Bolivia Arde

 

Un complejo calidoscopio

Direcciones, clase y etnia

 

Varios problemas estratégicos se entrelazan en el proceso boliviano, y hacen a la crisis de dirección y de perspectiva de poder, política y socialista. Parte de estos problemas son las complejas relaciones entre las cuestiones de clase y las étnicas. De esto derivan las explicaciones del rol de las diversas direcciones y los límites que ha tenido –hasta ahora– este primer capitulo del proceso.

Las direcciones

Las principales direcciones políticas de los explotados y oprimidos son Evo Morales (Cocaleros) del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia (sin relación alguna con nuestro partido) que en las ultimas elecciones salió segundo con el 21% de los votos; Felipe Quispe, dirigente de la CSTCB (Federación Campesina) y del partido MIP (Movimiento Indigenista Pachakuti) y Jaime Solares, de la COB. En Cochabamba, al frente de la "Coordinadora del agua" está una cuarta corriente, la de Oscar Olivera.

En el caso de Morales, creemos que se trata en Bolivia del más pleno representante del oficialismo del Foro Social Mundial. Esto es, se trata de la corriente "neo reformista" de "defensa de la democracia" y "humanización del capitalismo". Por esto su estrategia es enteramente dentro del régimen y su perspectiva –antes de la insurrección popular– era simplemente trabajar por ganar las elecciones del 2004 y el 2007. Por ejemplo, ante la reciente crisis, la posición oficial del MAS fue la siguiente: "pensamos que al pueblo le conviene más seguir con el hilo democrático porque este gobierno es imposible que en las próximas elecciones gane, empezando por las municipales que serán el próximo año. Saldrán perdedores los del gobierno, y el movimiento social, los movimientos populares de Bolivia van a ganar contundentemente este proceso. Así que a nosotros más que a nadie nos interesa mantener y ser garantía del proceso democrático, por eso estamos agotando todas las posibilidades políticas de obligar al gobierno a un diálogo".

En cuanto a la problemática indígena, su perspectiva seria "integracionista", esto es, una suerte de solución al problema de la opresión nacional dentro del Estado capitalista actual.

En el caso de Felipe Quispe, se trata de un fenómeno más complejo. Proviene de la tradición del katarismo, que es la corriente campesina e indígena que reivindica a Tupac Katari, el líder del levantamiento indígena contra los españoles a fines del siglo XVIII. Sus planteos son estrechamente indigenistas y de prioridad de las cuestiones étnicas sobre las cuestiones de clase, por lo que deja afuera al resto de los campesinos y trabajadores no aymaras, mestizos o de otras etnias. Su brazo político es el MIP y también tiene –de hecho– una estrategia de tipo reformista, de autoaislamiento sectario en pos de la refundación de un nuevo Estado aymara (llegan al extremo de tomar el nefasto ejemplo de Israel como caso exitoso de fundación de un nuevo estado étnico).

Jaime Solares, por su parte, refleja una nueva camada de dirigentes en los sindicatos y la reubicación de la COB más a la izquierda en el último período, habiendo desplazado a los dirigentes que estaban con Sánchez de Lozada. Integra la corriente "sindical antineoliberal" de tendencia más clasista, aunque no deja de ser reformista y sindicalista.

Por ultimo, Oscar Olivera de la "Coordinadora del Agua", de la mano de intelectuales de moda en Bolivia –como Álvaro García Linera– son la expresión mas visible en ese país de la corriente "autonomista" (estilo Zamora acá).

Esta claro que –lamentablemente– la tradición del socialismo revolucionario, el trotskismo, aparece debilitada en Bolivia. Esto se debe en parte a las características históricas de su principal representante en ese país, el POR, de rasgos agudamente sectarios y oportunistas casi completamente cristalizados, aunque ha sido parte de la tradición del movimiento obrero boliviano por mas de 60 años.

Evidentemente Bolivia no escapa a las generales de la ley. Con una enorme tradición de lucha y combatividad, con un amplio desarrollo de organizaciones de todas las capas de los explotados y oprimidos, el problema de la dirección política –y más propiamente del partido revolucionario– parece estar presente con mucha fuerza y con características similares a la crisis de alternativa socialista que todavía está presente a nivel mundial.

