Economía mundial

Crisis financiera:

Cuando todo lo sólido se desvanece en el aire

Por G. Buster
Sin Permiso, 10/02/08

El capitalismo solo puede vivir cambiando las condiciones mismas de su existencia, al coste que sea. En las últimas entregas, SinPermiso ha dedicado un especial esfuerzo a hacerse eco del incipiente debate sobre la crisis económica en ciernes, que se anuncia con efectos especialmente dramáticos y globales. En el primer capítulo del Manifiesto Comunista, Marx y Engels intentaron resumir esa “creación destructiva” del capitalismo, incapaz de encontrar nunca otro equilibrio que el del ajuste, que sintetizan las recesiones, con una frase profética: “Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y el hombre finalmente se ve obligado a afrontar sin ilusiones las condiciones reales de su existencia y sus relaciones con sus semejantes”.

¡Que no cunda el pánico: los bancos y los fondos de riesgo, primero!

Antes de que se confirmasen los datos del cuarto trimestre, el pánico ante los signos evidentes de recesión en EE UU ha desencadenado toda una batería de medidas que, si bien son la repetición de las ya utilizadas en anteriores alertas de crisis, son extraordinarias por su volumen y combinación. La Reserva Federal ha recortado la tasa de interés dos veces en solo ocho días en 125 puntos básicos, hasta situarla en el 3%, sin descartar nuevos recortes en marzo. Al mismo tiempo, la Administración Bush ha anunciado un paquete de estímulos fiscales por valor de 145.000 millones de dólares (equivalente al 1% del PIB de EEUU), negociando un acuerdo bipartidista en un tiempo record.

Por primera vez en 25 años, el director del FMI, la institución guardiana del ajuste presupuestario, Dominique Strauss–Kahn, ha hecho un llamamiento a extender estos estímulos fiscales a todos los gobiernos: “No creo que los instrumentos monetarios sean suficientes para librarse de la crisis…nuevas políticas fiscales son hoy los instrumentos adecuados para hacerle frente” (FT 28–1–08).

Lawrence Summers, antiguo Secretario del Tesoro de EE UU, ha iniciado una campaña personal pidiendo además políticas intervencionistas en tres áreas: recapitalización del sistema financiero, nuevas regulaciones más estrictas del mercado hipotecario y coordinación internacional de todas estas políticas. Lo que viene a decir que por si solas las políticas monetarias y fiscales no serán suficientes para evitar la paralización del sistema crediticio por el pánico y que es necesario que los estados y los gobiernos den garantías a los bancos y a los fondos de riesgo, poniéndolos a salvo los primeros, para que puedan después asumir nuevos riesgos: “la actividad económica normal no volverá a serlo sin que vuelva la normalidad a los mercados crediticios” (FT 28–1–08).

Semejante tautología es un llamamiento a la socialización de las perdidas del sistema financiero con dinero de los contribuyentes, mientras se abandona a éstos a su suerte.

Las negociaciones en el Congreso de EE UU sobre el paquete de estimulo fiscal son en este sentido muy ilustrativas. La propuesta demócrata de dedicar al menos un tercio del paquete a ayudas directas a los pobres en forma de bonos de comida y aumento de subsidios de paro fue rechazada por la administración Bush, con la contrapropuesta de rebajas fiscales de 300 dólares, incluyendo ayudas directas en forma de cheques para quienes tienen declaraciones de la renta negativas. Lo que supone en la práctica, dado el calendario fiscal de EE UU, que esos 300 dólares no llegarán hasta el mes de junio.

En este sentido, como ha señalado Willem Buiter (ex consejero del Banco de Inglaterra) en el debate abierto en el Financial Times tras el articulo de Summers, las medidas adoptadas tienen el único objetivo de aumentar la demanda de las clases medias con problemas de liquidez capaces de satisfacer en el mercado los intereses de las grandes empresas, y “no beneficiarán a los que tienen ingresos bajos permanentemente”.  Dado que un aumento del gasto público o reducciones fiscales a las empresas también tienen un efecto más retardado hay que preguntarse porque se opta solo por la segunda formula. Estamos en realidad ante una especie de “keynesianismo neoliberal” de poco alcance.

