Crisis mundial

Geoeconomía mundial: un cambio estratégico

Por René Naba (*)
Info Blog, 05/10/08
Tlaxcala, 15/10/08
Traducido por Caty R. (**)

Al final de un psicodrama de una semana, el Congreso estadounidense adoptó, el viernes 3 de octubre, una ley que autoriza la inyección de 700.000 millones de dólares en la economía de EEUU con el fin de calmar la tempestad financiera y bursátil que ha acarreado la quiebra de trece bancos y compañías aseguradoras y de 700.000 hogares estadounidenses, debido a una gestión especulativa de los préstamos inmobiliarios, dañando la industria del automóvil con una caída de la producción de alrededor del 26% y hundiendo en la recesión a un buen número de países europeos, entre ellos Francia.

Presentamos las primeras enseñanzas de este cataclismo económico, tanto en lo que respecta a la posición de EEUU en el mundo como a la nueva configuración económica del planeta.

– El mensaje subliminal de los países occidentales al resto del mundo: sí a los capitales de los países extranjeros, no a sus emigrantes.

– Los avatares militares de Estados Unidos y la quiebra de neocapitalismo de la era post soviética certifican el final de cinco siglos de dominación absoluta de Occidente sobre el resto del mundo

Con el telón de fondo del devastado paisaje de la economía occidental, marcada por la quiebra estrepitosa de grandes y famosos establecimientos, tanto en Estados Unidos como en Europa, en 2008 se ha producido un cambio estratégico en la «geoeconomía» (***) mundial con la recomposición de la «carte bancaire» (institución francesa encargada de dirigir el sistema interbancario, N. de T.) estadounidense, la entrada espectacular de fondos soberanos árabes o asiáticos en el capital de grandes sociedades estadounidenses o europeas y la afirmación, cada vez más marcada, de los grandes países del sur, las petromonarquías del Golfo y el Grupo BRIC (Brasil, India, China y Sudáfrica) como protagonistas de la escena mundial, hasta el punto de que se plantea la cuestión de la permanencia de la hegemonía mundial de Estados Unidos y la viabilidad de las estructuras internacionales, tanto financieras como políticas, establecidas a raíz de la Segunda Guerra Mundial (1939–1945), especialmente el Consejo de Seguridad de la ONU, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, así como el G7, el grupo de los siete países más industrializados del mundo, creado después de la primera crisis del petróleo (1973).

La India, con la apropiación, a través del grupo Mittal, de la principal sociedad siderúrgica europea (Sacelor–Arcelor) y China, al convertirse en accionista de los mayores fondos de inversión estadounidenses, Blackstone, con un 10% –sin derecho a voto–, por un valor de 3.000 millones de dólares, en paralelo con el dominio de la Bolsa de Dubai y del Qatar Investment Authority (QIA), la mitad de la Bolsa de Londres, la participación en 2006 en el banco público ruso VTB y con el 5 % del capital del consorcio aerospacial franco–alemán EADS, han demostrado su vitalidad y su ambición de redefinir los contornos de la nueva economía mundial en vías de construcción.

I. La recomposición de la carta bancaria estadounidense

Esta conmoción ha llevado a los dirigentes de las finanzas internacionales, si no a pactar con sus rivales potenciales, al menos a moderar sus pretensiones, debido a la conjunción de cuatro factores acumulativos.

– El debilitamiento de la economía de EEUU a causa de los costes de las guerras de Iraq y Afganistán, calculados por el Nobel de Economía estadounidense Joseph Stiglitz en cerca de 3 billones de dólares (1).

– La gestión especulativa de los préstamos inmobiliarios estadounidenses y la consiguiente cascada de pérdidas, del orden de 945.000 millones de dólares, según un informe del FMI (2), de ellos 20.000 millones de dólares en bancos franceses: Crédit Agricole, Société Générale y Dexia (6.500 millones de euros), así como las filiales de CNCE: Caisse Nationale des Caisses d'epargne y Natexis–Nexity (6.000 millones de euros).

– La riqueza acumulada por los Estados petroleros gracias a la subida de los precios del crudo, estimada a finales de 2007 en 3,355 billones de dólares.

– El «colchón» organizado por los bancos centrales extranjeros en bonos del Tesoro estadounidense, del orden de 2,5 billones de dólares.

En este alborotado contexto económico, los capitales extranjeros han abierto una brecha considerable en un sistema bancario estadounidense en plena recomposición, sin olvidar, incluso, a ciertas joyas de Wall Street. Si JP Morgan ha conseguido librarse, no ha pasado lo mismo con otros tres grandes bancos inversores, Merryl Lynch y Lehman Brothers y Morgan Stanley. Confirmando su papel de depredador de las finanzas, JP Morgan subió al primer puesto de los bancos estadounidenses apropiándose, golpe a golpe en 2008, del banco Bear Stearns y de la Washington Mutual Bank, la caja de ahorros más importante del país, convirtiéndose así en el mayor banco estadounidense, con depósitos del orden de 900.000 millones de dólares, de los cuales 188.000 recuperaron a Washington Mutual. Pero los otros tres grandes bancos inversores de Wall Street –Merryl Lynch y Lehman Brothers y Morgan Stanley–, han pagado las consecuencias de esa gestión arriesgada de préstamos inmobiliarios aleatorios, igual que el mayor grupo de seguros de EEUU, AIG, rescatado por los pelos, antes del naufragio, por el gobierno estadounidense.

Lehman Brothers, tras una depreciación de casi 25.000 millones de dólares de sus activos, ha tenido que colocarse al amparo del capítulo 11 de la legislación financiera estadounidense, que habilita la protección de las empresas en quiebra, mientras que Morgan Stanley, para escapar de un destino mortal, se alió con Mitsubishi UJF, cediendo el 20% de sus acciones al gigante asiático por 9.000 millones de dólares. A Merryl Lynch, pura y simplemente, lo ha comprado el Banck of America.

Tercer banco de inversión del país y sin duda uno de los más afectados por la crisis financiera, con cerca de 40.000 millones de dólares de depreciación desde el comienzo de la crisis, Merryl Lynch ha tenido que pedir ayuda a Kuwait y Corea sur por 6.500 millones de dólares de acciones preferenciales, cediéndoles el 25% de participación. Incluso tuvo que ceder 8.000 millones de activos complementarios después de las pérdidas abismales del segundo trimestre de 2008 (del orden de 4.890 millones de dólares). Ya agobiado por 9.750 millones de depreciaciones suplementarias, se vio obligado a ceder activos una vez más, entre ellos su participación en Bloomberg y en la Financial Data Services, antes de que lo rescatara el Banck of America.

