Crisis mundial

Crisis económica internacional

Una mirada desde los países del este europeo

Por Joachim Becker (*)
Revista Plustrabajo Nº1
CEDLA, La Paz, marzo 2010

La crisis económica internacional tiene un fuerte impacto en el Este europeo. La forma de la crisis está moldeada por las especificidades de los regímenes de acumulación periféricos. Los países que siguen una estrategia de industrialización dependiente han sido particularmente afectadas por la caída de las exportaciones hacia el Oeste europeo. El resecamiento de los influjos de capital derrumbó los modelos de acumulación financiarizada en los países bálticos y en el Sudeste europeo. Los intereses de los bancos oriundos en Europa del Oeste han sido dominantes en el diseño de las políticas frente a la crisis. En los países europeos más periféricos, el FMI juega un rol clave en el manejo de la crisis.

Veinte años después de la implosión del socialismo estatal, las estrategias de desarrollo capitalista en el Este europeo se encuentran en un cul-de-sac. Los países que han seguido una estrategia basada en las exportaciones, han sufrido una fuerte caída de sus exportaciones hacia Europa occidental. Los países de Europa del Este que habían basado su crecimiento en enormes influjos de capital e inversiones inmobiliarias, han sido severamente afectados por el fin de la bonanza crediticia y pertenecen al grupo de los países más golpeados por la crisis económica internacional. En el Este europeo, la crisis tiene rasgos específicos del capitalismo periférico.

Las raíces regionales de la crisis

Las vulnerabilidades externas de los países del Este europeo ya nacieron en la transformación hacia el capitalismo en los años noventa. Bajo la presión de la Unión Europea y las instituciones internacionales, los gobiernos abrieron sus economías rápidamente al comercio internacional al comienzo de los años noventa. No consiguieron preservar una protección notable para sus sectores particularmente vulnerables en las negociaciones comerciales con la Unión Europea. Por lo tanto, los primeros acuerdos comerciales fueron asimétricos al favor de la UE (Vachudova, 2005). Esas asimetrías contribuyeron a la desindustrialización de la primera fase de transformación. Con la excepción de la República Checa y Hungría, la balanza comercial de los países de Europa del Este sigue siendo negativa hasta hoy.

Desde el fin de los años noventa, la extroversión de las economías del Este europeo se profundizó con el comienzo de las negociaciones sobre el ingreso de los países de la región en la UE. Por un lado, la Comisión Europea pidió con vehemencia la apertura al capital de Europa del Oeste y una aceleración de las privatizaciones.

Por otro lado, las fuerzas euroliberales y nacientes grupos de capital, que sirvieron como enlace entre el capital transnacional y la economía nacional, favorecieron una privatización acelerada a favor del capital extranjero lo cual, a veces, incluyó grupos económicos nacionales como socio menor (cf. Drahokoupil, 2009).

El terreno había sido preparado conceptualmente por una plétora de think–tanks neo–liberales de los cuales muchos recibieron gran parte de su financiamiento por parte de organismos estadounidenses (cf. Schneider, 2003). Como consecuencia, empresas oeste–europeas tomaron control de sectores clave de las economías del Este europeo, especialmente del sector financiero, de la infraestructura básica, del comercio y de la industria manufacturera.

En muchos sectores, el control extranjero va más allá de la dimensión que éste alcanzó en América Latina. Un ejemplo clave es el sector bancario. Con la excepción de Eslovenia, los bancos extranjeros controlaron más de 63% del sector bancario, en unos casos como Estonia o Eslovaquia inclusive casi 100%, en el año 2006 (Frangakis, 2009).

El único país que evitó una extranjerización muy extendida de su economía ha sido Eslovenia donde hubo una concertación estrecha entre el gobierno, las asociaciones empresariales y los sindicatos. Mientras que, por lo menos en unos países (Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Polonia, República Checa), las inversiones extranjeras directas contribuyeron a un crecimiento de las exportaciones, su impacto en la balanza de ingresos ha sido muy negativo en toda la región porque la repatriación de ganancias ha alcanzado niveles muy altos (Hunya, 2009). En la República Checa y Hungría, el déficit de la balanza de ingreso alcanzó 7,8% y 8,1% del PIB, respectivamente el año 2008 (Astrov/Pöschl, 2009). Por lo tanto, el elevado grado de presencia de empresas transnacionales ha sido un factor clave para los déficit estructurales de la cuenta corriente de los países de Europa del Este y, por consiguiente, de su vulnerabilidad externa.

