Crisis mundial

El crack de Wall Street

¿Codicia o capitalismo?

Socialismo o Barbarie, 09/10/08

“Los economistas que pretenden explicar por la especulación las repetidas sacudidas de la industria y el comercio, se asemejan a esa escuela perimida de la Biología que consideraba a la fiebre como causa de todas las enfermedades.” (Karl Marx, New York Tribune, 15/12/1857)

En las protestas que se produjeron en Wall Street –entre otras cosas para repudiar el infame “rescate” de los tiburones de las finanzas– algunos manifestantes llevaban afiches que decían: “greed kill” (“la codicia, mata”). Pero también, otros manifestantes llevaban un afiche diferente: “It’s capitalism, stupid” (“Es el capitalismo, estúpido”). Por supuesto, respetando a todos los que salieron a la calle a protestar, son estos últimos los que tienen razón.

El desastre es de una magnitud inconmensurable. Millones y millones de trabajadores están amenazados de perder su trabajo, su vivienda o ambas cosas a la vez. Otros, que aportaron durante toda su vida a los fondos de pensiones (como en Argentina, las AFJP), ahora se enteran que también están en quiebra, y que se pueden despedir de las jubilaciones. Y esto no es sólo en EEUU: ¡la crisis ya se está “derramando” a todo el mundo! Entonces, entender qué pasó, es el primer paso absolutamente necesario para poder defendernos y arreglar este desastre.

El gran responsable de esto, el sistema capitalista, tiene varias formas de decir “¡yo no fui!”... y las ha puesto en marcha.

Una, la más irrisoria, es la de poner las cosas en términos morales: la codicia. La responsabilidad colectiva del capitalismo como sistema económico-social se traspasa entonces a algunos individuos –los “codiciosos”– a los que el buen Dios de Bush o del papa Benedicto van a castigar el Día del Juicio Final.

Por supuesto, no se trata de que algunos “codiciosos” se pasaron de roscas. El problema es que vivimos en un sistema, el capitalismo, donde la “codicia” es la ley suprema, por una simple razón: el capitalista (industrial, comerciante o banquero) que no gane todo lo que pueda –aun a costa de triturar a sus trabajadores y producir estos desastres mundiales–, queda fuera de combate; la competencia entre capitalistas lo barre sin piedad. Si no es “codicioso”, va a la quiebra.

La otra forma de eludir responsabilidades es más sofisticada: es la que ahora nos venden muchos políticos, especialmente del campo “progresista”:

Habría dos capitalismos, uno malo y otro bueno; algo así como la historia de Caín y Abel.

El capitalismo bueno es el capitalismo productivo. Por ejemplo, el buen empresario que pone una fábrica y hace trabajar por salarios de hambre a los obreros 12 horas en turnos rotativos sin sábados ni domingos, y cuando están destruidos, a los 40 años, los despide para poder triturar carne más fresquita. En cambio, el capitalismo malo es el capitalismo especulativo, el banquero o “financista” que se dedica a “especular”, “sin producir nada”... y además provoca crisis como la que estamos viviendo.

Otra forma de decir lo mismo, es la de quienes “rechazan” el “modelo neoliberal” o la “economía casino” y postulan un capitalismo “serio” y “productivo”.

Esta fábula es tan vieja y tan poco original, que ya Marx, hace siglo y medio, se reía de ella. Y, efectivamente, es tan disparatada como si un médico, cuando estamos enfermos nos dijese que tenemos gripe porque estamos con fiebre, y no que tenemos fiebre, porque estamos con gripe.

Dicho de otro modo: la “especulación” es el síntoma de que la humanidad tiene una gravísima enfermedad: el capitalismo.

En efecto, la producción, el comercio y las finanzas son partes inseparables de un mismo y único ciclo de “valorización” del capital. La valorización es el mágico proceso mediante el cual, por ejemplo, un señor capitalista tenía hace un año 100 millones de dólares, hoy tiene 150 millones y mañana tendrá 200 millones. Y producción, finanzas y comercio son inseparables, porque para producir algo en el sistema capitalista (sobre todo si es a gran escala) hay que financiarlo, y luego el producto hay que comerciarlo.

Las crisis, como las que hoy estamos viviendo, se desatan cuando, de conjunto, esa valorización –por determinadas causas– se viene abajo. O sea, cuando, el capitalista de nuestro ejemplo, en vez de aumentar sus bienes a 250 millones, se estanca o retrocede. Es lo que ya venía sucediendo. La forma o “síntoma” en que se expresa eso, suelen ser los estallidos financieros como el de ahora, que vienen precedidos de un aumento de la fiebre especulativa. Pero rechacemos el error de confundir la fiebre con la enfermedad.