio.

Durante Carter, EEUU había tenido roces públicos con los militares argentinos, por el tema “derechos humanos”. Es que el imperialismo yanqui, malparado por la paliza de Vietnam en 1975, ensaya con Carter una nueva política, la de “reacción democrática”: frente a las luchas obreras y populares, y especialmente las peligrosas rebeliones en países con dictaduras, EEUU se planta como campeón de la “democracia”... burguesa. Es decir, que las protestas y revueltas no lleguen a amenazar la explotación capitalista ni la dominación imperialista, que se detengan en el limite democrático-burgués. El santo remedio son las elecciones: que se vayan dictadores y militares, que vengan las urnas y los políticos patronales... y que todo el resto siga como antes... [1]

Ronald Reagan da un giro importante en relación a esta política (aunque sin abandonarla del todo). El motivo fundamental es el triunfo de la Revolución Nicaragüense en 1979, que además implica la apertura de un enorme proceso revolucionario que, desigualmente, abarca a toda Centroamérica... el “patio trasero” de EEUU. La política de la zanahoria de la “reacción democrática” fracasa en contener esto, y Reagan decide volver a la línea del “gran garrote”. Allí tienen su papel los militares argentinos.

Es que Reagan no sólo los aplaudía por haber masacrado en Argentina a una generación de luchadores obreros y juveniles, sino porque ahora le estaban sirviendo para hacer lo mismo en Centroamérica. En efecto, muchos torturadores y “desaparecedores” de las Fuerzas Armadas argentinas habían sido enviados a Centroamérica, a las órdenes del Pentágono, como cuadros organizadores de represiones cuyas víctimas se contarían por cientos de miles, especialmente en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras.

¡Reagan tenía motivos para considerarlos sus “niños mimados”... pero como sirvientes o, más bien, sicarios a su servicio! [2]

Atrapados sin salida: una guerra que la dictadura no podía ni quería ganar

“En una reunión de la Junta Militar propuse un proyecto de declaración a las Naciones Unidas que dijera que en un lapso de 60 días, la Argentina retiraría sus tropas, de una manera escalonada... todos los presentes coincidieron en que no había margen interno para eso. Todas las encuestas que recibíamos nos indicaban el estado de euforia que se vivía en la población.” (Galtieri, entrevista cit.)

Al ocupar las islas, la dictadura cometió una doble equivocación. Por un lado, supuso que EEUU dejaría pasar la cosa. El otro error no fue menos grave: creyó que eso le daría gran apoyo popular.

Pero lo que la gran mayoría sostuvo en su momento no fue a los militares, sino a la acción objetivamente antiimperialista de retomar un territorio del que se había apoderado el Imperio Británico, desalojando a la población argentina e instalando un enclave colonial.

Por eso, como confiesa luego el mismo Galtieri en la entrevista citada, “no había margen interno” para retroceder. La “euforia” popular se debía a la recuperación de las islas. No era por simpatía a Galtieri ni a la dictadura, sino a pesar de ellos. En cuanto diesen un paso atrás, se derrumbaban... como efectivamente sucedió.

Al quedar atrapada en este atolladero, la dictadura (pro imperialista hasta los tuétanos) se ve ante la misión imposible de ser el jefe militar de una guerra objetivamente antiimperialista.

La derrota de Argentina tiene que ver esencialmente con esa contradicción político-social, no con problemas simplemente “técnico-militares”. O, mejor dicho, esos problemas “técnico-militares” derivan de allí. La evidente improvisación y falta de preparación, y luego la disparatada estrategia de “defensa estática” que dejaba la iniciativa totalmente en manos británicas, fueron el subproducto de que al jefe de esa guerra le resultaba imposible, inconcebible, combatir al imperialismo británico respaldado directa y abiertamente por el “Gran Hermano” de Washington.

Esta contradicción, que llevaría a la derrota de Argentina, se expresó de mil maneras, no sólo militarmente. Así, por ejemplo, el canciller argentino, Costa Méndez, proclama, ya iniciado el combate, que “a la Argentina no le interesa derrotar a Gran Bretaña”. (La Prensa, 10/05/1982). ¡Un confesión insólita para el gobierno de un país en guerra con otro, pero que reflejaba exactamente el pensamiento de estos cipayos!

En la misma onda de “no nos interesa derrotar a Gran Bretaña”, hubo otros hechos inéditos en conflictos bélicos, como por ejemplo, no afectar ni la propiedad ni las ganancias de empresas británicas, y seguir pagando puntualmente la deuda externa a los acreedores del Reino Unido y de los países que lo apoyaban. ¡Debe ser un caso único en la historia, que el gobierno de un país en conflicto haya contribuido así, financieramente, al esfuerzo de guerra de su enemigo!

La posición de los socialistas revolucionarios

“En Brasil reina ahora un régimen semifascista que todo revolucionario no puede ver más que con odio. Supongamos, sin embargo, que mañana Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil... En este caso estaré del lado del Brasil ‘fascista’ contra la ‘democrática’ Gran Bretaña. ¿Por qué? Porque el conflicto entre ellos no será una cuestión de democracia o fascismo... [...] Verdaderamente uno tiene que tener la cabeza vacía para reducir los antagonismos mundiales y los conflictos militares a la lucha entre fascismo y democracia. ¡Bajo todas las máscaras uno debe saber cómo distinguir a los explotadores, los esclavistas y saqueadores!” (León Trotsky, “Entrevista con Mateo Fossa”, septiembre de 1938)

Lo de Malvinas volvió a plantear un debate crucial en la izquierda: ¿cómo se define nuestra posición frente a una guerra?

