Honduras

Fracasa la formación de gobierno de unidad

Washington reconocerá el resultado de
las elecciones del 29

Por Pablo Ordaz
Enviado especial a Honduras
El País, 06/11/09

Tegucigalpa.– Cuatro meses y ocho días después del golpe, Honduras sigue igual, pero más sola. Roberto Micheletti sigue en el sillón que le regalaron los militares y Manuel Zelaya continúa fuera de juego, encerrado en la Embajada de Brasil. Pero el país, que concitó aquel 28 de junio una solidaridad internacional nunca antes vista, parece haber sido ya abandonado a su suerte, desde que el jueves por la noche (madrugada del viernes en España) se rompiera el acuerdo al que habían llegado los representantes de Zelaya y de Micheletti.

El presidente de facto organizó por su cuenta un Gobierno de unidad haciendo dimitir a sus ministros, pero reservándose el poder. El presidente Zelaya consideró una burla la maniobra, declaró roto el acuerdo y advirtió: "No reconoceré las elecciones ni al candidato que salga elegido".

Ni una semana duró la esperanza. La madrugada del viernes 30 de octubre, los negociadores de Zelaya y Micheletti anunciaron la firma de un acuerdo que, entre otros puntos, preveía la formación de un Gobierno de unidad nacional y la petición al Congreso para que se pronunciara sobre la restitución del presidente depuesto. Pero el acuerdo, que fue celebrado con grandes alharacas por la comunidad internacional, dejaba sin responder dos importantes cuestiones. ¿Quién debía presidir el Gobierno de unidad? Y, ¿cuál era el plazo para que el Congreso se pronunciara?

Sólo unas horas después de aquella firma, los partidarios de Zelaya se percataron de que esas dos grietas iban a ser utilizadas por Micheletti y los suyos para llevar el agua a su molino. Sólo les quedaba una esperanza: que la comisión de verificación –integrada por el ex presidente chileno Ricardo Lagos y la secretaria norteamericana de Trabajo, Hilda Solís– apretara las tuercas a los golpistas en la línea del espíritu que, al menos hasta ahora, había guiado a la Organización de Estados Americanos (OEA). Pero no fue así.

Como ha venido sucediendo desde hace cuatro meses, Roberto Micheletti logró dominar la situación. Invitó a la Casa Presidencial a Lagos y a Solís, les dijo –con la mano en el corazón– que él estaba dispuesto a dejar el poder si con ello se conseguía allanar el camino hacia la paz, pero también les dejó claro que nunca aceptaría que Zelaya regresara al poder. Ni 24 horas después de llegar a Honduras, el ex presidente chileno y la secretaria de Obama abandonaron el país con un gesto llamativamente más sombrío que el que lucían a su llegada. Sobre todo porque, durante una reunión celebrada unas horas antes en la Embajada de Brasil, el presidente Zelaya les había dejado claro que no iba a respaldar ningún Gobierno de unidad que no estuviera presidido por él. El choque final de trenes estaba a punto de producirse, y Lagos y Solís no se quedaron en Tegucigalpa para presenciarlo.

El jueves por la noche, Micheletti consumó su jugada maestra. Llamó a sus ministros, los hizo dimitir, anunció que conformaría un Gobierno de unidad con distintas personalidades de la política y que ese nuevo Gabinete, lógicamente, estaría presidido por él. Incluso invitó a Zelaya a que le mandara un listado con candidatos a ministros y, como el presidente depuesto no se prestó, lo acusó de romper el acuerdo de Tegucigalpa–San José.

Zelaya, atado de pies y manos en la Embajada de Brasil, vendido por sus propios negociadores que no supieron darse cuenta del acuerdo envenenado al que pusieron rúbrica, sólo pudo certificar dos derrotas. La del diálogo. Y, por extensión, la suya propia. Porque al presidente depuesto ya le quedan pocas bazas que jugar. Sobre todo después de que, a través de distintos portavoces, EE UU se haya mostrado menos contundente a la hora de exigir su restitución. La nueva versión oficial es: la salida del conflicto es cuestión de los hondureños y EE UU respetará el resultado de las elecciones.

Quien sí se siguió mostrando firme fue José Miguel Insulza. Desde Jamaica, el secretario general de la OEA lamentó la "interrupción" del acuerdo y repitió que "naturalmente" es Zelaya quien tendría que presidir el Gobierno de unidad. También consideró "indispensable" que el Congreso de Honduras se pronuncie sobre la restitución de Zelaya. Pero, a estas alturas, ésas son sólo palabras. Si algo ya sabe Insulza y sus respectivos enviados es que Micheletti tiene una gran capacidad para torear la situación. De hecho, el Gobierno golpista nunca ha dado la sensación de estar contra las cuerdas, ni siquiera cuando EE UU decidió anular los visados de sus integrantes e incluso deportar a una de las hijas de Micheletti. Ahora EE UU dice lo que dijo Micheletti desde el principio: "Esto es un problema hondureño y son los hondureños los que tienen que resolverlo".

El verdadero problema es que a Zelaya ya sólo le queda la calle. Y junto al cordón militar que resguarda la embajada de Brasil, uno de sus más acérrimos seguidores, Carlos Iván Reyes, el mismo hombre que le ha llevado la comida día tras día, se declara harto: "Hasta ahora, Mel Zelaya nos ha pedido prudencia y le hemos hecho caso. Ya es hora de empezar a no hacerle caso...". En las últimas horas, varios artefactos han explotado en las calles de Tegucigalpa.