Crisis mundial

El impacto de la crisis en América Latina

Por Plínio de Arruda Sampaio Jr (*)
Revista Plustrabajo Nº1
CEDLA, La Paz, marzo 2010

El artículo examina el impacto de la crisis capitalista sobre las economías latinoamericanas, destacando los países con mayor grado de desarrollo de las fuerzas productivas. La tesis defendida es que, a diferencia de lo que ocurrió en la crisis de los años 1930, cuando el aislamiento de los flujos de comercio y capital permitió que las economías más desarrolladas de la región dieran impulso a un proceso de industrialización por substitución de importaciones, el nuevo marco histórico debe intensificar la tendencia a la reversión neocolonial que afecta a todas las dimensiones de la vida latinoamericana.

Plenamente integrada en los circuitos mercantiles, productivos y financieros que impulsan la valorización de capital en escala global, América Latina sentirá el impacto de la crisis capitalista de manera redoblada. Los países que más avanzaron en la liberalización de la economía serán, evidentemente, los más expuestos a los efectos destructivos del nuevo momento histórico. La crisis será transmitida por el patrón histórico tradicional: caída del comercio internacional, contracción de los precios de los commodities, parálisis de los flujos de crédito e inversiones, fuga de capitales, aumento de las transferencias de lucros e intereses al exterior.

El desfase entre la súbita reversión de las expectativas en las economías centrales y el clima de relativa normalidad que prevaleció en la región a lo largo de 2008 y principios de 2009, sobre todo en los países que disponen de mercado interno de mayor representación, no debe alimentar la expectativa de que América Latina escapará de una brutal contracción en la actividad económica. La grieta temporal entre el movimiento de la crisis en el centro y su impacto en la periferia, sólo refleja el diferente encadenamiento de la relación crédito–gasto–ingresos en las economías que constituyen la "locomotora" del sistema capitalista mundial –donde la crisis de crédito repercute inmediatamente sobre la demanda agregada y sobre las expectativas de los empresarios– y aquellas que son sus "vagones" y van a remolque de la expansión generada en el centro de la economía mundial donde los efectos multiplicadores de ingreso de las exportaciones, al ampliar el mercado interno, dan una supervivencia al crecimiento económico. El fenómeno no es nuevo y ya fue ampliamente estudiado por la vieja CEPAL. En la situación actual, esta relación es reforzada por la mayor diversificación de los países de destino de las exportaciones, debido en gran medida al mayor peso de las ventas en mercados emergentes, destacándose la importancia crucial del comercio con la China.

El círculo vicioso del subdesarrollo

Los mecanismos de desarrollo de la crisis en América Latina tienden a repetir patrones históricos conocidos que, con las debidas especificidades, combina estrangulamiento cambial, desorganización de las finanzas públicas, inestabilidad monetaria y financiera, estancamiento de la producción, quiebra de empresas, destrucción de fuerzas productivas y ampliación del desempleo. La paralización del flujo de remesas de los inmigrantes y la inversión del flujo de inmigraciones deben agravar los efectos negativos de la crisis, afectando, sobre todo, a las economías más débiles.

En los países que presentan baja exposición al endeudamiento externo y expresivo volumen de reservas cambiales, la llegada del estrangulamiento cambial podrá ser postergada por algún tiempo, reforzando la expectativa simplista de que, en plena globalización, algunas economías podrían "despegar" del todo y patrocinar un inusitado modelo de crecimiento basado en el "capitalismo en un sólo país". Instalada la crisis, las presiones del imperialismo para despejar la carga de la recesión global en las economías de la región serán cada vez mayores. Cerrando el efímero ciclo de crecimiento, luego de tres décadas de estancamiento, el orden económico internacional recolocará a América Latina en la rutina de Sísifo del ajuste económico permanente.

