Un
debate histórico que vuelve a ser de rigurosa actualidad
Marxismo
y religión
Por
Roberto Sáenz,
Socialismo o Barbarie, periódico, 21/03/2013
“El
marxista debe ser materialista, o sea, enemigo de la religión;
pero debe ser un materialista dialéctico, es decir, debe
plantear la lucha contra la religión no en el terreno
abstracto, puramente teórico, de prédica siempre igual, sino
de modo concreto, sobre la base de la lucha de clases que se
libra de hecho y que educa a las masas más que nada y mejor
que nada. El marxista debe saber tener en cuenta toda la
situación concreta, encontrando siempre el límite entre el
anarquismo y el oportunismo (ese límite es relativo, móvil,
variable, pero existe), y no caer en el ‘revolucionarismo’
abstracto, verbal, y, en realidad, vacuo del anarquista, ni en
el filisteísmo y oportunismo del pequeño burgués o del
intelectual liberal, que teme la lucha contra la religión,
olvida esta tarea suya, se resigna con la fe en Dios y no se
orienta por los intereses de la lucha de clases, sino por el
mezquino y mísero cálculo de no ofender, no rechazar ni
asustar, ateniéndose a la máxima ultrasabia de ‘vive y
deja vivir a los demás’.”
(V. I. Lenin, “Actitud del partido
obrero ante la religión”, 26 de mayo de 1909)
Dos
hechos recientes –y, en cierto modo, complementarios– han
conmocionado la escena internacional. El primero fue la muerte
de Hugo Chávez. El segundo fue la elección del papa
Francisco al frente de la Iglesia Católica.
Desde hace semanas los hechos religiosos aparecen en el centro
de la atención. Antes de su muerte, Chávez reiteró
invocaciones a Cristo “para que lo salve de morir”, una
campaña que en realidad viene desde que enfermó de cáncer,
con crecientes referencias a su creencia en Dios, como
mostrarse “aferrado a Cristo”. Al mismo tiempo, el Papa
argentino está en
cadena internacional de una manera sin antecedentes con un
mensaje similar: la reivindicación de la religiosidad como
solución para los males de la humanidad. Nos dedicaremos
entonces a examinar el problema de la religión desde el punto
de vista del marxismo.
La
religión en el centro de la escena
En
esta discusión hay una suerte de novedad para los militantes
socialistas revolucionarios. El debate acerca de la religión
y qué posición tener acerca de ella no venía siendo común
en las últimas décadas, al menos no en el “mundo
occidental”. La enorme crisis y desprestigio de la Iglesia Católica, así como sus complicidades con cuanta dictadura ha habido
en el mundo y la pelea por los derechos de las mujeres y las
minorías que chocan contra ella forman parte del escenario
político de manera cotidiana. Sin embargo, aquí nos
referimos a otra cosa: qué
relaciones debemos tener los militantes revolucionarios con la
religión.
Si
bien en la década del 60 y 70 hubo una gran polémica
respecto de la Teologíade la Liberación y su significado[],
el debate sobre la religión y su abordaje desde el movimiento
obrero se remonta a más de un siglo atrás. En nuestra
generación militante nunca lo habíamos discutido, salvo
marginalmente. En todo caso, el retorno de esta problemática
es otro síntoma del recomienzo histórico de la lucha de
clases que vivimos, y que parece obligar a recorrer otra vez
debates estratégicos.
El
debate respecto de la posición del marxismo acerca de la
religión tiene una larga historia que se remonta a textos del
joven Marx como los fragmentos referidos a esta problemática
en la Crítica a
la Filosofía del Derecho de Hegel o La
cuestión judía. Luego Engels produjo textos específicos
respecto de la historia de la Iglesia Católica, y abordaron esta problemática desde distintos ángulos
Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y Gramsci.
Aquí
no nos interesa hacer un racconto
erudito de la cuestión, sino señalar algunos criterios
elementales del abordaje de la religión desde el marxismo,
que en estos últimos días de “fervor papal” han quedado
distorsionados no sólo por el oficialismo K, sino por
corrientes que se reclaman de izquierda[].
El abordaje materialista
de la religión
El
abordaje clásico desde el marxismo de la religión parte del
punto de vista del materialismo, de la terrenalidad de las
relaciones reales que parten de la producción y reproducción
de la existencia humana. Esta terrenalidad plantea –como lo
hacía ya Marx en sus textos sobre Hegel– que la religión
es, invariablemente, un
desdoblamiento o duplicación deformada del mundo real. Se
trata de una forma de representación del mundo real donde las
cosas aparecen invertidas: la humanidad crea la religión para
obtener tales o cuales paliativos “espirituales”. Pero en
la religión las cosas aparecen alteradas: parece ser un dios
el que crea la realidad y no al revés.