Los marxistas revolucionarios aspiramos a que el mundo viva en paz. Pero eso es lo opuesto al pacifismo bobo y la charlatanería de la “no violencia”, que es la otra cara de la moneda de un mundo ensangrentado por las guerras. ¡No va a haber paz en el mundo –como no sea la paz de los cementerios– mientras la sociedad humana esté dividida en explotadores y explotados! ¡Y mientras esté organizada en un sistema mundial de estados, donde unos –los estados imperialistas– le pisan la cabeza al resto!

Por eso, frente a una guerra en concreto, como señalaba bien Trotsky, la cuestión esencial, la que define nuestra posición, no es el régimen político (“democracias”, dictaduras, monarquías o lo que fuere), sino el carácter de los estados. ¿Se trata de estados imperialistas –como Gran Bretaña y EEUU– o de estados en mayor o menor grado sometidos al imperialismo, como el caso de Argentina? Es a partir de allí que decidimos en qué campo militar nos ubicamos en una guerra como la de Malvinas.

¡Es que en una guerra así, lo que está en juego no es el punto de “dictaduras” o “democracias”, sino la cuestión del dominio del imperialismo!

Pero ubicarnos en el campo militar de Argentina en una guerra contra el imperialismo británico respaldado por EEUU, no implicaba dar el menor apoyo político al jefe de ese campo militar. Por el contrario, exigía la denuncia y la pelea contra esa dirección militar que estaba llevando a la derrota.

Así, en 1982, el Partido Socialista de la Trabajadores (PST), que actuaba en la clandestinidad y del que proviene nuestra corriente, fijó esta posición, horas después del desembarco argentino en Malvinas:

“En todo enfrentamiento entre un país imperialista –en este caso Inglaterra– y uno semicolonial –como es Argentina– los socialistas siempre estamos del lado del país semicolonial contra el imperialista. Tomamos esta posición, independientemente del tipo de gobierno que tengan ambos países. Es decir, que estamos contra Inglaterra –pese a que tiene un régimen democrático-burgués– y del lado de Argentina –pese a la nefasta dictadura que la gobierna–.

“Si hay guerra, los socialistas estaremos por el triunfo del ejército argentino –aunque al principio lo mande Galtieri– y por la derrota del británico.

“Aclarada esta posición de principios, no podemos dejar de hacernos la misma pregunta que se hacen millones de argentinos: ¿desde cuándo le importa la soberanía nacional a un gobierno que tiene como punto principal de su programa económico el remate a precio vil de la Patagonia a las empresas petroleras?

[...] “La conclusión es terminante: para defender realmente la soberanía y el territorio nacional –incluido el de Malvinas– frente al imperialismo, debemos comenzar por echar al grupo de agentes de Washington que desde 1976 ocupa un área importante de nuestro territorio: la Casa Rosada...”. (Palabra Socialista Nº 37, periódico del PST, abril de 1982)  

Los saldos de la guerra: “desmalvinización” y otros temas de balance

La derrota de 1982 y al mismo tiempo el derrumbe de la dictadura motivaron conclusiones y balances, muchos (interesadamente) confusos, y de consecuencias que aún vivimos.

Por ejemplo, ha sido parte de la mentalidad de cierto liberalismo “progresista”, justificar que no vino tan mal la derrota, porque así se fue la dictadura. El espíritu del radicalismo de Raúl Alfonsín y su gobierno durante los 80, reflejó ese tipo de pensamiento. Esto, por otra parte, tiene poco que ver con un balance serio de la caída del régimen militar, que ya venía barranca abajo.

Pero la conclusión más nefasta que se difundió con la derrota, es que “al imperialismo no hay con qué darle”: no se puede pelear contra EEUU ni contra sus socios como Gran Bretaña.

Esta ideología se fortaleció extraordinariamente en los años 80 y 90. Y no sólo por el resultado de la guerra, sino porque se combinó con un proceso mundial de graves derrotas del movimiento obrero y de masas, y de triunfos del imperialismo, como la imposición del neoliberalismo y la restauración capitalista en la Unión Soviética, el Este europeo y China. El gobierno de Menem en los 90, con sus “relaciones carnales” con Washington, y el remate por monedas del petróleo y las empresas públicas, marcó el pico de la “desmalvinización”.

El siglo XXI trajo otros aires en América Latina y el mundo. Aquí, el Argentinazo de 2001, mostró también que el viento comenzaba a soplar desde otros cuadrantes. Ahora la crisis mundial y la decadencia del imperialismo yanqui configuran más claramente una situación nueva. La repentina “malvinización” del gobierno de Cristina no va hasta ahora más allá de los discursos: no se trata, por ejemplo, de renacionalizar el petróleo o enfrentar el saqueo de la megaminería. Pero refleja esos cambios en la realidad mundial y nacional.


1. Una reedición de esta política de “reacción democrática” la vuelve a aplicar ahora el imperialismo a las rebeliones en el mundo árabe... Pero en forma selectiva: vale para dictaduras como las de Libia, Siria e incluso Egipto, pero no para regímenes autocráticos y sanguinarios como Arabia Saudita, Bahrein, Omán, etc., que para EEUU siguen siendo intocables.

2. Galtieri no fue el único dictador del Tercer Mundo que ha tenido semejante confusión. Casi diez años después, Saddam Houssein de Iraq cometería un error similar, al intentar apoderarse de Kuwait en pago de los servicios prestados a EEUU en la guerra contra Irán (1980-88), que costó un millón de víctimas. El ingrato imperialismo yanqui le contestó con la Primera Guerra del Golfo (1990-91) y luego con la ocupación total del país, en 2003.