Crisis mundial

Europa elige la depresión

Por Mike Whitney (*)
Information Clearing House (ICH), 07/06/10
Rebelión, 09/06/10
Traducido por Germán Leyens

Olvídense de una recuperación sin problemas. Los ministros de finanzas y los  gobernadores de los bancos centrales del G-20, se reunieron este fin de semana  en Busan, Corea del Sur y decidieron abandonar las políticas fiscales  expansionistas “de probada calidad” a favor de su propio extraño brebaje de  políticas de reducción de gastos y medidas de austeridad.

Los miembros de la UE  están ansiosos de restaurar la ilusoria “confianza de los mercados”, algo que es  seguro que se perderá cuando la eurozona se vuelva a deslizar hacia la recesión  y el renqueante sector bancario comience a sangrar tinta roja. El recorte de los  déficits mientras la economía todavía se está reponiendo debilitará la demanda y  obligará a las empresas a despedir a más trabajadores. Esto disminuirá la  actividad económica y frenará el crecimiento. Es una receta para el desastre.

Lo que sigue es un pasaje del blog de Paul Krugman:

“El recorte de los gastos  mientras la economía sigue estando profundamente deprimida es una manera muy  costosa y bastante ineficaz de reducir la deuda futura. Costosa, porque deprime  aún más la economía; ineficaz, porque al deprimir la economía, la contracción  fiscal también reduce los ingresos de impuestos…

“Lo correcto, de manera abrumadora, es hacer cosas que reduzcan los gastos y/o  aumenten los ingresos después que la economía se haya recuperado  –específicamente, esperar hasta después que la economía tenga fuerza suficiente  para que la política monetaria pueda compensar los efectos contraccionistas de  la austeridad fiscal. Pero no: los halcones del déficit quieren su parte  mientras las tasas de desempleo se mantienen casi a un nivel récord y la  política monetaria sigue estando escasa de dinero cerca del límite cero” (“Lost  Decade, Here We Come”, Paul Krugman, New York Times).

Europa marcha directamente hacia una depresión. El apego a una economía de la  edad de piedra es impresionante. Es como si John Maynard Keynes no hubiera  existido. Cuando el PIB se contrae –como inevitablemente lo hará– los déficits  aumentarán y el rendimiento de los bonos se ampliará, haciendo que sea más  costoso financiar los negocios. La confianza pública se desvanecerá, las  relaciones entre los Estados miembros se estropearán, y las ciudades se llenarán  de manifestantes enfurecidos. La consolidación fiscal desgarrará a los 16  Estados de la UE y provocará una crisis mayor que Lehman Bros. El BCE tiene que  apoyar la demanda alentando los gastos de los gobiernos mientras los hogares  reparan sus cuentas destrozadas y los reguladores se hacen cargo de bancos  hundidos. Cualquier desviación de este plan sólo exacerbará los problemas.

¿Cuán enfermo está el sistema bancario de la UE? Al respecto, un pasaje del New  York Times:  “Es un misterio de 2,6 billones (millones de millones) de dólares. Es el monto  que los bancos extranjeros y otras compañías financieras han prestado a  instituciones públicas y privadas de Grecia, España y Portugal, tres países tan  sumidos en problemas económicos que según creen algunos analistas e  inversionistas, una parte significativa de esa montaña de deuda nunca será  reembolsada.

“El problema es, lamentablemente, que nadie –ni los inversionistas, ni los  reguladores, ni siquiera los propios banqueros– sabe exactamente qué bancos  mantienen las mayores reservas de préstamos putrefactos dentro de ese montón. Y  la duda, como siempre lo hace durante las crisis económicas, ha hecho que  parezca ocasionalmente que el sistema financiero ya vulnerable de Europa se  atasca. A principios del mes pasado, en una indicación de hasta qué punto la  situación se había hecho peligrosa, algunos bancos europeos –que parecen tener  más de la mitad de esos 2,6 billones de dólares en deuda– casi dejaron de  prestarse mutuamente dinero…”  Analistas del Royal Bank of Scotland calculan que de los 2,2 billones de euros  que los bancos europeos y otras instituciones fuera de Grecia, España y Portugal  pueden haber prestado a esos países, unos 567.000 millones son deuda  gubernamental, unos 534.000 millones son préstamos a compañías no bancarias del  sector privado, y aproximadamente 1 billón de euros son préstamos a otros  bancos. Aunque la crisis se originó en Grecia, mucho más fue pedido prestado por  España y su sector privado –1,5 billones de euros, en comparación con los  338.000 millones de euros de Grecia- (“Debtors’ Prism: Who Has Europe’s Loans?”,  Jack Ewing, New York Times.

Esto prueba que el verdadero problema lo constituyen los bancos, no la “deuda  soberana” (que sólo es de 567.000 millones del total de 2,2 billones de euros).

La UE se enfrenta al mismo problema que EE.UU.; o se hace cargo de los bancos  insolventes y reestructura su deuda –afectando a los dueños de bonos y valores–  o sufre años de un diabólico rendimiento económico inferior con alto desempleo,  decrecientes inversiones, una deflación agotadora y malestar social. La UE ha  elegido este último camino, y por razones que podrían no ser demasiado claras a  primera vista. Un euro más barato hace que las exportaciones de la UE sean más  competitivas, lo que asegurará la felicidad del miembro más poderoso de la UE  (Alemania).

Las políticas deflacionarias también protegen los intereses de los  dueños de bonos que han invertido fuertemente en instituciones financieras cuyos  patrimonios han sido enormemente inflados por dinero barato y masivo  apalancamiento. Finalmente, las medidas de austeridad transfieren las pérdidas  de los bancos y de bancos fantasmas sobre las espaldas de trabajadores,  consumidores y pensionados. El abuso contra los trabajadores para enriquecer a  los dueños de bonos y a los banqueros es un cálculo político. No tiene sentido  económico.

El apretón de cinturones en la UE significa que el mundo tendrá que depender (de  nuevo) de la recuperación del consumidor estadounidense, superar su lastre  histórico de deuda personal y reanudar los gastos como un demente. Con un  desempleo que ronda el 10%, líneas de crédito que se reducen a diario y la  jubilación que se aproxima (de muchos nacidos después de la Segunda Guerra  Mundial), parece una perspectiva poco probable.


(*) Mike Whitney es un analista político independiente que vive en el Estado de Washington y colabora regularmente con CounterPunch.