Economía mundial

Crisis financiera

El juego del alguacil alguacilado

Por Michael R. Krätke
Freitag - Die Ost-West Wochenzeitung, 08/02/08
Sin Permiso, 10/02/08
Traducción de Amaranta Süss

La crisis crediticia en EEUU sigue siendo la mecha encendida de la economía mundial. La secretaria de Estado de EEUU, Rice, acaba de asegurar en el Foro Económico Mundial de Davos que la economía norteamericana tiene aguante y está sana. Pero dos recortes seguidos en los tipos de interés por parte de la Reserva Federal no pueden entenderse sino como un drástico movimiento antirrecesión. En cualquier caso: los daños han llegado ya a Europa.

El viaje por autopista de ocho carriles, rozado el gran crac bursátil, prosigue alegremente. Esta semana han vuelto a aparecer millones de valores bolsísticos ficticios tan rápidamente como se han desvanecido en el aire. Millones han vuelto a redistribuirse –dentro de la clase de los propietarios de capital y de dinero, entre las grandes empresas financieras—. El juego a escala planetaria con valores ficticios siempre sabe, en el mundo financiero, de ganadores y perdedores. Entre los principales ganadores hay que contar a las empresas de la bolsa: violentas y frecuentes oscilaciones de los cursos significan grandes cifras de negocios, que siempre reportan grandes ganancias a las bolsas. Como a los especuladores profesionales. Sólo que ahora, especuladores profesionales, lo son casi todos; también los más sobrios y respetables bancos se han librado, al menos temporalmente, a la pura especulación financiera. Los profesionales pueden ganar tanto con cursos al alza como con cursos a la baja. Por eso la actual crisis financiera ofrece a los jugadores profesionales un campo ideal de acción. Los bancos, que debieron pechar con pérdidas milmillonarias, siguen jugando con celo en la esperanza de poder compensar las pérdidas.

De repente, regresan viejas recetas keynesianas

En el Foro Económico Mundial (FEM) de este año en Davos, las elites allí reunidas se ejercitaron de consuno en pronósticos de crisis. Subitáneamente, el auge y el crecimiento desaparecieron de los discursos, que sólo hablaban ya de burbujas especulativas a pique de estallar y de oleadas de quiebras por venir. El miedo al gran crac, a una crisis de la economía mundial que podría hacer palidecer a todas las anteriores, penetraba a tal punto en los tuétanos de las damas y caballeros de la "elite", que, de repente,  regresaron, y entre mimos, las viejas recetas keynesianas. Para salir del pánico, se está dispuesto a un quiebro drástico: dinero barato, espectaculares bajadas de los tipos de interés conforme a los ejemplos norteamericano y japonés; incluso programas de coyuntura. Todo es bienvenido, con tal de eludir la amenazante debacle de coyuntura. Hacía mucho tiempo que no se veía tal pérdida de triunfal seguridad entre los representantes del nuevo capitalismo global. El fantasma de la crisis económica mundial estaba allí, sentado entre los ilustres panelistas.

Pero antes de que pudiera llegar a oírse algo parecido a una crítica del capitalismo, vino en auxilio el crac de la Société Génerale, el segundo mayor banco francés. Un escándalo especulativo en el que, pretendidamente, un solo operador perdió de golpe cerca de 5 mil millones de euros. Algo hasta ahora sin precedente, y unas pérdidas inauditas, si se piensa que ese mismo banco, en el último trimestre de 2007, sólo tuvo que registrar pérdidas por valor de 2,05 mil millones de euros a causa de la crisis crediticia. No tardaron en cocinarse rumores, y no se hizo esperar tampoco la leyenda redentora: un solo tipo sin escrúpulos, actuando por su cuenta, habría desencadenado con sus fechorías el crac bursátil del lunes negro. Los bancos y sus lobistas políticos apenas cabían en sí de gozo: no ellos, no un sistema económico irracional eran culpables de la crisis, sino un joven que respondía al nombre de Jerôme Kerviel.