Dentro de esquemas extrovertidos, se pueden distinguir dos modelos de acumulación diferentes en el Este europeo: la industrialización dependiente y la financiarización dependiente (Becker, 2008). En los países del Grupo de Visegrád (Eslovaquia, Hungría, Polonia, República Checa) y Eslovenia, el modelo de acumulación tiene como eje principal la industrialización exportadora hacia Europa occidental. Con la excepción de Eslovenia, la industria exportadora es controlada por empresas transnacionales. Muchas veces, la especialización es muy estrecha. Por ejemplo, la parte de la industria automovilística en Eslovaquia en las exportaciones totales alcanzó casi 40% en el año 2007 (Okáli et al, 2008). Por lo tanto, la dinámica de acumulación está muy estrechamente vínculada al Oeste europeo (especialmente Alemania). El nivel de los salarios ha sido bajo. En los últimos años, el consumo ha sido estimulado por el crecimiento de los créditos. Con la excepción notable de Hungría, gran parte de la deuda privada ha sido denominada en la moneda nacional. Eso limita el impacto directo de los vaivenes del tipo de cambio sobre la clase media endeudada.

El segundo modelo fue la financiarización dependiente. Los países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania) y los países del Sudeste europeo (Bulgaria, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Montenegro, Serbia, y en una medida menor, también Rumania) adoptaron políticas económicas basadas en un tipo de cambio muy fijo y sobrevalorizado al estilo de los países del Cono Sur del fin de los setenta/ comienzo de los ochenta y de Argentina y Uruguay en los noventa.

En Estonia, Lituania, Bulgaria y Bosnia y Herzegovina inclusive se introdujeron currency boards como en Argentina de la época de Menem. Los gobiernos y los economistas liberales argumentaron que esta política económica permite la reducción de la inflación que había sido a veces muy alta. La disminución de las tasas de inflación ganó legitimidad para la política económica neoliberal.

No obstante, la baja de la inflación no fue la única consecuencia del tipo de cambio sobrevalorizado. Se obstaculizó el desarrollo industrial. Se abrieron déficit elevadísimos en la balanza comercial y la cuenta corriente.

En todos los países que siguieron estrategias de financiarización dependiente, el déficit de la cuenta corriente superó considerablemente el límite crítico de 5% del PIB. En casos extremos, como en Letonia y Bulgaria, el déficit alcanzó niveles más allá del 20% del PIB (Becker, 2007, Astrov/Pöschl, 2009). Los déficit externos se financiarizaron por via de un endeudamiento externo lo cual mostró un crecimiento muy rápido. En países como Bulgaria, Hungría, Estonia y Letonia, la deuda externa bruta superó los 100% del PIB en el año 2008 (Astrov; Pöschl, 2009).

Por lo tanto, los niveles del déficit de la cuenta corriente y del endeudamiento externo superaron en términos relativos los niveles alcanzados por Argentina o Uruguay en los años inmediatamente antes de la crisis 2001–2002 (Onaran, 2007). Los bancos oriundos del Oeste europeo obviamente continuaron financiando tales déficit partiendo del supuesto que, en caso de crisis, la Unión Europea los va a salvar.

Generalmente, los créditos no fueron utilizados con fines productivos. Especialmente en los países bálticos, los créditos alimentaron burbujas inmobiliarias (Brixiova et al 2009). Los sectores financieros, inmobiliarios y de construcción fueron los sectores clave del modelo. Un creciente endeudamiento de los hogares estimuló también el consumo. Gran parte de esos créditos fueron denominados en divisas. Para los bancos, eso redujo el riesgo de cambio. Para los deudores, el endeudamiento en moneda extranjera parecía más barato. Por la deuda en divisas, los deudores de la clase media fueron ligados al modelo financiarizado y al tipo de cambio sobrevalorizado. Una devaluación de la moneda nacional implicaba inevitablemente una crisis de deuda para los deudores y la amenaza de una crisis bancaria. Simultáneamente, la sobrevalorización fue una causa principal del déficit de la cuenta corriente creciente. El sustento del déficit de la cuenta corriente dependía de influjos de capital. El modelo de acumulación no fue sustentable económicamente a mediano o largo plazo.

