China

China no está para festejos

Por Xulio Ríos (*)
Observatorio de la Política China, 14/07/08

En los últimos años, coincidiendo con el comienzo del siglo, China asistió a un periodo de florecimiento excepcional, caracterizado tanto por la visibilización del elevado crecimiento de la economía del país desde la adopción de la política de reforma y apertura (iniciada a finales de 1978) como por la intensificación de esa tendencia con índices de dos dígitos, el aumento exponencial de su comercio exterior (alentado por el ingreso en la OMC), de sus reservas de divisas (1,68 billones de dólares a finales de marzo de este año) y de su protagonismo internacional.

Según afirma Justin Lin Yifu, director del Centro Chino para la Investigación Económica de la Universidad de Beijing y economista jefe del Banco Mundial, en el número de mayo de la edición china de la revista Harvard Business Review, la economía del gigante oriental podría ser, en términos absolutos, 2,5 veces mayor que la de EEUU en 2030, partiendo del hecho, entre otros, de que el PIB per cápita de los chinos equivalga entonces a la mitad del correspondiente a los estadounidenses. El PIB per cápita chino en 2007 fue de 2.556 dólares (frente a los 45.845$ de EEUU, según datos del FMI). El objetivo del gobierno es que en 2020 se llegue a los 3.500 $, doblando la cifra de 2000.

A finales de 2007, tres bancos chinos figuraban entre los cuatro más importantes del mundo, con el ICBC (Industrial and Commercial Bank of China) liderando la lista, seguido del China Construction Bank, en segunda posición, y del Bank of China, en cuarta. El británico HSBC va en tercera posición y el antiguo líder mundial, el estadounidense Citigroup, pasó a la sexta posición.

Todo ese cúmulo de destellos positivos, que no pueden ocultar otros datos preocupantes (un informe reciente de UNICEF señala que la tasa de mortalidad infantil entre las poblaciones pobres sigue siendo muy elevada, a pesar de los avances: 24 por 1000 en 2006 frente a 45 por 1000 en 1990) debían culminar en 2008 en la exitosa celebración de los Juegos Olímpicos en Pekín, simbolizando tanto el éxito de la modernización como su vuelta al mundo después de milenios de autoaislamiento. No obstante, este año, la secuencia de desastres naturales, las dificultades de la economía mundial, tensiones políticas internas y la exacerbación de las críticas exteriores, generó un acentuado cambio de atmósfera hasta el punto de que la fiesta parece haber acabado antes de empezar.

La inflación, problema número uno

Las previsiones oficiales aseguran que la economía china seguirá creciendo a una tasa anual del 10,4% en 2008, más lenta de lo inicialmente contemplado debido al deterioro del ambiente exterior y la apretada política interna, indica un informe de la Universidad Popular de China y la firma Donghai Securities. En 2007 creció un 11,9%, el quinto año consecutivo con un crecimiento de dos dígitos. Según el mismo informe, el PIB aumentó en el primer trimestre un 10,6%, con una baja del 1,1 en relación al mismo periodo del año pasado, debido a la reducción de la demanda externa y las tormentas de nieve que azotaron el sur del país en enero, las peores de los últimos 50 años. Las estimaciones apuntan a que el superávit comercial se reducirá este año en un 10%.

Por su parte, fuentes del Banco Mundial, según las cuales China ya superó a Japón para convertirse en la segunda economía del mundo en términos de paridad de poder de compra, establecen una previsión del crecimiento del 9,8%, en virtud del fuerte desarrollo del sector servicios, vaticinando también una ligera desaceleración. Según esta institución, el terremoto que se registró en el suroeste de China y que provocó inmensos daños (cerca de 100.000 muertos y desaparecidos, más de 350.000 heridos, 12 millones de desplazados, varias ciudades totalmente destruidas, y unos 20 mil millones de euros en pérdidas, según las primeras estimaciones oficiales), tendrá un efecto macroeconómico moderado, ya que las zonas afectadas por el desastre representan una pequeña parte de la economía del conjunto del país.

