Crisis mundial

Declaración de la corriente Socialismo o Barbarie Internacional

El crack financiero global se transforma en una brutal crisis económica, política y social internacional

Con la caída del “Muro de Berlín” del capitalismo,
se abre una nueva situación mundial

8 de octubre de 2008

La crisis financiera y económica detonada en el centro del capitalismo mundial es un acontecimiento de importancia y consecuencias inconmensurables que ha abierto una nueva situación internacional. Después de los primeros temblores registrados hace más de un año, la crisis ha dado un salto cualitativo. Se ha producido el crash de Wall Street, el centro financiero del mundo, y el incendio llegó también simultáneamente a todos mercados financieros de Europa, Japón, China y el resto del planeta.

Los “bomberos” de los gobiernos de esos países y sus bancos centrales ya han rociado el fuego con billones y billones de dólares, euros, libras y yenes, pero éste no se apaga. Se arman “rescates” colosales a costos incalculables, pero no han impedido que entidades financieras inmensas –que hasta hace pocas semanas eran presentadas al mundo como ejemplos de buen capitalismo, eficiencia y libre empresa– se desplomen como castillos de naipes. Los que aparecían como los altares del capitalismo mundial en su etapa neoliberal –los cinco bancos de inversión de Wall Street– han desaparecido de la faz de la tierra, devorados por la crisis, en cuestión de semanas.

Los más acérrimos neoliberales, los gobiernos de EEUU y la Unión Europea que todo lo privatizaban, ahora han salido al ruedo a nacionalizar decenas y decenas de bancos, entidades hipotecarias o papeles financieros. Los banqueros, financistas y empresarios que durante décadas protestaban contra la intervención del estado en la economía, ahora lloran implorando que el estado intervenga para salvarlos... a costa de montañas de dinero que saldrán de los impuestos que paga el resto de la población, a costa de recortar violentamente los gastos sociales, a costa del desempleo masivo, de pensiones de retiro reducidas a la nada y de salarios de hambre para los que aún tengan la suerte de seguir siendo superexplotados en un empleo...

Es la hora de la reducción al absurdo del capitalismo en su versión neoliberal. De la privatización de las ganancias, pretenden pasar ahora a la “socialización” de las pérdidas. ¡Pero está por verse si las masas trabajadoras de EEUU y del resto de mundo van a aceptar tranquilamente sacrificarse para salvar a los tiburones de Wall Street!

Porque este inmenso cataclismo financiero y económico, que además ocurre en el centro del mundo, marca un “antes” y un “después”. Tienen razón los que han señalado que se trata del “Muro de Berlín” del capitalismo en su versión neoliberal, neoliberalismo que se impuso mundialmente a partir de la “Revolución Conservadora” de Reagan y Margaret Thatcher. Un antes y un después porque luego de un terremoto como éste en el centro económico y geopolítico del mundo, las cosas no pueden seguir igual.

Esta caída del “Muro del neoliberalismo” ya ha abierto una nueva situación mundial: ha hecho saltar por los aires los dos pilares de la estabilización mundial de las últimas décadas. Por un lado, la propia forma de organización del capitalismo mundial anudada alrededor de una libertad irrestricta para que el mercado haga valer su ley de explotación tomando al mundo como campo de valorización del capital prácticamente sin freno alguno; por el otro, la ambición de una hegemonía mundial “imperial” que se quería incuestionable por parte del (hasta ahora) jefe de los imperialismos, el imperialismo norteamericano.

Son estas bases de la estabilización post caída del Muro las que han saltado por los aires y han abierto, inevitablemente, un panorama o situación mundial profundamente distinto, el que estará marcado por más contradicciones, polarización social y política, más disputas entre economías y Estados, divisiones entre los de arriba y, sobre todo, más luchas entre las clases. Una situación mundial donde es muy probable que presenciemos el retorno a los rasgos más clásicos del capitalismo marcado por tremendas crisis, guerras y revoluciones.

 

1. Una combinación de diversas crisis, con la economía en el centro

La crisis que hoy ocupa el centro de la escena, la situación financiera y económica, no es sin embargo el único nudo de la misma a escala mundial. Hoy, a distintos niveles y dimensiones, se entrecruzan diversos conflictos y situaciones críticas que configuran un contexto mundial muy distinto –para tomar un punto de referencia clave– del que aparecía en 1989/91, con el derrumbe de la ex URSS y la restauración del capitalismo en todos los países “socialistas” de Europa y Asia.