Todos los elementos de una severa crisis financiera ya estuvieron presentes antes del comienzo de la crisis económica internacional.

Generalmente, esos indicios de una crisis inminente fueron ignorados. Por mucho tiempo, la crisis no fue un tema del debate público. Cuando la crisis aguda ya había comenzado en los Estados Unidos y países de Europa del Oeste, los economistas liberales y la prensa liberal conservadora argumentaron que la crisis no afectaría al Este europeo. Hubo unas voces disidentes aisladas, especialmente en Serbia (Kovacevic, 2008), que apuntaron a las debilidades de los modelos económicos y a los indicios de una crisis inminente.

Trayectorias de la crisis

La crisis de sobreacumulación de los países del centro (Johsua, 2009) afectaba a los países en el Este europeo por dos caminos diferentes: por la fuerte reducción de las exportaciones y por el resecamiento de los influjos de capital (o por la salida de capitales).

La caída brusca de las exportaciones fue el efecto principal en los países cuyos modelos de acumulación se caracterizaban por la industrialización dependiente –i.e. Eslovenia, Eslovaquia, República Checa y, parcialmente, Polonia. En el primer trimestre de 2009 las exportaciones cayeron en 25–30% comparado con el nivel alcanzado en el mismo trimestre del año anterior (Astrov, Pöschl, 2009). La caída de las exportaciones tenía fuertes repercusiones para la producción industrial, especialmente la industria automovilística. Vladimír Vano, economista del banco Volksbank Slovensko, explicó los mecanismos de la siguiente manera: "La fuerte caída de la producción en Eslovaquia sigue con un pequeño atraso a la reducción de pedidos en Alemania" (cit. en Jesný/Sibyla, 2009). Además el otorgamiento más restrictivo de créditos desinfló la burbuja inmobiliaria y frenó las actividades de construcción. La caída del PIB comenzó relativamente tarde, pero ha sido fuerte en el primer trimestre de 2009 en comparación con el primer trimestre del año anterior en 5,6% (y 5,3% en el segundo trimestre de 2009), en Eslovenia por 9,0%, en la República Checa en 3,4% (Eurostat, 2009a). El único país de la región que no sufrió una recesión hasta ahora es Polonia.

La economía polaca es menos orientada hacia la exportación y más diversificada. La erosión de la demanda interna ha sido lenta y la devaluación del Zloty, la moneda polaca, sirvió como sustento a la exportación. No obstante, el viceministro de la economía, Stanislaw Gomulka (2009), teme que esos sustentos al crecimiento se debiliten. El desempleo creció llegando a tasas de desempleo más allá del 10% en Eslovaquia.

En los países con un modelo de financiarización dependiente, el agotamiento de los flujos de capital tenía un efecto devastador.

Los bancos tenían problemas de refinanciar sus actividades. Las burbujas inmobiliarias y las actividades en el sector de construcción se derrumbaron. Las políticas procíclicas agudizan la recesión (Becker, 2009a). Debido al enorme déficit de la cuenta corriente, al alto nivel y a la estructura cortoplacista del endeudamiento externo, los países bálticos fueron los primeros países del Este europeo que fueron afectados por la crisis. En esos países, la caída del PIB ya comenzó en el primer semestre de 2008 y se aceleró vertiginosamente en el primer semestre del año de 2009. En Letonia, el PIB del primer trimestre de 2009 fue 18,6% más bajo que en el mismo período del año anterior, y en el segundo trimestre 18,2% más bajo. Las cifras correspondientes para Lituania son 11,6% y 22,6%, para Estonia 15,1% y 16,6% (Eurostat, 2009a). La recesión en los países bálticos es más fuerte que la crisis en Argentina y Uruguay en 2001 y 2002. El desempleo en los países bálticos casi se triplicó dentro de un año llegando a tasas de desempleo (abierto) de cerca de 17% en Letonia y Lituania en el mes de julio de 2009 (Eurostat, 2009b; los datos más recientes de Estonia no están disponibles debido al recálculo permanente). Perteneciendo los sistemas sociales de esos países a los más débiles de la UE, eso implica un desastre social.

