Crisis mundial

Las crisis del sistema capitalista

Por Alejandro Teitelbaum
Our Words in Resistence, 18/10/08

I. Características específicas del sistema hoy

En el período premonopolista y concurrencial del sistema capitalista, se distinguían tres procesos relativamente autónomos: a) el proceso de producción; b) el proceso de circulación y c) el proceso de realización de la producción, regidos cada uno por sus propios capitales: el capital industrial, el capital comercial y el capital bancario, los dos últimos obteniendo su parte de beneficios de la plusvalía extraída a los trabajadores en el proceso de producción (1).

Pero con el surgimiento del capitalismo monopolista a fines del siglo XIX y comienzos del XX, que se consolida en la segunda mitad del siglo XX con la llamada revolución científica y técnica (electrónica, informática, etc.) se producen dos hechos fundamentales en la economía mundial: el papel hegemónico que asume el capital financiero en el sistema capitalista y la desaparición de la competencia como mecanismo autorregulador (o relativamente autorregulador) del mercado. Las sociedades transnacionales pasan a ser las estructuras básicas del actual sistema económico–financiero mundial y sustituyen al mercado como método de organización de la economía internacional (2). Sin que por ello deje de existir la competencia entre los grandes oligopolios, que suele ser encarnizada y sin cuartel.

Las relaciones entre las sociedades transnacionales son una combinación de una guerra implacable por el control de mercados o zonas de influencia, absorciones o adquisiciones forzadas o consentidas, fusiones o ententes y el intento permanente pero nunca logrado de establecer reglas privadas y voluntarias de juego limpio entre ellas. Porque la verdadera ley suprema de las relaciones entre las sociedades transnacionales es "devorar o ser devorados".

De modo que cuando actualmente se oye hablar del mercado y de que "el funcionamiento de la economía debe quedar librado a las fuerzas del mercado" debe entenderse que el funcionamiento de la economía (y de la sociedad en general) debe quedar sometido a la estrategia decidida por el capital monopolista transnacional, cuyo objetivo básico es maximizar sus beneficios, apropiándose por cualquier medio del fruto del trabajo, de los ahorros y de los conocimientos tradicionales y científicos de la sociedad humana.

El proceso de constitución del capital monopolista es el resultado de la concentración y acumulación del capital, que dio lugar a la formación de grandes oligopolios y monopolios cuya base financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX con la fusión del capital industrial y el capital bancario. Los grandes monopolios transnacionales también consolidaron su base financiera constituyéndose como sociedades anónimas, que absorbieron el ahorro popular a través de la emisión de acciones (participaciones en el capital y en los beneficios –o pérdidas– de la empresa) y obligaciones (título de crédito contra la empresa que además devenga un interés).

Pero sobre el fondo de una tendencia permanente, y a ritmo cada vez más acelerado, de concentración y acumulación del capital a escala mundial, la preeminencia del capital financiero es actualmente el rasgo dominante del sistema.

Esta preeminencia del capital financiero sobre el capital productivo es el resultado de un cambio profundo de la economía mundial a partir del decenio de 1970, momento que marca el fin del Estado de bienestar, caracterizado por la producción en masa y el consumo de masas, impulsado este último por el aumento tendencial del salario real y por la generalización de la seguridad social y de otros beneficios sociales. Es lo que los economistas llaman el modelo económico “fordista”, de inspiración keynesiana.

El agotamiento del modelo del Estado de bienestar obedeció a varios factores, entre ellos: llegó a su término la reconstrucción de posguerra, que sirvió de motor a la expansión económica, el consumo de masas tendió a estancarse o a disminuir lo mismo que los beneficios empresarios. También incidió el “shock” petrolero de comienzos de los 70.

Para dar un nuevo impulso a la economía capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, se hizo necesario incorporar la nueva tecnología (robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios y eso requirió grandes inversiones de capital.

Alguien tenía que pagar la factura y comienza entonces la época de la austeridad y de los sacrificios (congelación de los salarios, deterioro de las condiciones de trabajo y aumento de la desocupación) que acompañaron a la reconversión industrial. Al mismo tiempo, la revolución tecnológica en los países más desarrollados impulsó el crecimiento del sector servicios y se produjo el desplazamiento de una parte de la industria tradicional a los países periféricos, donde los salarios eran –y son– mucho más bajos.

En esas condiciones toma cuerpo la llamada “mundialización neoliberal”: el pasaje de un sistema de economías nacionales a una economía dominada por tres centros mundiales: Estados Unidos, Europa y Japón y un grupo constituido por los que se llamaron los "cuatro tigres de Asia": Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur. Después se produjo el ingreso impetuoso de China y, en cierta medida de India, en los primeros rangos de la economía mundial.

Con la incorporación de las nuevas tecnologías aumentó enormemente la productividad del trabajo, es decir que con la misma cantidad de trabajo humano la producción de bienes y servicios pasó a ser mucho mayor.