Por su parte, Citigroup, que hasta la crisis fue el primer banco de Estados Unidos, tuvo que pedir ayuda de los fondos soberanos de Kuwait y Singapur para cubrir las pérdidas de alrededor de 14.500 millones de dólares resultantes de inversiones desafortunadas en productos vinculados a los créditos «subprimes». El príncipe saudí Walid bin Talal, ya accionista del grupo, y la familia gobernante de Abu Dhabi, con una participación en el capital de alrededor de 7.500 millones, participaron en la operación de reflotamiento. En total, el banco recibió un respiro de 22.000 millones de fondos procedentes de Asia y Oriente Medio en 2008. Sin embargo, este malabarismo financiero le va a costar muy caro a Citigroup que deberá pagar 1.700 millones de dólares al año para pagar a los diferentes inversores que han participado en sus dos «recapitalizaciones» de urgencia. La primera, de 7.500 millones de dólares, anunciada en noviembre de 2007, se remunerará al 11%, es decir, 825 millones de dólares al año. La segunda, de 12.500 millones de dólares, al 9%, es decir, 875 millones de dólares al año.

En el caso de la segunda operación, las obligaciones no son transferibles durante los siete primeros años. Si alguno de los inversores no las convierte en acciones durante ese período habrán costado, por lo tanto, más de 6.100 millones de dólares a Citigroup. Por su parte, Wells Fargo absorbió el 3 de octubre a su rival, Wachovia, por un total de 15.100 millones de dólares (10.860 millones de euros). Wachovia, cuarto banco de Estados Unidos, estaba asolado por 42.000 millones en deudas. Una prueba de que se agrava la crisis, que ya ha arrojado a la calle a casi 700.000 familias estadounidenses, es que ahora los bancos de EEUU se muestran reticentes a lanzarse a operaciones de salvamento a falta de garantías financieras del Estado, el cual no desea implicarse más después de financiar la quiebra de trece establecimientos desde el principio de la crisis.

La tempestad tampoco ha perdonado a Europa, donde dos bancos ingleses han sido nacionalizados, Northern Rock y Bradford y Bingley, un fondo británico especializado en inmobiliarias, así como el banco belga–neerlandés Fortis, primer banco belga, segundo banco neerlandés y primer empleador privado de Bélgica. Fortis había adquirido hace exactamente un año el banco ABN, por la suma de 24.000 millones de euros, mientras que Francia y Bélgica se están dedicando a reflotar, con 6.500 millones de euros, a Dexia, el banco de financiación de los colectivos locales, y Natexis, filial de la Caisse d’Epargne francesa, está puesta en observación.

Lo más sorprendente es que esta afluencia masiva de dinero procedente de países situados en la esfera sospechosa de connivencia con el Islam radical ha detenido el clamor suscitado con ocasión de la adquisición por Dubai Port Authority (DPA) de la compañía británica de los ferrys P&O. La sociedad de Dubai propuso, por 6.800 millones de dólares, la compra de las actividades portuarias de la británica P&O, que tiene competencias para gestionar una decena de puertos estadounidenses, especialmente las terminales portuarias de mercancías, petróleo y pasajeros de Estados Unidos (Nueva Orleans, Miami y Nueva York). Chocó con el veto estadounidense en nombre de imperativos de seguridad vinculados a la guerra contra el terrorismo, a pesar de que Dubai es un aliado fiel de Estados Unidos desde hace mucho tiempo.

La misma suerte, por otra parte, estaba reservada para el intento, en junio de 2005, de una sociedad china cotizada en Bolsa, CNOOC, pero controlada al 70% por el Estado chino, de adquirir por 18.500 millones de dólares la compañía petrolera estadounidense UNOCAL, ofreciendo más de 1.500 millones de dólares más que la estadounidense Chevron Texaco. Los parlamentarios de Estados Unidos también se opusieron alegando que semejante operación comprometería la seguridad de aprovisionamiento de energía de EEUU por parte de un país competidor que, por añadidura, se declara de ideología marxista.

En un año, el clima psicológico de los negocios ha cambiado radicalmente en el plano internacional cuando se piensa en la ironía mordaz que acompañó la incursión de la India en Mittal sobre Acelor o el veto impuesto por la administración estadounidense a la adquisición por el Emirato de Dubai de instalaciones portuarias en Estados Unidos. Todo el mundo ya hace malabarismos con soltura con las siglas de los fondos soberanos, mientras que hace poco el nombre de la inversora india Lackhmi Mittal fue despellejado sistemáticamente por los comentaristas mejor informados, que le atribuían los propósitos más siniestros. Sin embargo, como señal de la persistencia de una cierta altanería imperial, las inversiones árabes o asiáticas no van acompañadas de los derechos inherentes a la categoría de los accionistas, especialmente la participación en el poder de decisión. Así, China a raíz de su inversión en los fondos estadounidenses Blackstone, se ha comprometido, por escrito, a no disponer del derecho a voto a pesar de una aportación de 3.000 millones de dólares. Un compromiso injusto, contrario a las reglas de la ortodoxia liberal e inconcebible para cualquier inversor occidental en una empresa del Tercer Mundo.

La razón de este cambio se resume en esta simple ecuación: la dependencia energética de los países desarrollados ya es más evidente que en el pasado y choca con las necesidades crecientes en esta materia de los países emergentes de Asia, una competencia que explica y aclara, otra vez, las guerras de Afganistán (2001) e Iraq (2003), así como el último conflicto del Cáucaso entre Georgia y Rusia, en agosto de 2008. Si Rusia tiende al autoabastecimiento, la dependencia energética de los países occidentales es flagrante. Produciría el 25% del petróleo y consume el 45%, mientras que las reservas de hidrocarburos están concentradas en Asia (el 65% del petróleo y el 45% del gas). Oriente Medio posee dos tercios de las reservas de petróleo y un tercio de la de gas, del que Rusia posee el otro tercio. En esta configuración, la participación de empresas extranjeras llegó al 91,5 en Guinea Ecuatorial, 80,9 en Argentina, 75,8 en Indonesia y 73% en Angola; pero cero por ciento en Arabia Saudí y Kuwait (3).