Se ilusionan los que, soñando con la posibilidad de un neodesarrollo extemporáneo, imaginan que la crisis de la economía internacional pueda representar una "ventana de oportunidades" que permitiría una nueva disposición de fuerzas más favorable a las economías de la región o, por lo menos, a aquellas que lograron un mayor grado de desarrollo de las fuerzas productivas. La industrialización por sustitución de importaciones –dirigida hacia la modernización de los patrones de consumo de una exigua parte de la población, impulsada por el capital internacional, con el apoyo del Estado, y financiada por la concentración de la renta y por la creciente desnacionalización de la economía– es un fenómeno del pasado. Las premisas históricas objetivas y subjetivas que le daban soporte se desmoronaron. No hay, por tanto, la menor posibilidad de que América Latina repita la hazaña de los años 1930, cuando los países con mayor grado de desarrollo de las fuerzas productivas y mayor control sobre los centros internos de decisión reaccionaron a la crisis internacional impulsando la formación de la economía nacional. La situación actual es radicalmente diferente.

Los frentes de valorización del capital dependen cada vez más de la creciente integración de la economía latinoamericana en la economía mundial y de la apertura de nuevos negocios por la sistemática ampliación de formas predatorias y parasitarias de acumulación de riqueza.

En los años 1930, la desarticulación de los flujos de comercio y de crédito internacional, al generar un relativo aislamiento de las economías periféricas, permitió que los países que no insistieron en atar su sistema monetario al patrón oro lograsen un mayor control sobre sus centros internos de decisión. En la actualidad, la preservación incólume de los mecanismos comerciales y financieros que impulsan la globalización de los negocios mantiene la periferia atada al centro cíclico. Al comprometer los instrumentos de comando de la política económica, el orden institucional liberal aparta la posibilidad de que la crisis internacional redunde en mayor margen de maniobra para las economías de la región.

En la década de 1930 el colapso del complejo exportador y la interrupción de los flujos financieros internacionales provocaron, sobre todo en las economías más desarrolladas, desplazamientos en la correlación de fuerzas que fortalecieron las fracciones burguesas más comprometidas con la consolidación del Estado nacional y el avance de la industrialización. La alianza de estos segmentos con las masas urbanas, que iniciaban su vida política, generó la base de sustentación que permitió la ruptura con el viejo status quo, creando las condiciones subjetivas para la cristalización de políticas económicas dirigidas a la defensa y a la expansión del mercado interno. Sin el corte con el Estado liberal oligárquico y la formación de un nuevo bloque de poder, el pacto populista, sería imposible promover el desplazamiento del eje dinámico del crecimiento al interior de la economía nacional. No hay nada semejante en el horizonte, pues como el conjunto de la burguesía latinoamericana se encuentra completamente comprometida con el orden global, la crisis tiende a exacerbar su posición subalterna en relación al capital internacional. Las excepciones conocidas, Venezuela, Bolivia y, en menor medida Ecuador, países fuertemente dependientes de la renta generada por enclaves relacionados con el sector energético, que pasan por un proceso de movilización popular que cuestiona el orden global, huyen de esta caracterización.

La impotencia de la burguesía latinoamericana para enfrentar el imperialismo y la inexistencia de mecanismos endógenos que impulsen la autodeterminación del capitalismo latinoamericano hacen que la crisis internacional refuerce la posición del capital financiero, nacional y extranjero, especialmente de sus segmentos ligados al comercio internacional y a la intermediación financiera.

Por tanto, sin desplazamientos significativos en la composición del bloque de poder, es bastante remota –por no decir nula– la posibilidad de rupturas políticas que puedan debilitar las bases del Estado neoliberal en el continente y abrir espacio para cambios cualitativos en el patrón de intervención del Estado en la economía.

