Honduras

Aunque proviene del establishment, sus pares lo vieron como una amenaza

Detalles de la vida y gestión del presidente derrocado

Por Claudio Mario Aliscioni
Enviado especial a Honduras
Clarín, 30/07/09

Tegucigalpa.- Se lo ha comparado con el asesinado arzobispo salvadoreño, Arnulfo Romero, e incluso con Fidel Castro. Herejía para algunos, algo parecido a un chiste para otros, lo cierto es que el desatino refleja la enorme confusión que existe hoy sobre la persona de Manuel Zelaya, el presidente de Honduras derrocado por un golpe el pasado 28 de junio.

De ancestros vascos y el mayor de cuatro hijos, Zelaya nació en una familia de terratenientes que ha dado varias figuras a la historia nacional. Pero en junio de 1975, el asesinato de dos curas y 13 campesinos que reclamaban por tierras sumió a la familia en el oprobio: el padre de Zelaya fue arrestado porque los cadáveres se hallaron en Los Horcones, una de sus fincas.

Aún hoy, la familia defiende su inocencia. Y hasta hay quien dice que el episodio marcó la carrera política de Zelaya, llegado a la presidencia en 2006, como un intento de redimir su apellido. Sin embargo, las cosas son más complejas.

Zelaya, en verdad, es parte de la élite hondureña y del sistema bipartidista que la representa, el más viejo de América latina: el partido Nacional, que en la última elección defendió la pena de muerte; y el partido Liberal, al cual pertenece el presidente derrocado. Sus raíces se remontan al siglo XIX. Salvo los períodos gobernados por dictaduras, se alternaron en el poder y forjaron un tejido social espantosamente desigual con la mayor riqueza concentrada en un puñado de familias.

Según el Banco Mundial, el 10% acapara el 51% de los ingresos y, entre los sectores más beneficiados, menos del 3% acumula el 37% de la renta. Este sistema estalló en los '90 bajo la presidencia del nacionalista Rafael Callejas, autor de un ajuste inspirado en las teorías neoliberales de Milton Friedman, que hizo colapsar la economía, empobreciendo a la escasa clase media del país. El descontentó llevó al poder al liberal Carlos Reina, que sin embargo profundizó el "modelo".

Sobre los escombros de esa debacle que perduró por años se alzó el discurso de Zelaya con tonos populistas. En efecto, el líder depuesto introdujo la pobreza en el debate político, dio voz a los sectores populares y se convirtió en el primer presidente en liderar asambleas en el interior para ver en el terreno sus necesidades. Pero, aun con una absoluta legitimidad democrática de origen y su voluntad de cambio, su intento fue estéril para alterar el sistema productivo, diversificar las exportaciones o estimular la inversión.

Si bien la economía creció al 6% anual, faltó la redistribución del ingreso y parte del alza fue efecto de una mayor remesa de dinero de los hondureños en el exterior -un cuarto del PBI de US$ 13.000 millones-, lo cual revela el carácter expulsivo de mano de obra que tiene el sistema.

Un capítulo aparte es su sociedad con Hugo Chávez. Al principio, su llegada no molestó. El petróleo subsidiado y la compra de bonos fue un estímulo para la economía, pero no lo decisivo: entre enero y junio último, los ingresos vía Venezuela sumaron US$ 172 millones, casi nada comparado con las remesas.

Pero su propuesta de Asamblea Constituyente y el manejo estatizante de la economía chavista fue vista como amenaza por el establishment, que mira aterrado lo que ocurre en Venezuela. El analista Manuel Torres observa otro costado del tema: "Somos el último escenario de la Guerra Fría. Aunque en los '80 se terminó el conflicto armado en Centroamérica, aún vivimos el clima con intensidad. Las marchas de los partidos políticos son anticomunistas. No hay Chávez sin antichavistas".

El golpe contra el líder liberal fue, pues, desde el Estado mismo. Y a ello debe imputarse que los golpistas hablaran de "sucesión" al justificar la asonada: es el aparato estatal, penetrado por los intereses privados, el que se resiste al cambio. De modo que hay ahora una fractura en Honduras, pero no una ruptura ya que el modelo sigue. Habrá que ver si lo hace con o sin la vuelta de Manuel Zelaya al poder, cuando acabe la discusión política abierta sobre su destino como presidente del país.