Colombia-Venezuela

Los paramilitares controlan la frontera colombiana con Venezuela

Hasta  cobran impuestos para “mantener el orden”

Por Daniel Lozano
Enviado especial
Público.es, 11/11/09

"Llegó la hora de la limpieza social. Para el pueblo en general. Ustedes han notado una creciente de la violencia, robos o atracos, prostitución, consumo de drogas en los últimos tiempos. Debido a todo esto nuestra organización ha tomado la irrevocable decisión de atacar la violencia con violencia".

La "organización" son los paramilitares. Estamos en San Antonio, que junto a Ureña, conforman el corazón paramilitar en la región de Táchira fronteriza con Venezuela. Este panfleto, siguiendo el mismo modelo que durante meses ha atemorizado a distintas zonas de Colombia, fue repartido hace días. El Ejército detuvo a varios miembros de Los Rastrojos, la banda criminal emergente, como se denomina a los paramilitares desmovilizados que han regresado a las armas y continúan delinquiendo.

El comandante Pablo, jefe de los paras de Ureña y delegado de Los Rastrojos en la zona venezolana, no se pasea estos días con sus guardaespaldas por las calles de la ciudad fronteriza. La llegada de cientos de efectivos del ejército venezolano ha aconsejado resguardarse unos días en la colombiana Cúcuta, donde también viven sus superiores. Eso sí, las vacunas (impuestos revolucionarios) con las que extorsionan a empresas, comercios, viviendas, líneas de taxis y a los propios contrabandistas se siguen cobrando.

Los paramilitares de la extrema derecha son los reyes de la frontera.La exportación del conflicto colombiano a Venezuela ha dibujado un nuevo mapa de la violencia.

Los últimos que llegaron a la frontera fueron las AUC (Autodefensas, paramilitares), comandadas por el Bloque Catatumbo, para robarse su parte del narcotráfico y meterse de lleno en el lucrativo contrabando de gasolina. Las guerrillas del FARC y el ELN se reparten el territorio más recóndito, al sur del Estado. Y el FBL (Fuerzas Bolivarianas de Liberación), la guerrilla de inspiración chavista, se mantiene acantonada y protegida en la frontera con Barinas, el estado de la familia de Chávez.

En el otro lado, la región del Norte de Santander ha acogido como un imán parte de la violencia endémica de Colombia. Sus estadísticas de los últimos ocho años están manchadas de sangre: 12.000 asesinados, 100.000 desplazados y 1.350 desaparecidos. Con estos precedentes, no extrañan las palabras de Ñoño, joven empresario que vive del comercio binacional: "Los paracos han echado a los malandros (delincuentes) de Ureña. A cambio de una vacuna, te dan protección. Incluso el comandante Pablo vino aquí para pedir disculpas por un tiroteo".

El culpable de la ensalada de tiros que agujereó el local de Ñoño fue un hombre que cometía pequeñas tropelías al grito de "soy el comandante de los paras" bajo los efluvios del alcohol. Cuatro paracos le persiguieron a balazo limpio y se escondió en el local de Ñoño quien, con otros amigos, intercedieron por él ante el verdadero comandante Pablo. Pagó 6.000 bolívares (más de 2.000 euros) de multa. El precio de su vida.

Corrupción total

"Desde que los paras imponen su ley se puede pasear tranquilo por la calle. Y al malandro que no se quiere enterar, le ejecutan. En dos años han caído decenas", añade Cardán, joven de Ureña que dice conocer la frontera tanto como a sí mismo. "Andan en motos deportivas, como los sicarios", dice. Hay empresarios que pagan de 30 a 60 bolívares al mes por la protección de sus negocios y otro tanto por sus viviendas. Los taxistas abonan 10 bolívares mensuales y los contrabandistas cotizan cada viaje, dependiendo de la mercancía. Los Sopranos tendrían mucho que aprender en la frontera más sangrienta de Suramérica.

"Los paracos se mueven aquí como pez en el agua, en complicidad con los cuerpos de seguridad del Estado", denuncia Alexis Balza, comisionado de la frontera. "Gracias a esa connivencia su presencia es menor en número, pero mayor su influencia", sentencia. En Ureña y San Antonio, paramilitares y funcionarios policiales corruptos se reparten los dividendos del contrabando. Más que peces en el agua, parecen pirañas.

"Ahora le toca el turno a las malparidas, putas, basuqueras y sidosas, vendedores de drogas, ladrones callejeros y apartamenteros, jaladores, secuestradores y jóvenes consumidores", remata el panfleto de los paramilitares. "Ya tenemos una lista de barrido inicial". Eso sí, la limpieza social "es sólo por unos meses". Y en un tono muy educado, "le pedimos perdón a la sociedad si caen inocentes". Se agradece.


La tensión bélica afecta al contrabando en la frontera

El Ejército venezolano intenta cortar el tráfico ilegal
de gasolina y otras mercancías en la línea divisoria

Por Daniel Lozano
Enviado especial
Público.es, 11/11/09

"La Disip [inteligencia venezolana] viene bajando. ¡Rápido, rápido!". El Capullo "así me llaman" maniobra con su motocicleta. "Yo voy vacío, por eso puedo correr y avisar a los parceros (socios)". Las motos, cargadas con sacos de cemento y depósitos de combustible, saltan sin perder el milagroso equilibrio, entre la maleza y sobre un camino polvoriento. Son los contrabandistas de la frontera más caliente de América.

