Crisis mundial

Crisis Global II

Las tendencias de la etapa

Por Claudio Katz[1]
Enviado por el autor, 24/11/09

Resumen: La dimensión que tuvo la reciente intervención de los estados para socorrer a los bancos superó todos los precedentes del pasado. El rol jugado por el G 20, la incidencia del FMI y la continuidad del libre-comercio ilustran diferencias significativas con los años 30. Muchas analogías con la gran depresión desconocen estos contrastes y omiten el mayor nivel de asociación global, que caracteriza al capitalismo contemporáneo.

Una crisis originada en Estados Unidos afectó en forma severa a Europa y Japón. La primacía de la FED y el refugio colectivo en dólares o bonos de Tesoro expresaron la gravitación que mantienen los bancos norteamericanos. Pero también se reflejó la supremacía del imperialismo norteamericano, cómo protector de todas las clases dominantes.

Esta vez el temblor golpeó más duramente a los países centrales que a las economías intermedias. Ha crecido la influencia de las naciones semiperiféricas en un escenario más diversificado, que la tradicional configuración dualista centro-periferia. Pero es muy incierta la constitución de un bloque rival de las grandes potencias. Todas las economías en ascenso privilegian sus liderazgos regionales y reciben atractivas ofertas para su cooptación al orden imperial vigente. Esta tentación influye especialmente sobre la elite china, que gestiona un acelerado crecimiento en medio de grandes desequilibrios sociales y ecológicos.

La crisis no ha detenido el encarecimiento de los alimentos que agobia a la periferia más empobrecida. La revalorización de las materias primas es tan sólo el detonante coyuntural de una gran hambruna. Lo que destruye la seguridad alimentaria de los países más relegados es el avance del agro-capitalismo y la especialización exportadora.

La eclosión se expandió aceleradamente por todo el planeta. Esta sincronización retrata el avance económico de la mundialización y su discordancia con un sistema de relaciones políticas internacionales, históricamente asentado en múltiples estados nacionales.

El desprestigio del neoliberalismo no ha modificado la preeminencia de esa orientación derechista. Las clases dominantes sólo incorporan algunos complementos heterodoxos, a una política frontalmente opuesta al otorgamiento de concesiones sociales. La apetencia por el lucro continúa rompiendo todos los diques que morigeran las contradicciones del capitalismo.

La crisis en curso no prolonga desequilibrios irresueltos de los años 70. Expresa desajustes de la nueva etapa, que incluyen formas inéditas de especulación financiera, irrupciones singulares de excedentes comerciales y un imprevisto protagonismo asiático.

La intensificación de la concurrencia es otro rasgo de la conmoción actual. Los monopolios no atenúan esa rivalidad, ni impiden el ajuste de los precios. Mientras se vislumbra la nueva dinámica de fluctuaciones cortas, persisten los interrogantes sobre el signo de las ondas largas. La mundialización neoliberal introduciría otra frecuencia en estos movimientos, que tornaría obsoleto el contraste con la onda expansiva de posguerra.

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Crisis global II: las tendencias de la etapa

El año transcurrido desde el inicio de la crisis global ha ilustrado varias tendencias del capitalismo contemporáneo. Analizar estos rasgos es más importante que dilucidar las secuelas del estallido en el corto plazo. El vaivén coyuntural de las acciones, los títulos o las divisas no esclarece el devenir del sistema, pero algunas diferencias con la depresión del 30 ofrecen un buen punto de partida para esa clarificación.

Intervención y coordinación

Mientras que en 1929 predominaron las vacilaciones oficiales y los rescates a medias, el temblor reciente desató un socorro estatal unánime de los grandes bancos. Los funcionarios neoliberales no dudaron en utilizar todos los recursos del Tesoro para contener el colapso, con subsidios, reducciones de tasas y emisiones de moneda.

Esta conducta no fue improvisada. La experiencia del 29 legó un trauma a los administradores del estado burgués, que durante generaciones fueron educados en la adopción de contundentes medidas frente a un peligro de crack. Esta actitud ha sido la norma del establishment y de los principales exponentes del pensamiento económico dominante. Por esta razón predominó una generalizada aprobación del salvataje bancario, cuándo la quiebra de Lehman Brothers hizo temblar al sistema financiero.

La diferencia con los años 30 puede mensurarse en la magnitud del déficit fiscal creado para auxiliar a los financistas. Estas erogaciones desbordaron ampliamente cualquier socorro del pasado y han estado a tono con la dimensión del gasto público contemporáneo. Hace siete décadas ese agregado rondaba en torno al 2,5% del PBI y en la actualidad no baja del 20%.

Ningún gobernante esperaba la llegada de un estallido financiero tan profundo. La crisis volvió a irrumpir en forma intempestiva, sobrepasó los paliativos iniciales y ha generado desequilibrios más acentuados. Este alcance ha potenciado también la política oficial de contener la tempestad con las reservas del Tesoro. Pero la novedad del último año fue el carácter global de esa reacción. El tradicional panorama de varios estados aplicando la misma receta, ahora incluyó mayor coordinación internacional.

En este plano se verificó otra diferencia con los años 30. La crisis incentivó la concreción de varias cumbres presidenciales, tanto en el pico (Londres) cómo en el reflujo de la eclosión (Pittsburg). Las políticas comunes negociadas en estas reuniones no figuraban en la agenda de la gran depresión. Este cambio refleja los imperativos de la gestión económica contemporánea.

El capitalismo del siglo XXI exige tramitar globalmente el alcance y destino nacional del gasto público. Las principales economías del planeta están asociadas y necesitan acordar cierto manejo del impacto económico, que tiene cada erogación estatal. Esas tratativas modifican el efecto local y foráneo que genera el financiamiento público. Con el mismo presupuesto se pueden incrementar las importaciones o la producción interna y (o) crear más empleo en el exterior que dentro de un país. Estos equilibrios se negocian al más alto nivel.

El principal punto de discordia entre Estados Unidos y Alemania o Francia durante las Cumbres del G 20 fue justamente la dimensión y orientación de las erogaciones estatales. Las grandes corporaciones de cada país hicieron valer sus intereses a través de los funcionarios de cada estado. Estas divergencias se zanjaron (o pospusieron) con salidas intermedias.

Nadie sabe si esos acuerdos perdurarán o no en el próximo período, pero a diferencia de los años 30, actualmente existen empresas transnacionales que están directamente interesadas en preservar la continuidad de transacciones globales. Estas compañías gestionan en común, una amplia gama de negocios que no existían en la entre-guerra.

Entrelazamientos y comparaciones

La asociación entre capitalistas de distinto origen explica también, la reacción financiera convergente que exhibieron todas las potencias frente a la crisis actual. No se repitió el repliegue nacional de los años 30. Estados Unidos, Europa y Japón sostuvieron el movimiento internacional de capitales y acordaron un relanzamiento del FMI, para reordenar la estructura bancaria global.

Las principales gobiernos decidieron reformar esa entidad para administrar el curso de la eclosión, redistribuyendo las atribuciones que cada país detenta en ese organismo. En la época de la gran depresión no operaban instituciones de este tipo, ni regía un funcionamiento mundializado de las finanzas.

El mismo contraste se verifica a nivel comercial. A diferencia de lo ocurrido durante la primera mitad del siglo XX, la crisis no ha modificado la primacía del libre-comercio sobre el proteccionismo. Los gobiernos continúan actuando bajo el paraguas de la OMC y mantienen en pie los tratados bilaterales y multilaterales. Hasta el momento, los incrementos de aranceles han sido marginales, la presión aduanera se ejerce por la vía indirecta de las devaluaciones y las medidas de “compre nacional” han sido muy limitadas.

Las empresas transnacionales se oponen a todo incremento de aranceles que desate una escalada de reacciones recíprocas. Esta andanada que afectaría seriamente los negocios globalizados, por el momento no se avizora. Para revertir la fuerte reducción de tarifas aduaneras que se registró entre 1986 y el 2007 (del 26 %  al 8,8% del promedio mundial) se requeriría un gran viraje proteccionista, a su vez precedido por drásticas retracciones del comercio internacional.