¡Parece increíble que estamos a tan poco tiempo de ese momento en que se llegó a hablar del “fin de la historia”, de la clase obrera, de la lucha de clases y de la perspectiva misma del socialismo! Una sociedad mundial inmovilizada por los siglos de los siglos en el capitalismo neoliberal globalizado, que abarcaba (y unificaba) todo el planeta; un sistema de estados “unipolar”, regido por el superimperialismo de EEUU, que dictaba las normas del orden mundial; una extensión universal de la “democracia” de los ricos, un “pensamiento único” para todos los seres humanos etc., etc.

Es importante, entonces, pasar en limpio estos nuevos elementos y factores críticos que no se presentaban en 1989/91, y que son parte de  un panorama mundial tan diferente marcado ahora no por la “caída del comunismo”… sino por la amenaza ser la más grave crisis de la economía capitalista en casi un siglo.

1.1. Crisis financiera y económica mundial comparable a la de 1929

No sólo desde la izquierda y el marxismo, sino también desde la derecha, ya se caracteriza a la actual crisis como la más grave desde la de 1929. Como dijo Alan Greenspan –uno de los “padres” de la presente crisis–, “este es un hecho que sucede probablemente una vez cada siglo... esto está sobrepasando cualquier cosa que yo haya visto...  no lo puedo creer...” Efectivamente, para establecer comparaciones de la presente crisis, hay que referirse a la 1929 o la Gran Depresión de 1873.

El mecanismo esencial es común con la crisis del 1929: la plétora de capital ficticio hace estallar todo, en la medida en que la caída de la tasa de ganancia no da ya para remunerar a estos capitales dedicados a la especulación financiera. Aunque con otros tipos de “instrumentos financieros”, la orgía de especulación que precedió al derrumbe, también es parecida con la de 1929.

Pero, el derrumbe no sólo afecta a los capitales ficticios sino al capital en su totalidad que no es otra cosa que acumulación de trabajo humano; trabajo humano acumulado que ahora es destruido en enormes proporciones. Las consecuencias golpean sobre el conjunto del ciclo de reproducción del capital, no sólo el ciclo del capital-dinero, sino también del capital productivo. Esto nos lleva a la gravedad de las consecuencias que tendrá la crisis financiera en la llamada “economía real”; es decir, en la esfera de la producción.

Los resultados ya se están sintiendo en todas partes, aunque con desigualdades según los países. Lo que hoy es imposible responder con seguridad, es hasta donde llegará esto. Aunque el hecho que se está verificando de la extensión mundial de la crisis financiera, y la inmensa destrucción de capital-dinero que esto conlleva, agiganta las posibilidades no solo de una recesión a escala mundial, sino mismo de una depresión que podría tener incalculables consecuencias.

Porque a estas alturas el escenario “optimista” es el de una recesión más o menos severa que afecte en primer lugar a EEUU, Europa y los países de la periferia más dependientes del ciclo estadounidense, así como también de sus enredos financieros.

Sin embargo, no pueden excluirse situaciones mucho más dramáticas –más parecidas a la situación posterior al crash de 1929– si llegara a producirse un colapso sistémico de las finanzas estadounidenses y mundiales (un peligro que ya viene siendo advertido por varios analistas), colapso que dejaría sin financiamiento a los intercambios que se producen en la economía real.  Entonces, podría abrirse un escenario cualitativamente distinto: el de una depresión mundial.

De cualquier manera, en todo caso hay que prever que de una crisis de estas dimensiones no

se sale fácilmente. Los “planes de rescate” –al estilo del que está implementando Bush– son una piedra al cuello de los trabajadores y el pueblo, pero eso no significa automáticamente que sean el mágico salvavidas mediante el cual el capitalismo saldrá rápidamente a flote... y después todo seguirá como antes...

Mas bien, por el contrario, la continuidad de la crisis marca –hasta el momento- el fracaso de las recetas que se están aplicando desde los gobiernos de los países capitalistas centrales.

