Asia - Pacífico

Mal ambiente en China

Por Xulio Ríos (*)
Revista do INET, decembro 2007
IGADI, 29/11/07

Durante siglos, el pensamiento tradicional chino actuó como una especie de talismán protector de la naturaleza. El taoísmo, muy especialmente, predicaba la armonía con el medio ambiente, si bien, en general, podría decirse que las filosofías y religiones orientales expresaron siempre una peculiar devoción por el respeto ecológico. Paradójicamente, el avance modernizador que se produce a partir de la caída de la última de las dinastías, la Qing se traduce, progresivamente y al igual que en muchos otros lugares del mundo, en la minusvaloración de los daños ambientales producidos por el desarrollo. Durante el maoísmo, la consigna era “vencer a la naturaleza” y los perjuicios causados al medio ambiente durante gestas trágicas como el Gran Salto Adelante pudieran ser comparables a la hambruna que segó la vida de un número difícilmente determinable de personas. Pero, probablemente, es durante la reforma que se inicia en 1978 cuando el desprecio a los efectos ambientales del desarrollo ha alcanzado en China la máxima plenitud.

Ese largo ciclo de casi tres décadas parece haber llegado a su fin. En el XVII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), celebrado en octubre último, se ha consolidado un cambio de tendencia, al menos en el discurso(1). El concepto de “desarrollo científico”, ahora en boca de todos, incorpora como una de sus variables principales la atención a los problemas medioambientales. En la reciente cumbre de Singapur con los países de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), Wen Jiabao, el primer ministro chino, hizo girar buena parte de su intervención en torno a la necesidad de un mayor compromiso en la lucha contra el cambio climático(2). Ello pudiera indicar una muestra sincera de que China está dispuesta a asumir una mayor responsabilidad en este asunto. Entre las ocho prioridades fijadas por el gobierno para 2007, la protección medioambiental se encuentra en tercer puesto, después del control macroeconómico y el desarrollo agrícola.

Lo cierto es que la protección ambiental en China, país que ha ratificado el protocolo de Kyoto, ha avanzado poco en los últimos tres años en comparación con otros países debido a la rápida industrialización, según un informe dado a conocer por el propio gobierno chino. Según expertos de la Academia de Ciencias, del Ministerio de Ciencia y Tecnología y varias universidades, Suecia lidera el grupo de 15 países avanzados, el grupo de nivel mediano integrado por 37 países está liderado por España, Brasil figura el primero entre los 40 países de nivel elemental, mientras que el nivel más bajo de clasificación agrupa a 26 países entre los que se encuentra China. El director del grupo de expertos que elaboró el informe sobre la Modernización de China, He Chuanqi, señaló en la presentación del mismo que el deterioro ecológico es un problema muy grave(3).

Uno de los mayores desafíos de China radica en que casi dos tercios de sus necesidades energéticas se satisfacen empleando carbón, pero este combustible es el que libera la mayor cantidad de dióxido de carbono, el principal gas causante del recalentamiento del planeta. En 2006, por ejemplo, consumió 2.370 millones de toneladas, con un aumento del 9,6 por ciento respecto al año anterior. China consume el 15 por ciento de la energía mundial y produce el 5,5 por ciento del PIB global, lo cual evidencia la necesidad de transformar su economía basada en un alto consumo energético en otra que establezca un desarrollo sostenible. La estrategia energética de China pudiera ser la clave del cambio de rumbo no solo en Asia, sino en todo el planeta. La Agencia Internacional de la Energía Atómica ha indicado que en 2008, China se convertirá en el líder mundial en cantidad de emisiones de dióxido de carbono, desplazando a EEUU a la segunda posición. Ello aumentará las presiones sobre el gobierno chino para que reduzca las emisiones.

La trampa en que China se encuentra es bien conocida: la asunción de límites severos en el proceso de contaminación podría llevar consigo la ralentización del crecimiento económico, y ello podría afectar a la estabilidad social y política del país en un momento en que la reforma atraviesa una etapa cada vez más compleja. Por ello, la política promovida por el gobierno pone el acento en dos variables: un uso más eficiente de la energía y la promoción de energías alternativas al carbón.

Pero el consumo excesivo de energía no solo deviene del crecimiento sino también del despilfarro. Los sectores más consumidores de energía son los que más contaminan: hidrocarburos, química, materiales de construcción, metales y acero, energía. El gobierno ha impuesto restricciones financieras en todos ellos, pero son los principales estandartes de la economía china y debe actuar con prudencia. De las 20 empresas chinas situadas entre las 500 primeras empresas del mundo, 14 pertenecen a esos sectores, y son grandes consumidoras de energía y grandes contaminantes. Cuando se alardea y glorifica su crecimiento es difícil imponerle restricciones.