Esa moderación del crecimiento, anhelada por los dirigentes durante mucho tiempo para evitar el sobrecalientamiento de la economía, preocupa en China por que se da en un contexto que presenta algunos factores negativos altamente sensibles. No se trata sólo de la Bolsa, que en Shanghai, por ejemplo, cayó un 50% entre octubre de 2007 y abril de 2008, sino, sobre todo, de la inflación, problema número uno que trae de cabeza a las autoridades.

En mayo, la inflación ascendió al 7,7%, después de registrar un 8,5% en abril (otras fuentes señalan que en realidad debe doblarse esa cifra). El objetivo del gobierno es llegar a final de año con un 4,8%, que a día de hoy parece imposible. El alza en el precio de los cereales es considerado el principal motor de la inflación, dado que los alimentos representan una tercera parte del IPC. El precio de la carne aumentó el 37,8% y la de cerdo un 48%. Por término medio, en mayo, los alimentos aumentaron un 19,9%.

Por otra parte, el incremento del precio de las materias primas ejerce también una fuerte presión que requerirá de una politica monetaria relativamente restrictiva y la imposición de reequilibrios que reduzcan las distorsiones, especialmente repercutiendo en los consumidores esta nueva situación. Las gasolinas, por ejemplo, registraron en julio un aumento del 15%, y se anuncian aumentos de la electricidad y los transportes.

Según el subdirector del Buró Nacional de Estadísticas (BNE), Xu Xianchun, estos datos no son coyunturales. En declaraciones a la revista China Economic Weekly, vaticina una etapa de reajuste y la desaceleración del crecimiento en los próximos años. Reconociendo que en 2008, China enfrenta una situación muy dura en términos de inflación, Xu advierte de la enorme presión que deberá soportar la economía china si no logra contenerse.

El aumento de los precios de los alimentos y del coste de la vida genera importantes tensiones y alarga el descontento. El fantasma de Tiananmen sobrevuela los tejados de Zhonanghai, sede del gobierno. El primer ministro, Wen Jiabao, estrecho colaborador de Zhao Ziyang en 1988 cuando una situación similar provocó la multiplicación de las dificultades que luego desembocaron en la crisis de junio del año siguiente, asegura que todo está bajo control y mientras con una mano adopta medidas impopulares, con la otra mitiga el malestar tratando de meter en cintura a los corruptos. Esa combinación de avance de la corrupción y de incremento de las dificultades para sobrevivir fue, en buena medida, la causa primera de la crisis de 1989. Quizás tirando lecciones del pasado, el PCCh se apuró a aprobar días atrás un plan quinquenal anticorrupción. Son muchos los que creen que servirá para bien poco. En Weng’an, en la provincia de Guizhou, el 29 de junio, un alzamiento popular incendiaba la sede del gobierno local, de la policía y del comité local del PCCh ante las sospechas de connivencia de la policía y las autoridades locales en el encubrimiento de un asesinato.

Conviene tener en cuenta que los precios de los alimentos suponen más del 30% del presupuesto de las familias más pobres y de clase media. El precio del arroz, por ejemplo, un alimento básico, aumentó un 60% desde comienzos de año, sin que el gobierno fuera capaz de impedirlo. China afronta esos encarecimientos con una politica de autosuficiencia agrícola a largo plazo (hoy situada en el 95 o 90%), habida cuenta que el fenómeno actual no es temporal sino que puede durar varios años. Con una población tan considerable (20% del total mundial) y escasa tierra cultivable (7% de la superficie total del país) la provisión de alimentos es una misión esencial para el gobierno chino, pero la convergencia de abandono, de emigración hacia las ciudades de la mano de obra en busca de mejores salarios –algunas fuentes estiman que en los próximos 15 años se trasladarán a las ciudades entre 300 y 400 millones de chinos (entre 1996 y 2006 se redujo en más de 80 millones de habitantes la población rural)– y la reducción de la tierra cultivable debido a la acelerada urbanización, la expansión industrial y la desertificación (en la última decada se perdió un 5,5% de la superficie fértil), complica las expectativas gubernamentales. El aumento del gasto oficial en desarrollo rural (30% en relación a 2007) parece insuficiente para frenar estas tendencias.