Esto es así porque ante el quebranto multimillonario de “papeles tóxicos” (la valuación de los mismos –aunque nadie tiene datos fidedignos- rondaría los 228 billones de dólares) un paquete de “rescate” de “sólo” 700.000 millones de dólares aparece cómo algo completamente insuficiente por decir lo menos…

1.2. Por primera vez desde 1929, se produce una grave crisis económica no en países o regiones de la periferia, sino en el centro del capitalismo mundial

Este es un aspecto de inmensa importancia de esta crisis. Por diversos motivos, después de la Segunda Guerra Mundial, las grandes crisis capitalistas habían cambiado de epicentro. En 1929, se ubicó en los dos países capitalistas más avanzados del planeta: EEUU y Alemania. En cambio, en toda la segunda posguerra, el epicentro de las grandes crisis, de los crash financieros y económicos se alejó de los países centrales para trasladarse a la periferia, a las tierras de los salvajes del “tercer mundo” y de los no menos bárbaros “comunistas”: la crisis que acabó con la ex URSS, los defaults financieros y de la deuda que se sucedieron desde 1982 en América Latina, la crisis del sudeste asiático de 1997, la de Rusia en 1998, la de Turquía (2000-01), el derrumbe de Argentina en 2001, etc., todo pasaba convenientemente alejado de Wall Street.

Desde allí no sólo se daban lecciones y sermones a los “bárbaros” sobre cómo evitar las crisis, sino que eran también oportunidad para hacer jugosas ganancias.

El cambio de epicentro que presenta la actual crisis no sólo tiene un profundo significado. Lo más importante serán sus dramáticas consecuencias. Que se derrumben Tailandia o Corea, Turquía o Argentina puede tener algunas consecuencias. Pero semejante crisis en el centro económico-financiero y geopolítico del mundo, es otra cosa cualitativamente distinta.

Esto tiene que ver con el papel económico-financiero ya insostenible, que viene jugando EEUU desde la Segunda Guerra Mundial.

1.3. En cuestión el rol de EEUU como centro financiero y económico del planeta

De la Segunda Guerra Mundial, EEUU emergió como el centro económico, financiero y político del planeta. Pero esto ya venía en decadencia y ahora la crisis pone en tela de juicio la estructura EEUU-céntrica de las finanzas y la economía mundial.

Cuando EEUU ocupó ese lugar, no sólo había sido (junto con la URSS) el gran vencedor de la guerra, sino que era también indiscutiblemente la superpotencia económica, con el 50% del PBI mundial, los mayores avances científicos, tecnológicos y de productividad en sus manos, las reservas de oro del planeta en sus arcas y, además, el gran acreedor del resto del mundo. Todo eso había, además, convertido al dólar en la moneda mundial, incluso antes de que se legalizara eso en los acuerdos de Bretton Woods.

Hoy la situación es muy diferente. No sólo EEUU ya no ocupa esa posición a nivel productivo, sino que se ha convertido en el gran deudor del planeta. Un deudor, además, insolvente, mientras mantenga el escandaloso déficit de cuenta corriente que arrastra desde largo tiempo, que hace juego con su astronómica deuda pública, tanto del gobierno federal, como de los estados y municipios. El nivel de consumo de EEUU –que lo había convertido en el “consumidor de última instancia” a nivel mundial– sólo se ha sostenido por más y más endeudamiento público, empresario y familiar. Lo de las hipotecas es apenas un rubro de este endeudamiento universal (e insolvente).

Estos problemas estructurales han encendido luces rojas desde hace tiempo. Pero no se hizo nada para solucionarlos, entre otros motivos porque la “solución”, en términos capitalistas, implica un ajuste brutal, lo que podría desencadenar reacciones políticas y sociales imprevisibles.

Ahora la crisis pone al rojo vivo el cuestionamiento del papel central que ocupa EEUU en las finanzas mundiales. Antes, frente a las diversas crisis que asolaban la periferia, desde Washington y Wall Street se exigía perentoriamente sacrificios y “ajustes” a los países en desgracia. Ahora, le toca a EEUU ser “ajustado”. Desde la Europa, se le exige que “asuma sus responsabilidades”.

1.4. Crisis del dólar como moneda de reserva y del comercio mundial

Esta situación crítica, tanto coyuntural como estructural de EEUU, tiene una implicación particular y muy importante en la situación de dólar como moneda de reserva y comercio mundial. En relación a esto, ya se venían presentando dos contradicciones graves que ahora pueden estallar:

a) En las últimas décadas, de la mano del neoliberalismo, se acentuó cualitativamente un rasgo esencial del capitalismo desde sus orígenes: su carácter mundial. Las operaciones productivas, comerciales y financieras del capitalismo se internacionalizaron a gran escala. Es la mal llamada “globalización”. Pero este cambio desnuda la contradicción de un capitalismo globalizado, pero cuya moneda de reserva, comercio y finanzas –el dólar– no es “global” sino que la emite un estado nacional.

b) Esta contradicción se pone hoy al rojo vivo, porque el estado que emite la moneda mundial es el mayor deudor del planeta. Y, peor aun, es un deudor insolvente.