La recesión llegó con un poco de atraso a los países del Sudeste europeo. El fin de enormes influjos implica también el fin del crecimiento en los países de esa subregión. En varios países sucesores de Yugoslavia, la memoria de la crisis financiera de los años ochenta y noventa todavía está viva. Se pudo observar el retiro de dinero de los bancos. En Croacia, la gente comenzó a comprar divisas y depositarlas en las casa en los meses de primavera del 2009. En los países del Sudeste europeo, la recesión todavía no es tan aguda como en los países bálticos, pero se profundiza. En muchos países, como Rumania, Serbia o Croacia, el PIB cayó por cerca de 6% en el primer trimestre del 2009 respecto al mismo período del año anterior (Becker, 2009b; Eurostat, 2009a). En Rumania la recesión en el segunda semestre se agudizó al punto que el PIB cayó 8,8% en términos anuales (Eurostat, 2009). El crecimiento del desempleo todavía no ha sido tan rápido como en los países bálticos aunque no solamente la recesión, sino también el retorno de inmigrantes contribuye al crecimiento del desempleo. En países como Rumania, una parte de la población volvió al campo para dedicarse a la producción semi–subsistencia durante la crisis de transformación en los noventa. Tal vez, esta reacción a la crisis va a repetirse. En los Estados que son sucesores de Yugoslavia, como Serbia, Croacia o Bosnia y Herzegovina, la economía todavía sufre las secuelas de las guerras de los noventa, la situación social es bastante mala y el desempleo muy alto. La pobreza va a agravarse.

Políticas económicas frente a la crisis

En la Unión Europea, no hubo una respuesta conjunta a la crisis. Prevalecieron medidas concertadas entre los ministerios de finanzas, los bancos centrales y el sector bancario a nivel nacional.

Al nivel de la UE, el cuadro conceptual para el rescate de los bancos fue formulado en una sesión de los miembros de la zona euro (y Gran Bretaña), lo cual excluyó a la gran mayoría de los países miembros este–europeos de la UE. Este cuadro no tomó en cuenta la situación específica de los países este–europeos donde la refinanciación en moneda extranjera fue el problema más urgente (cf. Becker, 2009). Con un atraso de varias semanas, se aumentaron los fondos de apoyo a la balanza de pagos de países miembros de la UE.

En este contexto, la respuesta a la crisis se bifurcó en la Unión Europea y en el Este europeo. Impulsados por fuerzas de centro–izquierda, unos gobiernos de países que habían seguido una estrategia de una industrialización exportadora tomaron unas medidas anticíclicas tímidas. Ese fue el caso en Eslovaquia, Eslovenia y muy tarde también de la República Checa (Becker, 2009a). Economistas, periodistas y unos sectores empresariales atacaron este camino de la política económica de una manera bastante agresiva y, a veces, inclusive histérica. Un buen ejemplo es el semanario checo Respekt que aludió a un escenario de una bancarrota del Estado checo (Sachr; Svehla, 2009) aunque el nivel de endeudamiento público es bastante bajo. En Polonia, el gobierno ultraliberal tomó un curso ligeramente procíclico y utiliza la reducción del déficit presupuestario como pretexto para radicalizar la política de privatizaciones (Rostowski, 2009).

En los países de la financiarización dependiente, las políticas económicas se han caracterizado por un perfil marcadamente procíclico.

En esta subregión, la Comisión Europea dejó la iniciativa al Fondo Monetario Internacional (FMI) que ha actuado en estrecha consulta con la UE. Hasta ahora, tanto países miembros de la UE –Hungría, Letonia, Rumania– como países fuera de la UE –Serbia y Bosnia y Herzegovina (y en el ámbito de la exURSS Ucrania y Bielorusia)– firmaron tratados con el FMI (Becker, 2009; Becker, 2009d; Galgóczi, 2009).

El grueso del financiamiento ha provenido del FMI. Los programas son orientados hacia los intereses de los bancos oeste–europeos.

Una prioridad de la política del FMI es mantener abiertas las líneas de crédito hacia los bancos en el Este europeo. Éste coincide con el interés de los bancos en el Oeste europeo porque quieren mantener su presencia en Europa del Este y preservar su control sobre el sector financiero de la región. Los bancos son adversarios de una devaluación de las monedas nacionales de la región porque implicaría una devaluación de sus activos y problemas para los deudores en divisas.

