Crisis mundial

Las tres dimensiones de la crisis
(partes I, II y III)

Por Claudio Katz[1]
Enviado por el autor, 03/05/10

Introducción

Desde el estallido bancario del 2008 han aparecido muchos signos de una crisis sistémica del capitalismo. Esta convulsión no expresa solo el agotamiento de un régimen de acumulación o el estallido de la financiarización. Ha salido a flote una crisis múltiple de gran alcance social, geopolítico y ambiental. ¿Pero cuáles son los vínculos entre estos diversos impactos? ¿Cómo se relacionan los variados desequilibrios en curso?

En los cinco artículos que presentamos a continuación se busca clarificar estas conexiones, partiendo de una distinción entre niveles coyunturales, estructurales e históricos de la conmoción. Esta diferenciación apunta a resaltar la existencia de varios tipos de crisis que han emergido en forma mixturada.

En el primer texto se analizan las causas inmediatas del temblor, indagando como han influido la hipertrofia financiera, la sobreproducción de mercancías y los desbalances comerciales en las tensiones de corto plazo.

El segundo artículo complementa esta caracterización estudiando los efectos geopolíticos de la crisis. Se evalúan las distintas reacciones de las grandes potencias, el nuevo papel de las economías intermedias y los padecimientos de los países periféricos. En este apartado se analiza, además, el alcance y las perspectivas de las resistencias sociales contra el ajuste.

El tercer texto aborda las causas estructurales de la crisis, en función de las transformaciones registradas durante la etapa neoliberal de los últimos veinte años. Se considera que los cambios operados bajo el capitalismo durante este período han dado lugar a desequilibrios singulares, en la esfera de la demanda y en el comportamiento de la tasa de ganancia.

El cuarto artículo analiza varias hipótesis de desemboque de la crisis. Describe las condiciones para un desenlace o una prórroga de las contradicciones estructurales, puntualizando las diferencias entre un marco deflacionario y otro inflacionario. Aquí se polemiza, además, con las interpretaciones neoliberales y keynesianas de la convulsión.

El último texto investiga el alcance histórico de la crisis, subrayando las dramáticas consecuencias de la degradación ambiental. Se explica por qué razón el calentamiento global plantea una amenaza civilizatoria, comparable a otras tendencias destructivas del capitalismo. También se describe la forma en que este fenómeno se desenvuelve en trayectorias temporales autónomas del ciclo corto y de las fluctuaciones largas. El estudio concluye analizando las perspectivas de un nuevo proyecto popular anticapitalista.

I. Coyuntura económica

La crisis actual irrumpió en la órbita financiera estadounidense a mitad del 2007, cuando se verificaron grandes dificultades de pago de los créditos subprime. Los préstamos otorgados a los deudores poco solventes engrosaron primero la lista de operaciones de alto riesgo y desataron posteriormente una bola de nieve de alta morosidad. Los agujeros que aparecieron en los pequeños bancos norteamericanos pasaron a las grandes entidades y finalmente hicieron temblar a todo el sistema internacional.

A fines del 2008 el quebranto de Lehman Brothers desató un colapso de envergadura, que generalizó una sensación de inminente desmoronamiento. Esta impresión se atenuó durante el año pasado, por el monumental socorro que los estados otorgaron a las entidades quebradas. Como ese alivio ha continuado en el 2010 y la distensión perdura, algunos economistas ya proclaman el fin del terremoto.

Pero muchos datos indican la continuidad de un temblor, que en el plano coyuntural obedece a las tensiones generadas por los capitales sobre-acumulados, las mercancías sobre-producidas y los intercambios desproporcionados.

Resurge el festival financiero

El rescate de los bancos socializó las pérdidas, transfiriendo la bancarrota del sector privado a las finanzas estatales. Este respiro ha creado un enorme déficit en las tesorerías de los países avanzados.

El grueso de los recursos públicos ha sido destinado a recomponer la rentabilidad de los grandes bancos. El Citigroup o el Bank of America que hace pocos meses se encontraban fundidos, ahora exhiben altos lucros en sus balances. Parecería que Wall Street comienza a salir del marasmo con el sostén del estado.

Pero ese auxilio ha resucitado un festival de especulación en las Bolsas y en los mercados de títulos sofisticados. Mientras la recuperación de los depósitos es lenta y no regenera el crédito productivo hay numerosas burbujas en gestación. No solo comienzan a rebotar los precios de las materias primas y los bienes raíces. También las monedas y los títulos de las economías intermedias están en la mira de los grandes financistas. La deuda pública de varios países se ha convertido en una presa muy apetecida por los intermediarios financieros.

Este reinicio de la especulación ha sido también incentivado por los nuevos pagos de multimillonarias bonificaciones a los directivos de los bancos. Los cuestionamientos a esos premios que afloraron durante el cenit del colapso han pasado a segundo plano.

Los banqueros aprovechan el clima de alivio para imponer un congelamiento de las iniciativas de control financiero. Los paraísos fiscales han sido maquillados y la penalización de los movimientos cambiarios quedó pospuesta. Tampoco la supresión del secreto bancario se mantiene en la agenda de los debates. Los micro-países que encubren transacciones sospechosas (como Gibraltar, Andorra o Mónaco), solo deberán en el futuro transparentar informaciones de escasa relevancia.

Las distintas iniciativas de supervisión de las transacciones financieras internacionales se mantienen en suspenso. Todos esperan los cambios que introducirá Estados Unidos en su normativa bancaria interna, para extender estas modificaciones al plano global. Con su típica impronta neoliberal, el FMI ha recuperado el manejo de los grandes temas.

Pero los problemas que detonaron el estallido financiero persisten sin variantes, creando la posibilidad de otro temblor. El gigantismo de las entidades ha sido potenciando con nuevas oleadas de fusiones. Los bancos rescatados del naufragio porque “eran muy grandes para caer”, ahora protagonizan unas nueva secuencia de concentración financiera y centralización de las decisiones en un puñado de ejecutivos[2].

Reaparece el descontrol del riesgo

Luego de la pausa impuesta por la crisis están resurgiendo las operaciones financieras desbocadas. El principal indicador de este florecimiento son los contratos de protección a transacciones con títulos frágiles o amenazados por la cesación de pagos de los emisores (CDS). En los últimos meses se dispararon los precios y los volúmenes de estas negociaciones[3]

La desaprensión por el riesgo vuelve a escena, a pesar de la creciente difusión de los malabarismos contables que realizan los bancos para ocultar sus quebrantos. Ya se sabe que Lehman Brothers disfrazó en sus balances 50.000 millones de dólares de activos con problemas, durante los meses que precedieron a su colapso. Este disfraz ha sido también un hábito de muchos gobiernos, para vulnerar las restricciones del endeudamiento mediante contabilidades duplicadas.

Grecia eludió por ejemplo los controles de la Unión Europea, utilizando desde el 2001creditos con derivados provistos por Goldman Sachs y Portugal recurrió entre 1998 y 2003 a las mismas trampas contables, para tomar préstamos del Deutsche Bank. Otro canal frecuentado para eludir los registros ha sido un indescifrable endeudamiento con distintas monedas y variados seguros de riesgo cambiario.

Los fraudes que salen a la superficie ya no involucran solo préstamos abusivos o distorsiones en el manejo de los créditos. Ahora se sabe que los bancos de inversión pusieron en práctica estafas premeditadas, lanzando bonos que deformaban los datos para embaucar a los tenedores. Mediante el ocultamiento de esa información indujeron a una desvalorización de esos títulos, para engrosar sus ganancias de intermediación.

Pero la crisis ha demostrado cuán virulento es el estallido que corona estas prácticas especulativas. Los mercados realmente existentes son ajenos a las fantasías de equilibrio, racionalidad y mesura, que proclaman los manuales de economía convencional. Cuando estalla un crack, los financistas se alistan en la primera fila de los prófugos que abandonan los papeles y las monedas en riesgo, para buscar alguna protección salvadora del estado.

Estas pesadillas han sobrevolado nuevamente los mercados en los primeros meses del 2010. La cesación de pagos de una gran empresa de puertos e inmuebles localizada en Medio Oriente (Dubai World) pareció reiniciar la tormenta. En ese pequeño Mónaco del mundo árabe se concentran los despilfarros de jeques multimillonarios, que participan en todas las apuestas del momento.

El monumental default que se avecinaba pudo ser contenido, pero encendió una luz de alarma sobre situaciones semejantes en grandes firmas. Las principales preocupaciones de los expertos están actualmente concentradas en el estado contable de varias compañías de primer nivel, que afrontarían dificultades para saldar fuertes vencimientos[4].

Un bazar de títulos

La vertiginosa reaparición de las operaciones especulativas ilustra el desarrollo que alcanzó la titularización de la mayoría de las transacciones. En últimos años los grandes bancos se desprendieron de acreencias dudosas, creando un gran mercado de certificados empaquetados con riesgos diversificados (CDO). Esta masiva distribución de papeles ha potenciado el desconocimiento de los montos en circulación y de sus consiguientes posibilidades de cobro.

La enorme variedad de bonos que inundan los mercados tiene incorporados seguros para hacer frente a esa ceguera. Como los financistas apalancaron sus transacciones -utilizando poco capital propio en comparación a la magnitud de los riesgos asumidos- se ha creado un incontrolable bazar de títulos. Las emisiones se han multiplicado a un ritmo sin precedentes y la ignorancia sobre los débitos y los créditos en juego es mayúscula.

Los grandes bancos continúan lucrando con este incentivo a ignorar el riesgo, que generó la flexibilización de las normas bancarias. Esa desregulación permitió repartir los préstamos en una cadena infinitas de tenedores de títulos, socavando la preocupación por la cobranza. Esta desaprensión fue acentuada por la complicidad de las agencias verificadoras, que hicieron su propio negocio otorgando altas calificaciones a las entidades insolventes. Por esta vía se avaló la circulación de bonos sin respaldo y se precipitó un caos que salió a la superficie en el 2008.

El creciente desconocimiento del riesgo crediticio es un resultado directo de las transacciones con títulos derivados. Con esos instrumentos se buscó orientar la inversión, mediante estimaciones comparadas de las probabilidades de cobro de los distintos bonos. Se supuso que esta evaluación mejoraría la gestión del riesgo, olvidando que esos cálculos se realizan en un frenesí de compras, ventas y apuestas, crecientemente combinadas y diversificadas.

La propia especulación con los nuevos títulos socavó la consistencia de todas las evaluaciones. En lugar de ordenar y proteger los mercados, la introducción de esas sofisticadas operaciones multiplicó las jugadas y deterioró la administración del riesgo. Nuevamente se ha confirmado que la competencia entre los banqueros neutraliza cualquier perfeccionamiento del cálculo financiero. La tentación por obtener mayores beneficios potencia el manejo desaprensivo de los créditos.

La crisis ha corroborado, por lo tanto, la presencia de otra hipertrofia financiera, resultante de la emisión de bonos sobre bonos, en un sistema de préstamos desbordado por la expansión autónoma de las finanzas. Este tipo de coyunturas configura una situación de sobre-acumulación de capital, que repite lo ocurrido en las últimas décadas. Ya hubo mega-préstamos a los gobiernos del Tercer Mundo (1975-82), comercialización especulativa con títulos variados (desde 1980) y un boom de transacciones bursátiles asentadas en exigencias de rentabilidad de corto plazo (desde 1994).

Cada uno de estos ciclos desembocó en alguna crisis de envergadura. El aumento de las tasas de interés (1978) concluyó con el generalizado crack de las acciones (1987) y la etapa de enriquecimiento bursátil de los 90 fue cerrada con el colapso de las punto.com (2001). La conmoción en curso es un resultado de la euforia con derivados y transacciones inmobiliarias de los últimos años[5].

