La clase obrera
y la crisis

Historias de la clase obrera

El trabajo es un infierno

Por Michael D. Yates (*)
CounterPounch, 20/05/09
Sin Permiso, 24/05/09
Traducción de María Julia Bertomeu

Los economistas nunca dicen demasiadas cosas sobre el trabajo. Hablan de oferta y demanda de trabajo, pero tienen poco que decir sobre la naturaleza del trabajo que realizamos. Como la mayoría de los comentaristas en los medios de comunicación, parecen creer que las economías modernas exigen un trabajo cada vez más calificado, ejecutable por trabajadores formados en sitios limpios y tranquilos, en un ambiente en el que las decisiones las toman, de consuno, trabajadores y directivos. Pero no hay que llamarse a engaño. En el mundo actual, una abrumadora mayoría de los trabajadores realizan trabajos duros y peligrosos, y cada minuto de su faena pone en riesgo la salud de sus cuerpos y de sus mentes.

La Organización Internacional del trabajo (OIT), una agencia de las Naciones Unidas, dio a conocer el pasado enero un informe sobre "Las tendencias globales del empleo". El informe explora el desempleo, la situación de los trabajadores pobres y el empleo vulnerable. Los desempleados son quienes no trabajan pero buscan trabajo de manera activa. Los trabajadores pobres son quienes tienen un trabajo que no les permite mantenerse por encima de la línea de pobreza. Hay dos umbrales: $ 1,25 por día (según los precios del 2005) es lo que se considera "pobreza extrema", y $ 2 por día, que es simplemente "pobreza". Las personas con empleo vulnerable son los cuentapropistas (en el informe se los denomina trabajadores por "cuenta propia") y también los trabajadores que no reciben salario, pero son miembros de una familia trabajadora  cuentapropista. En la mayor parte del mundo, el trabajo vulnerable es lo que se denomina empleo casual: esos trabajadores no tienen relaciones formales con un empleador, por ejemplo, un contrato de trabajo con salario pactado. Trabajadores vulnerables son, entre otros, un hombre que vende billetes de lotería en una esquina, una mujer ofreciendo tamales en un estacionamiento atestado, un joven que ofrece paseos en un carrito de tracción humana. Un ejemplo del trabajo no remunerado que realiza un miembro de una familia cuentapropista: un niño que ayuda a su madre a vender tamales. No en todos los países, no, sobre todo, en los ricos, el trabajo por cuenta propia es vulnerable. Sin embargo, en todos los países, y señaladamente en los pobres, la gran mayoría de los cuentapropistas son pobres y vulnerables.

La OIT diseñó tres posibles escenarios, en 2009, para las personas incluidas en estas tres categorías (desempleados, trabajadores pobres y trabajadores vulnerables). La mayoría de los economistas están perplejos por la  profunda crisis económica que hoy aflige a la mayor parte del mundo: no pudieron predecirla, ni están en condiciones de hacer diagnósticos sobre el alcance de su gravedad. Ante la incertidumbre de los diagnósticos y de los pronósticos sobre el comportamiento de la economía global, y a modo de compensación, los economistas de la OIT han realizado tres estimaciones para las tres categorías de empleo. Para nuestros propósitos no importan los detalles de los tres "escenarios". Pero dada la severidad de la "Gran Recesión" que ahora experimentamos –la más profunda desde 1930—, el escenario pesimista o tercero parece el más realista. No se vislumbra un posible alivio en el horizonte. No, desde luego, en el mundo del trabajo.

De acuerdo con el escenario pesimista, éstos son los números de desempleados, trabajadores pobres y trabajo vulnerable pronosticados para el final del presente 2009.

Desempleados: 230 millones (el 7,1% de la fuerza laboral mundial, compuesta aproximadamente de 3.240 millones de personas)

Trabajadores pobres: (con $2 por día como umbral de pobreza): 1.377 millones (que es cerca del 46% de la población trabajadora mundial, compuesta, como recordado antes, por algo más de tres mil millones de personas).

Trabajadores vulnerables: 1.606 millones

Dos aclaraciones son necesarias a propósito de esta cifras. En primer lugar, a algunos lectores les podrá parecer bajo el número de desempleados, dada la profundidad del colapso económico. Sin embargo, en la mayor parte del mundo el desempleo abierto no es una opción; no hay red de seguridad que compense el desempleo, ni otros programas sociales de bienestar. El desempleo significa muerte; por eso la gente tiene que encontrar empleo independientemente de lo pesadas que sean las condiciones. En segundo lugar, las categorías de trabajador pobre y empleo vulnerable se solapan parcialmente. Un o una cuentapropista puede ser al mismo tiempo vulnerable y pobre, y cuenta como fuerza de trabajo. Sin embargo, el miembro de una familia sin ingresos, según la definición estadística, sólo es vulnerable, y no cuenta en el mercado laboral. Se trata de nimiedades estadísticas. Independientemente de cómo se lean los números, son indicadores asombrosos de la realidad del mundo del trabajo actual.