II. Los objetivos de China

China, sin embargo, se conforma pero, ¿por cuánto tiempo? Parece que no le importa asumir las cláusulas restrictivas de seguridad, sino que parece más deseosa de buscar, no una ganancia inmediata, sino un objetivo a largo plazo:

– Una diversificación de las inversiones dirigida a ampliar los beneficios y la productividad en la gestión de las reservas. La participación de China en Blackstone, primera inversión china de amplitud en una empresa estadounidense de envergadura, efectivamente va a originar un cambio radical en la gestión de las reservas de cambio. Su objetivo es diversificar sus habituales emplazamientos en bonos del Tesoro estadounidense, de los que China es el segundo acreedor después de Japón. Inversiones seguras pero de rentabilidad limitada, mientras que los fondos ofrecen rendimientos más altos, aunque sean más arriesgados, a través de adquisición de empresas. El brazo armado financiero de China, la Sociedad de Inversiones del Estado (SIE) tendrá que gestionar 200.000 millones de dólares, es decir, un sexto de 1,2 billones acumulados por China gracias a sus excedentes. Blackstone, que cuenta con activos de 30.000 millones de dólares, es su primera inversión. Pekín ha decidido inspirarse en las experiencias exitosas en el extranjero del grupo financiero de Singapur, Temasek, que sirve de modelo a la SIE, con la ambición de ampliar los beneficios y la productividad en la gestión de las reservas.

– Una revalorización progresiva y mecánica del yuan, sin proceder a una revalorización formal de la moneda nacional china. Más allá del aspecto espectacular de la inversión china en Blackstone, las salidas de capital permitirán así una revalorización automática progresiva del yuan sin proceder a una revalorización directa de la moneda china, ya que ciertamente una revalorización no es interesante para China porque podría dañar su competitividad de precios y por lo tanto hipotecar en parte el crecimiento basado en las exportaciones.

– Finalmente, pero no el menor de los objetivos, la adquisición de una experiencia financiera de alto nivel en contacto con los gestores occidentales. La participación de China en fondos occidentales le permitirá acceder a una gestión sofisticada en materia de mecanismos financieros. Crear sociedades con los inversores financieros extranjeros equivale a una transferencia de tecnologías en la industria que China ha promovido para su desarrollo económico.

China, gran exportadora de productos manufacturados con un yuan subvalorado, en 2007 disponía de 1,330 billones de dólares resultantes de sus excedentes comerciales, un stock con una subida del 41% en un año. Además, la firma estadounidense Blackstone, a través de China Investment Corp (CIC), ha proporcionado a Chinalco 120.000 millones de dólares para reflotar Río Tinto, segundo grupo minero mundial, mientras que el Government of Singapore Investment Corp. (GIG), uno de los dos fondos soberanos de Singapur redujo, en 2007, el 25% de sus compras de obligaciones estadounidenses para dirigirlas hacia los bancos privados de EEUU.

A estas consideraciones económicas se añade un factor político de primer orden: la competencia entre China y Europa en África ha llevado a once países africanos productores de materias primas a revisar los contratos que los vinculan con las compañías explotadoras desde los años 90.

Es el caso de Liberia (contrato de hierro con Mittal), de Tanzania (aluminio), Zambia y Sudáfrica (platino y diamantes) especialmente. Siguiendo los pasos de los productores de petróleo, los Estados africanos quieren aprovechar el alza de los precios de las materias primas para hacer ajustes de los precios más en consonancia con las reglas del mercado. En esta lucha espectacular sobre los «auténticos precios», la punta de lanza es Joseph Kabila, el presidente de la República Democrática del Congo, un país en quiebra durante el reinado de Joseph Désiré Mobutu, protegido de los estadounidenses y los franceses, y actualmente un nuevo «El Dorado». En un gesto de una audacia sin precedentes, Kabila ha revisado por lo menos 61 contratos mineros. Este nuevo acuerdo pondría a China en una mejor posición en la batalla por el control de las fuentes de energía y explicaría su discreción en el avance capitalista, constituyendo un factor importante de recomposición de la geoeconomía mundial (4).

III. Los fondos soberanos o «Sovereing Wealth Fund»

Los fondos soberanos se caracterizan porque los capitales están en manos de los Estados. Su objetivo es preparar el «post petróleo» y rentabilizar los excedentes presupuestarios por medio de participaciones en las empresas de todo el mundo. Los financieros occidentales argumentan que dichas estructuras alimentan los interrogantes en cuanto a un eventual intento de ejercer una influencia política en las empresas y estructuras extranjeras. Pero no es verdad, al contrario. Estados Unidos, en el origen de las guerras preventivas del siglo XXI, raramente se preocupa de los peligros o reticencias que su participación en las empresas de los países emergentes, y en general su comportamiento unilateral, suscitan en el Tercer Mundo.

Sin embargo, estos fondos no son desconocidos por los especialistas de las finanzas y su existencia es antigua. El primero se creó, en 1956, por un administrador colonial británico desde las islas Kiribati, al sur de Hawai. Para prevenir la era «post fosfatos», en los que el país era rico, estableció una tasa sobre las exportaciones de fertilizantes con el fin de utilizarlo en el futuro, cuando el recurso se agotase. Sabia precaución: los fondos de Kiribati gestionan actualmente 500 millones de dólares, casi nueve veces el PIB local. Los diamantes de Botswana nutren los fondos Pula, de 6.800 millones de dólares y el cobre de Chile abastece en esencia el fondo ESSF con unos 10.000 millones.

El primer shock petrolero de 1973 impulsó la creación de los primeros fondos soberanos en las petromonarquías del Golfo dirigidos a reciclar los «petrodólares». La zona asiática (China, China, India, Japón, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Brunei) se puso en marcha, a su vez, en los años 2000 con el surgimiento de las «economías emergentes». Una cuarentena de fondos operan actualmente en el mundo, especialmente los fondos kuwaitíes, un pionero en el mundo árabe (1953), el Temasek Holdings, (Singapur) y la Abu Dhabi Investment Authority (1990), el Irán Oil Stabilisation Found y el Qatar Investment Authority (5).

IV. Las adquisiciones prestigiosas

Los fondos soberanos vienen en ayuda de una industria bancaria desestabilizada por la crisis de las subprimes, créditos hipotecarios de riesgo estadounidenses, que ya han costado 80.000 millones de dólares a los bancos (54.300 millones de euros). Dichos fondos gestionaron en 2007 un bote estimado en 3,355 billones de dólares, con una proyección del orden de 12–15 billones de dólares, su capacidad financiera prevista en 2015. Aunque van muy por delante de los Hedge Funds (fondos de cobertura, de 2 billones), están muy por detrás de las aseguradoras (15,2 billones), los fondos de inversión (21,7 billones) y los fondos de pensiones (22,6 billones).