Se presentaron entonces dos posibilidades:

1) O se incitaba el consumo masivo de los bienes tradicionales y de los nuevos bienes a escala planetaria con una política salarial expansiva, una política social al estilo del Estado de bienestar, se reducía la jornada de trabajo en función del aumento de la productividad para tender a una situación de pleno empleo y se reconocían precios internacionales equitativos a las materias primas y productos de los países pobres

2) O se tendía a mantener y a aumentar los márgenes de beneficio conservando bajos los salarios, incrementando la jornada laboral y la intensidad en el trabajo y se mantenían bajos los precios de los productos de del Tercer Mundo.

La primera alternativa hubiera sido factible en un sistema de economías nacionales, en las que la producción y el consumo se realiza fundamentalmente dentro del territorio y es posible el pacto social de hecho entre los capitalistas y los asalariados en tanto consumidores. Pero en el nuevo sistema “mundializado” la producción se destina a un mercado mundial de "clientes solventes" y ya no interesa el poder adquisitivo de la población del lugar de producción.

En las condiciones de la mundialización acelerada, los dueños del poder económico y político a escala mundial con su visión de "economía–mundo" y de "mercado global" apostaron a la segunda alternativa.

Predominó entonces un ritmo lento de crecimiento económico, a causa de que un mercado relativamente estrecho imponía límites a la producción y surgió el fenómeno de grandes masas de capitales ociosos (incluidos los petrodólares), puesto que no podían ser invertidos productivamente.

Pero para los dueños de dichos capitales (personas, bancos, instituciones financieras) no era concebible dejarlos arrinconados sin hacerlos fructificar.

Es así como el papel tradicional de las finanzas al servicio de la economía, interviniendo en el proceso de producción y del consumo (con créditos, préstamos, etc.) quedó relegado por el nuevo papel del capital financiero: producir beneficios sin participar en el proceso productivo.

Esto se se fue concretando de varias maneras:

–Mediante la compra de acciones de empresas industriales, comerciales y de servicios por parte de los gestores de fondos de pensiones, de las compañías de seguros, de los organismos de inversión colectiva y de los fondos de inversión.

–Mediante la compra directa de empresas por los fondos de inversión, que las que conservan si son muy rentables o por razones estratégicas o las “sanean” despidiendo personal y luego las venden con un margen de ganancia considerable. Los fondos de inversión compran las empresas mediante el sistema llamado Leverage Buy–Out (LBO) que podría traducirse como “operaciones con efecto de palanca”, que consiste en financiar la compra con una parte de capital propio (generalmente el 30%) y otra parte (el 70% restante) con préstamos bancarios, garantizados con el patrimonio de la empresa adquirida.

Los grupos financieros pasan asi a intervenir en las decisiones de política de las empresas con el objeto de que su inversión produzca la alta renta esperada, imponiéndoles estrategias a corto plazo, cuyo eje principal es la reducción del personal y la degradación de las condiciones de trabajo, en materia de salarios, de intensidad del trabajo y de incremento de la jornada laboral.

Pero además los inversores financieros que participan en actividades productivas exigen una renta anormalmente elevada y la logran mediante una repartición inequitativa de los beneficios con el capital productivo, en detrimento de este último.

–Otra manera en que crece el papel del capital financiero especulativo es que las mismas empresas industriales, comerciales y de servicios invierten parte de sus beneficios en diversos títulos y papeles financieros especulativos, en lugar de hacerlo en la producción.

De modo que a través de la intensificación de la explotación del trabajo humano el capital transnacional (y sobre todo el capital financiero parasitario) mantuvo y mantiene una alta tasa de beneficios a pesar del crecimiento económico lento y de la existencia de un mercado restringido.

Entonces surgió la ilusión y hasta se teorizó acerca de que el dinero y los productos financieros, circulando en los mercados, son por sí mismos creadores de valor.

Pero lo cierto es que el dinero y los productos financieros no crean valor sino que representan un valor. Esa supuesta creación de valor y generación de beneficios por el dinero y los productos financieros no es otra cosa que la apropiación del valor creado por el trabajo humano en el proceso productivo de la economía real.

Partiendo del supuesto de que el dinero y los productos financieros circulando en los mercados crean valor, para enriquecerse no hay otra cosa que hacer que crear productos financieros o adquirir los ya existentes y hacer que se reproduzcan mediante adecuadas operaciones especulativas.

La consecuencia de esto ha sido la autonomización e “inflación” de productos financieros (burbujas financieras).

Además de los productos financieros tradicionales (acciones y obligaciones) se han creado muchos otros. Entre ellos los productos financieros derivados, que son papeles cuyo valor depende o "deriva" de un activo subyacente y que se colocan con fines especulativos en los mercados financieros. Los activos subyacentes pueden ser un bien (materias primas y alimentos: petróleo, cobre, maíz, soja, etc.), un activo financiero (una moneda) o incluso una canasta de activos financieros. Así los precios de materias primas y de alimentos esenciales ya no dependen sólo de la oferta y la demanda sino de la cotización de esos papeles especulativos y de ese modo los alimentosd pueden aumentar (y aumentan) de manera inconsiderada en perjuicio de la población y en beneficio de los especuladores.