A estos tenebrosos números deberían agregarse otros: la OIT estima que en el mundo de hoy trabajan, como poco, unos 200 millones de niños. La clasificación de la OIT sobre el trabajo infantil es complicada, pero bastará con decir que el 75% de esos azacaneados muchachos y muchachas realizan las peores formas de trabajo: traficantes, soldados en conflictos armados, esclavos, trabajadores sexuales y otras ocupaciones peligrosas e incapacitantes, como la construcción o la manufactura de ladrillos o alfombras.

Es muy común que los niños trabajadores vivan en la periferia de la ciudad, o que hayan sido forzados a abandonar sus hogares rurales, a veces "cedidos" en arriendo por sus propios padres, para trabajar en las ciudades. Sus padres son campesinos –hay unos dos mil millones en el mundo— y su futuro es cada vez más precario. Su relación con el campo es cada vez más tenue, y año tras años vienen a engrosar las filas de los ciudadanos de lo que Mike Davis ha llamado "el planeta de las ciudades miseria". No hay crecimiento económico que pueda absorberlos dentro del proletariado tradicional, y mucho menos en trabajos mejores.

Para casi todos los habitantes del mundo, el trabajo es el infierno. La cruda y triste verdad es que la inmensa mayoría ha de ser rebajada, humillada, lesionada, deformada mental o físicamente, y aun, con no poca frecuencia, mortalmente sacrificada en el proceso de trabajo, para que unos pocos se enriquezcan. Soy consciente de que las estadísticas son peores a causa de la crisis. Pero ¿se transformará el mundo del trabajo cuándo vuelva a subir el PIB y los índices de desempleo desciendan? ¿Comenzaremos entonces a "inclinarnos a la utopía", para usar una frase impropiamente patética del economista de Berkeley, J.Bradford DeLong, quien parece creer que realmente estamos en camino de un mundo con ingresos de clase media y obreros satisfechos?. Les aseguro que no.

Se dice que el diablo está en los detalles. Por eso, para otorgar mayor fuerza a los datos, añadiré ejemplos concretos. Estoy seguro de cada lector podría ofrecer ejemplos por su cuenta.

Un trabajador de la industria automovilística

Veamos la descripción  que hizo un trabajador de la industria automovilística, Ben Hamper, en su libro Rivethead, cuando visitó la planta donde trabajaba su padre para ver lo que hacía. Dice así:

"Estuvimos unos cuarenta minutos o algo así, una vida entera en miniatura, y la pauta no variaba nunca. Auto, parabrisas. Auto, parabrisas. Trabajo duro, y más trabajo duro. Cigarrillo tras cigarrillo. Décadas apisonando y planchando vigas, los huesos hechos polvo, obstinados relojes amordazando las carnes, otro parabrisas, otro cigarrillo, guerras intermitentes, tormentas que murmuran el alfabeto, cornejas dormidas o muertas sobre cables de alta tensión, ese pulpo mecánico retorcidamente desplegado sobre nada, nada, nadedad."

Hamper llama gulags a las modernas plantas de automóviles.

Mira, la niña prostituta

Atendamos al caso de Mira, una niña prostituta de Bombay que a los trece años fue enviada por sus padres desde su pueblo hacia Nepal, para trabajar como empleada doméstica, según pensaban sus padres. Al menos hay 20.000 niñas prostituidas en Bombay, "expuestas en fila, como en las jaulas de animales del zoo". Se nos dice que:

Cuando Mira –una virgen angelical de piel cobriza— se negó a tener sexo, fue arrastrada a una cámara de tortura en un oscuro callejón dispuesto para "acomodar" a las nuevas niñas. La encerraron en una habitación estrecha, sin ventanas, sin comida ni agua. Al cuarto día, cuando todavía se negaba a trabajar, uno de los matones de la madama llamó a un gánster que la arrojó al piso y la golpeó contra el suelo, hasta que perdió el conocimiento. Cuando despertó, estaba desnuda; le habían introducido en la vagina una caña de ratán untada con guindillas picantes. Luego, el gánster la violó. Mila contó en un reportaje que "te torturan hasta que digas si" ,porque "nadie oirá tu llanto"

El caso de la pequeña Irfana, esclavizada

Consideremos el caso de Irfana, una niña paquistaní vendida a los seis años al dueño de un horno de ladrillos. Describe su vida de este modo.