Pero el actual estallido es más grave que las conmociones precedentes por su carácter global y por su preeminente localización en las economías avanzadas. A diferencia de lo ocurrido en México (1982 y 1994), el Sudeste Asiático (1997), Rusia (1998) o Argentina (2001), el epicentro del reciente temblor se ubicó en Estados Unidos. Además, el alcance de la convulsión en ese país superó los efectos de las últimas cuatro crisis (1974-75, 1980-84, 1987-92 y 2001-03). Como esta misma gravedad se observa en Europa y Japón, hay muchos indicios de continuidad de la tensión financiera[6].

Del socorro al ajuste

Las consecuencias del rescate bancario sobre las finanzas públicas de las economías avanzadas son enormes. En Estados Unidos la deuda pública saltaría de 62% del PBI (2007) a108% (en 2014) por la multimillonaria inyección de dólares, emitidos para salvar a más de 700 bancos, compañías de seguros y empresas. Por esta razón el déficit fiscal ya se ubica en 11% del PBI y todas las proyecciones confirman que se mantendrá en altos niveles, durante la próxima década.

El mismo panorama se verifica en la Eurozona, dónde los desbalances fiscales pasaron del 2% (2008) al 6,4% (2009) y luego al 7% (2010). La situación más crítica se verifica en Grecia (12,7%), España (11%) y Portugal (9,3%), no tanto por el porcentaje del agujero fiscal sino por las dificultades para financiarlo. Italia debe lidiar con magnitudes igualmente desbordantes, pero mayoritariamente concentradas en bancos locales y el déficit de Gran Bretaña (12,8%) sería inmanejable si el país no fuera un centro financiero mundial. Tampoco el desequilibrio de Francia (12%) es tranquilizador. Una mirada general indica que la mitad de los países de la Eurozona están actualmente amenazados por algún fantasma de default de sus pasivos estatales[7].

Una situación semejante se vislumbra en otras partes del planeta. La deuda pública de Japón se ubica al tope del rojo en el ranking de los países industrializados, con porcentajes que oscilan entre el 170% y el 200% del PBI. Al cabo de muchos años de recesión, el nivel de actividad económica ha sido sostenido con una canilla de gastos que ha vaciado la tesorería nipona.

Este despegue del gasto público en todos los países avanzados está alcanzando un techo que los acreedores cuestionan duramente. Los mismos bancos que provocaron el reciente colapso ahora reclaman un ajuste, que asegure la cobranza de los títulos emitidos por el estado. La influencia de estos sectores se expresa en la creciente gravitación de los republicanos estadounidenses y los conservadores europeos.

Pero existe un gran debate en el establishment sobre el efecto que tendría un brusco recorte del sostén estatal a la economía, cuando la recesión no ha concluido y la recuperación apenas despunta. Nadie duda que en algún momento sobre-vendrá el ajuste. Pero si el apriete es aplicado a destiempo, su impacto sobre la producción, el consumo y la inversión sería fatal.

 Hasta el momento predomina la política de mantener el socorro, ya que todas las economías se mueven al compás de los recursos aportados por el tesoro. En las cumbres del Grupo de los 7 prevalece una corriente favorable a continuar el auxilio y posponer cualquier ajuste inmediato que pudiera precipitar un freno severo del PBI.

La mayoría de los economistas propone evitar la contención anticipada del nivel de actividad, que se produjo en Estados Unidos en la entre-guerra (1937) o en Japón durante la década pasada (1993). Pero otros consideran que la demora en iniciar el ajuste tornará inviable su manejo posterior y convocan a comenzar cuanto antes el viraje hacia la austeridad[8].

Un ensayo de la restricción será experimentado en los próximos meses en la periferia de Europa. El apretón que exigen los banqueros ya comenzó en Irlanda, Islandia y Letonia y se prepara en Grecia, Portugal y España. Allí se aplicará una reducción sin anestesia del déficit, con brutales medidas de despidos, reducción de los salarios, recortes del gasto social y contracción de la inversión pública. Los gobernantes y los acaudalados del planeta seguirán con atención el resultado de esta prueba, para definir los pasos siguientes.

El impacto productivo

Solo una fuerte reactivación inmediata (en V) -apenas mediada por alguna recaída (en W)- evitaría una aplicación del ajuste. Pero los principales datos de la coyuntura indican la preeminencia de un período de bajo crecimiento (en L). Hasta ahora la socialización de pérdidas no ha inducido una recuperación sólida del consumo o la inversión privada, en ninguna economía desarrollada[9].

La crisis actual desató la recesión global más importante de las últimas décadas, con enormes frenos en la producción de Estados Unidos, Europa y Japón. Esta regresión encontró un piso a mitad del año pasado, pero el rebote hacia la recuperación no se ha consumado plenamente.

El deslizamiento hacia la depresión que se verificaba en las principales potencias ha sido reemplazado por una situación inestable de la actividad productiva. El crédito no resurge, el consumo se mantiene contraído y persiste la ausencia de inversiones. Esta coyuntura se refleja en un comentario muy popular: “Wall Street salió a flote, pero la gente común continúa en el pozo” [10].

Durante el 2009 se registró en Estados Unidos la mayor caída del PBI de los últimos sesenta años (2,4%). Este desplome ya encontró un piso y hay síntomas de reposición de inventarios y cierta reanimación del gasto privado. Pero el mercado inmobiliario continúa afectado y la inmovilidad del crédito obstaculiza la recuperación efectiva del consumo, que representa el 70% del PBI. Los alivios en la esfera financiera no se trasladan a la vida actividad económica y las expectativas en mayores exportaciones -como canal de salida de la crisis- no se han verificado en los hechos.

La economía japonesa sigue estancada y los indicios de recuperación observados a fin del año pasado (repunte del 1,1% del PBI), no remontan el gran bajón que se arrastra desde los 90. Los signos deflacionarios ilustran la gravedad de esta paralización, mientras China continúa capturando mercados nipones y se dispone a desplazar a su rival del segundo lugar en la economía mundial.

Pero es indudable que el área más crítica del mundo desarrollado se ubica en Europa, dónde la moderada recuperación del motor alemán, no se extiende al resto la región. El Viejo Continente ha soportado en el 2009 la mayor retracción desde la segunda guerra (4% del PBI) y padeció un desmoronamiento aterrador de su producción industrial  El leve repunte que actualmente se observa en Estados Unidos y Japón no se prolonga a Europa, que mantiene cifras de aguda crisis en todos los indicadores de empleo, venta y consumo.

La marcha general de la economía mundial continúa determinada por la evolución de las tres regiones centrales que concentran dos tercios del PBI global. Los números de los países periféricos más pobres y dependientes de África, Asia o América Latina tienen escasa incidencia sobre el nivel general de la actividad productiva. Estas naciones han sido nuevamente sacudidas por una eclosión proveniente del exterior y con dramáticos impactos internos.

Esas zonas padecen el recorte de las exportaciones, la reducción de las remesas y la disminución de la ayuda internacional. Pero lo más impactante es la magnitud de ciertas tragedias sociales, como la expansión del hambre que produjo el encarecimiento de los alimentos.

La principal novedad de la crisis es la irrupción de un tercer bloque de países, que comienzan a oscilar entre los dos polos tradicionales del centro y la periferia. Por la magnitud de los recursos demográficos, naturales y militares que controlan o por su experiencia de dominación geopolítica han quedado situados en ese terreno intermedio.

Los datos del 2008-10 confirman este ascenso de las economías semiperiféricas, encabezadas por el grupo de los BRICs. El menor impacto del estallido financiero sobre estos países ha renovado el debate sobre los acoples, desacoples o re-acoples de estas regiones a la oleada descendente. En las denominadas economías emergentes se concentran los principales indicadores de una eventual recuperación. Han logrado sustraerse del vendaval, pero no podrían sustituir a las economías avanzadas como motor  del PBI global.

La atención general está centrada en el futuro de China. La nueva potencia asiática se mantuvo a flote durante la crisis, aunque con tasas de crecimiento inferiores a su media de los últimos tiempos. Preserva un nivel actividad que le permite continuar duplicando su producto cada ocho años. Pero habrá que ver si logra consumar el presagiado giro hacia un mayor consumo interno, en desmedro de las exportaciones. Muchos autores anticipan este ese éxito[11].

Sin embargo el proceso de restauración capitalista ha creado en China desequilibrios agrícolas, sociales y demográficos de enorme envergadura. Particularmente chocante es la sustitución de la vieja pobreza absoluta del agro por una nueva polarización social en las ciudades, que ya alcanza porcentajes latinoamericanos.

Al compás de las privatizaciones y desregulaciones, el ranking de la desigualdad trepó en el gigante oriental, hasta situarse en el segundo lugar de los 22 países de Sudeste Asiático. Hay una nueva clase de multimillonarios que gana poder, junto a la consolidación de formas de explotación asentadas en el desempleo, la pérdida de derechos sindicales y la degradación de las condiciones de trabajo (especialmente entre los emigrantes internos)[12].

En el comienzo del 2010 la crisis global ha desembocado en una situación productiva muy desigual e inestable. Se frenó un desmoronamiento, sin dar lugar a la recuperación generalizada de los países centrales, aumentan las desventuras del Tercer Mundo y las economías intermedias se mantienen en carrera, sin sustituir la función motriz de la Triada (Estados Unidos, Europa y Japón).

Desempleo y sobreproducción

La gravedad de la crisis se verifica en la desocupación. La destrucción de puestos de trabajo persiste a un ritmo feroz en todas las economías avanzadas y la OIT estima que solo en un escenario de gran crecimiento global, el nivel de empleo comenzaría a recuperarse en el 2013.

Por primera vez en 26 años la tasa de desocupación alcanzó en Estados Unidos dos dígitos y en algunos países europeos como España ya bordea el 20%. Estos niveles de paro limitan la reactivación, erosionan el poder de compra y aplastan la “confianza del consumidor”, en economías sostenidas por el crédito.

Repitiendo lo ocurrido en las últimas recesiones, la reciente caída del PBI tiende a aniquilar más empleos que los generados en la recuperación subsiguiente. La furibunda multiplicación de los despidos preanuncia que el nivel de parados será muy superior al total de contratados, en la eventual reactivación.

 La tasa de crecimiento en Estados Unidos durante el año en curso debería alcanzar un inesperado 5% del PBI para bajar apenas un punto el índice de desempleo. Para volver al promedio precedente de parados se necesitaría un ritmo de actividad que nadie avizora. Luego de la última recaída (2001-03) transcurrieron cuatro años hasta alcanzar la media anterior.

Un problema subyacente es el impacto de la flexibilización laboral y la segmentación del mercado de trabajo. Estas regresivas transformaciones han generalizado una despiadada competencia por empleos de mala calidad. Esta degradación constituye el aspecto más nefasto de una crisis, que amplifica la pobreza de los sectores sumergidos de la sociedad norteamericana.

La misma falta de empleos ya alcanzó en Europa un dramático promedio de 10% de parados. La falta de trabajo ha irrumpido, además, como la gran novedad en Japón, que mantuvo durante décadas un nivel de ocupación superior a la media de la OCDE.

El desempleo es un efecto directo de la superproducción imperante en la actual fase contractiva del ciclo capitalista. La masa de productos lanzados al mercado supera ampliamente su nivel de adquisición. Este tipo de sobrantes irrumpe en todas las crisis periódicas de un sistema asentado en la competencia por el beneficio. Los desempleados son las primeras víctimas de este desequilibrio, puesto que la carencia de puestos de trabajo se expande junto al volumen de productos sin vender.