Los propios científicos chinos han llamado la atención sobre el crecimiento desproporcionado del consumo energético. En el período comprendido entre 1980–2000, China cuadriplicó su PIB, mientras que solo dobló su consumo energético. Sin embargo, en el periodo 2001–2005, el consumo energético superó el crecimiento del PIB. El consumo energético per cápita anual es de 1,7 toneladas de carbón estándar, un 74% de la media mundial, según Wang Dazhong, experto en energía nuclear y miembro de la Academia China de las Ciencias. De acuerdo con Wang, cuatro son los desafíos que China enfrenta en materia energética: desequilibrio entre la demanda y el suministro, el desproporcionado crecimiento del consumo, la baja tasa de utilización que se mantiene en el 33,4 por ciento y es 10 puntos inferior a la media mundial, y el empeoramiento de la contaminación y la difícil tarea de mejorar la eficiencia energética. Wang atribuye el desproporcionado crecimiento del consumo de energía al sector químico y otros de alto consumo, al rápido desarrollo del transporte y la construcción, además de la aceleración de la urbanización. Los problemas energéticos del país se centran en la falta de petróleo, la contaminación, las emisiones de CO2 y el suministro energético en las áreas rurales, dice Ni Weidou, otro experto de la Academia de Ingeniería de China(4).

Se estima que entre 2005 y 2030, el número de residentes urbanos chinos ascenderá de 560 a 910 millones, y su participación en la población total subirá de 42% a 64%, cuando en 1980 era del 20%. El incremento de la población urbana conllevará complicados y sostenidos desafíos no solo en empleo, vivienda, educación y otros, también respecto al ambiente.

Múltiples evidencias de una gran precariedad

La Agencia Nacional de Medio Ambiente hizo en junio último balance de los esfuerzos antipolución de las ciudades chinas: pese a algunos progresos, 585 ciudades, de un total de 600–660, el 60% todavía tienen serios problemas de polución y no disponen, por ejemplo, de depuradoras para el tratamiento de aguas usadas. La peor polución urbana se encuentra en las provincias de Shanxi (25% del carbón chino) y Liaoning (antigua base de la industria pesada). El vigente Plan Quinquenal (2006–2010) se plantea como objetivo que el 70% de las ciudades dispongan de un sistema de tratamiento de aguas residuales y que el 60% pueda reciclar los residuos sólidos.

En mayo último, los habitantes de Wuxi, ciudad situada en la ribera del lago Taihu, en el sureste de China, con dos millones de habitantes, se quedaron sin agua potable debido a la proliferación excesiva de algas azules en el lago, favorecida por una primavera particularmente caliente. Los tratamientos aplicados no dieron resultado. Las pestilencias procedentes del lago obligaron a muchos residentes a abandonar la ciudad. La polución del lago no es una catástrofe casual. El vertido de sustancias tóxicas industriales sin apenas control es la causa y Wuxi solo el ejemplo de muchas otras ciudades donde el crecimiento anárquico de la actividad económica origina cada vez más consecuencias ambientales que repercuten de forma directa en la calidad de vida de la población.

Este año, en el oeste de China, más de 1,6 millones de personas debieron enfrentarse a una escasez de agua potable que no se recordaba en 60 años, afectando muy especialmente a la provincia de Gansu, donde un millón de personas se han visto privadas de agua potable y 1,46 millones de hectáreas de cultivo han sido afectadas.

El desarrollo y la degradación ambiental reducen seriamente el espacio agrícola. En la superficie destinada a pastos, más del 80 por ciento presenta claros signos de deterioro debido a una utilización excesiva que afecta a la erosión, a los cauces de agua, tempestades de arena, etc. En el total nacional, uno de los objetivos radica en conservar 120 millones de hectáreas de tierras cultivables en 2010, con el fin de preserva la seguridad alimentaria del país. Durante el anterior plan quinquenal (2000–2005), la agricultura ha cedido, por término medio, 1,23 millones de hectáreas anuales al desarrollo y a las nuevas construcciones. En 2006, esta cifra llegó, aproximadamente, a las 367.000 hectáreas. En 2006, la superficie total de tierras cultivables era de 121,8 millones de hectáreas.