"Mi amo nos compraba, vendía y trocaba como si fuéramos ganado, y en ocasiones, nos embarcaba y viajábamos a grandes distancias. Por lo general, maltrataban a los varones para que trabajaran más. A menudo, las mujeres éramos violadas. Mi mejor amiga enfermó luego de ser violada, y cuando ya no pudo trabajar, el amo la vendió a un amigo de un pueblo a mil kilómetros de distancia. Nunca le contaron su paradero a la familia, y nunca más la volvieron a ver."

Como Mary Anne Walkley, la sombrerera inmortalizada por Marx

Recuérdese el caso de Mary Anne Walkley, la sombrerera inmortalizada por Karl Marx en El Capital. Mary Anne murió hace 146 años, pero su historia podría ser contada hoy, y no sólo por trabajadoras niñas como Mira e Irfana, sino por cientos de miles de confeccionistas de prendas que trabajan en infernales talleres en condiciones tan terribles como las de la señorita Walkley, y desde luego, no sólo en la India o en Paquistán, sino aquí, en los mismísimos Estados Unidos de América. Si usted echa un vistazo a las calles del Chinatown de Manhattan, verá los vapores procedentes de centenares talleres infernales en los que las Mary Anne de nuestros días consumen sus vidas. Marx decía:

"En la última semana de junio de 1863, todos los diarios de Londres reprodujeron un texto con un título 'sensacionalista': 'muerte por simple exceso de trabajo'. Cuentan la muerte de una sombrerera, Mary Anne Walkley, de 20 años, empleada en un respetabilísimo establecimiento de confección  de prendas de vestir explotado por una dama que responde al encantador nombre de Elisa. La vieja y tantas veces narrada historia, contada una vez más. La muchacha trabajaba un promedio de 16 horas y media, y en plena temporada, hasta 30 horas seguidas sin interrupción, proporcionándolese, para mitigar su desmayada capacidad de trabajo, ocasionales bebedizos suplementarios de jerez, oporto y café. Ahora estábamos precisamente en el momento culminante de la temporada. En un abrir y cerrar de ojos, había que dar la última puntada a los egregios tocados que habrían de llevar las nobles damas invitadas al baile organizado en honor de una recientemente importada Princesa de Gales. Mary Anne Walkley había trabajado sin parar durante 26 horas y media, junto a otras 60 muchachitas, 30 de ellas hacinadas en una habitación que apenas contaba con un tercio de los metros cúbicos del aire que necesitaban. Por la noche, dormían de a dos en uno de los sofocantes agujeros en que dividían con paneles la habitación. Y esta era una de las mejores sombrererías de Londres. Mary Anne Walkley cayó enferma el viernes. Murió el domingo. Sin que, para pasmo de Madame Elisa, hubiera podido terminar el trabajo que tenía entre manos."

Trabajadores en cruceros

Veamos el caso de quienes trabajan en cruceros. Por lo general, los cruceros están registrados en países como Liberia y, por tanto, son inmunes a las leyes laborales norteamericanas. Casi siempre, las personas de color de los países pobres tienen a su cargo los trabajos más pesados. Su salario es bajo y la jornada laboral, larga. Por lo general, cuando por alguna razón resultan heridos gravemente durante la jornada laboral y necesitan ser hospitalizados, son forzados a volver a su país de origen en busca de atención médica, incluso en el caso de que en EEUU existan mejores tratamientos. Un trabajador caribeño resbaló en la cocina mientras transportaba una gran olla de aceite. El aceite quemó gravemente su pierna y su pié. Lo expulsaron de un hospital en Anchorage, Alaska y lo forzaron a tomar varios vuelos de regreso a  casa. Entonces, en la desesperación, logró llamar a su madre, y durante una escala en Miami se pudo comunicar  con un abogado amigo de la familia. El abogado logró que lo atendieran en Miami y demandó a la compañía naviera. La compañía se vengó denunciándolo a las autoridades de inmigración, quienes finalmente lograron deportaron.

En el restaurante

Consideremos a un empleado de un restaurante, Mr. Zheng. Los empleados de restaurante de Manhattan trabajan, de promedio,  más de 100 horas semanales y ganan la miseria de 2 dólares por hora. Así describió la vida de Zheng un periodista:

"Luego de tres años de haber llegado al país, procedente de la provincia costera de Fujian (en China), Mr. Zheng ( 35 años) aún trabaja para pagar una deuda de 30.000 dólares a los traficantes que organizaron su viaje en distintos barcos hasta llegar a destino. Sólo le quedan, para el alquiler, unos pocos dólares de su exiguo sueldo como ayudante de camarero, de modo que tiene 11 compañeros de habitación. Comparten un cuarto con camas literas de tres pisos, con un pasaje angosto entre ellas, similar a un pasillo. Es una habitación simple, una más entre una docena de cuartos en un complejo de tres rascacielos en Allan Street. Se reparten un alquiler de 650 dólares al mes, pagando 54 cada uno.