Si este deudor insolvente no ha sido aún “declarado en quiebra”, es porque sus acreedores temen con razón de que su bancarrota los arrastre también a ellos al abismo. Pero la crisis ahora va a tensar más esta contradicción.

Por otra parte, el problema de la moneda del comercio mundial, siempre se ha resuelto en la historia no por deliberaciones pacíficas sino por cambios en las relaciones de fuerza entre las potencias mundiales. El dólar asumió la corona, porque EEUU ganó la Segunda Guerra Mundial. La libra esterlina (que hasta 1914 tenía además respaldo oro) perdió la primacía cuando Gran Bretaña salió maltrecha de ambas contiendas.

Que el dólar se mantenga en pie como moneda de reserva y del comercio, está estrechamente ligado a que el resto del mundo le siga prestando dinero a EEUU y sosteniendo así los déficits (de cuenta corriente y fiscal). Si los montos inauditos de los “rescates” se fuesen agrandando más y más, el Tesoro de EEUU y el banco central (la Reserva Federal) pueden ver comprometida su situación, al punto que el dólar vaya siendo preventivamente dejado de lado como moneda de reserva y comercio internacional. Si se llegase a esa situación (en la que aún no estamos), pocos van a querer seguir prestando a EEUU para que pueda sostener sus déficits.

Los problemas del dólar están relacionados también con el problema más amplio de cómo se va a sostener el actual grado de “globalización” de la economía y las finanzas.

1.5. La “globalización” y las acciones defensivas de estados y regiones en tiempos de crisis

El capitalismo desde sus inicios siempre constituyó un mercado mundial, una “economía-mundo”.  La tan mentada globalización, no fue otra cosa que dar un salto en esa tendencia secular del capitalismo.

Hubo avances notables en ese sentido a varios niveles: de la producción, del comercio, de las finanzas, del entrelazamiento de inversiones mutuas entre los distintos países centrales, etc.

Sin embargo, esta realidad de ninguna manera resolvió la tremenda contradicción histórica -propia del capitalismo- de la subsistencia de los Estados y fronteras nacionales; ni que se haya superado el hecho que, finalmente, y a pesar de todo, las corporaciones económicas multinacionales no dejaran de tener “patria”. Un supuesto “Imperio” sin fronteras donde se habría acabado con todo esto que sólo podía estar en la cabeza de superficiales intelectuales “posmarxistas” y/o “posmodernos” a la moda.

Pero, desmintiendo lo anterior, las grandes crisis, como la de 1929, ya implicaron –en su momento- saltos hacia atrás en los procesos de “globalización”. Para defender sus respectivos intereses, las burguesías de EEUU, Europa, etc. alzaron barreras proteccionistas, que potenciaron un dislocamiento del mercado mundial que ya de por sí el crash de Wall Street había desatado. Junto con la restricción crediticia, esto fue fundamental para generar un escenario de depresión mundial.

No decimos que ahora automáticamente vaya a suceder exactamente lo mismo. Tanto la producción como los capitales a nivel mundial están hoy cualitativamente más entrelazados y en cierta medida “fusionados”. Sin embargo, repetimos que eso no ha terminado con las rivalidades, las diferencias de intereses y la competencia feroz entre las corporaciones de los distintos países imperialistas, y sus estados y agrupamientos regionales. Y, como siempre, la crisis exacerba todo eso.

Contra la tendencia a la globalización que había sido predominante hasta la reciente crisis de la OMC (Organización Mundial de Comercio), ahora seguramente va a operar una tendencia en sentido contrario, la del “sálvese quien pueda”. Es decir, si la crisis arrecia, atrincherarse a nivel de estados y/o agrupamientos regionales.

Por lo pronto, EEUU y Europa no han logrado acordar un plan unánime para encarar la crisis. Por el contrario, se están manifestando profundas diferencias. Desde Europa, se exige a EEUU que “asuma sus responsabilidades”; es decir, que proceda a un ajuste feroz. Asimismo, protestan contra la eventual (y casi inevitable a futuro) devaluación del dólar, que no sólo es una estafa a los acreedores de EEUU, sino también una maniobra “desleal” para hacer perder competitividad a la UE en el mercado mundial.