La continuidad del libre-comercio es congruente con la persistencia de inversiones cruzadas entre capitalistas de distintos países. La crisis no ha debilitado esta interacción. Al contrario, continúan floreciendo las adquisiciones entre firmas de variado origen. Lo ocurrido en la industria automotriz es un ejemplo de estos enlaces. Mientras que Renault (Francia) estrecha vínculos con Nissan (Japón), Tata (India) adquiere marcas de Ford (norteamericana), Fiat (Italia) compra parte de Chrysler (estadounidense), General Motors vende marcas y activos a Hummer o Geely (chinas) y Beijing Automotive se asocia con Volvo y Opel (Alemania)[2].

Este avance de la internacionalización no ha creado un capital transnacional único, sin centro y ni fronteras. El capitalismo continúa operando a través de múltiples estados nacionales. Pero el entrelazamiento de las empresas ha forzado una gestión más colectiva de las potencias. La mundialización económica y la ausencia de confrontaciones bélicas inter-imperialistas, han creado un escenario muy distinto al imperante durante la gran depresión.

En los momentos más álgidos de la crisis reciente, aparecieron frecuentes analogías con esa época, que omiten esas diferencias. Este olvido simplemente retrató la desesperación de la elite financiera durante el estallido. La sensación de catástrofe condujo a presagiar la inminente repetición del 29, en comentarios de la prensa y opiniones de los economistas más afamados. Las semejanzas entre ambas situaciones estuvieron en boca de muchos analistas durante varios meses[3].

Pero en estos paralelos se compararon episodios (septiembre 2008 y octubre de 1929) sin evaluar correctamente los contextos. Este error fue muy visible en la tesis que postuló la total equivalencia entre ambas crisis[4].

Resulta imposible predecir si el clásico crack del pasado reaparecerá en el futuro próximo. Pero hasta ahora la intensidad de la crisis ha sido muy inferior a la gran depresión. El desmoronamiento de las Bolsas -desde el inicio de la eclosión (septiembre del 2008) hasta el punto más bajo (marzo 2009)- acumuló una caída del índice SP de Wall Street del 53%. Este derrumbe superó el 48% registrado en 1929, pero el precio de las acciones recuperó posteriormente un 40% de esa caída (octubre pasado).

También la contracción del comercio mundial del 2008 dista mucho de la retracción de 1929-1934 (66%). Por otra parte, las estimaciones del PBI indican una probable recesión mundial del 1,3% (2009), cuya duración ya superó en Estados Unidos los 16 meses. Este bajón no se aproxima a la caída del 33% registrada en 1929-33, ni presenta la extensión de 43 meses que siguió al desmoronamiento de 1929. En cualquier caso es ocioso especular sobre la repetición de ese desplome. Lo importante es caracterizar adecuadamente el contexto que singulariza a cada período[5].

El rol de Estados Unidos

La economía norteamericana fue el epicentro de la crisis reciente, pero el temblor se extendió rápidamente hacia otros polos del mundo desarrollado. Especialmente en Europa los niveles de recesión, desempleo y retracción de las ventas han sido superiores.

Este mayor impacto en el Viejo Continente se observó en los quebrantos financieros e inmobiliarios, que afectaron a los países más emparentados con el modelo estadounidense (Gran Bretaña, España e Irlanda). También las economías alejadas de ese esquema -como Francia o Alemania- enfrentaron los duros coletazos de una crisis, originada en la otra costa del Atlántico.

La eclosión ha puesto de relieve la profunda heterogeneidad de la Unión Europea, dónde cada estado salió a defender a sus propios capitalistas. En el debut de la crisis predominó incluso un aliento a las exportaciones a costa del vecino y una escalada de aumentos de gastos públicos nacionales, en desmedro de las finanzas comunitarias. El temblor ilustró, además, la existencia de prioridades internacionales muy diferentes, entre quiénes protegen sus negocios en el Este (Austria) y quiénes jerarquizan sus relaciones con otros continentes (España- América Latina).

Mientras que Estados Unidos volvió a utilizar su consolidado aparato estatal, la Unión Europea gestionó con precariedad una estructura comunitaria en construcción. La clase capitalista norteamericana exhibió una cohesión que sus pares del Viejo Continente no han logrado forjar. Esta debilidad proviene de la ausencia de un capital genuinamente europeo, ya que las firmas de esta zona se han internacionalizado con más operaciones a nivel global, que a escala continental.

También Japón fue golpeado por la crisis con más severidad que Estados Unidos. Aunque este país logró evitar la burbuja inmobiliaria y el festival especulativo, no pudo eludir la contracción de su economía. Cuándo empezaba a emerger de la larga depresión de los 90, volvió a chocar con un contexto externo desfavorable. La retracción del comercio global impactó en forma más directa, sobre una economía muy atada al comportamiento de sus exportaciones.

Estados Unidos pudo afrontar con más soltura una crisis originada en su territorio por la gravitación que mantienen sus grandes corporaciones. Es evidente que esa influencia ha declinado drásticamente en comparación a los años 50, cuándo aportaban la mitad del producto industrial mundial. Pero con el avance de la mundialización esas firmas han preservado un lugar significativo en el escenario global[6].

La crisis ilustró cómo se ejerce el poder estadounidense a través de las finanzas. Toda la política de socorro estatal a los bancos implementada a nivel internacional fue definida en Washington. La Reserva Federal (FED) y Wall Street anticiparon el grueso de las iniciativas, que posteriormente adoptaron otros países.

Esta gravitación fue muy visible en las negociaciones para reorganizar el sistema bancario. Estados Unidos le impuso a Alemania y a Francia la preservación del actual esquema de finanzas liberalizadas, con la introducción de algún ajuste cosmético en los paraísos fiscales. Además, el reordenamiento de las normas bancarias internacionales quedó subordinado al ajuste previo de las entidades norteamericanas.

El control sobre las calificadoras, la supervisión de los fondos buitres, la regulación de los capitales mínimos y las restricciones al apalancamiento que se dispongan en Estados Unidos, fijarían la pauta a seguir en todo el planeta. El modelo de la FED sería primero adoptado por el FMI y posteriormente exportado al resto de las naciones. Los tiempos de esta renovación dependen de las tensiones internas que afronta la administración de Obama.

La FED actuó durante la crisis como un Banco Central con influencia mundial y definió la política predominante de bajísimas tasas de interés. Japón volvió a exhibir sometimiento financiero al padrino estadounidense y el ente rector de las finanzas europeas fue incapaz de adoptar medidas significativas. Mantuvo una postura conservadora y restringió su radio de acción al Viejo Continente. Estas vacilaciones expresaron las dificultades que enfrentó el euro en medio del temblor. Esa moneda fue creada en una coyuntura de bonanza y ha debido testear por primera vez su consistencia ante una gran crisis.

El sostenimiento del euro obliga a un ajuste permanente, que deteriora la competitividad de las economías más frágiles de la Comunidad. Esos países han perdido soberanía monetaria y no pueden recurrir a la devaluación. Dependen de un anclaje impuesto por el Banco Central Europeo, que maneja tasas de interés superiores a Estados Unidos. Esta política obstaculiza seriamente la adopción de medidas contra la recesión.

La Unión Europea debió socorrer también a las economías de su periferia, que buscaron convertirse en paraísos financieros (Irlanda, Islandia) y tuvo que lidiar con tormentosas fugas de divisas. Soportó, además, el quebranto fiscal de los países de Europa del Este, que han buscado solventar su pasaje al capitalismo con créditos externos. Esta financiación ha creado una situación de cesación pagos entre muchos acreedores austriacos, suecos y alemanes[7].

La crisis permitió corroborar el papel central que mantiene Estados Unidos cómo protector mundial del capital. El dólar y los Bonos del Tesoro se convirtieron en los principales refugios frente al desmoronamiento de los bancos. Los acaudalados del planeta colocaron sus ahorros en esos papeles.

Con la distensión financiera posterior el dólar ha vuelto a caer. Esta baja no sólo evidencia la sobre-valuación de esa divisa. También refleja la búsqueda de un equilibrio monetario, que exprese las nuevas relaciones de fuerza vigentes entre la primera potencia y el resto del mundo.