Esa masa de excedentes determina un alto nivel de ociosidad de la estructura fabril, que a su vez recrea el paro. La tasa de utilización de la industria estadounidense se ubicó durante el año pasado en 68%, es decir el nivel más bajo desde 1948. Los sobrantes afectan especialmente al sector de la vivienda, a varias ramas de la industria (máquinas, edificios, fibra óptica) y a sus equivalentes de todos los servicios (hoteles, turismo)[13].

Lo ocurrido en la industria automotriz es muy representativo del alcance global de la sobreproducción. Los stocks invendibles se han multiplicado significativamente, en una rama que registró significativos incrementos de su capacidad productiva en las últimas décadas. La incorporación de nuevas compañías asiáticas a la competencia que libran las firmas estadounidenses y europeas ha potenciado esta explosión de sobrantes[14].

El volumen actual de excedentes supera el registrado durante el estallido del Sudeste Asiático de 1997. En esa oportunidad la sobreproducción de computadoras, chips y fibra óptica condujo a virulentas devaluaciones. Pero la desvalorización monetaria -como recurso de atenuación de los sobrantes- ha quedado limitada por el carácter global de la crisis.

La plétora de mercancías que se observa en los mercados es un efecto de la competencia global por fabricar masas crecientes de productos con bajos salarios y menores costos. En la alocada carrera por introducir nuevos bienes, la oferta se ha desgajado de la demanda provocando fuertes desajustes. Hay una frenética búsqueda de consumidores que choca con infranqueables barreras de absorción.

Los drásticos procesos de privatización, desregulación y apertura de las últimas tres décadas han potenciado este atosigamiento de mercancías invendibles. El incremento del comercio mundial por encima de la producción refuerza la competencia global y el aumento de la productividad por arriba de cualquier compensación salarial dificulta la colocación de los bienes.

 Solo una vigorosa recuperación de los ingresos y del consumo permitiría la digestión pausada de estos excedentes. Pero este escenario no está a la vista. La actual reanimación frágil, lenta y desigual no desagotará sin traumas esos sobrantes.

Los desbalances mundiales I

La crisis actual incluye un novedoso desequilibrio en la relación entre Estados Unidos y China. El sobre-consumo, el sub-ahorro y la sub-inversión del primer país coexisten con el bajo consumo, el sobre-ahorro y la sobre-inversión de la segunda economía. Un polo importa y digiere gran parte de los bienes que su contraparte fabrica y exporta.

Al cabo de un vertiginoso proceso de reestructuración productiva, expansión de las empresas transnacionales y liberalización comercial, Estados Unidos se ha convertido en un gran mercado de productos elaborados en Asia. Los efectos de este desbalance se verifican en tres hemorragias de la principal economía del planeta: déficit comercial, expulsión de empleos hacia el exterior y predilección de los capitales nativos por la inversión foránea[15].

La contrapartida china de estos desequilibrios es un bajo nivel de consumo interior, en comparación a la magnitud de la inversión. El país ha podido preservar una elevada tasa de crecimiento en medio del vendaval global. Controla sus finanzas públicas, evita la convertibilidad de su moneda, acota el apalancamiento de los bancos y limita el endeudamiento familiar. Pero estos escudos en el plano financiero no se extienden al área comercial, donde predomina una alta dependencia de la demanda foránea.

Por esta razón la sobreproducción se traduce en una elevada sobrecapacidad de la industria china, que ha sido estructurada en las últimas décadas en torno a las exportaciones. Mientras que el promedio salarial se mantiene estancado, la altísima tasa de inversión -que bordea el 40% del PBI- ha sido modelada en función de las ventas externas[16].

Toda la dinámica que asumió la economía mundial en los últimos años acentuó las asimetrías creadas por el déficit comercial norteamericano (y sus baches crediticios), frente a los excedentes exportables de China (con sus consiguientes capitales sobrantes). Las familias estadounidenses se han endeudado para consumir productos fabricados (y financiados) por el socio chino, en un circuito alimentado por las empresas transnacionales. Estas compañías han cumplido un papel de mediación estratégica entre ambos mercados y ahora afrontan las consecuencias de un modelo dañado. Los desequilibrios macroeconómicos globales que generaron los desbalances entre las dos potencias han sido determinantes de la crisis.

Estos desniveles comenzaron a proyectarse también al interior del bloque asiático, desde que China se transformó en el principal contratista de la región. Opera de hecho como un taller de ensamble de partes fabricadas en los países vecinos, en muchos rubros de la actividad fabril (electrónica, maquinaria, telecomunicaciones). Por esta razón el superávit comercial de la potencia asiática con sus socios de Occidente coexiste con cierto déficit, en los intercambios con sus abastecedores de la zona.

China ha incrementado estas ventajas con la reciente suscripción de un tratado de libre comercio con sus socios de Asia Oriental. Está reproduciendo una división desigual del trabajo en la compra de insumos básicos y en la venta de manufacturas, mientras absorbe el grueso de la inversión extranjera externa y favorece (con subsidios y regulaciones) a sus propios capitalistas, en desmedro de los competidores foráneos. Por esta vía se refuerza la dependencia de todas las economías menores de la región, que ya perdieron significativos márgenes de autonomía monetaria y cambiaria durante la crisis del 1997[17].

Pero este tipo de desbalances se verifica también en otras partes del mundo. Al interior de la Unión Europea son muy visibles desequilibrios semejantes. El proceso de unificación del viejo continente estuvo caracterizado por una preeminencia exportadora de Alemania, cuyos efectos emergen a la superficie.

La crisis actual permite notar como la conformación del euro sirvió para procesar la gran reconversión de la vieja industria alemana, que renovó su perfil hasta convertirse en una arrolladora máquina de generar excedentes (las ventas externas pasaron del 20% del PBI en 1990 al  47% en el 2009)

Mientras que un anillo de economías vecinas quedó asociado a este nuevo status (Francia, Bélgica, Holanda), el grueso del continente padece los efectos de la dependencia comercial. Los más afectados por esta reestructuración (España, Grecia, Portugal) han quedado incluso sometidos a las brutales exigencias de ajuste de su socio. Mientras comienza a orientarse hacia negocios extra-continentales, Alemania exige la inmediata cobranza de sus acreencias.

La crisis ha puesto de relieve la polarización existente entre países europeos comercialmente excedentarios y deficitarios. Esta fractura estuvo inicialmente amortiguada por el ingreso al euro con devaluaciones anticipadas. Por esa vía ciertas economías pudieron contar con ciertas reservas de competitividad durante varios años. Pero un desnivel que ilustra la gran heterogeneidad de la Unión Europea ya no puede enmascarase[18].

Los desbalances mundiales II

Los grandes desequilibrios en el comercio y las finanzas ya incidieron en la crisis mexicana (1994), brasileña (1999), rusa (1998), argentina (2001) y precipitaron la gran escalada de devaluaciones y ajustes comerciales que siguió a la convulsión del Sudeste Asiático (1997). La desconfianza de los acreedores hacia las economías que financian sus compras externas con alto endeudamiento público o privado precipita periódicas corridas contra los títulos y las monedas de los países deficitarios.

Pero la gran novedad actual es la extensión de estas tensiones a Estados Unidos y a los países europeos, que acumularon grandes desbalances en los últimos años. Todos afrontan ahora el dilema de encontrar caminos para zanjar esas tensiones.

La economía capitalista siempre opera con desequilibrios sectoriales, regionales y mundiales. Hay trastornos de abastecimientos, precios o volúmenes de fabricación, entre las distintas ramas de la producción y en múltiples esferas del consumo a escala nacional. Estas tensiones se tornan más significativas en las compras y ventas entre países que comercian con niveles de productividad muy diferenciados. Bajo el imperio de la competencia estas divergencias imponen periódicos ajustes, que son solventados por las clases oprimidas.

En la crisis actual los principales desbalances afectan a las grandes potencias y exigirán sacrificios de los pueblos de estas regiones. Pero la gravedad de los desequilibrios acumulados y el entrelazamiento mundial de capitales distinto origen, tornan muy complicada la atenuación de esos desniveles.

Los economistas del establishment discuten varias alternativas, pero enfrentan un dilema semejante al recorte del socorro estatal a la economía. El problema no radica sólo en dónde ajustar, sino también cuándo hacerlo. Hasta ahora predominan genéricas convocatorias a reducir las desproporciones comerciales y financieras entre países, mediante el “rebalanceo” de las cuentas mundiales.

El punto de partida de esta solución sería un aumento simultáneo del ahorro estadounidense y del consumo chino, para frenar la adición norteamericana al consumo desmesurado e incentivar el retraído gasto asiático. El debilitamiento de dólar y el fortalecimiento del yuan permitirían acelerar esta corrección[19].

Pero no es sencillo resolver este desequilibrio en los hechos. Las ganancias que aportó a las empresas transnacionales el desenvolvimiento de la mundialización neoliberal se han basado en estos intercambios desproporcionados. Mientras que el alto consumo interior facilitó la recuperación hegemónica de Estados Unidos, la pujanza exportadora sostuvo el reingreso de China al capitalismo. Un giro norteamericano hacia el ahorro y un viraje asiático hacia el gasto interno pondrían en serios aprietos a este esquema.

La superación de los desbalances globales va mucho más allá de un ajuste de políticas comerciales o financieras. Involucra cambios político-estratégicos, que son resistidos por los principales actores de la economía mundial. Aunque el modelo de consumo norteamericano financiado por vendedores chinos ha quedado seriamente afectado por la crisis, no hay alternativas claras a este esquema.

En el escenario actual Estados Unidos no puede retrotraerse hacia el ahorro interno, sin afectar su liderazgo y China no puede sustituir a la primera potencia, como motor del consumo global. El gigante norteamericano ya no está en condiciones de dictarle a su principal socio los términos de un rebalanceo, pero tampoco su contraparte tiene fuerza suficiente para imponer su agenda.

Esta contradicción determina la sucesión de conflictos que los economistas convencionales reducen a desavenencias de aranceles, tipos de cambio o tasas de interés. No relacionan estos desbalances económicos con las desigualdades sociales que benefician a los capitalistas de ambos polos.

Un análisis de los desbalances comerciales en función de las tasas de explotación vigentes en China y de los bajos salarios predominantes en Estados Unidos exige incluir la órbita política en el análisis de la crisis. En esta caracterización hay que prestar atención a dos indicadores centrales de la convulsión actual: la cohesión por arriba y la resistencia por abajo.

II. Coyuntura político-social

La reacción de las distintas potencias frente al estallido financiero ha sido muy desigual. Esta intervención puso de relieve tanto la posición económica de cada país en el orden mundial, como su lugar político-militar en esa estructura. A medida que la crisis avanza se profundiza un reordenamiento de las relaciones de poder, entre los protagonistas de ese dispositivo.

Supremacía imperial

En el momento más álgido del desplome bancario prevaleció la coordinación y el socorro mutuo entre Estados Unidos, Japón y Europa. Se multiplicaron las cumbres presidenciales y predominó la decisión compartida de salvar a los bancos con gasto público e intervención del estado. Nadie actuó por las suyas violando esta agenda conjunta. Frente a una crisis de proporciones mayúsculas, la reacción de los poderosos fue intentar una respuesta internacional común. En las circunstancias más peligrosas de la convulsión se apeló al auxilio ilimitado y en los respiros se implementaron políticas anti-cíclicas relativamente consensuadas.

