Bolivia

La derecha obtuvo los muertos-bandera que buscaba

Al límite la “revolución” democrático burguesa del MAS

Por Miguel Lora Fuentes
Bolpress, 25/11/07

El proceso de reformas económico sociales que se lleva adelante en Bolivia ha llegado a un punto de inflexión. De aquí en adelante, ningún intento de conciliación con las minorías de derecha parece viable, a no ser que el régimen nacionalista del MAS modere aún más sus reformas y renuncie definitivamente a la “revolución democrática” que pregona. La derecha pateó el tablero del debate democrático en la Asamblea Constituyente y ya obtuvo los muertos-bandera que buscaba para desacreditar, y eventualmente derrocar, al gobierno “tirano” del MAS. El prefecto Rubén Costas declaró “persona no grata” en Santa Cruz al Presidente de la República Evo Morales, mientras que cinco prefecturas preparan la instalación de gobiernos autonómicos “de facto” y llaman abiertamente al desacato de la “mal parida” Constitución Política del Estado aprobada en grande el sábado.

Favorecido con el 54 por ciento de los votos en los comicios de 2006, una verdadera paliza electoral para la derecha, el gobierno del MAS supuso que podría gerentar la democracia liberal sin mucho sobresalto mientras se aprobaba un paquete mínimo de reformas en la Constituyente. Pero, muy pronto, el régimen quedó prácticamente inmovilizado por una intrincada telaraña de normas y leyes escritas expresamente para mantener el sistema;  sometido a la voluntad de nada menos que de una minoritaria oposición que comenzó a conspirar contra el “indio” desde el mismo momento en el que se sentó en la silla presidencial; y, lo peor, sin la menor posibilidad de reconducir la Constituyente, es decir “el gran escenario de acuerdos y pactos estructurales de la sociedad para resolver los conflictos que han atravesado la sociedad boliviana desde su formación como Estado en 1825”. (Vicepresidente Alvaro García Linera).

La convulsión social en Sucre de las últimas 36 horas -que deja como saldo preliminar tres muertos y más de una centena de heridos-, confirma una vez más la tesis de que si bien Evo Morales llegó al gobierno, las mayorías oprimidas aún no han tomado el poder, como en su momento demostraron el choque sangriento entre obreros y empresarios en Huanuni y los enfrentamientos entre cocaleros y fuerzas de derecha en Cochabamba a principios de año.

El gobierno de Morales reconoció esta limitación y apostó por la Asamblea Constituyente como escenario de lucha por el poder y contra el carácter colonial y monocultural del Estado liberal, en el entendido de que existían dos caminos para dirimir la pugna abierta: la guerra civil o el armisticio social. Cerrada una de las dos vías, ¿qué papel asumirá el régimen en este momento de transición? ¿Evo querrá pasar a la historia como el Kerensky boliviano; preferirá seguir los pasos del ex presidente Hernán Siles, cuyo gobierno fue la antesala de la más despiadada dictadura del capital que ha conocido el país; se definirá de una vez como lo hizo su “abuelo mayor” Fidel Castro?

La derecha nunca quiso debatir y pateó el tablero en la Constituyente

La derecha llegó diezmada a la Asamblea Constituyente, proponiendo un proyecto de desarrollo nacional derrotado en la vida real, en las calles y en las urnas. En calidad de fuerza política minoritaria, tuvo que defender el viejo liberalismo occidental ante un renovado indigenismo comunitario mayoritario, en un momento en el que se revela a escala planetaria la inviabilidad ambiental, política y social del modelo de desarrollo capitalista. Derrotada y sin discurso, la derecha no vio otra salida que patear el tablero y salir corriendo por la ventana.

Las elites económicas siempre se opusieron a la Constituyente. Se necesitaron siete años de permanente lucha, con mucha sangre derramada en el camino, para obligarlas a debatir con el movimiento popular asuntos de los que casi nunca se hablaba: el modelo de desarrollo capitalista, los límites de la democracia liberal representativa, el latifundio, la propiedad de los recursos naturales... Prácticamente obligada, la burguesía tuvo que discutir la caracterización y la estructura del Estado colonial.

Los intereses contrapuestos de la burguesía nacional peona de las transnacionales y de los mayoritarios sectores sociales empobrecidos quedaron en evidencia apenas instalado el debate. Aunque parezca irónico, los movimientos sociales que se abrieron paso con la acción directa callejera luego fueron abanderados de la continuidad del debate democrático, mientras que la derecha exacerbó los sentimientos provincianos y demostró estar dispuesta a dividir el país a través de una guerra civil sangrienta para preservar los intereses de las clases dominantes y asegurarles, al menos, algunos pedazos de país convertidos en territorios autonómicos.

El MAS nunca planteó un cambio revolucionario en el sentido estricto del término. El Presidente Morales ha repetido hasta el cansancio que respetará la propiedad privada -inclusive los grandes latifundios “productivos”- y que garantizará seguridad jurídica para las transnacionales, con las cuales no ha roto. Las reformas nacionalistas de Morales respetan y hasta garantizan los intereses de la burguesía nacional. Promueven el reconocimiento de culturas y formas de producción y de propiedad comunitarias no para que reemplacen sino para que “convivan” con la economía capitalista.