Toca huir. "Salga usted también, si no la Policía le pegará unos palos. Ayer casi me agarran, casi, pero corrí y corrí", rememora el joven colombiano mientras agita las manos para avisar a sus compañeros.

Estamos en la trocha (camino rural) del barrio Cementerio, en la Ureña venezolana. El objetivo es eludir el control fronterizo del Puente de Santander. O unos kilómetros más al sur, el paso del Puente Bolívar, que comunica San Antonio con Cúcuta.

El Capullo aparca moto y adrenalina. Antes de la primera pregunta, deja su carta de presentación: "Nosotros no vendemos droga, sólo cemento, alimentos, gasolina. Y lo hacemos para ganarnos la vida". Son casi un centenar de personas las que comparten correrías en esta trocha, incluida una mujer, La Machito, "una nena ruda, tiene más fuerza que yo".

Otra vez sobre la moto. El recorrido hasta el puente no tiene mayor contratiempo que el arrebato de las prisas. En este viaje no se ha pagado la cuota a los paracos [paramilitares], que aguardan en la trocha para cobrar su peaje, 20 bolívares (7 euros al cambio oficial). No hay problema, a la vuelta resolverán cuentas pendientes. Se puede vadear al poder oficial. Pero jamás a los paras.

"Y ahora, con todo lo que ya tenemos, también han llegado los cazadores, guardias camuflados. ¡Qué carrerota me pegaron ayer!", se ufana El Capullo haciendo girar su acelerador. La prensa local confirma las palabras del contrabandista: el Ejército ha puesto en marcha una operación de peinado de las trochas.

Unos metros más allá, Colombia. El viaje, tan corto como agitado, ha valido la pena. Atravesamos el puente y nos damos de bruces con la gran parada del contrabando. Decena de motos, depósitos, sacos de cemento, alimentos y los maleteros contando sus andanzas. Aquí no llega la Guardia Nacional de Chávez, es territorio de Uribe. Desde este lugar partieron algunos de los que se enfrentaron a pedrada limpia la semana pasada contra el Ejército venezolano. Hubo heridos, se cerraron los puentes.

Las mujeres cambistas, con fajos de billetes de un papel tan manoseado que parece contagioso, se alinean a lo largo de la carretera buscando clientes. Tras ellas, las gasolineras clandestinas con el preciado combustible venezolano. "Hoy está a 28.000 pesos (20 litros a casi 10 euros, nueve veces por encima de su precio original)", cotiza uno de los vendedores.

Esta es la primera parada de venta, con la gasolina recién traída del país vecino. Pero el objetivo es distribuir el preciado líquido, tan barato en Venezuela, por toda Colombia. El negocio es de tal calibre que los expertos lo sitúan, en esta zona, al mismo nivel que la droga.

Las cifras aportadas por el Gobierno venezolano lo confirman y proporcionan la justa dimensión al asunto. En la zona fronteriza del Táchira, donde se calcula existen hasta 1.500 transportistas ilegales de gasolina, se consumen 100 millones de litros al año, tres veces más que Caracas, pese a contar con 100 veces menos automóviles que la capital. Por supuesto, casi todo este combustible se revende en Colombia a precios golosos para ambas partes.

Depósitos trucados

La gasolina se contrabandea con las motos, con depósitos trucados en los coches (como los taxis de Los Patrulleros de Nelson), incluso en camiones cisterna. Cardán ha nacido en Ureña, pero un italiano le rebautizó con este apodo. Dice que conoce la frontera tanto como a sí mismo. Y por eso narra libremente lo que todo el mundo sabe y calla: "Antes de llegar al control fronterizo, los paracos interceptan los camiones. Pagas la cuota y ellos te dan un número. Al llegar donde la Guardia, te preguntan qué llevas. Y tú dices: el 80. ¡Paso libre!".

Ajuste de cuentas

Son los claroscuros de la frontera. Saber de qué lado está cada uno es cuestión de fe. "Aquí nadie cree que a los dos guardias nacionales les mataran por el lío político. Fueron paracos, seguro, pero por un ajuste de cuentas, ajustes económicos entre ellos (el Gobierno atribuyó a una acción paramilitar dentro de un plan de desestabilización)", se atreve a contar Ñoño, caraqueño nacido en el 23 de enero, el bastión revolucionario de la capital, pero que comercia y vive en Colombia.

A este joven empresario también le correteó la Policía en la trocha. "Los guardias son unos abusadores, nos maltratan, nos pegan, cuando nosotros lo único que queremos es hacer negocios". En los últimos días, el Ejército venezolano ha decomisado más de cuatro toneladas de gasolina y ha descubierto 50 depósitos clandestinos.

Los vientos de guerra entre Chávez y Uribe están deteriorando el comercio de subsistencia en los 2.219 kilómetros de la frontera y han dificultado el contrabando, que es la vía natural de escape cuando hay problemas. Pero este conflicto también tiene sus víctimas colaterales: los trabajadores y empresas de ambos lados, que se necesitan mutuamente.

Aló presidente

A Cardán le suena el móvil. Toque de corneta. Y una voz que truena ¡Es el presidente Hugo Chávez! "Otra vez ahí, ¡ajá! ¡¡Al ataque!!". Es el tono que emplea el líder bolivariano para sus discursos más encendidos, esta vez acompañado por el redoble de cornetas del Séptimo de Caballería. Han pasado unas pocas horas tras los vientos de guerra del Aló Presidente y ya han comercializado una nueva sintonía. En pocos días será hit de ventas en la frontera caliente.