Un triángulo peligroso

Ataque en Bombay

India tiene demasiados frentes abiertos

Por Txente Rekondo (*)
La Haine, 29/11/08

Los ataques coordinados de esta semana en Bombay han vuelto a poner sobre la mesa uno de los múltiples conflictos que tienen lugar en India, y que en buena medida son el fruto de la política descolonizadora que se materializó a principios del siglo pasado. En esta ocasión, la violencia ha salpicado el centro económico del país, y ha puesto de manifiesto que el pomposo título de “la democracia más poblada del mundo” esconde tras su fachada importantes problemas que en ocasiones acaban por demostrarse como estructurales, y que no hacen sino agrietar cada día que pasa los pilares del estado indio.

Algunos analistas occidentales, y también algunos locales, se han apresurado a calificar estos ataques como el “11–s indio”, tal vez porque en esta ocasión los objetivos elegidos (materiales y personales) les toca más cerca. Pero no debemos de perder de vista la perspectiva histórica en India, ya que la misma nos puede traer a la memoria los ataques que se han producido en Bombay en los últimos años, algunos de los cuales han provocado muchas más victimas mortales. Así, ya en 1993 fue atacado el edificio de la bolsa (icono económico del país), y más recientemente, hace dos años, más de doscientas personas perdieron la vida en los ataques contra os trenes de la ciudad.

Sin embargo en esta ocasión estamos ante un cambio sustancial, sobre todo en el modus operandi de los ataques. Hasta ahora, muchos de los atentados han sido contra zonas públicas y por medio de explosiones, sin embargo, en esta ocasión el método elegido (armas y granadas). Así como los objetivos (más selectos y elitistas) indican un cambio a tener en cuenta. El método ha sido elaborado con minuciosidad y se ha elegido un momento y una forma que ha logrado captar la atención mediática tanto en India como en buena parte de los medios extranjeros, logrando una importante propaganda los autores de los ataques.

Además, la selección de objetivos extranjeros y de locales frecuentados por éstos y por las élites locales ha sacudido la tranquilidad de buena parte de esos actores, que hasta ahora asistían a los diferentes actos violentos que se suceden el al país como meros espectadores. Pero en esta ocasión la violencia se ha reproducido por las calles de una de las metrópolis de India, dejando altamente preocupados sobre su propia seguridad a esos grupos que hasta ahora veían la situación desde la barrera, y seriamente disgustados ante lo que se presume una clamoroso fallo de seguridad por parte de las fuerzas policiales y militares del país.

La autoría de los ataques ocupa buen aparte de las noticias estos días. Para las fuentes oficiales indias, acostumbradas a ver la mano de “estados extranjeros” en los atentados, los militantes de grupos como Laskhar–e–Toiba (el ejército de los puros) o Jaish–e–Mohammed (el ejército del profeta), que ya atentó contra el parlamento indio en 2001, serían los que han protagonizado los atentados. El hecho de que podrían haber venido desde Pakistán (como recientemente se señaló en los atentados de Assam a cuyos autores se les presentaba como provenientes de Bangladesh) avalarían las tesis de una participación extranjera (algunos ya apuntan al apoyo del ISI, los servicios secretos paquistaníes) en lo ocurrido.

Otros prefieren ser más cautos, y no olvidan presentar la lista de organizaciones musulmanas indias que en el pasado han mantenido enfrentamientos armados con los diferentes gobiernos del país. El Movimiento de Estudiantes Islámicos de India (SIMI) o los Mujaidines de India (IM) son las principales organizaciones que centran la represión gubernamental.

Históricamente una parte importante de la comunidad musulmana india percibe su situación como el fruto de una política del gobierno central orientada hacia su exclusión de la vida política y social del país. Desde mediados del siglo pasado los movimientos de carácter islamista se han venido sucediendo en India, pero ya a partir de las últimas décadas éstos han mostrado una transformación y una radicalización que se va a plasmar en las organizaciones anteriormente citadas. Ya en 1999 los dirigentes del SIMI manifestaron que “el Islam es nuestra nación, no India”, al tiempo que se ha intensificado la propagación de una versión neoconservadora del Islam entre los musulmanes indios.

Los apoyos recibidos por parte de instituciones u organizaciones de Kuwait o Arabia Saudi han sido claves en ese desarrollo y en la creación de redes de escuelas y “círculos de estudios” por todo el país.

Las actuaciones del estado han aumentado ese sentimiento de rechazo. Muchos perciben su situación Comcel fruto de injusticias cometidas por parte d el estado, la policía, la judicatura y otros aparatos o instituciones gubernamentales. “Esa rabia se ha venido manifestando en los últimos años en formas cada vez más violentas”, señala un analista local. Además, la respuesta gubernamental, aplicando las medidas más represivas de la ya de por si represiva legislación india, no hace sino aumentar ese descontento. Las detenciones indiscriminadas, los abusos de poder y la marginación no hacen sino enfurecer todavía más a los estratos más jóvenes de la población musulmana.

Muchos empiezan a ver este tipo de actuaciones como respuesta ala violencia comunal, y como la única alternativa ante un estado que promueve una India “hinduista y comunal”. De momento, es cierto, que esta corriente representa una minoría dentro de la comunidad musulmana de India, pero si la situación no se corrige a tiempo, y enlazada a otras situaciones, su peso puede crecer en los próximos años.

India representa todo un puzzle de conflictos que agrava todavía más la situación. En los últimos años, las guerrillas maoístas se han convertido en el principal quebradero de cabeza del gobierno, que tiene que enfrentarse a los militantes del PCI (maoísta) en muchos estados indios. Por otro lado nos encontramos con todo un abanico de movimientos independentistas en los estado del noreste de India (el pasado 30 de octubre, más de cien personas murieron en atentados en Assam), con la violencia protagonizada por organizaciones hinduistas radicales, que actúan en torno a conflictos de castas, religiosos o sobre propiedades de la tierra, y que por lo general no tiene el eco mediático que el resto (recientemente, en septiembre estos grupos atentaron en dos ciudades de mayoría musulmana, Malegaon y Gurajat).

Y por si todo ello fuera poco, el conflicto en Jammu & Kashmir ha dado un importante giro en los últimos meses, y un movimiento de protesta cívica ha puesto contra las cuerdas al gobierno central y sus colaboradores locales, y el acuerdo nuclear con EEUU ha generado una importante crisis dentro de la alianza gubernamental. Finalmente, el movimiento taliban ha declarado a India como objetivo militar ante la participación de ésta en la ocupación de Afganistán.

Las consecuencias de estos ataques tendrán repercusiones locales y externas. La proximidad electoral ha puesto en marcha las maquinarias de los diferentes partidos que no dudan en aprovechar la situación para alcanzar el gobierno. Y el endurecimiento de la legislación represiva puede convertirse en una bandera propagandística ideal a la luz de los acontecimientos. En clave exterior, el reciente acercamiento de India y Pakistán puede verse seriamente cuestionado si se confirma la procedencia de los atacantes. Y no se puede perder de vista los acontecimientos que se sucedan también en Jammu&Kashmir (elecciones y protestas).

La progresiva división estructural, junto ala dinámica de múltiples violencias y conflictos, hacen que el proyecto indio para liderar un mundo bipolar en el siglo veintiuno esté en entredicho. Un país con fuertes raíces comunalistas y enfrentamientos de todo tipo difícilmente podrá afrontar a largo plazo los retos que se le acercan. Y mientras tanto, las grietas se agrandan en el proyecto indio.


(*) Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)