El gobierno hizo concesiones; el ala conservadora jamás sometió a escrutinio público sus dogmas y no retrocedió un milímetro en su posición. La Junta Democrática de Bolivia, el nuevo partido de derecha conformado por los dirigentes cívicos y políticos más reaccionarios de Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija, Cochabamba y Chuquisaca, propone construir una “República libre y organizada en un estado soberano de derecho”, cuya forma de gobierno sea el sistema democrático y cuya organización territorial se base en el régimen autonómico departamental y descentralizado. Reconoce “la propiedad estatal en los recursos naturales no renovables”, pero reclama respeto absoluto para la “propiedad privada y el libre comercio como motores del desarrollo del país”.

Sintiéndose amenazados y perseguidos, los cívicos y prefectos de la “media luna” y sus expresiones políticas recurrieron a distintas estrategias para retrasar, desviar y sabotear el debate en la Asamblea. Al comenzar las discusiones, su principal bandera fue que la nueva Constitución se apruebe por dos tercios de voto como garantía de respeto a las “minorías”. Luego combatieron el carácter “originario” del Foro y el Estado “Plurinacional”. Más tarde impulsaron la lucha de un minúsculo grupo político chuquisaqueño que puso en brete al foro exigiendo debatir un asunto marginal: la “capitalía plena”.

Muchos afirman que el diálogo en la Constituyente nació muerto. ¿Qué podía esperarse de la negociación con sectores políticos ultraconservadores que bloquean cualquier propuesta de cambio, por más moderada que sea? ¿Acaso el MAS no corría el riesgo de entibiar cada vez más la “revolución democrática” en pos de la concertación?

Momento de decisiones

Quedan en nada los acuerdos a los que arribaron el MAS y representantes políticos de la Suprapartidaria (UN, MNR, CN, AS, MOP, ASP, MBL, MCSFA y el independiente Lindo Fernández, ex Podemos).  Las nueve fuerzas políticas habían acordado construir un Estado “unitario, social de derecho, plurinacional, comunitario y autonómico”, un “avance histórico” según el Vicepresidente Alvaro García Linera porque se reconoció la dimensión plurinacional y comunitaria del Estado social de derecho y la dimensión autonómica y descentralizada, sin excluir a nadie y articulando los grandes ejes de tensionamiento y de demanda que caracterizaron a la Bolivia republicana.

La comisión política delineó las bases de un Estado integrador y plural asentado en la “complementariedad intercivilizatoria” que reconoce una “economía plural” on tres formas de propiedad: la estatal, la comunitaria y la privada, todas ellas conducidas por un Estado planificador que ejerce la dirección integral del desarrollo económico. Se perfila una Constitución Política del Estado “mestiza”, anunció en su momento el jefe de Unidad Nacional Samuel Doria Medina.

Los integrantes de la Suprapartidaria decidieron “fomentar y promocionar” el área comunitaria de la economía como alternativa solidaria, tanto en el campo como en la ciudad, y a la vez se comprometieron a respetar la propiedad privada, la sucesión hereditaria, la propiedad individual y colectiva sobre la tierra, la iniciativa empresarial y la seguridad jurídica.

Podemos de Jorge Quiroga, la fracción política más conservadora de la Asamblea, no participó en los debates de la “Suprapartidaria”, a diferencia de otros representantes de fuerzas conservadoras como el MNR y Unidad Nacional. A último momento, la centro derecha rompió los pactos y dejó solo al MAS y a otras fuerzas minoritarias que aprobaron el sábado un primer borrador de la nueva Carta Magna con las consecuencias conocidas.

Los acontecimientos en Sucre agudizan la polarización política y profundizan una larga crisis estatal caracterizada por el antagonismo, la inestabilidad y la incertidumbre. Sin embargo, también se abren nuevas perspectivas porque en momentos de crisis se gestan los cambios y los soldados toman partido. Los sectores movilizados en Sucre no tardarán mucho tiempo en pedir cuentas a sus líderes cuando se aclare el trasfondo de la reivindicación regional impuesta artificialmente en un momento constitutivo. Demorará un poco más la sociedad cruceña en entender que su gobierno autonómico será ilegal mientras no sea reconocido por la Constitución.

Según el Vicepresidente García Linera, el país vive un momento de crisis estatal “en proceso de resolución” en el que combaten dos fuerzas antagónicas: la derecha integrada por la burguesía agroindustrial del oriente (Branco Marinkovic y los cívicos de la media luna), pequeños grupos radicales “semifascistas” (que aparecieron en Sucre) y sus brazos políticos (Podemos, MNR, UN), y un nuevo bloque de poder de “pequeños productores” del área urbana y rural (campesinos, artesanos, comerciantes y segmentos del empresariado privado vinculados al mercado interno) y una burocracia estatal con influencia económica que tiene a mano importantes “resortes” o herramientas de cohesión social como la inversión pública (bonos para los ancianos y los estudiantes, grandes obras de infraestructura, etc.).

No hay empate catastrófico entre los dos bandos, asegura García Linera, sino el surgimiento de resistencias locales de elites que carecen de un proyecto de sociedad viable y creíble frente al nuevo bloque de poder. El mandatario opina que la resolución del tensionamiento y la definición de la nueva personalidad del Estado está más cerca de lo que parece.