Por si esto fuera poco, siquiera a nivel de la misma UE han podido acordar otra cosa que un genérico “apoyo” a la respuesta nacional que cada país miembro pueda dar a “su” propia crisis…

1.6. Crisis del sistema mundial de estados, del “orden mundial”

La crisis económica llega para profundizar aun más la crisis del sistema mundial de estados; es decir, del orden mundial. Los fracasos de EEUU en sus aventuras militares en Afganistán e Iraq han sido un factor fundamental (pero no el único) para que se desvaneciese el delirio neoconservador del “Nuevo Siglo Americano”, que trató de llevar adelante la administración Bush.

La caída de la ex URSS y el fin de la “guerra fría” produjeron un espejismo. EEUU, la gran potencia del capitalismo (pero que venía en verdad en un curso de declive), pareció recobrar una absoluta primacía mundial, mayor aún que la de 1945, porque ya no existía el rival del Kremlin.

En verdad, EEUU estaba muy lejos de eso. La estrategia de los neoconservadores para afirmar a EEUU como la superpotencia –que iba a ejercer una hegemonía absoluta en el siglo XXI, estableciendo un imperio colonial-petrolero en Medio Oriente y Asia central– fue un fracaso que nadie sabe cómo resolver, sin que signifique una retirada vergonzosa.  Peor aun, EEUU está ante la perspectiva de empantanarse en una tercera guerra, interviniendo también en Pakistán.

La ilusión de un sistema unipolar, con capital en Washington, ha sido reemplazada por la realidad de un mundo multipolar, donde numerosos estados ya no obedecen órdenes y actúan por cuenta propia. Y, peor aun, muchas veces lo hacen, en mayor o menor medida, contra los intereses de EEUU.

EEUU enfrenta en todos lados “desobediencias” que hubieran sido inconcebibles pocos años atrás. ¡Que a menos de 20 años del derrumbe de la ex URSS, una flota rusa llegue al Caribe –al que EEUU considera como su mar interior– para hacer maniobras militares con Venezuela, es uno de los tantos síntomas de la presente situación geopolítica!

1.7. Crisis de legitimidad del neoliberalismo, como modo de regulación del capitalismo, y también, aunque todavía en menor medida, crisis de legitimidad del capitalismo mismo como sistema económico-social

La caída del Muro de Berlín marcó no sólo la extensión del capitalismo a casi todo el planeta, sino también un enorme triunfo ideológico y de legitimidad, tanto del sistema capitalista en general, como especialmente del neoliberalismo, en tanto modo particular de configurar el capitalismo.

El neoliberalismo significó, en primer lugar, arrasar con las conquistas obreras logradas en períodos anteriores de la lucha de clases, especialmente las concesiones del “estado de bienestar social” (welfare state) de posguerra. La nueva era neoliberal vino no sólo de la mano de la restauración del capitalismo en la ex URSS, el Este y China, sino también de una suma formidable de derrotas obreras, país por país, especialmente en los años 80. La globalización neoliberal completó esto, al poner de hecho a competir directamente en el mercado mundial a la mano de obra, nivelando a los trabajadores por los peores grados de explotación.

Junto a eso, el neoliberalismo modificó las relaciones del capital con el propio estado burgués, especialmente en el sector financiero, dando “piedra libre” a actividades y operaciones antes más controladas y reguladas estatalmente. Asimismo, con las privatizaciones y la mercantilización de todo tipo de actividades, se ampliaron cualitativamente las áreas manejadas directamente por el capital privado.

El reverso del “fracaso del socialismo” de 1989/91 significa la legitimación del neoliberalismo como algo indiscutible e imposible de cuestionar. Pero, ahora, es el neoliberalismo quien aparece fracasando no menos rotundamente. Y no se trata sólo de la caída de las cotizaciones en las bolsas. ¡Al mismo tiempo, millones de seres humanos se hunden en la miseria y el hambre, en la peor crisis alimentaria en décadas!

Esta bancarrota es también un impacto tremendo en la conciencia de millones y millones de trabajadores en todo el mundo. Pero es un impacto en sentido totalmente opuesto al de la “caída del socialismo” de 1989/91.

Aunque no se trataba de países ni estados realmente “socialistas”, el derrumbe de la ex Unión Soviética, al tener como consecuencia inmediata la restauración capitalista, fue un duro golpe en nuestro propio terreno. Ahora, este terremoto económico-financiero es también un duro golpe… pero en el terreno de ellos.

Por lo tanto, es absolutamente claro que la crisis y deslegitimación del neoliberalismo crean mejores condiciones para el desarrollo y recuperación de la conciencia anticapitalista y socialista que llegó a tener la clase trabajadora, y que fue perdiendo en las derrotas y frustraciones de las revoluciones del siglo XX.