Estados Unidos intenta mantener la primacía de su moneda, manejando esa devaluación. Busca imponer una cotización que le permita reducir el déficit comercial, sin afectar la afluencia internacional de capitales a Norteamérica. Negocia con sus rivales esos dos objetivos contradictorios en todos los encuentros ministeriales. Sus competidores intentan aminorar la gravitación de la divisa norteamericana, pero evitan cualquier sustitución de esa moneda. El euro no se perfila cómo reemplazante del dólar, el yen ni siquiera ambiciona disputar ese rol y el yuan es todavía un signo inconvertible. Nadie avala tampoco un retorno a las áreas monetarias cerradas de entre-guerra.

En los hechos, muchos países dependen de la estabilidad del dólar para continuar vendiendo sus productos. Por eso persiste una gran indefinición monetaria. Estados Unidos no puede dictar sus preferencias, pero Europa y Asia tampoco pueden fijar esos patrones.

Todos evalúan dentro del FMI distintas alternativas complementarias para el rebalance de las divisas y contemplan la posibilidad de nuevas canastas, signos compartidos o recursos complementarios (como los Derechos Especiales de Giro). Pero es evidente que la viabilidad de estos ensayos dependerá del carácter manejable o descontrolado que asuma la crisis.

La gravitación del imperialismo

La principal explicación del rol preeminente que ha jugado Estados Unidos en el temblor es su primacía en el liderazgo imperialista. La aceptación plena de esta función por parte de sus socios de Europa y Japón fue corroborada en la reunión de la OTAN (Estrasburgo), que complementó a la Cumbre del G 20 (Londres). En ese encuentro fue ratificada la activa colaboración de todos los aliados del Pentágono, con las nuevas operaciones de Afganistán e Irak. Este sostén incluyó colaboración militar, financiación económica y cobertura diplomática.

Todas las potencias del Primer Mundo ratificaron el apoyo que ya anteriormente brindaron al gendarme norteamericanas, en las acciones realizadas en Medio Oriente, Asia Central, África o los Balcanes, con o sin el aval de las Naciones Unidas. También apañaron la reiterada invención de los enemigos (terrorismo, narcotráfico), que se utilizan para justificar el uso de la fuerza con algún disfraz de intervención humanitaria.

Europa y Japón sostienen estas agresiones por su propio interés, puesto que Estados Unidos actúa como garante del orden mundial que aprueban todos los opresores. El Pentágono es su principal protector frente a eventuales situaciones de descontento popular, desmembramiento fronterizo o debacle social.

Ningún integrante de la Triada puede reemplazar esa conducción norteamericana. Algunos aspiran a negociar cierto reparto de poderes dentro del mismo cuadro de gestión imperial, que Estados Unidos comanda desde fin de la segunda guerra. La reciente incorporación de Francia a la OTAN –que puso fin a décadas de resistencia gaullista- aportó otra contundente confirmación de esa confluencia.

Obama intenta remodelar este dispositivo implementado un belicismo más encubierto que el descaro guerrero implementado por Bush. Con este giro de la dureza militar (hard power) a la dominación controlada (soft power), incorpora maniobras políticas para racionalizar el uso de la fuerza (smart power). Estos mismos ajustes ya se procesaron en el pasado con Carter o Clinton, frente al modelo de Reagan o Bush I[8].

Con anuncios simbólicos y una retórica amigable, Obama comanda un ajuste de la estrategia imperialista. Pero a medida que perpetúa la ocupación de Irak, recrea la censura militar y mantiene el cierre de Guantánamo en el limbo, también morigera sus gestos pacifistas. El presidente que convocaba al cambio, ya autorizó la continuidad de los tribunales militares, avaló la acción de los escuadrones de la muerte de la CIA en el exterior y redobló la apuesta militarista en Afganistán.

Esta cuota de realismo imperialista gana primacía frente a las dificultades que genera la custodia del orden global. Las elites de todo el mundo no sólo acompañan este rumbo. También auspiciaron recientemente una resurrección del sueño americano, que culminó con el absurdo otorgamiento del Premio Nobel de la Paz, al responsable político de terribles matanzas en el mundo islámico.

La supremacía geopolítica que exhibió la primera potencia durante la crisis, contrasta con muchos pronósticos de próximo establecimiento de un “mundo post-estadounidense”. Especialmente durante la eclosión del 2008-09 hubo numerosos analistas que presentaron el desplome de General Motors y Citibank cómo nuevos indicios de ese devenir[9].

Pero ningún suceso de la crisis corroboró ese pronóstico. La preeminencia estadounidense volvió a irrumpir en el momento de mayor tensión económico-financiera, ilustrando las preferencias de los capitalistas en las coyunturas de peligro. La hipótesis de un reemplazante asiático o europeo de ese liderazgo, no obtuvo ninguna evidencia[10].

Lo que sí pone en peligro el intervencionismo norteamericano es la resistencia nacional y social, que generan sus operativos entre los pueblos invadidos. Esta reacción es el dato clave a evaluar y no una tendencia predeterminada a la declinación hegemónica.

Este último augurio se inspira en ciertos criterios de sustitución histórica que suponen la recurrencia de ciclos de auge y decadencia de sucesivas potencias. El mayor problema de este enfoque es su omisión de las modificaciones que han generado sobre este esquema secular dos procesos contemporáneos: el fin de las guerras inter-imperialistas y la asociación económica entre distintas clases nacionales capitalistas.

Estos cambios no diluyen las rivalidades, ni extinguen el uso de la fuerza cómo instrumento de presión sobre el competidor. Tampoco han creado un orden homogéneo de estados y clases plenamente amalgamados. Pero obligan a procesar el choque entre potencias por andariveles muy distintos a la conflagración bélica directa, modificando también el perfil tradicional de la hegemonía.

Ascenso de las economías intermedias

La crisis del 2008-09 mantuvo la disparidad de efectos regionales que ha prevalecido en las últimas décadas. Esta vez el impacto fue mayor en las países centrales, que en las denominadas “economías emergentes”. Por esa razón persiste la discusión sobre los acoples, los desacoples y los reacoples zonales a la oleada descendente.

China se mantuvo a flote, pero con tasas de crecimiento muy inferiores a su media de los últimos tiempos. Los bancos de ese país no fueron afectados por créditos incobrables y mantuvieron en cartera significativas sumas de efectivo. El nivel de actividad esperado de otras economías en ascenso –como Rusia, India o Brasil- sería menor a China, pero también revelaría un distanciamiento con el desplome registrado en las economías avanzadas.

El comportamiento similar de esos cuatro países ha reforzado su caracterización como un nuevo bloque (conocido cómo BRIC). La participación de este grupo en el PBI global tiende a crecer (de 14% en el 2007 % a 18% en el 2010), junto al avance de otro núcleo de economías subdesarrolladas en expansión (cómo Corea del Sur o Sudáfrica).

La incidencia de estos países se verificó en el nuevo esquema de jerarquías mundiales que apareció en la crisis. A diferencia de los años 80 o 90, la gestión de la turbulencia no quedó restringida a la tríada o al G 7. Irrumpió un G 15 y luego un G 20 de economías medianas, que fueron invitadas al selecto club de las cumbres presidenciales. En el centro de estos encuentros operó un G 2 entre China y Estados Unidos, que negoció la continuidad de la principal sociedad comercial del planeta.

Estas reuniones marginaron al resto del mundo del manejo de la eclosión. El gran conglomerado de integrantes de la Asamblea de Naciones Unidas (un G 192) quedó totalmente fuera de cualquier gestión. Los convocados a las cumbres han sido países que tienen grandes reservas en divisas, significativas acreencias en dólares o importantes inversiones en bonos del Tesoro.

El núcleo de los BRIC está conformado por economías semiperiferias, que comienzan a oscilar entre los dos polos del mercado mundial. Han quedado situados en ese terreno intermedio, por su experiencia de dominación o por la magnitud de los recursos demográficos, naturales y militares que controlan.

La emergencia de este bloque es un efecto de la bifurcación registrada en el Tercer Mundo durante las últimas décadas. Esta transformación introdujo una notable fractura entre economías degradadas (África) y crecientemente industrializadas (Sur y Este de  Asia) y ha generado un escenario más segmentado y diversificado, que la precedente configuración dualista de centro-periferia.

¿Contrapoderes globales?