Como los demás, Mr. Zheng guarda sus escasas pertenencias en una bolsa de plástico debajo del colchón, y como decorado, cuelgan en su rectangulito de pared una bolsa de hierbas medicinales y una pintura naif.

Taxista en Nueva York

Tomemos el caso de Koffee, conductor de taxi en Nueva York, un africano que lleva viviendo en la ciudad treinta años. En una entrevista para el periódico Punching the Clock (PTC) dijo:

PTC: Entonces, ¿cuántas horas conduce al día?

Koffee: Doce horas, de cinco a cinco.

PTC: ¿Quiere decir que hace un turno de doce horas?

Koffee: Así es el sector, ya  sabe, es lo que se hace. En menos de trece horas no se puede hacer nada….Algunas veces uno trabaja doce horas, y vuelve a casa con menos de 20 dólares en el bolsillo.

PTC: ¿Qué hace con su tiempo libre?

Koffee: ¿Tiempo libre? Descanso. Con este trabajo, después de doce horas no se puede hacer nada. Es un trabajo que mata. Sentado y conduciendo durante doce horas, llego a casa y me echo a dormir. Cuando me despierto, sólo tengo tiempo de traer algo para comer.

Una voz del pasado, tan presente

Oigamos la voz de un trabajador desempleado durante la primera depresión nacional, en la década de 1870. Con algunas variaciones, lo que dice podría decirlo cualquiera que haya experimentado la brutalidad de un desempleo a largo plazo, desde los campesinos en la época de sequías en 1930, hasta las víctimas de un cierre masivo de una planta de las últimas dos décadas, pasando por los millones de miserables desempleados en África, Asia y América Latina. Pregúntele, si no, al próximo sin techo que les pida dinero por la calle.

"Hace tres meses, cuando por desgracia me quedé sin un centavo, comencé a buscar empleo en New York. Soy mecánico, y creo que soy competente en mi trabajo. Durante este año me desplacé por diecisiete estados, y todo lo que obtuve fueron seis semanas de trabajo. Me enfrenté al hambre; durante algunos meses, cuando el termómetro bajaba a 30 grados bajo cero, no tenía ni cama para dormir. El último invierno dormí en los bosques, y mientras buscaba trabajo honrado, estuve dos o tres días sin comer. Cuando, apelando a la misericordia de Dios, pedí sustento para mi cuerpo y para mi alma, se me tachó de 'vagabundo'."

El trabajo en labores agrícolas

Consideremos el trabajo agrícola, uno de los peor pagados en todos lados, y de los más azacaneados. Encorvados sobre la cosecha, con calores y fríos terribles, trabajan junto a sus niños y sin suficiente comida, como es el caso de los trabajadores de las plantas de café que no pueden darse el lujo de comprar el grano que cosechan. Esto es lo que logró el "libre mercado" en México,  al sur de California y Arizona:

"En los campos, hay un cuarto de baño público portátil para varios cientos, y un tambor metálico sobre ruedas que provee de agua….Los pequeños gatean entre los trabajadores sentados, algunos de ellos mamando biberones y otros, con sus caritas sucias de polvo, mastican cebollas… Unos pocos duermen en toneles, o en camitas improvisadas con cajones de verdura. Cuando el sol de la mañana ilumina el rostro de los trabajadores, descubre a decenas de niños y niñas. Haciendo un cálculo grueso, es posible que un cuarto de los trabajadores en ese y en cualquier lugar parecido, tengan entre 6 o 7 y 15-16 años. Honorina Ruiz tiene 6. Está sentada frente a una pila de cebollas verdes. Hace pilas de ocho o nueve cebollas, alineando tallos y cabezas. Luego deshecha la suciedad, pone una banda de goma alrededor de las cebollas y las añade al grupo que ya están en la caja aledaña. Es demasiado tímida como para decir algo más que su nombre, pero parece orgullosa de ser capaz de hacer lo que su hermano Rigoberto, de trece años, considera que hace muy bien…..Estos son los niños olvidados de México."