Ya sea en Dubai, Qatar, China o Singapur, los fondos soberanos han aprovechado la crisis financiera para realizar espectaculares tomas de participación en diversas estructuras, como la célebre firma automovilística italiana Ferrari, en la que los fondos de Abu Dhabi poseen el 5 por ciento del capital, la distribuidora británica Sainsbury, o la cadena francesa de perfumerías Marionnaud, con 1.300 tiendas de perfumes y cosméticos, que ha sido adquirida por As Watson, propiedad del millonario chino Li Ka–Shing, por 900 millones de euros. Incluso una institución venerable como la Bolsa de Londres tampoco ha escapado a su apetito: así, la Bolsa de Dubai y la Qatar Investmen Autority (QIA) han adquirido conjuntamente la mitad de la Bolsa de Londres. La QIA, que controla la Bolsa de Dubai, fundada en el año 2000, gestiona 40.000 millones de dólares de activos.

La ambición de QIA es organizar una bolsa de dimensión internacional y de fuerte crecimiento fuera de Dubai, centro neurálgico del comercio regional que sin embargo no dispone de recursos petroleros. Como réplica, la Bolsa de Nueva York (NYSE/Euronext) adquirió, en junio de 2008, el 25% de la Bolsa de Doha por un valor de 160 millones de euros para la gestión, durante cinco años, de una cartera de valores cuya cotización representa 1.400 millones de euros. Qatar conservará el 75% del capital, así como 8 de los 11 escaños del consejo de administración de la Bolsa de Doha.

A. En Estados Unidos: dos joyas del parque inmobiliario de Nueva York ya están, desde ahora, dentro del saco de estos fondos:

– El General Motors Building, construido en 1968, que alberga el Apple Store de la Quinta Avenida, se ha vendido en junio de 2008 por 2.800 millones de dólares a un fondo estadounidense, Boston Properties, asociado con los inversores de Dubai, Kuwait y Qatar. El vendedor, el magnate neoyorquino de la inmobiliaria, Harry Macklowe, se encontró muy endeudado después de adquirir, en 2007, siete edificios por 7.000 millones de dólares, casi la totalidad de la suma en préstamos, en un momento en que el mercado todavía era floreciente. La crisis inmobiliaria ha aumentado todavía más su deuda.

– El Chrysler Building, buque insignia de la arquitectura Art Decó, construido entre 1928 y 1930, que fue brevemente la torre más alta del mundo antes de que lo destronase el Empire State Building, ha sido adquirido en un 75% por un fondo soberano de Abu Dhabi por 800 millones de dólares (514 millones de euros), según la prensa estadounidense.

B. En Europa, la Agencia de Inversiones del Gobierno de Singapur (GIC) invertirá 11.000 millones de francos suizos (6.600 millones de euros) en el principal banco suizo, UBS, para ayudarle a superar una crisis financiera que originó, en 2007, las primeras pérdidas de su historia.

C. En Francia: BNP Paribas pasa por contar entre sus accionistas ultra minoritarios con fondos saudíes, kuwaitíes y de los Emiratos Árabes Unidos, y la firma petrolera Total está considerando diversificarse hacia la energía nuclear y abrir su capital a las petromonarquías del Golfo mientras que, por su parte, Qatari Diar (un fondo de inversión propiedad al 100% de Qatar Investment Authority, los fondos soberanos de Qatar) se dedica a negociaciones exclusivas con Cegelec (antigua filial de Alcatel), para la adquisición de este peso pesado especializado en servicios relacionados con la energía, la electricidad y la renovación de las líneas ferroviarias en Marruecos. Qatari Diar está omnipresente en el plano internacional en Marruecos, Egipto y en todo Oriente Medio, y además en Gran Bretaña en el sector inmobiliario, como en el distrito de Canary Wharf en Londres (6).

En la hostelería de alta gama, el único palacio parisino propiedad de los franceses es el Fouquet’s del grupo Barrière, situado en una esquina de los Campos Elíseos y la avenida George V, donde Nicolas Sarkozy pasó su famosa «noche de Fouquet’s» al ofrecer su primera recepción tras su elección presidencial a sus amigos de las altas finanzas y pasando su primera noche como presidente de la República con su esposa de entonces, Cecilia Siganer. El resto está en manos de capitales extranjeros.

– El Ritz, joya de la hostelería de lujo francesa es propiedad de Mohamed Al–Fayed, padre de Dodi, el novio de la princesa Diana con quien murió en un accidente de tráfico en París. Al–Fayed es cuñado de Adnan Kashooggi, importante mercader de armas saudí implicado en el escándalo «Irangate», la venta prohibida de armas estadounidenses a Irán bajo la administración Reagan en los años 80.

– El George V es propiedad del príncipe saudí Walid bin Talal, que ha invertido para renovarlo 200 millones de dólares. La gestión del establecimiento se ha confiado al grupo canadiense Four Seasons. Al Walid también es accionista, con un 5%, de otra cadena hotelera canadiense, Fairmont. Por medio de esta sociedad compró en 2007 el Savoy de Londres.

– El Plaza Athénée y el Meurice son gestionados por el grupo inglés Dorchester Group, propiedad de la agencia de inversiones de Brunei.

– El Vendome pertenece al joyero libanés Robert Mouawad, proveedor de la familia real saudí.

– Propietario del Carlton Tower de Londres, el grupo Jumeirah International, propiedad de la familia que real de Dubai, Al–Maktoum, pretendía comprar el Intercontinental de París por un valor de 300 millones de dólares. En competencia con el príncipe saudí en este negocio, la transación se ha suspendido. En compensación, grupo Jumeirah podría adquirir el Crillon, el famoso hotel de la plaza de la Concordia, y el príncipe Al–Walid consolarse con el Martinez de Cannes.

V. El nuevo reciclaje de los petrodólares

La subida del barril de 25 dólares en 2002 a 135 dólares en junio de 2008, ha generado una gigantesca transferencia de dinero de los países consumidores a los países productores, del orden de 1 billón de dólares, que de esta forma han pasado de los consumidores de energía (Japón, Europa, EEUU) a Arabia Saudí, Rusia, Emiratos Árabes, Angola, Argelia o Venezuela. Durante el primer boom petrolero pocos países, aparte de Noruega, aprovecharon el maná petrolero para impulsar su despegue. Poderoso factor de corrupción de las élites, el primer shock petrolero de 1973 transformó precozmente las petromonarquías en estados rentistas, llegando a desarrollar la caricatura de una bulimia consumista de adquisición ostentosa de productos de lujo estridentes, constituyendo un terreno abonado para el islamismo.