Clase y etnia

Como hemos dicho, dos tipos de tensiones y reivindicaciones se entretejen en el proceso boliviano: los problemas de clase y los de autodeterminación nacional indígena y de identidad territorial. Esto es lo que hace tan complejo el cuadro de conjunto, y hace al programa de fondo de cada una de estas direcciones. A este cuadro se agregan las condiciones de desestructuración social de amplias porciones de trabajadores y de crisis de alternativa política socialista.

En Bolivia, la cuestión indígena y campesina ha estado siempre muy presente. El proceso de crisis y de falta de desarrollo de fuerzas productivas ha dejado una enorme porción de su población en el campo y las ciudades sumida en la más absoluta miseria. Entre los asalariados es conocido el caso del cierre y privatización de las minas, que afectó al corazón de la clase trabajadora boliviana con el despido de 30.000 mineros ( luego de la derrota del ’85).

En el caso del campo, infinidad de pequeñas propiedades de una parcela de tierra (minifundio) obtenidas con la revolución del ’52, están en crisis total, producto de la concentración capitalista, sin financiamiento, tecnificación ni asistencia alguna por parte del Estado.

Este campesinado se entronca, desde el punto de vista de su identidad, con las referencias indígenas y la reivindicación de su cultura y formas de organización históricas previas a la colonización de América.

Y ante el debilitamiento de la identidad de clase en las ultimas décadas, esto se ha reforzado. Movimientos nacionalistas como el de MIP de Quispe ponen la identidad nacional indígena aymara por encima de la identidad de clase, de la condición de trabajadores, y contrapuesta a otro género de identidades (e incluso a otras etnias).

Dice el Mallku: "Los aymaras tenemos un pensamiento propio, diferente del pensamiento europeo. Los criollos bolivianos siempre nos han considerado a los aymaras como salvajes, casi animales. Los aymaras provenimos de una gran cultura basada en la solidaridad, en la armonía entre las personas y con la naturaleza (...) Por otra parte, han aparecido los grupos de izquierda, que son sumamente débiles en Bolivia e intentan darnos línea. Peor aún: ellos han estado muy periféricamente en este movimiento, en ellos se está imponiendo su condición K’ara (blancoide) a su condición de revolucionarios, y están pretendiendo dar línea sin conocer ni importarles lo que piensan los Mallkus (máxima autoridad masculina) y Mama T’allas (máxima autoridad femenina) que recogen las disposiciones de las comunidades y las gentes aymaras urbanas organizadas" (Bolpress, 14/10).

Al mismo tiempo, en contraste con la posición "integracionista" de Morales, la posición de Quispe "sigue la clara tradición de los guerreros aymaras: propone una reconformación de la Nación aymara, con la reconstitución de las instituciones sociales y económicas que han pervivido con gran fuerza, o la adaptación de estructuras españolas al Estado aymara. La postura del Mallku puede calificarse de nacionalista y eso atrae a los aymaras rurales, quienes, por el odio racial ejercido contra ellos por el Estado boliviano, se han afirmando de forma dolorosa en su identidad indígena. También atrae a una nueva pequeño burguesía".

Desde ya que el problema nacional e indígena es un problema real, y que se debe partir del reconocimiento incondicional de su derecho a la autodeterminación nacional. Pero este reconocimiento indispensable debe ser parte integral de una perspectiva más de conjunto, de transformación social, socialista del país, de desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo, que unifique al conjunto en su condición de trabajadores, sin quedarse en su aspecto meramente nacional.

En este marco se inscribe la cuestión de clase, en la cual aun hoy los mineros (a pesar de su reducción numérica) parecen seguir teniendo un lugar de enorme importancia. Es la COB, que como organización recoge esta tradición, la que parece seguir teniendo la posibilidad de organizar en su seno el resto de los movimientos. Y no se trata sólo de los mineros, sino de los fabriles, los docentes, los trabajadores de la carne, etc., todo un sector de trabajadores asalariados.

De la combinación y síntesis desde un punto de vista de clase de estas identidades, de la constitución de una verdadera alianza obrera, campesina y popular, depende la evolución del proceso. Pero esta síntesis es uno de los desafíos más difíciles de lograr, porque hoy impera el carácter fragmentario de la representación social y de los movimientos, o la contraposición sectaria de unos explotados contra otros, por su condición étnica, lo que obstaculiza la perspectiva de clase y socialista.

Roberto Sáenz