Embaladores

Veamos el caso de los trabajadores embaladores, que preparan la comida que termina servida en nuestras mesas. Antes del advenimiento de las modernas tecnologías productivas, los solos nombres de estos trabajadores evocaban la visión del infierno: aldabones, mozos de cuerda, quiebrapiernas, pelapiés, carniceros, desventradores, hendedores, lugres... Ese trabajo lo hacían entonces los trabajadores inmigrantes europeos y afroamericanos. Hoy lo hacen los nuevos inmigrantes de América Latina y Asia, y aunque los nombres han cambiado, el trabajo sigue siendo sucio y peligroso:

Las empresas empacadoras de carne de res, cerdo y pollo han reclutado agresivamente a los trabajadores extranjeros más vulnerables, que son trasladados a EEUU a cambio de un trabajo de 6 dólares por hora en la industria más peligrosa del país. Esos trabajos apenas requieren continuidad, y prácticamente han desaparecido los conceptos de promoción e incrementos salariales significativos. Para esta próspera industria, no es obstáculo que la mitad de esos nuevos inmigrantes sean ilegales: disponen de una fuerza de trabajo dócil y disciplinada con una enorme rotación.

Los asombrosos niveles de enfermedad, lesiones –el 36% de los trabajadores de la carne— y estrés generados por un trabajo difícil y repetitivo traen con frecuencia consigo la poca duración del empleo: unos cuantos meses, hasta que el trabajador se va o la compañía lo fuerza a dejar el trabajo. Los controles públicos de seguridad han descendido un 43% en su conjunto desde 1994, como consecuencia de los recortes de presupuesto y de un sesgo creciente a favor de las empresas privadas por parte de la Administración para la seguridad y la salud laboral.

En los hoteles

Consideremos el caso de Michael, que aceptó un trabajo como administrativo de un hotel luego de treinta y dos años de maestro de escuela. Michael dice:

Pensé que en el hotel tendría el lujo de no tener que preocuparme por lo que haría mañana. Pero si bien es cierto que no me tenía que preparar para el trabajo del día siguiente, el trabajo del día es lo que pasaba factura. El trabajo era agotador; estaba todo el día de pié. Al final de la jornada era libre, pero estaba demasiado exhausto como para hacer algo. Por lo general, a hora  tan temprana como las 7 de la tarde me sentía adormilado ni bien abría un libro. Y algunos días -especialmente el domingo, que era el peor en cuanto a  intensidad de trabajo y reclamos de los clientes-, no podía dormir. Las claves que tecleaba en la computadora durante todo el día permanecían en mi cabeza dibujando una espiral interminable, y seguía molesto por las conversaciones que había tenido con huéspedes iracundos. El lunes por la mañana llegaría, y yo debería estar a las 7 en el trabajo, no me podía poner al día con el sueño hasta el viernes por la noche. El mundo de la enseñanza me había generado mucha ansiedad, pero este trabajo era física y psíquicamente incapacitante. Era imposible imaginar treinta y dos años en este trabajo.

En la oficina

Consideremos el caso de Kimberly y Helen, dos empleados temporarios de oficina, dos de los millones de trabajadores de oficina en el mundo entero. Así describen su trabajo:

"Trabajo mínimo. Aburrimiento. Y falta de estímulos. Preferiría vérmelas con una hoja de  cálculo, tratando de imaginar cómo diseñar una hoja de cálculo, antes que simplemente ingresar los números. Un jefe que te trata como un trabajador temporario, y es exactamente lo mismo, siempre vigilándote o ignorándote totalmente. Ni recuerda tu nombre y dice: "Oh, acabo de poner esto aquí. Esperaremos hasta que otro fulano vuelva a trabajar en eso".

"Aislamiento. Carencia de recompensas. Monotonía. Subempleo. Tus recursos, tus capacidades, tu inteligencia, todo eso se deja de lado. Quiero decir, no hay cambio. No siento sino desesperanza, parálisis. No hay incremento ninguno de la actividad cerebral. Incluso cuando ellos descubren nuevo de ti, aun así, no confían en darte a cargo de algo más. Pero la soledad es propiamente soledad. El almuerzo en soledad, cada día. Y nunca nadie pregunta algo personal. Como las secretarias, que nunca jamás preguntan: ¿de dónde eres? ¿Qué has estado haciendo?".

Profesores

Consideremos el caso de Beverly Peterson, una profesor de universidad que luego de pasar gran parte de su vida en la universidad intentando obtener su doctorado, se convirtió en una "profesora gitana", enseñando aquí y allí y en cualquier lugar, bajo condiciones terribles y por muy poco dinero. Cerca del 40% de nuestros profesores lo son hoy a tiempo parcial, y ganan alrededor de 2.000 dólares por curso y sin beneficios de bienestar social. (Para contrastar: yo gano  8.000 dólares por curso, y tengo incluidos todos los beneficios de bienestar social.)