Esta conducta reflejó el mayor entrelazamiento del capital a escala mundial y la creciente gravitación de las empresas transnacionales. Pero reacciones de este tipo solo irrumpen en los momentos de crack. Posteriormente reaparecen los intereses contrapuestos que enfrentan a las principales potencias.

Lo más llamativo de los sucesos del 2007-2010 ha sido el papel predominante que ha jugado Estados Unidos. Afrontó con mayor capacidad de respuesta una crisis originada en su territorio. Esta reacción expresa, en primer lugar, la gravitación que mantiene su economía. A pesar de las posiciones perdidas en las últimas décadas, el gigante del Norte continúa manejando las mayores empresas transnacionales y el principal centro financiero del planeta[20].

Esta incidencia explica parcialmente la predilección por el dólar y los Bonos del Tesoro como refugios frente al desmoronamiento de los bancos. También esclarece el papel de Reserva Federal que actuó de hecho como un Banco Central global, orientando todas las variables monetarias de los mercados. Esta función contrastó con el comportamiento de las entidades japonesas que volvieron a exhibir sometimiento al padrino estadounidense y del Banco Central Europeo, que fue incapaz de adoptar alguna medida significativa.

Pero la reacción norteamericana también se explica por la magnitud del aparato estatal y de la estructura político-militar que detenta la primera potencia. Este liderazgo en el dispositivo imperialista se puso de manifiesto nuevamente en la reciente cumbre de 47 países, que discutió en Washington la agenda nuclear que estableció el anfitrión.

Como Estados Unidos ya no afronta una perspectiva de guerra con la URSS, sino el peligroso descontrol del comercio de armas atómicas, exige la supervisión ese intercambio. El Pentágono se atribuye la última palabra para definir quién accede al mortífero club, mediante una doctrina que cataloga a Irán y a Corea del Norte como amenazas, a Israel como custodio de la paz y a India o Pakistán como participes maduros del juego de la disuasión.

En Washington se definió blanquear los arsenales atómicos para impedir transferencias indeseadas e instaurar un control del stock de plutonio y uranio enriquecido, bajo el riguroso escrutinio estadounidense. Esta supervisión es exigida, además, por el Departamento de Estado ante la reactivación general del desarrollo nuclear, como fuente de energía alternativa al petróleo.

Sin gran demora en el cónclave se dispuso colocar una importante porción de todo el material dudoso bajo la supervisión norteamericana en solo cuatro años. Los más obedientes ya se anticiparon a entregar esos recursos (Chile, Canadá, Ucrania, México). En la medida que asegure su control del ajedrez nuclear, Estados Unidos podrá desarrollar los nuevos armamentos convencionales, que constituyen su apuesta estratégica para el próximo período[21]

La otra definición que impuso el Pentágono fue un nuevo ultimátum a Irán. Repitiendo el chantaje de Bush a Irak, las Naciones Unidas exigirán el desarme del enemigo del momento, mientras se mantiene abierta la carta de un bombardeo israelí contra las instalaciones persas, que ya espiaron los agentes del Departamento Estado. El objetivo es garantizar la supremacía nuclear de ejército sionista en esa región.

Europa y Japón continúan aceptado la primacía militar norteamericana en su propio interés. El Pentágono actúa como garante de un orden capitalista global, que los protege frente a los dislocamientos geopolíticos y los brotes de insurgencia popular.

Este aval fue muy visible en la Cumbre de la OTAN de Estrasburgo (2009), que convalidó todos los operativos de terrorismo de estado que implementa la CIA. La Unión Europea brinda su espacio aéreo para las operaciones encubiertas de los militares yanquis. Las principales potencias del Viejo Continente aportan tropas a las invasiones de Medio Oriente y apuntalan el intervencionismo que desarrolla la OTAN desde la guerra de Yugoslavia (1999).

El pantano militarista

En plena conmoción financiera, Estados Unidos aprovechó el sostén de sus aliados para reforzar su ocupación de Irak, acentuar el despliegue de tropas en Afganistán y redoblar la presión sobre Irán. Obama se ha embarcado en una guerra infinita contra el mundo islámico, extendiendo el despliegue de efectivos, saltando de un país a otro, con operaciones crecientemente costosas y prolongadas.

En Afganistán aumentó la presencia de soldados y agencias de seguridad que desenvuelven sus propias batallas y negocios. El nivel de corrupción generado por el tráfico privado de armas y heroína bate todos los récords. En Irak la tranquilidad de los cementerios es periódicamente quebrada por nuevas masacres contra la población civil, mientras la ocupación se eterniza con incursiones hacia el Yemen y Pakistán. Reproduciendo la ampliación de la guerra de Vietnam a Laos y Camboya, toda una región ha quedado involucrada en las acciones sin fronteras, que desenvuelven los marines[22].

La hegemonía de la primera potencia no está amenazada en el corto plazo por ningún candidato a tomar el comando imperial. Pero esta primacía tiende a ser socavada por la resistencia popular que desatan los brutales operativos del imperialismo.

El odio popular que se acumula frente a las masacres y ocupaciones de los marines crece día a día. El Pentágono se ha metido en un pozo de invasiones, que cuando dan respiro en Irak se agravan en Afganistán y cuándo se alivian en Palestina, irrumpen en Pakistán. Los ocupantes tapan un bache y abren otro agujero. Logran transitorios controles de los centros urbanos, perdiendo el manejo de las zonas alejadas y se recuestan en gobiernos aislados.

Pero lo más grave son las heridas creadas por las matanzas de civiles y por las catástrofes humanitarias que padecen los refugiados. La degradación moral de los invasores y sus mercenarios se acrecienta sin pausa. Los medios de comunicación encubren estas aberraciones, que toman estado público con los relatos de los retornados del frente.

Obama abandono todas sus promesas de acotar este salvajismo. Mantiene una rigurosa censura de imágenes de las brutalidades cometidas por sus tropas, avala la continuidad de las torturas, preserva los asesinatos selectivos en el exterior y mantiene la indefinición judicial de los secuestrados en Guantánamo. Además, recurre a los mismos fantasmas de Bin Laden que desplegó Bush, para crear miedo y justificar el curso belicista.

Solo la profesionalización de la guerra ha permitido a Estados Unidos silenciar la creciente oposición interna a esta acción imperial. El uso de contratistas y sofisticados pertrechos ha mantenido hasta ahora el número de bajas muy lejos del promedio de Vietnam. Pero este reemplazo de conscriptos por equipamiento y contratistas torna muy costosas las guerras de una potencia, que acapara el 48% del gasto militar mundial. Estos desembolsos consumen el 54% del presupuesto estadounidense contra el 6,2% de educación y 5,3% de salud[23].

Estos compromisos belicistas bloquean la implementación de reformas sociales significativas dentro de Estados Unidos. El plan de salud finalmente aprobado, no es ni la sombra de lo que se había prometido. Millones de personas continúan sin seguro de enfermedad y deben adquirir costosas pólizas individuales que aseguran los negocios del lobby farmacéutico. Los republicanos esperan lucrar con los efectos políticos de estas frustraciones en el plano interno[24].

Sometimientos y tensiones

Es importante notar que el aval de la Triada al liderazgo imperial norteamericano se ha mantenido sin cambios durante la conmoción financiera. Ciertamente el gigante del Norte ya no actúa con la soberbia unipolar de los años de Bush. Han aparecido muchas grietas en esa dominación. Pero esas tensiones no son novedosas. Ahora Turquía se distancia de Israel y Alemania o Japón objetan los abusos de las tropas norteamericanas en sus territorios. Pero en el pasado Francia se negaba a participar de la OTAN y muchos subordinados al Pentágono ejercitaban una diplomacia pendular[25].

Con las espaldas cubiertas por el apoyo de sus socios, Estados Unidos encara la negociación más compleja con sus dos grandes adversarios en el terreno geopolítico: Rusia y China. Con el competidor eslavo suscribió un nuevo tratado de racionalización del armamento nuclear obsoleto, que no introduce ningún ingrediente de pacificación mundial. Simplemente se han retomado los acuerdos para aliviar el arsenal mutuo ya inutilizable, mientras se perfecciona una nueva generación de armas atómicas[26].

Para alcanzar este convenio Estados Unidos debió posponer el escudo anti-misiles, que estaba desplegando en sus nuevos satélites de Europa del Este. La prioridad del momento es comprometer a Rusia en el cerco de Irán y en el control de las trasferencias atómicas a terceros países. Con este objetivo el Departamento de Estado encubre en forma descarada, todas las masacres que perpetran las tropas rusas en las republicas autónomas del Cáucaso. Estas matanzas ya alcanzan niveles terroríficos en caso de los chechenos. El reciente estallido de Kirguistán es otro indicio de la explosiva situación que se ha creado en en los corredores de Asia Central.

La misma política de convivencia geopolítica ensayada con Rusia se extiende a China. La estrategia norteamericana apunta a contener negociando a su gran rival de Oriente. Esta política persiste a pesar de las tensiones registradas últimamente (venta de armas a Taiwán, recepción al Dalai Lama, críticas a la censura informativa de Google)[27].

La primacía militar del imperialismo norteamericano se nutre, a su vez, del comportamiento conciliador que exhiben las economías intermedias. Esta actitud se puso de relieve durante la crisis financiera, mediante la cooptación de estos países a la gestión global (extensión de las viejas cumbres del G 7 al nuevo G 20). Esta articulación ha sido indispensable para sostener el socorro a los bancos, asegurar el rol ordenador de la FED y apuntalar el resurgimiento del FMI ante la potencial flaqueza del dólar durante el diluvio.

En ciertos planos la performance que asumen los BRICs parece desentonar con esta política que privilegia la asociación. La cumbre nuclear de Washington fue por ejemplo seguida de una reunión autónoma en Brasilia. El encuentro ratificó por un lado la existencia del grupo, pero también evidenció cuán lejos se encuentra de conformar un bloque.

En el cónclave no hubo acuerdo en el tema central de Irán, ya que Rusia y China tienen sus propios intereses sub-imperiales en la zona y no quieren lidiar con la presencia de un ejército persa dotado de armas nucleares. Por estas razones, no avanza demasiado el intento de Brasil de crearse un lugar diplomático internacional, como  intermediario de grandes conflictos.

En lugar de plantear algún desafío a la estrategia belicista norteamericana, los BRICs acordaron ensayar el mismo rol que jugaron Francia y Alemania frente al Irak en el 2001-2003. Complementarán un ablande de Teherán por medios diplomáticos, mientras el imperialismo multiplica sus amenazas.

Habrá que ver si el nuevo alineamiento de las economías intermedias logra consensos estratégicos o por el contrario sufre una abrupta erosión. Todos los miembros de ese núcleo sufren tentadoras ofertas de alianza bilateral por parte de Estados Unidos. Es muy significativo que durante los momentos más problemáticos de la crisis financiera, China no dudara en priorizar su relación comercial-financiera con el gigante norteamericano.

Aluviones en la eurozona

Al comienzo del 2010 el epicentro de la crisis se ha trasladado a Europa. Si Japón fue la potencia más afectada por el contexto económico de los 90, el viejo continente se perfila como la principal víctima de la convulsión en curso. Esta desventura no obedece a episodios coyunturales, desbalances fiscales o desaciertos financieros. Europa ha perdido posiciones en la reestructuración global frente a sus competidores. Este retroceso se verifica en numerosos indicadores de largo plazo.

El crecimiento de su productividad se ubica dos tercios por debajo de Estados Unidos y la inversión en investigación y desarrollo se ha situado por detrás de la primera potencia (y de Japón). Mientras que la participación europea en el comercio internacional se reduce año tras año, el envejecimiento de la población se acelera a un ritmo preocupante. En el año 2020 los mayores de 60 años duplicarán el porcentual vigente en la actualidad[28].