El problema para el gobierno radica en que buena parte de las causas de esta inflación son externas o dependen de factores incontrolables como la propia naturaleza y, por lo tanto, escapan a su intervención. Frente a las alzas mundiales de los precios del petróleo, de los cereales y de otras materias primas, sólo puede reaccionar con medidas paliativas.

Llover sobre mojado

Persisten, por otra parte, fenómenos como las disparidades entre las áreas urbanas y rurales, que no dejan de crecer a pesar de las anunciadas inversiones gubernamentales tanto en infraestructuras como en compromisos sociales. La protección de los derechos de los campesinos frente a los abusos de poder de los corruptos jefes del partido y de los intereses de los trabajadores inmigrantes (hoy unos 130 millones, es decir, casi 60 millones más que hace una década según fuentes del BNE), equiparando su estatus al de los residentes urbanos, es más fácil de proclamar que de efectivizar. Por otra parte, la presión en materia de empleo es muy dura, como admite el propio ministro de trabajo y seguridad social, Tian Chengping: “cada año entran en el mercado laboral unos 20 millones de personas, pero en las zonas urbanas solamente se pueden crear unos 12 millones de puestos anuales”. La previsión oficial de desempleo para 2008 es del 4,5%, cifra que otras fuentes llegan a multiplicar, al menos, por dos.

Asimismo, mal que le pese al gobierno, a quien no se le pueden negar empeños en este aspecto, las desigualdades sociales no hacen más que crecer: la diferencia entre el bienestar urbano y el rural llegó a 3 ,3:1 en 2006, en comparación con el promedio mundial de 1,8:1. En 2007, en China siguió aumentando el número de ultramillonarios (20,3%), llegando a 415.000 según el estudio anual de Merrill Lynch y Capgemini. Mientras la gran masa de consumidores chinos utiliza su poder de compra para castigar las multinacionales occidentales que se alinean con las posiciones del Dalai Lama o secundan las protestas contra la antorcha olímpica, los millonarios comienzan a condicionar gustos y estilos de las multinacionales del lujo, que sucumben gustosamente a sus caprichos. China es su gran mercado emergente.

En marzo último, en las sesiones anuales de la Asamblea Popular Nacional (APN), Wen Jiabao anunció una política monetaria austera para resolver los problemas de liquidez excesiva y fuertes inversiones en agricultura, educación, asistencia médica y seguridad social. La masiva inversión en programas sociales indicaría una voluntad de socialización del crecimiento, prestando más importancia al bienestar de los habitantes rurales y de los urbanos de escasos recursos con políticas activas. Pero tarda en materializarse.

Un otoño caliente

Todos estos problemas, en buena medida opacados por las celebraciones olímpicas, eclosionarán en septiembre, incidiendo de forma considerable en la agenda oficial. Hay tristeza por las dificultades surgidas, tanto internas (el terremoto de Sichuan, especialmente, afectó el ánimo de los chinos) como externas (las críticas occidentales les hicieron perder cierta ingenuidad).

A las dificultades conocidas (inflación, energía, sector inmobiliario, empleo, etc.) se suman las tensiones sociales y políticas que siguen ahí y que podrían manifestarse de forma más virulenta en forma de críticas a un régimen que tiene dificultades para explicarse. China llega extenuada a estas Olimpiadas, en pleno cambio de ciclo que coincide con un cambio en el modelo de crecimiento y fuertes tensiones de todo tipo.

El recurso al nacionalismo, una vez más, puede ser un buen antidoto como factor de cohesión, pero difícilmente calmará la irritabilidad social que no pasará por alto la desigual forma en que la crisis afecta a unos y a otros. El lanzamiento de una nueva nave y el primer paseo espacial de un taikonauta, previsto para octubre, servirá al gobierno para recabar la confianza y la complicidad social, pero valdrá de bien poco si los problemas de la vida cotidiana de los chinos no experimentan un avance apreciable. Tan abultada agenda puede aplazar el ajuste de cuentas con todos aquellos que intentaron aprovechar la atención olímpica para saldar deudas con el régimen que podría, nuevamente, enrocarse en una defensa numantina esperando la llegada de tiempos mejores.


(*) Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (Casa Asia–IGADI).