En el debate señalado, Guillermo Calvo (otro conocido economista del FMI) expresaba sus dudas de que las medidas monetarias o fiscales tuvieran en realidad otro efecto que aplazar el desencadenamiento de la crisis, provocando stagflación (estancamiento económico + inflación), porque de ninguna manera resuelven el problema de la descapitalización del sector financiero, que es la verdadera causa de la contracción crediticia (para no hablar de la caída de la tasa de ganancias industrial).

Uno de los efectos mas destacados de las políticas neoliberales de los últimos 20 años ha sido el crecimiento impresionante de la desigualdad. Que la respuesta a la caída de la demanda desde el “conservadurismo compasivo” sea focalizar las medidas exclusivamente en las empresas y en las clases medias con capacidad de consumo fuerte, implica un cambio cualitativo en relación con las condiciones en las que se aplicaron las medidas de estimulo fiscal y presupuestario de otras épocas, como el keynesianismo clásico. No solo sociales, sino también ideológicas, que muestran los efectos profundos de la globalización.

De la misma manera que con los estímulos fiscales, cabe cuestionar la efectividad de las políticas monetarias aplicadas. La reducción de los 175 puntos básicos de la Reserva Federal, hasta situar la tasa de interés en el 3%, no es suficiente, según los analistas (Michel Mackenzies y Saskia Sholtes, FT 30–1–08), para desencadenar un nuevo ciclo de refinanciación de las hipotecas en EE UU  –mecanismo que ha sido en realidad el que ha sostenido el ciclo alcista en los últimos 10 años–, y cortar el crecimiento  exponencial de los embargos hipotecarios.

¿Cuánto debería reducirse la tasa de interés? Los mercados cuentan ya con una caída hasta el 2% para el mes de septiembre, lo que dadas las tasas de inflación previstas entre el 2,2 y el 2,5 en EE UU para mediados del 2008, supondría una tasa de interés negativa. Pero hay que tener en cuenta las dificultades para la refinanciación hipotecaria del “capitalismo popular”: caída del precio de la vivienda en un 8% (la mayor desde 1988), que tenderá a aumentar, y sobre todo la propia crisis financiera que ira acompañada de medidas más estrictas para la concesión de nuevos créditos hipotecarios.

Europa: Schadenfreude

A pesar de los llamamientos de Strauss–Kahn y del FMI  a una coordinación global de las economías de la OCDE de sus políticas monetarias y fiscales en una “convergencia natural” para hacer frente a la crisis, la reacción europea ha tenido algo de lo que los alemanes califican de “schadenfreude” (alegrarse del mal ajeno).

Después  de dos décadas de recibir lecciones sobre la baja productividad de la economía europea en comparación con la de EE UU y las anunciadas consecuencias negativas de ello, la crisis crediticia en EE UU y sus efectos en la economía real han sido recibidas con cierto desdén en la vieja Europa. La reunión de Brown, Merckel, Sarkozy, Prodi y Barroso en Londres sobre la situación económica ha enviado un mensaje muy distinto al pedido por Strauss–Kahn. “No debemos dejarnos tentar por el proteccionismo o inútiles intentos de frenar la globalización financiera o estimular artificialmente la economía” concluyó el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso (responsable por otra parte de hundir a Portugal en la recesión por aplicar las políticas de ajuste de la Comisión).

Los europeos consideran que la economía de la UE es fuerte y no detecta aun peligros de contracción, además de contar con un sistema crediticio y financiero mucho más rígido y regulado que el de EE UU y, por lo tanto, menos expuesto al peligro de una crisis hipotecaria que afecte a la demanda interna. No deja de ser irónico que Brown, afectado por la crisis bancaria de Northern Rock, haya insistido en la auto–regulación del sistema financiero, ante el silencio de un Sarkozy afectado por el escándalo de Kerviel, el “broker” loco de Société Générale, y la insistencia de Merckel y Prodi de una norma pan–europea que solo puede beneficiar al Euro frente a la Libra y a la bolsa de Frankfurt frente a la City londinense.