Por ejemplo cuando se anuncia que se fabricarán biocombustibles los especuladores “anticipan” que el precio de los productos agrícolas (tradicionalmente destinados a la alimentación) aumentará y entonces el papel financiero (producto derivado) que los representa se cotiza más alto, lo que repercute en el precio real que paga el consumidor por los alimentos.

Las inversiones en productos financieros implican diversos niveles de riesgo. Con la esperanza de cubrir dichos riesgos se han inventado una compleja serie de productos financieros que inflan cada vez más la burbuja y la alejan aun más de la economía real.

Chesnais escribe:

...”los inversores financieros, así como también los bancos centrales creyeron tener finalmente una técnica milagrosa que garantizaba al sistema bancario contra el riesgo: la titulización generalizada. ¿Qué es esta titulización (en francés “titrisation”, aunque la expresión original en inglés es “securitization”)? Pues consiste en “transformar las acreencias en manos de establecimientos de crédito, sociedades financieras, compañías de seguros o sociedades comerciales (las cuentas–cliente) en títulos negociables”. Estos títulos tienen nombres estrafalarios pero es obligado mencionarlos. Están en primer lugar los RMDS (Resiential Mortgage Backet Securities), adosados a los préstamos inmobiliarios. Se encuentran luego los CDS (Credit Default Swaps), derivados de crédito que conllevan la transferencia con intereses y elevadas comisiones del riesgo ligado a la posesión de obligaciones de empresas (estos CDS eran instrumentos de cobertura de riesgo, pero pasaron a ser instrumentos de colocación especulativa). Están finalmente los CDO (Collateralized Debt Obligations), que son “títulos derivados de títulos” que suponen dos operaciones sucesivas de titulización y una total opacidad sobre la composición del “producto sintético” (El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera).

Michel Drouin, por su parte, escribe:

"El desarrollo de los flujos de capitales internacionales, impulsado por la desregulación y la descompartimentación casi general de los mercados financieros, hizo de los años 80 el decenio de la mundialización financiera… Las operaciones financieras, cuyo volumen estaba ya desconectado del volumen de las transacciones en bienes y servicios, se hicieron autónomas, es decir movidas no por la lógica de las transacciones corrientes sino por la de los movimientos de capitales. La esfera financiera basó su desarrollo sobre ella misma a partir de la búsqueda de un beneficio surgido de la variación de los precios de sus propios instrumentos. El carácter especulativo de esta lógica de crecimiento permite hablar del surgimiento de una economía internacional de la especulación". (Le système financier international).

Los Estados Unidos y una parte de la población de dicho país son los primeros beneficiarios del proceso de mundialización financiera, la que les permite apropiarse del producto del trabajo y de los ahorros de los pueblos de todo el planeta.

Con esta "economía internacional de la especulación", como la llama Drouin, se aceleró la acumulación de grandes capitales en pocas manos a expensas sobre todo de los trabajadores, de los jubilados y de los pequeños ahorristas. Aunque los pequeños ahorristas participan de la ilusión de que el dinero y los productos financieros se reproducen (crean valor) por si solos. Hasta que la burbuja financiera estalla.

De modo que a la tradicional expropiación del fruto del trabajo que practica el capital en el proceso productivo (obtención de plusvalía), se ha venido a sumar la que realiza el capital financiero especulativo sin participar en el proceso de producción.

El capital financiero, además de estos mecanismos “legales” destinados a obtener una tajada cada vez mayor de los valores creados en la esfera productiva, se apropia directamente de los bienes de los trabajadores, jubilados y pequeños ahorristas, cometiendo verdaderas estafas.

Por ejemplo en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía Enron se declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejó en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia empresa. En otras quiebras de grandes bancos o grupos financieros transnacionales, miles de pequeños ahorristas han visto evaporarse el fruto de muchos años de esfuerzos e incluso de privaciones.

Después de Enron se sucedieron otros casos similares como el de WorldCom y resultaron implicados los dos más grandes bancos estadounidenses: Citygroup y JP Morgan Chase (3).

En el caso de WorldCom, un pequeño ahorrista que en marzo de 2000 compró 10.000 dólares en acciones se encontraba en julio de 2002 con que sus acciones valían sólo 200 dólares (Despacho de AFP del 21/07/02 ).

Una situación similar se produjo también en algunas transnacionales basadas en otros países, como Vivendi y otras en Francia. La acción de Vivendi llegó a cotizarse a 141,60 el 10 de marzo de 2000 y valía sólo 9,30 el 16 de agosto de 2002.

Los escándalos financieros revelados en el curso de 2002 causaron enormes pérdidas a los más grandes fondos de pensión estadounidenses, los que decidieron iniciar juicios contra los responsables, entre ellos Enron y su auditor Arthur Andersen, WorldCom y otros. Calpers, que administra el dinero de 1.300.000 funcionarios californianos , CalSTRS (687000 docentes del mismo Estado) y Lacera (132000 empleados de Los Angeles) han perdido 318 millones de dólares a causa de la quiebra de WorldCom (más de 7 mil millones de dólares evaporados). El fondo de pensión de los funcionarios del Estado de Nueva York (112 mil millones de dólares de activos) perdió 300 millones de dólares en la quiebra de WoldCom.

