Crisis mundial

Los inversores comienzan a distinguir entre emisores soberanos de moneda,
como EEUU y Japón, y emisores no-soberanos, como Grecia
y cualquier otro estado de la eurozona

La verdadera lección de la crisis griega

Por Marshall Auerback (*)
New Economic Perspectives, 06/05/10
Sin Permiso,09/05/10
Traducción de Casiopea Altisench

Son legión los analistas de mercados, gacetilleros y economistas que no se cansan de repetir lo difícil que les resulta hallar una métrica que sitúe a los EEUU en una posición financiera mejor que Grecia. Ken Rogoff, por ejemplo, advirtió recientemente de que una quiebra de Grecia traería consigo una serie de quiebras sobernas, y recientemente también, sugirió en NPR que la crisis tendría también implicaciones para los EEUU. El historiador Nial Ferguson hizo observaciones de parecido tenor en el Financial Times hace algunos meses. Los graznidos de los halcones del déficit suben de tono. ¡Arrepentíos libertinos fiscales, que se acerca el día del Juicio Final!

Dejemos de lado la histérica retórica bíblica, ahora que todavía estamos a tiempo de debatir con racionalidad. La reciente respuesta del mercado a las cada vez más intensas presiones en la zona euro sugiere que los inversores comienzan a distinguir entre países que son emisores soberanos de moneda, como EEUU y Japón, y emisores no–soberanos, como Grecia y cualquier otra nación en la eurozona. El dólar se aprecia, a pesar del déficit federal, mientras que el sufrimiento dimanante de la deuda en los países PIIGS [Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España], sobre todo en Grecia, se intensifican, lo que trae consigo la caída del euro en relación con el dólar a sus niveles más bajos de los últimos 12 meses.

El distinto comportamiento de las diferentes monedas en relación con el dólar estadounidense resulta harto instructivo a este respecto. En el último trimestre, los dólares australianos, neozelandeses y canadienses han registrado subidas en torno al 4% en relación con el billete verde. ¿Y el peor? El euro, que en el mismo período ha registrado unas poco sorprendentes pérdidas del 6,3%. Conscientemente o no, los mercados están demostrando que comprenden la diferencia entre las naciones que usan una moneda (y que, por lo mismo, se enfrentan a una restricción financiera externa) y las naciones que no se enfrentan a ninguna restricción foránea en sus políticas de gasto público, porque son naciones creadoras de moneda.

Que los EEUU dispongan de la moneda reserva, resulta irrelevante en este contexto. La distinción clave sigue siendo la que separa al usuario y al creador. Las naciones de la eurozona son usuarias; Canadá, Australia, el Reino Unido, Japón y los EEUU son creadoras de moneda.

Yerran quienes, como Rogoff y un sinnúmero de comentaristas, se empeñan en buscar analogías entre los países PIIGS y los EEUU y el  Reino Unido. La debilidad analítica de estos críticos del déficit público resulta de su incapacidad para distinguir entre el abanico de políticas monetarias que se ofrecen a naciones creadoras de moneda y el abanico que se ofrece a naciones monetariamente soberanas y naciones que no son soberanas monetariamente.

Cualquier gobierno soberano –y los de la Unión Monetaria Europea (UME) ya no disfrutan de esa condición— puede lidiar financieramente con un colapso de ingresos y un incremento de gastos, sin terminar en el callejón sin salida en que se halla ahora la zona de la UME. De aquí, por ejemplo, que el yen japonés no se halle en caída libre frente al dólar, a pesar de que la deuda pública japonesa representa el 200% de su PIB, es decir, una razón que multiplica por 2,5 la de la deuda pública estadounidense. Lo cierto es que estos últimos días, el yen hasta se ha apreciado frente al dólar. ¿Por qué será, si la lección que supuestamente deberíamos aprender es la de los males del gasto público deficitario "insostenible"?

La sostenibilidad fiscal es irrelevante en un sistema que no se enfrenta a restricciones operativas a la capacidad del Estado para gastar. Los cheques de la Seguridad Social estadounidense no serán devueltos por falta de fondos. Tampoco sus equivalentes canadienses o japoneses. Análogamente, sus títulos de deuda pública siempre serán capaces de dar intereses.

Obsérvese que eso no significa que no haya verdaderas restricciones de recursos en materia de gasto público. Dígase así: cualquiera que promueva el uso de políticas fiscales como herramienta de contra–estabilización efectiva tiene que saber siempre esas intervenciones tienen un coste. Ese coste bien podría ser la inflación, si, como resultado de la expansión fiscal, se llega al pleno empleo y asoman las restricciones de recursos, pero el gobierno sigue gastando. Mas, si la economía se recupera, los ingresos fiscales aumentarán y el gasto neto en la red de seguridad y bienestar caerá. En los EEUU, eso significa que volveremos probablemente a la "normalidad", con déficits en torno al 2–4%, según el estado de la economía, que son los niveles que hemos tenido en los pasados 30 años, dejando de lado el trecho 1998–2001.

¿Por qué no resultarán inflacionarios esos déficits? Como observó el profesor Scott Fullwiler en un correo electrónico que cambiamos hace poco, una vez está en marcha la recuperación y la economía recobra una significativamente mayor capacidad de utilización –en la que podrían aparecer presiones al alza en los precios—, el déficit bajará substancialmente. Se verá también parcialmente menguado por una caída en el gasto discrecional en bienestar social. Es axiomático que, cuanto más rápidamente crece la economía, tanto menor se hace el déficit, a menos que le gobierno siga gastando irresponsablemente, cosa esta última, huelga decirlo, por la que nosotros no abogamos.