Estos datos explican en parte la manifiesta impotencia que ha exhibido la Unión Europea frente a la crisis global. En esta convulsión se verificó la precariedad política y la profunda heterogeneidad de la asociación. En los momentos más críticos cada estado salió a defender a sus propios grupos capitalistas, expresando la ausencia de un capital genuinamente continental y la inconsistencia de los funcionarios que promueven esa articulación. La propia conformación de la Unión estuvo siempre afectada por la estrategia de grandes empresas, que internacionalizaron su actividad a una escala más global que regional.

La impotencia del Viejo Continente para lidiar con la crisis ha reforzado el discurso habitual de los neoliberales contra la “euro-esclerosis”, que atribuyen a la subsistencia del estado de bienestar. Con este mensaje oscurecen la involución en curso hacia la desregulación laboral que se está registrando en la zona, al compás del desempleo y el aumento de la pobreza. La instrumentación de estas agresiones quita actualidad a la vieja queja ortodoxa contra el “exceso de protección social”.

La principal preocupación de la construcción neoliberal europea ha sido justamente eliminar esas conquistas mediante la flexibilización del mercado laboral, la reforma del sistema de pensiones y el pago de salarios atados a la competencia con trabajadores extranjeros.

Los socialdemócratas y keynesianos han hecho la vista gorda frente a esta involución, en su mítica defensa del modelo europeo frente al esquema liberal anglosajón. Han quedado desconcertados por la virulencia que presenta la crisis en el propio corazón de la sociedad que idolatran. Ante la imposibilidad de explicar este impacto, concentran todas sus explicaciones en las dificultades coyunturales de la unificación.

Afirman que la moneda común fue adoptada en forma prematura, es decir antes de alcanzar equilibrios productivos entre los países miembros. También objetan que el euro fuera introducido sin contar con una estructura de sostenimiento del nuevo signo. Señalan que la suscripción del tratado de integración se realizó a destiempo, con asociaciones monetarias adelantadas a la convergencia de políticas fiscales y estructuras laborales[29].

Otras caracterizaciones semejantes ponen el acento en la “política dogmática del Banco Central Europeo”, que forzó una alta cotización del euro. Destacan los múltiples inconvenientes creados por la vigencia de elevadas tasas de interés, que impidieron contrarrestar el desplome productivo inducido por la crisis. Explican estos desaciertos por la preeminencia de una elite de banqueros, reacia a tolerar el aumento de la demanda con mayor gasto público[30].

Pero al explicar la fragilidad de la respuesta europea por equívocos de política económica, errores de coordinación fiscal o excesos de ajuste financiero, se omite caracterizar las causas subyacentes de estos desequilibrios. Europa apenas intenta construir lo que Estados Unidos ya detenta desde hace varios siglos: una clase dominante homogénea y consolidada al frente de un estado común. Solo esta configuración permite a los poderosos actuar ante grandes crisis y desenvolver operativos imperialistas en el exterior. En un período de aguda competencia global, el Viejo Continente solo construye la estructura que su competidor ya tiene aceitada.

En este marco la crisis ha servido para refutar la imagen benevolente del capitalismo europeo, como un sistema solidario con los humildes y contemplativo con los sufrimientos populares. La reacción de los líderes de la Unión frente a los países más golpeados por la convulsión, no se diferencia en nada de las brutalidades que ha exhibido siempre el neoliberalismo anglosajón. Especialmente Alemania ha planteado exigencias de ajuste, en los mismos términos que utiliza el Fondo Monetario para lidiar con el Tercer Mundo.

La agresión germana se concentra actualmente en las economías del sur europeo. Todas las miradas de los dominadores se concentran en un atropello, que marcará el tono de las próximas andanadas contra otros miembros de la Unión. Con un ajuste ejemplar se intenta evitar la contaminación de la crisis, forzando drásticos recortes de los gastos y una gran limpieza de capital. Pero la implementación de esta cirugía genera múltiples interrogantes.

Dilemas frente a próximos colapsos

El atropello que se vislumbra en Grecia ilustra el alcance del recorte en marcha. Repitiendo la receta aplicada tantas veces en América Latina se prepara una inmediata reducción de los salarios (20%), aumentos de la edad de jubilación, introducción de un sistema privado de pensiones e incrementos de los impuestos indirectos (electricidad, combustible). Con esta confiscación se busca asegurar el pago de intereses de una deuda descomunal, en un país que ya arrastra una tasa promedio de desempleo de 11% (25% entre jóvenes o mujeres) y una tasa de pobreza del 21% (que subiría durante el año al 29%).

Para justificar esta agresión al nivel de vida popular se recurre a los argumentos de siempre. Los acaudalados culpabilizan a los empleados públicos, a la corrupción y al gasto público de todos los males que sufre el país. Pero olvidan aclarar que suprimiendo las exenciones impositivas, reduciendo la evasión y estableciendo gravámenes a las principales fuentes de recaudación (flete marítimo, comercio y turismo), el quebranto fiscal se reduciría abruptamente[31].

También España figura entre los principales candidatos al próximo ajuste. El FMI ya realizó un explicito llamado a recortar los salarios y debilitar los sindicatos. El país afronta una enorme deuda pública, sujeta al chantaje de pagos puntuales que imponen las calificadoras. Además, arrastra una burbuja inmobiliaria de mayor dimensión relativa que su equivalente norteamericana. Una economía que apenas araña la decima parte de Estados Unidos, carga con la misma cantidad de viviendas sin vender.

Desde el nacimiento de Euro, España fue un imán para los inversores inmobiliarios atraídos por la baratura de la tierra y las oportunidades de la construcción. Esta oleada condujo a un sobrante de viviendas que no encuentra desahogo. Para colmo, los bancos están muy apalancados y el endeudamiento de los consumidores no guarda proporción con la escasa solidez productiva del país. El gobierno ya comenzó el ajuste retirando el socorro crediticio que había puesto en circulación al comienzo de la crisis. Pero esta medida es apenas un prolegómeno de los próximos recortes[32].

También Portugal ha sido ubicado en la cola de las víctimas por las calificadoras, que redujeron abruptamente el status de su deuda. El gobierno aceptó esta presión y prometió duras medidas de achicamiento del déficit fiscal, que caería de 9,3% a 2,8% en solo tres años.

Pero las clases dominantes del Viejo Continente carecen de un soporte continental confiable para implementar estos atropellos. La Unión Europea no cuenta con respaldo político, ni legalidad o autoridad suficiente para sostener las medidas que adopta cada gobierno. Ni siquiera tiene fuerza para exigir dureza a cambio de financiación. Por esta razón el Banco Central Europeo vacila en lanzar el plan que instrumentó hace dos décadas Estados Unidos, ante desplome latinoamericano (Plan Brady). Tampoco se atreve a repetir el auxilio que otorgó la FED a los bancos afectados por la cesación de pago de México en los años 80 y 90.

La Unión Europea está corroída, además, por los intereses financieros divergentes de sus miembros. En los momentos críticos cada potencia prioriza el salvataje de sus propios deudores. Los bancos franceses y suizos con alta exposición en Grecia chocan con los británicos afectados por los pasivos de Irlanda y con los alemanes golpeados por la deuda de España[33].

Pero todos afrontan el dilema de salvar al deudor o ser arrastrados por su quebranto. Si optan por el socorro aumentarían su propia exposición, pero si los dejan caer podrían quedar sumergidos en un naufragio general. Solo el paso del tiempo brindará respuestas a estas disyuntivas.

La Unión Europea debe lidiar con decisiones que involucran también a su futuro geopolítico. Según opte por abandonar a los ahorcados o por rescatarlos con fondos comunitarios y compartidos con el FMI, la asociación quedará fortalecida, debilitada o dislocada. El comportamiento del euro seguramente anticipará cuál de estas alternativas predominará.

En lo inmediato las distintas opciones se juegan en la reacción frente al colapso griego. Mientras que un grupo de bancos y países (encabezados por Francia) pugna por refinanciar la deuda con créditos emitidos por la propia Unión (en la perspectiva de un fondo de estabilización europeo), Alemania (con el sostén de Italia, Holanda y Finlandia) tiende a imponer una asociación con el FMI.

El objetivo germano es aligerar el monto de la carga financiera y utilizar toda la experiencia auditora que tiene el gran ajustador mundial de los países colapsados. Esta preferencia por el FMI es muy ilustrativa de la predilección alemana por una asociación con Estados Unidos, en desmedro del proyecto más autónomo que propone Francia[34].

El euro seguirá a los tumbos mientras se procesen las distintas alternativas y predomine una furiosa especulación contra los títulos públicos próximos al default. Las economías que no resistan el torbellino de los próximos meses podrían ser empujadas a devaluar y a quedar fuera de la Eurozona.

Pero como lo demuestra el caso de Letonia, un ajuste en los bordes de esa asociación es tan atroz como dentro de esa estructura. La pequeña economía del Báltico -que no había ingresado a la moneda común- recurrió a una devaluación monitoreada por el FMI. El resultado fue un derrumbe del 25% del PBI y un desmoronamiento nunca visto de los salarios.

Un desastre parecido se ha vivido en Hungría tras un desplome del PBI (6,3% el año pasado), que indujo a solicitar auxilios al FMI a cambio de durísimos recortes del gasto público. Otros países que aún no definieron si se sumarán al euro (Polonia, República Checa, Bulgaria y Rumania), observan de cerca cual de los dos ajustes sería más traumático[35].

Resistencia popular

La tormenta global se ha situado en un continente con gran acervo histórico de luchas sociales. Ese legado se pondrá en juego en la batalla contra los proyectos capitalistas. Las clases dominantes apuestan a imponer sus atropellos, para relanzar otra fase de neoliberalismo.

Durante el año pasado la reacción popular fue limitada por la sorpresa que generó la crisis, entre asalariados acostumbrados a la gestión negociada de las turbulencias económicas. La expectativa de frenar la ofensiva capitalista con tratativas de los sindicatos arbitradas por los estados contuvo el inicio de la protesta, en el agobiante contexto creado por el desempleo.

Pero también  influyen en las vacilaciones populares varias décadas de preeminencia ideológica conservadora. Como esta gravitación generalizó la simplificada identificación de la crisis con desgracias exclusivas del Tercer Mundo, el estallido financiero fue recibido en las economías avanzadas con estupor. Este desconcierto se reforzó posteriormente con el trato despectivo que los grandes medios de comunicación propinaron a los países más endeudados. La denominación burlona de PIGS ya no está destinada a naciones de África o Latinoamérica, sino a España, Grecia, Irlanda y Portugal.

También el clima de respiro financiero que acompañó al socorro de los bancos permitió contener la respuesta popular. Pero el ajuste que inicialmente se pospuso finalmente ha llegado y comienza a desatar el furor en las calles de Grecia.

En un país con gran tradición de izquierda, poderosos sindicatos y movimientos radicales se han realizado desde febrero tres huelgas generales y enormes manifestaciones de repudio al atropello capitalista. También en España comienzan a extenderse las protestas y los trabajadores de Francia impulsan la resistencia con paros y movilizaciones.

Estas respuestas no se ubican todavía a la altura de la agresión patronal. Marcan un primer paso, cuyo desarrollo también dependerá del cuadro político vigente en la región. La derecha en el gobierno de Alemania o Italia no disimula su decisión de atropellar a los trabajadores, pero en otras zonas ha recibido fuertes palizas electorales (Francia). La socialdemocracia que administra los países más golpeados por la crisis, repite su viejo rol sustituto de los conservadores. Grecia es el ejemplo más nítido de ese reemplazo. Por tercera vez en la historia del país, un miembro de la dinastía Papandreu es protagonista de un viraje regresivo[36].