La reacción ex post facto del gobierno estadounidense, adoptando, el 25 de julio de 2002, la Corporate Auditing Accountability Act, con la sola finalidad de frenar el "krach" bursátil, se hizo necesaria para restablecer mínimamente la confianza de la población, después que Bush dijera públicamente: "Los escándalos han traicionado al pueblo americano. Los inversores han perdido su dinero, los jubilados su seguridad y los trabajadores sus empleos. La práctica de negocios deshonestos equivale a robo y fraude...”.

Como se puede apreciar, en 2002 el Gobierno estadounidense tomó medidas aparentemente destinadas a evitar que se repitieran ese tipo de situaciones, pero en realidad sólo para calmar a la opinión pública. Y las crisis se siguen repitiendo...

Otras formas que permiten al capital financiero transnacional apropiarse en forma parasitaria del fruto del trabajo ajeno, es decir sin intervenir en el proceso productivo, son la privatización de la seguridad social, de la que se han hecho cargo fondos privados de pensiones, la sustitución de parte del salario o de otras remuneraciones de que es acreedor el personal de las grandes empresas por acciones o por opciones sobre acciones de la misma empresa (stock–options), etc., que son distintas formas de robar o estafar, como dicen los economistas Labarde y Maris. (4)

En síntesis, el capital financiero transnacional está funcionando como una bomba aspirante de las riquezas producidas por el trabajo a escala mundial, riquezas que de esta manera se concentran en pocas manos y en ciertas regiones del planeta, particularmente en los Estados Unidos.

El pago de la deuda externa (real o supuesta) por parte de los países periféricos contribuye en no poca medida a alimentar las cajas del capital financiero transnacional.

II. La desregulación del sistema financiero

En julio de 1944, la Conferencia Monetaria y Financiera de Bretton Woods acordó la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRD).

Ya en 1943, cuando comenzaba a vislumbrarse el fin de la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses y los ingleses comenzaron a discutir las bases de la organización de la economía mundial en la posguerra.

John Maynard Keynes, encargado por las autoridades británicas de participar en las deliberaciones, propugnaba la creación de una cámara de compensación mundial (Clearing Union) que permitiría hacer todas las transacciones internacionales a un tipo de cambio fijo referido a una moneda internacional emitida por la Clearing House, el "bancor". Se trataba de un verdadero sistema monetario internacional regulador de las finanzas internacionales, que conservaba la simetría entre las partes, con mecanismos de control y eventualmente de financiación para los países deficitarios y una participación de cada país en función de sus capacidades financieras. Sería una especie de Banco a escala internacional en el que los "clientes" serían los Estados.

Pero esta propuesta no fue aceptada por los Estados Unidos, en ese momento en la cumbre de su poderío económico como único gran beneficiario de la Segunda Guerra Mundial, que impuso en Bretton Woods sus puntos de vista: un sistema de cambios fijos (con una elasticidad del uno por ciento en más o en menos sobre la paridad establecida entre las monedas) y la paridad establecida en relación con el oro o con el dólar de los Estados Unidos (artículo IV de los Estatutos del FMI, antes de la reforma de 1978).

Así es como en la práctica el dólar pasó a ser moneda internacional, obligando a todos los países a acumular reservas en dólares para hacer frente a las fluctuaciones de sus respectivas monedas, resultante del estado de su balance de pagos.

El sistema de Bretton Woods estableció pues un privilegio exorbitante a favor de los Estados Unidos en materia de pagos internacionales, que en los hechos, sirvió para que el resto del mundo financiara su déficit presupuestario.

Esta fue la base de un desorden creciente del sistema monetario internacional que se institucionalizó en 1975 con el abandono del sistema de tipos de cambios fijos (reforma, vigente desde 1978, del artículo IV de los Estatutos del FMI,).

Es decir, se abandonó un principio ordenador del sistema monetario (el sistema de cambios fijos) pero se mantuvo en los hechos al dólar como moneda internacional, de manera que todo el resto del mundo continuó subvencionando la economía de los Estados Unidos, pues los Bancos centrales de los otros países siguieron interviniendo para evitar la baja del dólar.

Es cierto que las intervenciones de los Bancos centrales son cada vez más inocuas, pues poco pueden hacer frente a las sumas fenomenales puestas instantáneamente en juego en el mercado financiero internacional para especular con las monedas nacionales.

Este es el sistema financiero – cuyas ideas centrales son la desregulación y la libre circulación de capitales– que acompañó un cambio profundo de la economía mundial a partir del decenio de 1970.

Hasta entonces había existido una neta separación en las facultades atribuidas a las distintas instituciones que se ocupan de servicios financieros.

Pero desde comienzos de los 80 se produce un amplio movimiento de desregulación.

Se borra la diferencia entre moneda y activos financieros, desaparecen los límites entre los diferentes segmentos del mercado: mercado monetario, mercado de crédito a mediano plazo, mercado financiero, etc. Desaparece la especialización de los agentes financieros.