Durante el último cuarto del siglo XX, los países árabes han invertido casi 1,5 billones de dólares para compras masivas de equipamientos militares sin poder dotarse de capacidad espacial, ni de capacidad nuclear ni de capacidad de proyección militar, tres elementos que condicionan la potencia militar. Generadores de jugosas «retrocomisiones», los contratos de armamento aparecen a veces sin relación con las necesidades reales de los países concernidos o con sus capacidades tecnológicas. Así, la aviación saudí, desde hace mucho tiempo, está en manos de los pilotos pakistaníes y la protección del espacio aéreo libio confiada a técnicos de Corea del Norte y sirios. Peor todavía, en dos ocasiones el arsenal de dos países árabes ha sido completamente destruido por sus propios proveedores, el de Libia por Francia durante la guerra de Chad (1984–1987) y el de Iraq por la coalición occidental, en 1990, después de la invasión de Kuwait por el iraquí Sadam Husein. Aunque las extravagancias se han reducido, pero no eliminado, las primeras inversiones del período 2007–2008 parecen más razonables.

Así, el rey Abdalá de Arabia Saudí decidió crear un millón de empleos construyendo seis centros económicos para atraer industrias diversificadas (7). King Abdullah City, en el mar Rojo, al norte de Jedah, que se concluirá a finales de 2008, con un puerto y todas las infraestructuras y conductos para atraer a 2.500 empresas y sus ejecutivos. El coste de este proyecto se estima en cerca de 400.000 millones de dólares. En vista de la experiencia anterior, el primer boom petrolero, donde el despilfarro y la mala gestión eran prácticas comunes, el nuevo maná petrolero parece mejor administrado. El deseo de preservar los recursos para las generaciones futuras está más presente, pero el principal handicap que sufre el mundo árabe es su falta total de críticas al hecho de su balcanización y su permanencia bajo la tutela estadounidense, dos elementos que obstaculizan su desarrollo en los proyectos de ámbito regional.

VI. La «Sharia compliance» o la rivalidad entre la City y Wall Street

La competencia es intensa entre los grandes centros financieros internacionales para absorber los excedentes de los ingresos del petróleo, especialmente entre la City de Londres y Wall Street (Nueva York), en particular los petrodólares procedentes de las petromonarquías, estimados en 1,5 billones de dólares en 2007. Tomando la delantera a sus rivales, los ingleses han lanzado dos emisiones de obligaciones del Estado «Sharia compliance», conformes con la legislación islámica que prohibe el préstamo con interés.

El nuevo orden internacional, tan celebrado desde el hundimiento del bloque comunista, es decir, desde el hundimiento del mundo bipolar a principios de los años 90, se basa en el «consenso de Washington», un concepto inventado en 1989 por el economista John Williamson para sustituir los reglamentos keynesianos vigentes desde el crash bursátil de 1929, con los seis nuevos parámetros de la globalización, a saber: restricción monetaria, rigurosidad fiscal, libre comercio, privatizaciones, desregulación y relanzamiento de la inversión privada. Por las buenas o por las malas, bajo los auspicios del Fondo Monetario Internacional (FMI), las políticas de «ajuste estructural» se han impuesto en un buen número de países en desarrollo para su adaptación a las nuevas reglas del juego, así como en la Unión Europea a través del «consenso de Bruselas». La versión elitista europea del «consenso de Washington» en realidad es un «consenso de Washington» agravado, porque asume todas las disposiciones neoliberales pero las aplica con todo su radicalismo, con ensañamiento, y sistematizando las privatizaciones o la política agraria común a pesar de las escaseces, así como con la imposición de un «criterio de convergencia» de la zona euro en materia de déficits públicos, fijando el límite en el 3% del PIB en lo que se refiere al déficit anual y el 60% del PIB para el déficit acumulado.

Pero por loables que fueran las intenciones del teórico estadounidense, esta política ultraliberal de transparencia no previó, sin embargo, las estrepitosas quiebras fraudulentas (Enron en Estados Unidos y Vivendi en Francia), los «delitos de iniciados» (utilización de información privilegiada para intervenir en los mercados bursátiles regulados, N. de T), como el escándalo de la firma aeronáutica franco–germana EADS, o la evaporación de los ingresos, como fue el caso de la firma petrolera estadounidense Halliburton en sus mercados en Iraq, o la crisis de las subprimes, cuya última ilustración ha sido el desprecio del principio de la libre empresa, la puesta bajo control federal, en el verano de 2008, de tres bancos de refinanciación del crédito inmobiliario, la primera en julio, el banco californiano Indymac, y las otras dos, Fannie Mae y Freddie Mac, en septiembre.

Uno de los principales prestamistas hipotecarios de EEUU, Indymac, ha enjugado sus pérdidas, del orden del 98% de sus activos, estimados en 32.000 millones de dólares, certificando la mayor quiebra bancaria estadounidense desde hace 24 años. Fannie y Freddie, engranajes esenciales de la industria de la vivienda en Estados Unidos, poseen o garantizan casi la mitad de los 12 billones de dólares de créditos inmobiliarios residenciales en curso en Estados Unidos.

El «consenso de Washington», por el contrario, sobre todo ha originado un sistema planetario articulado en torno a la criminalidad internacional.

Los comentaristas occidentales, durante mucho tiempo, se han mostrado discretos con respecto a este asunto, más dispuestos a denunciar el peligro islamista o el peligro amarillo después de haber denunciado tanto el peligro rojo. Según el Fondo Monetario Internacional, citado por el diario Le Monde el 23 de mayo de 2006, de 700.000 millones a 1,750 billones de euros circularían así entre los bancos, paraísos fiscales y centros financieros, a pesar del endurecimiento de las legislaciones y el aumento de los controles. Es decir, la importancia de los importes en juego y, en consecuencia, de los propios objetivos. Paraísos fiscales, zonas «offshore», flujos monetarios, capitales errantes y presupuestos aberrantes… Estos términos inocentes evocan, de entrada, la dulzura de vivir en una sociedad caracterizada por la abundancia financiera, la flexibilidad económica y la evasión fiscal. Es, de hecho, la cara odiosa de la globalización, el nuevo dogma de la libre empresa con su comitiva de desempleo, exclusión, corrupción, en una palabra, todos los ingredientes que gangrenan la vida política, minan las bases de las grandes y pequeñas potencias y hacen planear el riesgo de corrupción en las grandes y antiguas democracias. De los 57 paraísos fiscales, o los aberrantes países NEO contabilizados en todo el mundo, 38 enclaves presentan la característica singular de no disponer, o no facilitar, los datos cifrados de sus depósitos bancarios extranjeros. Entre estos enclaves podemos citar Aruba, ex colonia neerlandesa del Caribe hasta 1996, y la isla malasia de Labuan en el Pacífico, que alberga 21 bancos y once «trusts companies». Situados generalmente en las proximidades de las zonas del narcotráfico mundial, los países NEO se llaman así porque disponen en sus balanzas de pago de una cláusula NEO (Net Errors and omissions) que permite, por una astucia contable con el pretexto de los errores estadísticos resultantes de los desórdenes administrativos, encubrir la grave disfunción de su comercio.