En la primera mitad del siglo XX, la difusión de las estructuras elementales de la 1ª y de la 2ª Revolución Industrial abría espacio a procesos de industrialización por sustitución de importaciones que tendían a funcionar como un régimen central de acumulación, articulado en torno a un departamento de bienes de producción, anclado en espacios económicos nacionales relativamente bien delimitados. Las escalas mínimas de producción compatibles con la dimensión de las mayores economías latinoamericanas y las exigencias de bases técnicas y financieras armónicas con el tamaño ya adquirido por las burguesías nativas permitieron, en un primer momento, que la industrialización fuese impulsada a partir de adentro, movilizando las energías económicas de la propia región.

En un segundo momento, a partir de la postguerra, cuando la necesidad de profundizar el proceso de sustitución de importaciones comenzó a tropezar con la estrechez del mercado interno y con la insuficiencia del grado de monopolización del capital nacional, la subordinación de la estrategia de expansión de la industria al movimiento de internacionalización de los mercados internos liderado por las grandes empresas internacionales, permitió que las economías más avanzadas llevasen la industrialización dependiente y subdesarrollada al límite de sus posibilidades. El patrón de acumulación capitalista contemporáneo, basado en la mundialización del capital, aparta cualquier posibilidad de un retroceso al desarrollo anclado en un régimen central de acumulación. Las escalas mínimas de producción sobrepasan por amplio margen la dimensión de los mercados nacionales y las bases técnicas y financieras de la nueva etapa del desarrollo capitalista están mucho más allá de las limitadas posibilidades de la base empresarial de la región.

La experiencia histórica muestra que los nexos que atan a América Latina al orden global son extraordinariamente resistentes a las crisis económicas y financieras. Por tanto, si no hubiera una completa desarticulación del sistema capitalista mundial –hipótesis que, en el momento, parece poco probable–, la capacidad de la región de defenderse de los efectos más destructivos de la crisis depende de la toma de una decisión política en sentido de redefinir unilateralmente el modo de participación en la economía mundial, rompiendo los lazos de subalternidad en relación al capital internacional y a las potencias imperialistas. No es lo que está ocurriendo; por el contrario, la crisis internacional ha intensificado el poder del imperialismo en la región. En verdad, el profundo compromiso de las clases dominantes latinoamericanas con el orden global funciona como un bloqueo institucional y mental que inviabiliza la formulación de respuestas creativas que la situación histórica exige.

Burguesías dependientes, burguesías impotentes

La impotencia para tomar iniciativas económicas y políticas que afronten los cánones del orden global desarma completamente a las burguesías latinoamericanas para enfrentar las dificultades generadas por la crisis. Sin espacio para maniobra, solamente les resta sancionar las presiones oriundas de los centros imperiales y rogar por una rápida recomposición de la economía internacional.

Partiendo de la suposición de que la crisis internacional es un fenómeno temporal, que no justifica actitudes que puedan implicar un retroceso en el proceso de liberalización, los gobiernos latinoamericanos han respondido a las crecientes dificultades externas de manera reactiva. Si el diagnóstico de una crisis pasajera no se confirma, en breve quedará patente la catástrofe que significa la ausencia de una estrategia preventiva.

Sin tener cómo protegerse de los efectos desastrosos de la crisis, América Latina se encuentra frente a la amenaza de una aceleración del proceso de reversión neocolonial. Eslabón débil del sistema capitalista mundial y zona de influencia de los Estados Unidos, la región será duramente presionada a dar su contribución en el proceso de socialización de los perjuicios del gran capital. Como la crisis impone la eliminación del parque productivo redundante, es de esperarse una aceleración y una mayor intensidad en la tendencia a la desindustrialización y a la especialización regresiva que ha caracterizado el ajuste estructural de las economías latinoamericanas a los dictámenes del orden global.