Se hacen cada vez más difusas, cuando no se borran, las fronteras entre los bancos comerciales, cuya función principal consiste en recibir depósitos y conceder préstamos y los Bancos de inversión, que se dedican a sacar empresas a Bolsa, diseñar y ejecutar OPA's, fusiones, ventas de divisiones enteras entre empresas, emisiones de bonos, operaciones de trading de gran volumen en los mercados financieros, etc. La tradicional separación entre agentes de cambio e intermediarios financieros desaparece y se achica la clásica intermediación bancaria para la obtención de capitales en préstamo pues éstos se pueden obtener emitiendo títulos de distinto tipo que se colocan directamente en el mercado.

Se produce así una verdadera hipertrofia, totalmente incontrolada, de la esfera financiera y se crea un enorme capital ficticio, como lo denominó Marx en El Capital.

En pocos años los productos financieros derivados ( futuros, opciones, forwards, swaps,etc.) con fines especulativos o supuestamente destinados a cubrir riesgos se multiplicaron exponencialmente y su monto de hizo astronómico y totalmente despegado de la economía real (5). Todos esos productos financieros circulan, en los hechos, como moneda, de manera que el papel de la moneda de representar los valores creados en el proceso de producción se ha distorsionado totalmente, pues la relación entre los valores reales creados en el proceso productivo y los ficticios que circulan en el mercado financiero es del orden de entre 10 a 1 y 20 a 1, según diferentes estimaciones.

Walden Bello, refiriéndose a la crisis de los préstamos hipotecarios escribe:

...”la crisis hipotecaria no resultó de una oferta superior a la demanda real. La "demanda" estaba, por mucho, fabricada por la manía especulativa de promotores y financieros empeñados en conseguir grandes beneficios a partir de su acceso al dinero foráneo que inundó a los EEUU de la última década. Ingentes volúmenes hipotecarios fueron agresivamente ofrecidos y vendidos a millones de personas que, normalmente no habrían podido permitírselo, ofreciéndoles unos tipos de interés ridículamente bajos, pero ajustables para sacar después más dinero de los propietarios de casas... los activos pasaron a ser "segurizados": quienes habían generado las hipotecas, procedieron a amalgamarlas con otros activos en complejos productos derivados llamados "obligaciones de deuda colateralizada" (CDO, por sus siglas en inglés), lo cual resultó relativamente fácil dado que trabajaban con diversos tipos de intermediarios que, sabedores del riesgo, se deshacían de esos títulos de valores lo más rápidamente posible, pasándolos a otros bancos e inversores institucionales. Esas instituciones, a su vez, se deshacían del producto, pasándolo a otros bancos y a instituciones financieras foráneas”. (Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo).

III. La crisis actual

Es en ese marco que se producen las crisis financieras como la actual que son diferentes de las crisis cíclicas clásicas del capitalismo en las que después de un período más o menos largo de crecimiento económico la producción sobrepasaba las posibilidades del mercado (sobreproducción).

Esta modalidad especial de crisis específicamente financieras, no son crisis de sobreproducción pero producen graves “efectos colaterales” sobre la industria y el comercio.

Estas crisis tienen como centro de gravitación el capital–dinero y que, por tanto, se mueven dentro de la órbita de los Bancos, de la Bolsa y de las finanzas. Aunque las consecuencias son similares: empresas que quiebran, los despidos se generalizan y aumenta la desocupación, se acentúa la concentración monopolista hasta que le economía se recompone sobre los escombros de la crisis que deja un tendal de víctimas entre los trabajadores y los empresarios.

Los actuales choques financieros, dice Chesnais (La mondialisation financière, cap. 8) es el resultado de una configuración específica del capitalismo en su etapa actual. No es el resultado, como en las crisis capitalistas “clásicas” hasta mediados del siglo XX, de una caída brutal de la producción y del comercio.

Se estaría en presencia –sigue diciendo Chesnais– de una interacción particular entre la esfera de la producción y la esfera de las finanzas. Por un lado existe una disminución regular y durante un largo período de la tasa de crecimiento en los países más industrializados, que se puede describir como una sobreproducción crónica que los grandes grandes grupos oligopólicos logran por lo general controlar con medidas en la esfera de la producción e hipertrofiando la esfera financiera.

Dicho de otra manera: si la producción no aumenta a un ritmo elevado y el desempleo aumenta, la tasa de ganancia que obtienen los capitalistas en la esfera de la producción tiende a estancarse o a disminuir y si la gente se empobrece (desocupación y salarios congelados) consume menos, es decir que el mercado, donde los capitalistas realizan el beneficio, se achica.

La “solución” capitalista a estos dos problemas (descenso de la tasa de ganancia y amenaza de crisis de sobreproducción por achicamiento del mercado consumidor) consiste en la hipertrofia y desregulación del sistema financiero que les permite, por un lado, despojar a los trabajadores y a los pequeños ahorristas en la esfera financiera compensando así el descenso de la tasa de ganancia en la esfera productiva y, por otro lado, expandir enormemente el crédito a fin de crear un poder adquisitivo artificial en las clases más modestas que viven endeudadas y se endeudan cada vez más.