Y arribados al punto en que podríamos llegar a tener inflación, el déficit habrá vuelto a niveles del 2–3%, que es, ya se ha dicho, lo que hemos tenido en los pasados 30 años, mientras que la inflación ha rondado el 2%. Obsérvese: inflación no equivale a quiebra. Ustedes y yo podríamos comprar credit default swaps, es decir, permutas de incumplimiento crediticio, de cualquier país del mundo, pero ustedes y yo seremos incapaces da recoger beneficios de esa compra si cualquiera de los países en cuestión registra una tasa positiva de inflación –incluso una tasa de inflación de dos dígitos—, porque inflación y quiebra no son equivalentes. Tampoco las agencias de calificación categorizan de esta manera la quiebra. La quiebra se define como incapacidad para llevar a cabo una tarea o para subvenir a una obligación, particularmente a una obligación financiera. La inflación no se incorpora a la definición cuando se trata de asuntos de insolvencia nacional.

En cambio, la idea de una quiebra griega prevalece en los mercados, y resulta una preocupación razonable en el contexto de la eurozona. La opción de la quiebra se considera poco menos que inevitable, aun en el caso de que se ponga por obra un masivo rescate de 110 mil millones de euros que, destinado a provocar "asombro y amedrentamiento" entre los inversores, se ha limitado a asombrar. Si rescatar a Grecia cuesta 110 mil millones de euros, ¿cuánto costará rescatar a España, Italia o Francia?

Si a los mercados les preocupa la solvencia nacional, no ofrecerán créditos. Y ése es el problema al que se enfrentan todos los países de la eurozona. Gracia, Portugal, Italia, Francia y Alemania son todas naciones usuarias de las emisiones de euros. En este respecto, se asemejan más a un estado federado o a una municipalidad de los EEUU, que son usuarios del dólar emitido por el gobierno federal de los EEUU.

Y los déficits per se no sentarán las bases de una quiebra de los EEUU. Si los EEUU siguenb incurriendo en déficits exportadores netos (lo que es lo más probable, dado el curso de caída del valor del euro), y si el sector interior privado tiene ahorro neto, el gobierno de los EEUU tendrá que hacer gasto neto, es decir, incurrir en déficits. Eso es una ecuación contable elemental: nada más, ni nada menos. Si, en estas circunstancias, el gobierno de los EEUU trata de lograra excedentes, lo que conseguirá, por lo pronto, será forzar al sector privado nacional a incurrir en déficits (y a incrementar su deuda), y terminará fracasando, porque lo que hará el sector privado es tratar de aumentar de nuevo su tasa de ahorro.

La misma lógica vale para Grecia. Se supone que el paquete de ayuda del FMI y de la UE es para reducir su déficit presupuestario, de su actual 13,6% en relación con su PIB a un 8,1% en 2011. ¿Cómo lo conseguirán? Buscar una reducción del déficit a través de programas de austeridad (o de congelaciones, o de cómo quiera llamárseles) en un momento en que el gasto privado es ya insuficiente para mantener un crecimiento adecuado del PIB, es la receta más segura para el desastre. Lo que provocará es un incremento del déficit.

Considérese en este contexto el caso de Irlanda a modo de primera muestra. Irlanda comenzó a recortar el gasto deficitario ya en 2008, cuando arrancó su crisis bancaria y su déficit presupuestario representaba el 7,3% del PIB. No tardó la economía e contraerse un 10%, y ¡oh, sorpresa!, su déficit se disparó hasta el 14.3% del PIB. Podemos estar seguros de que un similar destino aguarda a Grecia, dada la incapacidad de la Unión Europa para comprender o aun categorizar las balanzas financieras básicas y las interrelaciones fundamentales entre los varios sectores de la economía. Ningún gobierno, ni tampoco el FMI, pueden predecir con fiabilidad cuál será el resultado: al final, lo que determinará el resultado serán las preferencias privadas de ahorro, como Bill Mitchell ha observado repetidamente.

¿Por qué hay enormes déficits presupuestarios en todo el planeta? No es porque, de repente, todos los funcionarios del mundo se hayan convertido en apparatchiki de estilo soviético. Es, y por mucho, porque una economía global en declive ha llevado a menores ingresos (menos ingresos = menos impuestos recaudados, puesto que el grueso de la recaudación fiscal se basa en los ingresos, y menos módulos fiscales) y a un mayor gasto público en la red de seguridad social. El colmo de la ignorancia económica es proponer la destrucción de esa red de seguridad social a partir de una extrapolación de las equivocadas lecciones proporcionadas por los particularísimos problemas en que se ha metido a sí propia la eurozona. Pero esa ignorancia científica refleja también una agenda política transparente, que los EEUU harían muy mal en abrazar. Los paquetes de rescate, la intervención del FMI y toda la cháchara sobre las "quiebras ordenadas" de los PIIGS, no pueden ocultar el yerro fundamental en el diseño de la Union Monetaria Europea. Dejemos que el neoliberalismo muera con el euro.


* Marshall Auerback, uno de los analistas económicos más respetados de los EEUU, es miembro consejero del Instituto Franklin y Eleanor Roosevelt, en donde colabora con el proyecto de política económica alternativa New Deal. 2.0.