Pero si es sano denunciar los peligros exteriores, sería igualmente saludable denunciar también los propios peligros internos: tráfico de drogas, de armas, prostitución, juego clandestino y extorsión constituyen las principales fuentes de los capitales ilegales; y esos tráficos diversos a veces consentidos, cuando no fomentados, por los Estados, generan anualmente 1,5 billones de dólares, es decir, el presupuesto de los 20 países de la Liga Árabe. Algo que no hacen a menudo los estados occidentales, únicamente obnubilados, de momento, por el «terrorismo islámico». Lo más gracioso de este asunto es que los fondos soberanos, aunque sean musulmanes en lo que se refiere a los de las petromonarquías, no dudaron en volar al auxilio de los grandes establecimientos estadounidenses en dificultades durante la crisis de las subprimes, sin que los beneficiarios de los préstamos hayan manifestado la menor reticencia al respecto.

VII. La principal contradicción del capitalismo occidental: del ultraliberalismo al patriotismo económico, al proteccionismo financiero y al intervencionismo estatal

El entusiasmo por los fondos soberanos ha sido tan repentino como sorprendente. El fenómeno no puede explicarse por su novedad, puesto que estas inversiones institucionales existen desde hace treinta años, sino por la necesidad de aprovisionar a los establecimientos prestigiosos en dificultades debido a una gestión arriesgada. No obstante, la admisión de los fondos se hace a regañadientes –haciendo de tripas corazón– como consecuencia de la evolución de las relaciones de fuerza dentro de las grandes operadoras financieras, especialmente el debilitamiento de Estados Unidos cuyo poder en la gestión de los negocios del mundo actualmente es relativo y no absoluto como en la década 1990–2000, un período en el que EEUU reinó como «amo del mundo» del nuevo orden internacional que siguió al hundimiento del bloque soviético.

Espectacular, pero no triunfal, la entrada de los fondos soberanos en el cenáculo de las finanzas internacionales, no se efectúa por la puerta grande, sino por la puerta trasera y pasando por el aro de los grandes amos de los negocios. Las condiciones impuestas a China para su entrada en el capital de Blackstone, la evicción del Emirato de Dubai en la gestión de los puertos estadounidenses o el discreto montaje armado por Francia para disponer de una minoría de bloqueo en las «obras del Atlántico» lo demuestran (8). Curiosamente, estas prevenciones y restricciones no se aplican a los fondos de la esfera occidental. Así, el conglomerado noruego GPFG dispone de un abanico de 4.000 sociedades para sus intervenciones en el mercado financiero mundial sin la más mínima dificultad más que las de las leyes del mercado y la libre competencia.

El comportamiento pusilánime, tanto de los estadounidenses como de los europeos, ha revelado, por repercusión, la inutilidad de los grandes principios que los occidentales forjaron para garantizar su dominación económica mundial. El principio de la libertad del comercio y la industria y el principio de la libertad de navegación, en el origen de la expansión occidental, ahora se esgrimen por los países del sur para conquistar los mercados de los grandes países industrializados, los cuales están condenados a librar, a golpes de argumentos proteccionistas (la protección del empleo, la estabilidad del tejido social), un combate en la retaguardia para contener este empuje. Ni los europeos ni los estadounidenses tenían este tipo de preocupaciones cuando se trataba de la colonización (forma primitiva de deslocalización), de la conquista física de los mercados exteriores para convertirlos en mercados cautivos, obligando a las poblaciones autóctonas a adoptar la forma de vida y los hábitos de consumo de los países occidentales. Para recordar: la guerra del opio que libraron los ingleses contra China en el siglo XIX para obligarla a abrirse a los productos ingleses, se hizo precisamente, en la época, en nombre del principio de la libertad del comercio, con su disfraz moral «la responsabilidad del hombre blanco» portador de la civilización frente a la barbarie de los pueblos «morenos».

El cambio estratégico de la geoeconomía mundial se reflejó en el terreno diplomático, por primera vez en los anales diplomáticos internacionales, en una cumbre china–africana en Pekín, en enero de 2007 y en otra cumbre india–africana que superaban la rivalidad tradicional entre países anglófonos (Commonwealth) y francófonos (Organización de la Francofonia), concretando la mayor brecha efectuada, tanto en el plano diplomático como económico, por China y la India en el antiguo coto vedado de las ex potencias coloniales europeas. Este cambio va acompañado, en el terreno de los medios de comunicación, por la ruptura del monopolio del discurso mediático, propiedad de los occidentales desde la invención de la comunicación moderna. Por primera vez en la historia, el monopolio del discurso mediático, propiedad exclusiva durante mucho tiempo de los países occidentales, está siendo demolido por los países del sur. La cadena transfronteriza árabe Al–Jazira, líder indiscutible de la información en la esfera árabe–musulmana, ha reforzado su supremacía con el lanzamiento, en noviembre de 2006, de una cadena anglófona en el espacio anglosajón con el fin de igualarse a las grandes cadenas occidentales. Como consecuencia de esta doble constatación, el monopolio de la decisión estratégica recobrado tras el hundimiento del bloque soviético por el núcleo atlantista –la famosa comunidad internacional constituida esencialmente por Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados anglosajones Canadá y Australia–, podría sustituirse, en un futuro cercano, por un nuevo multilateralismo o incluso por un «mundo no polarizado».

Cada vez se alzan más voces para planificar una mejor representatividad de los diversos continentes en los foros internacionales, especialmente en el Consejo de Seguridad de la ONU donde la Alianza Atlántica está representada por tres escaños con derecho de veto (Estados Unidos, Francia y Reino Unido), mientras que Asia, que representa a la mitad de la población del planeta y a tres potencias nucleares (China, India y Pakistán), sólo está representada por un único escaño; y el mundo musulmán, gran poseedor de capitales petroleros, y África, gran poseedora de reservas de materias primas, así como América Latina, no tienen derecho a voto.

VIII. El mensaje subliminal de los países occidentales al resto del mundo: sí a los capitales de los países extranjeros, no a sus emigrantes

Paradójicamente, este cambio también va acompañado, de la multiplicación de medidas restrictivas de carácter proteccionista en los países occidentales, en contradicción con la filosofía de la globalización. Se comprueba con la construcción de un muro de separación en la frontera entre México y Estados Unidos, el dispositivo presentado por Francia para detener la inmigración a la Unión Europea (plan Hortefeux) y la controversia con respecto a la «sharia compliance». Todo se percibe como si el mensaje subliminal de los países occidentales al resto del mundo se resumiese en esta fórmula: Sí a los capitales extranjeros, no a sus emigrantes.