Hasta que no pueden responder por sus deudas y en ese momento las “soluciones” capitalistas a las contradicciones inherentes al sistema dejan de funcionar y se producen las crisis financieras, porque el sistema real, es decir la esfera de la producción y del intercambio y su contradicción fundamental (la apropiación privada en forma de plusvalía que se interpone entre la producción social y el consumo social) resurge: se acaba el espejismo de la prosperidad y los pobres están más pobres que antes.

Las crisis financieras no son una enfermedad curable del capitalismo, debida a la irresponsabilidad de los “capos” de las finanzas (aunque las operaciones riesgosas de los “traders” y de sus patrones contribuyen a su agravación) : son parte estructural del capitalismo en su etapa actual, mundializado y totalmente privatizado en la esfera de la producción y de las finanzas, con las clases dirigentes y gobernantes totalmente a su servicio.

En realidad los dirigentes políticos y los dirigentes económicos son intercambiables y a veces son los mismos, especialmente en Estados Unidos: pasan del directorio de las grandes corporaciones a funciones de gobierno y recíprocamente.

De modo que los líderes políticos no tienen el interés ni la posibilidad de restablecer los criterios económicos y las formas de regulación (muy limitados) que existieron en la inmediata posguerra. A pesar de que ahora no cesan de denostar contra la desregulación financiera (que ellos mismos promovieron y consintieron) y preconizan y practican el intervencionismo estatal. Intervencionismo que durará hasta que las aguas financieras vuelvan a su cauce y todo se reprivatice, para mayor gloria y beneficios del capital monopolista.

La función de los líderes políticos se limita en lo esencial a engañar e intentar calmar a la opinión pública y a poner todos los recursos del Estado (es decir las riquezas creadas por el trabajo humano) al servicio del capital financiero y de la preservación del sistema.

El plan de cinco puntos anunciado el viernes 10 de octubre por los ministros de Finanzas del G7 no es otra cosa que un plan para salvar al capital financiero. Ni una palabra sobre medidas anticrisis en el marco del sistema del tipo del New Deal de Roosevelt, destinadas a incrementar la capacidad adquisitiva de las masas populares: aumento de los salarios y las jubilaciones, realización de obras públicas y mejoras (indispensables) en los servicios públicos, promoción de nuevas formas de empleo por ejemplo en trabajos sociales, etc.

Como dice Galbraith refiriéndose a la crisis del 29: “Entonces como ahora, la intervención del Estado para ayudar a esas instituciones (Bancos y otras instituciones financieras) era aceptable. A diferencia de la ayuda a los pobres para los gastos sociales, no se veía en ello una carga financiera”. (Voyage dans le temps économique, cap. 8, La grande dépression).

En esa misma línea no pudo ser más claro el Ministro de Presupuesto de Francia Eric Woerth cuando después de reconocer por televisión el mismo viernes 10 de octubre la gravedad de la situación y justificar la ayuda al capital financiero, concluyó afirmando que había que limitar el gasto público.

Pero si bien el New Deal pudo restablecer la situación durante cierto tiempo no podía terminar con las crisis cíclicas que, como todo el mundo sabe, son inherentes al sistema capitalista: en 1938 Estados Unidos se encontraba ya en los umbrales de una nueva crisis de la que lo “salvó” la Segunda Guerra Mundial. Las crisis y las guerras, máxima expresión de la “destrucción creativa”, como diría Schumpeter.

Pero la realidad de los hechos es que las clases dirigentes NO QUIEREN NI PUEDEN ofrecer soluciones perdurables en el marco del sistema capitalista y por eso se limitan ahora a hablar vagamente de reformar el sistema financiero y de establecer ciertos controles sobre el mismo.

No quieren ofrecer verdaderas soluciones porque forman parte de las clases que gozan de las ventajas y privilegios del sistema y no pueden porque dichas soluciones tendrían que poner en cuestión al sistema capitalista mismo.

Ello es así porque en los últimos 50 años las fuerzas productivas se han desarrollado de una manera tal que ya no son aplicables las viejas recetas socialdemócrates reformistas y menos aun las actuales recetas seudorreformistas: la enorme productividad actual impide absorber, en las condiciones de la explotación capitalista, la fuerza de trabajo disponible (cada vez más numerosa) y por consiguiente la desocupación tiende a aumentar rápidamente. Esa misma explotación y la desocupación provocan el empobrecimiento relativo y absoluto de las clases trabajadoras que se ven obligadas a consumir menos, de modo que una parte de la producción no encuentra salida en el mercado.

Así se cierra el círculo infernal y a esta altura el sistema capitalista no tiene otra solución que las burbujas financieras para crear, durante cierto tiempo, un clima artificial de prosperidad. Pero la realidad del sistema termina por imponerse y las crisis se repiten.