Ciertos analistas pronostican que algunas economías intermedias alcanzarán a las potencias centrales. Identifican esta evolución con una nueva fase de la globalización que favorecería a los países pobres. Estiman que las nuevas potencias avanzarán junto a la inversión externa, la localización de las empresas transnacionales, la  ampliación de la clase media y el fortalecimiento de las finanzas locales. Este giro acentuaría, además, la gestión multipolar de las tensiones globales[11].

Pero cualquiera sea avance de esas economías, ninguna sustituirá en un plazo previsible al rol dominante que ejercen Estados Unidos, Europa y Japón. Ni siquiera las previsiones más exageradas imaginan un reemplazo próximo de ese tipo. En realidad, todas las indagaciones buscan dirimir qué rol jugará China, es decir el principal actor de ese viraje.

Lo ocurrido durante la crisis reciente confirma que ese país mantiene un elevado ritmo de crecimiento (duplicación del PIB cada ocho años). Pero esta expansión no lo sitúa en la función locomotora (o consumidora) global, que cumplen las economías centrales. Esta diferencia es reconocida incluso por los analistas más entusiastas de la potencia oriental, a la hora de evaluar los enormes desequilibrios agrícolas, sociales y demográficos que ha creado la restauración capitalista[12].

El modelo chino se sostiene en una elevada tasa de explotación de la fuerza de trabajo que limita el crecimiento equitativo del mercado interno. La vieja pobreza absoluta del agro ha sido sustituida por una nueva desigualdad social en las ciudades, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.

Esta fractura se acentuó durante la crisis del 2008-09. La elite dominante decidió profundizar el curso capitalista, aumentando la conversión de inmigrantes rurales en trabajadores precarios de las urbes, afianzando el cierre de empresas no competitivas y estrechando su asociación con firmas transnacionales.

El reciente plan de incremento del gasto público se inscribe en esa dirección. En lugar de mejorar el poder adquisitivo popular, se resolvió subsidiar a las compañías que ya están en manos de los capitalistas chinos. Con reglas neo-liberales, mayor despliegue financiero y terciarizaron laboral, la nueva clase dominante busca reforzar su poder.

China concentra la atención de todos los analistas, en la medida que ningún otro país se perfila cómo líder de un bloque emergente. Incluso la propia constitución de esa alianza es un dato incierto, en los escenarios sociales potencialmente explosivos en que actúan esas naciones. El ingreso per capita vigente en los BRIC presenta una diferencia abismal con las economías avanzadas y se ubica también por debajo del promedio de 50 países[13].

Habrá que ver, además, si ese bloque logra consensuar una estrategia común, ya que sus integrantes mantienen fuertes divergencias en el plano comercial. China e India se oponen, por ejemplo, al aperturismo de Brasil. Por otra parte, cada subpotencia privilegia su propio interés geopolítico regional y recibe tentadoras ofertas de alianza bilateral por parte Estados Unidos.

Es muy significativo que durante la crisis reciente, China no dudara en priorizar su relación comercial-financiera con el gigante norteamericano. Ciertamente el taller del mundo no puede seguir abasteciendo a un gran consumidor del planeta, al precio de un déficit comercial y fiscal que trepa sin cesar. Pero existen pocas alternativas a ese esquema.

La nueva potencia oriental ensaya esas opciones, mediante una expansión del mercado zonal. Pero en este terreno disputa con sus socios del ASEAN, el manejo de los principales nichos de exportación. Desde la crisis del Sudeste Asiático del 2007, China le ha ganado a sus vecinos todas las batallas en la recepción de las inversiones o la ampliación del superávit comercial. Pero esta victoria ha sido la fuente de innumerables tensiones[14].

El mismo tipo de conflictos enfrentan las restantes economías intermedias. Las acciones fronterizas de Rusia y la expansión de las multinacionales brasileñas en Sudamérica generan problemas de toda índole.

No hay que olvidar que los principales grupos capitalistas de la semiperifieria prosperaron bajo el neoliberalismo con un perfil altamente codicioso. Se forjaron al calor de las privatizaciones y buscan emular el estilo norteamericano de enriquecimiento y consumo. Esta ambición por lucros inmediatos choca frecuentemente con la consolidación de proyectos más estratégicos, en cada escenario regional.

La crisis del 2008-09 indicó también cómo la contraparte estadounidense pretende cooptar a las elites de los países intermedios. Con ese objetivo fueron convocadas las Cumbres del G 20 y comenzó a negociarse una redistribución del poder dentro del FMI. Estos arreglos podrían extenderse incluso a cierta ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU. Para reafirmar su liderazgo imperial, Estados Unidos busca reforzar la influencia de los nuevos socios, en desmedro de Europa y Japón.

Pero esta asociación también requiere el sometimiento económico de importantes grupos capitalistas de las economías medianas. Si la primera potencia no logra neutralizar la resistencia de esos sectores, optará por la hostilidad. Esta alternativa es debatida especialmente en la cúpula del establishment norteamericano, a la hora de precisar la estrategia frente China y Rusia, los dos viejos contendientes de la guerra fría.

Hay muchas variantes posibles, en un escenario que ha cambiado varias veces durante la etapa neoliberal. De un ascenso de los “No Alineados” durante el auge de los Petrodólares, se pasó en los 80 a un colapso de endeudamiento y regresión de la periferia. Luego sobrevino el avance y estancamiento de Japón, el despertar y la crisis del Sudeste Asiático y las frustradas promesas de la Unión Europeo. Si se repiten estas oscilaciones, la performance de las economías intermedias puede cambiar con vertiginosa celeridad.

Empobrecimiento de la periferia

La crisis global acentúa las tragedias sociales del Tercer Mundo. A diferencia de las economías medianas, los países situados en la periferia clásica han soportado el impacto brutal de la recesión. Los ingresos de estas naciones de África, Asia y América Latina han quedado muy recortados por la caída de las exportaciones, la reducción de las remesas y la disminución de la ayuda internacional. Pero lo más grave es la dramática expansión del hambre que genera el encarecimiento de los alimentos.

Los precios de estos productos subieron un 83% entre el 2005 y el 2008. Antes del estallido financiero (marzo 2007-2008), el trigo repuntó 130%, la soja 87%, el arroz 74% y el maíz 53%. Estos aumentos parecían detenerse con la deflación que impuso la recesión mundial, pero entre septiembre (2008) y junio (2009) la carestía reapareció con fuerza. El flagelo del hambre afecta a una sexta parte de la población mundial (1020 millones de personas) y la desnutrición se incrementó un 9% el año pasado[15].

Esta tragedia social de los pueblos periféricos beneficia directamente a las empresas transnacionales que operan en sector de la alimentación. El mismo rédito es ambicionado por varias clases dominantes agro-exportadoras de la semiperiferia. Especialmente los capitalistas de Argentina o Brasil lucran con la hambruna y celebran la carestía de los alimentos, cómo una gran oportunidad para sus negocios.

Ciertos analistas asocian la desnutrición actual con daños colaterales del bienestar logrado por los nuevos consumidores de China o India. Señalan que la incorporación de la carne a la dieta de sectores medios, creó en esos países una demanda adicional que encarece los alimentos. Pero esta mejora de un sector a costa de otro, no es una desgracia de la naturaleza. Muchos procesos de acumulación capitalista del pasado aceleraron abruptamente la urbanización, precipitando la hambruna rural en las zonas aledañas.

La carestía actual se inscribe en una revalorización de las materias primas, que treparon un 114% desde el año 2002. Esta suba expresa tendencias coyunturales y estructurales. El desencadenante inmediato ha sido la especulación de los financistas, que introdujeron en el mercado de los alimentos toda la batería de opciones y contratos a futuro.

También ha influido en la suba de los precios, la reversión cíclica del abaratamiento precedente iniciado en 1997. Pero lo llamativo del repunte en curso es el desborde de los promedios habituales. El ascenso actual duplica la media y duración de esos incrementos desde 1975.

Esta magnitud de aumentos indicaría la presencia de un problema estructural de depredación de ciertos recursos naturales. La competencia que libran las grandes corporaciones industriales por asegurar su abastecimiento podría generar un estadio perdurable de subproducción.