Las finanzas islámicas se estiman en 750.000 millones de dólares (473.000 millones de euros) y alcanzarán el billón de dólares en 2010, según las estimaciones de Kuwait Finance House, el mayor banco de inversiones de los países del Golfo (9). El Center for Security Policy (CSP), famoso organismo de lobby internacional, ha lanzado una intensa campaña dirigida a disuadir a las instituciones internacionales de que recurran a la legislación islámica para la gestión de esos fondos, estigmatizando su origen geográfico, claramente la esfera musulmana. El CSP ha puesto en marcha una campaña victoriosa a favor de Boeing contra Airbus en el contrato del suministro al ejército del aire estadounidense de 179 aviones de nueva generación, un mercado de 35.000 millones de dólares. Asumiendo las reivindicaciones de Boeing, apoyado por el CSP, el Tribunal de cuentas de Estados Unidos (GOP) ha aceptado, el 18 de junio de 2008, el recurso de Boeing contra la designación de Northrop Grumman y su socio europeo EADS. El ataque del CSP que mezcla, sin duda voluntariamente, las finanzas islámicas y el Islam radical, ¿es un combate en la retaguardia o, al contrario, augura otra cruzada contra un nuevo eje del mal, éste financiero? Algunos comentaristas no dudan en comparar esta nueva batalla con la guerra fría cultural que llevó a cabo la CIA contra la ideología comunista en la época de la rivalidad soviética–estadounidense (1945–1990) y, haciendo una mezcla entre las finanzas islámicas y el Islam radical, pretenden recabar las sumas faraónicas de los fondos soberanos y administrarlos «a la americana» para preservar un modelo económico y social, así como una forma de actuar en el ámbito financiero, conforme al sistema estadounidense.

El CSP forma parte del rosario de organizaciones que gravitan alrededor del AIPACC, la principal formación del lobby judío en Estados Unidos. Próxima al Likud, la derecha israelí, participa de una trilogía que ha propulsado la temática del peligro islámico en el discurso oficial, político y mediático, estadounidense como sustituto del «peligro rojo» tras el hundimiento del bloque comunista. Las otras dos formaciones son la WINEP (Washington Institute For Near Policy) y la JINSA (Jewish Institute For National Security). Veintidós miembros de esas formaciones forman parte de los círculos dirigentes de la administración Bush jr: Richard Cheney, vicepresidente, John Bolton, ex embajador en la ONU, y Douglas Feith, ex subsecretario de Defensa, por JINSA; Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, y Richard Perle, ex subsecretario de Defensa, por WINEP, la influyente organización presidida por Martin Indyk, un estadounidense–australiano ex embajador de Estados Unidos en Israel (10).

Al transmitir sus tesis, el ex secretario de Estado Henry Kissinger preconizó la constitución de un cártel de los países industrializados frente a los países productores de petróleo con el fin de impedir la subida de los precios del crudo… como si el G7 no tuviera el control de los principales mecanismos de la economía mundial. Considerada inoportuna en el momento en que la quiebra bancaria estadounidense había alcanzado un límite que excede el total de la deuda pública de los cincuenta países africanos, la declaración de Kissinger, transmitida por el Herald Tribune el 20 de septiembre pasado, ha suscitado un auténtico clamor en los países del Tercer Mundo, especialmente irritados por el papel prescriptivo que se arroga Estados Unidos en su pretensión de regentar el mundo y maltratarlo por culpa de sus operadores financieros y el egoísmo de sus politólogos.

Sobrevenida a raíz de la puesta en marcha del proceso de neutralización a distancia de los proyectiles iraníes con la firma de un pacto de despliegue de misiles interceptores en Polonia, Chequia e Israel aprovechando el conflicto de Georgia en agosto de 2008, la declaración de Kissinger puso al Golfo Pérsico árabe bajo una viva tensión y a los aliados estadounidenses de la zona a la defensiva. Las petromonarquías que volaron en ayuda de la economía estadounidense en un principio, desde entonces han reconsiderado su posición al percibir la propuesta de la constitución de un cártel anti OPEP como una forma de chantaje disfrazado, y desde entonces, como una especie de respuesta sesgada, han dirigido preferentemente sus inversiones hacia los mercados asiáticos.

El coste real de la crisis inmobiliaria de 2007–2008 en todos sus segmentos (bancos, seguros, inmobiliarias e industria) y conexiones geográficas (Europa, Asia y América) se estima en 1,5 billones de dólares que la administración neoconservadora estadounidense se está dedicando a detener al final del mandato de George Bush para que el desastre económico de su hiper liberalismo no agrave un balance militar lamentable y convierta a George Bush en el peor presidente de Estados Unidos de la historia contemporánea.

En absoluto desalentado por el primer rechazo que le augura un mal lugar en la historia, George Bush jr, en efecto, se dedicó a inyectar a principios de octubre, a un mes del final de su mandato, 700.000 millones de dólares (550.000 millones de euros) para el rescate de los títulos problemáticos, un plan que se añade al reflotamiento de las empresas quebradas que se había decidido previamente (200.000 millones de dólares para los gigantes del préstamo inmobiliario, Fannie Mae y Freddie Mac, y 85.000 millones para el coloso de los seguros AIG). Casi un billón de dólares deberá salir en total de los bolsillos de los contribuyentes estadounidenses para reembolsar las sucias deudas de las instituciones financieras en lo que aparece como la mayor intervención gubernamental desde la «Gran depresión» de los años 30.

El salvamento de los establecimientos de crédito, con menosprecio de las leyes de la ortodoxia liberal, ciertamente justificado por el estado de la economía estadounidense, constituye una traición de la doctrina de Bush; hablando con propiedad, se trata de una apostasía que resuena como un insulto. Pero la mayor crisis económica de la era contemporánea ha confirmado, por sí misma, la hipocresía del dogma de la libre empresa que se revela, a fin de cuentas, como un principio selectivo y elitista del intervencionismo del Estado dirigido exclusivamente a «privatizar las ganancias y socializar las pérdidas», es decir, a hacer que las pérdidas de los especuladores capitalistas caigan sobre la colectividad nacional de los contribuyentes. No está de más señalar a este respecto el comportamiento contradictorio de Nicolas Sarkozy, un ansioso de la reglamentación intransigente que se muestra sorprendentemente pudoroso frente a la práctica de los «paracaídas dorados» (cantidades que se garantizan algunos directivos en sus contratos personales para el caso de ser despedidos o de tener que dejar la empresa, N. de T.) y prefiere confiar al MEDEF el cuidado de reglamentar la práctica de los «super bonos» que la corporación de la patronal francesa se concede a sí misma. Corresponde al lector ampliar su reflexión sobre este punto con una saludable meditación sobre los fundamentos morales del corpus doctrinal de los principios universales que gobiernan el mundo bajo el liderazgo occidental desde hace siglos.