Keynes, que no era un revolucionario, escribía hace ya 80 años: “Estoy convencido que algunas de las cosas que se requieren urgentemente en el terreno práctico, tales como el control central de las inversiones y una distribución distinta de la renta, de manera tal de proporcionar un poder adquisitivo que garantice una salida al enorme producto potencial que permite la técnica moderna, tenderán también a producir un mejor tipo de sociedad... la técnica productiva ha alcanzado un tal nivel de perfección que ha hecho evidentes los defectos de la organización económica que siempre ha existido” (John Maynard Keynes, El Dilema del socialismo moderno (Society for Socialist Inquiry, 13 de diciembre de 1931) en L’assurdità dei sacrifici, Ed. Manifestolibri, Roma, junio de 1995).

Y hace exactamente 160 años, Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista:

“Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo... Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada”.

El estado actual de desarrollo de las fuerzas productivas podría permitir estar vislumbrando la sociedad que previó Marx hace un siglo y medio: el ser humano liberado de la necesidad, de los trabajos físicos y del trabajo alienado y disponiendo de más tiempo libre para dedicarlo a su realización personal (6).

Pero la tendencia actual es totalmente opuesta y las elites político–económicas, con su cortejo de economistas, “politólogos” y otros especialistas y los medios masivos de intoxicación, como los llama el español Fernández Buey, presentan como inevitables políticas sociales injustas, económicamente irracionales y ecológicamente letales.

Cuando lo que habría que hacer sería disminuir el tiempo de trabajo con miras al pleno empleo y aumentar los salarios y las pensiones en función del aumento de la productividad del trabajo, los dueños del poder, con el pretexto de combatir la crisis y la desocupación y de “salvar” la seguridad social, congelan o disminuyen los salarios, aumentan la jornada de trabajo, introducen la “flexibilidad laboral”, aumentan la edad de la jubilación y reducen las pensiones y jubilaciones. Y mientras se gasta cada vez más en armamentos y se reducen o se limitan los impuestos a las grandes ganancias (cuya magnitud astronómica a nivel de la elite más rica escapa al entendimiento común) se dice que no hay recursos para la salud pública, la vivienda popular decente y la educación.

Las supuestas “pérdidas” del capital financiero causadas por la crisis no son tales. Son pérdidas “virtuales”: se desvalorizan papeles cuyo valor nominal representa en su conjunto entre el cinco y el diez por ciento de los valores reales existentes. Hay, es cierto, un proceso de concentración del capital: en estas semanas se producen casi a diario fusiones y absorciones de bancos y otras instituciones financieras.

Pero los más ricos no tienen que vender sus jets privados, sus yates, sus viviendas superlujosas en los lugares más exclusivos del mundo o sus islas particulares. Al contrario, siguen acumulando fortunas y bienes. Por ejemplo la venta de automóviles en general disminuyó pero la de los autos más caros (entre 150.000 y un millón de euros la unidad) aumentó significativamente. Warren Buffet, el hombre más rico del mundo, quien según tanto Obama como McCain sería un ministro del Tesoro ideal, acaba de inyectar de su peculio personal en setiembre último cinco mil millones de dólares en Goldman Sachs, cuatro mil setecientos millones en Constellation Electric y tres mil millones en la General Electric. Buffet conoce el refrán: hay que comprar cuando suena el cañón y vender cuando suena el violín.

Mientras tanto los de abajo pierden sus casas y sus empleos, tienen que gastar menos en sus necesidades elementales y sufrir cada vez más privaciones.

Y cuando se termine la crisis, mejor dicho cuando haya una pausa ascendente hasta la próxima crisis, será como después del tsunami: quedarán a la vista los estragos provocados en la economía: innumerables empresas cerradas o absorbidas y las víctimas se contarán por decenas o centenas de millones, sin trabajo, sin los servicios públicos esenciales, con poco o nada para comer y sin vivienda.

En otras palabras, en los momentos de crisis como el actual se acentúa aún más la distribución desigual de las riquezas.

En conclusión

Esta crisis tiene la virtud de poner claramente de manifiesto la irracionalidad y la injusticia del sistema capitalista vigente. La crisis no sólo es financiera sino económica, social y política y la gente sencilla está cada vez más descontenta.

Pero ese descontento de las clases populares, que comienza a manifestarse en protestas sociales, parece estar lejos de transformarse en conciencia de la necesidad de un cambio radical. Porque no existen fuerzas políticas y corrientes ideológicas ponderables como para ayudar a transformar ese descontento y la protesta social en conciencia y en organización suficientes como para provocar un cambio político mayor.

A escala mundial el espacio político está casi totalmente ocupado por el partido único del sistema, formado por la derecha tradicional, por las distintas variantes de la socialdemocracia reconvertidas desde hace tiempo a la gestión del sistema capitalista, las que se alternan en el Gobierno (y a veces lo comparten, como en Alemania) y por una “sociedad civil” (dirigentes de organizaciones sindicales y de distintos tipos de organizaciones no gubernamentales, etc.) mayoritariamente contaminada por el sistema.

Hay todo un camino que recorrer hasta que la gente conozca en todos sus aspectos el sistema de poder vigente y su intrínseca injusticia, inhumanidad e irracionalidad y de que cada individuo tome conciencia del lugar que ocupa en el mismo, el que para la inmensa mayoría de los seres humanos es el de víctima, aunque forme parte de las clases alienadas al consumismo.