Todas las materias primas se han valorizado en la última década, pero los estrangulamientos más serios se verifican en ciertos minerales y combustibles. El abastecimiento del petróleo, por ejemplo, ha quedado afectado por la falta de descubrimientos, el encarecimiento de la extracción y la concentración de existencias en regiones conflictivas (Irán, Nigeria, Irak). Estados Unidos ha reforzado además con acciones geopolíticas en Asia Central y Medio Oriente, el manejo de un suministro clave para su estrategia militar[16].

Estas limitaciones en el plano de la provisión de productos, no se corroboran en el terreno de los alimentos. La producción actual es tres veces superior a los años setenta, frente a una población que se ha duplicado. El problema radica en el acceso a esas nutrientes y no en su generación.

La creciente brecha entre la producción y la distribución de los alimentos básicos es un resultado directo de la nefasta reconversión agrícola, que impuso el neoliberalismo. La gran expansión capitalista en ese sector se ha consumado en función de negocios globales que socavaron la seguridad alimentaria. Junto a la destrucción del campesinado y al éxodo rural sin creación de empleo urbano, muchos países perdieron su auto-abastecimiento[17].

Esta terrible regresión fue impuesta mediante el libre-comercio de la OMC, que inicialmente permitió a Europa y a Estados Unidos descargar los excedentes de alimentos acumulados desde los años 60. Posteriormente varias naciones periféricas fueron empujadas a especializarse en cultivos de exportación y a convertirse en compradoras netas de productos básicos. Egipto perdió su condición de antiguo granero, Indonesia cedió sus excedentes de arroz, México se quedó con poco maíz, Zimbabwe, Malawi y Kenia debieron renunciar al uso de sus granos. La prioridad exportadora condujo a Costa Rica, México o El Salvador a desmantelar su agricultura de subsistencia

La eliminación de las reservas nacionales de alimentos ha sido otro golpe demoledor. La actividad agrícola ha quedado sometida el uso de herbicidas, insecticidas y fertilizantes que destruyen la biodiversidad, en un contexto de gran derroche en los gastos de comercialización (transporte, envoltorio, publicidad). Seis grandes transnacionales han logrado inéditos beneficios a costa de la hambruna del Tercer Mundo. Con la irrupción de los  agro-combustibles este drama podría acentuarse drásticamente. Sólo llenar el tanque de un automóvil exige quemar el maíz requerido durante un año, para la alimentación de un niño de Zambia.

¿Cuál será el techo de este encarecimiento de los alimentos? Tradicionalmente, la cotización de estos productos ha oscilado junto a los precios de todas las materias primas, en ciclos asociados con el nivel general de actividad. Este vaivén contiene un elemento de mayor contundencia en estos insumos por su menor sensibilidad a los incrementos de productividad.

Pero problema actual radica en que estas fluctuaciones han quedado insertas en un esquema de polarización de ingresos y hambruna estructural. La expulsión de campesinos y la destrucción del auto-consumo agravan el desempleo en las ciudades. El resultado de este divorcio es un incremento de la pobreza estructural que se traduce en hambrunas colectivas, más allá del curso que asuma el precio de los alimentos. La resignación de la FAO frente a un incumplimiento definitivo de todas las metas de reducción de la desnutrición  expresa la magnitud creciente de este drama.

Incidencia de la mundialización

La eclosión del año pasado incluyó un alto grado de sincronización global. El crack se expandió aceleradamente, en sucesivas fases de preparación (2007), estallido (2008) y generalización (2009). También el alivio posterior mantuvo esa pauta de rápida incidencia mundial.

La misma dinámica ya se observó en temblores anteriores. Pero el sacudón del año pasado desbordó el alcance regional acotado que tuvieron esos precedentes. Cuándo en los 90 se estancó Japón la economía estadounidense crecía, cuándo posteriormente estalló el Sudeste Asiático el nivel de actividad de Europa se mantuvo. También en los distintos momentos de desmoronamiento latinoamericano, las economías avanzadas continuaron operando con relativa normalidad. La crisis reciente sacudió en cambio, en forma simultánea, a los tres principales centros de la economía mundial.

Esta sincronización expresa, en primer lugar, la creciente interconexión que presentan las actividades bancarias. Un derrumbe significativo en Wall Street se transmite a toda velocidad a la red planetaria de colocaciones especulativas. Esta mundialización financiera reduce drásticamente la capacidad que tradicionalmente detentaban los estados, para afrontar de manera autónoma cada vendaval bursátil. La fuerza de contención que tenían los viejos instrumentos cambiarios, monetarios o bancarios se ha estrechado significativamente.

La misma interacción se verifica, en segundo término, en el plano comercial. En el debut de la recesión se multiplicaron las dificultades para colocar los excedentes, en los distintos mercados del mundo. El esquema exportador -que se ensanchó mediante crecimientos de las transacciones internacionales por encima de la producción- se ha transformado en la pesadilla de las grandes crisis.

La nueva velocidad de transmisión que tienen los desequilibrios mundiales obedece, en tercer lugar, al avance de la internacionalización productiva, que han generado las empresas transnacionales. Estas compañías introdujeron una reestructuración de la división internacional del trabajo, que acentuó el alineamiento de muchos precios, con ganancias medias establecidas a nivel global.

La mundialización neoliberal no sólo ha creado nuevas contradicciones financieras, comerciales y productivas. Reforzó, además, la movilidad de los capitales y las mercancías, restringiendo al mismo tiempo el tránsito de las personas. Por un lado, los cambios globales inducen a los capitalistas a favorecer el traslado de los trabajadores, que potencian la competencia laboral y abaratan los salarios (por ejemplo, dentro de la Unión Europea). Por otra parte, este mismo proceso alienta el bloqueo de las corrientes emigratorias e incentiva la construcción de los muros para frenar el ingreso de los africanos a Europa y de los mexicanos a Estados Unidos.

Estos mismos contrasentidos tienen mayor impacto en el plano institucional. La mundialización neoliberal induce a diseñar estrategias económicas globales, dentro de estructuras políticas poco internacionalizadas. Los viejos estados nacionales continúan actuando cómo árbitros de las principales decisiones, que los países adoptan en las situaciones críticas. Sólo esas entidades cuentan con la capacidad y la experiencia para descargar sobre los asalariados el costo de los auxilios que reciben los banqueros e industriales.

El capitalismo es un modo de producción históricamente estructurado en torno a múltiples estados y no cuenta con organismos sustitutos de alcance mundial. Pero desde el momento que la producción, las finanzas y el comercio han desbordado las antiguas fronteras nacionales, esta carencia se ha convertido en un escollo de primer orden. El capital necesita operar a través de instancia globales, que no logra establecer.

Esta contradicción determina muchos desequilibrios de la etapa actual. Los desajustes en curso no expresan sólo desarreglos permanentes del sistema, ni repiten sucesos del pasado. Retratan los nuevos problemas que ha creado el avance de la mundialización.

Continuidad del neoliberalismo

En la crisis volvió a prevalecer la conducta neoliberal que guía a las clases dominantes. Los poderosos no abandonaron en ningún momento sus prioridades de ataque a las conquistas populares. Han rechazado el otorgamiento de concesiones sociales y se oponen frontalmente a recomponer el estado de bienestar.

El desempleo, la flexibilización laboral y la pauperización son nuevamente utilizados para buscar salidas regresivas. Con esos instrumentos se amplió en las últimas décadas el radio de geográfico de la acumulación (expansión a los países del ex “socialismo real”) y se ensanchó el universo de los negocios (especialmente a través de las privatizaciones). Aprovechando el desconcierto creado por la crisis, los acaudalados intentan profundizar ahora esta misma línea de agresiones[18].

Esta pretensión choca con el desprestigio que han sufrido los mitos neoliberales. El socorro estatal a los bancos quitó encanto a la magia del libre mercado y la digitación de esos auxilios diluyó las fantasías de la competencia perfecta. Pero el abismo entre los discursos y las prácticas derechistas, no modifica la estrategia que han utilizado los poderosos para recomponer su tasa de ganancia.