También en España un gobierno socialdemócrata acepta el ultimátum de los banqueros y negocia un pacto social para aumentar la edad jubilatoria, flexibilizar más el empleo e imponer la austeridad contra los trabajadores. En Portugal sus colegas ya han lanzado un programa de recorte del gasto público afín a las demandas de los financistas. Este tipo de medidas conduce a la confrontación de clases.

Lo ocurrido en Islandia podría anticipar el rumbo de la reacción popular. En un plebiscito masivo se rechazó el pago de la deuda con indemnizaciones a los acreedores británicos y holandeses. Se cuestionó compensar a los clientes extranjeros de tres entidades quebradas por un monto equivalente a un tercio del producto anual de la isla.

Ese convenio ha sido impuesto por el FMI, mientras Gran Bretaña amenaza con duras represalias si persiste la negativa popular a asumir esos pasivos. Pero la resistencia a esta infame imposición ha puesto en jaque todo el sistema de bancos desregulados, que convirtió a Islandia en un refugio de la inversión extraterritorial.

La gravitación de la periferia europea aumentará a medida que se aproxime el desenlace de la crisis. Frente a situaciones de próximo default, algunos bancos exigen mayores ajustes y resguardan sus negocios liquidando los títulos públicos de los países más acosados.

 En esta dramática coyuntura los neoliberales presentan el recorte deflacionario, como la única opción para administrar la crisis. Señalan que el otro camino -devaluación y abandono del euro- provocará disloques mayores. Este libreto es repetido por todos los gobiernos, que refinancian los pasivos estatales mendigando créditos a los banqueros.

Pero un vistazo a lo ocurrido en América Latina en situaciones semejantes durante la década pasada, permite reconocer la existencia de alternativas a esa extorsión. Se puede recurrir a una ruptura de negociaciones con el FMI (y sus acólitos de la UE), a moratorias de la deuda, a la suspensión de los pagos, a la introducción de impuestos progresivos y a la nacionalización de los bancos.

Este tipo de iniciativas están inscriptas en todos los programas de los movimientos sociales de Argentina, Venezuela, Bolivia o Ecuador. Luego de padecer los brutales efectos de la crisis, los pueblos de estos países lideraron la confrontación con los financistas.

En distintos análisis de la crisis financiera europea se comienza a considerar estas opciones radicales. Estas medidas son indispensables para canalizar en forma progresiva la desesperación de la población. En ausencia de esta alternativa podría exacerbarse el predicamento de la xenofobia ultraderechista, que culpabiliza a los inmigrantes del desastre social.

Varios programas de izquierda proponen refundar la construcción europea con distintas iniciativas para bloquear la especulación financiera, prohibir las operaciones con títulos sofisticados  y sustituir el endeudamiento en los mercados financieros por créditos directos de los Bancos Centrales. También se propone la creación de un fondo continental para realizar la convergencia hacia arriba de los derechos sociales, instaurando impuestos unificados al capital y creando empleos en forma directa, mediante la reducción de jornada de trabajo[37].

La experiencia latinoamericana podría resultar muy provechosa para los movimientos que encabezan la protesta en Europa. En el Nuevo Mundo los pueblos ya atravesaron por la dramática situación que hoy enfrentan los trabajadores del Viejo Continente. Hay un legado de formas de acción y proyectos alternativos que contribuirían a desenvolver la resistencia. Pero esta movilización también dependerá de las tendencias más estructurales que han aflorado con la crisis.

III. Etapa y contradicciones

La crisis actual asume otra escala si su estudio es abordado considerando todo el período neoliberal. En este caso los desajustes coyunturales que provocan los capitales sobre-acumulados, las mercancías sobre-producidas y los bienes intercambiados en forma desproporcional, quedan inscriptos en desequilibrios estructurales más significativos.

Estas contradicciones determinan las causas subyacentes de la crisis, que han sido generadas por las tensiones acumuladas durante dos décadas. Estos desequilibrios se procesan en la esfera de la demanda y en el comportamiento de la tasa de ganancia, en una nueva etapa del capitalismo.

Otro período, otras crisis

Desde la mitad de los años 80 la mundialización neoliberal introdujo cambios significativos en el funcionamiento del sistema, basados en la ofensiva que perpetraron los poderosos contra las conquistas sociales. Este ataque condujo al deterioro de las condiciones de trabajo en los países avanzados y al empobrecimiento de la periferia, en un marco de expansión del capital hacia nuevos sectores (privatizaciones, educación, salud, pensiones) y nuevos territorios (ex países socialistas).

El capitalismo comenzó a operar en un contexto de creciente mundialización comercial, financiera y productiva. Esta mutación fue favorecida por el desenvolvimiento de una revolución informática, que generalizó el uso de las computadoras en la actividad económica, modificando los patrones de fabricación, venta y consumo de los bienes. La misma innovación brindó a los bancos un nuevo soporte para gestionar las finanzas.

Es importante subrayar que estas transformaciones fueron implementadas en un contexto político de repliegue de los sindicatos y reflujo de las ideas anticapitalistas. La ideología neoliberal -propagada por los medios de comunicación que maneja el establishment- alcanzó una inédita difusión[38].

Otras caracterizaciones del mismo proceso resaltan la centralidad de la ofensiva patronal y distinguen la influencia económica de la globalización del impacto político e ideológico del neoliberalismo. Describen como las grandes corporaciones aprovecharon la existencia de fuertes diferencias internacionales de empleos y salarios, para acrecentar sus lucros. Estas desigualdades fueron utilizadas para introducir nuevas formas de control patronal en el proceso de trabajo, que los empresarios imponen amenazando desplazar sus firmas a otros países[39].

  Este diagnóstico es objetado, a veces, señalando que el nuevo modelo no ha logrado suscitar aumentos significativos de la productividad y es muy vulnerable a las burbujas financieras. Se afirma que la gravitación lograda por las empresas transnacionales está socavada por su desmesurada concentración y por la inestabilidad que genera su absorción de recursos del resto de la economía. Otro cuestionamiento plantea que el neoliberalismo no consiguió impulsar un crecimiento sostenido, por la erosión que introdujo en los mecanismos de regulación estatal[40].

Pero ninguno de estos planteos desmiente la existencia de un nuevo período. Se debate su grado de consistencia, pero no la vigencia de una etapa diferenciada. Quiénes consideran que el modelo actual es más inestable que su antecesor, no cuestionan la preeminencia que ha logrado.

Estas coincidencias son mucho más importantes que las controversias sobre el grado de coherencia o el tipo de contradicciones que presenta el esquema actual. Cualesquiera sean las evaluaciones sobre su futuro, es evidente que el neoliberalismo ha consumado un cambio sustancial en la dinámica del capitalismo. La aceptación de estas mutaciones permite analizar su correlato en el terreno de la crisis.

Los nuevos desequilibrios presentan una fisonomía diferente a sus equivalentes del siglo XX. Estas convulsiones incluían hipertrofia financiera, pero no los mecanismos de titularización, derivados o apalancamientos creados durante dos décadas de internacionalización de las finanzas, desregulación bancaria y gestión bursátil de las grandes firmas.

Lo mismo ocurre con la sobreproducción de mercancías. A diferencia de la norma anterior, los excedentes actuales presentan un carácter global, resultante de la competencia por abaratar costos localizando plantas en países con bajos salarios y alta explotación de la fuerza de trabajo.

También las desproporcionalidades entre China y Estados Unidos constituyen peculiaridades de un período muy distinto a la etapa clásica de posguerra (1945-73) y a la ruptura de este esquema (1973-82), que anticipó el período en curso (1982- ) ¿Cómo se deberían analizar las contradicciones de la nueva etapa?

Enfatizar lo cualitativo

Muchos analistas han tratado de esclarecer los desequilibrios actuales dirimiendo si se ha consumado o no, una nueva onda larga de crecimiento económico. Algunos estiman que este movimiento ascendente se verifica desde los años 90. Presentan como indicios de este curso, las elevadas tasas de crecimiento en las actividades lideradas por las empresas transnacionales, en distintos sectores productivos y zonas geográficas[41].

La tesis opuesta rechaza este diagnóstico presentando datos de bajo crecimiento en el promedio mundial, junto a evaluaciones políticas de desorden global y falta de liderazgo hegemónico. De esa caracterización deducen la continuidad de una onda descendente, que ya arrastraría más de cuarenta años[42].

Pero en estos términos el debate se empantana, ya que resulta tan difícil demostrar la reaparición del floreciente período de posguerra, como corroborar la simple continuidad de una etapa declinante. Los signos de la onda ascendente contrastan con la intensidad y reiteración de las crisis coyunturales en las últimas décadas. Pero la tesis opuesta de persistente declive, eterniza esa caída y desconoce el impacto del neoliberalismo en la reestructuración del capital.

La discusión es más conceptual que empírica, ya que no existe un dato universalmente indicativo del perfil que asume un período. Un promedio de crecimiento elevado no tiene la misma validez para fines del siglo XX, que para la mitad de la centuria siguiente o el debut del siglo en curso. Lo mismo rige para las distintas zonas. El incremento del 5% anual del PBI, que se considera elevado para Estados Unidos es muy bajo para China.

Una distinción que hemos introducido entre los conceptos de etapa y fase podría contribuir a esclarecer el problema. Identificamos la primera noción con el funcionamiento diferenciado del sistema y la segunda con el predominio de una tónica de crecimiento o estancamiento económico en el mediano plazo[43]

En lugar de asociar estrictamente ambos fenómenos con ondas largas, destacamos que la existencia de una nueva etapa no tiene un correlato directo en el crecimiento productivo. Con este criterio puede afirmarse que la era de posguerra ha sido totalmente sustituida, sin dar lugar a otro período general de pujanza económica. Lo importante es la existencia de una dinámica cualitativamente diferenciada y no el predominio de elevados niveles de actividad.

La vigencia de una etapa neoliberal es parcialmente independiente del ritmo de la producción. En las últimas dos décadas la dinámica de la acumulación se alteró en forma sustancial, sin configurar un patrón nítido de evolución del PBI. Se ha creado un contexto muy heterogéneo, con fuertes desigualdades regionales y sectoriales, que mixturan prosperidad y estancamiento. Las formas que adoptan las crisis están esencialmente determinadas por este inédito marco.

Los desequilibrios del período neoliberal difieren de las tensiones que afloraron en los años 60 y 70 con el agotamiento del estado de bienestar. Son contradicciones resultantes de los nuevos problemas y no arrastres de las tensiones precedentes. Quiénes interpretan al estallido del 2008-10, como otro peldaño de una larga turbulencia de cuatro décadas, observan continuidades dónde hubo rupturas. No registran que la crisis del modelo keynesiano fue cerrada con el ascenso neoliberal, que inauguró otro esquema con otros desajustes.

Es importante notar estas singularidades para evitar la simplificadora identificación del neoliberalismo con el estancamiento. El modelo en curso ha generado nuevas turbulencias porque también cobijó el resurgimiento parcial de la acumulación. Si el sistema hubiera languidecido los desajustes presentarían otro tenor.

Las nuevas contradicciones estructurales se procesan en dos esferas: la realización del valor de las mercancías y la valorización del capital. Este impacto implica una afectación simultánea de la demanda y la rentabilidad, a una escala que supera los periódicos sacudones de la coyuntura.