Este delicado y complejo panorama que las autoridades centrales comienzan a asumir como una dura realidad a la que deben poner remedio cuanto antes, despierta también las exigencias por parte de los países desarrollados, las cuales no siempre son bien recibidas. En primer lugar, al asumir la necesidad de contener las emisiones contaminantes, China exige también una mayor responsabilidad de los países ricos, cuyo proceso, basado en “contaminar ahora y limpiar después” no es aplicable en las condiciones actuales. Ello significa que los países desarrollados deben comprometerse financieramente en la solución conjunta del problema. En segundo lugar, el éxito de las políticas ambientales chinas depende, en sumo grado, del avance tecnológico; por ello reclama también de Occidente una mayor transferencia de tecnologías modernas (por ejemplo, de calderas para la combustión del carbón). Por último, argumenta que la responsabilidad de la situación del planeta no corresponde a las economías emergentes y subdesarrolladas, sino que son los países industrializados quienes más han perjudicado el ambiente, por lo que se impone una asunción proporcional de compromisos. Según las cuentas de Ma Kai, responsable de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, desde el comienzo de la Revolución Industrial hasta 1950, el 95 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono se produjeron en los países ricos. Y entre 1950 y 2002, fueron responsables del 77 por ciento del total. Hoy se estima que en Asia, donde viven las dos terceras partes de la población mundial, se genera el 34 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.

Sin dejar de ser ciertas las acusaciones de Ma Kai, lo cierto es que poco ayudan a resolver el problema. Los mayores centros económicos de su país se encuentran en zonas costeras y podrían convertirse en las primeras víctimas de los efectos de la elevación del nivel del mar. Otro tanto podría afectar a la regularidad de las lluvias, que complicaría la viabilidad de la agricultura, que constituye aún un medio de vida básico para millones de campesinos. Recientemente, un informe oficial chino alertaba de las consecuencias del cambio climático sobre los glaciares tibetanos, donde la temperatura aumenta 0,3 grados cada década, diez veces la velocidad de la media nacional(5). Considerado un barómetro del clima mundial, fuentes del Servicio Meteorológico tibetano, hablan de consecuencias dramáticas: incluso sin agravar la situación actual, los glaciares disminuirán alrededor de un tercio de su capacidad actual hasta 2050 y hasta la mitad en 2090. Corrimientos de tierra, avalanchas, inundaciones, son desastres que podrían multiplicarse en el futuro inmediato, con consecuencias muy graves sobre el curso de los principales rios asiáticos: el Amarillo, el Yangtsé, el Mekong, el Ganges y el Indus, haciendo peligrar los recursos de agua potable y amenazando muy directamente las condiciones de subsistencia de la población.

Por otra parte, en un foro sobre inversiones en China celebrado en Chengdu en noviembre, el director para China y Mongolia del Banco Mundial, David Dollar, afirmó que la polución del aire tendrá un coste más elevado que el del agua. Según señaló, el coste total, sanitario y extra–sanitario, para la economía china, de la contaminación del aire y del agua será de 100 mil millones de dólares por año, lo que equivale a un 5,8% del PIB y el 3,8% corresponderá a la polución del aire. Las consecuencias en las grandes ciudades se harán evidentes en el incremento de las enfermedades del pulmón, cáncer y problemas respiratorios, lo que llevará consigo un fuerte absentismo en el trabajo y en las escuelas. Las cifras son el resultado de una evaluación conjunta del Banco Mundial y el Servicio Nacional de Protección Ambiental de China(6).

Buenas intenciones con escasos resultados

En el vigente plan quinquenal que concluye en 2010, China se ha planteado el objetivo de reducir en un 20 por ciento el consumo de energía por unidad de PIB (lo que equivale a una reducción anual del 4 por ciento), y también un 10 por ciento en la reducción de emisiones contaminantes. Pero los datos manejados por las propias autoridades han evidenciado la enorme dificultad de alcanzar este objetivo. En el primer año de vigencia del Plan, apenas se logró disminuir un 1,3 por ciento, salvo en la capital, según fuentes oficiales.