Es prematuro predecir cuál será el rol que mantendrán los financistas en el esquema económico. La principal función de su liderazgo ha sido imponer una férrea disciplina monetaria y gerencial en las empresas, para debilitar la resistencia de los trabajadores. El estallido del 2008 aumentó el descrédito de los banqueros, pero en los últimos meses este grupo volvió a reconquistar primacía. Es evidente que los cuestionamientos a este sector dependerán de la intensidad de la crisis.

La responsabilidad directa de las políticas neoliberales en la gestación de la crisis es otro dato ya conocido. Pero los grandes capitalistas se aferran a la orientación que les permitió multiplicar sus fortunas. Aquí enfrentan un dilema sin solución. El rumbo económico que ha generado tanto lucro, potencia la inestabilidad del sistema y empuja a los dominadores a caminar por la cornisa.

Es evidente que la desregulación laboral, la liberalización del comercio y el movimiento irrestricto de fondos restauraron formas más puras de funcionamiento capitalista. Pero con este reinado irrestricto de la rentabilidad se rompieron muchos diques que morigeraban los desequilibrios del sistema. Por esta razón el capitalismo se ha tornado más ingobernable.

Al potenciar la explotación de los trabajadores, el esquema neoliberal acentúa la polarización del ingreso, intensifica las burbujas financieras y agrava los desequilibrios productivos. Este modelo incluye todos los componentes de una bomba de tiempo, que nadie se atreve a desactivar.

Periodicidad reciente

La eclosión del 2008-09 se enmarca en la misma etapa de otros estallidos del período neoliberal, como la burbuja japonesa (1993), la caída del Sudeste Asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000) o el descalabro de Argentina (2001). Este tipo de temblores se suceden con gran frecuencia y ocasionan terribles padecimientos sociales. Pero al mismo tiempo, se inscriben en un período signado por la recuperación de la tasa de ganancia y la reapertura de los campos de inversión.

   Las crisis en curso forman parte de una etapa neoliberal, que incluyó significativas transformaciones en el funcionamiento del capitalismo. Estos cambios suponen otra localización geográfica del capital, incrementos de la tasa de plusvalía, mayor internacionalización financiera y una reorganización productiva en torno a las nuevas tecnologías en la información. Implican también un salto cualitativo en el alcance de la  mundialización, un incremento de la presencia de empresas transnacionales y la vigencia de nuevos esquemas de financiamiento. Las diferencias que separan a este modelo de su antecesor de posguerra se verifican en múltiples planos[19].

Estas transformaciones han generado desequilibrios que irrumpen a través de crisis de sobreproducción y sobre-acumulación. La remodelación del capitalismo ha creado desbalances entre el ahorro y la inversión y brechas entre el ritmo de la acumulación y el consumo. Estos desajustes salen a la superficie durante las eclosiones financieras, expresando contradicciones específicas del período neoliberal. Son conmociones que no indican desarreglos genéricos de cualquier estadio del capitalismo, ni prolongan tensiones de la era fordista.

Remontar el problema a esta última etapa conduce a vislumbrar la eclosión del 2008-09 cómo un nuevo peldaño de otra crisis precedente. En este caso se resalta la existencia de un desequilibrio irresuelto desde los años 70. Muchas versiones de este enfoque atribuyen el carácter perdurable de esta crisis, al rol dominante que han jugado las finanzas[20].

Pero esta caracterización no pondera adecuadamente el corte que introdujo la ofensiva patronal del neoliberalismo. Ese atropello cerró la convulsión sufrida por el capitalismo al concluir el boom de posguerra, revirtiendo la fuerte retracción de los mercados que predominó durante las crisis de 1974-75 y 1981-82. Este viraje generó la expansión posterior de la inversión, que ha terminado desencadenando las eclosiones actuales.

Los últimos cuarenta años no han estado signados por la continuidad de crisis, sino por una ruptura que delimitó dos procesos diferenciados. Esta distinción es muy visible en el plano financiero, ya que la titularización, los derivados o el apalancamiento no son legados de otra época. Constituyen efectos directos de la desregulación neoliberal contemporánea.

Ciertamente estos desequilibrios mantienen puntos de contacto con fenómenos anteriores, cómo el mercado del eurodólar o la inconvertibilidad de la divisa norteamericana. Pero estos antecedentes tan sólo crearon algunas condiciones para el desborde especulativo actual. Lo que desató las conmociones financieras recientes fue la reorganización neoliberal, que en los años 80 y 90 desreguló la actividad bancaria, internacionalizó las finanzas e introdujo la gestión bursátil de las firmas.

El temblor actual tampoco obedece a una sobreproducción de largo arrastre. Es un resultado más contemporáneo de la competencia global en torno a los salarios contraídos, que generó la localización de plantas en las regiones que ofrecen altas tasas de explotación. Este tipo sobrecapacidad difiere del sobrante que apareció a fines de los años 60, cuándo Japón y Alemania comenzaron a desafiar la supremacía económica de Estados Unidos.

Los teóricos que observan una continuidad entre ambos procesos, consideran que el excedente de mercancías ha sido el dato dominante de un prolongado período de cuatro décadas. Estiman también que durante ese lapso persistió el deterioro de la rentabilidad y la retracción productiva[21].

Pero esta mirada impide distinguir la presencia de dos situaciones distintas. El sobrante de productos que agobia al modelo neoliberal, no ejercía gran influencia en los años 70 y el protagonismo asiático actual estaba completamente ausente de la concurrencia que oponía a los países de la Triada. Al concluir la etapa fondista, la competencia industrial quedó muy concentrada en las propias economías desarrolladas. El alcance limitado de la mundialización impedía, además, gestar el taller global que se ha erigido actualmente en Oriente.

Por esta razón el eje geopolítico del temblor actual -conformado en torno a China y Estados Unidos- era un dato inexistente del período anterior. El ingreso de la sub-potencia oriental al mercado mundial en las últimas dos décadas, modificó en forma cualitativa el contexto capitalista. No añadió simplemente otro rival a un mercado saturado, ni se limitó a exacerbar los sobrantes previos de mercancías.

El significado de este cambio queda diluido, si se presenta a la eclosión actual cómo un nuevo episodio de viejas sobreproducciones. Este enfoque presupone, además, en forma incorrecta, que la tasa de ganancia continuó decreciendo (o se recuperó muy limitadamente), cuándo la reversión de esa caída ha sido el factor determinante de la nueva etapa.

Si se subvalora la envergadura de este giro, resulta muy difícil captar las peculiaridades de la eclosión actual. No basta denunciar al neoliberalismo por los tormentos sociales que ocasiona a las mayorías populares. También es necesario comprender de qué forma alteró el funcionamiento y la crisis del capitalismo.

Competencia y ciclos

La intensificación de la competencia entre grandes corporaciones transnacionales es otro rasgo de la etapa neoliberal. La concurrencia histórica inicial entre pequeñas compañías y la rivalidad posterior entre colosos nacionales ha sido actualmente complementada por una lucha entre firmas que operan a nivel global. La nueva envergadura de los actores en disputa intensifica significativamente la magnitud de las crisis. El volumen de excedentes invendibles observados durante la eclosión del 2008-9 es ilustrativo de esta creciente escala.

En el plano financiero esta dimensión de los concurrentes amplía el espesor de los capitales sobre-acumulados. Por esa razón, la rivalidad que entablaron los bancos por colocar préstamos y acaparar negocios de alto riesgo supera todo lo conocido. La competencia despiadada en este terreno ha continuado luego del estallido, mediante compras y fusiones de entidades que incrementan la centralización del capital.

Esta competencia expresa la dinámica turbulenta que siempre ha caracterizado a la acumulación. El capitalismo opera a través de giros ascendentes y descendentes del nivel de actividad, que dificultan la preeminencia de prolongados estadios de estancamiento.

Sin embargo, muchas caracterizaciones resaltan esta última parálisis cómo un dato de la economía contemporánea. Con esta visión presentan una imagen errónea del sistema, que a su vez refuerza la interpretación de la eclosión reciente, cómo un arrastre de los años 70. En este caso se asocia la última crisis con una agonía perdurable de la acumulación, olvidando que el capitalismo no languidece en el inmovilismo. Al contrario, es un sistema sometido a las contradicciones que genera el crecimiento turbulento.