Crisis de realización

Los desequilibrios en la esfera del consumo son claramente perceptibles. Al recortar los salarios, expandir el desempleo y multiplicar la pobreza, el neoliberalismo provocó un deterioro de los ingresos populares, que afectó el poder de compra de los trabajadores. Por esta vía se generaron obstrucciones a la materialización del valor de las mercancías y reaparecieron las dificultades para realizar en los circuitos de venta, la plusvalía que los capitalistas extraen a los asalariados.

Numerosos autores ilustran como se expandido esta contradicción durante el neoliberalismo. Estiman que un modelo de permanente atropello al nivel de vida de las masas, necesariamente desemboca en asfixias de la demanda. Los beneficios que los capitalistas consumaron reduciendo costos han deteriorado del poder de compra[44].

Otros analistas detallan en qué aspectos este desequilibrio distingue al capitalismo actual de su precedente. Mientras que el modelo fordista incluía significativas compensaciones salariales al incremento de la productividad, el esquema neoliberal se basa en priorizar la competencia por reducir los costos salariales, creando una fuerte brecha entre el incremento de la producción y la capacidad de consumo[45].

En las últimas dos décadas esta fractura se ha verificado en forma dramática en la miseria del Tercer Mundo y en el flagelo del hambre. En las regiones más expoliadas del planeta, la degradación de los ingresos populares tuvo efectos devastadores. Esta regresión golpea a los subalimentados de África, Asia o América Latina.

El hambre aumentó sin pausa en las últimas dos décadas y en la actualidad afecta a 1.200 millones de personas. El capitalismo neoliberal amputa la fuente básica de subsistencia de una sexta parte de la población mundial. Según estimaciones del FMI solo por efecto de la crisis financiera actual otras 53 millones de personas caerán en la pobreza extrema, provocando la muerte de 1,2 millones de niños[46]

Pero esta limitación del consumo no ha sido el dato dominante en el resto del mundo, ni la característica central del modelo vigente. Este esquema contrarrestó mediante diversos mecanismos la compresión de la demanda.

En primer lugar incentivó el consumo de las capas altas y medias de los países desarrollados. Los protagonistas de estas adquisiciones no solo fueron sectores enriquecidos con el sufrimiento popular. También hubo importante participación de segmentos adicionales, que desplegaron sofisticadas corrientes de compra de bienes prescindibles.

Este consumismo difiere del consumo de masas que amplió la canasta de los bienes necesarios durante el boom de la posguerra. El nuevo paquete de compras reemplazó las viejas adquisiciones indispensables por un gasto más voluble y adaptado al acortamiento del ciclo de vida de los productos.

La competencia neoliberal reforzó la producción de bienes sujetos a la obsolescencia acelerada de los procesos de fabricación. Con enormes dispendios publicitarios, los consumidores son inducidos a desechar los productos adquiridos antes de su utilización plena. Esta compulsión torna más vulnerable la demanda, que pierde los rasgos de mayor estabilidad que tuvo el consumo fordista.

El nuevo esquema de compras se ha expandido junto al extraordinario incremento de la polarización social (especialmente en Estados Unidos). En lugar asociar el incremento de la demanda con mejoras del ingreso popular, el nivel de compras ahora se encadena al volumen del endeudamiento.

Este nuevo patrón de consumo frecuentemente presenta también un sustento patrimonial. En este caso las compras son inducidas por la riqueza acumulada por las familias bajo la forma de inversiones en bonos o acciones. Los precios de estos papeles son más determinantes del consumo que la evolución del ingreso salarial.

Por esta razón los factores que inciden en la “confianza del consumidor” han quedado tan enlazados al vaivén de los distintos mercados financieros. Las adquisiciones de bienes se expanden junto a los ciclos de apreciación bursátil e inmobiliaria y se retraen en los períodos de pérdidas o pánico financiero. Esta relación explica el gran impacto que ha tenido el reciente estallido financiero sobre la conducta del consumidor norteamericano[47].

La crisis de realización que generó el neoliberalismo fue contenida con endeudamiento familiar. Este contrapeso permitió mantener el poder adquisitivo, a pesar del estancamiento de los salarios, el aumento del trabajo precario y la extensión del desempleo. Los trabajadores recurrieron al auxilio crediticio y con este flujo de préstamos se frenó la caída potencial del consumo.

Pero como este incremento de los pasivos alcanzó cifras astronómicas, los asalariados han quedado transformados en clientes acosados por deudas. El agobio que generan los vencimientos financieros coexiste con los padecimientos que impone la explotación laboral. Mediante estos mecanismos compensatorios se mantuvo activa la demanda, en un cuadro de contracción de los ingresos populares.

Este esquema de consumo se asienta, además, en una estructura distributiva altamente polarizada a nivel global. El 5% más rico de la población mundial acapara actualmente un volumen de ingresos 114 veces superior al 5% más pobre. Son muy representativos de este mapa los gastos de publicidad, que en un 75% se concentran en 8 países de Norteamérica y Europa (2003). La exigua participación del 80% de los habitantes del planeta en el 14% del consumo privado total, ilustra también esa fractura de la demanda[48].

Esa brecha es un rasgo central del esquema imperante en las últimas décadas. Mientras que la mundialización generalizó la producción excedentaria de bienes y la sobre-abundancia de capitales, el neoliberalismo ha reforzado las disparidades geográfico-sociales. Esta polarización global profundizó la segmentación del consumo, acentuando la intensidad potencial de los desequilibrios de realización.

Pero estas fracturas fueron también compensadas por distintos caminos. En las últimas décadas se registró una expansión de la demanda, junto a la penetración del capital en los ex “países socialistas” y en las economías intermedias. Por esa vía importantes segmentos de la población saltaron un peldaño en la escalera del consumo, superando su vieja condición de adquirientes de productos básicos. En ciertos países muy poblados (como China e India) se forjó incluso una nueva clase media, que comienza a absorber mercancías de cierta sofisticación.

De la misma forma que la producción de bienes de capital neutralizaba los ciclos de sub-consumo durante el siglo XIX, las nuevas formas de compra han morigerado la fragilidad potencial de la demanda que introdujo el neoliberalismo. Los mecanismos de endeudamiento, financiarización y consumismo cumplen un rol compensatorio, semejante al jugado por los mercados de equipamiento durante el capitalismo naciente. Estos contrapesos han impedido hasta ahora el estallido de los desequilibrios de realización.

Crisis de valorización

El comportamiento de la tasa beneficio constituye otra contradicción estructural del esquema actual. La evolución de esta variable ha sido potencialmente socavada en las últimas décadas por la generalización de nuevas tecnologías, que disminuyen la gravitación porcentual del trabajo vivo, en que se sustenta la generación de la plusvalía apropiada por los capitalistas.

Este proceso reproduce una tendencia intrínseca de la acumulación a deteriorar la tasa de beneficio, a medida que la inversión reduce la proporción del trabajo inmediato incorporado a las mercancías, en comparación al trabajo muerto ya objetivado en fábricas, maquinarias o materias primas. Este curso de la acumulación determina un aumento de la composición orgánica del capital, que a su vez contrae tendencialmente la tasa de ganancia, asentada en la plusvalía confiscada a los asalariados. Varios autores han subrayado este origen de la crisis en desequilibrios de valorización, que el neoliberalismo ha recreado[49].

Hay tres indicios de este incremento de la composición orgánica del capital durante las últimas décadas. En primer lugar la inversión aumentó en forma muy significativa en las economías asiáticas, que se transformaron en el nuevo taller global de la industria contemporánea. Las altas tasas de explotación alimentadas por los bajos salarios (especialmente de los trabajadores emigrantes de las zonas rurales) situaron el nivel de inversión promedio de China en elevadísimos porcentuales. Este grado de capitalización explica por qué razón afloran con tanta fuerza las situaciones de sobre-capacidad industrial en ese país, cuándo se contrae el comercio mundial[50].

El mismo incremento de la proporción de maquinarias en relación a la mano de obra se ha verificado, en segundo lugar, en todas las regiones y sectores asociados con la actividad de empresas transnacionales. Estas compañías han liderado el aumento de la productividad, especialmente a través de una intensa informatización del proceso productivo.

Esta revolución tecnológica introdujo crecientes turbulencias y precipitó severas crisis (como el descalabro bursátil de las punto.com a principios de la década). El impacto de la informática sobre la tasa media de productividad de las principales economías ha suscitado fuertes discusiones entre los economistas. Pero cualquiera sea el alcance de esa transformación es indudable que induce una reducción de la plusvalía directamente generada por el trabajo vivo.

El tercer indicio de este proceso es la destrucción de empleos que genera la creciente incorporación de tecnologías capital-intensivas. El virulento incremento de la desocupación es la manifestación visible de este cambio. A medida que se expande la automatización, la pérdida de empleos supera en cada recesión la creación posterior de puestos de trabajo. Con las nuevas tecnologías, la contratación de trabajadores por unidad de capital invertido es invariablemente menor.

En todos los análisis de la desocupación norteamericana se destaca este componente estructural, que determina exigencias crecientes de incrementos del PBI para preservar el ritmo de creación de empleos. Algunas estimaciones destacan que no solo la recesión ha causado el desmoronamiento laboral. También la automatización hizo desaparecer 5,6 millones de puestos de trabajo desde el año 2000 y el crecimiento de la productividad ha bloqueado el ingreso de nuevos asalariados a la actividad corriente de las fábricas[51].

Los tres procesos en curso de alta inversión externa de empresas transnacionales, revolución informática y desempleo estructural han aumentado la composición orgánica del capital y el consiguiente deterioro porcentual de la tasa de ganancia. Sin embargo, numerosas investigaciones coinciden en subrayar que este nivel de rentabilidad se ha mantenido elevado desde mitad de los años 80[52].

Otros estudios ilustran cómo esta recomposición ha sido más significativa en las empresas que operan a escala transnacional, en comparación a las firmas que actúan solo a nivel nacional. La tasa de ganancia se elevó y se bifurcó, con márgenes diferenciados en ambos tipos de corporaciones[53]

Estas evaluaciones indican que la recuperación de la tasa de beneficio que acompaña al neoliberalismo se ha mantenido, a pesar de todos los procesos internos de la acumulación que empujan hacia la caída de esa variable. Tal como ha ocurrido con los desequilibrios de realización, las fuerzas que contrarrestan el deterioro de la valorización del capital han frenado esa declinación. Otra contradicción central de modelo actual continúa gestándose sin llegar a la superficie.

Este contrapeso fue logrado, ante todo, mediante el incremento de la tasa de explotación. Hubo un contundente estancamiento de los salarios impuesto por la flexibilización laboral, la presión del desempleo y la pobreza de amplios segmentos de la población. La esencia del neoliberalismo radica en este atropello y las evidencias de esta agresión son abrumadoras.

El abaratamiento de materias primas ha sido otro factor compensatorio de la caída de la tasa de ganancia, que tuvo una evolución más contradictoria. Durante la mayor parte de la etapa neoliberal esta depreciación fue significativa, pero tendió a revertirse en el último quinquenio.

También ha registrado un comportamiento disímil la desvalorización de capitales obsoletos, que constituye el principal factor de contrapeso a la disminución tendencial de la tasa de beneficio. Bajo el neoliberalismo operó un proceso contrapuesto de socorro estatal a los empresarios en quiebra y reorganización de las firmas menos competitivas. En general, se verificó una importante limpieza de capitales, que dio lugar a depreciaciones de capital constante y a depuraciones de empresas obsoletas.