Desde que aprobó unos exigentes exámenes en la Universidad William and Mary en 1992, Beverly Peterson estuvo buscando un puesto de trabajo a tiempo completo algún departamento de Estudios Americanos. Luego de tres años, 121 cartas y dos entrevistas, todavía está buscando un puesto de trabajo permanente. Dice esta profesora interina de 44 años, que llegó una vez a ser profesora de inglés en una Escuela Superior: "Estoy tan acostumbrada a recibir cartas de rechazo diciendo: usted es una aspirante entre 800 para dos puestos". Mientras especula con la posibilidad de obtener un cargo definitivo en el estado de Pensilvania,  Peterson hace lo que muchos doctorados recientes: para subsistir, suma dos puestos de profesora interina.

Peterson viaja regularmente en su auto desde su casa en Smithfield, Virginia, hasta sus puestos de trabajo en la Universidad Thomas Nelson Community en Hampton, a 40 minutos de su casa, y luego hacia la Universidad William and Mary, a otros 40 minutos. En el barco con el que debe cruzar el río James para colmar este último trecho de su viacrucis, suele trabajar con notas y materiales para la enseñanza, el último de ellos, una reinterpretación de La Cabaña del Tío Tom. El cuentakilómetros de su Chevrolet –de sólo cuatro años— marca 97.000 millas. Peterson dice: "Me gusta mi trabajo, pero deseo poder hacerlo en circunstancias menos complicadas".

Una historia excepcional es la de Ira Salomon -una profesora de historia en East Saint Louis, en Illinois-, ciudad de una pobreza extrema. Dejó esto dicho en una entrevista con Jonathan Kozol, el autor de Savage Inequalities:

" 'De ninguna manera es la peor escuela de la ciudad', me dijo cuando estábamos sentados en el aula del primer piso en el Instituto. 'Pero nuestros problemas son brutales. Ni siquiera sé por dónde empezar. No tengo materiales, salvo un simple texto que se le entrega a cada chico. Cuando propongo otra cosa –libros, videos o revistas—, los pago de mi bolsillo. El Instituto no tiene videograbadora. Y es una herramienta fundamental. ¡Hay tantas cosas buenas en la televisión pública! El equipo audiovisual que hay en el edificio es tan viejo, que nos presionan para que no lo usemos'…."

" 'De los 33 chicos que comienzan el curso regular de historia', dijo, 'más de un cuarto abandonan en el semestre de primavera………..En este momento, cuatro niñas de mi aula de clases de secundario están embarazadas, o acaban de ser madres. Cuando les pregunto por qué pasó, me dicen: 'Bueno, no hay ninguna razón para no tener un niño. La escuela pública no me ofrece demasiado'. La verdad es que…..un diploma de una escuela pública de un ghetto no sirve para mucho en los Estados Unidos de ahora…Ya sabe usted, hay injusticias tan amargas' …"

"Muy poca de la educación recibida en la escuela sería considerada académica en los barrios residenciales. Tal vez entre el 10 y el 15% de los estudiantes están en programas verdaderamente académicos. Del 55 % de los estudiantes que se gradúan, el 20 por ciento asiste a universidades de cuatro años: algo así como el 10% del curso. Otro 10 a 20 por ciento puede recibir otro tipo de educación superior. Un número igual se alista en las fuerzas armadas….."

"A veces me preocupa, porque comienzo a estar agotada. Odio perder un día de clase, porque, lo más frecuente es que Departamento no logre encontrar a un substituto para esta escuela, y a mis niños no les agrada que yo esté ausente".

La cobertura del bienestar social

Veamos el caso de Úrsula y Joy, dos madres cubiertas por el  bienestar social, que trabajan duro para mantener unida a la familia, pero que han sido excluidas de la lista oficial de trabajadoras desempleadas y que han recibido el vilipendio de la sociedad "respetable".

Úrsula: Yo solía estar deprimida por depender del bienestar social. Había algo que me hacía sentir menospreciada. Me sentía degradada. Ellos quieren saber de dónde sacas esto, o quién te ayuda a mandar a tus niños a la escuela. Si no pagar la cuenta de agua este mes fuera necesario para que los niños pudieran ir a la escuela el mes próximo, no la pagaría. Pero ese es mi problema. No me gusta que se entrometan en quién me ayuda o me paga qué cosa.