En cualquier caso, la constatación es irrefutable: la inyección masiva de capitales de reflotamiento procedente de estados competidores y no amigos de las economías occidentales (China, India y Japón en Asia, así como Rusia y Oriente Medio) ha marcado quizás «el principio del fin del imperio estadounidense», según el acta levantada por Nouriel Roubini, profesor de Economía de la Universidad de Nueva York (11). Y a falta de una «guerra decisiva», es decir, una guerra que modificaría radicalmente la situación, a la manera de la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) o la fundición nuclear de Hirosima y Nagasaki (Japón, Agosto de 1945), según la definición del autor de este concepto, el teórico de la estrategia moderna Carl Von Clausewitz, los avatares militares de Estados Unidos en Afganistán e Iraq y la quiebra del neocapitalismo de la era post soviética marcan, en todo caso, el final de cinco siglos de dominación absoluta de Occidente sobre el resto del planeta.


(*) Ex responsable del mundo arabo–musulmán en el servicio diplomático de la AFP (Agence France Press) 1978–1990, ex consejero del director general de RMC para la información. Autor de “Aux origines de la tragédie arabe” (Bachari, 2006) y otros libros.

(**) Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.

(***) La expresión «geoeconomía» se usó por primera vez, en relación con estrategias aéreas, por George T. Rennes, profesor de la Universidad de Columbia, aunque la popularización del término se debe a Edward Luttwak quien, a finales de los 90, describió el nacimiento de un nuevo orden mundial en el que las armas y mecanismos económicos reemplazarían a las armas militares como instrumentos al servicio de los estados en su voluntad de poder y afirmación en el sistema u orden internacional. Más información: http://www.sem–wes.org/VIREM/cm41.doc

(1) Según el Pentágono, desde septiembre de 2001 a finales de diciembre de 2007, se asignaron 527.000 millones de dólares a la «guerra contra el terrorismo», de ellos 406.000 millones a la guerra de Iraq. Tras un informe del gabinete presupuestario del Congreso publicado en octubre de 2007, al que se refiere el diario Le Monde del 18 de junio, el Congreso ya había autorizado 602.000 millones de dólares de gastos para las operaciones militares en Iraq y Afganistán, el 70% sólo para Iraq. El presupuesto estadounidense dedicado a Defensa supone alrededor del 4,2% del PIB (Le Monde, 18 de junio de 2008).

(2) «Non aux scénarios catastrophes», en Le Monde del 21 de marzo de 2008, por Eric le Boucher y Le Monde del 8 de abril de 2008.

(3) Informe sobre las inversiones mundiales en 2007, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el comercio y el desarrollo (CNUCED), suplemento Le Monde Economie, dosier materias primas, 16 de septiembre de 2008.

(4) «La République Démocratique du Congo tente d’empecher le pillage de ses ressources: Manoeuvres spéculatives dans un Katanga en pleine reconstruction», Colette Braeckmann en Le Monde Diplomatique, julio de 2008, así como el estudio de Raf Custers, investigador del «International Peace Information Service» (IPIS) de Anvers (Bélgica), «L’Afrique révise ses contrats Liniers», aparecido en el mismo periódico francés en la misma fecha.

(5) Principales fondos soberanos de inversión, según la clasificación establecida por el Deutsche Bank en septiembre de 2007: Emiratos Árabes Unidos: Abu Dhabi Investment Authority (ADIA), 875.000 millones de dólares (594.000 millones de euros), creado en 1976. Singapur: Government of Singapore Investment Corporation (GIC), 330.000 millones de dólares, creado en 1981. Noruega: Government Pension Fund Global (GPFG), 322.000 millones de dólares, creado en 1990. Arabia Saudí: diversos fondos por 300.000 millones de dólares. Kuwait: Kuwait Investment Authority (KIA), 250.000 millones de dólares, creado en 1953. China: China Investment Company Ltd (CIC), 200.000 millones de dólares, creado en 2007. Otros fondos soberanos (capitales bajo mandato en miles de millones de dólares): Rusia (141), Qatar (50), Australia (49), Argelia (43), Estados Unidos (40), Brunei (30), Corea del sur (20), Kazakhstan (19), Malasia (18), Venezuela (16)… por un importe total de 2,123 billones de dólares.

(6) Libération, 16 de junio de 2008 «Le français Cegelec pourrait tomber dans le giron du Qatar» por Catherine Maussion: Cegelec cuenta con 26.000 trabajadores, presentes en una treintena de países e indica 3.000 millones de euros de volumen de negocios, exactamente mil millones menos que la mediática Alcatel, su antigua casa central. Nacida en 1913 y bautizada con su nombre actual en 1989, adquirida por Alcatel y después por Alsthom (1998), en 2001 se cedió a dos fondos: CDC Entreprises, filial de la Caisse des dépôts y la británica Charterhouse. El importe total de la transación Qatar–Cegelec fue alrededor de 1.600 millones de dólares.

(7) Le Monde, 14 de junio de 2006: «Le nouveau recyclage des pétrodollars» por Eric le Boucher.

(8) El gobierno francés decidió comprar un 9% del capital de las obras Aker Yards de Saint–Nazaire, más conocidas por su nombre primitivo «obras del Atlántico» con el fin de constituir «una minoría de bloqueo» conjunta con Alsthom que posee el 25% de Aker Yards France. El objetivo es doble: evitar una deslocalización de la única joya de la construcción naval francesa e impedir que el grupo coreano STX, que controla el 40% de la empresa central noruega Aker Yards, no venga a descuartizar las obras francesas y a deslocalizar la carga de trabajo hacia Asia. La operación se anunció en un comunicado del Elíseo sin avisar a la dirección de Aker Yards en Noruega. Como si tratar con un accionista que no tiene más que el 40% del capital eximiese de las negociaciones con el patrón operacional. Leer al respecto: «la participation de l’Etat Sarkozy, chef de chantier… naval», de Hervé Nathan, redactor jefe de Marianne 2–16 de junio de 2008.

(9) «Le Halal en quête d’une norme industrielle», por Carla Power, Courrier International N° 925, del 24 al 31 de julio de 2008.

(10) «Des avocats influents pour la cause d’Israël», por Joel Beinin, politólogo estadounidense, en el suplemento bimestral de Le Monde Diplomatique «Manière de Voir» N° 101 «Demain l’Amérique», octubre–noviembre de 2008.

(11) «Nouriel Roubini, l’économiste qui a prévu la crise» de Stephen Mihn (New York Times) reproducido en Le Courrier International N° 933, 14–24 de septiembre de 2008.