Esto seguramente va a ser producto de procesos complejos de la lucha de clases, en los que intervendrán muchos factores, y en donde los resultados de los futuros combates tendrán una gran importancia, junto con la acción de los partidos o corrientes socialistas revolucionarias.

En este sentido, será esencial mantener firmemente posiciones independientes, clasistas y auténticamente socialistas, frente a engaños como el progresismo “antineoliberal” (que promete un capitalismo “con rostro humano”) o el “socialismo del siglo XXI”... que se construiría junto con los empresarios.

Desde el comienzo del siglo, estos discursos están en boga –por ejemplo- en varios de los actuales gobiernos latinoamericanos: desde el propio Lula hasta Hugo Chávez, pasando por Cristina Kirchner, Correa y Evo Morales; ahora podrían generalizarse hacia otras regiones del globo.  

En resumen: la crisis y deslegitimación del neoliberalismo empujan ahora en el sentido de la recuperación de la conciencia anticapitalista y socialista, de la misma manera que antes las canalladas de las burocracias que culminaron con la restauración capitalista en la URSS, el Este y China, empujaban en sentido opuesto.

Ahora se está abriendo la posibilidad de que la conciencia de millones y millones comience a caminar en el sentido del cuestionamiento al capitalismo y de un relanzamiento de las ideas y la lucha por el socialismo.

 

2. Una situación mundial donde se agudizan tremendamente las contradicciones de clase, sociales y entre estados, con conflictos más polarizados, menos “mediaciones”, y seguramente luchas, guerras y revoluciones

Cómo decíamos al comienzo de esta declaración, con la caída del Muro de Berlín el capitalismo parecía cerrar el círculo del cuestionamiento a su dominación, comenzado con la Revolución Rusa de 1917. El capitalismo parecía terminar el siglo XX afirmando más que nunca su dominación a escala mundial, revirtiendo las concesiones a la clase obrera mundial que había dado como tributo a la misma por miedo a más revoluciones, haciendo retroceder el proceso de autodeterminación nacional que había pegado un salto en la segunda posguerra con la independencia de las colonias, y sobre todo logrando la vuelta al dominio directo de la explotación capitalista en el tercio del mundo donde se habían producido revoluciones que habían expropiado a la burguesía.

Como es sabido, los efectos de estos hechos en la conciencia de millones de trabajadores y en las luchas cotidianas fueron tremendos. El socialismo había “muerto” después de “fracasar totalmente”. Por lo tanto, la clase obrera mundial debía conformarse con ser una clase explotada hasta la eternidad. Esta situación fue la que tiñó de conjunto la lucha de clases internacional a lo largo de las dos últimas décadas.

Pero lo que está ocurriendo en estos momentos hace las veces de un “recomienzo” histórico: porque ahora el supuesto “triunfador”, el capitalismo mundial, afronta su crisis más dramática en décadas y décadas. Si los desarrollos de las tres últimas décadas habían ido –por así decirlo- de “izquierda a derecha”, ahora, estos desarrollos serán en sentido contrario: de “derecha a izquierda” aunque seguramente marcados por una polarización en ambos extremos.

Porque lo que esta crisis ha puesto en cuestión frente a los ojos de millones y millones no es ahora el “socialismo”… sino al mismísimo capitalismo en su forma más “contemporánea” y “avanzada” de organización. Es un cuestionamiento que, en sus tremendas y potenciales consecuencias mundiales, regionales y nacionales no hace más que actualizar el carácter de la época histórica abierta a comienzos del siglo pasado como una época de crisis, guerras y revoluciones sociales.

2.1 Un ataque en regla contra los trabajadores

La pretensión del capitalismo y los gobiernos de EEUU y de todo el mundo es “socializar las pérdidas”: que los trabajadores paguen la catástrofe perpetrada por el capitalismo.

En los billones y billones que se han hecho humo en las hogueras de Wall Street, estaba condensado buena parte del esfuerzo y los padecimientos de todos los trabajadores del mundo. ¡Y ahora se les pide que sean ellos los que paguen la factura de este desastre, con más trabajo, más penurias, más esclavitud laboral!

Esta es la política que viene desde todos los gobiernos, en primer lugar, el de EEUU. Pero estos ataques van a dar motivos para que haya respuestas a su misma escala. 