Joy: Cuando dependes de la asistencia pública, es como si te quedaras con el dinero de otro y no trabajaras para conseguirlo. No lo haces por tí misma. Cuando obtuve mi primer cheque de la seguridad social me sentí extraña, porque comparé eso con recibir un cheque por mi trabajo. Sabía lo que significaba cada cosa. La gente solía decir. "bueno, estás quedándote con el dinero de gente que trabaja y no estás trabajando," "Me siento rara con ser una persona ubicada en el otro lado en este caso". Esta es mi primera experiencia con la ayuda social. Nunca nadie en mi familia dependió de la asistencia pública, solamente yo. Mi madre y mi abuela trabajaron para el gobierno. Yo fui la primera persona que alguna vez necesitó la seguridad social.

No me gusta la gente que trabaja en las oficinas de seguridad social. Son desagradables conmigo. Tienen mala onda conmigo. Se comportan de una forma presuntuosa, y no les gusta hacer su trabajo. Actúan como si el dinero saliera justamente de sus bolsillos. Pienso que si voy con una actitud agradable –porque me consta que hay gente que es desagradable con ellos-, entonces se comportarán de manera diferente. Pero eso no ayuda, siguen siendo antipáticos.

En una guardería

Leamos ahora un memorando enviado por un supervisor a un grupo de trabajadores de una guardería diurna. Recuérdese que los trabajadores de esos centros son gente de considerable experiencia y de gran capacidad en la atención de los niños, pero se les paga menos que a los vigilantes de un estacionamiento de automóviles:

"Ahora más que nunca, nosotros, como profesionales, estamos bajo el escrutinio de nuestros clientes. Desean observarnos y cuestionarnos para estar seguros de que sus hijos, a cargo nuestro, están sanos y salvos. Nuestro tarea es hacer lo mejor que podemos cuando hay una inspección de los clientes. Ellos han elegido el lugar donde quieren que estén sus hijos. Y nosotros tenemos que reforzarles la idea de que su elección fue la correcta. Tenemos que darles aquello por lo que ellos pagan, cada minuto del día. Tenemos que saludar a padres y niños por su nombre cuando llegan por la mañana y cuando se retiran al final de día. Debemos trabajar con los niños y cumplir su plan de lecciones, mañana y tarde. No se  permite sentarse a la mesa, charlar con otros profesores, asearse o hacer cualquier otra cosa que no sea interactuar con los niños….Recuérdenlo en todo instante: el cliente siempre tiene razón, y nosotros siempre debemos hacer lo mejor para los niños. ¡Eso es lo que les debemos a estas personitas!"

Trabajo en la cárcel

Veamos el caso del prisionero Dino Navarrete, uno de los diez mil trabajadores presos que trabajan en el "complejo industrial de la prisión", que colabora con las empresas privadas para obtener superbeneficios. ¿Puede haber un trabajo más degradante, esclavitud total aparte?, Sin embargo, se trata de una industria en expansión. Los EEUU encabezan la lista mundial volumen de población carcelaria, que ahora se acerca al millón y medio de presos, siendo la mayoría de reclusos gentes de color.

Dino Navarrete, encarcelado por un delito de secuestro, no sonríe demasiado cuando contempla las máquinas de coser en el taller carcelario que no deja de crecer y prosperar en el penal Soledad. El hombre, bajo y robusto, con tatuajes que cubren su musculoso antebrazo, gana 45 céntimos la hora por hacer camisetas azules de trabajo en esta prisión prisión de mediana seguridad ubicada cerca de Monterrey, California. Luego de las deducciones, gana cerca de 60 dólares por mes, trabajando jornadas de 9 horas.

"Te ponen en la máquina para que trabajes para ellos", dice Navarrete. "Nadie quiere hacerlo. Estos trabajos son un cachondeo para la mayoría de los internos de aquí. Hace rato que California dejó de considerar que el trabajo rehabilita a los presos. Los guardianes sólo quieren tenerlos ocupados. Si los prisioneros se niegan a trabajar, se los traslada a lugares de castigo y pierden el privilegio de la cantina. Y aún más, pierden la posibilidad de acortar la condena por 'buena conducta'."

Navarrete se sorprendió al saber que California estaba exportando ropa confeccionada en prisión hacia Asia. Ni él ni los otros prisioneros tenían idea de que California, junto con Oregón, estaban haciendo aquello por lo que fustigan a China: exportar bienes confeccionados en prisión. Entonces, dijo Navarrete, "también a esto se le puede denominar trabajo esclavo". "Si lo están vendiendo a ultramar, entonces se sabe que están haciendo dinero. ¿Adónde va a parar ese dinero? A nosotros, no".