En
Marx esto tiene una forma conceptual de explicación: se trata del concepto de fetichismo o alienación. Este fenómeno es
un efecto real de la estructura social que hace que la
determinación de las cosas aparezca de manera invertida,
fragmentaria y distorsionada y no como realmente es. Esto es
propio de las sociedades basadas en la explotación del hombre
por el hombre, donde el desarrollo de las fuerzas productivas
no alcanza para liberar a la mayoría del yugo diario del
trabajo explotado.
Es
la clase obrera la que crea con su trabajo las riquezas que se
expresan en productos para el intercambio, mercancías. Y, sin
embargo, estas mercancías, por obra y gracia de la propiedad
privada de los medios de producción, les son expropiadas y
aparecen como un poder contrapuesto y ajeno a los trabajadores
mismos e, incluso, dotadas de poderes propios, independizados
del trabajo humano real.
Lo
mismo ocurre con la religión y con Dios: no aparecen como
subproducto de las representaciones de los hombres
cualesquiera sean las necesidades que las hayan producido,
sino al revés: la humanidad aparece como un subproducto de la
creación de un tal Dios, de una creación divina (como se ha
dedicado a reiterar Francisco en todos estos últimos días,
tirando tierra a los ojos de los explotados y oprimidos).[]
Decíamos
que la propia necesidad
histórica de la
creación de las religiones tenía una explicación
materialista. Cuando el desarrollo de las fuerzas productivas
de la humanidad eran tan elemental e inicial, cuando las
fuerzas de la naturaleza dominaban de tal manera a la
humanidad misma, cuando el hombre se encontraba en tal lugar
subordinado que no podía explicarse siquiera las lluvias y,
por el contrario era dominado por ellas y demás fenómenos
naturales, las representaciones fantásticas de los hechos
ocupaban el lugar de las relaciones reales de los fenómenos.
Ésta es la base material de todas las mitologías antiguas y
las grandes religiones modernas.
Con
el desarrollo de la humanidad y sus fuerzas productivas, ésta
va descubriendo su capacidad no sólo de ser determinada sino
también de reaccionar activamente sobre el medio ambiente y transformarlo. Y
allí la religión comienza a cumplir un rol cada vez más
reaccionario y oscurantista: en
su camino, la humanidad debe desechar toda explicación esotérica
de las cosas y limitarse al estudio, reconocimiento y
“manipulación” de las relaciones reales para el progreso
de la humanidad misma.
Engels
en la Dialéctica de la Naturaleza
es muy ilustrativo a este respecto, un texto que
recomendamos vivamente, con una impronta categórica contra la
religión por oscurantista y que, además, desmiente
completamente la acusación de “mecanicismo” que muchas
veces se le ha hecho. Es falso: se trata de un texto dialéctico
materialista enormemente rico, que, entre otras cosas, tiene
por objetivo la búsqueda de una nueva concepción de la
causalidad, mucho más rica y dialéctica (y que no
casualmente la Teología
de la Liberación
no reivindica).
La
representación fetichista de la realidad que significa la
religión deviene entonces en una fuerza reaccionaria y
oscurantista que no permite el progreso de los explotados y
oprimidos y de la humanidad toda. Mucho más cuando detrás de
la religión está la manipulación de inmensas instituciones
de poder como la Iglesia Católica, desde hace dos milenios uno de los principales aparatos de
dominación y explotación de esos mismos pobres de los que
tanto habla Bergoglio.
Marx
tiene otra definición de la religión íntimamente ligada a
la anterior: expresa de manera ideal o desdoblada el suspiro
de los explotados y oprimidos, y sus anhelos de justicia. Es
decir: ponen sus padecimientos en el mundo ideal de la religión,
como desdoblamiento de su propio sufrimiento, lo
que inhibe un abordaje sectario de la religiosidad popular.
Al
respecto, Marx señala otra determinación: la
religión es el
opio de los pueblos, en el sentido de la droga que da
tranquilidad pero también adormece y deja a la persona en
estado de somnolencia, pasividad, desarmada. La religión es
opio de los pueblos en la medida en que calma pero no resuelve
los problemas, ni llama a tomar una actitud activa para
liquidar las bases de la situación injusta que padece el
oprimido:
la explotación
del hombre por el hombre.
Dejando
de lado los fetiches de la religión y las representaciones
falsas del mundo, de lo que se trata es de avanzar en una
comprensión científica de las relaciones reales, adquirir
conciencia de clase para acabar con todas las relaciones de
explotación y opresión. Ayudar a ese progreso es la tarea de
los socialistas revolucionarios.