Lástima que éste no hubiera hecho nada fuera de lo corriente cuando, unas semanas atrás, cerró una apuesta: compró cerca de 140.000 contratos a término con los que apostó a un índice accionarial europeo al alza (entre ellos, el DAX alemán), y lo hizo por un monto de casi 50 mil millones de euros. Es decir, cuatro veces más que lo que, conforme a las reglas del banco, estaba autorizado a hacer por su cuenta. Salió mal, aun cuando el joven fue lo bastante profesional como para asegurar el tiro en ese juego con una especulación de signo contrario (con cursos accionariales a la baja). Solo, no pudo hacerlo: no pudo de ningún modo sortear los controles internos del banco. Ni actuaba por su cuenta y riesgo, ni es un caso único. Que los operadores sobrepasan los límites cuantitativos fijados en los reglamentos de sus empresas, es cosa que acontece a diario.

Tácitamente cubiertos por la dirección ejecutiva de la empresa, mientras tengan éxito. Es incluso muy probable que esas pérdidas gigantescas hayan sido co–generadas por negocios  particulares de quienes estaban en los secretos de la empresa y por una reacción de pánico ante la acumulación de contratos a término. La dirección ejecutiva del banco había sido ya amonestada el pasado noviembre por la Eurex [una de las mayores bolsas a término del mundo para derivados financieros], y los negocios que rebasaban por mucho los límites internamente prescritos por el banco hacía muchos años que estaban en marcha. Quién ha engañado a quién en este juego de alguaciles alguacilados, dista mucho de estar claro.

La última pérdida milmillonaria de la Société Génerale tiene consecuencias: sus acciones pierden, el banco necesita capital fresco. Vino éste, en casos análogos registrados en el pasado, de inversores extranjeros, preferentemente de fondos estatales de los estados petrolíferos árabes, de China, India y Singapur. Pero, puesto que desde mayo de 2007 ha perdido la mitad de su valor bursátil, la Société Génerale se ha convertido en un candidato a sucumbir a una operación de toma de control a través de ofertas públicas de adquisición de sus acciones. Su inveterada rival, la BNP Paribas, que ya lo intentó una vez hace algunos años, anda al acecho para fagocitarla. Los accionistas de la SG no podrán resistir mucho tiempo la tentación, si, en la batalla de toma de control que se avecina, grupos bancarios franceses y extranjeros les ofrecen montañas de oro. Bastó, en las pasadas semanas, el mero rumor de una posible oferta de la BNP Paribas, para que las acciones de la SG se dispararan al alza en más de un 10%. Ahora entran en escena los grandes jugadores. Está en ciernes la próxima megafusión en el negocio bancario europeo, lo que, conforme a toda experiencia, costará el empleo a unos cuantos miles de trabajadores de la banca (un fenómeno que acompaña a toda crisis financiera corriente).

Tan ignaros y desnortados, y al propio tiempo, tan racionales y refinados

También esta vez se practicará el ritual habitual en estos casos graves: en el tono baritonal de la convicción, los responsables nos aseguran con mirada cordialmente suasoria que "algo así", naturalmente, resulta de todo punto impensable en Alemania. No es así. Los pseudoasientos, inevitables en los tratos ahora frustrados, son posibles en cualquier sitio y van con el negocio. Los jóvenes operadores son reclutados por su talento para la "contabilidad creativa", para el zascandileo y el engaño,  no por su aburrida probidad contable. Jerôme Kerviel, Neil Leeson y todos los jóvenes profesionales de la especulación representan precisamente el tipo modélico del jugador poseído del "rendimiento" febril a toda costa.

El actual capitalismo financiero necesita de ese tipo de gentes, tan ignaras y desnortadas, y al propio tiempo, tan racionales y refinadas. Esos operadores conocen todos los trucos, y no tienen ni puta idea. Una y otra vez daremos de bruces en esto: las bolsas del mundo, los centros de las altas finanzas internacionales están dominadas por una muchedumbre de hombres (y entretanto, también mujeres) jóvenes (y algunos viejos, no menos necios), que confunden la economía mundial con un casino. La carcoma anida en el sistema.

Que la economía mundial es algo demasiado importante como para dejarla en manos de jugadores, es cosa que se repite ahora a menudo. Pero que eso no se logra con algunas reglas y controles adicionales, que necesitamos mucho más que un par de cámaras de vigilancia nuevas y un par de vigilantes más en el casino, que necesitamos, a saber: otro orden económico mundial; a esa idea siguen totalmente ajenas nuestras "elites".


(*) Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, estudió economía y ciencia política en Berlín y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y economía) y de la nueva edición crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (Marx–Engels Gesamtausgabe, nueva MEGA). Investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos libros sobre economía política internacional.