Pero más significativa aun ha sido la postura del Banco Central Europeo (BCE) frente a la Reserva Federal de EE UU. Recordando que su único mandato es la lucha contra la inflación –a diferencia del de la Reserva Federal, que incluye la lucha contra el paro–, ha mostrado un desdén por los mercados y su reafirmación de autonomía frente a estos. Un desdén  solo comparable con el que mantiene frente a los gobiernos y ciudadanos europeos en defensa de su autonomía institucional. La consigna ha sido “no dejarse presionar por los mercados (la banca privada), siempre ávida de dinero barato”. Y ha mantenido inalterables sus tasas de interés, señalando los hipotéticos peligros inflacionarios, con un Euro sobrevalorado en más de un 30%, que afecta duramente a las exportaciones europeas. (¡Qué lejanos aquellos días en que para mantener la fortaleza del euro frente al amenazante dólar se adoptó el Acuerdo de estabilidad!).

El crecimiento de los créditos de consumo a los hogares en la UE, aunque cayó del 8,2% en 2006, siguió siendo un alto 6,5% en 2007. Pero la verdadera obsesión de los economistas del Banco Central Europeo es que se acabe manifestando una presión salarial contenida desde hace años, a pesar de una cierta recuperación del mercado de trabajo. Pero esa presión no se ha manifestado en los últimos tres años, para sorpresa de todos. Y las razones hay que buscarlas en las tasas de paro del 8%, la creciente precarización y el dumping social que ha supuesto la ampliación y la normativa Bolkestein. De hecho, la importante oleada de luchas sindicales que ha recorrido la UE desde 1995 ha sido básicamente defensiva, sin consignas salariales. A excepción de Gran Bretaña, el “capitalismo popular” basado en el sector inmobiliario ha tenido muy poco efecto en la Eurozona.

A pesar de todo, las expectativas de crecimiento europeas se han visto también recortadas de manera paralela a las de EE UU. La política restrictiva monetaria del BCE puede forzar un proceso de reestructuración y fusiones de la industria europea que obligue, mediante una reducción de plantillas, a los crecimientos de productividad que han tenido lugar en EE UU en las pasadas  “recuperaciones sin empleo”. Paralelamente a la reunión de Londres, hemos sido testigos de las invectivas del comisario de economía Almunia contra Francia, Italia y Rumania por no proceder a las medidas de ajuste presupuestario necesarias para acabar con su déficit público en el 2011, sin tener en cuenta la fuerte inestabilidad social en los tres países.

El caso español es de nuevo excepcional en el marco europeo. El Gobierno Zapatero, que se sitúa a la izquierda de los existentes actualmente en la UE pero sin poner en cuestión el marco económico neoliberal, no ha dudado en aplicar su propio estímulo fiscal en pleno período electoral. La promesa de una reducción de 400 euros para todos los contribuyentes, excluyendo a quienes no pagan impuestos, representa una mezcla de progresividad fiscal (porque beneficiara comparativamente menos a los que mas impuestos pagan) con redistribución por y para la clase media, que merece el título de “keynesianismo socio–liberal”.

Todos los argumentos sobre la limitada eficacia de esta medida que se apuntan con el paquete Bush se pueden aplicar a Zapatero. Con el agravante de que los 5.000 millones de Euros que costará este recorte fiscal podrían haber sido decisivos para avanzar en la superación del “déficit social” que sufre España en relación con la Eurozona. Su inversión en gasto social para financiar guarderías públicas, ampliar prestaciones de la sanidad pública o modernizar una cada vez más degradada y segregada enseñanza pública obligatoria, como ha reclamado Gaspar Llamazares desde IU, supone una lógica de izquierdas frente al populismo electoralista de los “cheques sociales”.

Hay que destacar el optimismo –por no decir ingenuidad— con que se enfrenta el Gobierno Zapatero a la recesión internacional, que supone al mismo tiempo el agotamiento completo del modelo de desarrollo heredado del PP de ladrillo y endeudamiento familiar. Tras doce años de boom económico sin precedentes, la burbuja inmobiliaria española se está desinflando rápidamente, coincidiendo en el tiempo con el fin de las ayudas estructurales de la UE y unas tensiones crecientes en los retornos de las inversiones de las multinacionales españolas en América Latina. Sin embargo, Zapatero ha obviado por el momento cualquier debate sobre un modelo de crecimiento alternativo.