Discapacitados

Consideremos el caso de Larry McAffe, que quedó cuadripléjico luego de un accidente de motocicleta. Como otras decenas de millones de personas discapacitadas, quería trabajar, y podría haberlo hecho si la sociedad le hubiera proporcionado los medios. En cambio, lo hicieron fue enviarlo directamente al horrible mundo de pesadilla del "cuidado" de la salud, mundo cuya principal hipótesis inicial de trabajo es que resulta demasiado costoso lograr capacitar para el trabajo a gentes como  Larry. Larry llegó a pleitear en tribunales exigiendo que lo dejaran morir, algo que tribunales, médicos y compañías de seguros –que se dirían secuaces de alguna versión del darwinismo social— parecen empeñados en estimular.

McAfee le dijo al periodista Joseph Shapiro, del Informativo "US News and World Report", que había odiado perder el control sobre su cuerpo, pero que era peor perder el control sobre su vida. Esperaba poder seguir contribuyendo a la sociedad, pero se encontró con que en cada intento  realizado se veía bloqueado por una situación sin salida. Dado que no disponía de un servicio de asistencia personal, McAfee tuvo que ser institucionalizado; lo que significa que no podía cumplimentar pedidos de trabajo o tomar cursos de computación; y falta de capacitación implica falta de posibilidad de empleo; y el empleo en sí mismo puede significar que los desincentivos laborales construidos por las políticas de discapacidad ponen en riesgo la posibilidad de tener los medios para sobrevivir. ¿Cómo podría una persona motivada no resultar abatida por esos obstáculos aplastantes?

Un trabajador normal y corriente

Consideremos el caso de Mike Lefevre, un trabajador "corriente". Esto es lo que dijo a Studs Terkel, el autor de un libro verdaderamente excepcional, titulado Working:

"Pertenezco a una especie en extinción: un trabajador. Trabajo puramente muscular: levantar, bajar. Manejamos entre catorce y quince mil libras de hierro al día. Ya sé que resulta difícil de creer: desde cuatrocientas libras hasta piezas de tres y cuatro libras. Es matador…

"Es difícil sentirse orgulloso de un puente que nunca cruzarás, de una puerta que nunca abrirás. Hacemos producción en masa, y nunca vemos el resultado final. Una vez hice un trabajo para un camión, y tuve una pequeña satisfacción cuando lo cargué. Olvídate de eso en una fábrica de acero. Nunca vemos adonde va nada.

"En una ocasión, mi capataz me regañó. Dijo: 'Mike, eres un buen trabajador, pero tienes una mala actitud'. Mi actitud consiste en no emocionarme con mi trabajo. Hago mi trabajo, pero no digo '¡qué maravilla!'. El día que me emocione con mi trabajo será el día en que me tope con un reductor de cabezas salvaje. ¿Cómo vas a emocionarte manejando acero? ¿Cómo te puedes emocionar, si estás destrozado y  en lo único que piensas es en sentarte?

No es sólo el trabajo. Alguien construyó las pirámides. Siempre hay alguien detrás de una construcción. Pirámides, el Empire State Building. Esas cosas no salen de la nada. Hay trabajo duro detrás de ellas. Me gustaría ver un edificio, digamos el Empire State, me gustaría ver en uno de sus lados una tira de arriba abajo con los nombres de cada uno de los albañiles, electricistas, con todos los nombres. De manera que cuando uno de los muchachos pasara por ahí, pudiera tomar la mano de su hijo y decirle. 'Mira, ése soy yo, por ahí, en el piso cuarenta y cinco'."

Voces dolientes

Escuchemos para terminar al coro de las voces dolientes, procedente también del libro, ya mencionado, Working:

"Prevalece en la inmensa mayoría un descontento apenas disimulado. Los blues de los trabajadores manuales no son más amargos que los gemidos de los oficinistas. 'Soy una máquina', dice el soldador. 'Estoy entre rejas', dice el cajero de banco. Y el administrativo del hotel se hace eco de todo ello. 'Soy una mula de carga', dice el trabajador del acero. 'Un mono podría hacer lo que yo hago', dice el recepcionista. 'Soy menos que el utensilio más insignificante de las labores agrícolas', dice el trabajador inmigrante. 'Soy un objeto', dice la modelo de alta costura. Trabajadores manuales y oficinistas repiten de consuno: 'soy un robot'. 'No tenemos nada de qué hablar', dice el contable desesperado. Han pasado ya unos cuantos años desde que John Henry cantaba aquello de que 'Un ser humano no ha de ser otra cosa que un ser humano'. El hecho duro y nada romántico es éste: murió con el martillo en la mano, mientras la máquina seguía con su bombeo rutinario. Sin embargo, encontró la inmortalidad. Es recordado."


(*) Michael D. Yates es editor asociado de la veterana revista socialista norteamericana Monthly Review. Su libro más reciente es: “In and Out of the Working Class”.