Los que apuestan a la posibilidad de que los bajos salarios y la mayor lenidad con el deterioro del medio ambiente puedan representar una ventaja comparativa, no comprenden el significado del cambio provocado por la inflexión del contexto histórico. Al cerrarse un largo ciclo de difusión de tecnologías, la crisis general del capitalismo inaugura una lucha de vida o muerte entre el capital nuevo y el capital viejo. En el momento decisivo de la competición intercapitalista, cuando es la propia sobrevivencia de las empresas la que está en juego, la ventaja va para el lado que dispone de armas más eficaces y de la capacidad de condicionar el terreno de la batalla. Por más que la crisis afecte a las economías desarrolladas de una manera general y a la economía norteamericana en particular, comprometiendo temporalmente su capacidad de tomar iniciativa en el plano internacional, ella no debilita la brutal asimetría en la distribución del poder económico, financiero, político y militar que rige el orden internacional. Las diferencias en la capacidad de consumo de la sociedad, las desproporciones en las bases técnicas y financieras del capital y las discrepancias en el grado de organización económica y en el poderío bélico de los Estados nacionales garantizan a los países desarrollados, Estados Unidos al frente, el control absoluto de las finanzas internacionales, del ritmo y de la intensidad del proceso de introducción y difusión de las innovaciones, así como de las iniciativas políticas y militares que definieron los parámetros institucionales dentro de los cuales se dará la reorganización de la economía mundial. Las potencias imperialistas poseen, por tanto, condiciones extraordinariamente favorables para arbitrar el proceso de desvalorización de capitales y para liderar la reorganización del orden internacional.

Crisis y reversión neocolonial

Sin poder de iniciativa económica y política en el plano internacional, las sociedades latinoamericanas quedan sujetas a la presiones que tienden a exacerbar su posición subalterna en el sistema capitalista mundial y sólo les resta profundizar el ajuste estructural que les impone, básicamente, tres funciones en el orden global: franquear el espacio económico a la penetración del capital internacional, adaptando las fuerzas productivas y las relaciones de producción a las tendencias de la división internacional del trabajo; cohibir el éxodo de corrientes migratorias que puedan generar inestabilidades en los países centrales; y aliviar el stress producido por las regiones altamente industrializadas sobre el ecosistema mundial, cumpliendo el triste y paradójico papel de reserva de materia prima, pulmón y depósito de basura de la civilización occidental.

Dentro de estos parámetros, las tendencias de la división internacional del trabajo reservan a América Latina la función de abastecedor de productos agropecuarios y minerales y fuente de recursos energéticos orgánicos y minerales.

En suma, el "sálvese quien pueda" debe acelerar la destrucción total de las fuerzas productivas de América Latina y, como consecuencia intensificar su especialización regresiva en la economía mundial; aumentar la desnacionalización de sus economías, estimulando el carácter tributario y subsidiario de sus economías; así como agravar la desarticulación de sus centros internos de decisión, sumándose todo para comprometer todavía más el control nacional sobre el desarrollo capitalista en la región. El nuevo contexto histórico exacerba, así, la histórica incompatibilidad entre capitalismo, democracia y soberanía nacional en América Latina.

Dentro de tales parámetros, las alternativas de los países de la región se limitan a minimizar el ritmo y la intensidad con que se avanza hacia la barbarie.

Crisis, reforma y revolución

Al colocar en juego la unidad de las relaciones sociales, internacionales y transnacionales que sostienen el proceso de globalización de los negocios, la crisis inaugura un marco histórico que será caracterizado por transformaciones de gran envergadura en todas las dimensiones de la economía y de la sociedad. Los dramáticos acontecimientos que marcaron la primera mitad del siglo XX muestran que, en la era del capitalismo monopolista, las crisis capitalistas no dejan margen a la posibilidad de soluciones racionales y civilizadas.