¿Qué va a pasar, por ejemplo, en EEUU, si millones pierden la vivienda y el empleo, y otros tantos ven liquidadas sus pensiones de retiro, por la pérdida de valor de los títulos y acciones que supuestamente las respaldaban? ¿Va a continuar la pasividad de las masas estadounidenses, que viene desde las derrotas de los tiempos de Reagan o vamos a presenciar el “recomienzo” de la lucha de clases en los mismísimos Estados Unidos?

La rabia con que millones de estadounidenses recibieron el “bailout”, el plan de “rescate” de Bush, y cuya presión hizo fracasar el primer intento de aprobarlo, es un anticipo de lo que puede pasar si el capitalismo norteamericano lleva adelante el ajuste salvaje que objetivamente requiere la economía de EEUU.     

Lo que decimos en relación al panorama de EEUU, centro de la actual crisis, es también válido para el resto del mundo, ya que nadie va a quedar inmune, en mayor o menor medida. Esto abre la perspectiva de una polarización mucho mayor y más dura de todas las contradicciones y enfrentamientos.

Esta “exasperación” de las tensiones sociales y políticas ha sido un rasgo universal de todas las grandes crisis. Aunque nos referimos en primer lugar a las que atañen a la clase trabajadora, esto va a teñir a todos los sectores. Se van a presentar divisiones en la misma burguesía y su personal político (como la que paralizó durante varios días al gobierno de EEUU).

Las relaciones entre estados, en una situación donde no hay quien “ponga orden”, pueden también dar cauce a situaciones críticas.

2.2. La deslegitimación del neoliberalismo y la resurrección del keynesianismo no van a significar el retorno al “estado de bienestar social” de posguerra

Es necesario alertar que ya mismo está funcionando una tremenda trampa. Ahora, medio mundo se ha vuelto “antineoliberal”. El neoliberalismo es condenado (más de forma que de contenido), para sostener a continuación la posibilidad de “otro capitalismo” que funcione “mejor” que el fracasado neoliberalismo.  Esto es lo que también intenta presentar Obama, aunque en realidad, para una facción del imperialismo, es el candidato ideal para esta situación de crisis.

Ahora, todos se están diciendo “keynesianos” (Keynes fue un importantísimo economista burgués contemporáneo con la gran depresión de 1929), y claman para que el estado vuelva a intervenir, regular y controlar. “Bring back Keynes!”: “¡Traigan de vuelta a Keynes!” reclama, por ejemplo, el titular de uno de los más importantes y tradicionales diarios de Londres.

Sin embargo, esta resurrección del “keynesianismo” –o, mejor dicho, de la intervención y regulaciones del estado–, no significa de ninguna manera un regreso a las concesiones del “estado de bienestar social”, desmantelado por la reacción neoliberal.

Mucho sectores del “progresismo”, tanto en América Latina como en Europa, argumentan incluso que el capitalismo “funcionaría mucho mejor y se saldría rápidamente de la crisis”, si se bajaran las tasas de interés, se crearan empleos y se aumentaran los ingresos de los trabajadores: de esa manera, la mayor demanda permitiría colocar la producción y superar así una recesión o depresión. En resumen: el “progresismo” sueña con volver al “estado de bienestar social” ensayado en EEUU con Roosevelt y generalizado en la posguerra en todos los países centrales y también, más modestamente, en muchos de la periferia.

Pero se olvidan de dos cosas: la primera es que el “estado de bienestar social” no fue simplemente un hecho “económico”, sino una acción política. Estuvo determinado por el terror de las burguesías de todo el mundo a la revolución socialista. Aunque la Unión Soviética había ya degenerado en el régimen burocrático que llevaría finalmente a la restauración capitalista, la sombra de la Revolución obrera de 1917 aún se extendía por el mundo. El “estado de bienestar social” (welfare state) fue una medida necesaria para domesticar a la entonces combativa clase obrera estadounidense e impedir después de la guerra revoluciones socialistas en Europa occidental.

Pero además, hay una segunda cuestión: el capitalismo cómo tal es un sistema social marcado por dramáticas contradicciones que están en el núcleo íntimo de su configuración. Su lógica más profunda lo marca una sed insaciable de ganancias a despecho de la reproducción humana y de la naturaleza. Se trata de una lógica perversa que -cómo fue demostrado hace más de siglo y medio por Marx- inevitablemente lo lleva de crisis en crisis porque socava estos dos manantiales de la riqueza como son el trabajo humano y la naturaleza.