Y que comprenda que la solución no es individual, defendiendo su “status” de consumidor o tratando de alcanzarlo (el espejismo de la “movilidad social”) sino que es colectiva y consiste en transformar radicalmente el sistema.

Pero aunque ese cambio radical es necesario no se producirá de manera espontánea: el capitalismo no se derrumbará por sí sólo ni sus usufructuarios abandonarán pacíficamente la escena, como lo demuestran experiencias pasadas y presentes, siempre que se intenta recortar aunque sólo sea algunos de sus privilegios.


Nota del autor y bibliografía:

El artículo precedente está basado en fragmentos de mi libro publicado en Buenos Aires en 2003 con el título “El papel de las sociedades trasnacionales en el mundo contemporáneo” y en Bogotá en 2007 (edición corregida y actualizada) con el título “Al margen de la ley. Sociedades Transnacionales y Derechos Humanos”. Además consulté, entre otros, los siguientes libros y artículos:

Bello, Walden: Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo. http://www.tni.org/detail_page.phtml?act_id=18770.

Chesnais, François: –Como la crisis del 29, o más… Un nuevo contexto mundial http://www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=2643 –El fin de un ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera. http://crisis–economica.blogspot.com/2008/01/franois–chesnais–alcance–y–rumbo–de–la.html. –Tobin or not Tobin, ed. L’Esprit frappeur, Paris, 1998. –Le capital rentier aux commandes, en Les Temps Modernes nº 607, Paris, janvier–février 2000. –La mondialisation du capital, Ed. Syros, 1994. –La mondialisation financière, genèse, coût et enjeux. (coordinado por F. Chesnais) Ed. Syros, Paris, 1996.

Drouin, Michel : Le système financier international. Ed. Armand Colin, Paris, 2001.

Galbraith, John Kenneth : Voyage dans le temps économique, témoignage de première main, Seuil, Paris, 1995.

Notas:

1) Christian Palloix, L'économie mondiale capitaliste et les firmes multinationales, T. II, edit. François Maspero, Paris, abril 1975, pág. 103.

2) Palloix, op. cit. págs. 106 y 107, quien cita a Stephen Hymer (The efficency (contradictions) of multinational corporations en The American Economic Review, mayo 1970, nº2, pág. 441).

3) En agosto de 2005 el ex jefe financiero de la firma Worldcom, Scott Sullivan, fue sentenciado a cinco años de cárcel por su participación en el mayor fraude contable en la historia corporativa de los EE.UU.

Sullivan desempeñó también un papel importante como testigo "clave" contra el ex presidente de Worldcom, Bernie Ebbers, quien a su vez fue condenado a 25 años de prisión. Sullivan fue declarado culpable de conspiración, fraude con títulos valores y falsas declaraciones financieras.

La compañía de telecomunicaciones Worldcom colapsó en 2002 luego de un fraude contable de US$ 11.000 millones. "Sullivan fue el arquitecto del fraude en Worldcom", dijo la juez federal estadounidense Barbara Jones al entregar el veredicto. El colapso de Worldcom fue la mayor quiebra corporativa en la historia de los EE.UU. Cerca de 20.000 trabajadores perdieron sus empleos luego de la declaración de bancarrota. La compañía salió de la quiebra en 2004 y hoy se conoce como MCI.

4) Philippe Labarde y Bernard Maris, La bourse ou la vie, la grand manipulation des petits actionnaires, edit. Albin Michel, Paris, mayo 2000. Véase también Michel Husson, Les fausses promesses de l'épargne salariale, en Le Monde Diplomatique, febrero 2000 y Whitney Tilson, Stock options, perverse incentives, en www.fool.com/news/foth/2002/foth020403.htm, 03/04/02.

5) En 1997 Robert Merton y Myron Scholes recibieron el premio Nóbel de economía. Scholes fue el creador, junto con Black, de un método matemático “infalible” para prevenir los riesgos financieros. Merton y Scholes eran asesores de Long–Term Capital Management (LTCM) un gestor de hedge funds de primera línea. Pero el método Scholes–Black no impidió que LTMC quebrara en 1998 y fuera salvado en última instancia por un aporte de 3500 millones de dólares proveniente de 14 grandes bancos. Por eso hablamos de los productos financieros “supuestamente” destinados a cubrir riesgos. Los hedge funds son una canasta de valores mobiliarios de alto rendimiento y riesgo elevado que se coloca en el mercado financiero. Se estima que actualmente hay unos 10.000 de esos fondos que manejan 6 billones de dólares de activos. El Banco de Suecia, que elige a los premios Nóbel de Economía, sabe lo que hace: acaba de conferírselo a Paul Krugman quien aprueba el plan actual de inyecciones de liquidez al sistema financiero: “es lo que había que hacer”.

6) Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). [Contradicción entre la base de la producción burguesa (medida del valor) y su propio desarrollo. Máquinas, etc.]. Siglo XXI Editores, 12ª edición, 1989, tomo 2, págs. 227 y ss.