En junio de 2007, en vísperas de la reunión del G8 en Alemania, se presentó el Plan Nacional sobre el Cambio Climático, que propone numerosas medidas para impulsar una estrategia de desarrollo sostenible que contribuya a reducir las emisiones. Sus 62 páginas constituyen el primer documento de este tipo elaborado por un gran país en vías de desarrollo, aseguran fuentes oficiales. Los ejes básicos sobre los que descansa la estrategia china son los siguientes: reestructuración de la economía, promoción de tecnologías propias y mejora en la utilización de la energía. Según los cálculos oficiales, de verificarse las intenciones contenidas en el Plan, China podría reducir en 1,5 mil millones de toneladas sus emisiones de CO2 en 2010 (estimadas en 6,1 mil millones en 2004), pero pocos creen en esta hipótesis. Los enunciados de reducción que formula en Plan de cara a 2010 son ambiciosos: 50 millones de toneladas en la energía hidráulica, 110 millones de toneladas por eliminación de las pequeñas centrales térmicas, 30 millones de toneladas por el desarrollo de las bioenergías y 60 millones de toneladas (eólica, solar y geotérmica). En total, pues, 250 millones de toneladas, sobre las que no existe más compromiso que el deseo.

Al mes siguiente, fuentes gubernamentales anunciaron que los recursos destinados a reducir las emisiones contaminantes y promover políticas de ahorro energético se duplicarían, incluyendo en el plan el cierre de las unidades de producción obsoletas, la promoción del uso de nuevas tecnologías y una mejor gestión de las industrias contaminantes y consumidoras de energía, dado que son estas las que han inducido el fracaso en la reducción del consumo energético. En septiembre, se ha creado una red nacional de vigilancia del clima. El Consejo de Estado, por otra parte, para condicionar el desprecio con que muchas autoridades territoriales enfrentan el desafío ambiental, ha ultimado un sistema de responsabilidad que hace depender la promoción de los funcionarios del Estado y del Partido de los logros obtenidos en materia ambiental. No serán pocas las dificultades que encontrarán a la hora de poner en práctica estas medidas.

Las buenas intenciones se completan con la fascinación creciente que muestran los chinos con las biotecnologías y la energía verde. En China el maíz será sustituido por la patata dulce y el sorgo en la fabricación de etanol. China espera producir un millón de toneladas al año con cuatro fábricas en funcionamiento. En 2020, Beijing espera multiplicar por 10 la producción de etanol. Los promotores de la iniciativa, a instancias de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, ambicionan no solo proteger el ambiente sino también reducir la factura petrolera.

La evolución climática y la seguridad energética del planeta de aquí a 2030 dependerán, en gran medida, de la capacidad de China (y de la India) para frenar su consumo de energía, que progresa a una velocidad dos veces superior a la media mundial, según fuentes de la Agencia Internacional de la Energía. En 2010, China podría desplazar a EEUU de la posición de primer consumidor mundial, si bien tanto en consumo como en emisiones por habitante, quedará aún a un nivel muy inferior al de los países industrializados. Las previsiones señalan que China, en razón de su desarrollo industrial, podría concretar una demanda de energía creciente del 5,1% anual hasta 2015. Su parque de automóviles, por ejemplo, podría multiplicarse por siete alcanzando los 270 millones de vehículos. Se calcula que en 2015 también superará a EEUU en venta de vehículos nuevos. En consecuencia, las emisiones de CO2, responsables de la lluvia ácida en Corea del Sur o Japón, podrían crecer una media del 3,3% anual.

Nadie puede alegar ignorancia(7). En consecuencia, se requieren compromisos firmes de las autoridades que vayan más allá de los enunciados. Las palancas al alcance del gobierno chino no son pocas y debiera utilizarlas al completo para consolidar el cambio de tendencia que ahora parece iniciarse. Por su parte, los países ricos, además de gestionar su propia cuota de responsabilidad, debieran acompañar ese proceso participando de modo activo en el fomento de una cooperación internacional que, en este ámbito concreto, es condición sine qua non para que se produzcan avances reales y apreciables.


Notas:

(*) Xulio Ríos, director del Igadi y del Observatorio de la Política China (Casa Asia–Igadi) y autor de “Mercado y control político en China” (La Catarata, 2007). 

(1) Un balance general del XVII Congreso del PCCh por parte del autor es accesible en www.politica–china.org.

(2) Despacho de la agencia Xinhua del 20 de noviembre de 2007.

(3) Despacho de la agencia Xinhua, 27 de enero de 2007.

(4) En China Daily, 19 de julio de 2007.

(5) Despacho de la agencia Xinhua, 15 de noviembre de 2007.

(6) En Renmin Ribao (Diario del Pueblo), 20 de noviembre de 2007.

(7) Visiones generales en: MURRAY, G. y COOK, I.G. Greening China: Seeking Ecological Alternatives, Londres: Routledge, 2002. También en MURRAY, G. y COOK, I.G. The Greening of China. Beijing: China Intercontinental Press, 2004.