Muchos enfoques que resaltan la preeminencia del estancamiento, atribuyen esta tendencia a la gravitación alcanzada por los monopolios. Consideran que la presencia de estos grupos reduce la inversión, el riesgo y la innovación, permitiendo a las empresas obtener ganancias estables, mediante la manipulación de los mercados, la concertación de los precios y el acaparamiento de las rentas financieras[22].

Pero un funcionamiento de este tipo no es muy compatible con la dinámica de un sistema asentado en la concurrencia por beneficios surgidos de la explotación. Lo que diferencia al capitalismo de todos los regímenes sociales precedentes es esta pugna irrefrenable entre los empresarios. Las firmas batallan por reducir costos y aumentar la productividad, mediante inversiones que generan variaciones imprevistas de los precios y situaciones periódicas de quiebra.

La preeminencia de la competencia impide estabilizar monopolios únicos y dominantes en cada actividad. Siempre hay por lo menos dos concurrentes que disputan algún mercado. Esta rivalidad erosiona el mantenimiento de precios comunes y estables. Si el capitalismo pudiera recrearse con acuerdos entre grandes compañías, también lograría disipar las crisis, aligerando excedentes mediante algún reparto consensuado del crédito o las áreas de venta. La dinámica de la acumulación impide esta coordinación y desata crisis de gran alcance.

El ritmo de esas convulsiones constituye una incógnita de la etapa. La secuencia del en Estados Unidos (1981-82, 1991-92, 2001, 2009) ha influido significativamente sobre las fluctuaciones de la economía global y sobre los momentos de picos de situaciones de sobreproducción o sobre-acumulación. Partiendo de este impacto, algunos analistas han retomado la evaluación de la temporalidad del ciclo, asignando determinación tecnológica o variada a ese movimiento (comportamiento de los salarios, consumo de los sectores no productivos, precios de las materias primas, desproporcionalidades) [23].

Pero otras visiones cuestionan la propia vigencia del ciclo en el capitalismo contemporáneo. Estiman que esas fluctuaciones sólo operaron durante el auge de ese régimen social y han perdido relevancia en su decadencia[24].

Este enfoque no indica cuál sería la conexión existente entre los movimientos cortos y la evolución histórica del capitalismo. Las fluctuaciones son tan inherentes al capitalismo cómo la sucesión de las crisis. Los colapsos siempre irrumpen entre fases de ascenso y descenso económico. Si estas oscilaciones hubieran quedado reemplazadas por crisis permanentes, resultaría imposible diferenciar estos estallidos de cualquier otra circunstancia de la vida económica. No habría forma de evaluar la aparición de estos episodios cómo acontecimientos específicos. Lo que permite distinguirlos es la subsistencia de los ciclos.

En los hechos, ningún investigador confunde el análisis de la crisis, con el desenvolvimiento corriente del capitalismo. En general, evalúan estas disrupciones cómo contrapartes de la prosperidad, la reactivación o el crecimiento. En la eclosión del 2008-09 se ha verificado claramente la persistencia de ambos procesos. Todos los ingredientes de la crisis salieron a la superficie (pánico bursátil, insolvencia bancaria, quebranto industrial), al concluir una fluctuación del ciclo (marcha ascendente de los negocios y auge de ganancias antes del temblor).

La persistencia de ambos fenómenos es una necesidad del capital para su reproducción. Este régimen se basa en la extracción de plusvalía, la centralidad de la competencia y la pugna por el beneficio. Pero necesita digerir sucesivos procesos de valorización y desvalorización del capital, a través de oscilaciones periódicas. Estos vaivenes se encuentran insertos en la estructura genética de la acumulación.

Ondas largas

Una diferencia importante de la etapa neoliberal con sus precedentes de entre-guerra o posguerra es la ausencia de un correlato nítido con fases de estancamiento o crecimiento de largo plazo. Mientras que las transformaciones cualitativas que caracterizan al período en curso están a la vista, la dinámica cuantitativa del nivel de actividad no presenta signos claros.

Los cambios registrados en el primer terreno son incuestionables. El modelo actual ha incorporado formas de consumo más segmentadas, normas de producción globalizadas y tipos de comercio más liberalizados. También las finanzas han sido des-reguladas, la competencia se desenvuelve entre empresas transnacionales y las protecciones sociales del estado han perdido gravitación.

Pero estas transformaciones no se proyectan al ritmo de actividad. Resulta difícil definir el perfil de la etapa en términos de intensidad o quietismo productivo. No se ha repetido la tónica depresiva de 1914-1945, ni la pujanza de 1945-75.

En las últimas décadas la economía mundial se distanció del comportamiento relativamente homogéneo que mantuvo en los períodos precedentes. Han coexistido situaciones muy variadas, como el estancamiento de Europa, el ascenso y recaída de Japón, los vaivenes de Estados Unidos, el despegue asiático y la regresión de la periferia. ¿Cuáles son los patrones de esa evolución?

Una minoría de partidarios del esquema de ciclos largos de Kondratieff postula la vigencia de una onda ascendente. Consideran que esa tónica se ha estabilizado por el efecto combinado de tasas de beneficios elevadas e intensa innovación tecnológica. Estiman que un ajuste recesivo corto (1974- 1982) fue seguido por cierta indeterminación, que a mitad de los 90 desembocó en el debut de una fase expansiva[25].

En la vereda opuesta se ubican quiénes resaltan la persistencia de un curso descendente desde los años 70, que atribuyen a la ausencia de una potencia hegemónica, capaz de timonear el crecimiento global. Pronostican un contexto de caos geopolítico que se prolongaría durante dos décadas[26].

Ambos enfoques toman distancia de la temporalidad clásica de ondas sucesivas de distintos signo cada dos o tres décadas. Cómo esta secuencia ha quedado claramente vulnerada, otros analistas estiman que los ciclos largos han perdido utilidad para evaluar el capitalismo actual.

Pero desechando la indagación de los movimientos extendidos se renuncia a un instrumento importante para comprender el período en curso. La temporalidad de las fluctuaciones prolongadas siempre ha dependido de las singularidades de cada etapa histórica. Estas peculiaridades han quedado signadas en la actualidad por la mundialización neoliberal. Es muy probable que el avance cualitativo de la internacionalización comercial, financiera y productiva opere como el factor contemporáneo más condicionante de esas fases, a través de su impacto sobre tasas de ganancia, que también se han globalizado parcialmente.

En cualquier caso, estas incógnitas no serán resueltas recurriendo al viejo contaste de la etapa actual con el boom de posguerra. Esta contraposición universaliza una época específica, cómo patrón general de desenvolvimiento capitalista  y olvida que los años 50 y 60 solo incluyen un pequeño recorte de la historia de este sistema.

El auge de 1896-1914 que sucedió a la crisis de 1873-96 ofrece incluso pistas de mayor interés para develar el curso reciente. Fue un período con varios ingredientes próximos a la época actual (deflación, libre-comercio, internacionalización, liberalismo), que registró una fase de expansión mediana (19 años) y no abarcó a todos los países.

La interpretación marxista de las ondas largas ofrece un punto de partida más sólido para indagar la dinámica actual de estas fluctuaciones. Esta visión siempre mantuvo cierta distancia crítica hacia la periodización fija, al explicar el debut de cada movimiento largo por el desenlace de la lucha de clases. Este esquema se aleja de las cronologías estrictas, desde el momento que la confrontación clasista opera como determinante extra-económico de la tasa de ganancia, que a su vez define el inicio de una onda larga[27].

Pero una aplicación de ese criterio plantea serios desafíos, ya que su diagnóstico se ubicaría más próximo a una onda ascendente que a un declive. Los dos presupuestos de esa mirada para la fase expansiva -un shock político exógeno favorable al capital y una recuperación estructural de la rentabilidad- se han verificado en las últimas décadas. Con el colapso de la URSS y la restauración burguesa en China, el capitalismo se generalizó a todo el planeta y la tasa de ganancia ha registrado una nítida recomposición.

La tónica actual del movimiento largo persiste cómo un problema irresuelto, pero dentro de una nueva etapa neoliberal de contundentes contornos. Seguramente el análisis de la crisis contribuirá a resolver esta asignatura pendiente, mediante estudios del impacto regionales y las causas de la crisis. En los próximos textos abordamos ambos problemas, evaluando el efecto del temblor en América Latina y analizando las discusiones teóricas marxistas sobre el origen de la eclosión.