El “Gatillazo” de la globalización

El debate sobre la crisis en ciernes puede ser también una buena oportunidad para retomar una discusión aparcada en relación con las ondas largas del capitalismo.

Tanto Robert Brenner como Michel Husson, por referirnos a dos destacados discípulos de Ernest Mandel en este tema, han situado el comienzo de la onda larga descendente del capitalismo en la crisis de los años 73–74, cuya principal causa es la caída de la tasa de ganancias. La multiplicación de las recesiones en distintas zonas del mundo en los años 80, 90 y comienzos de este siglo, además de la que parece comenzar en el 2007, nos situarían aún en esa onda larga descendente del capitalismo.

Dicho en otras palabras, la globalización como estrategia política y económica para crear las condiciones de una nueva fase de crecimiento del capitalismo, recuperando las tasas de ganancias de los “treinta años gloriosos”, habría fracasado.

Mandel subrayó que si bien las causas de desencadenamiento de las ondas largas descendentes son de carácter endógeno en lo fundamental, por el agotamiento de las condiciones que permiten tasas de ganancias extraordinarias y altas por efecto de la competencia capitalista y las crisis de sobreproducción, la preparación de las condiciones para una nueva onda larga ascendente del capitalismo responde a causas esencialmente exógenas.

Parece difícil negar el alcance de esos factores exógenos a finales de los años 80 y 90 con la caída del Muro de Berlín, el derrumbe de la URSS, la integración de la República Popular China en la economía capitalista mundial, que han supuesto una ampliación histórica sin precedentes de su ámbito geográfico. Las políticas neoliberales de privatizaciones del sector público y ajuste presupuestario han supuesto enormes transferencias de capital a los sectores privados. Las deslocalizaciones, apoyadas en las nuevas redes de comunicación y transporte, han permitido no solo un abaratamiento de costes y ampliación de los mercados de consumo, sino también una importante contención de los salarios a todos los niveles, en el centro y en la periferia del sistema. La redistribución negativa a favor de los más ricos ha propiciado una desigualdad sin precedentes en todo el planeta, a pesar de un aumento generalizado del consumo.

Y a pesar de todo ello, de este éxito evidente del capitalismo globalizador –que ha arrasado a su paso regiones enteras, muy especialmente Oriente Medio—, no ha sido capaz de estabilizar un nuevo orden geopolítico internacional ni invertir la dinámica interna de una caída progresiva de la tasa de ganancias, cada vez más sensible a choques externos, como el aumento de los precios energéticos.

Como bien han explicado diversos autores publicados recientemente en SinPermiso, los intentos de recuperar esa tasa de ganancias se han basado no en un nuevo desarrollo sustancial de las fuerzas productivas, sino a través de “recuperaciones sin empleo”, aumentando la explotación directa de los trabajadores (más horas, menos salarios). Al mismo tiempo, por ello, la expansión del mercado mundial no era capaz de absorber la crisis sostenida de sobreproducción. El cambio negativo de la correlación de fuerzas, sobre todo a nivel sindical en el mercado de trabajo, ha sido tal que no ha existido la presión necesaria para una renovación tecnológica como motor del crecimiento de la productividad, que por otra parte solo podía agravar a la vez la crisis de sobreproducción y las tensiones sociales ligadas al crecimiento estructural del paro.

Cuando después de la recesión del 2000–2001, parecía que las condiciones estaban dadas para un cambio de signo de la onda larga, apoyándose en la “Nueva economía” de las tecnologías de la información, las cifras recogidas por Robert J. Gordon (2003) sobre sus consecuencias en la productividad del sector servicios en EE UU las han desmentido en buena medida. Y lo que ha seguido es la crisis de la propia globalización, empezando por su aspecto geopolítico de control a largo plazo de los recursos energéticos de Oriente Medio, con el “empantanamiento imperial” de EE UU en las guerras de Irak y Afganistán y un aumento de la competencia interimperialista.

En este sentido, la profundidad y extensión de la crisis en ciernes tiene un poco de “prueba del algodón” para determinar en que fase histórica del capitalismo nos encontramos y cuales son las perspectivas de cambio social y político a favor de las clases trabajadoras.


(*) Gustavo Búster, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es el heterónimo de un analista político madrileño.