Ateísmo y conciencia de
clase
El
marxismo no educa en una u otra corriente religiosa más o
menos “progresiva”, sino
en el ateísmo militante. El socialismo revolucionario
sabe ver matices y respeta la religiosidad de los explotados y
oprimidos (algo sobre lo que volveremos más abajo), pero su
punto de mira es la
pelea por una comprensión no fetichista sino materialista del
mundo y de las relaciones de clase.
Esto
es sumamente importante porque es un punto clave en la
adquisición de la conciencia de clase, de la conciencia de
las relaciones reales. Es verdad que en el movimiento de masas
anida un conjunto de representaciones religiosas, un
determinado folklore y prácticas culturales que suelen
incluir formas religiosas. Y en la relación con estas
creencias y prácticas, proceder sectariamente sólo sirve
para apartarse de las masas y entregárselas en bandeja a las
instituciones religiosas.
Sin
embargo, lo anterior no significa prescindir de claros criterios de principios. Los socialistas revolucionarios no buscamos
sustituir un fetiche por otro. No buscamos una religión
“mejor” versus una más conservadora (por ejemplo, la Iglesia Católica
de Ratzinger y Bergoglio por la Teología
de la Liberación); no buscamos crear nuevos mitos entre las masas populares,
como el mito de Perón o un Chávez embalsamado.[]
Lo que buscamos es que en su lucha la clase obrera avance en
su conciencia de clase: tenemos una aspiración de
autoemancipación basada en una perspectiva modernista:
la humanidad colocada en el centro de la escena dominando las
fuerzas productivas a partir de una comprensión objetiva y
científica de las relaciones reales.[]
Esto
es lo que hace de los socialistas revolucionarios militantes
intransigentes de una visión materialista: somos ateos
irreductibles, no creemos en ningún dios, no creemos en
ningún fetiche, no creemos en ningún mito, no tenemos
ninguna fe religiosa: sólo confiamos
ilimitadamente en las capacidades de transformación de la
humanidad misma, de los explotados y oprimidos, que a
partir de las relaciones
reales creadas y acumuladas en toda la historia anterior,
puedan llevar –mediante la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas productivas– del reino de la necesidad
al reino de la libertad.
Es
justamente el bajo desarrollo de las fuerzas productivas y la
permanencia de relaciones de explotación de clase lo que
explican la reproducción de los fetiches religiosos y de la
falsa representación de la realidad. Es el reino de la
necesidad al que está sometida todavía la mayoría de la
humanidad, que busca una “libertad” ilusoria en el terreno
de la religión.
¿Cómo
superar el estadio de la religión? Emancipando a la humanidad
del terreno de la necesidad mediante la revolución socialista
y la extensión universal de las fuerzas productivas, lo que
permitiría una libertad de las relaciones humanas no ilusoria
sino real, al no estar más sometida al yugo diario
embrutecedor del trabajo explotado.
Educación, no
ultimatismo sectario
Que
consideremos la religión como opio de los pueblos y que nos
caracterice un ateismo militante no implica una ubicación
sectaria en relación a las creencias religiosas de los
explotados y oprimidos. Eso sería
un crimen típico de corrientes que renuncian a conseguir amplia
influencia entre las masas.
Es
que la religiosidad también requiere una comprensión, análisis
y orientación materialista: se mantendrá entre las grandes
masas en la medida que las condiciones de explotación no sean
resueltas. El centro del marxismo, de las organizaciones
socialistas revolucionarias, es apuntar a liquidar estas relaciones de explotación, no una pelea contra la religión por la religión misma; hecho esto (es
decir, la transformación social, o la enseñanza en la lucha
de clases de los trabajadores), la religiosidad y los fetiches
se irán disolviendo, si bien Trotsky insistía que en la
transición esto requerirá una actitud activa, como veremos más
abajo.
Sí
sostenemos una actitud activa, educativa, pero no nos
caracteriza, como decía Lenin, una abstracta ubicación
anarquista, “ultrarrevolucionaria”: respetamos
incondicionalmente todos los sentimientos y creencias que
anidan entre los explotados y oprimidos. Y a partir de ellos, tratamos
de educarlos y convencerlos en la práctica de las lecciones
de la lucha de clases. Se trata de un abordaje
materialista de reemplazar las creencias religiosas con
crecientes elementos de conciencia de clase en un proceso que
acompañe la experiencia en la lucha, como insistían Lenin y
Trotsky.
Trotsky,
después de la Revolución Rusa
y teniendo en consideración la situación de las amplias
masas (ver al respecto su hermoso texto Problemas de la vida cotidiana), se preocupaba por pensar en el cine
y otras prácticas sociales de la modernidad ascendente que
pudieran reemplazar las arraigadas rutinas de las ceremonias
vinculadas al ciclo de la vida y que afirman profundamente la
religión en las prácticas sociales: el nacimiento, bautismo,
matrimonio y muerte.