Además, con la evolución histórica y por distintas razones, estas tendencias a la crisis (que sin embargo nunca pueden significar un “derrumbe” del sistema si la clase obrera con sus luchas no lo tira abajo revolucionariamente) no hacen más que tender a agravarse.

Por lo tanto, sea en su forma neoliberal, sea bajo una nueva configuración “keynesiana”, las contradicciones del sistema capitalista son irresolubles: la única solución realista es la lucha por abrir paso a otro sistema social, el socialismo.

2.3. Socialismo o barbarie: un programa obrero y socialista frente a la crisis

La versión de “keynesianismo” que se está perfilando en este brusco giro “estatizante” de muchos gobiernos, no debe dar lugar a ilusiones.

Estas políticas, podríamos definirlas más precisamente como un “keynesianismo liberal”; o sea, un giro hacia una mayor intervención y regulación del estado en la actividad económica, pero tratando de mantener las condiciones de superexplotación que el neoliberalismo logró imponer a la clase obrera mundial y los países semicoloniales, como por ejemplo la flexibilización laboral y los TLCs entre EEUU y varios países latinoamericanos (algunos de los cuales, para salir del paso, ahora tratan de tener simultáneamente relaciones con Chávez y el Alba).

Este “keynesianismo liberal” (o, mejor dicho, “liberalismo keynesiano”), a lo sumo, para poner “paños fríos”, va a desarrollar a gran escala el “asistencialismo de la miseria” que vemos en tantos países de América Latina.

Pero, como venimos señalando, los intentos de hacer pagar los platos rotos de la crisis a los trabajadores, se producen en un contexto muy distinto a los de la ofensiva triunfante del neoliberalismo de los años 80 y 90. Hoy no están bajo la sombra del gran éxito que lograron con el “fracaso del socialismo”, sino bajo la pérdida de legitimidad que está implicando su actual fracaso.

Además, en regiones del mundo de importancia como Latinoamérica, casi desde el comienzo mismo del siglo XXI ya se venía en un ciclo que se ha dado en llamar de “rebeliones populares” con una enorme acumulación de luchas, experiencias y formas de organización independientes. Estas experiencias no lograron ser desmontadas del todo en estos últimos años de gobiernos “progresistas”. Ahora podrían significar puntos de apoyo para las luchas más duras y polarizadas que vendrán.

Porque mundialmente asistiremos a un escenario de mayor polarización, donde habrá menos “colchones” entre revolución y contrarrevolución, donde seguramente tenderán a “adelgazarse” los mecanismos de “mediación” de la “democracia” y a desarrollarse expresiones sociales y políticas más a la derecha y a la izquierda del “centro” político.

En este sentido, no deja de ser sintomático (sólo a modo de ejemplo) lo que está ocurriendo ya en países europeos de enorme estabilidad como Bélgica, donde ha habido en estos días una huelga general contra la carestía de la vida, que se realizó desbordando el previo llamado de las burocracias sindicales. Seguramente veremos hechos semejantes en los cuatro puntos cardinales del globo –incluso en países decisivos para la estabilidad mundial de las últimas décadas con es el caso, ya señalado, de los mismos Estados Unidos–.

En Latinoamérica, habrá que seguir con mucha atención el que puede ser el punto de máximo quiebre de la estabilidad regional con la eventualidad de una guerra civil en Bolivia. También será de mucha importancia ver la evolución de aquellas economías o regiones más directamente atadas a la evolución económica de los Estados Unidos como son México y Centroamérica toda. Y no hay que dejar de subrayar la importancia potencial que podría tener la eventualidad de un ascenso en las luchas en un país de inmensa importancia y que ha sido el pilar de la estabilidad regional en los últimos años, como es el caso de Brasil.

En estas condiciones, habrá que enarbolar un programa de reivindicaciones obreras que deberá estar marcado por algunas de las consignas más clásicas del programa de los trabajadores frente a la crisis: la escala móvil de horas de trabajo y salario; la estatización bajo control de los trabajadores de toda empresa que realice suspensiones, despida o vaya a la quiebra; la estatización de la banca y el establecimiento del monopolio estatal del comercio exterior, todo esto bajo el control de los trabajadores; la ruptura del secreto económico y financiero, y la apertura de toda la contabilidad de las grandes empresas, sean privadas o estatales; la puesta en pie de comités de lucha, de autodefensa y formas de organización y coordinación ad-hoc al calor de las luchas; la perspectiva de la puesta en pié de organismos de centralización nacional de las luchas; todo lo anterior en el camino de gobiernos obreros y populares y el socialismo.