Al mostrar abiertamente las contradicciones y los antagonismos del modo de producción capitalista, la paralización del proceso de producción instiga a la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. La disputa se polariza en torno a las vías de superación de la crisis. La solución del capital subordina todo a un objetivo central: restaurar las condiciones para la retoma de la acumulación. En el seno de la burguesía, las divergencias dicen respecto al modo de distribuir la carga de la crisis entre los varios grupos capitalistas y a la disputa en relación a los nuevos frentes de expansión de las inversiones, consolidándose, básicamente, en diferencias con relación al papel del Estado en la economía, al modo de participar de la economía mundial y a la forma de reorganizar el proceso productivo y las relaciones entre el capital y el trabajo. La solución contra el capital se organiza en torno a la necesidad concreta de resistir a toda costa el avance de la barbarie y de aprovechar la fragilidad del régimen burgués, para superar lo más rápidamente posible el capitalismo. La alternativa obrera depende, por tanto, de un salto en la conciencia de la clase en relación a la necesidad, a la posibilidad y a los desafíos de la revolución socialista.

Por las peculiaridades de su formación social, sociedades de origen colonial que cayeron en las redes del capitalismo dependiente, en América Latina el combate a la crisis adquiere maneras propias, fundiendo la necesidad de enfrentar los problemas concretos generados por la crisis general del capitalismo –el agravamiento de la barbarie– con los problemas históricos heredados del pasado: la segregación social y la dependencia externa. En un primer momento, la reacción concreta contra la crisis se confunde con la necesidad de evitar el avance del proceso de reversión neocolonial, único medio de evitar la escalada alarmante de la barbarie.

La ruptura con los mecanismos que subordinan las economías periféricas al orden global coloca, en seguida, la urgencia de vencer la situación de dependencia y subdesarrollo, único medio de afirmar la "voluntad política" de la sociedad nacional. Finalmente, la afirmación de la soberanía nacional lleva a la confrontación con el imperialismo, generando la necesidad concreta de liquidar el capitalismo y dar inicio a la transición socialista. El problema del enfrentamiento de la crisis es, por tanto, fundamentalmente político. La superación de las dificultades generadas por la crisis internacional implica un conjunto encadenado de transformaciones económicas, sociales y culturales que entra en frontal contradicción con los intereses estratégicos de las potencias imperialistas, del capital internacional y de las burguesías latinoamericanas, el trípode que sostiene al patrón de acumulación y de dominación neoliberal en el continente.

En estas circunstancias, la posibilidad de una respuesta positiva de América Latina a los desafíos colocados por la crisis capitalista depende fundamentalmente de un profundo giro en las bases de sustentación del Estado que permita la formación de un bloque de poder fundado en la fuerza de las clases populares. Los únicos sujetos históricos que, por no estar comprometidos con los negocios de la globalización y por ser sus principales víctimas, son capaces de llegar hasta las últimas consecuencias en la ruptura con los nexos externos e internos responsables de la situación de dependencia y subdesarrollo.

En suma, el enfrentamiento de la crisis económica debe ser visto como parte de un proceso histórico de gran complejidad que no puede ser disociado de la problemática de la transición del capitalismo al socialismo en condiciones de subdesarrollo y dependencia.

En esta transición, lo fundamental es garantizar la irreversibilidad del proceso revolucionario, acelerando las transformaciones en las relaciones de producción que aseguren el control de los trabajadores sobre la economía, profundizando los cambios culturales indispensables para que la incorporación de progreso técnico sea subordinada a las posibilidades materiales de la región y a las reales necesidades de la población, fomentando el desarrollo de las fuerzas productivas a fin de conquistar lo más pronto posible la seguridad alimentaria y la autosuficiencia material de la sociedad, incluyendo las condiciones mínimas para la defensa contra la agresión militar imperialista, y, sobre todo, incentivando y promoviendo por todos los medios, el papel protagonista de las masas populares de una manera general y del proletariado en particular, sobre el proceso político, única garantía efectiva de defensa de las conquistas sociales y de avance de la revolución socialista como un proceso ininterrumpido de transformación que apunta hacia la construcción de la sociedad comunista. El punto de partida de este proceso es la defensa intransigente de la economía popular contra los efectos devastadores de la crisis.


(*) Doctor en Economía por el Instituto de Economía de la Universidad del Estado de Campinas IE/UNICAMP, Brasil y profesor en esa misma institución. E–mail: plinio@eco.unicamp.br