Por lo tanto, el FMI y la Comisión Europea han definido como la meta principal de los programas del FMI el mantenimiento de los tipos de cambio actualmente vigentes. Para reducir el déficit de la balanza comercial, se comprime duramente la demanda interna a través de políticas fiscales y salariales muy restrictivas. Reducciones de los salarios nominales apuntan además a la creación de una tendencia deflacionista. Reducciones de los salarios nominales (o por lo menos reales) de los empleados públicos y de las jubilaciones son un elemento clave de casi todos los programas. Los cortes presupuestarios son particularmente brutales en el caso de Letonia.

En este pequeño país báltico, los salarios han sido drásticamente reducidos. Muchas empleadas públicas han sido despedidas. El presupuesto de la salud se corta por lo menos en 30%. El gobierno quiere cerrar 32 de los 56 hospitales.

Muchas escuelas rurales son cerradas (cf. Wolff, 2009; Rekacewicz; Rucevska; 2009). Se destruye la infraestructura social que ya antes de la crisis era bastante débil. Por vía de estas medidas, el FMI quiere acercar al país a la adopción del euro.

Estas políticas no profundizan meramente el malestar social, sino también sufren sus propias contradicciones. La política pro–cíclica y el mantenimiento del tipo de cambio debilitan aún más la base productiva que ya era muy frágil antes de la crisis. En los países bálticos, la crisis es ya tan aguda que los deudores enfrentan serios problemas para asegurar el servicio de sus deudas. Es muy incierto si los países podrán al fin y al cabo evitar una devaluació–depreciación de sus monedas.

La opción "euro" como salida de la crisis no parece muy realista. La zona euro sufre de tensiones fuertes entre los países con superávit de la cuenta corriente y los países con un elevado déficit.

Durante los últimos años, el déficit de la cuenta corriente de países del Sur europeo como España, Portugal y Grecia ha aumentado fuertemente y alcanzó niveles muy altos antes de la crisis actual.

La estructura productiva de los países bálticos (y del Sudeste europeo) es más débil que en los países mediterráneos. Con los tipos de cambio actuales, ellos serían conminados a la estagnación a largo plazo (Becker, 2009a).

Se ha organizado unas protestas sociales en Hungría, Letonia, Bulgaria, Serbia y Bosnia y Herzegovina. En los comicios se cuestionaron a veces los partidos gobernantes (especialmente en Hungría y Letonia), a veces la protesta social enfocó las consecuencias sociales de la crisis y de las políticas económicas. Por ejemplo, trabajadores serbios protestaron contra el no pago de salarios y políticas de privatización. En Bosnia y Herzegovina, los veteranos de guerra marcharon en las calles protestando contra el corte de sus prestaciones sociales. En unos países, los sindicatos del servicio público organizaron unas pequeñas huelgas.

No obstante, las protestas sociales están lejos de llegar a niveles críticos para el bloque social dominante. Además, la clase media está a favor del mantenimiento del tipo de cambio vigente y por lo tanto no cuestiona la lógica subyacente a las políticas económicas dominantes.

Conclusión

La crisis económica internacional tiene un fuerte impacto en el Este Europeo. La forma de crisis está moldeada por los especifidades de los régimenes de acumulación periféricos. Los países que siguen una estrategia de industrialización dependiente han sido muy golpeados por la caída de la exportaciones hacia el Oeste europeo. El resecamiento de los influjos de capital derrumbó los modelos de acumulación financiarizada en los países bálticos y en el Sudeste europeo. El abismo económico y social entre los países del centro y de la periferia de la UE crece. Frente a la crisis, las políticas económicas en países miembros de la UE como Hungría y Letonia son mucho más parecidas a las políticas de países fuera de la UE como Serbia, Croacia o Ucrania que al resto de la Unión Europea. En esos países más periféricos de Europa, la Comisión Europea dejó la iniciativa y el diseño de las políticas económicas extremadamente restrictivas al FMI. Por lo tanto, la cohesión política de la UE sufre de una erosión.


(*) Joachim Becker, es profesor en la Wirtschaftsuniversitaet Wien (Universidad de Economía de Viena), Viena, Austria, E–mail:joachim.becker@wu.ac.at