La secuencia de bancarrotas y fusiones son ilustrativos de esta cirugía. A diferencia del capitalismo clásico, en la época actual el estado interviene directamente en el proceso de depuración de las empresas. Muchas firmas son estatizadas y reorganizadas, antes de ser nuevamente privatizadas. La secuencia de valorización-revalorización del capital se consuma a través de esta mediación estatal. Es muy discutible cuál ha sido la magnitud de este proceso, pero todo indica que ha sido suficiente para preservar la recuperación el lucro empresario durante las últimas dos décadas[54].

Este ascenso también confirma, que todas las burbujas financieras registradas durante esta etapa se nutrieron de mejoras reales del beneficio patronal. La crisis del 2008-09 ha provocado un desplome de esas ganancias y las pérdidas sufridas por los bancos y las Bolsas anticipan rojos en los balances de las empresas.

Pero este tipo de caídas de corto plazo acompañó hasta ahora a todos los ciclos del período neoliberal, sin afectar la recuperación estructural de rentabilidad. La gran incógnita de la crisis actual es si pondrá fin a esos contrapesos. La respuesta a este interrogante requiere evaluar distintos escenarios.

Partes IV, V y VI »»»»


[1]Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2]Esa paradoja es analizada por Fitoussi Jean Paul, “El sistema financiera vive un círculo vicioso”, Clarín, 22-12-09.

[3]Hace siete años se comercializaban 3 billones de dólares en contratos CDS y en actualidad este mercado supera los 25 billones, Wall Street Journal-La Nación, 5-2-10.

[4]Un panorama de esta coyuntura han descripto los analistas del Wall Street Journal, La Nación, 2-12-09.

[5]La dinámica de estos ciclos es descripta por Chesnais Francois, “La recesión mundial: el momento, las interpretaciones y lo que se juega en la crisis”,  Herramienta n 40, marzo 2009, Buenos Aires. También Fernández Steinko Armando, “Neoliberalismo: auge y miseria de una lámpara maravillosa”, El Viejo Topo n 253, Madrid, 2009.

[6]La mayor envergadura de la crisis actual en comparación a sus precedentes dentro de Estados Unidos es analizada por O´Hara Phillip, “The global securitized subprime market crisis”, Review of Radical Political Economics, vol 41, n 3, summer 2009.

[7]Las distintas magnitudes de estos desequilibrios son retratadas por el Wall Street Journal- La Nación, 29-12-09.

[8] Krugman Paul sostiene la opinión mayoritaria y Roubini Nouriel tiende a ubicarse en el segundo campo. Ver La Nación 21-3-10 y The Economist- La Nación, 13-2-10.

[9]Josuha presenta los datos de esta fragilidad. Joshua Isaac, “Crisis económica: se acerca la hora de la verdad”, Viento Sur, 2-2010, Madrid.

[10]Es la descripción que desarrolla Robert Reich, Clarín 21-1-10.

[11] Por ejemplo: Llach Juan, “Preocupaciones globales”, La Nación 17-3-10.

[12] El 52% de la industria ya ha sido privatizada y el porcentaje de mercancías reguladas por precios de mercado saltó de 3% (1978) a 98% (2003). El número de billonarios pasó de 0 (2003) a 260 (2009). Ver: Hart-Landsberg Martín, “China, capitalist accumulation and the world crisis”, XII International Conference of Economist on Globalization, La Havana, march 2010.

[13]Una descripción de esta situación presenta: Mc Nally David, “From financial crisis to world slump”, Historical Materialism Conference, London, november 2008.

[14]Ver Vessillier Jean Claude, “Automobile. La fin d´un cycle”, Inprecor 545-546 janvier-fevrier 2009, Paris.

[15] Son los puntos críticos que subraya: Palley Thomas, “The limits of Minsky´s financial instability hypothesis as an explanation of the crisis”, New American Foundation, Washington, 19 November 2009.

[16] Los efectos de este desequilibrio son expuestos por: Yu Au Loong, “Fin d´un modele ou naissance d´un nouveau modele”, Inprecor 555, november 2009, Paris.

[17]Ver: Jetin Bruno, “The crisis in Asia: An over-dependence on international trade or reflection of “labour repression-led” growth regime?”, International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam. También: Bello Waldem, “O neocolonialismo chines, IPS, 10-3-2010. Seongin Jeong, Página 12-Cash, 19-10-08.

[18]Un análisis general de los desbalances intra-europeos presenta: Önaran, Ozlem, “Specificity of the crisis in Europe: Will national stimulus plans be enough in the absence of an EU coordinated response?”, International Seminar: Marxist analyses of the global crisis, 2-4 October 2009, IIRE, Amsterdam.  También  Husson Michel, “Refundación o caos”, Viento Sur, marzo 2010 y Castro Jorge, “Alemania cada vez más inclinada hacia la demanda extra-europea” Clarín 14-3-10.

[19]Es la propuesta que exponen: Ferguson Niall, “El matrimonio entre China y EEUU no podía durar”, Clarín, 28-12-09 y Krugman Paul, “El peligroso juego que practican los chinos”, Clarín, 17-11-09.

[20]Hemos expuesto ciertos datos de esta influencia en Katz Claudio, “Crisis global II: Las tendencias de la etapa”, lahaine.org, 24-11-2009

[21]Un análisis de este giro estratégico en: Weltz Richard, “Obama entre el desarme y la supremacía atómica, Clarín, 11-4-10

[22]Una completa cobertura de este proceso presentan los artículos de Gelman Juan, Página 12, 13-5-09, 26-11-09, 6-12-09, 11-4-10, 7-1-10.

[23]Página 12, 2-4-09.

[24]Los partidarios del presidente ya están muy alarmados por estas consecuencias. Ver Stiglitz Joseph, “Obama ignora cómo ayudar a su clase media”, Clarín, 11-3-10.

[25] Esta subordinación al liderazgo imperial norteamericano no es percibida por los análisis que solo enfatizan las tensiones entre potencias. Un ejemplo en: Zibechi Raúl, “Grietas en el bloque occidental”, ALAI, 20-3-10.

[26]Se reducen las ojivas obsoletas desplegadas sin disminuir sus equivalentes almacenados, mientras avanza el proyecto de nuevo vectores X51 que alcanzarán a cualquier país en menos de una hora. También se está construyendo un nuevo submarino que transportará 6 bombas nucleares de gran impacto. Almeyra Guillermo, “El desarme nuclear de Obama”, La Jornada, 18-4-10.

[27]En oposición a los partidarios de estrategias más belicosas, Kissigner continúa promoviendo una asociación privilegiada con China. Kissinger Henry, “China y EEUU deben aprender a caminar juntos y al mismo ritmo”, Clarín, 1-2-10.

[28]Clarín, 14-2-10.

[29]Krugman Paul, Sin Permiso, 8-2-10, Krugman Paul, Clarín, 16-2-10, Cohen Daniel, La Nación, 17-2-10.

[30]Baker Dean, “Para dejar de llamar a esto crisis financiera”, Sin Permiso, 14-3-2010.

[31]Los argumentos neoliberales y su refutación pueden verse en Arriazu Ricardo, “Perjuicios de gastar por encima de las posibilidades”, Clarín, 21-2-10 y Kontogiannis Sortis, En Lucha, 10-3-2010.

[32]Un diagnóstico de la gravedad de esta crisis presenta: Suarez Jorge, Clarín, 20-12-09.

[33]Un informe de estas divergencias en: Wall Street Journal-La Nación, 8-2-10.

[34]Soros George argumenta a favor del camino francés y Roubini Nouriel defiende el alemán, Clarín 23-2-10, La Nación, 27-2-10.

[35]Ver evaluación de Wilder Rebecca, “Final de partida en la Unión Europea”, Sin Permiso, 14-3-10.

[36]En 1944 George Papandreu se asoció con los británicos para desarmar a los partisanos antifascistas, en 1981 Andreas Papandreu dio la espalda al mandato popular manteniendo las bases de la OTAN y restaurando los negocios capitalistas. Actualmente George Papandreu Junior se hace cargo del ajuste. Ver: Petras James: “Greece: The curse of three generations of Papandreu´s“, Lahaine 21-3-2010

[37]Ver Husson Michel, “Refundación o caos”, Viento Sur 2010. También: Lapavitsas Costas, “Eurozone crisis”, RMF occasional report, march 2010.

[38]Hemos expuesto este enfoque en: Katz Claudio, “Capitalismo contemporáneo: etapa, fase y crisis”. Ensayos de Economía, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, vol 13, n 22, septiembre 2003, Medellín.

[39]Mc Donough Terence, “Social structures of accumulation theory: the state of art”, Review of Radical Political Economics, vol 40, n 2, spring 2008. Mc Donough Terrence, “What does long wave theory have to contribute to the debate on globalization”?, Review of Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003.

[40]La primera objection es de O´ Hara y la segunda de Kotz. O´Hara Phillip, “A new financial social structure of accumulation in the US for long wave upswing?”, Review of radical political economy,  vol 34, n 3, summer 2002. O´Hara Phillip, “A new transnational corporate social structure of accumulation for long wave upswing in the world economy?”, Review of Radical Political Economics, vol 36, n 3, summer 2004. Kotz David, “Neoliberalism and the Social Structure of Accumulation”, Review of Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003.

[41]Martins Carlos Eduardo, “Los impasses de la hegemonía de Estados Unidos”, Crisis de hegemonía de Estados Unidos, CLACSO Siglo XXI 2007. Dos Santos Theotonio. “El renacimiento del desarrollo”. OIKOS, n 1, año 9, 1er semestre 2005.

[42]Wallerstein Immanuel Capitalismo histórico y movimientos anti-sistémicos: un análisis de sistemas -mundo, 2004, Akal, Madrid, (cap 28).

[43]Katz, “Capitalismo contemporáneo” (obra citada).

[44] Esta tesis postulan: Wolfson Martin, “Neoliberalism and the social structure of Accumulation”, Review of Radical Political Economics, vol 35, n 3, summer 2003. Kotz David, “Contradictions of economic growth in the neoliberal era”, Review of Radical Political Economics, vol 40, n 2, spring 2008.

[45]Navarro Vicenc, “Las causas de la crisis mundial actual”, Sistema Digital, 3-1-2010 www.redescristianas.net

[46] La Nación, 24-4-10.

[47]Esta relación es analizada por: Johsua Isaac, “Capitalism: fin d´epoque?”, Contretemps, n 1, 1 er trimestre 2009, Paris.

[48] Migone Andrea, “Hedonistic consumerism”, Review of Radical Political Economics, vol 39, n 2, spring 2007.

[49] Explicaciones con este fundamento en: Carchedi Guglielmo, “The return from the grave, or Marx and the present crisis”, 7-7-09, www.isj.org.uk.  Harman Chris,  “The slump of the 1930, and the crisis today”, International Socialism n 121, London, January 2009.

[50]Hart-Landsberg Martín, “China, capitalist accumulation and the world crisis”, XII International Conference of Economist on Globalization, La Havana, march 2010.

[51] Aversa Jeanine, “Por qué es tan difícil reducir el desempleo”, Clarín, 2-2-10. Goodman Peter, “La pesadilla americana de vivir sin trabajo por años”, New York Times-Clarín, 22-2-10.

[52]Estimaciones contundentes de esa recuperación presentan por ejemplo, Moseley Fred, “The U.S. economic crisis, causes and solutions”, International Socialist Review, March-April 2009. Valle Baeza, “Una explicación de la gravedad de la actual crisis estadounidense, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009. Husson Michel, “Le dogmatisme n’est pas un marxisme”, www NPA 2009.org.

[53] Los datos de este proceso son presentados por Caputo Orlando, “La crisis actual de la economía mundial: una nueva interpretación teórica e histórica”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.

[54]Ver: Post Charlie, “Crisis theory”, Solidarity, New York, October 19, 2008.