Buscaba
reemplazar estas prácticas por otras, apuntando a una solución
no “teórica” o intelectual sino práctica del problema de
la religión.
¿Conciencia socialista
o nuevas “mitologías” populistas?
Un
último elemento a considerar: la dinámica contradictoria de
la religión y de otras representaciones populares que existe
aunque nunca puede ser consecuente en un sentido emancipador.
Es el caso de la Iglesia Católica
y su prédica a favor de los pobres, que puede dar lugar a
contradicciones, o el origen perseguido del catolicismo bajo
el Imperio Romano y sus iniciales prácticas comunitarias,
temas resignificados por corrientes como la Teología
de la Liberación
y a los que en su momento Engels (“Sobre la historia del
cristianismo originario”, de 1894) y Rosa Luxemburgo (“El
socialismo y las iglesias”, de 1905) dedicaron esfuerzos de
interpretación.
En
otro plano también se habla de representaciones o mitologías
“movilizadoras”: el caso de las grandes figuras
“progresistas” latinoamericanas como Perón,
Chávez y otros. Ya señalamos que este
recurso populista es ajeno
a la tradición del marxismo revolucionario. Ese
seguidismo al chavismo de grupos populistas como Marea Popular
y el Frente Popular Darío Santillán, así como la invocación
de los factores “progresivos” de la religión y demás
tradiciones “románticas” se está expresando en una
defensa del supuesto carácter transformador de ciertos
contenidos “místicos” o “irracionales”, y hasta el
supuesto carácter “religioso” del marxismo mismo.
Pero
estos mitos, fetiches o teologías siguen siendo
representaciones alienadas o con elementos de alienación y
fetichismo. La Teología
de la Liberación, además de no ser una representación clasista y de
independencia de clase, tiene el problema de que sigue siendo
una representación religiosa, escatológica (explicación
religiosa de las realidades más profundas acerca de la vida y
la muerte), que cree y profesa en “Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo”. Es decir: en todos los fetiches y abstracciones del
catolicismo.
Por
eso, como dice Enrique Dussel, teórico de la Teología
de la Liberación
latinoamericano, ésta
rechaza la concepción materialista de la historia,
herramienta central del marxismo. Y no por su supuesto
determinismo, sino por su materialismo.
Ya
los mitos como Perón y otros tienen una contradicción
evidente: como son mitos burgueses
(antiimperialistas, en el mejor de los casos), no tienden a la
autodeterminación de los explotados y oprimidos.
Es
verdad que en la Teología
de la Liberación
el concepto del “pobre” es menos pasivo que el objeto de
caridad que son bajo el catolicismo tradicional que expresa
Bergoglio (los pobres son un dato estructural que califica más
al rico que practica la caridad que al pobre que la recibe,
poco más que un ser inerte carente de toda iniciativa). Por
eso, decía Rosa que “lo que exigimos no es que los ricos
compartan con los pobres, sino la desaparición de los ricos y
los pobres”.
Sin
embargo, en cualquier caso el concepto de “pobre” (o, peor
aún, de “víctimas”, como prefiere Dussel, de una
pasividad alarmante) ya es problemático. El concepto del
marxismo es el de clase obrera, de ella es la centralidad del
cambio social. Tiene la inmensa potencialidad de ser la
exclusiva creadora de la riqueza, es el “topo de la
historia”, el “enterrador del capitalismo” –como decía
Marx en el Manifiesto
Comunista–, la fuerza material potencialmente más
poderosa. Estas connotaciones son
opuestas a la del pobre, el excluido carente de todo poder
material y objeto pasivo de todo tipo de imposiciones por su
misma falta de fuerza material real, lo que le quita toda
iniciativa histórica.
La
categoría del “pobre” sólo sirve al enfoque populista,
no al clasista e independiente. No remite a la perspectiva de
autoemancipación (“la liberación de los trabajadores será
obra de los trabajadores mismos”) que defendemos los
socialistas revolucionarios. Una clase de mendigos que vive de
las migajas que caen de la mesa del señor no puede iniciar un
nuevo orden social, decía Rosa (“El socialismo y las
iglesias”, Obras
escogidas, Gallo Rojo-Antídoto, p. 75).
El
marxismo aspira a una conciencia de clase que sea una
representación verdadera de las relaciones reales. Tiene una
aspiración modernista vinculada a un sentido fuerte de la
verdad, que hace al contenido de la conciencia
de clase como palanca para transformar el mundo y desarrollar
plenamente la subjetividad, las potencialidades genéricas
que anidan en todo ser humano. Luchamos por una conciencia
socialista, no por nuevas teologías o mitos que reemplacen
los anteriores pero resulten, finalmente, una nueva forma de
alienación.
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