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[1]Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2] Vesslillier Jean Claude, “Automobile. La fin d´un cycle”, Inprecor 545-546 janvier-fevrier 2009.

[3] “El mundo enfrenta la “peor crisis financiera desde la Gran depresión de 1930”, Dominique Strauss-Kahn, presidente del FMI ecodiario.eleconomista.es, 26-10- 2008. “Se está procesando la turbulencia es en realidad más severa desde la gran depresión”, George Soros, lwww.cincodias.com/articulo, 21-2- 2009. “La clase de problemas que caracterizaron a buena parte de la economía mundial en los años treinta, ha hecho una reaparición sensacional”, Paul Krugman, De Vuelta A La Economía de la Gran Depresión, www.bazuca.com/libro, 2009.  “Los errores de política económica conducirían a un colapso del 29” planteó Paul Samuelson, paulinocardenas.wordpress.com10-7- 2009.  Advertencias del mismo tipo formuló Niall Ferguson, “Economía global pode entrar na terceira grande depressao”, Folha de Sao Paulo, 13-7-09.

[4] Eichengreen Barry, O¨Rourke, “Una comparación histórico-estadística de la Gran Depresión con la crisis presente”, Sin Permiso, 12-4-09.

[5]Las cifras que diferencian a ambas situaciones pueden consultarse en: The Economist-La Nación “El proteccionismo es un riego en alza”, 27-12-08 y Clarín, 24-3-09.

[6] Algunas estimaciones destacan que las compañías norteamericanas constituyen el 48% de las 500 principales firmas transnacionales, lideran los cinco primeros puestos de ese ranking y se ubican en 16 de los 22 lugares preeminentes de esa escala. Estos datos son congruentes con la nominación en dólares del 80% del comercio y el 65% de las reservas mundiales. Petras James. “Los imperios euro-americano en la era neo-mercantilista”. Laberinto, n 7, octubre 2001, Málaga.

[7] El endeudamiento de las economías del Este Europeo se consumó durante la última década para financiar el déficit comercial creado por la cirugía de la industria, la apertura agraria y consumo de los nuevos ricos. A diferencia de los países del sur europeo -que ingresaron a la Comunidad con el auxilio de subsidios- la región oriental debe financiar su incorporación con endeudamiento. Por esta razón, esa zona sufre el tipo de conmociones que tantas veces sacudió a Latinoamérica.  Ver : Samary Catherine, “Vers un tsunami bancaire et social Est-Ouest européen”, Inprecor 549-550, mai-juin 2009.

[8]Este programa defiende por ejemplo, Nye Joseph, “Estados Unidos seguirá siendo, pese a todo, el país de mayor influencia”, Clarín, 18-10-09.

[9] Comentarios de este tipo inundaron la prensa durante los momentos más álgidos del temblor. Entre otros:  Roubini Nouriel , “Una recuperación fantasma”, Clarín, 31-5-09, Gray John. ¿Fin del liderazgo estadounidense?” Clarín, 1-10-08, Fukuyama Francis, “Nuevos desafíos geopolíticos” Clarín, 29-9-08,  Alconada Hugo, “EEUU perderá influencia en el mundo”, La Nación, 22-11-08, Diament Mario “Adiós a la era de EEUU” La Nación, 17-5-08,  Calle Fabián, “Hegemonía de EEUU, un tema del pasado” Clarín 11-12-09, Battaleme Juan “EEUU, detrás de un liderazgo más modesto” Clarín 20-7-09.

[10]Algunas teorías del ocaso norteamericano son difundidas por el Pentágono para justificar el rearme. Quiénes manejan el 45 % del gasto armamentista mundial aterrorizan a la población con estos mensajes para preservar su acción militar. Un ejemplo de esa política es el alarmante informe sobre ese declive estadounidense propagado el año pasado por el Consejo de Inteligencia Nacional (CIN), Oppenheimer Andrés. “EEUU y la era post-Bush” La Nación, 25-11-08, Cardoso Oscar Raúl “EEUU: el regreso de la escuela de la declinación”, Clarín, 22-11-08. Ver también  Dufour Jules, “El gran rearme planetario”, July 26, 2009, www.globalresearch.ca/index, Castro Jorge, “Estados Unidos, motor de una nueva era de innovación tecnológica”, Clarín 18-10-09.

[11]Jorge Castro, “El BRIC se convierte en gigantescos mercados”, Clarín, 16-6-09.

Llach La economía mundial despega La Nación, 2-9-09. “Occidente pierde peso en la creación mundial de riqueza”, Clarín, 3-6-09.

[12] La visión optimista de Stiglitz contrasta con el diagnóstico más realista de Bello.

Stiglitz Joseph, Clarín, 15-5-09, Bello Waldem, “¿Salvará China al mundo de la depresión?”, www.zmag.org/znet

[13] Majfud Jorge, “BRIC, la comunidad fantasma”, ALAI, 17-6-09.

Roubini Nouriel, “El BRIC: juego de siglas emergentes”, 17 Oct 2009, www.project-syndicate.org/commentary/roubini18/Spanish

[14] Una descripción de este escenario presenta: Jetin Bruno, “The crisis in Asia: An over-dependence on international trade or reflection of “labour repression-led” growth regime?”, International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam.

[15] Presentamos nuestra explicación de este proceso en Katz Claudio, “La oportunidad del hambre”, Anuario EDI, n 4, año 2008, Buenos Aires. Allí se documentan gran parte de las cifras expuestas en este capítulo.

[16] Klare Michael. “Sangre por petróleo”. El nuevo desafío imperial, Socialist Register 2004, CLACSO, Buenos Aires 2005. Khor Martín. “¿Durará el boom de los productos básicos?”, www.redtercermundo.org.uy 12 Feb 2008.

[17]Un análisis de estos problemas presentan: Vivas Ester,  Montagut Xavier, Del Campo al plato, Icaria, Barcelona, 2009.

[18] Hemos analizado este contexto en el artículo precedente: Katz Claudio, “Crisis Global I: un respiro en la turbulencia”, 17-10-09, http://katz.lahaine.org Nuestra mirada general sobre la etapa fue expuesta inicialmente en Katz Claudio, “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”. Ensayos de Economía, Medellín,  vol 13, n 22, Septiembre 2003.

[19]Diversos rasgos de este período son expuestos por Panitch Leo, Gindin Sam. “Capitalismo global e imperio norteamericano”, El nuevo desafío imperial, Socialist Register 2004, CLACSO, Buenos Aires 2005. Mc Nally David, “From financial crisis to world slump”, Historical Materialism Conference, London, november 2008. Hemos presentado nuestra visión en: Katz Claudio, “Desequilibrios y antagonismos de la mundialización”. Realidad Económica n 178, febrero-marzo 2001, Buenos Aires.

[20]Por ejemplo: Guillén Romo Arturo, “La crisis global y la recesión generalizada”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.

[21] Brenner Robert, “Un análisis histórico-económico de la actual crisis”. Sin Permiso, 22-2-09. Brenner Robert, Una crisis devastadora, Against the Current n 132, enero-febrero 2008.

[22]  Foster John Bellamy, Magdoff Fred, “Financial implosion and stagnation”, Monthly Review,  vol 60, n 7, December 2008.

[23]Martins sugiere el primer determinante y Astarita subraya la incidencia de los segundos componentes. Martins Carlos Eduardo. “Los impasses de la hegemonía de Estados Unidos”. Crisis de hegemonía de Estados Unidos. Siglo XXI, México, 2007. Astarita Rolando, El capitalismo roto, La linterna sorda, Madrid, 2009 (cap 3).

[24] Beinstein Jorge, “Las crisis en la era senil del capitalismo” El Viejo Topo 253, 2009, Madrid.

[25] Dos Santos Theotonio. “El renacimiento del desarrollo”. Oikos, n 1, año 9, 1 er semestre 2005.

[26] Wallerstein Inmanuel, “Entrevista”, www.diagonalperiodico.net, 22-2-09, Wallerstein Immanuel Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos: un análisis de sistemas – mundo, 2004, Akal, Madrid, (cap 28).

[27] Mandel Ernest, Long waves of capitalist development, Verso, London, 1995.